Pío XI - Mariano Fazio Fernández - E-Book

Pío XI E-Book

Mariano Fazio Fernández

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Pío XI fue el Papa defensor de la Iglesia católica, quien durante su pontificado vivió los años más difíciles previos a la segunda Guerra Mundial en defensa de la labor evangélica de la Iglesia, entre 1922 y 1939. Fueron años de avance y consolidación del fascismo en varias naciones de Europa. En Alemania, Adolfo Hitler es nombrado canciller. En la URSS se consolida el gobierno comunista; en Italia Benito Mussolini se consolida en el poder y en España Francisco Franco. Fascismo, nazismo y comunismo se erigían con gobiernos, que no sólo limitan y prohíben las misas, también destierran y asesinan a fieles y representantes del clero. En México se vive algo similar en esos años, ante una clase gobernante ideologizada en contra de la fe del pueblo. En Europa y en nuestro país se enfrentan dos cosmovisiones opuestas y excluyentes; situación que el Papa afronta con inteligencia mediante acuerdos para evitar el sacrificio de sacerdotes, monjas y miles de fieles, y preservar la fe católica. La compleja situación de su pontificado y la defensa de sus fieles se podrá conocer en las breves, pero sustanciosas páginas de este libro.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

Introducción

Capítulo 1

En Milán y Roma (1857-1918)

El joven Achille Ratti

Un sacerdote docto y deportista

Capítulo 2

De Varsovia a Milán (1918-1922)

Misión diplomática en Polonia

Arzobispo de Milán

Capítulo 3

Pax Christi in Regno Christi (1922-1939)

El programa de su pontificado

Las encíclicas

Ubi arcano y Quas primas

El laicismo como la quinta esencia de la Modernidad

Capítulo 4

El Papa de entreguerras

El laicismo francés

La crisis económica mundial

El laicismo mexicano

El anticlericalismo español

La Italia fascista

La Alemania nazi

El comunismo soviético

El laicismo relativista

Capítulo 5

El reinado de Cristo

Referencias

Introducción

Cualquiera que conozca, aunque sea superficialmente, la ciudad de Roma tendrá en su memoria la imponente avenida que se abre desde el Tíber hasta la basílica de San Pedro. Es la famosa Via della Conciliazione. Hace referencia a la conciliación entre la Santa Sede e Italia, una vez firmados en 1929 los Pactos de Letrán, que dieron origen a un nuevo Estado: la Ciudad del Vaticano. Quienes vivimos en el siglo xxi nos parece la cosa más normal del mundo que el Papa tenga una soberanía política que le garantice una autonomía para el gobierno espiritual de la Iglesia extendida por los cinco continentes. Pero no siempre fue así. Un Papa está detrás de estos acuerdos: Pío XI.

Los católicos practicantes saben que el año litúrgico culmina con la Solemnidad de Cristo Rey. Daría la impresión de que esa fiesta estuvo desde siglos en el calendario litúrgico, y sin embargo no es así: fue este Papa quien la introdujo en 1925, y que marcó la espiritualidad de muchas generaciones, también la de los “cristeros” que batallaban y morían con el grito de “Viva Cristo Rey”.

Las primeras décadas del siglo xxi han sido marcadas por atentados terroristas, guerras internacionales y crisis económica. Nos parece que nunca el mundo estuvo tan mal. Pero a Pío XI le tocaron años difíciles y complicados, que terminaron, después de su pontificado, en la segunda Guerra Mundial. Examinemos rápidamente algunos de los hechos que se dan entre 1922 y 1939, los años del papa Pío XI.

A finales de octubre de 1922, miles de seguidores de Benito Mussolini realizan la marcha sobre Roma. El rey Victorio Manuel III encarga formar gobierno al líder del fascismo. Se iniciaban así los 20 años de un gobierno totalitario que despertó el interés –en algunos casos la admiración, en otros el miedo– de Europa. En muchos países europeos se establecen regímenes análogos al fascismo. Desde Alemania, Adolf Hitler observaba con atención la política italiana. Después de algunos asaltos fallidos al poder, finalmente obtendrá la mayoría parlamentaria y será nombrado Canciller de la República en 1933.

