El universo de Dickens - Mariano Fazio Fernández  - E-Book

El universo de Dickens E-Book

Mariano Fazio Fernández

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Beschreibung

Hay quien subraya la capacidad de Dickens para hacernos sonreír, o su habilidad para transmitir ternura. La variedad y profundidad de sus personajes, y su estilo propio, llegan al corazón y despiertan la conciencia haciéndola más sensible ante la injusticia y la hipocresía, y regalando un humor sano que aleja toda angustia y obsesión. Dickens denuncia la sociedad de su tiempo, herida por la ausencia de caridad y amor. Sus obras siguen ofreciendo hoy una gran lección de humanidad, donde cada personaje tiene siempre algo que enseñarnos.

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MARIANO FAZIO

EL UNIVERSO DE DICKENS

Una lección de humanidad

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2015 by MARIANO FAZIO

© 2015 by EDICIONES RIALP, S. A.

Colombia, 63. 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4593-3

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

HACE BASTANTES AÑOS...

INTRODUCCIÓN. «TODO CUANTO TENGA FORMA HUMANA»

1. UNA PUERTA AL MUNDO DE DICKENS. LA HISTORIA DE DANIEL GRUB

2. NANCY

3. NICHOLAS NICKLEBY

4. LA PEQUEÑA NELL

5. BARNABY RUDGE

7. EBENEZER SCROOGE

8. MARK TAPLEY

9. MARIANA JEDDLER

10. PAUL DOMBEY

11. EL PROFESOR REDLAW

12. DAVID COPPERFIELD

13. ESTHER SUMMERSON

14. THOMAS GRADGRIND

15. LA OFICINA DE LOS CIRCUNLOQUIOS

16. SIDNEY CARTON

17. JOE GARGERY

18. NUESTRO AMIGO COMÚN

CONCLUSIÓN

MARIANO FAZIO

Hace bastantes años, mientras vivía en Roma, vinieron mis padres a visitarme. Recuerdo como si fuera hoy un paseo agradabilísimo que hicimos por Villa Borghese. Habíamos entrado en la Villa Medici, sede de la Academia de Francia, para visitar una exposición de pintura. Después, bajamos las escalinatas de Trinità dei Monti que terminan en Piazza di Spagna. Era un atardecer romano de aquellos que sacan tonalidades insospechadas a las casas color ocre de la ciudad eterna. Bajando por las gradas, a la izquierda, se levanta la casa donde habitaron los poetas Shelley y Keats. Comenté a mi padre mi admiración por la literatura inglesa y, en particular, por Charles Dickens. Le confié un proyecto literario: «Dentro de unos años —le dije— me gustaría escribir un libro sobre Dickens». Pasó mucho tiempo, en el que sucedieron muchas cosas. Entre otras, el «cambio de casa» de mi padre. Con la esperanza que me da la fe, confío en que también él podrá leer este libro —que escribí con fruición, pues me obligó a releer todas las obras de Dickens y volver a viajar por su mundo literario— en la alegre compañía del prolífico padre de Oliver Twist, David Copperfield y cientos de personajes tan cercanos a nuestra común humanidad.

Buenos Aires-Jonacatepec-Roma, 2015

INTRODUCCIÓN

«TODO CUANTO TENGA FORMA HUMANA»

¿Vale la pena comenzar un libro sobre Dickens refiriéndose a su biografía? La respuesta es un rotundo sí. Algunos alegarán que la vida de este novelista inglés es muy conocida. Sinceramente, lo dudo. La abundancia de información y la ausencia de conocimiento hacen que hoy casi nada sea suficientemente conocido, por lo menos para las nuevas generaciones, a las que sobre todo quisiera dirigirme. Y si alguien ya conoce su vida, ahora tendrá la oportunidad de refrescar su memoria. No se preocupen: seré breve.

