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Descubre la historia de los sabios, las divinidades o los animales sagrados que transmitieron sus nombres a las asanas y que alimentan nuestra práctica con sus símbolos ocultos. Conviértete en el dios mono Hánuman, en plena indecisión antes del gran salto; en Vishvamitra, valiente rey guerrero; o en Dhanurasana, el arco del terrible dios Shiva. Sé también Escorpión, Vaca, Grulla e, incluso, Perro boca abajo.
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Seitenzahl: 182
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Título original: Le chien tête en bas, 45 histories d’asanas
© Clémentine Erpicum, 2019.
© de la traducción: Núria Viver Barri, 2020.
© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2020. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
REF.: ODBO715
ISBN: 84-918-7647-2
Composición digital: Newcomlab, S.L.L.
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.
Índice
PRÓLOGO
A PROPÓSITO DE LOS MITOS Y SU SIMBOLISMO
DILUVIOS Y ORÍGENES
El loto – Padmasana
El triángulo – Trikonasana
La cobra – Bhujangasana
El pez – Matsyasana
El niño – Balasana
DIOSES, SABIOS Y DEMONIOS
El cadáver – Savasana
La guirnalda – Malasana
La tortuga – Kurmasana
El pavo real – Mayurasana
El águila – Garudasana
La media luna – Ardha Chandrasana
El guerrero – Virabhadrasana
La rana – Mandukasana
La postura de Skanda – Skandasana
El gesto de Ganesha – Ganesha mudra
El saltamontes – Shalabhasana
El león – Simhasana
El bastón – Dandasana
El diamante – Vajrasana
El nudo corredizo – Pasasana
La postura de los ocho ángulos – Ashtavakrasana
La cabeza de vaca – Gomukhasana
La tabla lateral – Vasishthasana
La postura de Vishvamitra – Vishvamitrasana
La paloma – Kapotasana
La torsión sentada – Ardha Matsyendrasana
La postura del señor de la danza – Natarajasana
l gesto del saludo – Anjali mudra
LAS GRANDES EPOPEYAS
El Ramayana
El arado – Halasana
l arco – Dhanurasana
El barco – Navasana
La postura de Hánuman – Hanumanasana
La luna creciente – Anjaneyasana
Las rodillas hacia el pecho – Pavana Muktasana
La montaña – Tadasana
El árbol – Vrksasana
La silla – Utkatasana
El puente – Setu Bandhasana
El Mahabharata
El cocodrilo – Makarasana
La grulla – Bakasana
El escorpión – Vrishchikasana
La rueda – Chakrasana
El camello – Ustrasana
La paloma real sobre una pata – Eka Pada Raja Kapotasana
El perro boca abajo – Adho Mukha Svanasana
ANEXOS
Resumen del Ramayana
Resumen del Mahabharata
Las diferentes categorías de seres vivos
Glosario de términos sánscritos
Lista de personajes y divinidades mencionados
Bibliografía
Agradecimientos
NOTAS
Existen libros indispensables y formidables que explican cómo practicar yoga. Este no es uno de ellos. El yoga y sus mitos te invita a un viaje muy diferente. Aquí, no se trata de «cómo», sino de «por qué». A lo largo de las páginas, verás la cara oculta de las posturas de yoga, que sus nombres enigmáticos permiten adivinar. Descubrirás la historia de los sabios, las divinidades o los animales sagrados que han transmitido su nombre a las posturas. Te convertirás en el dios mono Hánuman, en plena indecisión antes del gran salto. Serás Vasishtha, el sabio que practicaba asiduamente el yoga. Serás Virabhadra, la furia encarnada de Shiva. Serás escorpión, vaca y grulla. Serás puente, rueda y arado. Progresivamente, a lo largo de los mitos y de tu práctica, se perfilarán significados, objetivos e intenciones.
El objetivo del estudio de las posturas no es saber dominarlas, sino poder utilizarlas para comprenderse y transformarse uno mismo.
B. K. S. IYENGAR
El yoga, al igual que el mito, te enseña a conocerte mejor para realizarte mejor. Que el viaje te sea provechoso.
Los mitos, leyendas y fábulas contadas en esta obra proceden de fuentes escritas diversas, más o menos antiguas y más o menos famosas. Son el resultado de un trabajo de lectura, selección, comparaciones y validaciones. Sin duda, el filtro de mi pensamiento las ha transformado sin yo quererlo. Quizá conoces una versión diferente de la misma historia; al contarla, escucharla, transcribirla y traducirla, la leyenda nunca es la misma y las diversas variaciones que conlleva no hacen más que enriquecerla. Los propios textos de referencia comportan variaciones notables y, a veces, parecen contradictorios de una página a otra. ¡Hay muchas maneras de contar la misma historia!
