Kierkegaard - Mariano Fazio Fernández - E-Book

Kierkegaard E-Book

Mariano Fazio Fernández

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Beschreibung

En la Dinamarca del siglo XIX, Kierkegaard interpela a sus contemporáneos con preguntas de plena actualidad y de enorme atractivo para nuestra sociedad secularizada: ¿sigue existiendo el cristianismo? ¿Hay alguien que viva de un modo coherente su fe? La obra del filósofo danés es un bosque denso, y Fazio ofrece aquí una guía y un marco biográfico que ayude a acceder al corazón de su pensamiento. Este libro, publicado en italiano en 2000, ha sido revisado y mejorado por su autor en ediciones posteriores, hasta ver ahora la luz en su versión más definitiva.

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MARIANO FAZIO

KIERKEGAARD

Una introducción

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2023 byMariano Fazio

© 2023 by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6511-5

ISBN (edición digital): 978-84-321-6512-2

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6513-9

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Hay un camino por el que todos debemos pasar: el puente de los suspiros, que nos introduce en la eternidad.

[Diario I A 334]

Si yo prefiero el otoño a la primavera, es porque en otoño se mira al cielo, en primavera a la tierra.

[Diario II A 185]

ÍNDICE

Nota a la presente edición

Introducción

I. Una vida. una filosofía

El hombre a quien más debo

Una joven con la que he contraído la mayor deuda

Una forma de sufrimiento cercano a la locura

¡Ay!, ¡ay la prensa!

La cristiandad es un engaño

II. Hermenéutica de la obra de Kierkegaard

Una hermenéutica personal

La comunicación directa e indirecta

III. La categoría de Kierkegaard: el individuo

El individuo como categoría dialéctica antihegeliana

El individuo como síntesis

El individuo es mayor que la especie

IV. Los estadios existenciales

El estadio estético

El paso de la vida estética a la vida ética

La teleología intrínseca del individuo

Los deberes de la existencia ética

La suspensión teleológica de la ética

La verdad es la subjetividad

V. El verdadero cristiano

La enfermedad mortal

La desesperación de la no aceptación de sí mismo

La desesperación como ausencia de síntesis

Los grados de conciencia de la desesperación: de la ignorancia a la obstinación

La desesperación potenciada es el pecado

La contemporaneidad con Cristo

La invitación de Cristo

La posibilidad del escándalo

La condición

La imitación de Cristo

Cristianismo versus cristiandad

Epílogo

Bibliografía citada

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Epígrafe

Índice

Comenzar a leer

Bibliografía citada

Notas

NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN

En junio de 2018 pasé unas horas en Copenhague. Pude recorrer algunos lugares relacionados con Kierkegaard, y rezar ante su tumba. Fue una experiencia fuerte, que despertó en mí muchos recuerdos de largas horas dedicadas al estudio del pensador danés. En años anteriores había impartido cursos sobre distintos aspectos de su filosofía en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) y en la Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires. La reacción de los alumnos siempre fue entusiasta: no por el profesor, obviamente, sino por el autor estudiado. Un alumno me confió que algunos escritos de Kierkegaard le habían ayudado a mejorar en su vida espiritual. Dicho entusiasmo me llevó a publicar en su momento esta introducción al pensamiento de Kierkegaard. El viaje de 2018 y la amable insistencia de Santiago Herraiz, de Rialp, han disipado mis dudas sobre la oportunidad de salir nuevamente a la luz pública con un texto sobre el Sócrates del Norte.

Pero hay otra razón más fundamental: Kierkegaard plantea algunos problemas universales, que serán siempre actuales, y otros que son más coyunturales. Entre estos últimos, hay uno que, a pesar de referirse a la Dinamarca del siglo xix, cobra hoy una rabiosa vigencia: ¿Sigue existiendo el cristianismo? ¿Hay alguien que viva con coherencia su fe cristiana? La respuesta que da Kierkegaard para su entorno tiene un valor relativo a su época. Pero teniendo en cuenta el mundo secularizado en el que vivimos, ¿no siguen siendo válidas y urgentes las mismas preguntas? Pensamos que vale la pena un examen de conciencia sobre nuestra época, como sin duda Kierkegaard nos hubiera recomendado si viviera en los albores del tercer milenio. No nos vaya a pasar lo que cuenta uno de los textos más famosos de Kierkegaard, citado por Joseph Ratzinger en su Introducción al cristianismo:

Sucedió una vez en un teatro que se prendió fuego entre bastidores. El payaso acudió para avisar al público de lo que ocurría. Creyeron que se trataba de un chiste y aplaudieron; aquel lo repitió y ellos rieron aún con más fuerza. De igual modo pienso que el mundo se acabará con la carcajada general de amenos guasones creyendo que se trata de un chiste1.

