Elisa Giambelluca - María Encarnación González - E-Book

Elisa Giambelluca E-Book

María Encarnación González

0,0

Beschreibung

La biografía de Elisa Giambelluca (1941-1986), corta en extensión y densa en contenido, podría ser semejante a la de cualquier mujer profesional de su época: una profesora de matemáticas y física en centros de Enseñanza Media y después directora de un Istituto Magistrale, semejante a lo que en España sería entonces una Escuela Normal para estudiantes de Magisterio. Nada de particular en esta italiana bajita y simpática, pero sus familiares y amigos, sus compañeros profesores y sus alumnos, reconocían en ella una difícil sencillez, una naturalidad, una ausencia de protagonismo, una fortaleza revestida de amor, una capacidad de facilitarlo todo y estar cerca de cada uno, que la hacían única, distinta, singular; dotada, en suma, de una categoría humana, profesional y espiritual que dejó profunda huella en todos ellos. Como si nada; pero sabiendo hasta el final que lo verdadero permanece: "Todos los compromisos que tenía por la actividad en la escuela, en la parroquia, con los amigos, han desaparecido. Y sin embargo me siento parte viva de la historia".

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 475

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



M.ª ENCARNACIÓN GONZÁLEZ RODRÍGUEZ

Elisa Giambelluca

Como si fuera tan fácil

NARCEA, S. A. DE EDICIONES

COLECCIÓNMUJERES EN LA HISTORIAMaría Encarnación González Rodríguez

1. María Josefa Segovia Morón. La mujer de los ojos abiertos.

2. Antonia López Arista. Una Institución que nace.

3. Elisa Giambelluca. Como si fuera tan fácil.

ÍNDICE

SIGLAS Y ABREVIATURAS

INTRODUCCIÓN

LA PERSONA Y EL TIEMPO

1. CONTEXTO EN QUE SE DESARROLLÓ LA VIDA DE ELISA

Medio siglo difícil para la historia de Italia

Sicilia, con características propias

Isnello y el Santuario de Gibilmanna, en el corazón de Le Madonie

En la Institución Teresiana de san Pedro Poveda

Durante los días del concilio Vaticano II

PRIMERA ETAPA1941-1965“SENCILLEZ, SERENIDAD, SINCERIDAD”

2. UNA NIÑA DE ISNELLO

La más pequeña de una familia numerosa

En un sólido ambiente cristiano

Escuela, estudios, amigas

Buen entorno ambiental y buen corazón

¿Y después de la escuela?

3. JOVEN ESTUDIANTE EN CEFALÙ

En la ciudad marítima y normanda de Cefalù

Interna en el Colegio de Maria

Estudiante en la escuela media estatal Rosario Porpora

Hacia la madurez clásica: en el liceo-gimnasio Mandralisca

Talante humano y espiritual de la joven Elisa: en la Acción Católica

4. LAUREATA EN MATEMÁTICAS POR LA UNIVERSIDAD DE PALERMO

En la Universidad de los Estudios de Palermo

En la “Casa de la universitaria” de la Institución Teresiana

Sin olvidar Isnello ni Cefalù

Final de sus estudios en el complejo mundo estudiantil

En la Institución Teresiana

SEGUNDA ETAPA1965-1983“ANTES QUE PROFESORASOY TERESIANA”

5. COMIENZO DE LA ACTIVIDAD PROFESIONAL

El salto al continente: en plena Calabria

En el Istituto Magistrale de Rossano

La familia, el colegio, las amigas

Un paso fundamental en la pertenencia a la Institución Teresiana

Habilitada para la enseñanza oficial

6. La singular experiencia de Turín

La efervescente ciudad de los años sesenta

En el Instituto Técnico Industrial Estatal Giovanni Battista Pininfarina

En el Educatorio della Provvidenza

En la Escuela Media Estatal Leon Battista Alberti

La experiencia turinesa de la joven profesora

7. EN EL CENTRO DE ITALIA: ROMA Y POGGIO MIRTETO

Un año académico en Roma

Otro curso en Poggio Mirteto (Rieti)

Compromiso definitivo con la Institución Teresiana

Sus compañeras de promoción han dicho de Elisa

Como un rayo en el cielo sereno

8. DIRECTORA Y PROFESORA DEL ISTITUTO MAGISTRALE DE ROSSANO

De nuevo, y con novedades, en el Magistrale de Rossano

Puesta en marcha de la experiencia de renovación pedagógica

Un innovador proyecto comunitario en favor de la juventud

¿Cómo sostener el Instituto?

Una posible solución

9. ASÍ VIERON A ELISA

Numerosos y relevantes testimonios: los obispos

¿Qué dicen hoy sus alumnas y alumnos de entonces?

Testimonios de los profesores del Magistrale

Sus compañeras de la Institución Teresiana

Los padres de los alumnos y la bedela del Instituto

TERCERA ETAPA1983-1986“CAMINO FATIGOSO.ABANDONO EN EL PADRE”

10. EN LA SABINA: ENTRE LA SALUD Y EL TRABAJO

“Al dejar Rossano por Vescovio…”

“Un tumor maligno así de grande”

Espíritu, enfermedad, trabajo

Fin de la actividad profesional

“Habrá quien se ocupe de mí”

11. “ESTO NO ES NADA; YO SOY FELIZ”

En Roma: últimos meses

Hacia el final de la vida terrena de Elisa

“No digáis que ha muerto…”

Traslado a Isnello

Tan igual y tan distinta

Epílogo

ANTOLOGÍA DE ESCRITOS

INTRODUCCIÓN

1. CORRESPONDENCIA EPISTOLAR

2. ACTIVIDAD PROFESIONAL

3. DE SUS APUNTES PERSONALES

PUBLICACIONES

ESCRITOS DE ELISA GIAMBELLUCA

SOBRE ELISA GIAMBELLUCA

FOTOGRAFÍAS

CRÉDITOS

SIGLAS Y ABREVIATURAS

ACIT = Asociaciones Cooperadoras de la Institución Teresiana.

AHEPT = Archivo Histórico Educatorio della Provvidenza, Torino.

AHIT = Archivo Histórico de la Institución Teresiana.

AHPR = Archivo del Hospital Policlínico, Roma.

AIMPM = Archivo del Istituto Magistrale de Poggio Mirteto.

AIMR = Archivo del Istituto Magistrale de Rossano.

AITI = Archivo de la Institución Teresiana, Italia.

AITP = Archivo de la Institución Teresiana en Palermo.

Ant. Escr. = Antología de Escritos.

APGIT = Archivo de la Postulación General de la Institución Teresiana.

CEG = Causa Elisa Giambelluca.

FUCI = Federazione Universitaria Cattolica Italiana.

IEPS = Instituto de Estudios Pedagógicos Somosaguas.

Ob. cit. = Obra citada.

P., pp. = Página, páginas.

Testm. = Testimonio.

Unione Cattolica Italiana Insegnanti Scuola Media.

INTRODUCCIÓN

La vida de Elisa comenzó en Isnello, un pueblecito en el corazón de Le Madonie, cadena montañosa que atraviesa el norte de Sicilia (Italia), y tuvo como marco cronológico el escaso medio siglo que transcurre entre el 30 de abril de 1941, fecha de su nacimiento, y el 5 de julio de 1986, cuando culminó en Roma su vida terrena. Una franja de tiempo bastante reciente, muy rica en cuanto a las iniciativas, tanto de ámbito local como universal, que han configurado nuestra actualidad.

