El único camino - Dolores Ibárruri "Pasionaria" - E-Book

El único camino E-Book

Dolores Ibárruri "Pasionaria"

0,0

Beschreibung

Dolores Ibárruri (1895-1989) escribió dos volúmenes autobiográficos. En este primero (publicado originalmente en el exilio, en 1962), la mítica dirigente comunista va desgranando, con notable pulso narrativo, su infancia en la cuenca minera vizcaína, su religiosidad temprana y el deseo frustrado de ser maestra, su matrimonio con un minero socialista y la maternidad trágica, así como la paulatina toma de conciencia y de un compromiso político creciente que la llevaron a promover, ya en el Madrid de la II República, el Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, embrión de la Agrupación de Mujeres Antifascistas. Elegida diputada por Asturias en la candidatura del Frente Popular, Pasionaria encarnó la resistencia republicana durante la Guerra Civil –«¡No pasarán!»–, de cuyos avatares, que concluyen con la dramática derrota de la democracia, da rendida cuenta en estas páginas. El único camino rescata, pues, una memoria imprescindible, un testimonio de primer orden sobre la historia de España en un periodo crucial.La presente edición al cuidado del historiador Mario Amorós, autor de la biografía de referencia de Pasionaria, se ve asimismo enriquecida por las memorias inéditas de la única de sus seis hijos que le sobrevivió, Amaya Ruiz Ibárruri (1923-2018), que ofrecen un vívido contrapunto. Mujer excepcional y que dejó huella en varias generaciones, es preciso redescubrir a Dolores Ibárruri desde los desafíos actuales para las luchas que encabezó: la emancipación del género humano –cuando la utopía socialista está en proceso de reinvención con una poderosa vertiente ecológica–, el feminismo y la lucha contra un fascismo que, bajo nuevos ropajes, parece cobrar más fuerza cada día.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 1413

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Akal / Biografías / 17

Dolores Ibárruri

El único camino

seguido deElegí a mi madre, memorias inéditas de Amaya Ruiz Ibárruri

Edición y estudio introductorio: Mario Amorós

Dolores Ibárruri (1895-1989) escribió dos volúmenes autobiográficos. En este primero (publicado originalmente en el exilio, en 1962), la mítica dirigente comunista va desgranando, con notable pulso narrativo, su infancia en la cuenca minera vizcaína, su religiosidad temprana y el deseo frustrado de ser maestra, su matrimonio con un minero socialista y la maternidad trágica, así como la paulatina toma de conciencia y de un compromiso político creciente que la llevaron a promover, ya en el Madrid de la II República, el Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, embrión de la Agrupación de Mujeres Antifascistas. Elegida diputada por Asturias en la candidatura del Frente Popular, Pasionaria encarnó la resistencia republicana durante la Guerra Civil –«¡No pasarán!»–, de cuyos avatares, que concluyen con la dramática derrota de la democracia, da rendida cuenta en estas páginas. El único camino rescata, pues, una memoria imprescindible, un testimonio de primer orden sobre la historia de España en un periodo crucial.

La presente edición al cuidado del historiador Mario Amorós, autor de la biografía de referencia de Pasionaria, se ve asimismo enriquecida por las memorias inéditas de la única de sus seis hijos que le sobrevivió, Amaya Ruiz Ibárruri (1923-2018), que ofrecen un vívido contrapunto. Mujer excepcional y que dejó huella en varias generaciones, es preciso redescubrir a Dolores Ibárruri desde los desafíos actuales para las luchas que encabezó: la emancipación del género humano –cuando la utopía socialista está en proceso de reinvención con una poderosa vertiente ecológica–, el feminismo y la lucha contra un fascismo que, bajo nuevos ropajes, parece cobrar más fuerza cada día.

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

David Ouro

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

La edición de este libro ha contado con la inestimable ayuda del Instituto de las Mujeres.

© Dolores Ruiz-Ibárruri Sergueyeva, 2023

© Ediciones Akal, S. A., 2023

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-5521-1

Vasca de generosos yacimientos:

encina, piedra, vida, hierba noble,

naciste para dar dirección a los vientos…

Miguel Hernández, «Pasionaria» (1937)

Estudio introductorio

Mario Amorós

Doctor en Historia por la Universidad de Barcelona y periodista. Autor de ¡No pasarán! Biografía de Dolores Ibárruri, Pasionaria (Akal, 2021, 608 pp.).

EN EL COMBATE POR LA HISTORIA

En abril de 1962, mientras la masiva huelga de los mineros asturianos despertaba una inmensa solidaridad dentro y fuera de España, en La Habana la Imprenta Nacional de Cuba publicaba la primera edición de El único camino, con una extensión de 464 páginas[1].

En agosto de aquel año, el primero de los dos libros autobiográficos de Dolores Ibárruri apareció también en Francia y en español, publicado por la editorial del Partido Comunista Francés (Éditions Sociales), con una tirada especial, además, de doscientos ejemplares numerados y excluidos de la venta. En octubre vio la luz en italiano, con el título de Memorie di una rivoluzionaria (Editori Riuniti), versión que ella misma presentó en Roma[2] después de su participación en el X Congreso del Partido Comunista transalpino, en el que fue recibida como un mito universal del comunismo, portadora del recuerdo épico del primer pueblo que levantó las armas frente al fascismo y símbolo de la España desterrada[3].

Aquel mismo año, en la Unión Soviética aparecieron sendas ediciones en español y en ruso, publicadas por el sello Ediciones en Lenguas Extranjeras, antecesor de la editorial Progreso. Un nuevo reconocimiento para quien el año anterior había sido distinguida con un doctorado honoris causa en Ciencias Históricas por la Universidad Lomonó­sov, la más antigua de Rusia (fundada en 1755), y quien en 1964 recibiría el Premio Lenin «Por el fortalecimiento de la paz entre los pueblos», la principal condecoración para personalidades extranjeras de la URSS, que en aquellos años obtuvieron también Pablo Picasso, Rafael Alberti o Pablo Neruda.

Por supuesto, el órgano del Partido Comunista de España (PCE), Mundo Obrero[4], su revista teórica, Nuestra Bandera[5], y otras publicaciones, como el periódico España Republicana[6] que los comunistas españoles producían en Cuba, se hicieron eco de la aparición de un libro que en 1963 republicó en México la editorial Era y en Argentina el sello Sendero, vinculado al Partido Comunista local. En 1964, Julliard lanzó su traducción francesa[7], que tendría una segunda edición en 1965, y presentó a su autora como una figura «legendaria», uno «de los personajes más extraordinarios y más auténticos» en la historia del movimiento obrero.

En 1966, con el título They shall not pass. The autobiography of La Pasionaria y en una iniciativa de los veteranos de la Brigada Lincoln, International Publishers lanzó en Estados Unidos la primera edición en inglés, impresa también en Londres, que incorporó un prefacio en el que la presidenta del PCE señaló: «Cuando estaba escribiendo este libro no tenía en mente publicar unas breves memorias, que yo consideraba secundario. Más bien, deseaba ofrecer un testimonio de las tradiciones de lucha del pueblo español y exponer la verdad sobre nuestra guerra en respuesta a las mentiras de la propaganda reaccionaria de ayer y de hoy».

En los años 60, la difusión del libro en el exterior de España, principalmente en Europa y en América, fue un acontecimiento para aquella militancia del PCE dispersa por medio mundo y para los trabajadores españoles en la emigración que simpatizaban con su programa y que en aquel tiempo se movilizaron activamente en solidaridad con los mineros asturianos o para salvar la vida de Julián Grimau. De hecho, en 1962 y 1963 Radio España Independiente[8], La Pirenaica, la emisora de radio que emitía en onda corta entonces desde Bucarest, dedicaba los domingos un espacio a la lectura dramatizada de las páginas de El único camino[9], que en los años posteriores se tradujo al rumano, alemán, serbocroata, japonés, turco, checo, árabe, noruego, húngaro, polaco y finés.