La primera edición de esta obra es la italiana (Un sentiero nel bosco. Guida al pensiero di Kierkegaard, Armando, Roma 2000). Posteriormente fue publicada la traducción castellana (Educa, Buenos Aires 2007). Revisé el texto, releí a Kierkegaard y leí nuevos trabajos sobre él. En el ínterin, se han ido publicando ediciones muy cuidadas en español, con todas las garantías científicas, que he utilizado reemplazando traducciones mías desde el italiano. He procurado evitar datos demasiado eruditos y, en la medida de lo posible, hacerlo más accesible a los no iniciados en materia filosófica. Solo el lector podrá juzgar si lo he conseguido.

INTRODUCCIÓN

El reino de Dinamarca entra en el siglo xix envuelto en las guerras napoleónicas. La flota británica bombardea Copenhague en 1801, y volverá a hacerlo en 1807. El segundo ataque es devastador. En 1813, el Estado se declara en bancarrota. Al año siguiente Noruega —que estaba unida a la corona danesa— pasa a depender de Suecia, y Dinamarca se transforma en un pequeño país, que reducirá aún más su territorio cuando pierda los ducados de Schleswig-Holstein, al ser derrotada por las tropas prusianas en 1864. Reina la Casa de Oldemburgo. En la primera mitad del siglo se suceden tres reyes: Federico VI, Cristián VIII y Federico VII. La antigua monarquía absoluta se transforma en parlamentaria en 1848. La situación económica deja mucho que desear en las primeras décadas del siglo, y hay inestabilidad política. Sin embargo, la crisis territorial, política y económica coincide con la llamada “edad de oro” de la cultura danesa.

Entre 1800 y 1850 se suceden una serie de intelectuales —artistas, pensadores, literatos— que darán un tono brillante al debate público y al desarrollo de las ciencias y las artes. Henrik Steffens dicta un ciclo de conferencias sobre el romanticismo alemán, que marcará la época. El escultor Bertel Thorvaldsen alcanza cimas comparables a las de Canova en Italia, con sus esculturas que parecen salidas de la Antigüedad. Surge una escuela de pintura danesa, inspirada en los flamencos, cuyo fundador y maestro es Christoffer Eckersberg. Por su parte, el arquitecto Christian Frederik Hansen transforma la capital —semidestruida por las guerras—, en una ciudad elegante, levantando numerosos edificios públicos de limpio estilo neoclásico. La figura quizá más conocida de toda esta época la encontramos en el ámbito literario: la de Hans Christian Andersen, el gran creador de cuentos para niños y padre de La sirenita, cuya estatua es actualmente el principal landmark de Copenhague. Por su parte, Hans Christian Orsted sobresale en las ciencias, con sus descubrimientos en torno al electromagnetismo. La filosofía y la teología ofrece un puñado de nombres: Johan Ludwig Heiberg y Hans Lassen Martensen difundirán las ideas hegelianas, mientras se desarrolla un vivo debate entre diferentes teólogos luteranos. En este ambiente, nace, vive y muere Søren Kierkegaard, entre 1813 y 1855.

En el año de su nacimiento, la ciudad de Copenhague contaba con unos cien mil habitantes, luteranos en su inmensa mayoría. Søren había nacido en una casa muy céntrica, junto al ayuntamiento. Cambió de residencia innumerables veces. Soltero, compartía su casa con la servidumbre y con algún secretario. Pasaba mucho tiempo en su estudio, pensando, caminando, fumando su pipa y, sobre todo, escribiendo durante largas horas. Salía habitualmente a pasear por las calles de la ciudad, y todo el mundo lo reconocía, en parte también por su físico un poco deforme y su característica forma de vestir. Era muy afectuoso con sus sobrinos, y cultivó algunas amistades profundas, aunque su carácter irascible y susceptible convertía toda relación humana en fuente de un potencial conflicto. Su vida transcurrió prácticamente en Copenhague, con esporádicos viajes al interior de Dinamarca y algunas visitas a Berlín.