Cuando nació Elisa, hacía casi un año que Italia había entrado en la II Guerra Mundial y vivió de niña y de adolescente el doloroso tiempo de postguerra, agitado por la escasez y las incertidumbres. Estudió matemáticas y física en la universidad de Palermo desde 1960 a 1965, mientras se celebraba en Roma el concilio Vaticano II, y al terminar su carrera se vinculó con la Institución Teresiana, asociación fundada por san Pedro Poveda en 1911 en Covadonga (Asturias-España), en un momento en que el laicado, y en concreto la mujer, empezaba a asumir un papel destacado en la Iglesia y en el mundo contemporáneo.

El comienzo de su actividad profesional como joven profesora en Calabria, Turín y Roma coincidió con los años caracterizados por la efervescente problemática juvenil que explotó en el conocido mayo de 1968. Fue después, durante diez años, directora del Istituto Magistrale –equivalente en la España de entonces a una Escuela Normal Superior para el Magisterio– de Rossano Calabro, coincidiendo con el momento en que el Ministero della Pubblica Istruzione estaba promoviendo la Sperimentazione de nuevos métodos pedagógicos en la enseñanza media y superior, precursora de una reforma que afectaría tanto a la metodología didáctica como a la implicación de las familias de los estudiantes en las tareas de la comunidad educativa.

Concluida su estancia en el Magistrale de Rossano, mientras Elisa continuó ejerciendo con gran esfuerzo su profesión en escuelas públicas de la Sabina, en el centro de Italia, se iba apagando su joven y fecunda vida a causa de un carcinoma que la arrebató de este mundo cuando acababa de cumplir 45 años de edad.

La corta biografía de Elisa es semejante a la de cualquier mujer profesional de su época, pero tanto sus familiares y amigos como sus compañeros profesores y sus alumnos, reconocieron en ella una difícil singularidad, una categoría humana y espiritual que dejó profunda huella en ellos. Como tantos otros, Elisa era una persona bien dotada intelectualmente; tenía facilidad para las relaciones sociales, igual que muchos; fue una óptima profesora, como no pocos y, sin embargo, además de admirar estas cualidades, unánimemente reconocían en ella un desarmante encanto de sencillez, de naturalidad, de ausencia de protagonismo, de fortaleza revestida de amor, de facilitarlo todo como si no costara nada y de estar cerca de cada uno, que la hacían única, distinta, singular.

Para esbozar la biografía de Elisa no podemos limitarnos a los hechos externos de su trayectoria en el tiempo, comunes, como estamos diciendo, con muchos de sus contemporáneos. Es necesario entrar en su interior, en aquello que, sin ser verbalizado, se visualizaba en los hechos y se percibe desde fuera, porque no dejaba indiferente a quienes pasaron a su lado y menos a quienes tuvieron la dicha de convivir con ella durante periodos más o menos prolongados.

Al concluir sus estudios universitarios, Elisa había vinculado su vida a la Institución Teresiana, como acabamos de decir, y había encontrado en ella un modo laical de vivir la entrega a Jesucristo, deseada casi desde niña, y una cualificada manera de participar en la misión evangelizadora de la Iglesia en ese crítico momento postconciliar del Vaticano II, en que el mundo contemporáneo ofrecía retos y posibilidades inéditas hasta entonces.

El 23 de noviembre de 1972, a los 31 años, escribía en sus apuntes personales: “Qué grande es la Institución; es estupenda. Exige un corazón grande y generoso. Ayúdame a ser digna, Señor”. Y añadía poco después, el día 27: “La Virgen Milagrosa. Madre mía, ayúdame a creer que Dios me ama sin medida y quiere mi santidad más que yo misma […] ¡Creo, Señor, que me harás santa!”. No eran estas expresiones banales nacidas de un fervor momentáneo ni solamente fruto de su natural bondadoso. Tampoco un tópico al alcance de quien se siente embargado por un sentimiento religioso más o menos impulsivo o difuso. Respondían a una conciencia clara de haber recibido el don de la fe y al convencimiento de que la vida humana halla su más cabal plenitud en referencia a quien se hizo hombre para redimir lo humano, lo cual suponía un modo de conducirse en el que se conjugaban cotidianamente la honesta responsabilidad respecto a las propias obligaciones y el sentido trascendente que las cualificaba y sostenía.

¿La santidad para todos? Lo acababa de decir el concilio y Elisa no tuvo reparo en desearla de todo corazón para sí misma y en repetírselo una y otra vez, señalando, sin embargo, una importante connotación: “una santidad sin ruido, pero verdadera y fecunda para la Iglesia” (12 de noviembre de 1972). Una meta posible, deseada también para los demás, comenzando por los más cercanos.

¿Mujer en la Historia? O mejor, ¿mujer capaz de hacer historia? Sin duda alguna. Porque la vida de Elisa, una vida nunca fácil y siempre abierta a la novedad, desarrollada en una etapa muy crítica del mundo contemporáneo, pone de manifiesto hasta qué punto una persona inteligente y bondadosa, firme y cordial, bien preparada intelectualmente y sumamente sencilla en su modo de conducirse, fue capaz de abrir un cauce nuevo, entonces transitado por muy pocos, hacia horizontes insospechados no solo para la mujer, sino para cuantos decididamente optaban por construir un futuro mejor. “Camino en la historia, veo la historia, mi historia, con ojos nuevos”, escribía el 4 de agosto de 1983, ya aquejada por la enfermedad. Y esto otro muy poco después, el día 9: “Todos los compromisos que tenía por la actividad en la escuela, en la parroquia, con los amigos, han desaparecido. Y sin embargo me siento parte viva de la historia”.

Esta historia viva, esta afirmación de presencia activa en la historia entonces y después, es la que intentamos ahora exponer. Para ello, comenzamos deteniéndonos en el contexto en que se desarrolló su existencia. Como mujer de a pie que era, inmersa de lleno en la fatiga cotidiana, la relación con la realidad circundante fue fundamental para la niña, la estudiante, la joven profesora y, en fin, la enferma Elisa Giambelluca.

Cuando estamos escribiendo estas líneas, Elisa acabaría de cumplir 77 años. Quiere esto decir que contamos con muchos y muy directos testimonios de quienes convivieron con ella, la trataron o trabajaron codo con codo a su lado. La menor de siete hermanos, hemos conocido a los dos varones, fallecidos ambos en 2011, y contamos con la cordialidad y el cariño de sus cuatro hermanas, con quienes mantenemos frecuente relación, y no eluden responder a cuantas preguntas les formulamos. Igualmente los sobrinos y sobrinas, sobre todo los que estuvieron más cercanos a Elisa. Conocemos también a varios de sus colegas de profesión, profesores como ella, coetáneos en su mayoría, y a un buen número de los que fueron sus alumnos, que cuentan hoy en torno a los 50 años, titulados en Magisterio prácticamente todos y varios también con estudios posteriores en la universidad. Un nutrido plantel de informadores que por escrito o de modo oral han transmitido –no sin viva emoción en muchos casos– lo que para ellos fue la hermana, la tía, la compañera amiga o la profesora competente y solícita, atenta siempre a todos y cada uno.

Entre 2006 y 2009 principalmente, y también después, hemos interrogado a estos familiares, compañeros o alumnos de Elisa, muchos de los cuales han escrito también sus testimonios, y de otros hemos tomado las oportunas anotaciones o grabaciones magnetofónicas, reuniendo así más de un centenar de documentos que aportan abundante información biográfica sobre ella. Remitimos con frecuencia a estos materiales, base fundamental de nuestro estudio. La primera vez que se cita cada uno indicamos el lugar y la fecha de su testimonio y, si no se explicita otra cosa, entendemos que las siguientes citas, si las hay, corresponden al mismo documento. Como todos ellos se encuentran en la sección dedicada a Elisa Giambelluca del Archivo de la Postulación General de la Institución Teresiana, omitimos la referencia explícita en cada caso a este lugar.