En 1975, el PCE lo publicó en su sello editorial, Ebro, con motivo de su 80.o cumpleaños, y la primera edición en España apareció en 1979, con prólogo de su camarada José Sandoval. Fue reeditado por última vez en 1992 con el apoyo del Instituto de la Mujer, en una versión al cuidado de María Carmen García Nieto y María José Capellín, con presentación de Irene Falcón.

La publicación de El único camino fue un proyecto de largo aliento, concebido por Dolores Ibárruri posiblemente desde el fin de la Guerra Civil. Así lo sugiere un trabajo de su autoría, de más de doscientas páginas, fechado en julio de 1941, lleno de correcciones manuscritas y referido tan solo al periodo 1934-1936, que se conserva en el Archivo Histórico del PCE[10]. La invasión nazi de la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, que cambió abruptamente el curso de la Segunda Guerra Mundial, y también la posición del PCE ante la misma, detuvo la escritura de este texto, uno de los materiales que utilizaría dos décadas después para preparar su primer libro autobiográfico. El relato de su mitin en A Coruña del 1 de enero de 1936, de la última evacuación de los hijos de los mineros asturianos unos días después, de la liberación de los presos de la cárcel de Oviedo, del debate en las Cortes del 16 de junio de aquel año, de la resistencia popular a la sublevación militar o de su viaje a París con la delegación del Frente Popular en El único camino es muy similar, en varios pasajes de modo casi idéntico, a como lo narró ya en 1941.

La República Española había perdido la guerra de la peor de las maneras posibles, rodeada de traiciones, odios fratricidas, enfrentamientos y un reguero de sangre que sembraron la semilla del divisionismo en el largo exilio. La huida de la flota hacia el norte de África, que impidió la evacuación de miles de combatientes y cuadros políticos desde los puertos levantinos, y el golpe de Estado del 5 de marzo de 1939 contra el Gobierno de Juan Negrín, liderado por el coronel Segismundo Casado, el dirigente socialista Julián Besteiro y el anarquista Cipriano Mera, proporcionaron al general Franco la mejor de las victorias.

En el caso del PCE, la reflexión autocrítica acerca de las insuficiencias exhibidas en la etapa final de la contienda arrancó ya en la primavera de 1939 por orden de Stalin y la Internacional Comunista. Dirigentes como Pedro Checa, el diputado Félix Montiel o Jesús Hernández, y militares como Antonio Cordón, Francisco Galán, Artemio Precioso o Francisco Ciutat, elaboraron extensos informes sobre las diversas circunstancias de aquel periodo[11]. De todos estos escritos y de los debates mantenidos en Moscú a lo largo de aquellas semanas surgió un extensísimo documento del PCE que fue entregado a Stalin en julio de 1939 y que fue descubierto, contextualizado y examinado por Ángel Viñas y Fernando Hernández Sánchez[12]. Aquella valoración se expresó también en otros materiales, como el texto titulado «Las lecciones de la guerra por la independencia del pueblo español»[13] (aprobado el 10 de agosto de 1939) y la «Resolución sobre las debilidades y errores del Partido en el último periodo de la guerra»[14].

Por su parte, aquel mismo año en Londres Segismundo Casado ofreció en un libro de su autoría, The last days of Madrid. The end of the Second Spanish Republic, su versión del fin de la guerra. Y en París se publicó el informe que Indalecio Prieto había rendido ante el Comité Nacional del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) el 9 de agosto de 1938, en el que responsabilizó al PCE y a la Unión Soviética de su salida del Gobierno cinco meses antes. «En 1936 el comunismo español era una fuerza insignificante, que creció prodigiosamente durante la guerra», señaló, debido a «un sistema de coacciones, graduadas entre el provecho personal para quien se sometía y el asesinato para quien se rebelaba, coacciones que, en su comienzo, pasaron inadvertidas para el Gobierno –periodo presidencial de Largo Caballero, quien, queriendo rectificar su propia obra de aliento al comunismo, reaccionó tardíamente– y que luego –periodo presidencial de Negrín, gran exaltador de los comunistas– fueron, no solo encubiertas, sino amparadas y fomentadas desde las cumbres del Estado»[15].

Asimismo, desde la fracción socialista afín a Francisco Largo Caballero, en mayo de 1939 Luis Araquistáin firmó en el diario mexicano El Universal un artículo, «El comunismo y la guerra de España», en el que presentó a Negrín como un títere del PCE y a los comunistas como los responsables de la derrota de la República[16]. Y desde el movimiento libertario, en 1940 Diego Abad de Santillán publicó el libro Por qué perdimos la guerra, editado en México y Argentina, en cuyas páginas criticó duramente la actuación del Partido Comunista[17].

Con estos antecedentes y otros de corte similar, en las primeras páginas de su trabajo fechado en julio de 1941 Dolores Ibárruri escribió: «Muchos libros se han escrito después de que la capitulación de la Junta de Madrid, en mayo (sic) de 1939, abrió las puertas de Madrid a Franco y las del martirio a las masas trabajadoras españolas. La mayor parte de los autores de esos libros buscan con ellos justificar su posición capituladora, que entrañaba, sin veladuras ni tapujos, una traición al pueblo, que con heroísmo sin igual resistió durante treinta y dos meses los ataques combinados de falangistas y requetés, de italianos y alemanes…».

Tras la dramática evacuación de Moscú en octubre de 1941 fue trasladada a la ciudad de Ufá, en los Urales, donde se instalaron los micrófonos de Radio España Independiente. Hasta febrero de 1945 su principal actividad consistió en la preparación y lectura de discursos por las emisoras soviéticas y La Pirenaica en los que llamó a la unidad en la lucha contra el Eje. En abril de este año llegó a París, tras un largo viaje relatado por su hija Amaya en su autobiografía, con la esperanza, compartida por todo el exilio republicano, de que la derrota militar de las potencias fascistas llevaría aparejado el fin de la dictadura franquista. Aquel sentimiento empezó a desvanecerse con la ruptura de los gobiernos de coalición antifascista en Europa occidental desde mayo de 1947 y la definitiva instalación del clima político de la Guerra Fría. Fueron unos años de actividad intensísima, incrementada, además, por sus responsabilidades como vicepresidenta de la Federación Democrática Internacional de Mujeres, fundada en 1945.

A fines de 1948, la secretaria general del PCE cayó gravemente enferma y regresó a Moscú. Durante varios meses estuvo hospitalizada y no se reincorporó a sus obligaciones políticas hasta el final del verano de 1949. Entonces, como relató en el segundo volumen de sus memorias, retomó la tarea postergada desde 1941: «Todavía convaleciente de mi prolongada enfermedad, decidí ocuparme de algo en lo que muchas veces había pensado, posponiéndolo por falta de tiempo. Recogí y ordené apuntes y recuerdos escritos a ratos perdidos o en noches de insomnio y, completándolos con nuevas lecturas, inicié el relato de cosas vividas que pudieran ofrecer interés»[18].

En los años 50, tres destacados exmilitantes del PCE publicaron una sucesión de libros cargados de falsedades, exageraciones y resentimiento, con ataques especialmente duros en algunos casos hacia ella. Literatura de combate político en el marco de la Guerra Fría cultural, los satélites editoriales de la dictadura franquista reprodujeron aquellos trabajos, entre los que encontramos títulos como Yo, ministro de Stalin en España, de Jesús Hernández, exmiembro del Buro Político y ministro de Instrucción Pública entre septiembre de 1936 y abril de 1938; La vida secreta de la Komintern. Cómo perdí la fe en Moscú u Hombres made in Moscú, de Enrique Castro Delgado, uno de los principales mandos del Quinto Regimiento; y Yo escogí la esclavitud o Comunista en España y antiestalinista en la URSS, de Valentín González, El Campesino, destacado oficial del Ejército Popular de la República procedente de las milicias.