Frederika Bremer, una escritora sueca que visitó la capital danesa en 1849 y se entrevistó con los intelectuales más conocidos del momento —no con Kierkegaard, pues el filósofo no quiso recibirla— afirma que sobre él «la gente habla bien y mal, y también con extrañeza. Él, que escribe para “ese individuo en particular”, vive solo, es inaccesible y, en resumidas cuentas, resulta un completo desconocido para todos. Por el día, se le puede ver caminando entre la multitud, subiendo y bajando durante horas la calle más bulliciosa de Copenhague. Por la noche, según se dice, la luz brilla hasta muy tarde en su vivienda solitaria. Parece que este comportamiento no se debe tanto a su riqueza e independencia cuanto a su naturaleza enfermiza e irritable, que encuentra excusas para enojarse hasta con el sol cuando sus rayos no caen donde él desea»2.

Hoy no podríamos afirmar que Søren Kierkegaard es un desconocido para casi todos. Al escuchar su nombre, alguno recordará que era jorobado, y a otro le vendrá a la mente su historia de amor con Regina Olsen. Para los más cercanos al quehacer filosófico, Kierkegaard representa una de las críticas más radicales al sistema hegeliano, con su revaloración del singular como individuo dotado de dignidad, y con la función central de la fe para alcanzar el Absoluto. También es recordado por su polémica con la Iglesia luterana de Dinamarca. De Kierkegaard parten diversas corrientes filosóficas contemporáneas, como algunas manifestaciones del personalismo y del existencialismo. Su obra pasó casi inadvertida en su siglo, pero a partir del siglo xx asistimos a una auténtica Kierkegaard Renaissance.

La producción literaria de Søren Kierkegaard puede ser comparada con un denso bosque, en donde es muy fácil perder el sentido de la orientación. En un bosque se puede entrar por distintas partes. Podemos tomar un sendero que pensamos que nos llevará hasta el corazón mismo, pero inmediatamente después nos damos cuenta de que hay una infinidad de senderos que se entrecruzan, que se bifurcan, y que quizá, si tomamos uno, nos hará llegar antes y más cómodamente a la meta. A veces, lamentablemente, el sendero emprendido se demuestra el equivocado, y en vez de acercarnos nos aleja cada vez más del corazón del bosque.

Algo parecido sucede con el bosque literario de Kierkegaard. ¿El Kierkegaard que hace un elogio apasionado de la vida sensual en las páginas de In vino veritas, es el mismo que propone una vida de sufrimiento por la verdad como única manera de librarse de la desesperación, como propone en el Ejercitación del Cristianismo? El lector poco familiarizado con el pensador danés podría no reconocer el sentido de la obra kierkegaardiana si solo leyera el Diario de un seductor, o si se limitara a ojear Temor y temblor. Si queremos entrar en su bosque sin perder el rumbo, tenemos que consultar una guía, quizá un mapa, o al menos seguir las señales que indican el camino maestro.

El mismo Kierkegaard ha señalado, en cierto sentido, este camino. En su inmensa producción autobiográfica, el pensador danés ha dejado indicaciones muy precisas sobre cómo debemos acercarnos a su obra. En estas breves páginas hemos tratado de seguir lo más fielmente posible sus señales. El lector podrá darse cuenta de que hemos dejado de lado muchos temas, y que no todas sus obras son analizadas en este libro. Estas lagunas no se deben ni a falta de tiempo ni de espacio: son la prueba de que quería simplemente llevar al lector por el sendero que considero más apto para llegar al corazón del bosque.

Kierkegaard no tiene un sistema. Es más, uno de los blancos preferidos de sus dardos dialécticos será precisamente la filosofía entendida como sistema, como saber conclusivo y definitivo. Nuestro autor presenta un pensamiento ligado íntimamente a su parábola existencial. Es imposible comprenderlo si no se conocen sus circunstancias biográficas. Por eso, hemos dedicado un número bastante significativo de páginas para contar su vida, utilizando habitualmente sus mismas palabras. Este será el tema del primer capítulo.

Kierkegaard se refiere frecuentemente a “su” categoría: el individuo. Lo relaciona habitualmente con “el” problema que todo individuo debe resolver: “cómo llegar a ser cristiano”. La categoría y el problema —siguiendo las indicaciones de Kierkegaard— constituyen el esqueleto de estas páginas. En el segundo capítulo presentaremos una hermenéutica de su obra, centrada en estos dos elementos. A continuación, analizaremos más directamente su categoría desde la polémica con el idealismo (tercer capítulo), y su evolución dinámica a través de los estadios existenciales (cuarto capítulo). Por último, abordaremos las respuestas que ofrece el filósofo danés al problema existencial que el individuo se debe plantear: cómo llegar a ser cristiano.