Para este trabajo hemos contado también con la documentación existente en muy diversos archivos relacionados con su biografía, comenzando por los municipales y parroquiales de Isnello, además de los valiosos materiales conservados por la familia. Imprescindibles, así mismo, los archivos de Cefalù, como el del Colegio de Maria, donde residió para realizar los estudios medios, y los de los liceos oficiales que frecuentó, además del de la Acción Católica italiana local. De singular importancia ha sido, desde luego, el Archivo Histórico de la Institución Teresiana y el del Sector Italia de la misma Institución, donde hemos podido consultar los documentos relativos a las residencias universitarias de Palermo y Roma, el Istituto Magistrale de Rossano, las casas de Vescovio y Poggio Mirteto, etc. Han aportado también necesaria documentación el Archivo de la Universitá degli Studi de Palermo, el del Provveditorato agli Studi de Roma, los archivos de los centros privados o estatales donde Elisa trabajó en Turín, en Roma y en la provincia de Rieti y, desde luego, para su enfermedad y muerte, los del Hospital Policlínico Humberto I y el Hospital Cristo Rey, ambos de Roma. A todos ellos hacemos referencia en cada caso con la sigla correspondiente. Pero no solo esto, pues además de las citadas fuentes testimoniales y documentales, hemos tenido en notable consideración el interesante patrimonio de los escritos de Elisa.

Con base en tan nutrida documentación, nos hemos atrevido a elaborar esta síntesis biográfica en la que fundamentalmente seguimos un criterio cronológico. Es mucho más lo que de Elisa se podría decir, y deseamos que mejores plumas y más agudos observadores mejoren y completen lo que aquí nos limitamos a esbozar. Completamos la biografía con una Antología de Escritos en la que dedicamos la primera parte al epistolario de Elisa; en la segunda ofrecemos un par de documentos relativos a su ejercicio profesional y, para concluir, en la tercera, algunas páginas de sus apuntes personales.

Hemos contado, pues, con un relevante conjunto de fuentes que iremos citando en cada caso, aunque procurando que la extensión del aparato crítico no actúe en detrimento de la narración biográfica, que deseamos sea de fácil, grata e incluso de amena lectura.

Las fotografías, a pesar de la escasa calidad de la mayoría de ellas, también proporcionan oportuna noticia de la biografiada. Conocemos bastantes, y siguen apareciendo más, pero baste una pequeña selección para que quede grabado en nosotros su rostro apacible, su gesto amable y su sonrisa reveladora de la pizca de ironía y buen humor que siempre la caracterizaron.

Concluimos esta introducción agradeciendo vivamente su esfuerzo y sus valiosas aportaciones a quienes en 2008-2009 formaron la Comisión Histórica encargada de recoger la documentación y elaborar un Informe sobre la persona de Elisa con vistas a su posible Causa de Canonización que, en efecto, se inició en Cefalù el 29 de marzo de 2009, y concluyó la etapa diocesana el 2 de julio de 2011; la fase romana de la Causa está actualmente en curso. Nos referimos a monseñor Domenico Sideli (presidente) y a las historiadoras Maria Domenica Tusa, Vita Orlando y Maria d’Anna. Dos de ellos, monseñor Sideli y Vita Orlando elaboraron el libro Elisa Giambelluca. Eroica semplicità (Ed. Il Pozzo di Giacobbe, Trapani 2009). Otras publicaciones han visto también la luz en años sucesivos y nos han servido eficazmente como material de consulta. Agradecemos así mismo a cuantas personas en Italia nos han aportado informaciones puntuales, bien sobre el contexto histórico o sobre la propia Elisa.

Seguro que ella no pensó nunca que había de verse biografiada en libros escritos en su bella lengua italiana y también en los que, como este, han saltado las fronteras de su país. No lo pensó y, sin duda, menos lo deseó. Pero sí creemos hoy que vidas como la de ella merecen ser proclamadas a los cuatro vientos, porque nos asombra hasta lo más profundo por la valiosa, discreta, vigorosa y fecunda sencillez que, aun a costa de su esfuerzo, supo atesorar y difundir.

LA PERSONA Y EL TIEMPO

1. CONTEXTO EN QUE SE DESARROLLÓ LA VIDA DE ELISA

Medio siglo difícil para la historia de Italia

El 10 de junio de 1940, un año antes del nacimiento de Elisa, la Italia de Víctor Manuel III, con Mussolini al frente del gobierno, entró en la II Guerra Mundial aliada de la Alemania nazi. Pero en julio de 1943, cuando Elisa había cumplido dos años, con el desembarco de los Aliados en Sicilia se produjo un viraje. El día 25 del mismo mes el Gran Consejo, órgano directivo del partido fascista, se declaró en minoría respecto a Mussolini y pidió al rey que le fuera restituido el mando de las fuerzas armadas. Víctor Manuel lo destituyó y colocó al frente del gobierno al mariscal Pietro Badoglio.

Aunque los italianos creían que la sustitución de Mussolini supondría el fin de la guerra, Italia continuó en la contienda al lado de Alemania. Pero, a la vez que entraban en el país militares alemanes, se estaba intentando llegar a un armisticio con el frente de los Aliados, que se firmó, en efecto, el 3 de septiembre. Como consecuencia, los alemanes que estaban en Italia, de aliados pasaron a ser enemigos invasores.

En la noche del 8 al 9 de septiembre de 1943, la familia real, el presidente del gobierno Badoglio y el estado mayor del ejército abandonaron Roma y se instalaron en Salerno, territorio controlado por los Aliados. Roma se quedó indefensa; a los alemanes, que atacaron, se les opuso una parte del ejército y algunos civiles que combatieron enérgicamente en Porta San Paolo. Fue el comienzo de la Resistenza. Mientras tanto, los dirigentes de los partidos políticos, que habían estado prohibidos durante la dictadura fascista, dieron origen al CLN (Comité de Liberación Nacional) para dirigir la lucha de la Resistencia, y a la vez se crearon en Roma formaciones clandestinas de militares con la finalidad de defender a la población civil y mantener el contacto con el gobierno del Reino del Sur, el de Víctor Manuel III y Badoglio establecido en Salerno.

Durante los meses sucesivos, varios de los principales jefes del ejército y un buen número de intelectuales antifascistas y otros civiles italianos fueron arrestados, torturados, encarcelados y, al fin, 335 asesinados el 24 de marzo de 1944 en represalia por la muerte de 34 soldados alemanes; es la masacre de las Fosas Ardeatinas.

El 2 de septiembre de 1943, los alemanes habían liberado a Mussolini, que estaba prisionero en una localidad de Los Abruzos, en el centro de Italia, y lo llevaron a su patria. Introducido de nuevo en Italia, bajo el control de la Alemania nazi creó en el norte un nuevo estado fascista, la RSI (República Social Italiana), que se colocó, como beligerante, al lado de los alemanes. A la vez, en todos los territorios italianos ocupados por ellos se fue formando y creciendo la Resistencia; una lucha popular contra la ocupación nazi en la que se unieron los antifascistas, los patriotas y los militares que no quisieron someterse a la RSI. Roma fue liberada el 4 de junio de 1944, y la Italia septentrional el 25 de abril de 19451.

Terminada la guerra, se plantearon dos graves problemas para Italia: la forma institucional –monarquía o república– y la depuración del fascismo.

La forma institucional quedó decidida en el referéndum del 2 de junio de 1946, en el que, con los votos determinantes del norte y con escaso margen, venció la República. Por diversas causas, la depuración de los fascistas resultó muy difícil y, para llegar a una pacificación nacional, a finales de junio de 1946, a propuesta del ministro de justicia Togliatti, se proclamó la amnistía política.