Asimismo, en 1961 se publicó en Nueva York y Londres un libro que durante décadas ha alimentado infinidad de obras, The grand camouflage: the communist conspiracy in the Spanish Civil War, del galés Burnett Bolloten, quien presumió de haber desvelado las maniobras de los comunistas para hacerse con el control de la República en guerra, concretado definitivamente, en su opinión, con la sustitución de Largo Caballero por Negrín al frente del Gobierno en mayo de 1937. Este trabajo fue rápidamente editado en España[19], en junio de aquel mismo año, con prólogo de Manuel Fraga Iribarne, quien, gozoso, escribió: «El Gran Engaño tras el cual los comunistas montaron la operación española queda al descubierto. Ni los partidos republicanos de izquierda, ni los socialistas, ni los anarquistas tenían otro plan que el de destruir; los comunistas sabían a donde iban. Como en China y en Cuba, tenían un plan, basado en la estrategia general del Kremlin. […] Lo que para Europa hubiera supuesto una España comunista no es necesario glosarlo aquí, a la hora de Cuba. Quede la lección para todos»[20].

Diez meses después, en la Cuba revolucionaria vio la luz El único camino. «A decir verdad, mi intención al escribir ese libro era que mis nietos, que los jóvenes, conocieran el nacimiento y desarrollo del movimiento obrero en mi país, el cruce de caminos de luchas y sacrificios de los trabajadores, del pueblo español en los años de la República y de la guerra civil. Que sus páginas les ayudasen a sintonizar con la vida y el combate, las alegrías y los dolores de sus mayores», escribió Dolores Ibárruri dos décadas después[21].

Su correspondencia ilumina el proceso final de gestación del libro. Fue Santiago Álvarez (miembro del Buró Político desde 1956), quien entonces vivía en Praga, su interlocutor en el trabajo de edición[22]. Una carta de Álvarez del 26 de abril de 1961 nos informa ya de la preparación de su publicación: «Santiago [Carrillo] me dijo que, como sabe que habrás terminado tu libro, ha hablado con los camaradas franceses para su edición en París. Se piensa hacer una edición de 20.000 ejemplares para que pueda servir para Francia, Italia, América Latina… Por ello Santiago te ruega hagas llegar a París el texto cuanto antes…».

Cinco meses después, el 24 de noviembre, Álvarez le informó de que ya había remitido sus notas y correcciones del texto original[23] a La Habana; de que las relativas a las ediciones de París y Roma las portaba consigo y, además, le informó de las gestiones de Wenceslao Roces para la edición del libro en México. En una misiva fechada el 12 de febrero de 1962, le adjuntó tres propuestas para la portada de la edición francesa a fin de que eligiera la que prefiriese o bien, si ninguna le convencía, diera ideas para que se preparara una nueva.

Y tres meses después, el 19 de mayo, le comunicó que el libro acababa de publicarse en Cuba y que Ignacio Gallego había traído un ejemplar para ella, indicándole que tanto sus correcciones como las fotografías que habían enviado para ilustrarlo habían llegado tarde. «Por lo que se refiere a la edición de París, [Fernando] Claudín me enseñó ya en su casa el libro prácticamente hecho. Faltaban únicamente las tapas. Así que veía muy difícil introducir las últimas correcciones. Sobre las fotografías creía que tal vez podría hacerse algo. Mucho me temo que igual ocurre con la edición de Roma. Claro que, naturalmente, las correcciones últimas, las fotos… podrán ir en la segunda edición»[24].

Sin embargo, es una carta de Dolores Ibárruri a Juan Rejano[25] del 15 de febrero de 1962 la más esclarecedora. «No sé si habrás notado la cantidad de libros que en estos últimos tiempos se escriben sobre nuestra guerra», le comentó, «tendiendo todos ellos a valorizar a nuestros adversarios políticos y a menospreciar la intervención de los comunistas en la guerra e incluso a desfigurar de una manera infame esta intervención»[26].

Más adelante se refirió a El único camino: «Sobre mi libro. Me da un poco de vergüenza hablar de él. Yo lo escribí, no para publicarlo, sino pensando en mis nietos que vivirán en el país soviético, donde para la juventud el recuerdo del pasado capitalista es tan lejano que a veces consideran que eso no tiene importancia y que exageramos cuando recordamos el duro camino que los pueblos han recorrido y deben andar aún para llegar al socialismo. Está escrito de un tirón y, por ello, poco cuidado. Y en verdad que yo debiera haber resistido a la presión de los camaradas para publicarlo hasta no haberlo pulido un poco más. Pero ya está hecho el mal y el libro, en diferentes países, presto a ser publicado. Respecto a México, como a otros países, yo no tengo ninguna pretensión. Pero si vosotros consideráis conveniente hacerlo, tienes completa libertad para ocuparte de ello»[27].

Por la personalidad de su autora y la difusión que alcanzó, en aquel tiempo El único camino fue seguramente uno de los instrumentos más eficaces para asentar la visión de la historia que el PCE quería consolidar y, además, para contrarrestar la persistente propaganda de la dictadura franquista, el discurso incesante de la cruzada contra el comunismo, martilleado desde julio de 1936…[28].

Este libro apareció en una década en la que el PCE hizo un gran esfuerzo por asentar un relato canónico de sus primeros cuarenta años de historia, marcados inevitablemente por la guerra de 1936-1939. En 1960, y producto de un acuerdo adoptado en aquel VI Congreso de diciembre de 1959 que certificó el relevo de Dolores Ibárruri por Santiago Carrillo en la secretaría general, había aparecido la Historia del Partido Comunista de España (versión abreviada), que tuvo ediciones en varios idiomas y países (Francia, Polonia, Cuba, Argentina…). Lo redactó una comisión presidida por Dolores Ibárruri e integrada también por Manuel Azcárate, Luis Balaguer, Antonio Cordón, Irene Falcón y José Sandoval[29].

En 1968, la editorial soviética Progreso publicó el libro de Dolores Ibárruri En la lucha. Palabras y hechos. 1936-1939, una selección de sus discursos y artículos más importantes en ese periodo. Pero la obra más ambiciosa, sin duda alguna, fue Guerra y Revolución en España. 1936-1939. Publicada en cuatro tomos también por la editorial Progreso entre 1966 y 1977, alcanzó las 1.240 páginas, con mapas en color desplegables incluidos, y de su coordinación se ocupó el mismo equipo que preparó el libro de 1960.

El único camino se divide en tres partes, que corresponden tanto a la evolución de su biografía como al devenir político de España hasta 1939. En la primera, relata su vida en la cuenca minera vizcaína desde su nacimiento en Gallarta en 1895 hasta su traslado a Madrid en septiembre de 1931. No se trata de una autobiografía al uso, puesto que la información que aporta sobre su vida es escasa, sino más bien un retrato muy cuidado del lugar y del tiempo histórico en el que transcurrió el primer tercio de su existencia: aquella Vizcaya donde el auge de la minería del hierro, con la inversión masiva de capital extranjero, aceleró la revolución industrial y alumbró un potente y combativo movimiento obrero de orientación socialista; aquella Vizcaya (y aquella España) en la que persistían la incultura y el peso de la Iglesia católica. No obstante, el objetivo principal de esta primera parte es la narración de cómo y por qué asumió su compromiso político. Las páginas más personales son aquellas en las que se refiere a la experiencia amarga de su matrimonio, y de manera indirecta a la discriminación de las mujeres en la España de la época, y a la tragedia de las cuatro hijas que perdió entre 1919 y 1928 producto de unas condiciones de vida muy precarias.