A lo largo de su vida, Kierkegaard fue acompañado intelectualmente por Sócrates, quien puso en alerta a la sociedad de su tiempo para que despertara de los sueños a los que conducían las falacias de los sofistas. Las confesiones que se contienen en su Diario, sus seudónimos, sus oraciones, nos guiarán a través de este denso bosque de conceptos, de imágenes y de fábulas, que también tenían como finalidad “poner en alerta”, “despertar las conciencias”. Por eso, con justicia, es llamado el Sócrates del Norte.

I. UNA VIDA. UNA FILOSOFÍA

Es la muerte; reza por mí para que llegue pronto y bien. Estoy desazonado; tengo, como san Pablo, un aguijón en la carne; por eso no pude hacer la vida ordinaria, y de aquí deduje que mi misión era extraordinaria; procuré llevarla a cabo lo mejor que pude. He sido un juguete de la Providencia, que me lanzó y quiso valerse de mí; ¡así pasaron los años entre tirones y más tirones! Luego tiende la Providencia su mano y me recoge en el arca. Tal es siempre la existencia y el sino de los mensajeros extraordinarios3.

Estas palabras, pronunciadas por Søren Aabye Kierkegaard en su lecho de muerte a su amigo Emil Boesen, unos días antes de morir, contienen algunos elementos importantes para entender la relación íntima entre la vida y la filosofía del pensador danés. Un ser extraordinario —la conciencia de su heterogeneidad—, y el plan amoroso de la Providencia serán dos líneas de fuerza nunca olvidadas en la vasta obra autobiográfica de Kierkegaard.

¿Por qué esta conciencia de su heterogeneidad, de ser una excepción? ¿Cuáles son las causas que hacen de Kierkegaard un hombre distinto de los demás? Una respuesta última es difícil de encontrar. Hay un texto de su Diario, que constituye un verdadero punctum dolens para los estudiosos kierkegaardianos. El fragmento, escrito en torno a 1843, dice así:

Después de mi muerte, ninguno encontrará entre mis papeles (y esto es mi consuelo) ni una sola explicación de aquello que verdaderamente ha llenado mi vida; no se encontrará ¡ni en los recovecos de mi alma! aquel texto que lo explica todo y que, muy a menudo, de aquello que el mundo tiene como una bagatela, a mí me lo hace considerar con una importancia enorme; yo también lo consideraré una futilidad cuando caiga esa nota secreta, que es la llave4.

La bibliografía ha dado diversas respuestas que intentan desvelar el secreto: unos hablan de una represión sexual; otros de una enfermedad de tipo epiléptico. Sea una cosa u otra, fue decisión de Kierkegaard llevarse consigo este secreto, que sería la clave hermenéutica de toda su obra. Sin embargo, el pensador danés nos ha dejado en herencia un vastísimo material autobiográfico, que contiene muchos elementos importantes para al menos delinear su complicada personalidad.

El hombre a quien más debo

Si quisiera saberse cómo —aparte de la relación con Dios— he sido impulsado a ser el escritor que soy, respondería: ello ha dependido de un anciano, que es el hombre a quien más debo; de una joven, con la que he contraído la mayor deuda. Por ello, me parecía que mi naturaleza es el resultado de una síntesis entre vejez y juventud, entre rigor invernal y suavidad del estío… El primero me educó con su noble sabiduría, la otra con su amable imprudencia5.

El anciano a quien se refiere Kierkegaard es su padre, Michael Pedersen Kierkegaard. El abuelo de Søren, Peder Christiensen, era un pobre campesino de Saeding, en el Jütland occidental. Su hijo —y padre de Søren— Michael Pedersen, sufrió la pobreza familiar y se vio obligado a trabajar como pastor de ovejas desde la misma infancia. Cuando Michael tenía doce años, dejó el frío y desértico Jütland y marchó a Copenhague. Allí inició un pequeño comercio de tejidos, que prosperó poco a poco hasta convertirse en uno de los comerciantes más ricos de la capital danesa. A sus cuarenta años decide ampliar su cultura: estudia alemán y lee a Christian Wolff. Viudo de su primera esposa y sin hijos, contrae segundas nupcias, esta vez con su ama de llaves, Anna Lund. La primera hija llegó solo cuatro meses después del matrimonio. Søren sería el último de siete hijos de esta unión.