El propósito de esta obra no es conciliar todas las versiones, sino ofrecer pistas de reflexión que puedan ampliar tu experiencia del yoga. A fin de relacionar los asanas con los relatos mitológicos, cada historia va seguida de una interpretación simbólica. Estas últimas se han leído u oído, discutido o creado. Proceden de la reflexión o son espontáneas, pero, en ningún caso, sientan cátedra: las interpretaciones siempre son propuestas. Si lo deseas, estúdialas y discierne lo que tiene sentido. Olvida lo que se te embrolla en la mente o te aleja del tema. Recuerda lo que alimenta tu práctica y amplía tu vivencia.
Espero que esta obra te permita comprender un poco mejor tus posturas preferidas o, al contrario, te conduzca a reconsiderar las posturas que no te gustan.
No hay nada más extraño para los indios de antaño como la idea de una línea del tiempo, en la que el trazo del presente separa un pasado concluido de un futuro desconocido. Al contrario, el tiempo se percibe como una sucesión infinita de ciclos, una rueda que no puede tener ni principio ni fin absoluto. Todo lo que ocurre ya ha ocurrido y ocurrirá de nuevo. El tiempo, lejos de ser un imperativo limitante, es un recurso que se renueva sin cesar. Así que podemos tomarnos nuestro tiempo, puesto que es imposible perderlo. ¿Y si adoptamos este estado mental para la lectura de este libro y, sobre todo, para ponerlo en práctica?
El tiempo se construye alrededor de la alternancia de períodos de crecimiento y de decadencia. De la galaxia a la hormiga, todo está sometido a la ley del ciclo: días, estaciones, mareas, vida y respiración. En el pensamiento hindú, el propio universo aparece y desaparece alternativamente, en un movimiento perpetuo de dos tiempos. Esta inmutable cadencia está asociada al ritmo vigilia-sueño del dios creador: el universo manifestado corresponde al día de Brahma, mientras que la reabsorción del mundo corresponde a una noche de su existencia divina. Cuando Brahma tiene sueño, un diluvio cósmico (pralaya) aniquila cualquier rastro de vida en la tierra. Cuando Brahma despierta, la vida se crea de nuevo a partir de los restos (sesha) de la creación anterior.
Al cabo de cien años divinos —lo cual equivale, de todos modos, a cientos de miles de millones de nuestros años terrestres1*—, el dios creador muere; entonces, no solamente desaparece la tierra, sino el universo entero. Es el mahapralaya, el diluvio universal. Solo quedará el dios Visnú dormido sobre los anillos de la serpiente Shesha, ambos navegando sobre las aguas primordiales. Durante miles de millones de años, solo subsistirá lo indiferenciado.
Hasta que empiece un nuevo ciclo cósmico, que seguirá el mismo ritmo y tendrá el mismo final. Sucesivamente, el universo se materializa y después se reabsorbe en una reserva de potencialidades: el ciclo de las creaciones y disoluciones continúa ad infinitum. Por lo tanto, no existe ni principio ni final verdadero. Simplemente, una pulsación rítmica de la manifestación.
El tiempo, eterno, siempre está dispuesto a seguir esta dinámica perpetua. Las posturas de este capítulo rinden homenaje a los diluvios y orígenes, unos acontecimientos que dan ritmo a la eternidad.
* Las palabras seguidas de una cifra refieren a las notas de la página 136.
PADMASANA
Padma: loto
Al alba de la creación, el dios Visnú descansaba sobre Ananta, la cobra de las mil cabezas. Los dos navegaban sobre las aguas primordiales, un océano sin fondo y sin límites. El cuerpo enroscado de la serpiente ofrecía al dios un lecho mullido, mientras que sus numerosas cabezas le proporcionaban un techo protector. ¿Durante cuánto tiempo descansaron así, antes de que se creara el tiempo? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero, en un momento dado, Visnú se puso a soñar en la creación.
Cuando el dios pensaba en el universo futuro, emergió suavemente un loto de su ombligo. Su tallo se elevaba, flexible y resistente, sosteniendo un capullo de loto inmaculado. Cuando desplegó uno a uno sus mil pétalos, la flor dejó ver en el centro a un ser de cuatro rostros. Era Brahma, el dios creador.