La segunda narra los años de la II República hasta el golpe de Estado de julio de 1936, con un relato en el que reitera sus críticas a la acción reformista de los gobiernos de la coalición republicano-socialista entre 1931 y 1933, que se detiene durante muchas páginas en sus dos periodos de reclusión más prolongados en la cárcel provincial de mujeres de Madrid, también en la gestación del Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo y del Frente Popular, o en sus accidentados viajes clandestinos a Francia. Lo personal asoma singularmente cuando se refiere a la angustia por el sacrificio que su compromiso político le exigía en relación con el cuidado de sus hijos, Rubén y Amaya, enviados a la Unión Soviética en abril de 1935.

Y la tercera parte, que ocupa casi la mitad del libro, se refiere a la Guerra Civil, caracterizada por el PCE como «guerra nacional revolucionaria» contra las fuerzas reaccionarias internas y las potencias fascistas de una República abandonada por las naciones democráticas desde el verano de 1936. Escritas con un lenguaje en muchas ocasiones duro y descarnado, estas páginas evocan sus vivencias y nos ofrecen su testimonio y sus opiniones sobre el conflicto que la convirtió en el símbolo universal del antifascismo.

El único camino apareció en un momento histórico muy particular. En lo que se refiere al movimiento comunista internacional, vio la luz seis años después del histórico XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética y en la era de la «coexistencia pacífica» entre los dos bloques de la Guerra Fría, aunque a fines de 1962 tendría lugar la «crisis de los misiles» precisamente en Cuba… Como todos los dirigentes de los partidos que fueron secciones nacionales de la Internacional Comunista, Dolores Ibárruri había rendido un culto casi religioso a la figura de Stalin. En marzo de 1956, fue la primera dirigente del PCE que conoció el contenido del «informe secreto» que Jrushchov había presentado ante el XX Congreso del PCUS acerca de los crímenes del estalinismo. A partir de entonces jamás volvió a citar a Stalin en sus discursos públicos o en sus artículos, y las menciones en su primer libro autobiográfico son mínimas y con un tono aséptico[30].

Y, sobre todo, este libro apareció en un momento histórico de ascenso de la lucha por la democracia en España. La década de 1960 vio la formación de un sindicalismo sociopolítico de nuevo tipo en torno a las Comisiones Obreras, contempló al movimiento estudiantil democrático convertirse en hegemónico en las universidades, fue testigo del fértil «diálogo» entre los marxistas y aquellos sectores cristianos que rompieron con el nacionalcatolicismo, alumbró el asociacionismo vecinal y el Movimiento Democrático de Mujeres, y observó al PCE convertirse definitivamente en el «partido del antifranquismo» al influir también en amplios sectores intelectuales, de profesionales y de las clases medias.

De ahí el sentido de las últimas páginas de El único camino, cuando la autora interpela a esa joven generación de españoles y españolas nacidas después de 1939, aunque –de manera llamativa– sin citar de manera explícita el concepto de «Reconciliación Nacional», que marcó el viraje político del PCE desde el verano de 1956. Y la invita a seguir el camino que ella eligiera en Vizcaya desde 1917, «el único camino que hace de los hombres sencillos héroes, constructores de una nueva vida, de un mundo nuevo: por el camino de la lucha por la democracia, por la paz, por el socialismo». Postuló entonces, en 1962, la posibilidad de un tránsito pacífico al socialismo, por las vías de la democracia, un «camino que puede ser más o menos largo y que no está exento de colisiones. Que entraña un batallar diario, constante, permanente tanto en el terreno político como en el económico por cada paso adelante…».

Cuando han pasado más de tres décadas desde su última edición en España, El único camino nos devuelve la vida y el compromiso de Dolores Ibárruri, una de las españolas más universales. La potencia de su imagen histórica se condensa en muchos instantes y palabras. Del «No pasarán» de la medianoche del 18 al 19 de julio de 1936 frente a los micrófonos de Unión Radio Madrid a aquellas fotografías de Marisa Flórez que la muestran, ya anciana, del brazo de Rafael Alberti en el Congreso de los Diputados o dando la mano y deseándole suerte al presidente Adolfo Suárez, aquel 13 de julio de 1977 en el que España volvía a tener unas Cortes democráticas y ella regresaba, elegida de nuevo diputada por Asturias, al Parlamento.

Nos devuelve también su contribución y la del PCE a la evolución democrática de España, singularmente en este periodo histórico a la formación del primer Frente Popular victorioso en el mundo y a la defensa de la República. Y sus reflexiones en diferentes pasajes de este libro y en una parte de los discursos y artículos suyos que hemos seleccionado la sitúan, además, como una de las pioneras de la lucha por la igualdad de género en nuestro país.

[1] La Imprenta Nacional de Cuba se creó el 31 de marzo de 1959, tres meses después del triunfo de la Revolución. Su primer director fue el escritor Alejo Carpentier y el primer libro que salió de sus rotativas fue el Quijote, con una tirada de cien mil ejemplares, al precio de veinticinco centavos. En la Biblioteca Nacional de España se conserva un ejemplar de esta primera edición de El único camino.

[2]L’Unità. Roma, 11 de diciembre de 1962, p. 3.

[3]Mundo Obrero. Madrid, primera quincena de enero de 1963, pp. 5-6.

[4] «Bajo la forma viva, directa, apasionada, de un libro de recuerdos, la trama de esta obra de Dolores Ibárruri es la historia de nuestro pueblo, la historia de sus luchas, de sus experiencias, amargas o esperanzadoras», señaló el periódico del PCE en octubre de 1962. «Libro apasionado y apasionante; libro verídico –tal vez la sinceridad del relato de Dolores es una de las principales virtudes de su obra–, libro útil y que hacía falta, que viene a llenar en parte ese vacío –tan de lamentar, aunque se explique por razones objetivas– de trabajos históricos, memorias, monografías… sobre el periodo de nuestra historia más falseado por la propaganda del régimen franquista». Mundo Obrero. 15 de octubre de 1962, p. 6.

[5] A fines de 1962, Jesús Izcaray publicó una extensa reseña. Nuestra Bandera, n.o 35. Cuarto trimestre de 1962, pp. 97-102.

[6]España Republicana. La Habana, 15 de julio de 1962, pp. 1 y 10.

[7] Con motivo de la aparición de la edición en francés, el histórico dirigente del PCF Jacques Duclos escribió que aquella autobiografía mostraba «la transformación de la mujer de minero que era Dolores Ibárruri en una militante comunista y, más tarde, en una eminente dirigente del Partido Comunista de España y del movimiento comunista y obrero internacional. […] Pasionaria se ha convertido en figura de leyenda». Mundo Obrero. Madrid, primera quincena de noviembre de 1964, p. 8.

[8] Luis Zaragoza Fernández: Radio Pirenaica. La voz de la esperanza antifranquista. Marcial Pons. Madrid, 2008, pp. 27-28.

[9] En las cartas que numerosos oyentes dirigían a la sección «El correo de La Pirenaica» encontramos abundantes referencias a la lectura y el impacto de esta obra. Mario Amorós: El correo del exilio. Cartas a Radio España Independiente (1962-1964). Fundación Domingo Malagón. Madrid, 2015, p. 93.

[10]Dolores Ibárruri: En el crisol de la lucha. Trabajo inédito. Archivo Histórico del PCE. Fondo Dirigentes. Caja 148. Carpeta 8.

[11] Se conservan en el Archivo Histórico del PCE, en el Archivo de Dolores Ruiz-Ibárruri Sergueyeva y fueron incluidos por Ángel Viñas y Fernando Hernández Sánchez en el CD Rom que acompaña su libro El desplome de la República (Crítica. Barcelona, 2009).

