En busca de esposa - Jessica Hart - E-Book
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En busca de esposa E-Book

JESSICA HART

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Seitenzahl: 155

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Jessica Hart

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En busca de esposa, n.º 1643 - septiembre 2019

Título original: A Bride for Barra Creek

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-447-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

PUEDE besar a la novia.

Lizzy miró a Jack, que había tomado la cara de Ellie entre las manos para darle un beso. Un beso muy corto, pero estaba segura de que, por un momento, los dos se habían olvidado de la gente.

«Afortunada Ellie», pensó Lizzy, preguntándose si ella sería la siguiente. ¿Cuándo iba a encontrar a un hombre que la quisiera como Jack quería a su hermana?

Aunque tenía cosas más importantes de las que preocuparse, se recordó a sí misma. Como encontrar un trabajo. Enamorarse sería maravilloso, pero no pagaría las facturas.

Lizzy hizo una suma mental de las cantidades que debía y cerró los ojos, mareada. No debería haberse comprado aquellos zapatos. Eran una extravagancia, pero es que iban tan bien con el vestido… Y tenía que estar guapa en la boda de Ellie. No todos los días se casaba una hermana.

Además, no pensaba darle vueltas a sus problemas aquel día. Estaba de fiesta.

Con los ojos llenos de emoción, miró alrededor. Era como si todo el pueblo hubiera ido para ver a Ellie casarse con Jack Henderson. ¿Cómo podía fracasar el matrimonio con tanta gente deseando que saliera bien? Todas las caras le resultaban familiares, todas estaban sonriendo.

Excepto una persona.

Estaba solo, sin hablar con nadie, sin sonreír, mirando la escena con un aire de cinismo que lo separaba de los otros más que su altura o sus oscuras facciones.

De niña, Lizzy tenía un libro de cuentos ingleses en el que el autor describía la campiña inglesa, verde y fresca, tan diferente del paisaje australiano en el que ella había crecido. Una de las ilustraciones era de un lobo, observando taimado a un rebaño de ovejas. Ese lobo tenía el mismo aspecto amenazador que aquel hombre.

El fotógrafo estaba reuniendo a toda la familia y alguien la llamó en ese momento para que se pusiera al lado de su hermana. Obediente, Lizzy se colocó en posición, levantando la cabeza para seguir observando al extraño, sorprendida al comprobar que el resto de los invitados tampoco parecía querer acercarse a él. Claramente, no era la única que veía algo raro en aquel hombre; algo raro y, sin embargo, atrayente.

Cuando terminaron las fotografías, se colocó en un sitio desde el que podía saludar a los invitados y seguir vigilando al recién llegado. Él tenía una copa de champán en la mano y, a juzgar por su expresión, no le parecía demasiado bueno.

Lizzy estaba intrigada. ¿Quién era aquel hombre? Tenía el pelo oscuro, las facciones duras y una expresión casi amenazadora. Además, daba una sensación de poder sorprendente. Tenía algo que ver con la fría línea de sus labios, con su postura, con los ojos vigilantes.

Su madre debía saber quién era, se dijo. No tenía aspecto de haberse colado en la boda, de modo que alguien debía haberlo invitado.

Se volvió para preguntar, pero su madre estaba hablando con el sacerdote y cuando miró de nuevo al extraño, se encontró de frente con sus ojos. Eran de un color muy claro en contraste con su piel bronceada y tan fríos que Lizzy apartó la mirada, como si se hubiera quemado.

Tenía la absurda sensación de que el suelo se había abierto bajo sus pies y solo aquella mirada clara la sujetaba sobre el abismo. La experiencia solo duró un momento, pero el corazón de Lizzy empezó a latir con violencia.

Y entonces el extraño sonrió, una sonrisa que por alguna razón hizo que se pusiera colorada. No era una sonrisa agradable. Y no pensaba preguntar quién era. A partir de aquel momento, decidió ignorarlo.

Pero no podía.

Lizzy se dispuso a hacer su papel de dama de honor, moviéndose entre la gente, charlando, riendo, besando a todo el mundo… pero por mucho que se moviera, el extraño siempre parecía estar frente a ella, colocado de forma irritante en su campo de visión.

Y lo más curioso fue que, en cuanto no pudo verlo lo echó de menos. Cuando volvía de la barra, se paró un momento y miró alrededor. ¿Dónde se había metido?

–¿Me está buscando? –escuchó una voz tras ella. Sobresaltada, casi tiró la copa al suelo.

Era él. El extraño. Sus ojos eran grises, pero tan claros que parecían de hielo en contraste con su piel morena. Y, además, tenía la extraña y desagradable sensación de que podía leer sus pensamientos.

–¿Por qué iba a estar buscándolo? –preguntó, con lo que le pareció un tono helado, algo muy difícil considerando que tenía el corazón en la garganta.