Charles Dickens nació en Portsmouth el 7 de febrero de 1812, hijo de John, un funcionario menor de la Pagaduría de la Armada, y de Elizabeth Barrow. Por motivos profesionales y económicos, la familia se traslada a Londres y a Kent. Su infancia transcurre fundamentalmente en los barrios londinenses, en medio de las urgencias económicas de su padre, que será incluso recluido en Marshalsea, la cárcel para deudores, inmortalizada en su obra La pequeña Dorritt. Su mismo padre quedará reflejado en el Mr. Micawber de David Copperfield: un hombre bueno pero insolvente y fantasioso. Para ayudar al sostenimiento de la familia, Charles se verá obligado a trabajar en Warren’s Boot-Blacking Factory, una fábrica de betún para calzado. Esta experiencia dura de su infancia también se describirá en sus obras, en particular en Oliver Twist, en el ya citado David Copperfield, y en Grandes esperanzas. Nunca olvidará que su madre le hizo continuar trabajando en la fábrica por unos meses más, cuando ya no tenían necesidad porque habían conseguido una ayuda económica por medio de una herencia.

Tuvo poca educación formal, aunque desde niño fue un lector incansable. Pasó por distintos trabajos, primero en estudios jurídicos y después como redactor de la crónica del Parlamento para algunos periódicos, razón por la cual estudió taquigrafía. Su variopinta experiencia laboral le hizo entrar en contacto con distintos ámbitos sociales —los tribunales, la prensa, la burocracia estatal, la política— que serán objeto de críticas implacables en sus obras. Basta leer los capítulos que dedica a «la oficina de los circunloquios»; en La pequeña Dorritt, donde es imposible llevar a buen puerto ningún trámite; o el interminable y casi eterno juicio «Jardnyce contra Jardnyce», núcleo de la novela Casa desolada, o la manipulación política de la prensa en las luchas partidistas de pueblo, en Los papeles póstumos del club Pickwick. En todos estos casos, el autor demuestra un conocimiento cercano a esas realidades, y entra en sintonía con el lector, harto de ser maltratado en oficinas públicas, tribunales, o de ser manipulado por la prensa. Dickens, con esas críticas, se gana fácilmente a su público.

En este período se enamora de Maria Beadnell, pero la oposición de la familia de la chica impide que el noviazgo tenga buen fin. También Maria aparecerá retratada de forma poco caritativa en Flora, un personaje ridículo de La pequeña Dorritt. Dickens se la encontrará pasados los años, y la ve tan cambiada que la plasma en las páginas de esa novela como una mujer gorda que siempre recuerda con nostalgia su amor juvenil.

En diciembre de 1833 publicó, bajo el seudónimo de Boz, la primera de una serie de originales descripciones de la vida cotidiana de Londres enThe Monthly Magazine, y más adelante reunió sus esbozos en forma de libro bajo el título Los apuntes de Boz(1836). El libro tuvo éxito, lo que le permitió casarse con Catherine Hogarth. El matrimonio Dickens procreó diez hijos. El novelista tuvo más sintonía con sus cuñadas Mary y Georgina que con su mujer. La muerte prematura de Mary, en 1837, le impactó mucho, y plasmó ese dolor en la descripción de la muerte de Nell, en La tienda de antigüedades.

Charles fue ganando fama literaria, y en particular obtuvo gran popularidad con Los papeles póstumos del club Pickwick. Además de sus méritos intrínsecos, su escrito fue muy popular porque se vendía en un formato económico en entregas mensuales. La mayoría de las novelas de Dickens fueron escritas y publicadas por entregas, y en algunos casos el país entero estaba a la espera del siguiente número para ver cómo proseguía la historia. Las novelas largas de Dickens fueron un precedente de lo que hoy son las series televisivas. Si bien la forma de entregas mensuales tenía sus ventajas, impuso a Dickens un ritmo de trabajo bastante frenético, que en ocasiones le produjo crisis nerviosas y rarezas de carácter, aunque por lo general era una persona afectuosa y amable.