[12] Á. Viñas y F. Hernández Sánchez, El desplome de la República, cit., pp. 471-626.

[13] Á. Viñas y F. Hernández Sánchez, El desplome de la República, cit. (CD Rom), pp. 381-388.

[14] Archivo de Dolores Ruiz-Ibárruri Sergueyeva. Caja 8. Carpeta 2.1.2.2.29.

[15]Indalecio Prieto: Cómo y por qué salí del Ministerio de Defensa Nacional. Intrigas de los rusos en España. Texto taquigráfico del informe presentado el 9 de agosto de 1938 ante el Comité Nacional del PSOE. Imprimerie Nouvelle. París, 1939, p. 7. Un año después se publicó en México.

[16]Fernando Hernández Sánchez: Guerra o revolución. El Partido Comunista de España en la Guerra Civil. Crítica. Barcelona, 2010, pp. 17-18.

[17]Diego Abad de Santillán: Por qué perdimos la guerra. Guillermo del Toro editor. Madrid, 1975, pp. 222-224. Diego Abad de Santillán es el seudónimo de Sinesio García Fernández (Reyero, 1897-Barcelona, 1983), miembro de la FAI y consejero de Economía de la Generalitat entre diciembre de 1936 y abril de 1937.

[18] Dolores Ibárruri: Memorias de Pasionaria. 1939-1977. Me faltaba España. Planeta. Barcelona, 1984, p. 131.

[19]Burnett Bolloten: El gran engaño. Luis de Caralt editor. Barcelona, 1961.

[20] Sobre este trabajo, en un fascinante artículo, Southworth escribió: «Hay libros cuyo texto y notas deberían leerse y analizarse como la letra pequeña de una póliza de seguros…». Herbert Rutledge Southworth: «“El gran camuflaje”: Julián Gorkin, Burnett Bolloten y la Guerra Civil española», en Paul Preston (ed.): La República asediada. Hostilidad internacional y conflictos internos durante la Guerra Civil. Península. Barcelona, 1999, pp. 265-310.

[21] D. Ibárruri: Memorias de Pasionaria. 1939-1977, cit., p. 131.

[22] Esta correspondencia se conserva en: Archivo de Dolores Ruiz-Ibárruri Sergueyeva. Caja 12. Carpeta 2.2.2.4.2.

[23] En el Archivo Nacional de Cataluña se conserva el Archivo del Centro Español de Moscú, que, además de correspondencia de Dolores Ibárruri (principalmente referida a «los niños de la guerra»), incluye tres ejemplares manuscritos de El único camino con anotaciones y correcciones anónimas escritas a bolígrafo [https://arxiusenlinia.cultura.gencat.cat/#/cercabasica/detallunitat/ANC1-555-T-147].

[24] Finalmente, la edición francesa de 1962, de la que también se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de España, sí incorporó al final del libro una página con una fe de erratas, que señaló veinte correcciones a lo largo del libro. En octubre de 1963, Santiago Álvarez le indicó que se había agotado la edición de cinco mil ejemplares hecha por el Partido Comunista argentino, entonces sumido en la ilegalidad, y que la mayor parte de los ejemplares se había vendido en las librerías. «Si el Partido pasa a la legalidad, como hay cierta esperanza, piensan hacer una edición de masas, de 10.000 ejemplares».

[25] Juan Rejano Porras (Puente Genil, 1903-México DF, 1976), escritor, poeta de la Generación del 27 y periodista. Militante del PCE, en 1945, con motivo del 50.o cumpleaños de Dolores Ibárruri, le dedicó este poema: «Madre nuestra, panal, vena de fuego, / amapola del héroe, guerrillera, / a ti, entre llamas de esperanza, llego. / España, combatiendo nos espera. / Una sola palabra dime, y luego / pondré mi sangre al pie de tu bandera…». España Popular. México DF, 7 de diciembre de 1945, p. 1.

[26] Archivo Histórico del PCE. Fondo Dirigentes. Caja 31. Carpeta 13 / 1-2.

[27] La documentación de Juan Rejano se conserva en el archivo municipal de Puente Genil. Solo se guarda una carta de Rejano a Pasionaria, sin relación con la publicación de El único camino.

[28] Desde los años 60, con su libro El mito de la cruzada de Franco, y hasta el fin de sus días, con El lavado de cerebro de Francisco Franco, Herbert Southworth desmontó de manera brillante la propaganda de la dictadura.

[29] En relación con esta obra, Dolores Ibárruri dejó constancia de la enorme sorpresa que tuvieron cuando la dirección del PCE en París decidió publicar lo que era un trabajo aún provisional, «imaginado como un escueto recordatorio de cuarenta años de lucha, con todos los defectos de la improvisación», como el libro de la historia oficial del partido: «Yo hubiera querido que me tragase la tierra». D. Ibárruri, Memorias de Pasionaria. 1939-1977, cit., p. 132.

[30] Fue en septiembre de 1968, en la reunión del Comité Central del PCE que valoró la posición de condena adoptada ante la invasión de Checoslovaquia, cuando hizo su reflexión más lúcida: «Vosotros recordáis la impresión que nos produjo el XX Congreso de la Unión Soviética. Tengo que deciros que es verdad que hubo algunos camaradas que lo consideraban todo a beneficio de inventario y no les parecía que eso tenía ninguna importancia. Pero el día que recibí el informe donde se planteaba el problema del culto a la personalidad y de lo que eso había significado, para mí fue –como dicen las mujeres en nuestro país– caérseme los palos del sombrajo. La fe, la confianza, la ilusión, la emoción que sentía por Stalin, que sentía por todo lo que representaba la obra que se había realizado, para mí fue como si me hubieran dejado vacía…». Archivo Histórico del PCE. Fondo Órganos de Dirección del PCE. Reunión del Comité Central de septiembre de 1968.

PERFIL BIOGRÁFICO (1895-1939)

Dolores Ibárruri Gómez nació en Gallarta, el principal núcleo de población del municipio de Abanto y Ciérvana, en el corazón de la cuenca minera vizcaína, el 9 de diciembre de 1895. Llegó al mundo, como era usual, en la casa familiar, situada en la calle Peñucas, al final de una cuesta pronunciada y pedregosa que desembocaba casi en el monte y en las minas, en el momento de mayor auge de la explotación del hierro en Vizcaya[1]. Gallarta crecía también de la mano de la actividad extractiva: acogía el ayuntamiento, sendas escuelas municipales para niños y niñas, la iglesia parroquial de San Antonio de Padua (en la que fue bautizada, recibiría la primera comunión y contraería matrimonio) y un frontón que era escenario del deporte más popular de la época, la pelota vasca, magistralmente recreada por Pío Baroja en Zalacaín el aventurero. Aquel «viejo Gallarta» dejó de existir en los años 60 del siglo pasado, cuando el avance de la explotación minera lo engulló: el gigantesco cráter de la mina Concha II, junto al Museo de la Minería del País Vasco, señala hoy dónde estuvo asentado el territorio perdido de su infancia y adolescencia.

Fue una de los once hijos del matrimonio formado desde el 24 de agosto de 1881 por Antonio Ibárruri y Juliana Gómez, una joven natural de Castilruiz (Soria). Su padre combatió en las filas del tradicionalismo en la última guerra carlista, que concluyó en 1876, cuando se instaló en la cuenca minera y laboró hasta el fin de sus días, allá por 1925. Su madre, de quien heredó la energía y capacidad de trabajo, y quien ya solía vestir siempre de negro, falleció a fines de 1933, cuando Dolores Ibárruri se encontraba en Moscú por primera vez[2].

Nació en la era de la Restauración, durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena y cuando Antonio Cánovas del Castillo volvía a ocupar la presidencia del Gobierno, en virtud del «turno político» pactado entre liberales y conservadores, en un sistema político, caracterizado por el caciquismo y la corrupción, en el que la hegemonía de las clases dominantes era indiscutible.