A la vez que el referéndum, fue votada la Asamblea constituyente para dar a Italia una nueva constitución, que resultó ser una síntesis de los tres componentes de la política y del pensamiento de los italianos de entonces: socialista, católico y liberal. La nueva constitución entró en vigor el 1 de enero de 1948. Los pilares fundamentales del Estado fueron el reconocimiento de los derechos de la persona, la prioridad de los problemas del trabajo y la afirmación de los derechos de la Iglesia por tratarse de un país católico. Con la República se restauró la vida política y la actividad de los partidos. Es de notar que en 1946 es la primera vez que votaron las mujeres. Entonces Elisa era una niña de cinco años.

Los principales partidos políticos que se configuraron eran el democristiano, el socialista y el comunista, pero el tono lo dio la DC (Democracia Cristiana), clásico partido formado por diversas clases sociales y capitaneado por De Gasperi, que se mantuvo en la presidencia del Consejo desde diciembre de 1945 hasta julio de 1953.

El mundo católico era muy variado: iba desde el ala más progresista de Giuseppe Dossetti –profesor de derecho en la universidad católica de Milán y después fundador de la comunidad monástica La Piccola Familia de la Annunziata–, Giorgio La Pira y Amintore Fanfani, hasta la parte más cercana al mundo de la industria y a la jerarquía eclesiástica, con Giuseppe Pella, Mario Scelba, Giulio Andreotti, Paulo Emilio Taviani y otros.

La principal tarea del gobierno fue atender los urgentes problemas que afectaban al sur de Italia: realizar la reforma agraria, que hizo convertirse en propietarios, con una hipoteca de treinta años, a más de cien mil campesinos, y crear la Cassa per el Mezzogiorno, ente destinado a proyectar la intervención estatal para el desarrollo económico del Sur.

Con la ayuda financiera de los Estados Unidos de América y con una política apoyada en la Confindustria, hasta los comienzos de los años sesenta Italia vivió un intenso desarrollo económico, que tuvo su punto fuerte en el sector industrial. Tardaron en ser reconocidos los derechos de los trabajadores, pero en el mundo católico se fue haciendo presente una minoría más sensible a esta cuestión, que encontró apoyo en el concilio Vaticano II. El movimiento feminista resultó algo más tardío: se fue abriendo camino en los años setenta, tras el empuje del 68.

Es de notar que Italia formó parte del primer grupo de estados que constituyeron el núcleo originario de la Comunidad Económica Europea. Los tratados de 1957 se firmaron en Roma.

Al comienzo de los años sesenta, la política centrista había prácticamente terminado su curso y, apoyada primero por Amiltore Fanfani y después por Aldo Moro, comenzó la etapa del centro-izquierda, con la participación de los socialistas en el gobierno2.

El panorama cultural italiano en los años vividos por la joven Elisa Giambelluca fue también muy complejo. La Italia pobre, provinciana y retrasada de después de la I Guerra Mundial, había continuado así durante los veinte años de fascismo. La propaganda política había ido forjando las mentes y los caracteres desde los primeros años de la escuela con una enseñanza curricular a propósito y con manifestaciones deportivas.

La Iglesia, después de un inicial apoyo al régimen que había propiciado la firma de los Pactos Lateranenses en 1929, había ido tomando tímidamente distancia de él. Tuvo importancia, en 1931, el enfrentamiento entre el Vaticano y el gobierno fascista, porque este pretendió clausurar todos los círculos católicos. Solo quedó en pie la Acción Católica, pero con la obligación de existir nada más en el ámbito diocesano y de ocuparse estrictamente de la formación religiosa. Mentes libres como la de monseñor Montini, el futuro papa Pablo VI, ayudaron a los jóvenes católicos a formar una conciencia crítica; son los que constituyeron los cuadros directivos de la Democracia Cristiana en la postguerra de la II Mundial.

Así pues, la Italia de la postguerra salía de veinte años de dictadura que, si bien habían conseguido un relativo desarrollo económico, durante ellos se había impedido el libre pensamiento hasta el punto de perseguir a los intelectuales disidentes del sistema. La única excepción fue Benedetto Croce, personalidad con demasiado relieve internacional como para ser abiertamente reprobado. Muchos personajes destacados prefirieron el exilio al ambiente opresor de esta dictadura.

Con el final de la guerra y la reconquistada libertad, y con la consciencia que se había ido forjando en los años de lucha, sobre todo durante la Resistencia, tuvo lugar un florecimiento en diversos campos de la cultura, especialmente en la literatura y el cine. Con Cesare Pavese, Italo Calvino, Beppe Fenoglio, adquirió importancia la corriente del neorrealismo, evocadora de las recientes experiencias de guerra.

Al poco tiempo, el rápido progreso económico infundió una confianza que generó hasta euforia; pero gran parte del país, sobre todo el Sur, continuó viviendo en una humillante pobreza, que fue lo que obligó a muchos a emigrar a los países europeos donde hacía falta mano de obra, como Suiza, Bélgica y Alemania. Los trabajadores italianos sostenían a sus familias con lo que enviaban desde el extranjero.

Lentamente, con el impulso de los países más ricos, sobre todo de los Estados Unidos, los italianos se hicieron más hábiles y dinámicos, y los jóvenes se fueron convirtiendo en protagonistas3.

Esta es la Italia vivida por Elisa, pero nos interesa centrar la mirada en Sicilia, su ambiente natal y familiar, al que volvía en los periodos de vacación, donde reposan sus restos y donde se ha incoado su Causa de canonización.

Sicilia, con características propias

Sicilia ha sido vista por los historiadores, artistas y escritores como una realidad plural y de contornos muy precisos; insular y al mismo tiempo como una encrucijada de culturas y de pueblos; un verdadero crisol de diversidades y, a la vez, con características propias bien definidas. Este texto la describe de modo excepcional:

“Dice el atlas que Sicilia es una isla y será cierto; el atlas es un libro que merece ser tenido en cuenta. Pero cuando se piensa que el concepto de isla suele corresponder a un conjunto compacto de raza y costumbres, surge la duda. Porque en Sicilia todo es dispar, mezclado, tornasolado, como el más híbrido de los continentes. Hay muchas Sicilias; no terminaríamos de contarlas. Existe la Sicilia verde del algarrobo, la blanca de las salinas, la amarilla del azufre, la rubia de la miel, la purpúrea de la lava. Existe una Sicilia ‘dócil’, apacible, casi bobalicona, y una Sicilia ‘experta’, dedicada a las más utilitarias prácticas de la violencia y del fraude. Hay una Sicilia perezosa y una frenética; una que se extenúa con la angustia de las cosas y una que narra la vida como un guion de carnaval; una, finalmente, que se asoma desde una cima de viento en un acceso de deslumbrante delirio… ¿Por qué tantas Sicilias? Porque Sicilia ha tenido la suerte de encontrarse haciendo de bisagra a lo largo de los siglos entre la gran cultura occidental y las tentaciones del desierto y del sol; entre la razón y la magia; entre la intemperie del sentimiento y la canícula de la pasión.

Sufre Sicilia de un exceso de identidad, y no sé si esto es un bien o un mal. Ciertamente para los que han nacido aquí dura poco la alegría de sentirse en el ombligo del mundo; aparece pronto el sufrimiento de no saber desenredar, entre mil curvas y trampas de sangre, el hilo del propio destino. Comprender Sicilia, para un siciliano significa comprenderse a sí mismo, absolverse, o condenarse. Pero, juntos, significa definir la disidencia fundamental que nos martillea, la oscilación entre la claustrofobia y la claustrofilia, entre el odio y el amor a la clausura, según que se intente expatriarse o nos lisonjee la intimidad de la madriguera, la seducción de vivir como un vicio solitario.

La insularidad, quiero decir, no es una segregación solo geográfica, arrastra consigo otras: la de la provincia, la familia, la habitación, el proprio corazón. De aquí nuestro orgullo, la desconfianza, el pudor; y el sentido de ser distintos”4.