En Rusia se va consolidando el gobierno comunista. Tras la muerte de Lenin, en 1924, Stalin lleva férreamente las riendas del poder. Fascismo, nazismo y comunismo se erigían en religiones seculares, que arrastrarían a millones de fieles cada vez más alejados de una visión trascendente de la vida.

En México se enfrenta una clase gobernante ideologizada y la fe sencilla del pueblo. Dicha confrontación será sangrienta, como lo será la guerra civil en España, que entre 1936 y 1939 ve enfrentadas dos cosmovisiones opuestas y excluyentes.

En 1929 cae la Bolsa de Valores de Wall Street. La crisis económica se difunde como mancha de aceite por el mundo. Es otro golpe duro para los pocos que todavía creen en el progreso indefinido de la humanidad. Las democracias occidentales muestran signos de debilidad ante los sistemas totalitarios, y comienzan a poner en duda sus principios liberales. Estados Unidos se sumerge en la crisis económica más dura de su historia.

La conciencia de la crisis de la cultura de la Modernidad es cada día más clara. Los intelectuales se preguntan por la causa de la crisis. Algunos proponen regresar a los valores cristianos, siempre menos presentes en las sociedades occidentales. Otros sugieren llevar hasta las últimas consecuencias las ideologías totalitarias. Un tercer grupo se parapeta en una actitud agnóstica y relativista ante cualquier valor objetivo. Pío XI también hará su diagnóstico y propondrá soluciones. Un resumen de su postura se contiene en su lema episcopal: Pax Christi in Regno Christi (La paz de Cristo en el Reino de Cristo). Muchas circunstancias han cambiado desde los años de entreguerras. Sin embargo, muchas de las propuestas de Pío XI siguen siendo válidas.

Después de las breves biografías de Benedicto XV, san Juan XXIII, san Pablo VI y Benedicto XVI, presento al lector la de este Papa que ha marcado, con su magisterio y con su actuación pública, gran parte de la historia de la Iglesia contemporánea.

Agradezco a la Editorial nun la acogida que siempre ha dado a mis escritos.

Mariano Fazio

Capítulo 1

En Milán y Roma (1857-1918)

El joven Achille Ratti[1]

Achille Ratti nace en Desio, en la Brianza (Lombardía), el 31 de mayo de 1857, en el seno de una familia burguesa de sólida tradición cristiana.[2] Era el cuarto de cinco hermanos. Su padre era dirigente de establecimientos que trabajaban la seda. Su madre era hija de un empresario hotelero. Achille estará muy unido a su madre y la recordará toda su vida con especial afecto. Su padre no dejó una huella tan imborrable, quizá porque estaba más ausente de su casa por sus obligaciones laborales.

Los estudios primarios los comenzó en su pueblo, en la escuela regenteada por el párroco, y después en Asso, junto al lago de Como, en la casa de su tío Damiano Ratti, sacerdote y párroco de esa localidad. Don Damiano estuvo guiando sus pasos tanto espirituales como académicos. Por su recomendación, Achille ingresa al seminario menor de Seveso para continuar de una manera más sistemática sus estudios primarios. Después, realizará los secundarios en el seminario de Monza. El hecho de haber estudiado en seminarios menores no implicaba que todos los alumnos emprendieran el camino hacia la ordenación sacerdotal. Al final de cada periodo, los estudiantes debían convalidar sus títulos en una escuela pública. Achille obtuvo calificaciones brillantes. Destacó en matemáticas y en ciencias naturales. Entre sus profesores de Monza se encontraba don Giuseppe Mercalli, famoso científico que dio el nombre a una escala para medir la intensidad de los terremotos.

Fruto de sus primeros estudios, el joven Ratti cultivará un gran amor por la literatura y, en particular, por Dante y por Manzoni. El autor de Los novios será citado profusamente por Pío XI en sus enseñanzas. Ya mayor, el Papa recordaba las veces que había visto a Manzoni pasear por los parques de Milán, aunque nunca se atrevió a dirigirle la palabra.