Durante su infancia, en un hogar sostenido por el salario de su padre como barrenador y los ingresos que aportaban sus hermanos mayores, no pasó privaciones materiales e incluso, debido también a una salud algo precaria, pudo estudiar hasta los 15 años. Junto con los estudios, ayudaba en las tareas domésticas yendo a diario al lavadero de ropa, preparando la comida o dirigiéndose con uno o varios cubos hasta la fuente para acumular agua. También debía ocuparse de los animales domésticos que criaban (alguna vaca, cerdos, gallinas), que ofrecían una aportación esencial a la dieta familiar.

Como describió ampliamente en El único camino, todo en Gallarta giraba en torno al trabajo en las minas. En el último tercio del siglo XIX, la desamortización de los yacimientos y la derogación de los fueros vascos liberalizaron la exportación del hierro de los montes de Triano y Galdames y favorecieron la entrada de capitales extranjeros, el desarrollo de una tecnología moderna (principalmente en materia de transporte) y una explotación intensiva. La Revolución Industrial, con el desarrollo paralelo de la siderurgia y los astilleros y los florecientes negocios bancarios surgidos de la acumulación de capital, llegaba a Vizcaya y Bilbao se transformaba en un polo económico esencial.

Al desarrollo del capitalismo en su tierra natal y la consiguiente explotación inmisericorde de los trabajadores dedica Dolores Ibárruri algunas de las mejores páginas de su primer libro autobiográfico. También a la incipiente organización de los mineros en torno al Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores y las sucesivas huelgas que protagonizaron a partir de 1890 para conquistar la reducción de la jornada laboral, el pago semanal (y no mensual) de los salarios o el derecho a alojarse y comprar donde prefirieran.

Fue una estudiante muy aplicada y su maestra, Antonia Izar de la Fuente, le ayudó a preparar el ingreso en la Escuela Normal Superior de Maestras de Vizcaya, fundada en 1902 en Bilbao. La matrícula anual costaba veinticinco pesetas, la edad de ingreso era de 15 años y, hacia 1910, el 80% de las candidatas aprobaba el examen preliminar[3]. Su plan de estudios concedía el título de maestra elemental tras dos años y de maestra superior después de cuatro. Posiblemente, su familia hubiese podido afrontar el pago de la matrícula anual (veinticinco pesetas) y de los desplazamientos diarios hasta la ciudad, más aún cuando en 1908 les tocó un premio de la lotería, que sus padres repartieron conforme sus hijos iban contrayendo matrimonio[4].

Pero vio frustrada su primera vocación y su vida siguió el curso habitual entonces de tantas otras jóvenes aún solteras. Primero, se formó durante dos años en un taller de costura y, en 1913, reemplazó a su hermana Teresa como criada en la casa del matrimonio formado por Andrés González de Durana y Marta Aguirre, en La Arboleda. Aquella familia, que tenía cuatro hijos, vivía en un edificio de tres plantas de su propiedad que aún existe. En la baja, estaba el café Durana; en el primer piso, había un espacio reservado para atender las consumiciones de los jefes y los capataces de las minas, así como algunas habitaciones de alquiler, mientras que en la segunda planta vivía la familia. En el piso bajo cubierta tenían otras habitaciones para el alquiler de arriendo y las estancias para el personal. Allí, atendía a los clientes del café y se ocupaba de las tareas domésticas[5].

Fue también una joven de hondas creencias católicas, imbuida de una fe religiosa que le transmitieron tanto en su hogar como en la escuela. Hasta que contrajo matrimonio, asistía a misa cada domingo y día festivo y, en su adolescencia, perteneció al Apostolado de la Oración, una institución piadosa promovida por los jesuitas a mediados del siglo XIX en Francia[6]. «Rezaba mucho. En las procesiones del pueblo llevaba un gran escapulario con un Corazón de Jesús en el pecho y una cruz en la espalda. Me confesaba todos los sábados»[7].

Al mismo tiempo, creció en un medio social donde la combatividad sindical y la conciencia de clase se respiraban permanentemente. La prensa obrera, las canciones proletarias, los estandartes rojos de las agrupaciones de trabajadores son imágenes que poblaron sus recuerdos de la infancia. Las grandes huelgas de 1903 o de 1906, por la inflexibilidad de los patrones incluso a reconocer la legitimidad de las organizaciones de los mineros, el despliegue del Ejército, la represión de la Guardia Civil, el repudio a los esquiroles, la conmemoración del Primero de Mayo o el recuerdo de la Comuna de París, tan importante para aquella generación de luchadores, fueron hechos y sucesos que vio con sus ojos de niña y que ayudaron a moldear su alma rebelde.

Hilar, parir y llorar

A este mundo se aproximó definitivamente a partir de su enlace, el 19 de febrero de 1916, con un combativo minero socialista, Julián Ruiz Gabiña (Muskiz, 1890), a quien conoció en el café Durana. En El único camino, en cuyas páginas no nombra a su marido, relató su matrimonio con una profunda amargura, en un tiempo en el que la mujer casada era, según el término que ella empleó, «una esclava». Prevalecía todavía el paradigma del «ángel del hogar» descrito por María Pilar Sinués en 1859, de la mujer dedicada a la reproducción y el cuidado de los hijos, recluida en el ámbito privado y de profunda y ejemplar devoción católica. En aquellos años, en las sociedades más industrializadas de Europa el matrimonio significaba para la mayor parte de las mujeres abandonar el trabajo asalariado y dedicarse al cuidado de la casa[8].

Su activismo empezó con la preparación de la huelga general de agosto de 1917, convocada por el PSOE y la Unión General de Trabajadores (UGT), con apoyo en algunos territorios de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), anarquista, en un contexto nacional de crisis militar y política (en el caso de Vizcaya con las consecuencias añadidas del inicio del ocaso de la minería), que se saldó con la movilización del Ejército, la declaración de la ley marcial por parte del Gobierno y una represión feroz. En diciembre de aquel año, ingresó en la Agrupación Socialista de Somorrostro, de la Federación Vasco Navarra del PSOE, como señaló en el texto autobiográfico que escribió en Moscú el 17 de diciembre de 1933[9], aunque muchos años después, en algunas ocasiones, lo desconoció[10]. Se alejó también, para siempre, de la fe católica, si bien le quedó un poso que penetraría en su discurso público como dirigente comunista y en sus expresiones coloquiales en forma de símiles, giros, metáforas…

Inicialmente se hospedaron en una casa alquilada en La Arboleda, donde en diciembre de aquel año nació su primera hija, Esther, quien murió en 1919. Posteriormente, se trasladaron a una que el propio Ruiz construyó en Campomato, en el barrio de La Cuadra, cerca de Muskiz, «un lugar horrible en la montaña»[11]. Y más tarde a la modesta casa que arrendaron en el barrio de Villanueva de esta localidad, donde viviría hasta su partida a Madrid en septiembre de 1931.

Tras su matrimonio, pasó a vivir casi en exclusiva del salario de un minero muy comprometido política y sindicalmente, por tanto, constantemente expuesto a represalias en el trabajo y a la represión en las huelgas, una situación que aceleró su toma de conciencia política. Como explicó en 1976 en Roma: «Había sido católica, pero cuando tengo que enfrentarme con la vida y busco dónde está la causa de nuestra miseria, entonces digo: hay que luchar, hay que luchar contra una sociedad en la que, por un lado, existe una minoría que se aprovecha del trabajo de los demás y, mientras tanto, los demás tenemos que vivir en la miseria. Y aquí está el origen de mi rebeldía, la comprensión de la explotación de que éramos objeto, el desprecio hacia esa gente que nos explotaba y el sentimiento de que era necesario cambiar esa sociedad para hacer una sociedad más humana…»[12].