Cada una de las cabezas de Brahma estaba dirigida hacia uno de los cuatro puntos cardinales, mientras que cada una de sus cuatro bocas pronunciaba un fragmento del sonido primordial: A, U, M y el silencio.
El primer sonido de la creación pronto iba a desencadenar la transformación del océano cósmico en el universo que conocemos hoy.
De Aum nacieron los dioses,
de Aum nacieron los astros,
de Aum todo este universo,
compuesto por tres mundos
y por seres animados e inanimados.
DHYANABINDU UPANISHAD
En la filosofía del yoga, el loto representa la progresión del yogui en su camino espiritual. La semilla del loto hunde sus raíces en el lodo, en el lecho de un río o un lago. Progresivamente, el loto se desarrolla en busca del sol, burla los efectos de refracción de los rayos en el agua y se forja un camino hacia la superficie. Una vez que alcanza la luz del día, se vuelve hacia el sol y despliega delicadamente sus pétalos, procurando que ninguno se ensucie con el agua circundante. El loto, imagen de pureza, se enraíza y se desarrolla en todas partes, incluso en las aguas más contaminadas. Surge de la oscuridad y se desarrolla en plena luz.
En la tradición del yoga, el loto fue la primera postura que tomó Shiva, el dios de los yoguis, antes de transmitir la ciencia del yoga a su esposa Parvati. El loto, postura icónica de meditación, permite encontrarse cómodamente sentado a la vez que se mantiene la columna en su alineación natural. La leyenda dice que, si el yogui alcanza el samadhi, estado de supraconsciencia, en esta postura, su cuerpo permanece estable y no bascula ni hacia delante ni hacia atrás.
El yogui se enraíza por la pelvis; su columna vertebral, que representa el tallo del loto, es a la vez flexible y sólida. La parte superior de la cabeza (donde se sitúa el chakra Sahasrara, «loto de los mil pétalos») es como una flor apenas eclosionada o ampliamente abierta. La eclosión más o menos avanzada del capullo de loto simboliza la realización de las posibilidades contenidas en el germen inicial, la realización de las posibilidades del Ser.
¿Quién, en su camino hacia el yoga, no querría alcanzar la belleza del loto? Pero el practicante deberá armarse de paciencia. No se hace crecer un loto, se lo observa crecer.
TRIKONASANA
Trikona: triángulo
El dios Brahma de cuatro cabezas, sentado sobre el loto del que acababa de nacer, paseaba su mirada en todas direcciones. A su alrededor, el dios solo podía divisar una extensión de agua inmensa, cubierta de espesas tinieblas. Todavía no existía nada. Al cabo de una larga meditación sobre el misterio de su origen, Brahma se puso a crear el universo. Pero dos minúsculas gotas de agua iban a amenazar la armonía de toda la creación.
En efecto, sobre uno de los mil pétalos del loto, se podían ver dos gotas de agua muy pura. La primera se parecía a una gota de miel; se convirtió en el demonio Madhu, que encarna tamas, la energía de la inercia. La segunda era dura como una piedra; se convirtió en el demonio Khaitaba, que encarna rajas, la tendencia dinámica.
Tan pronto como nacieron, los demonios se pusieron a pelear, corriendo a lo largo del tallo de loto. Entonces, vieron a Brahma, ocupado en crear los Vedas, las obras que contienen la sabiduría del mundo. Movidos por el deseo y el instinto, los demonios se apoderaron de los cuatro libros y se los llevaron al infierno.
Brahma no podía correr el riesgo de crear un universo desprovisto de sabiduría. Desesperado, sacó a Visnú de su sueño yóguico; solo él podía restablecer la armonía. Revestido para la ocasión de una apariencia de hombre con cabeza de caballo, Visnú penetró en las profundidades del océano y se puso a cantar con voz melodiosa. Los demonios, cautivados por la voz deliciosa, descuidaron un instante los Vedas para intentar acercarse a ella. Visnú aprovechó para recuperar los libros y devolvérselos al dios creador.
Una vez controladas las tendencias tamásicas y rajásicas, la creación podía continuar sobre una base equilibrada. Una vez cumplida la misión, el dios Visnú regresó a su yoganidra.
Tres tendencias cohabitan en el universo. Las llamamos las tres gunas (los tres «filamentos» del universo):
Sattva, representada en la historia por Brahma, es el equilibrio; es el color blanco, que evoca lo que está más cerca de la perfección.