Un sacerdote docto y deportista

Habiendo descubierto tempranamente su vocación sacerdotal, inicia, ahora sí, sus estudios eclesiásticos en el seminario mayor de Milán. En 1879 se traslada a Roma, donde continuará su formación eclesiástica. Vivirá en el Colegio lombardo. Ese mismo año recibe la ordenación sacerdotal, en la basílica de San Juan de Letrán. Sus tres primeras misas las celebra en la basílica de San Carlo al Corso –iglesia de los lombardos en Roma–, en San Andrea al Quirinale –donde se conservan los restos del jesuita polaco san Estanislao de Kotska–, y en la basílica de San Pedro. Fue una decisión premonitoria, pues su vida estará signada por Milán, Polonia y Roma.

En 1882, obtiene los doctorados en derecho canónico, teología y filosofía. Cabe aclarar que en esa época un doctorado no implicaba una tesis de investigación profunda, sino más bien superar algunos exámenes que abarcaban la globalidad de una determinada ciencia eclesiástica. El joven sacerdote se doctora en derecho canónico en la Universidad Gregoriana, en teología, curiosamente, en la estatal Universidad La Sapienza de Roma, y en filosofía en la flamante Academia Pontificia de Santo Tomás de Aquino, recién fundada por León XIII. Ratti fue el primer alumno de los cursos dictados allí, cosa que le valió una audiencia con el Papa.

Terminados sus estudios eclesiásticos, don Achille regresa a Milán. Durante cinco años será profesor del seminario mayor. En ese periodo será nombrado por su arzobispo capellán de las Hermanas de Nuestra Señora del Cenáculo, donde desarrolló una vasta y profunda acción apostólica de catequesis, administración de sacramentos y apostolado doctrinal. Ese encargo pastoral le dio la oportunidad de entrar en contacto con familias de la alta sociedad milanesa. Ratti será capellán de dicha comunidad hasta 1914. De esos años cabe destacar una visita que hizo en 1883 a don Bosco, en Turín. Siempre guardó un recuerdo emocionado de las conversaciones que mantuvo con el fundador de la Sociedad Salesiana. Durante su pontificado, Pío XI tendrá la alegría de beatificarlo y canonizarlo.

En 1888 entra en el colegio de doctores de la Biblioteca Ambrosiana, institución cultural de gran prestigio y de tradición plurisecular. Había sido fundada por el cardenal Federico Borromeo a principios del siglo xvii. La biblioteca contaba con una colección de manuscritos y publicaciones sumamente valiosas para la historia de la Iglesia y de la cultura en general. Albergaba en su majestuoso edificio una pinacoteca y amplios espacios para los investigadores. La Ambrosiana mantenía contactos científicos con las principales bibliotecas y archivos del mundo. Estaba dirigida por un prefecto y un colegio de doctores elegidos por cooptación. Habitualmente eran cuatro, incluido el prefecto, cuyo cargo era vitalicio. Ratti presenta su candidatura, después del fallecimiento de uno de los doctores, y es aceptado por unanimidad. Muchos años de su vida los transcurrirá en este centro de investigación. En 1907 es elegido prefecto de la Ambrosiana, cargo que ocupa hasta 1914, cuando Benedicto XV lo nombra prefecto de la Biblioteca Vaticana.

Sus años al frente de la Ambrosiana fueron de gran beneficio para la institución. Decide renovar la pinacoteca, aconsejándose con expertos en arte, inaugura nuevas salas de un museo de antigüedades y objetos orientales, consigue enriquecer el depósito de manuscritos y códices, ya sea por herencias que recibe como por compras, algunas de ellas subvencionadas por suscripción.

Esta primera etapa de su vida –la más larga– está caracterizada sustancialmente por la dedicación a la investigación y al estudio, aunque sus biógrafos recuerdan su celo pastoral en distintos ámbitos de la Iglesia ambrosiana.[3] Fruto de estos esfuerzos intelectuales son sus numerosas publicaciones científicas, dedicadas sobre todo a la historia de la iglesia lombarda.[4] Ratti es miembro de distintas academias del Reino de Italia, pues gozaba de fama de ser un investigador serio y profundo. El hecho de que las academias lo invitaran a formar parte de ellas y que Ratti aceptara manifiesta una cierta apertura de mente del sacerdote respecto de las relaciones entre la Santa Sede e Italia.