Y, como tantas veces señaló, quienes extraían el hierro en las minas a cielo abierto de Vizcaya no podían trabajar en los días de lluvia o nieve, es decir, durante una buena parte del año. Jamás pudo olvidar aquellas madrugadas en las que el martillo de la lluvia golpeaba su casa, anunciando una jornada sin salario, un nuevo día sin pan: «En Vizcaya llueve 160 días al año, 160 días al año que no se trabaja. […] Contad los domingos, contad los días de fiesta y descontad además los 160 días y entonces podréis calcular lo que significaba el salario de un minero. Mi marido ganaba 4 pesetas y ganaba 4 pesetas porque era barrenador, porque, en general, el salario de los mineros era de 3 pesetas o de 3,50. […] Entonces, descontando los domingos, días de fiesta y los 160 días de lluvia ¡imaginaos a qué quedaba reducido el salario de un minero!»[13].

Como ama de casa, como madre de Esther, de Rubén (desde 1920), de las trillizas Amagoya, Azucena y Amaya (1923) y de Eva (1928), tuvo que hacer «milagros permanentes para poder comer»[14]. En algo les ayudó una pequeña huerta donde cultivaba patatas y lechugas y criaba gallinas y algún cerdo[15]. Una vida precaria a la que tampoco contribuían determinadas costumbres de la época: «A los hombres les gustaba ir a la taberna ¿no? Independientemente de que el salario fuera corto o pequeño, o como fuese. Las mujeres tenían que quedarse en casa con los hijos, con la miseria y con todo lo que había en la casa y el hombre iba a la taberna tranquilamente. ¡Las broncas eran épicas! Porque bregar allá con aquellos chicos y el marido tranquilamente en la taberna… Muy bonito tener hijos. ¿Para qué? ¿Para que los cuide la mujer, no?»[16].

En la fundación del PCE

En 1918, cuando tenía 22 años y su vida cotidiana consistía en el cuidado de la pequeña Esther y el trabajo doméstico, Dolores Ibárruri rompió otro molde en la condición de la mujer de la época al iniciar su labor como colaboradora en la prensa obrera gracias al buen manejo de la escritura adquirido en la escuela y a su devoción por la lectura, entonces volcada en la literatura social y las obras marxistas que obtenía en la Casa del Pueblo. Hasta 1920 publicó en los periódicos socialistas El Minero Vizcaíno y La lucha de clases, según consignó en los escritos autobiográficos que en los años 30 preparó para la Internacional Comunista. Posteriormente, tras la fundación del PCE, colaboró en su periódico regional, La Bandera Roja[17], y más adelante en el primer órgano de expresión de su Comité Central: La Antorcha.

Para firmar el primero de sus artículos adoptó el seudónimo con el que inscribiría su nombre en la Historia: Pasionaria. Lo tituló «La hipocresía religiosa» y apareció en los días de la Semana Santa de 1918 en El Minero Vizcaíno, el periódico del Sindicato Minero de Vizcaya (adscrito a la UGT), del que no se han conservado ejemplares. Probablemente, decidió recurrir a un seudónimo, que pronto se hizo conocido en los medios obreros vizcaínos, para no enfriar más la relación con sus padres y la mayoría de sus hermanos. Y, curiosamente, a pesar del contenido del texto, lo eligió inspirada en las significativas fechas en que esas líneas vieron la luz: la Semana de Pasión de Jesucristo en el calvario y la cruz[18].

Tanto Julián Ruiz como ella y sus compañeros de la agrupación socialista de Somorrostro dieron la batalla para que el PSOE se incorporara a la Internacional Comunista (fundada en marzo de 1919) y, a lo largo de tres años, desde la cohesión de los primeros núcleos socialistas partidarios de la Komintern hasta el I Congreso del PCE, en marzo de 1922, trabajaron por construir una fuerza política realmente identificada con la experiencia bolchevique y que estuviera dispuesta a replicarla.

Dolores Ibárruri participó en el proceso de fundación del Partido Comunista de España desde la cuenca minera vizcaína, sin ningún protagonismo más allá de este territorio, aunque la propaganda del PCE en los años 40 y 50 la presentara como una de las artífices de su creación. Fue parte de la primera generación de militantes comunistas, aquella que, deslumbrada por el triunfo de la Revolución rusa, rompió con la socialdemocracia y se volcó en la construcción de un partido revolucionario.

Entre diciembre de 1919 y abril de 1921, el PSOE dedicó tres congresos extraordinarios a debatir sobre aquella encrucijada decisiva. En el celebrado en diciembre de 1919 se aprobó que, si las dos internacionales de matriz marxista no se fusionaban, ingresarían en la comunista. Precisamente, en aquellas semanas llegaron a España desde México los dos primeros delegados de la Internacional Comunista, el ruso Mijaíl Gruzenberg y un ciudadano estadounidense, Charles Phillips, quienes utilizaban los nombres clandestinos de Borodin y Jesús Ramírez respectivamente. Este último viajó en marzo de 1920 a Bilbao, donde se entrevistó con varios militantes socialistas y de la UGT, entre ellos Leandro Carro y, en la cuenca minera, Dolores Ibárruri[19].

Unas semanas después, el 15 de abril, el núcleo dirigente del Comité Nacional de las Juventudes Socialistas anunció su transformación en el Partido Comunista Español, al que la agrupación socialista de Somorrostro se adhirió transformándose en agrupación comunista[20].

A pesar de aquella escisión, el debate interno en el PSOE continuó en un nuevo Congreso extraordinario, celebrado entre el 19 y el 25 de junio, que aprobó la incorporación a la Tercera Internacional, aunque supeditada a tres condiciones: la autonomía para elaborar su estrategia política, la opción de revisar en sus congresos los acuerdos adoptados en Moscú y la apuesta por la unidad del movimiento obrero internacional de filiación marxista, participando en los congresos supranacionales que pudieran convocarse con tal finalidad.

Mientras tanto, en el XVIII Congreso del socialismo galo, que empezó en Tours el 30 de diciembre de aquel año, dos tercios de los delegados aprobaron la incorporación a la IC. El Partido Comunista nacía en Francia con más de cien mil militantes y su periódico, L’Humanité, tenía una tirada de 200.000 ejemplares; la minoría mantuvo la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO).

Finalmente, el Congreso extraordinario del Partido Socialista celebrado entre el 9 y el 14 de abril en el teatro de la Casa del Pueblo de Madrid decidió, por 8.808 votos contra 6.025, rechazar las veintiuna condiciones de la IC. Los dirigentes partidarios de la Komintern se dirigieron hacia la Escuela Nueva, donde proclamaron la constitución del Partido Comunista Obrero Español (PCOE)[21], que el 14 de noviembre de 1921 se fusionó con el Partido Comunista Español y dio origen al «Partido Comunista de España (sección española de la Internacional Comunista)», que en su origen sumaba unos cinco mil militantes y cerca de ochenta agrupaciones, con Vizcaya y Asturias como baluartes principales[22]. Dolores Ibárruri y Julián Ruiz formaron parte de la dirección del PCE en la zona minera desde su constitución[23].

En el origen del comunismo español confluyeron dos vectores. La irradiación del modelo revolucionario soviético y la acción de los enviados de la Komintern operaron sobre un terreno previamente abonado por la acción de cuadros socialistas y, como ha puntualizado Puigsech Farràs, por «la tradición organizativa y combativa del movimiento obrero español» y la conflictividad social producto del elevado grado de explotación de la clase obrera y del campesinado[24]. No obstante, el PCE tenía ante sí el desafío de abrirse un espacio propio en el seno del movimiento obrero, entre un anarcosindicalismo muy arraigado entre los sectores más radicalizados y un socialismo organizado a escala nacional y con notable implantación en diferentes regiones.