Dickens viajó por Europa, residió por períodos en Francia, Italia y Suiza, y fue dos veces a Estados Unidos. La primera impresión de la pujante realidad norteamericana fue muy negativa. Por otro lado, estaba indignado porque allí no se respetaban los derechos de autor, y había ediciones piratas de sus obras por todo el extenso territorio de la Unión. En su novela Martin Chuzzlewit estigmatiza lo que él consideraba costumbres rudas del interior de los Estados Unidos y la vana complacencia de sus habitantes, convencidos de vivir en la tierra de la libertad. El segundo viaje fue un éxito total. Realizó lecturas públicas de sus obras. Los teatros se llenaban y dejaron un buen beneficio económico al escritor.

En 1858 se separa de su mujer, bastante inestable psicológicamente, y se siente atraído por una actriz, Elizabeth Ternan, con quien mantendrá una relación sentimental. Muchos coinciden en que estos hechos le cambiaron el carácter a Dickens, antes siempre jovial y ahora un poco más hosco, como si le pesara no haber tenido la fuerza suficiente para superar las dificultades con su mujer. Llama la atención que le sucediera a él, que había escrito tantas páginas hermosas sobre la familia, y que había tenido nada menos que diez hijos con su esposa Catherine durante más de veinte años de convivencia. En 1865, y en compañía de Elizabeth, salva milagrosamente su vida en un accidente de tren que causó sensación en su época. Dickens puso todos los medios para auxiliar a los heridos y consolar a los moribundos.

Siempre estuvo rodeado del cariño de sus hijos, aunque algunos fallecieron en vida de Dickens. Después de la separación, su cuñada Georgina se hizo cargo de la casa.

El último año de vida de Dickens fue muy intenso. Le tomó el gusto a las lecturas públicas de sus textos. Los espectadores quedaban imantados por los cambios de voz y de gestos que hacía el autor al leer los distintos parlamentos de sus personajes. Pero el ritmo de las lecturas lo agotó. Murió el 9 de junio de 1870, en su casa de Gad’s Hill, y fue enterrado nada menos que en el rincón de los poetas de la Abadía de Westminster, en medio del afecto de multitudes.

***

Son muchas las novelas de Dickens que podemos denominar clásicas, y cada uno de sus lectores tiene sus favoritas. Entre ellas hay que mencionar Los papeles póstumos del club Pickwick (1836-1837), Oliver Twist(1837-1839),Nicholas Nickleby (1838-1839), La tienda de antigüedades(1840-1841),Barnaby Rudge (1841),Martin Chuzzlewit(1843-1844),Dombey e hijo(1846-1848),David Copperfield (1849-1850),Casa desolada(1852-1853),Tiempos difíciles(1854), La pequeña Dorritt (1855-1857),Historia de dos ciudades (1859), Grandes esperanzas(1860-1861), Nuestro amigo común(1864-1865) yEl misterio de Edwin Drood, que quedó incompleta a causa de la muerte del escritor.

Sus cuentos de Navidad, que solía escribir todos los años para las fiestas, forman parte del imaginario colectivo occidental. También publicó artículos sobre actualidad, donde despliega su vena de reformador social, tanto en publicaciones periódicas dirigidas por él como en los grandes diarios londinenses.

Sus crónicas de viajes demuestran la verdad contenida en una idea de Chesterton: el inglés, cuando viaja al extranjero, en realidad nunca sale de Inglaterra. Las Notas sobre Estados Unidos (1842) y sus Impresiones italianas (1846) son divertidas: al lector se le escapa una sonrisa al comprobar que Dickens juzga toda cultura desde los ojos de un inglés victoriano, no carente de prejuicios.