Las polémicas sobre el modernismo, que estuvieron en el centro del pontificado de Pío X, tuvieron bastante repercusión en Milán. Algunos exaltados habían acusado a su arzobispo, el cardenal Ferrari, de sostener ideas modernistas, o al menos de no perseguir con determinación la herejía. El cardenal se apoya mucho en Ratti para defender su ortodoxia y la del seminario mayor, también acusado de infiltración modernista. Ratti irá a Roma y encuentra al mismísimo Papa y a distintos cardenales para aclarar posibles malentendidos. En este aspecto, como en otros, se presenta como un sacerdote fiel a la Iglesia universal, alejado de actitudes extremas que en esos años provocaron un auténtico daño.

A su vez, el prefecto de la Ambrosiana mantiene muy buenas relaciones con el rabino mayor de Milán, Alessandro Da Fano, e incluso anima a sus alumnos de hebreo –Ratti mantuvo durante muchos años su cátedra en el seminario mayor– a presenciar la predicación del rabino para familiarizarse con la lengua y la liturgia judía. La amistad con el rabino fue profunda, y prosiguió después de su elección como Papa. Esta actitud abierta era algo bastante inusual para la época.

Ratti cultiva también desde joven una pasión: el alpinismo. Aprovecha el tiempo de vacaciones para ir a los cercanos Alpes, con algún sacerdote y con otros amantes de la montaña. Achille será el primer italiano que suba al Monte Rosa por la fachada oriental, e inaugurará una nueva vía para subir al Mont Blanc, que hoy en día lleva su nombre, junto al de su compañero de ascensión, también sacerdote y doctor de la Ambrosiana: Via Ratti-Graselli. Será miembro del Club Alpino Italiano, al que se entraba solo por cooptación. Cuando llegue al solio pontificio, numerosas asociaciones deportivas en el mundo querrán tenerlo entre sus miembros destacados.

En 1914, Benedicto XV lo nombra prefecto de la Biblioteca Vaticana. Anteriormente, san Pío X lo había nombrado viceprefecto con derecho a sucesión. Este nombramiento obligó a Ratti a viajar frecuentemente a Roma, pero pudo continuar con sus actividades en Milán. Una vez nombrado prefecto, se traslada a la ciudad eterna.

Monseñor Ratti llegó a Roma con una gran experiencia del mundo académico europeo. Había viajado por casi todos los países de Europa occidental, y había establecido amistades con todo tipo de personas del mundo intelectual, creyentes o no. Su labor pastoral era extensa, aunque, como hemos visto, su ocupación primordial fue la de los estudios. Hombre de fe, había entrado en la Tercera orden franciscana y se había asociado a los Oblatos de san Ambrosio y san Carlos, sociedad sacerdotal que ayudaba a mantener una vida interior exigente. Devoto de los ejercicios espirituales ignacianos, recomendará esta práctica a muchas personas. Descubre en este periodo la espiritualidad de Teresa del Niño Jesús, y le conmueve la lectura de su autobiografía espiritual, Historia de un alma. Irá de peregrino a Lourdes, y quedará para siempre ligado a ese santuario.

En la Biblioteca Vaticana estará cuatro años. Seguirá con sus investigaciones y con sus viajes de estudio. Pero en 1918 todo cambiaría para él.

[1] Para conocer la vida de Pío XI antes de su elección, es todavía necesario consultar A. Novelli, Pio XI, Milán, Pro Famiglia, 1923. Una buena biografía, ponderada en sus juicios de valor, es Y. Chiron, Pie XI, París, Via Romana, 2013.

[2] Sobre las características de la vida cristiana de la Brianza de mediados del siglo xix, cfr. C. Puricelli, “Le radici brianzole di Pio XI”, en Achille Ratti, Pie XI, Collection dell’École Française de Rome (en adelante aref), Roma, 1996, pp. 23-52.

[3] Cfr. A. Novelli, op. cit., pp. 81-88. Cfr. también G. Frediani, Pio XI (a cura del Comitato centrale per il giubileo del Santo Padre), Roma, 1929, pp. 10-11.