Rajas, encarnada por Khaitaba, es el impulso, el deseo; es el color rojo, que evoca el dinamismo conquistador, la violencia y la pasión.
Tamas, encarnada por Madhu, es el principio de oscuridad, el embotamiento, el instinto; es el color negro, que representa la inercia, la pereza y la ignorancia.
Estas tres cualidades fundamentales están presentes en el universo desde su creación; desde ese mismo instante, parecen combatirse.
Puesto que estamos tejidos con los mismos filamentos que el universo, estas tres cualidades también están presentes en nosotros. Cada una de las tres gunas es necesaria para nuestro equilibrio, pero basta con que una de ellas predomine para que la armonía se vea amenazada.
En la postura del Triángulo —o los Triángulos2—, el yogui intenta que cohabiten estas tres energías fundamentales. Tamas, la fuerza de resistencia, convive con rajas, el impulso de movimiento, para formar una base estable sobre la que el yogui podrá alcanzar el equilibrio sáttvico, simbolizado por el vértice del triángulo.
Pero este equilibrio es precario: en Trikonasana, el yogui debe procurar armonizar sus apoyos en el suelo y repartir su peso entre los dos pies, antes de elevar la mirada hacia el cielo. A través de la oscilación continua y muy ligera del cuerpo entre tamas y rajas, el yogui encontrará, en un momento dado, sattva.
Cuando alcance este equilibrio, el yogui podrá practicar el yoga, en el sentido etimológico del término, podrá unir. Unir purusha, Shiva, la consciencia simbolizada por un triángulo con el vértice hacia arriba, y prakriti, Shakti, la naturaleza representada por un triángulo con el vértice hacia abajo. Y unir la materia y la espiritualidad, tocando la tierra con una mano y el cielo con la otra.
El cuerpo del yogui se convierte así en el trazo de unión entre el cielo y la tierra.
BHUJANGASANA
Bhujanga: cobra
Los textos antiguos relatan la historia de una gigantesca cobra, la mayor de mil serpientes hermanas. A esta cobra, le repugnaba compartir el modo de vida de sus hermanas sanguinarias, cuyo veneno mataba a numerosas criaturas. Soñaba con ser inofensiva, por eso abandonó a los suyos a su destino y se retiró a las cumbres rocosas del Himalaya.
La inmensa serpiente llevaba una vida contemplativa en las montañas. Sus meditaciones desmesuradas atrajeron la atención del dios Brahma. Cautivado por su ascesis rigurosa, el dios creador quiso ofrecerle un deseo: «¡Oh, Brahma —le dijo la cobra—, solo pido una cosa, que mi vida pueda consagrarse totalmente al dharma, el orden que garantiza la armonía del universo!».
Brahma se lo concedió con alegría y ordenó a la serpiente que se colocara debajo de la tierra para soportarla. «De esta manera, preservarás el dharma, así se hará realidad tu deseo», le explicó. La gigantesca cobra obedeció, rodeó con sus anillos la base del eje del mundo y sostuvo desde entonces toda la creación.
Aquella serpiente tenía la particularidad de sobrevivir al diluvio que se abatía sobre el universo al final de cada era cósmica. Flotando sobre las aguas primordiales, su cuerpo servía de lecho al dios Visnú dormido, hasta el principio de una nueva era.
Dado que era la única criatura superviviente del diluvio, recibió el nombre de Ananta, «el que no tiene fin». Puesto que su cuerpo absorbía el resto de la creación precedente, también se le dio el nombre de Shesha, «el resto». Cuando llegue el momento, los vestigios preservados por la cobra servirán para volver a crear el universo.
En la India, el ser humano y la serpiente siempre han vivido en estrecha proximidad, lo cual explica el rico simbolismo asociado al animal. En el pensamiento hindú, la cobra es a la vez protectora del mundo y lecho del dios Visnú, vestigio de los mundos pasados y génesis de los mundos futuros. Sin duda, debido a que tiene la particularidad de mutar y, por lo tanto, la facultad de regenerarse, la serpiente está íntimamente relacionada con las creaciones y reabsorciones cíclicas.
La importancia de la cobra se refleja también en la filosofía y la práctica del yoga. En la visión tántrica, la serpiente representa la energía latente que se encuentra en cada uno de nosotros. Esta energía, llamada kundalini, «la enroscada», reposa en la base de la columna vertebral en estado de vigilia. Cuando la kundalini está dormida, el ser vivo se encuentra en un estado de embotamiento, sin auténtica consciencia de las cosas. Mediante diversas prácticas, el yogui intenta despertar a la serpiente para que ascienda por la columna vertebral, hasta llegar a la parte superior de la cabeza.