* * *

Dickens gozó de gran popularidad durante su vida, y sus libros llegaron a vender centenares de miles de ejemplares. Después de su muerte su fama persistió, y aun hoy en día sigue siendo muy leído. Las sucesivas generaciones tienen diferentes gustos y sensibilidades. El estilo dickensiano a veces es exaltado y otras denigrado: hay quienes subrayan la capacidad de los textos de Dickens para hacer sonreír a quien los lee, pero quizá esos mismos lectores detestan sus largas descripciones de paisajes y ambientes; unos aprecian su don de transmitir ternura, mientras que otros lo acusan de sentimentalismo; la mayoría de sus lectores se asombra de la innumerable galería de personajes que nos dejó, pero le acusan de una cierta fijación en sus caracteres. Lo cierto es que Dickens tiene un estilo propio, y que habitualmente sabe llegar al corazón del lector, provocando sentimientos de compasión y ternura hacia la miseria ajena, de ira contra la injusticia y la hipocresía, y las más de las veces de humor sano que hace que tomemos un poco de distancia de los problemas que nos angustian y obsesionan. Los libros de Dickens son una buena terapia para las personas que se toman las cosas demasiado en serio y que no saben reírse de sí mismos.

* * *

Si bien la trama de algunas obras se desarrolla fuera de Londres, no hay duda de que Dickens es el escritor por excelencia de la gran ciudad victoriana, que presentaba todas las contradicciones de una sociedad en pleno proceso de industrialización, con sus consecuentes tensiones sociales. Nuestro autor advierte que en Londres hay muchos mundos incomunicados, y quiere despertar las conciencias presentando las lacras de una sociedad que va perdiendo las virtudes cristianas de la caridad y el amor al prójimo. Londres es un gran mundo que engloba pequeños mundos donde el dolor, la alegría, la esperanza, la desesperación, la vida y la muerte se entremezclan. Dickens, en una obra temprana, nos hace ver Londres desde el reloj del Temple. Vale la pena transcribir este pasaje, que anticipa el ambiente donde se desarrollarán sus historias:

Es de noche. Sereno e inmóvil en medio de las escenas que la oscuridad favorece, el gran corazón de Londres palpita en su pecho de gigante. La riqueza y la miseria, el vicio y la virtud, la culpa y la inocencia, la abundancia y el hambre más horrible, todos se pisotean y se agolpan para agruparse en torno de él. Trazad un pequeño círculo tan solo sobre los tejados arracimados de las casas y, dentro de ese espacio, lo tendréis todo; y a su lado, el extremo contrario y la contradicción. Allí donde brilla una débil luz, un hombre acaba de morir. El cirio, que está a unos pasos de distancia, lo contemplan ojos que hace solo un instante abriéronse al mundo. Hay dos casas apenas separadas por un muro de una o dos pulgadas. En una, viven espíritus tranquilos; en la otra, una conciencia en vigilia que hasta el aire mismo turbaría. En aquel rincón cercano donde los tejados se agachan y se acurrucan como para ocultar sus secretos a la hermosa calle próxima, hay crímenes tan negros, miserias y horrores que apenas si podrían decirse en voz baja. En la espaciosa calle hay gentes dormidas que han vivido allí toda su vida, sin darse cuenta de todas estas cosas, como si no hubieran existido jamás o se alejaran a los más remotos confines del mundo; seres que si alguien les insinuara su existencia sacudirían la cabeza con suficiencia, fruncirían el ceño y dirían que esas cosas eran imposibles y fuera del orden de la Naturaleza, ¡como si no sucediera lo mismo en todas las grandes ciudades! Este corazón de Londres, al que nadie mueve, detiene ni acelera, que continúa siempre igual, hágase cuanto se haga, ¿no expresa perfectamente el carácter de la ciudad?