En Vizcaya el PCE ejerció inicialmente una influencia real en el movimiento obrero, aunque no logró arrebatar la hegemonía al socialismo, a pesar de que entre sus fundadores había dirigentes de tanto prestigio como Facundo Perezagua. Los comunistas controlaban la dirección del Sindicato Minero de Vizcaya y la mayor parte de las Casas del Pueblo de la cuenca minera, además de la de Bilbao, pero en la disputa permanente con los socialistas perdieron posiciones rápidamente.

En las elecciones legislativas celebradas el 24 de abril de 1923 el PSOE eligió siete diputados: Pablo Iglesias, Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, Andrés Saborit y Manuel Cordero por Madrid; Manuel Llaneza por Asturias e Indalecio Prieto por Bilbao. El PCE presentó por la capital a su secretario general, Antonio García Quejido, a Isidoro Acevedo, Óscar Pérez Solís, Ramón Lamoneda, Manuel Núñez de Arenas y José M. Viñuela; ninguno de ellos superó los 2.500 votos y tampoco quienes concurrieron en sus candidaturas por Vizcaya y Asturias[25].

El 13 de julio de aquel año, Dolores Ibárruri alumbró a sus trillizas, Amaya, Amagoya y Azucena, en una situación muy complicada, ya que Julián Ruiz estaba involucrado en una huelga general y, por tanto, carecían de ingresos; también habían agotado los pocos ahorros de que disponían. Los únicos alimentos que tenían para el pequeño Rubén, de tres años y medio, y para ellos eran patatas y pan, que el panadero les entregaba a crédito. «En huelga y sin un céntimo en casa. Eso le dirá cuáles fueron las condiciones en que nacieron mis chiquillas. Comí porque una vecina me regaló una gallina, otra me trajo unos huevos […] Otra me traía leche todos los días»[26]. Amagoya murió al poco tiempo de nacer, dos años después falleció Azucena y en 1928 también Eva, con solo dos meses de vida. Como evocó su hija Amaya en sus memorias, jamás olvidó a aquellas cuatro niñas que dejó enterradas en el cementerio de Muskiz.

De la dictadura a la II República

En 1917, el sistema político de la Restauración demostró su incapacidad de reforma y de democratización. En los años siguientes, la crisis económica y las movilizaciones obreras empujaron a la burguesía, principalmente en Cataluña, a apostar por un Estado autoritario, y la guerra colonial en África, con el emblemático desastre de Annual en el verano de 1921, puso en aprietos a Alfonso XIII, quien apoyó el pronunciamiento del general Miguel Primo de Rivera del 13 de septiembre de 1923. A partir de entonces, la represión contra el PCE y la CNT se endureció, mientras los socialistas adoptaron una posición tibia ante la dictadura, de aceptación pasiva e incluso posteriormente de colaboracionismo, a fin de preservar la legalidad de sus organizaciones.

En abril de 1925, la Internacional Comunista designó a un nuevo núcleo dirigente, encabezado por José Bullejos, que acometió la «bolchevización» del PCE (endurecimiento del centralismo democrático, organización en células, expulsión de los elementos considerados «reformistas»), y en aquel contexto de clandestinidad y persecución política su sectarismo y su maximalismo se acentuaron.

En 1927, se produjeron dos hechos especialmente relevantes. Por una parte, el ingreso en el PCE de un conjunto destacado de miembros de la CNT en Sevilla, entre los que se contaban José Díaz, Antonio Mije, Manuel Delicado, Saturnino Barneto y Manuel Adame, con influencia real entre el proletariado local ya que dirigían los sindicatos de los obreros portuarios, de transportes, de artes blancas, metalúrgicos, aceituneras…[27]. Por otra, a principios de octubre, como respuesta a la inauguración de la Asamblea Nacional Consultiva de la dictadura, el PCE respondió con una campaña de propaganda y en Vizcaya con la declaración de una huelga general de veinticuatro horas, en la que Dolores Ibárruri participó activamente.

Fue también en 1927 cuando se convirtió en redactora estable de La Antorcha en sustitución de Adolfo Bueso[28], un hecho que empezó a otorgarle cierta proyección nacional dentro del PCE. Al año siguiente, fue elegida, junto con Leandro Carro, delegada de la Federación Vasco Navarra para el III Congreso de su partido, que se celebraría en París. Sin embargo, y tal como relató con detalle en sus memorias, la vigilancia policial desplegada en la frontera les impidió cruzar a Francia clandestinamente, en el que debió haber sido su primer viaje al extranjero.

El 28 de enero de 1930, Primo de Rivera renunció al poder, tras perder el apoyo del monarca y de una parte del ejército, y Alfonso XIII confió la jefatura del Gobierno al general Dámaso Berenguer, quien restableció parcialmente las libertades, amnistió a los presos políticos y proclamó su intención de convocar elecciones legislativas.

A principios del mes de marzo, el Partido Comunista celebró en Bilbao, en la más estricta clandestinidad, una Conferencia Nacional, conocida como la «Conferencia de Pamplona», en la que Dolores Ibárruri fue incorporada al Comité Central[29]. Aislado políticamente y debilitado aún más por la expulsión de la mayor parte de los dirigentes y cuadros políticos de su Federación Catalano-Balear, quedó al margen del Pacto de San Sebastián, suscrito el 17 de agosto por casi todas las fuerzas republicanas y al que el PSOE y la UGT se unieron en octubre. «Después de diez años el partido es por así decirlo inexistente en cuanto factor político», informó Jules Humbert-Droz, enviado de la Komintern, desde Barcelona a fines de 1930[30].

En las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, Muskiz fue una de las pocas localidades donde los comunistas tuvieron algo que celebrar, ya que Julián Ruiz fue elegido concejal. En el marco de aquella campaña electoral, Dolores Ibárruri intervino por primera vez como oradora en los actos del Partido Comunista, aunque con cierta resistencia de su parte. La victoria de las candidaturas republicanas y socialistas en cuarenta y una de las cincuenta capitales de provincia alumbró la Segunda República Española, aclamada en manifestaciones masivas por todo el país el 14 de abril. También en la plaza del Ayuntamiento de Muskiz, adonde Dolores Ibárruri llegó con sus hijos, Rubén y Amaya, para compartir con sus vecinos, entre consignas, canciones y bailes, la felicidad por la caída de la monarquía. La dirección del PCE manifestó que lucharía «tan activamente» contra la República como lo había hecho contra el régimen anterior para proponerse como meta la «proclamación de la República de los Consejos de Obreros, Soldados y Campesinos»[31].

En la primavera de 1931, después de ocho años de represión, cárcel y exilio de sus principales dirigentes, el Partido Comunista recuperó la legalidad en condiciones muy difíciles, con unos ochocientos militantes[32] y una influencia en el movimiento obrero limitada a Sevilla, Vizcaya y Asturias[33]. Por si fuera poco, el protagonismo del Partido Socialista en aquellos momentos decisivos, y la hegemonía de la UGT y de la CNT en el movimiento obrero, trazaban un horizonte complicado, al menos a corto plazo. Así lo demostraron las elecciones a Cortes Constituyentes celebradas el 28 de junio, en las que el PCE apenas obtuvo unos sesenta mil votos[34].

Ángeles Montesinos (por Sevilla capital), Encarnación Fuyola (por Madrid capital) y Dolores Ibárruri fueron las tres únicas candidatas entre los sesenta y ocho presentados por el PCE, en la primera elección en la que las mujeres pudieron ser elegidas[35]. Pasionaria, quien participó en varios mítines en Vizcaya,concurrió también por otras circunscripciones, como Barcelona capital (logró 185 votos) o Bilbao (4.065 votos por los 32.982 de Indalecio Prieto)[36]