Así, con características propias, Sicilia, y en ella nuestra Elisa, han vivido el devenir histórico de Italia durante unas décadas cruciales del siglo XX, de las que de algún modo continúa siendo tributaria nuestra actualidad.

El drama en que Italia estaba entonces sumergida era, como decimos, la dolorosa II Guerra Mundial y sus consecuencias, tan dramáticamente vividas en el país. A raíz del desembarco de los Aliados el 10 de julio 1943, Sicilia había quedado liberada, pero el hecho no suscitó euforia en el pueblo dolorido: la deprimida economía de guerra, las privaciones de todo género en la vida cotidiana, e incluso la lejanía de los hombres que habían sido llamados a enrolarse en el ejército y combatir, dejando a sus familias en la angustia de un futuro incierto, habían ido provocando un ambiente tenso y apagado, y también un notable distanciamiento del régimen político, cada vez más abiertamente criticado. Además, cuando se constituyó al norte la República Social Italiana y la Italia meridional formaba el Reino del Sur, aliado de los Estados Unidos e Inglaterra, el país había quedado dividido en dos zonas antagónicas, por lo que las comunicaciones entre el norte y el sur eran prácticamente imposibles.

Como resultado de la contienda, los artículos de primera necesidad habían sido racionados ya desde 1941, año del nacimiento de Elisa, y con el recrudecimiento de la guerra la situación en el sur se hizo prácticamente insostenible. Las múltiples manifestaciones de protesta degeneraron con frecuencia en episodios de rebelión propios del mundo campesino. Se denunciaba el anterior fracaso de la política fascista en la zona y, además, la separación entre el norte y el sur penalizó duramente a la Italia meridional. En el sur no se habían creado los presupuestos para una verdadera reforma agraria; prevaleció una política de colonización y los pobres se empobrecieron aún más, e incluso muchos de los pequeños propietarios campesinos se vieron en el límite de la pobreza.

En torno a 1943 el problema de la alimentación se hizo todavía más grave: no se encontraba casi nada en el mercado. Pero a pesar de esto, los americanos eran vistos como amigos, sentimiento que se vio reforzado por los vínculos familiares de una parte de la población que había emigrado al otro lado del océano. En esta situación, no es de extrañar que no se encendiese el odio contra ellos. Estaban convencidos de que no tenían nada contra los italianos, sino solo contra los alemanes y los fascistas. En esta situación, a pesar del paso del tiempo, no terminaban las manifestaciones de descontento y la policía se veía del todo impotente para afrontarlas. Resurgió incluso en la isla el ansia separatista, antigua aspiración de los sicilianos. Lo que sí se consiguió con el apoyo de las clases medias y de la burguesía fue la autonomía regional, que quedó sancionada por la Constitución.

Después de la liberación, no solo continuaba siendo patente la diferencia entre el norte y el sur, sino que incluso iba en aumento. Había dos Italias, con experiencias y vivencias muy distintas. El norte había sido protagonista de la lucha por la liberación; el sur estaba ya liberado desde hacía tiempo por los aliados y asistía de un modo bastante pasivo al suceder de unos acontecimientos que también le afectaban, pero en los que no estaba tomando una parte muy activa. Así, quedó configurado un norte industrial, esforzadamente empeñado en su reconstrucción, y un sur prevalentemente campesino, con residuos feudales, y tributario de una política que no conseguía despertarlo. En años sucesivos, la reconstrucción y la recuperación económica fueron llegando también al sur, pero sin que se abandonaran del todo las ancestrales características del clientelismo asistencial.

En este ambiente nació y creció Elisa y vivió su familia, y es al que hará referencia incluso cuando, desde 1965 y durante los 24 años que transcurrieron hasta su muerte, vivió y trabajó en el continente, en diversos lugares del sur, norte y centro de la península.

Isnello y el Santuario de Gibilmanna, en el corazón de Le Madonie

Isnello5, el precioso pueblo de la provincia de Palermo en que nació Elisa, está recostado en un delicioso valle del corazón de Le Madonie, la majestuosa y amena cadena montañosa que recorre de este a oeste la costa norte de Sicilia.

El hermoso parque de Le Madonie abarca unas 40.000 hectáreas de naturaleza casi intacta, donde una quincena de pequeños pueblos de gran sabor histórico humaniza un ambiente grandioso, silencioso, lleno de olores y de colores, y conservan miles y miles de destacadas obras de arte6. Uno de estos bellísimos pueblos es Isnello,de unos 3.500 habitantes cuando en 1941 vio la luz en él Elisa Giambelluca, la última de una numerosa familia de siete hijos.

El nombre de Isnello deriva del río Asine (del sirio Hassin, río frío). Los fenicios lo llamaron Hassinory los sarracenos Menzil Al Hamar, pero, aunque propiamente no tenga que ver con su etimología, en razón de su nombre el símbolo de Isnello es un borriquillo: en italiano asino, asinello.

Isnello existía ya en la época helenístico-romana. No se tienen muchas noticias de la época de dominación árabe, pero cuando Roger II fundó la diócesis de Cefalù (1131), Isnello figura como una de las primeras poblaciones integradas en ella. Desde finales del siglo XIV perteneció al condado de los Santa Colomba, pero en el año 1788, por obra de los propios habitantes, fue uno de los primeros pueblos de Sicilia que se liberó del régimen feudal. Permaneció como un núcleo urbano bastante pobre, que vivía sobre todo de la agricultura y del pastoreo, pero sin que faltara en sus habitantes un fuerte espíritu artístico y cultural, como ponen de manifiesto las notables obras de arte que custodian las distintas iglesias, cuyos campanarios emergen sobre los apretados tejados de las casas como si quisieran desafiar a las montañas del entorno.

Dentro de la parroquia, o iglesia madre, titulada de San Nicolás de Bari, se encuentran interesantes estucos del siglo XVIII y un sagrario de mármol de la escuela del conocido escultor Gagini. Es también muy de notar el artesonado de madera de la iglesia de San Miguel Arcángel y el Crucifijo de Fra’ Umile. La iglesia de nuestra Señora del Rosario conserva una espléndida pintura del flamenco Simón de Wobreck, además de una hermosa tabla del siglo XVI con la Virgen, santos y pasajes de la vida de Cristo, y hay en ella también dos sarcófagos de mármol igualmente del siglo XVI.

La identidad religioso-cultural de Isnello, propia de los pequeños pueblos sicilianos, está fuertemente ligada a un cristianismo popular muy arraigado en su historia e intensamente vivido a lo largo del sucederse de las diversas generaciones. Un cristianismo sencillo y robusto, fiel y valiente, transmitido de generación en generación a través de las propias familias. En este contexto, como iremos viendo, se desarrolló la biografía de la niña y la joven Elisa.

Las fotografías documentan con mucha claridad y precisión el ambiente de Isnello durante su infancia. A este propósito, nos ha sido especialmente útil un singular acontecimiento que ayuda a comprender los diversos aspectos de la realidad de este bonito pueblo precisamente en 1951, cuando nuestra pequeña contaba solo diez años de edad.

El 30 de septiembre de 1951, Vincenzo Impellitteri7, hijo de emigrantes isnelienses, volvió a su pueblo para ver de nuevo la pequeña casa en que comenzó su historia personal, historia que lo había llevado, en los primeros años cincuenta, a ser el alcalde de la ciudad más grande del mundo, Nueva York. Los paparazzi de entonces, locales, nacionales y extranjeros; los periodistas famosos como Carlo Levi8 –que seis años antes había publicado Cristo si è fermato ad Eboli–, formaron un largo cortejo de acompañamiento al alcalde famoso y recogieron noticias y fotografías que nos colocan de modo excelente ante la misma realidad que contemplaron durante su infancia los ojos, seguramente un poco asustados, de la niña Elisa Giambelluca.

Un significativo fragmento de una crónica de Carlo Levi nos ilustra bien sobre lo que los periodistas encontraron en Isnello durante esta visita del flamante alcalde de Nueva York Vincenzo Impellitteri. Escribe Levi sobre aquella venturosa jornada de 1951:

“Pasado Collesano, se entra en una garganta de montaña entre las altas paredes de Le Madonie y se va subiendo hasta que, desde un recodo, se divisa a lo lejos el pueblo de Isnello. Un rebaño de ovejas, con pastores y perros, obstruye la carretera […] Es un pueblo de pastores, de campesinos, de pequeñísimos propietarios de una tierra dividida en fragmentos microscópicos; de artesanos cuyo arte está abocado irremediablemente a la decadencia, pero que recuerda los tiempos de oro en que se hacían espléndidos encajes, se fundían campanas, se curtía el cuero y se soplaba el vidrio […]

Este pueblo no ha tenido hasta ahora más historia que la prehistoria. El tiempo ha pasado sin más acontecimientos que el sucederse de los señores feudales: sarracenos, aragoneses, borbones, príncipes de Santa Coloma y condes de Isnello: pero es (como los otros) antiquísimo, y por eso mismo lleno de profunda nobleza. Los sacerdotes humanistas del siglo pasado que han vivido allí, don Carmelo Virga y don Cristoforo Grisanti, han escrito doctos volúmenes sobre la historia de este pueblo, discutiendo sobre sus orígenes pelásgicos o sicanos y sobre la etimología siria u oriental de su nombre, sobre el pasado de algún príncipe y sobre las inmutables costumbres”9.

Son también ilustradoras otras descripciones de Isnello hechas por periodistas de entonces, como la siguiente:

“Una amplia vuelta antihoraria nos coloca a la entrada del pueblo. El paso del asfalto al empedrado tiene un sonido del todo particular: el ruido del motor, de protagonista pasa a ser comparsa, a ser un sottofondo regular, un bajo continuo […] Inmediatamente nos engulle un laberinto de callejuelas; el empedrado lame los portalillos, terrazas, escalinatas, esquinas, barandillas. Bastaría extender la mano para arrancar flores de los setos repletos de mimbres y de jazmines; tengo también la impresión de estar manchando con el techo sucio de mi coche la ropa blanca tendida en un balcón bajo el que maniobro antes de desembocar en la plaza”10.

A unos cinco kilómetros de este típico pueblo de Isnello, está el santuario de la Virgen de Gibilmanna, importantísimo punto de referencia para todas las gentes de su entorno y desde luego para Elisa Giambelluca no solo durante su infancia y juventud, etapa en la que estuvo más vinculada a su origen, sino a lo largo de toda su vida. Volver a Isnello, incluso antes de llegar, requería acercarse a Gibilmanna.

Según la tradición, el de Gibilmanna fue uno de los seis monasterios benedictinos que ordenó construir san Gregorio Magno (c. 540-604) en Sicilia antes de ser elegido papa. En él, una pintura al fresco de la imagen de la Virgen María atrajo pronto la devoción popular. Con la invasión de los sarracenos, hubo de ser abandonado y, despoblado, el monasterio se arruinó, pero la pequeña iglesia fue custodiada por los ermitaños y por la población del entorno hasta que, en la segunda mitad del siglo XI, Roger el Normando puso en marcha un amplio plan de restauración de la iglesia y del monasterio.

Fundada la sede episcopal de Cefalù el año 1131, en 1228 el obispo de esta diócesis Arduino II creó el priorato de Gibilmanna, que había de conferirse a uno de los canónigos de la catedral. Con el tiempo decayó esta institución y el año 1543 el santuario de Gibilmanna fue cedido a la orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Estos religiosos edificaron su monasterio sobre las ruinas del preexistente, acogiendo la bella imagen de mármol de María Santísima Reina del Paraíso, de la escuela de Gagini, que de modo providencial se había transportado allí en 1534.

Decididos a promover la vida del santuario, en 1619 comenzaron los trabajos de construcción de una nueva iglesia y en 1624 fue abierta al culto. Tuvo importancia el hecho de que en 1760 el obispo de Cefalù monseñor Castelli coronase la imagen de la Virgen y del Niño con coronas de oro enviadas por el capítulo de la basílica de San Pedro del Vaticano.

Este fragmento de un conocido autor ayuda a entender la relevancia de este importante santuario mariano, eje de la vida de los habitantes de su entorno y, como hemos indicado, eje también de la vida de la isneliense Elisa Giambelluca.

“El peregrino de hoy […] no se puede sustraer a la sugestiva atracción de la Virgen. El aprecio de un arte serio, consolador, lleno de humanidad y de verdad, tal como inspira la virginal imagen materna de Gagini, se entrecruza en su ánimo con la exigencia de una religión más íntima y silenciosa, aplacadora de las exigencias espirituales del individuo. Y por esto, incluso el peregrino de hoy se queda satisfecho ante esta imagen sagrada. Puede ver en la sencillez y la dulzura del rostro santo de la Virgen la misma seriedad, dulzura y profundidad que poco antes de entrar en la iglesia ha contemplado en el paisaje circundante; siente que la fuerza y la delicadeza de lo divino ha sido tomada de la naturaleza visible y cercana, y le resulta más fácil intuir y sentir a través de la pureza y la belleza posible en el arte, la grandeza espiritual de la santidad. Y este es un momento religioso. El que cree, se siente consolado y conmovido, y canta un canto silencioso de abandono en el Señor en quien espera; el menos creyente experimenta también un sentimiento de reverencia. Alegría del alma la una y la otra; una y otra distintas formas de oración”11.

En la Institución Teresiana de san Pedro Poveda

Concluidos los estudios primarios en Isnello, para frecuentar la escuela media y el liceo clásico en los institutos estatales de Cefalù, sus padres llevaron a Elisa al internado de las Hermanas de los Colegios de la Sagrada Familia, muy conocidas y estimadas en Sicilia, y después, para continuar los estudios en la universidad de Palermo, encontraron un alojamiento estable y adecuado en la Casa de la Universitaria de la Institución Teresiana, situada en la conocida plaza Pretoria, en el centro histórico de la ciudad. Esta Casa había sido fundada en 1946 por deseo del entonces arzobispo de Palermo, el cardenal Ernesto Ruffini12.

La decisión de Elisa de pertenecer a la Institución Teresiana cuando estaba a punto de obtener la licenciatura en Matemáticas, fue fruto de la buena formación cristiana recibida desde niña en Isnello y en el colegio de Cefalù, y de haber ido percibiendo en sus años de estudiante universitaria en Palermo el espíritu y misión propios de dicha Institución: evangelizar a través de las mediaciones educativas y culturales, con un sencillo estilo de vida pero profundamente arraigado en Cristo.

Lo que san Pedro Poveda Castroverde, fundador de la Institución Teresiana canonizado en Madrid por el papa Juan Pablo II el4 de mayo de 2003, definió desde el principio como “vocación a este género de apostolado”13, se orientaba hacia la educación de la persona, su formación humana y cristiana, lo cual incidiría en la transformación de la sociedad14. Centrandola atención sobre la indispensable función del maestro, especialmente del de la escuela pública, en el origen de la Institución está la propuesta, en 1911, de un programa de formación y de coordinación entre ellos. Este programa preveía la creación de academias para la mejor y más actualizada preparación de los estudiantes de Magisterio; centros pedagógicos para la continua actualización de los profesores en ejercicio y escuelas modelo para los unos y los otros15.

Desde el comienzo, y de modo aún más evidente a partir de 1916-1917, mientras se organizaba la inicialmente llamada Obra Teresiana como Pía Unión de fieles laicos en las diócesis y como Asociación en el ámbito civil, un pequeño grupo de profesoras comprometidas con esta Obra fue madurando el convencimiento de haber recibido una vocación de entrega total a Jesucristo, lo cual no implicaba abandonar el estado y modo de vida laical. Así, al organizarse como tal la Institución Teresiana, con diversas modalidades de compromiso en sus miembros, adquirió andadura histórica un nuevo carisma en la Iglesia y para el mundo16.

Para el padre Poveda fue prioritario ofrecer una sólida formación humana, cristiana y profesional a las asociadas de la Institución Teresiana, en primer lugar poniendo en sus manos y en su corazón la Sagrada Escritura y orientándolas hacia una profunda vida espiritual, fundada y radicada en una responsable pertenencia a la Iglesia.

Con carismática comprensión del misterio de la Encarnación del Verbo y gran amor a la Virgen María, que consideró fundamental en la Institución Teresiana, no dudó en proponer desde el comienzo el objetivo de la más auténtica santidad: “La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida dan, para quien lo entiende, la norma segura para llegar a ser santo con la santidad más verdadera, siendo al propio tiempo humano con el humanismo verdad. Así seremos generosos y nuestra Obra será simpática. ¿Modelo? Santa Teresa de Jesús”17. Estimuló, además, a la oración y al estudio, pues estaba firmemente convencido de que los binomios fe-ciencia, o piedad-cultura, “forma sustancial”, esencia, o eje del nuevo carisma, vividos ambos extremos con solidez, verdad y en profundidad, se reclamaban mutuamente entre sí.

Eligió como modelo la vida de los primeros cristianos, que se distinguieron por el amor fraterno y fueron testigos de Jesucristo en medio de una sociedad hostil o pagana. Insistía, además, en que las asociadas, como auténticas hijas de santa Teresa, consideraran la oración como “única fuerza de que dispone la Obra Teresiana”18. A esta gran mujer, titular de la Institución, el padre Poveda dirigía la mirada como modelo de apasionado amor a Jesucristo, de gran cultura, de elevadísima oración, y de vida generosa, simpática y santa.

El fundador procuró que los miembros de la Institución Teresiana, a quienes exigía lo más posible en la piedad y el estudio, se distinguieran también por su naturalidad, simpatía, alegría, capacidad de afrontar las cosas difíciles como si no lo fueran, y que, aun teniendo relevantes títulos académicos o destacados puestos de trabajo, se caracterizaran por su sencillez y se confundiesen con el común de las gentes.

Una parte de los miembros se ocupaba de los centros propios, es decir, de las academias para el magisterio y las residencias universitarias principalmente, que eran al mismo tiempo sede social de la Institución en las ciudades donde estaban establecidas; pero la mayoría de ellos realizaban su profesión en diversos ámbitos de la cultura y de la sociedad, sobre todo en las escuelas públicas, muchas de ellas en ambientes rurales.

Consolidada la única y compleja Institución Teresiana, en la que se articulan el “núcleo promotor y organizador” y diversas asociaciones cooperadoras (ACIT), fue aprobada a perpetuidad por el papa Pío XI, mediante el Breve Inter frugíferas, de 11 de enero de 1924. Esta Obra se extendió prácticamente por toda España, en 1928 se estableció en Chile y en 1934 en Italia, y fue ampliando el horizonte de su misión a diversos ámbitos educativos de la sociedad, incluidos los centros de cultura superior.

El 28 de julio de 1936 el fundador murió mártir a causa de la fe, víctima de la persecución contra el hecho religioso desencadenada en España. La venerable Sierva de Dios, Josefa Segovia (1891-1957), mujer de probada fe y de quien el fundador había dicho: “En ti está encarnado el espíritu de la Institución Teresiana”19, era directora general de esta Obra desde 1919. Tras el martirio del fundador, a ella le tocó afrontar en 1936-1939 la terrible prueba de la guerra civil española, de la que la Institución salió reforzada en su espíritu y misión, y continuó su proceso de crecimiento y expansión a pesar de las dificultades de comunicación creadas durante la II Guerra Mundial (1939-1945).

Cuando en 1965 Elisa se incorporó a la Institución Teresiana, esta Obra estaba presente en España, Chile, Italia, Argentina, Uruguay, Guinea, Bolivia, Perú, Portugal, Filipinas, México, Brasil, Tierra Santa, Venezuela, Francia, República Dominicana, Estados Unidos, Alemania, Bélgica, Japón, Irlanda, Colombia, Taiwán y Zaire (hoy República Democrática del Congo), donde acababa de iniciarse en 1964. En Italia, la Institución tenía actividades en Roma, Milán, Palermo, Rossano, Camerino, Perugia, Ferrara, Vescovio, Turín, Poggio Mirteto y otros lugares donde vivían y trabajaban asociadas aisladamente20.

Entonces, y desde 1950, la Institución Teresiana era un Instituto Secular. Nacida como Pía Unión de fieles laicos, y en el momento de la aprobación pontificia (1924) elevada a la categoría de Primaria la Institución Teresiana establecida en la diócesis de Madrid, el fundador manifestó repetida, decidida y rotundamente su voluntad de que permaneciera siempre en la originaria y discreta clasificación canónica21. Pero a pesar de esto, la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia(1947) y, sobre todo, el motu proprio Primo feliciter (1948) habían obligado a la Institución, después de un prolongado proceso de discernimiento, a asumir por obediencia a la Iglesia la aludida forma de Instituto Secular, aunque en el momento eran diversas las interpretaciones sobre la verdadera naturaleza canónica de esta nueva manera de asociarse. Posteriormente, a la luz de las clarificaciones aportadas por el nuevo Código de Derecho Canónico (1983), en diálogo con la Santa Sede la Institución Teresiana se planteó volver a la forma jurídica inicial, siempre querida por el fundador.

A Elisa le fue detectado el tumor maligno en octubre de ese año 1983 cuando, a la luz del recién promulgado Código de Derecho Canónico, la Institución acababa de celebrar en julio-agosto la Asamblea General con que inició el proceso de oración, estudio y reflexión que felizmente llevó a la recuperación de la originaria forma de Asociación de fieles laicos del pueblo de Dios. Falleció Elisa en julio de 1986, cuando toda la Institución Teresiana se hallaba empeñada en este importantísimo discernimiento, felizmente concluido en 199022.

Este prolongado paréntesis se vivió en con gran espíritu de fe y de confianza en la Iglesia, y las asociadas continuaron realizando los diversos pasos de integración en la Obra en completa fidelidad al espíritu del fundador. Así lo vivió Elisa, y quién sabe si su dolorosa enfermedad, que coincidió con los aludidos años de oración, estudio y discernimiento sobre la identidad de la Obra, y su muerte, en las vísperas de que los miembros se manifestaron a favor de solicitar a la Santa Sede recuperar la forma canónica inicial, tuvieron algo que ver con este trascendental acontecimiento para la vida y el futuro de la Institución Teresiana.

Mientras tanto, en pleno proceso de expansión universal, en la Institución Teresiana se estaba siguiendo con pasión, junto con toda la Iglesia, el desarrollo y puesta en práctica de las orientaciones del concilio Vaticano II, y la renovación comenzaba a animar a las personas, las estructuras y sus relaciones con la sociedad.

Durante los días del concilio Vaticano II

El 25 de enero de 1959, tres meses después de su elección, Juan XXIII anunció en la basílica de san Pablo Extramuros la convocatoria de un concilio ecuménico. A pesar de ser considerado por muchos como un papa de transición, tuvo la audacia de tomar personalmente esta histórica decisión, que ya había rondado la mente de sus predecesores Pío XI y Pío XII, pero sin que hubieran llegado a hacerla efectiva23.

Juan XXIII, hoy declarado santo, tenía una visión muy clara de la situación histórica que atravesaban la Iglesia y el mundo: la primera más bien centrada en sí misma y anclada en un cierto inmovilismo; el segundo, dividido en dos bloques contrapuestos que era necesario aproximar24. Inmediatamente se tuvo la sensación de que se estaba iniciando una época nueva: el concilio, de hecho, no tenía la finalidad de “tomar solemnes posturas negativas contra los errores que se propagaban, sino de encontrar el modo oportuno para exponer la doctrina antigua en los nuevos tiempos y para instaurar un diálogo con toda la humanidad”25, con los cercanos y con los lejanos.

Después de un trienio de intenso trabajo preparatorio, el 11 de octubre de 1962 tuvo lugar la sesión inaugural del concilio ecuménico Vaticano II, con la presencia de 2540 padres conciliares, enseguida reconocida como demostración de la universalidad de la Iglesia. En la sede conciliar estaban, de hecho, representantes de todos los continentes y de todas las etnias, como nunca había sucedido.

El concilio se desarrolló en cuatro sesiones: en el intervalo entre la primera y la segunda, el 3 de junio de 1963, moría el papa Juan XXIII, llorado por todo el mundo como pocos de sus predecesores. El día 21 del mismo mes fue elegido su sucesor, el cardenal arzobispo de Milán Giovanni Battista Montini, que tomó el nombre de Pablo VI, y también hoy declarado santo. Inmediatamente, el nuevo pontífice manifestó su deseo de proseguir el concilio.

Los padres conciliares, en sus debates y deliberaciones, guiados por la acción invisible, pero fuerte, del Espíritu Santo, llevaron a buen término el camino iniciado por el movimiento litúrgico, el espíritu ecuménico, el afán catequético y la meditación de la Iglesia sobre su propia realidad. El resultado fue una apertura profética de la Iglesia, convencida de su deber de servir a la humanidad sin intereses ni privilegios, sino en la humildad y en el amor26. Las constituciones Sacrosanctum Concilium, Dei Verbum, Lumen Gentium y Gaudium et Spes, junto con los otros documentos conciliares, constituyeron una preciosa herencia confiada a las nuevas generaciones de fieles que deseaban vivir plenamente su pertenencia a Cristo en el vivaz y cambiante contexto histórico del mundo contemporáneo.

Aunque fueron notables, las reformas institucionales no atrajeron demasiado a la opinión pública. La renovación litúrgica y la maduración eclesiológica interesaron, sin embargo, un poco a todos, creyentes y no creyentes, practicantes y los que no lo eran, sorprendidos por los cambios que incidían en unas costumbres que habían permanecido inmutables prácticamente desde el concilio de Trento (1545-1563).

La afirmación de la colegialidad del episcopado, el acento sobre el laicado, la atención al sacerdocio universal de los fieles, llamados a una participación activa y responsable –como sujetos y no solo como objetos– de la vida eclesial, pusieron de manifiesto la confianza del Vaticano II en el pueblo de Dios. Además, la disposición a reconocer los propios errores y a pedir perdón; la apertura a asumir la riqueza espiritual de la tradición oriental e incluso de las Iglesias de la Reforma; el deseo de reanudar el diálogo para aclarar equívocos, subrayar puntos comunes, respetarse mutuamente y colaborar en muchas cuestiones, pusieron de manifiesto la voluntad de salir al encuentro de Cristo que vive como cabeza del único cuerpo unido en la caridad27.

En la diócesis de Cefalù, que de alguna manera continuó siendo el ambiente de referencia de la joven Elisa, estudiante entonces en la universidad de Palermo, fue notable la aplicación del concilio, especialmente en el ámbito litúrgico: todos tenían la posibilidad de participar activamente, con plena conciencia, en la celebración de la Eucaristía y de gozar del alimento espiritual derivado de la escucha y la meditación de la Palabra de Dios, e incluso de la renovada experiencia de la presencia de Cristo en la propia realidad cotidiana.

La reforma de la liturgia, ya puesta en marcha moderadamente durante el episcopado de monseñor Cagnoni, recibió gran impulso con su coadjutor y sucesor monseñor Calogero Lauricella28. Particularmente en el ámbito litúrgico, la diócesis de Cefalù ofreció en los años sucesivos notables modelos de renovación a las iglesias de su entorno.

Junto con la liturgia, también el anuncio evangelizador recibió del concilio nuevo impulso y renovada atención. Las semanas anuales de formación, antes dirigidas solo a la Acción Católica, después del concilio se transformaron en un participadísimo evento diocesano que contó con la presencia de notables conferenciantes.

Gracias al sustrato de formación espiritual y teológica adquirida en la Acción Católica, muchos laicos encontraron en el concilio el reconocimiento de la propia identidad laical, plenamente partícipe de la vida de la comunidad diocesana. Con monseñor Giuseppe Di Martino, a quien el obispo encargó la dirección del Centro Catequístico Diocesano, esta institución experimentó un cambio notable, convirtiéndose en ámbito de participación de muchos laicos en la entusiasmante búsqueda de Dios para anunciarlo a los hermanos. Incluso la pequeña comunidad de Isnello, guiada por don Croce Valvo, vivió con emoción y entusiasmo la etapa conciliar. Por obra de algunos jóvenes sacerdotes, que estaban ampliando sus estudios, pudieron contar con traducciones al italiano de rituales litúrgicos, permitiendo así la participación activa de todos en los divinos misterios, tal como proponía la constitución Sacrosanctum Concilium.

Este fue el contexto eclesial que vivió Elisa apenas concluidos sus estudios universitarios y durante el proceso de integración en la Institución Teresiana como joven profesora, permaneciendo activa, en la medida en que le era posible, en su ámbito parroquial de referencia.

En la Institución Teresiana, el concilio Vaticano II fue gozosamente vivido y aceptado como una evidente ratificación del propio carisma en la Iglesia y para la sociedad. A los cincuenta años de la fundación, la reflexión sobre la identidad y misión de la Obra hecha por la Asamblea General de 1960 había dado un fuerte impulso a esta Obra, que veía cada día aumentar en todas partes el número de sus miembros. La publicación en Roma, en 1962, del libro del prestigioso escritor jesuita, Domenico Mondrone, Un prete scomodo. Don Pietro Poveda Castroverde, fondatore de la Institución Teresiana29, enseguida traducido a otras lenguas30, había puesto en las manos y en el corazón de muchos sacerdotes y seminaristas esta grande y santa figura sacerdotal y su actualísima Obra. Dentro de la Institución, se había colocado en primera línea la formación de los miembros y el impulso a la misión evangelizadora mediante la educación y la cultura.

En este celebrativo ambiente cincuentenario, los documentos del concilio Vaticano II llenaron los programas de formación y constituyeron un sólido impulso a la presencia de los miembros de la Institución Teresiana en los ambientes donde debían desarrollar la misión. Hubo iniciativas de nuevas actividades; vieron la luz distintas publicaciones y la Institución se comprometió seriamente en la renovación pedagógica de la enseñanza mediante el estudio y la creación de nuevos métodos didácticos, y la cuidada formación del profesorado.

Ya en fase romana la causa de canonización del fundador, instruida en Madrid en 1955, en 1962 se inició la de Victoria Díez y Busto de Molina, maestra mártir en 1936, y en 1966 la de María Josefa Segovia Morón, principal colaboradora del padre Poveda. La llamada a la santidad se hizo más viva y potente y creció la convicción en la fuerza santificadora del carisma. Así escribía la joven Elisa: “Creo que la Institución tiene en sí las características para hacerme santa, para hacer que seamos santas”31.