El padre de Søren, «hombre estimado, piadoso y austero»6, educó a su hijo en el más riguroso cristianismo luterano. Pertenecía a la secta de los pietistas, y fundaba su religiosidad en un sentimiento opresivo del pecado7. Al mismo tiempo, Michael hacía que el pequeño Søren tomara parte en las discusiones lógicas y dialécticas sobre el racionalismo y el cristianismo que tenía con algunos intelectuales de Copenhague y con el obispo luterano y director espiritual de Michael, J. P. Mynster. La religiosidad paterna y el prematuro ejercitarse en las discusiones dialécticas hicieron de nuestro filósofo un hombre sin infancia, distinto al resto8.

A estos elementos de la educación paterna —educación «severa y exagerada» según Søren— se debe añadir su contacto con la muerte y con el dolor. Kierkegaard ve morir a casi todos sus hermanos desde la primera infancia. Søren nació el 5 de mayo de 1813. Seis años después murió su hermano Michael; tres años más tarde dejaba este mundo su hermana Maren. La muerte dio un respiro de una década a la familia Kierkegaard, pero después morirían, en un espacio de cuatro años, otros tres hermanos y su propia madre. Cuando Søren llegó a los veinticinco años solo quedaban en vida su padre y su hermano, posteriormente obispo luterano, Pedro.

Después de cursar sus primeros estudios en la escuela pública, Søren entra en 1830 en la Facultad de Teología de la Universidad de Copenhague. Allí se pone en contacto con los clásicos griegos, pero sobre todo con la dogmática luterana de su tiempo, que en gran parte se alimentaba de la filosofía idealista alemana. Sin embargo, nuestro autor está mucho más interesado en los estudios literarios —imbuidos en ese momento por el Romanticismo— que en los estudios teológicos propiamente dichos.

Los años universitarios presentan un Kierkegaard inclinado a la melancolía, que intentaba esconder bajo una vida mundana de fiestas, bailes y diversiones:

En un cierto sentido pocas personas podían ser tan sociables como era yo, pero la miserable preocupación que me afligió desde la primera edad, me ha movido a retraerme y a hacer que encontrara un gran alivio alejando todo de mí para esconder mi dolor. En este sentido es verdad que no me he sentido inclinado hacia la sociabilidad. Para poder tener algo que ver con el cristianismo, la mayor parte de los hombres deben, sobre todo, encontrarse con un sufrimiento insospechado. Mi vida ha sido sufrimiento desde la primera edad. Es el pendant de lo que en otras palabras se llama el placer de vivir, y mi placer de vivir era poder esconder aquel sufrimiento9.

Este texto, escrito al final de su vida, presenta su sufrimiento melancólico como preparación al cristianismo. Siendo una visión retrospectiva, es posible que Kierkegaard tienda a aplicar categorías de su madurez a un periodo en el que sobre todo veía un alejamiento de su vida cristiana y un hundimiento en la desesperación10. Dramático, y más veraz, por haber sido escrito pocos minutos después de la emoción sufrida, es este otro fragmento del Diario de 1836:

Acabo de llegar de una velada en la que he sido el animador; las agudezas manaban de mi boca, todo el mundo se reía y me admiraba —pero yo me he marchado. Sí, haría falta un trazo tan grande como el rayo de traslación de la tierra…— y yo me he marchado, dispuesto a dispararme un tiro en la cabeza11.

La profunda crisis interior y su escaso interés por los estudios de teología —Kierkegaard fue un estudiante mediocre— llevaron al danés a una ruptura con su padre: Søren se traslada a un apartamento, donde vive solo, aunque su padre lo seguía sosteniendo económicamente.

El año 1838 presenta dos episodios biográficos de grandísima importancia y que señalarán una conversión interior profunda. El primero, una especie de fenómeno místico, sucede el 19 de mayo, a las nueve y media de la mañana: así, con esta exactitud lo indica Søren en su Diario. Lo describe del siguiente modo:

Hay una “alegría indescriptible”, cuyo influjo enardecedor sobre nosotros es tan inexplicable como inmotivado el súbito arrebato del Apóstol: “Alegraos; otra vez os digo: alegraos” (Philip. 4, 4). No es una alegría por esto o aquello, sino la radiante exclamación del alma “con la lengua y con la boca desde el fondo del corazón. Por medio de mi alegría, me alegro de mi alegría, en mi alegría, por mi alegría, a causa de mi alegría y con mi alegría”. Celestial estribillo que parece interrumpir súbitamente cada estrofa de nuestro canto; es una alegría que refresca y conforta como la brisa en estío, como los vientos alisios que soplan desde el soto de Mambre (Gen. 18, 1ss), hasta las moradas eternas12.