Hasta aquí, la descripción nocturna. Mundos desconocidos e ignorados. Pero sigamos con el Londres de Dickens. Ya terminó la noche:

Ha comenzado a apuntar el día y pronto se escucha un zumbido y un rumor de vida. Los que pasaron la noche en los umbrales y sobre las frías losas, se alejan arrastrándose a pedir limosna; los que durmieron en sus lechos se dirigen a sus quehaceres y comienzan la tarea. La niebla del sueño se esfuma lentamente y Londres brilla en su despertar. Se llenan las calles de carruajes y de gentes alegremente vestidas. También las cárceles están llenas hasta los topes y no es mucho el espacio que queda en los hospicios y hospitales. Los tribunales de justicia están repletos. A esta hora las tabernas tienen ya sus clientes fijos y cada mercado cuenta con su muchedumbre. Cada uno de estos lugares es un mundo que posee sus habitantes propios, distinto uno de otro y casi ignorante de la existencia del ajeno. Son pocas las personas bien acomodadas que recuerdan haber oído decir que hay multitud de hombres y mujeres (millares, les parece) que se levantan todos los días en Londres sin saber dónde reposarán la cabeza por la noche, y que hay barrios en la ciudad donde reinan siempre la miseria y el hambre. No lo creen del todo; será verdad que haya algunos, pero desde luego es exagerado. Así prosigue su marcha cada uno de estos miles de mundos, fijos en sí, hasta que llega de nuevo la noche, primero con sus luces y sus placeres, con sus calles alegres; después, con sus delitos y su oscuridad.

¡Corazón de Londres, cada latido tuyo tiene una moral! Al contemplar tu indomable trabajo, en el que no influirá ni un ápice la muerte, ni el ansia de vida, ni el dolor, ni la alegría exterior, me parece oír una voz dentro de ti que penetra en mi corazón, que me ordena, mientras me abro paso entre la muchedumbre, que piense en el mísero desgraciado que pasa junto a mí, y puesto que soy hombre no me aparte con desprecio y orgullo de nada cuanto tenga forma humana.

* * *

Este Londres de mediados del siglo XIX, ¿no es acaso parecido al Nueva York, Madrid, Buenos Aires, Roma o Ciudad de México del siglo xxi? ¿No son estas megalópolis un conjunto de mundos incomunicados? Me atrevería a decir que muchas de las lacras que denuncia Dickens en este texto —aislamiento, indiferencia, individualismo— se han acentuado con el pasar del tiempo. Al releer esta descripción del Londres victoriano me vinieron a la mente unas palabras escritas casi doscientos años más tarde. Son del papa Francisco: «Aunque hay ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar, son muchísimos los “no ciudadanos”, los “ciudadanos a medias” o los “sobrantes urbanos”. La ciudad produce una suerte de permanente ambivalencia, porque, al mismo tiempo que ofrece a sus ciudadanos infinitas posibilidades, también aparecen numerosas dificultades para el pleno desarrollo de la vida de muchos. Esta contradicción provoca sufrimientos lacerantes […]. Al mismo tiempo, lo que podría ser un precioso espacio de encuentro y solidaridad, frecuentemente se convierte en el lugar de la huida y la desconfianza mutua. Las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para conectar e integrar[1]».

Nuestro novelista quiere superar estas enfermedades sociales, que tienen un origen antropológico: la poca conciencia que poseemos de la dignidad de toda persona humana, sin distinción de ningún tipo. Este interés de Dickens por «todo cuanto tenga forma humana» lo va mostrando en las miles de páginas que constituyen su obra. El libro que el lector tiene en sus manos presenta algunas historias y personajes que todavía hoy nos hablan sobre la dignidad de la persona humana —especialmente de los más pobres y olvidados—, y que nos dan claves antropológicas para llevar adelante vidas llenas de sentido.

La cosmovisión cristiana del autor es evidente. Estuve tentado de poner como título de este libro «El Evangelio según Dickens». Lo deseché porque me parecía demasiado solemne. Preferí el subtítulo más humilde, «Una lección de humanidad». En cualquier caso, el mensaje de Dickens no se puede entender fuera de una visión cristiana de la vida. No en vano, en una carta dirigida a un clérigo poco antes de morir, Dickens escribía: «En mis obras, siempre me he esforzado por poner de manifiesto la honda veneración que profeso por la vida y enseñanzas de Nuestro Salvador[2]».