[4] Cfr. S. Vismara, “L’attività scientifica del cardinale Ratti”, en “Vita e Pensiero”, octubre 1921; N. Malvezzi,“Pio XI nei suoi scritti”, Treves, 1923; C. Marcora, “Achille Ratti e la Biblioteca Ambrosiana”, en aref, pp. 53-67. Cfr. también A. Novelli, op. cit, pp. 44-60.

Capítulo 2

De Varsovia a Milán (1918-1922)

Misión diplomática en Polonia

El 25 de marzo de 1918, el cardenal secretario de Estado de Benedicto XV, Pietro Gasparri, comunica a monseñor Ratti que el Papa había decidido nombrarlo visitador apostólico en Polonia. El prefecto de la Biblioteca Vaticana acepta, más por obediencia que por inclinación. Su misión consistía en viajar a Varsovia y establecerse allí por un breve periodo, entrar en contacto con el episcopado polaco, proponer nombres para las numerosas sedes vacantes, promover una buena formación sacerdotal en los seminarios, e informar a la Santa Sede sobre la situación de la Iglesia en ese país.

Después de un largo periplo que lo lleva a Varsovia pasando por Viena y Berlín, Ratti se establece en un apartamento provisorio. El arzobispo de Varsovia lo acoge muy cálidamente, y tiene con el visitador apostólico muchos detalles de delicadeza –por ejemplo, dejándolo presidir las ceremonias litúrgicas–, teniendo en cuenta que Ratti no era obispo y por lo tanto estaba por debajo del arzobispo en cuanto a la jerarquía eclesiástica.

La situación de Polonia a mediados de 1918 era inestable. La primera Guerra Mundial todavía no había acabado. Por el tratado de Brest-Litovsk, firmado entre los imperios centrales y el nuevo gobierno bolchevique, el territorio que antes estaba bajo la soberanía rusa pasaba a ser ocupado por el ejército alemán, así como Lituania, Letonia, Ucrania y Bielorusia. La misión de Ratti era exclusivamente intraeclesial y no implicaba relaciones con el gobierno.

En los meses sucesivos a su llegada a Varsovia los acontecimientos se precipitan. En noviembre se pone fin a la Gran Guerra: los alemanes y austriacos abandonan Polonia y los territorios adyacentes. Una regencia de líderes polacos, nombrada por los alemanes, proclama la independencia del país y pone el poder en manos del general Pilsudski. En los meses siguientes se llama a elecciones: se eligen los miembros del parlamento, mientras que Pilsudski es elegido presidente y el pianista Ignace Paderewski, primer ministro.

Estas novedades traen para Achille Ratti cambios importantes en su vida. En julio de 1919 Benedicto XV lo nombra nuncio en Polonia, pues el renacido Estado ya había sido reconocido por la Santa Sede. El 28 de octubre es consagrado obispo en la catedral de Varsovia. Están presentes prácticamente todo el episcopado polaco y el presidente Pilsudski.

No fue fácil la tarea del flamante representante del Papa. Entre los católicos había muchas divisiones ocasionadas por los distintos ritos. En Leópolis (hoy Ucrania), por ejemplo, había tres arzobispos: uno de rito oriental (uniatas), otro de rito armenio, y un tercero de rito latino. Las tensiones fueron creciendo hasta tal punto que tuvo que intervenir el Papa con una carta en que se pedía la paz entre todos los fieles.

Ratti irá a Lituania, que en ese momento se había erigido como Estado independiente, pero que estaba ocupada en parte de su territorio por el ejército polaco. En concreto la ciudad de Vilnius, de mayoría polaca, obedecía a las órdenes de Varsovia. El gobierno lituano residía en Kaunas, capital histórica del país. El nuncio debe hacer equilibrios para contentar a todos. Visita las dos ciudades, y volverá a estar en ese territorio en un viaje de regreso desde Letonia, país donde es muy bien recibido por las nuevas autoridades. También intentará acercarse a la Rusia soviética. Las restricciones que le pone el gobierno de Lenin lo convence de que no es prudente un viaje a San Petersburgo, en ese momento llamado Petrogrado por los bolcheviques. Sí tiene éxito en la liberación del obispo católico De Ropp. Después de largas tratativas, el obispo es liberado y puede abandonar Rusia.