Haecker considera como decisiva esta experiencia espiritual de difícil calificación, comparable a la manifestación narrada por Pascal en el Mémorial13. Más clara, y posiblemente más íntima, es la experiencia denominada por Søren «el gran terremoto». Aunque los intérpretes no se ponen de acuerdo, este suceso parece que se refiere a la confesión que le hace su padre poco antes de morir. Ocho años después de la terrible revelación, Kierkegaard lo narraba así:

¡Horrible! Aquel hombre que siendo aún niño cuidaba los rebaños en las colinas de Jütland, acuciado por la miseria y sufriendo terriblemente por el hambre, un día subió a una colina y maldijo a Dios: ¡este hombre no era capaz de olvidarlo a la edad de ochenta y dos años!14.

Fabro se inclina a identificar “el gran terremoto” con el descubrimiento por parte de Søren del hecho de que su padre viviera maritalmente con su ama de llaves antes del segundo matrimonio. A esto se refiere el fragmento El Sueño de Salomón, incluido por Kierkegaard en los Estadios en el camino de la vida15.

La confesión de su padre —sea de una cosa o de otra— le afecta mucho, hasta el punto de llevarle a pensar que caía sobre su familia una maldición divina:

Fue entonces cuando ocurrió el gran terremoto. Un golpe terrible que, de pronto, me impuso una nueva clave de interpretación de todos los sucesos. Fue entonces cuando tuve la sospecha de que la avanzada edad de mi padre no era una bendición divina sino más bien una maldición y los claros dones de inteligencia en nuestra familia fueron concedidos para que lucharan entre ellos. Entonces sentí un silencio de muerte agrandarse en torno a mí, cuando mi padre me pareció un desafortunado que nos sobrevivía a todos, como una cruz sobre la tumba de sus propias esperanzas. Alguna deuda debía pesar sobre la familia entera, algún castigo de Dios se cernía sobre ella: la familia debía desaparecer, a ras de suelo de la divina omnipotencia, cancelada como un intento fallido. Solo por momentos encontraba algo de alivio cuando pensaba que mi padre había cumplido la gran misión de serenarnos con el consuelo de la religión, de darnos el viático de manera que descansara tranquilo delante de un mundo mejor, aunque debiéramos perder todo en este mundo de aquí abajo, aunque le golpeara aquella pena que el Juez auguraba siempre a sus enemigos: que nuestro recuerdo se borrara completamente, y no se encontrara nunca más16.

El 8 de agosto de 1838 moría Michael Pedersen Kierkegaard. Søren —que se había reconciliado con su padre algunos meses antes de su muerte— considera que tiene una obligación de devoción filial de hacer el examen final de teología, y así lo hará en 184017. La relación con su padre es de fundamental importancia en la vida espiritual de Søren. Fue él quien le educó en la severidad y pietismo luterano, y le inició en la dialéctica. Gran parte de la melancolía y del sentimiento de culpabilidad kierkegaardianos son herencia de la melancolía paterna:

¡Dios misericordioso! mi padre con su melancolía me ha causado una sinrazón tremenda: un anciano que descarga toda su profunda melancolía sobre un pobre muchacho, por no hablar de aquello que es aún más tremendo. Y aun así era el mejor de los padres18.

Una joven con la que he contraído la mayor deuda

Más decisiva quizá que la relación con su padre fue el compromiso y la posterior ruptura con Regina Olsen. Kierkegaard la vio por primera vez en la casa de los Roerdam, una familia amiga, cuando Regina tenía solo catorce años. Antes de la muerte de su padre, Søren se había comprometido con ella. En otoño de 1840 se licencia en teología y realiza un viaje a Jütland. A su vuelta a Copenhague, el 8 de septiembre se encuentra con Regina delante de su casa y le declara su amor. Un día después se encuentra con el padre de Regina, el Consejero de Estado Terkel Olsen: «El padre no dijo ni sí ni no, pero era bastante propenso a estar de acuerdo. Le pedí charlar con él, y eso es lo que hice el 10 de septiembre por la tarde. No le dije ni una palabra para ganármelo: solo asintió»19.

Todo parecía andar bien, pero justo después de haberse prometido, Søren se arrepiente del paso que ha dado: «Pero al día siguiente, vi en mi interior que me había equivocado. Un penitente como yo era, con mi vida ante acta y mi melancolía…: aquello era suficiente»20. La heterogeneidad de la que es consciente irrumpe en su compromiso desde el comienzo. La relación amorosa con Regina Olsen marcará la vida del filósofo. Hasta el momento de su muerte conservará su recuerdo, reflexionará sobre la rectitud de su conducta, tanto del inicio como de la ruptura. Pero la decisión había sido tomada: Søren no podía casarse con Regina. Su melancolía21 habría hecho de ella una persona infeliz, y Kierkegaard no tenía el derecho de hacerlo: «Pero había una prohibición divina: así lo entendí yo. La consagración. Yo le tendría que haber ocultado tantas cosas, basar todo sobre una falsedad…»22.

Después de un año de noviazgo, Kierkegaard rompe con Regina. El 11 de octubre de 1841 le envía una carta con el anillo de compromiso, que dice así:

Para no someterte más a una prueba que debe suceder, aquello que, una vez ocurrido, proporcionará las energías necesarias: está bien, dejemos que suceda. Olvida, antes que nada, a quien ha escrito esta carta; perdona a un hombre que, si ha sido capaz de cualquier cosa, no es capaz de hacer feliz a una jovencita.

Enviar una cinta de seda significa, en Oriente, pena capital para el que la recibe; enviar el anillo de compromiso significa pena capital para quien lo envía23.

Regina, después de intentar retenerlo por todos los medios, se casará en 1847 con un funcionario, Johannes Frederik Schlegel. Kierkegaard seguirá amándola, y será ella el continuo leitmotiv de su obra literaria:

Amada, ella lo era. Mi existencia exaltará su vida de manera absoluta. Mi profesión de escritor podrá incluso considerarse como un monumento en su honor y gloria. Yo la tomo conmigo en la historia. Y a mí, que melancólicamente no tengo más que un deseo, esto es encandilarla: esto, en la historia no se me negará, yo avanzo a su lado. Como un mayordomo, la llevo triunfante diciendo: “Por favor, hazte a un lado, por ella, por nuestra querida, la amable, la pequeña Regina”24.

Llegará incluso a ordenar la construcción de un armario de palo de rosa, en el que conservará dos copias de todas sus obras, en papel velina: «Una para ella, otra para mí».

Søren siempre interpretó su ruptura con Regina como una manifestación de la voluntad divina. Más aún, como castigo divino:

Una vez se la he pedido a Dios como un don: incluso en los momentos en los que entreveía la posibilidad del matrimonio, se lo he agradecido como un don. Más adelante he debido considerarla como un castigo de Dios: esto lo he mantenido siempre honestamente (…). ¡Y en verdad Dios castiga de manera terrible! ¡Qué castigo más horrible para una conciencia angustiada! Tener esta jovencita en la palma de la mano, poder encandilarle la vida, ver su belleza indescriptible (lo que constituye la mayor felicidad de un melancólico) y después, sentir en el interior esta voz del Juez: “¡Tú la debes abandonar!”. Es tu castigo. Se apaciguará a la vista de su sufrimiento, debe ser aumentado por medio de la oración y las lágrimas de ella, que no sospecha que todo esto es un castigo tuyo; piensa que depende de tu dureza… que se debe dulcificar25.

Pero la razón última de la ruptura del noviazgo, ¿fue el entender que Dios le quería célibe para llevar a cabo otra misión, una “tarea seria”? O quizá simplemente Kierkegaard sufría de una imposibilidad psicosomática que le impedía contraer matrimonio, y no queriendo aceptar esta limitación natural la reinterpretó subjetivamente dándole un tinte teológico. Una respuesta definitiva no es posible, aunque probablemente no sea necesario hacerlo, como le habría gustado al danés, con un aut-aut. El convencimiento de una inestabilidad psicológica y de una enfermedad física se podía asumir incluso como un signo de la voluntad divina sobre él. No es necesario interpretar el comportamiento religioso kierkegaardiano como una excusa para justificar su heterogeneidad: puede ser también la sincera sobrenaturalización del dolor de saberse “una excepción”.