Durante la noche cósmica, la serpiente Ananta descansa sobre las aguas primordiales; pero, en cuanto percibe el despertar de Brahma, la serpiente sirve de base para toda la creación. De la misma manera, el papel de la kundalini está relacionado con el sueño o el despertar espiritual del individuo. Al percibir la necesidad de despertar del practicante, la kundalini se endereza y libera las potencialidades del individuo en su progresión hacia la cabeza.
Esta fase del despertar es lo que simboliza la postura de la Cobra. Tumbado sobre el vientre, con la cabeza y el tronco elevados, el yogui en Bhujangasana se parece a una cobra que se levanta para hacerse más grande.
MATSYASANA
Matsya: pez
Hace mucho tiempo, al dios Brahma le entró sueño, lo cual presagiaba el final de una era; cada vez que el creador se dormía, un diluvio aniquilaba la creación. Lluvias violentas se abatían sobre la tierra, provocaban el ascenso de las aguas y la muerte de todas las criaturas. Aprovechando el adormecimiento de Brahma, el demonio Hayagriva robó los cuatro Vedas, los valiosos libros que contienen la sabiduría de los dioses y los seres humanos. El dios Visnú tomó la forma de un avatar, como de costumbre cuando la armonía cósmica estaba amenazada. ¡Quién sabe qué daños podría causar la pérdida de la sabiduría del mundo!
Durante este tiempo, en la tierra, el rey Satiavrata practicaba grandes austeridades y ayunaba desde hacía cientos de años. Como cada mañana, se disponía a efectuar sus abluciones rituales. En la orilla del río, el rey extrajo agua en el hueco de las manos y las elevó hacia el cielo en un acto de ofrenda.
Cuando estaba vertiendo el agua en el río, su acto fue interrumpido por una vocecita aguda: «¡Oh, gran rey! ¡No me devuelvas al río!». En las manos de Satiavrata coleaba un minúsculo pececillo. «Los peces grandes me tragarán de un bocado. ¡Ten piedad, gran rey!» Como el deber de un rey es proteger a cualquiera que le pida ayuda, Satiavrata colocó al pez en una cáscara de coco y se lo llevó a casa.
Al día siguiente, el rey se despertó con el sonido de un vozarrón: «¡Oh, rey, ayúdame! ¡Tu bol me ahoga, ya no puedo respirar!». ¡Cuál no fue la sorpresa de Satiavrata al descubrir que el pez había triplicado el volumen! Ofreció a su huésped un recipiente más grande; el pez se tomó unos tragos de agua fresca y dio las gracias al rey. Unas horas más tarde, Satiavrata practicaba sus plegarias matinales cuando oyó una voz todavía más fuerte: «Oh, rey, este recipiente es demasiado pequeño. Por favor, tráeme uno nuevo». Asombrado, Satiavrata trajo el jarrón más grande que pudo encontrar. El pez tomó unos tragos y la historia se repitió, una y otra vez. El pez no acababa nunca de crecer.
Satiavrata transportó a la extraña criatura de estanques a ríos, de ríos a mares, hasta el océano. Allí, ante aquel enorme pez, el rey reconoció al dios Visnú, protector del universo. Visnú le advirtió: «En siete días, el universo se descompondrá. Habrá grandes inundaciones y todos los seres morirán. Construye un inmenso barco. Reúne las semillas de todas las plantas y los cuerpos sutiles de todas las especies de animales. Llévate a los siete sabios y a su familia. Y no te olvides de Vasuki, la inmensa serpiente». Satiavrata asintió y se puso a trabajar. El pez Matsya, por su parte, se marchó a realizar la otra parte de la misión: después de encontrar al demonio ladrón en el fondo del océano, Matsya recuperó los Vedas.
Pronto, las lluvias torrenciales azotaron la tierra y lo arrasaron todo a su paso. El nivel del agua subía peligrosamente. El pez se acercó al arca de Satiavrata y pidió que lo ataran a ella, utilizando como cuerda el cuerpo de la serpiente cósmica. Así fue como el enorme pez condujo el barco a un lugar seguro hasta el final del diluvio. Matsya aprovechó este respiro para transmitir la sabiduría divina a Satiavrata, y le enseñó los yogas del conocimiento, la devoción y la acción.