A Dickens se le ha acusado a veces de moralismo pasado de moda. Es sin duda un moralista, lo que no significa necesariamente algo negativo. También este libro es algo moralista: al final de cada capítulo hay una breve reflexión. No sé si podrá servir a algún atento lector. Por lo menos a mí me ha venido bien tratar de «aplicarme el cuento» de las historias o personajes dickensianos. En un mundo donde tantas veces prevalecen la violencia, la fealdad, el interés egoísta, me parece que pueden ayudar algunas de las visiones «pasadas de moda» de Dickens, que llenan el ambiente de generosidad, pureza, capacidad de darse a los demás.

Los capítulos están ordenados cronológicamente, según el año de publicación del texto analizado. He elegido presentar algunos personajes de las catorce novelas largas de Dickens y de tres de sus cuentos de Navidad.

Entremos, pues, en el mundo dickensiano. Conoceremos a Mr. Scrooge y a Sidney Carton, a Esther Summerson y a la pequeña Nell. Quizá tengan algo que decirnos a los hombres y a las mujeres del siglo XXI, sedientos, como en el siglo XIX, de bien, de verdad, de belleza, de ternura.

[1]FRANCISCO, Evangelii gaudium, nn. 74-75.

[2] Citado por P. Ackroyd, Charles Dickens. El observador solitario, Edhasa, Barcelona 2011, p. 667.

1.

UNA PUERTA AL MUNDO DE DICKENS. LA HISTORIA DE DANIEL GRUB

«Novelista, en el sentido último y supremo de esta palabra, solo lo es el genio enciclopédico, artista universal que —fijémonos en la envergadura de la obra y en la muchedumbre de sus figuras— modela con sus manos todo un cosmos; que, al lado del mundo terrenal, levanta un mundo propio, con leyes propias de gravitación, con criaturas propias y un manto propio de estrellas tendido sobre sus frentes[1]». Así describe Stefan Zweig la característica principal del novelista, entre los que cuenta a Charles Dickens. Efectivamente, las páginas de Dickens nos meten en un mundo que vive de su imaginación, que tiene un ambiente propio, en el que habitualmente el lector entra para descansar, divertirse y enternecerse.

Hay muchas maneras de acceder a este mundo y de moverse en su interior. Aquí proponemos, para empezar este viaje, un texto primerizo del autor: La historia de los duendes que se llevaron a un enterrador, que ocupa el capítulo XXIX de Los papeles póstumos del Club Pickwick. No es que nos parezca una página sublime de su arte. La hemos escogido porque en ella ya están presentes algunos de los elementos que darán consistencia al mundo de Dickens, y que consideramos oportuno ofrecer al lector en este primer capítulo.

Daniel Grub es un enterrador que no se junta con nadie, y que en las fiestas de Navidad continúa con su trabajo, cavando fosas, amargado además al ver la alegría de las familias en esas fechas. Unos duendes lo atormentan mientras realiza su tarea. Después de hacerle sufrir en su cuerpo, los duendes ponen frente a sus ojos distintas escenas: la primera representa una habitación pobre pero limpia y arreglada, donde una madre espera con sus hijos la llegada del padre para celebrar la Navidad. Este llega y todos se alegran.

Pero casi imperceptiblemente, esta vista fue cambiando. La escena se trasladó a una pequeña alcoba, donde agonizaba el más lindo de los hijos; las rosas habían huido de sus mejillas, y la luz de sus ojos; y cuando el sepulturero miraba con un interés que nunca había sentido ni conocido, el niño murió. Sus hermanitos y hermanitas rodearon su cama, y estrecharon su manita, fría y pesada; pero se echaron atrás al tocarle, y miraron con respeto su carita; […] vieron que estaba muerto, y sabían que era un ángel que los miraba y los bendecía desde un claro y dichoso Cielo.

Poco después de estas imágenes, se produce un cambio de escena en la visión de Daniel Grub: