Emprenderse - Milagros Sánchez - E-Book

Emprenderse E-Book

Milagros Sánchez

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Beschreibung

A veces por necesidad, otras por pura pasión, pero lo cierto es que emprender es una experiencia totalmente genuina y enriquecedora, que nos construye como personas y líderes para el presente y el futuro.Aprender para poder emprender, de manera sana y activa. No solo en lo académico o técnico, sino también en nuestro mundo interno, que de estar fortalecido, creara un impacto altamente positivo en los proyectos y en los equipos que lideramos. En este camino como emprendedores debemos configurarnos:Reconocer nuestros miedos y poder enfrentarlos.Apropiarnos de nuestras herramientas internas, de nuestros dones y habilidades para desarrollarnos como emprendedores.Modificar nuestros hábitos para convertirnos en quien queremos ser.Visualizar nuestros sueños para hacerlos realidad. Al recorrer estas páginas no encontraremos una receta mágica pero si hallaremos posibilidades para salir de la zona de confort y sentirnos en constante motivación que impulsara nuestro crecimiento personal.Desde mi experiencia comparto algunas ideas que me han dado vida como emprendedora, para que cada dÍa haya más personas comprometidas con sus sueños, inundadas de pasión y creando emprendimientos que cambien no solo sus vidas sino al mundo entero.

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Seitenzahl: 125

Veröffentlichungsjahr: 2018

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MILAGROS SÁNCHEZ

Emprenderse

Editorial Autores de Argentina

Sánchez, Milagros

Emprenderse / Milagros Sánchez. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-761-562-3

1. Crecimiento Personal. I. Título.

CDD 158.1

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Gracias...

A mis hijos Rocío y Matia que me enseñaron a ser mamá, mujer y emprendedora, quienes fueron mi motor para crecer y avanzar en la vida.

A mis padres por ser un gran ejemplo de resiliencia y trabajo, de esfuerzo y amor.

A mi tía del alma Marta por enseñarme que la vida es bella y que todo se puede lograr.

A María Laura, Romina y Liliana por estar cerca, siempre cerca y abrazándome el alma.

A Matía porque me impúlsate a escribir este libro, porque tu emoción al leerlo me acerco al amor por escribir.

A Emma, mi nieta, que con su llegada hizo mi vida más plena y feliz.

Y sobre todo a Dios quien con su poder hizo

darme cuenta que tenía que transmitir mi pasión

por emprender y desarrollarme,

Ayudar a otros que estén en este camino y

porque hizo que mi vida sea extraordinaria.

Prólogo

Generalmente asociamos la palabra emprendimiento a construir un proyecto propio y, en el mejor de los casos, rentable y exitoso. Al dar los primeros pasos, inevitablemente, comenzamos a trastabillar, a sentir miedos y a no poder avanzar.

Justamente es allí donde tenemos que abordar un nuevo mundo, un nuevo trayecto:“El camino del Emprendedor”.

Al pasar el tiempo, luego de fracasos y aciertos, me di cuenta que el éxito estaba más ligado a mi mundo interno que al externo. Aprender de mí, de mis herramientas y de mis miedos fue y es necesario para construir proyectos viables y apasionados.

Sostener en el tiempo nuestro emprendimiento, hacerlo crecer y alcanzar objetivos nos mueve continuamente, estando en contacto no solo con nuestras emociones sino también con el proceso que nos impulsa a ir más allá para lograr nuestros sueños.

En este pasaje por mi mundo interno que me configura a diario como emprendedora, es que comencé a escribir este libro.

Desde mi experiencia, desde mi corazón, deseo que alcances tus sueños y en ese proceso crezcas infinitamente…

Buenos Aires, enero 2018

Primera parte

Saberse dispuesto y encontrar la manera

Casi sin pensarlo, comencé a escribir. Pareciera que algo se encendió en mí e inevitablemente las palabras fluyeron hacia un puerto nuevo, desconocido.

Suelo decir que mi vida comenzó a los 16 años cuando me enteré que daría a luz una niña. Desde el primer momento supe que sería Rocío Belén, mi niña amada, hoy una mujer con carácter fuerte, un alma gigante y un corazón de oro.

Mujer de valores, quien en primera persona vive y vivió mi decisión emprendedora, quien confió en mí, en mi proyecto, quien aceptaba un: “NO, NO SE PUEDE.TENEMOS QUE INVERTIR”, o “TENEMOS QUE PAGAR TAL COSA PRIMERO”.

Siempre acompañe ese NO con la visión del proyecto, siempre conformé ese pedido con amor, y ese NO-con un poco de culpa- pero con convicción del futuro.

Años más tarde, Dios me envió a un hombrecito valiente, con gran poder de comunicación, experto en el buen humor y con un valor sobre la amistad que me hacen emocionar día a día. El me enseñó a equilibrar mi tiempo y a pasar horas entre verlo jugar al futbol y leer libros… mi hijo Matia.

Un poco de mi…

Nacida en 1981, única hija mujer entre dos hermanos mayores y tres menores. Madre ama de casa y padre metalúrgico, la economía del hogar, mayormente, era un tema de preocupación. Cuando llegaba fin de mes, mamá agotaba los recursos para que no nos faltara nada, papá fue siempre de pocas palabras, su silencio era amigable, su rostro reflejaba cierta preocupación. Desde muy pequeña sabía perfectamente que no éramos ricos (ese fue un tema que en mí siempre despertó curiosidad).

Mamá tomaba trabajos esporádicos, de limpieza o venta de productos, sus milanesas de soja eran las más pedidas por sus clientes y, a decir verdad, por nosotros también. Ella se las ingeniaba de una manera casi artesanal y, aunque recuerdo que la extrañaba horrores y que no quería que se fuera, sabía que cuando ella trabajaba la economía mejoraba considerablemente. Era notable el cambio de humor en la casa, mamá nos daba otros gustitos y papá se relajaba un poco más. Hoy, ya pasados 36 años, entiendo lo difícil que fue para ellos criar seis hijos. Salir a pelear día a día para sostenernos, para educarnos.

Nunca entendí las razones cuando mamá dejaba de trabajar, hasta que fui madre. Las mujeres que emprendemos y trabajamos nos movemos entre la culpa de dejar a nuestros hijos y la necesidad de generar ingresos para darles una vida mejor, una vida digna.

Mamá velaba por nosotros, nos levantaba 6a.m, invierno o vera-no, nos alistaba y caminábamos al colegio día tras día. Se ocupaba de todo, de nuestra casa, nuestras tareas, nuestra crianza. Lavaba los guardapolvos con jabón en pan hasta dejarlos perfectamente blancos, ese era su orgullo, llevarnos al colegio tan prolijos como se pudiera. Ahora entiendo porque dejaba sus trabajos, evidentemente, no era fácil tener seis hijos, cuidarlos y criarlos, pero ella lo hacía como si hubiese nacido con ese don.

Mi viejo, un laburante de alma, gracias a Dios nunca concibió la vida sin trabajar (digo gracias a Dios pues pudo no haber sido así). Empezó a trabajar desde muy chico, y así continúa hasta el día de hoy. Los domingos, después de la siesta, el ritual del clásico del futbol. Partidos interminables que culminaban con el debate en la puerta de casa con algún vecino. Un hombre madrugador que iniciaba sus días laborales muy temprano y terminaba alrededor de las 17 horas cuando llegaba a casa. Tomaba mate con mi mamá y allí se preparaba para la siguiente jornada. Metalúrgico por casualidad de la vida, sorteaba las vicisitudes del sector en unos años donde la industria nacional estaba desapareciendo de a poco.

Calculo que la seriedad de mi padre escondía una profunda inseguridad del porvenir. El sistema y la situación laboral nunca fueron estables, los años no fueron del todo fáciles, pero su fuerza interna lo impulsaba a seguir. Lo vi llorar una sola vez y me bastó para toda la vida.

Cada fibra de mi ser agradecerá eternamente aquella crianza. Viví lo que tenía que vivir para ser quien soy hoy. Transcurridos muchos años, supieron fortalecerse y avanzar, disfrutar de la vida y reírse juntos a carcajadas. Siguen tomándose de la mano y eligiéndose el uno al otro. Por lo tanto, sin ese ejemplo de mis padres, creo que este libro nunca hubiese existido.

La enseñanza de mis padres fue, sin ellos saberlo, una cátedra de la resiliencia. Quizás en los años de adolescencia esto era imposible de ver, cuestioné cada paso de ellos con una autoridad inobjetable, hasta que me corrí de ese lugar y comencé a ver las cosas desde otra perspectiva. Transformar lo vivido en una nueva experiencia, reflejar y buscar desesperadamente una explicación, mirar la ruta vivida y pensar en los sueños futuros. Para iniciar ese proceso tuve que entender, tuve que revisar y aunque lo encontrado por momentos fue doloroso, al final fue extraordinario. Entender de donde venís, donde estás y saber hacia dónde vas.

No sé exactamente cuándo ocurrió, cuando decidí ir por más, lo que sí sé es que esa decisión cambio mi vida para siempre…

El poder que tienen los sueños

Desde chica tuve grandes sueños, una habilidad que me salvo la vida, a veces me pregunto que hubiese sido de mí si no soñaba, si no hubiese tenido la capacidad creativa de soñar. Creo que no puedo ni imaginarlo. Después de ser mamá joven, tener años de trabajo intenso, desgaste físico e inestabilidad emocional, los sueños casi habían desaparecido. Creí que la adultez llegaría de manera formal y estricta, cumpliendo con el mandato social de ser y parecerme al resto del mundo, “¿Para qué esforzarse más si igual de este mundo no nos llevamos nada?”, escuchaba repetidamente. El conformismo en su estado puro. Hasta que el destino y la inseguridad social en un robo a mano armada me dieron un revés que dejó mi cabeza tambaleando. Todo lo que había logrado con esfuerzo, sacrificio y años de trabajo se lo habían llevado dos delincuentes adolescentes ¡Cuánta angustia junta!¡Cuanta injusticia!

Fue en ese instante donde supe que mi vida cobraría otro sentido. Me pregunté cuáles eran mis sueños, mi proyecto de vida, porque si, lo que había logrado al momento era todo, para mí no era suficiente, no me alcanzaba. Entonces por algún motivo, que al momento se escondía detrás de un enojo, me desperté.

Creo que fue el momento cero, supe que estaba dispuesta a cambiar. Me miré al espejo y me di valor: “¡Allá vamos!”, dije. Sin saber que dos pasos más adelantes, las cosas se pondrían difíciles.

Saberse dispuesto es el primer paso, darse la cabeza con la pared es el segundo.

Fue en ese momento, además, que comencé a buscar personas que hayan logrado sus sueños, personas de valor y confianza. Comencé a leer, a estudiar, a investigar. Escuché cada audio que pude y leí libros interminablemente. La introspección fue inevitable. Tenía tanto por cambiar que no sabía por dónde comenzar. Sentí la inmensa bendición de soñar y empecé a conocer un mundo nuevo, maravilloso.

Hoy casi borroso recuerdo sensaciones, pensamientos y temores. Cada vez que leía un libro, o miraba un video de grandes conferencistas, creía que algo mágico se iba a activar en mí, pero transcurridos los días nada pasaba. Y vivía todo ese contenido de ideas como si fueran para otra persona, no sabía cómo aplicarlo a mi vida. Y mucho menos a mi negocio o emprendimientos. Todo aquello me provocaba frustración.

Pasaba los días enteros soñando pero poca acción tomaba. El miedo me paralizaba. El qué dirán y la mirada del otro también jugaban un papel fundamental, la cornisa angosta que siempre me empujaba a ver hacia el vacío. Estructuras mentales, experiencias malas y mucha gente hablando alrededor hacían de mí la mujer más temerosa del universo.

Había días en los que la tristeza se apoderaba de mí y la cama o el malestar eran mi único recurso para consolarme de tanta incertidumbre y fracaso. Hoy, años después, entendí el fracaso. Y la oportunidad gigante que hay en fracasar, sin nombrar el aprendizaje único que hace del fracaso un éxito asegurado. Usar ese momento como disparador y aprendizaje es algo que me llevó tiempo y mucha energía. Lagrimas a montones que hoy agradezco.

Recuerdo aquellos días de angustia profunda donde me decía a mí misma para que quería más, que buscaba, si ya con un negocio estaba bien. Era algo familiar, donde la gente me conocía por mi trabajo profesional, mi gran lugar de confort. Pero dentro de mí el vacío era inevitable. Sabía perfectamente que había algo más. Tenía la certeza de que algo grande había para mí. Pero no lo dejaba salir, no sentía merecerlo.

Un gran conferencista internacional, presentaba su libro en Buenos Aires. Era mi oportunidad de conocerlo. Lo escuchaba siempre, leía sus libros pero quería vivenciar su conferencia de manera personal. Entré a esa librería en el corazón de un conocido shopping y pedí un café (uno de los placeres más grandes de esta vida), mi ansiedad, curiosidad y emoción se juntaron para que mi mente capte absolutamente todo. El conferencista habló casi una hora, pero para mí había sido un minuto. Disfruté al límite cada palabra, no quería perderme ninguna. El mensaje de esa charla era para mí. Antes de terminar la conferencia, él se refirió a una frase que le había dado escalofríos y la había volcado en sus libros, había leído mucho de él pero no recordaba la frase. Quería saber más. Aquella presentación iba a quedar para siempre en mí, fue la primera de muchas otras, fue un antes y un después.

Pasados unos minutos él dijo: “No hay peor cosa que llegar al final de tu vida y encontrarte con la persona que pudiste haber sido y no fuiste”.

Esa frase cambio mi vida para siempre. Sabía que tenía que convertirme en la persona que quería ser. Tenía que encontrar mi propósito y cumplir mis sueños.

Ya tenía el impulso, esa conferencia me había dado el aventón que necesitaba. Volví llena de gozo y decisión. No podía dormirme. Mi ansiedad estaba disparada. Todo parecía perfecto, solo que al otro día, no pude levantarme. Y no hice el menor esfuerzo por recordar la frase que me haba impulsado. Unos meses más adelante entendí que una nueva Milagros no cabría en hábitos de una vieja Milagros, ni su pensamiento ni sus acciones. El mayor inhibidor de ese cambio era yo misma.

Tenía que cambiar. Tenía que descubrir cuál era el camino.

Convertirme en empresaria tendría un costo, que por momentos dudaba en asumir, riesgos que tendría que afrontar para escalar con fuerzas. Nada estaba afuera, todo estaba dentro de mí.

Allí comenzó todo…

Saberse Dispuesto también requiere constancia, no se puede estar dispuesto un domingo y el lunes dormir hasta las once. Esto habla de un desequilibrio en los hábitos. Lo primero que tuve que hacer fue “hacerme cargo”. Algo no estaba funcionando bien.

Al irme a dormir con seguridad pensaba que al otro día iba a hacer un esfuerzo gigante en levantarme, pero que lo haría. Y con la misma firmeza me quedaba dormida, envuelta entre sabanas calentitas que me decían que me quede abrazadas a ellas. Ese fue mi primer desafío. Reconozco que me enojaba conmigo misma ¡No podía ser! ¡No tenía conducta!. Eso me entristecía y algo tan ínfimo se hacía terrible en mi proyecto.

El porqué era simple: no podía crear una empresa levantándome cerca del mediodía.

Además empecé a conocerme: mi cerebro no funcionaba igual, cuando me levantaba temprano mi mente parecía despertar no solo en pensamiento sino también en oportunidades. Y las oportunidades son esenciales para el proyecto.

Te sugiero:

“Levantate temprano, la buena suerte pasa todos los días a las 5 AM”, “Busca a Dios en Oración, cada mañana. Él quiere acompañarte durante todo el día. Reconocelo en ese nuevo día que comienza”.

Pronto adopté ese hábito de despertar temprano, pero inmediatamente percibí que mi mal humor aparecía para recordarme que quería dormir. Eso pensaba yo. Buscando pregunté que me pasaba, porque no me sentía motivada. La respuesta era clara: no tenía un propósito

Tenía un proyecto… pero no un propósito.

Entonces mi parte negativa me hacía ver desde el comienzo del día todo lo pesado de mi trabajo, las cosas que se rompían y todo lo que yo no podía arreglar. Entonces a las 10 a.m quería dormir otra vez. Suena gracioso, pero dormir acallaba mi mente, mis pensamientos.

“Las mentes grandes tienen propósito, las demás solo deseos”

Traté por todos los medios de ver lo que me pasaba, di vuelta el asunto para un lado y para el otro. Tomaba valor, avanzaba pero mi mente me decía que pare. Cuánto paradigma sin romper, cuánto desperdicio de tiempo, cuánta falta de voluntad. Hasta que un día me cansé, me harté, me revelé… Todo lo que hasta el momento (obstáculos internos) me detenían les puse un freno. Ya basta. Le dije “STOP” a mi niña inmadura, tenía que avanzar…