–Porque soy el único al que no ha dado un beso –contestó él con un acento entre australiano y americano–. No querrá dejarme sin beso, ¿no?

Lizzy tragó saliva.

–Yo solo beso a la gente que conozco. Y a usted no lo conozco.

–Podríamos presentarnos. Aunque yo sí sé quién es usted.

–¿Me conoce?

–He estado preguntando por ahí. Elizabeth Walker, conocida como Lizzy, la hermana mayor de la novia y una chica muy simpática.

No sabía por qué, pero aquella descripción le pareció irritante.

–Yo no me describiría así.

–¿Y cómo lo haría?

–Una mujer trabajadora y con carrera universitaria. Soy relaciones públicas.

–Ah, eso explica los zapatos.

A Lizzy dejó de caerle mal inmediatamente. Era la única persona que se había fijado en sus zapatos. Y ella era una maníaca de los zapatos. Era imposible ponerse unos tacones como aquellos y no sentirse estupenda.

–¿A que son preciosos? –sonrió, olvidando por un momento con quién estaba hablando.

Los ojos del hombre se deslizaron desde los zapatos a su cara. Lizzy era alta y voluptuosa. Cada vez que decía que iba a empezar una dieta, sus amigos levantaban los ojos al cielo e insistían en que no tenía que hacer dieta alguna porque su figura era perfectamente proporcionada. Pero, como la mayoría de las mujeres, ella pensaba que le sobraban algunos kilos.

Para la boda de Ellie había comprado un vestido fabuloso que se ceñía a sus curvas y dejaba al descubierto una buena porción de su piel de alabastro. De color azul turquesa, destacaba el azul cielo de sus ojos, mientras la ondulada melena rubia cortada a la altura de la barbilla llamaba la atención sobre los generosos labios.

Lizzy no era una belleza clásica, pero sus facciones eran tan agradables que nadie notaba la nariz un poco grande y los labios demasiado gruesos. Afortunadamente, esos rasgos estaban de moda.

–Preciosos –asintió Tye. Lo había dicho muy serio, pero en su mirada había algo que la hizo ruborizarse–. Pero no muy prácticos.

Desde luego que no. Se le había torcido el tacón varias veces en el viejo suelo de madera del cobertizo.

–En la vida hay cosas más importantes que ser práctico –dijo tranquilamente.

La frase despertó un brillo burlón en los ojos grises.

–Pues debe ser la única que piensa eso.

Probablemente era cierto, pensó Lizzy mirando alrededor. Los invitados eran todos encantadores, pero no sabían nada de zapatos.

–Hay que ser práctico cuando se vive en el campo. Pero yo soy una chica de ciudad.

–Eso creo.

–Parece saber muchas cosas sobre mí –dijo ella, retadora–. Pero yo no sé quién es usted.

–Soy Tye Gibson –sonrió el hombre. Lizzy levantó una ceja–. Sí, ese Tye Gibson. ¿Nadie le ha dicho que la oveja negra había vuelto?

–No –admitió ella, sorprendida.

¡Tye Gibson! Nadie había vuelto a verlo desde que abandonó el rancho familiar veinte años antes, pero todo el mundo lo conocía de oídas. Rompió todo contacto con su padre y se marchó a América a hacer fortuna. Y no una pequeña fortuna, sino millones. Muchos millones.

Lizzy no sabía muy bien a qué se dedicaba, pero era algo que tenía que ver con la comunicación. Su empresa, GCS, era un gigante y él era conocido por su dureza en los negocios. No estaba mal para un chico de Barra Creek, pero nadie quería convertirlo en un héroe local. Nadie sabía muy bien cómo había hecho su fortuna, pero aseguraban que no fue muy honradamente.

Aparentemente, todo el que hacía negocios con él lo lamentaba después y a la prensa tampoco le caía nada bien. Se negaba a dar entrevistas y parecía contento con su mala fama. Y cuanto más rico se hacía, más aumentaba su leyenda negra.

Ni siquiera la gente que había crecido con él lo saludaba. Lizzy era pequeña cuando se marchó del pueblo, pero conocía su reputación. Nadie lamentó que se fuera.

Pero había vuelto y no era difícil imaginar por qué.

–¿No ha llegado un poco tarde?

Él arqueó una ceja.

–¿A qué se refiere?

–El funeral de su padre fue hace una semana.

–¿Y?

–¿No podría haber hecho un esfuerzo para llegar a tiempo?

Las facciones del hombre se endurecieron.

–Eso habría sido un poco hipócrita, ¿no le parece? Mi padre y yo estuvimos veinte años sin hablarnos. ¿Para qué iba a derramar lágrimas de cocodrilo en su funeral? Además, no creo que hubiera sido bienvenido –dijo, mirando alrededor.

–¿Y lo sorprende?

–En absoluto –sonrió él, con expresión cínica–. Nada ha cambiado por aquí. No esperaba ser recibido como el hijo pródigo.

–Si hubiera vuelto a ver a su padre, quizá la gente lo habría recibido de otra forma –sugirió Lizzy.

Debía haber bebido más champán del que pensaba. Normalmente, no se metía en los asuntos de los demás. En realidad, era muy agradable y caía bien a todo el mundo, pero había algo en Tye Gibson que la molestaba. Que la turbaba, más bien.

–Veo que también usted está informada sobre mí.

–Su padre quería volver a verlo antes de morir.

–¿Ah, sí?

–Bueno… eso es lo que he oído. Que le suplicó que volviera.

Tye sonrió, pero no había humor en aquella sonrisa.

–¡Me habría gustado ver a mi padre suplicando algo!

En realidad, tampoco a Lizzy le cuadraba mucho esa imagen. Frank Gibson había sido un hombre muy orgulloso.

–¿Quiere decir que no es verdad?

–Ni siquiera se molestó en escribirme una carta –contestó Tye.

–Pero si se estaba muriendo…

–Usted no conocía bien a mi padre, ¿verdad?

–¿Qué está haciendo aquí, señor Gibson? –preguntó Lizzy entonces.

–He venido a arreglar los papeles de mi difunto padre. Y a echar un vistazo al rancho.

–Pero yo pensé que…

Lizzy no terminó la frase, percatándose de que estaba a punto de mencionar otro rumor. Y que podía ser falso.

–¿Que mi padre me había desheredado?

–Sí –admitió ella, incómoda.

Frank no había mantenido en secreto que estaba muy resentido con su hijo y, como Tye no volvió para el funeral, todo el mundo asumió que habría cumplido su amenaza de desheredarlo.

–Pues no lo hizo. Barra Creek sigue siendo mío –dijo Tye entonces con los labios apretados.

Lizzy no sabía lo que estaba pensando, pero estaba segura de que no era nada agradable.

¿Qué clase de hombre se negaría a visitar a un padre en su lecho de muerte? Eso era una crueldad. Nadie se había sorprendido, pero a Lizzy le parecía que aquel hombre no era tan malo como decían. Tenía una expresión cerrada e intransigente, pero no parecía una persona cruel. En realidad, tenía la expresión de un caballo salvaje que se negaba a ser domado, pensó. Una expresión dura, pero quizá no siempre había sido así.

Quizá era diferente cuando estaba contento.

Los ojos azules de Lizzy se clavaron en la boca del hombre, intentando imaginar una sonrisa que no fuera cínica. ¿Qué lo haría sonreír así? ¿Una mujer? Tontamente, se encontró a sí misma imaginando aquella sonrisa y algo se movió en su interior.

Pero no podía ser. Aquel hombre era Tye Gibson, se recordó a sí misma. Los rumores decían que no tenía corazón. Su idea de la felicidad sería seguramente arruinar una empresa y relajarse después especulando para volver a comprarla a la baja.

De repente, alguien golpeó una copa para llamar la atención y Lizzy vio a su padre subido a una silla para dar un discurso. Su padre, tan bueno, tan comprensivo. Ella no podría estar veinte años sin hablar con él.

El discurso de su progenitor fue seguido por el del novio. Jack contó unas cosas muy divertidas y después brindó por Lizzy, la dama de honor. Todo el mundo se volvió hacia ella, ignorando descaradamente a Tye, que seguía a su lado.

–¡Por Lizzy! –exclamó un coro de voces.

Ella le envió un beso a Jack, pero se alegró de que todas las cabezas se volvieran hacia los novios.

Tye no parecía mortificado por cómo lo ignoraban, todo lo contrario. Pero se había dado cuenta.

–¡Lizzy! –la llamó Ellie entonces, señalando el ramo de novia–. ¡Agárralo!

El ramo voló por el aire y Lizzy, instintivamente, le dio su copa a Tye y agarró las flores con las dos manos. Los invitados lanzaron un grito de alegría.

–¡La próxima eres tú!

–¡Ojalá! –rio ella.

Seguía riéndose cuando se volvió hacia Tye para recuperar su copa, pero él la estaba mirando con una expresión tan peculiar que la sonrisa desapareció.

Aquel hombre la ponía nerviosa, pero no sabía por qué.

–Supongo que todo esto le parecerá una bobada.

–¿Por qué dice eso?

–Porque usted no cree en el matrimonio.

–¿Y cómo lo sabe?

Lizzy recordó las fotografías de mujeres bellísimas, modelos la mayoría, que habían mantenido una relación con Tye Gibson y se quejaban en las revistas de lo frío que era, de cómo se negaba a comprometerse con nadie. Siempre la había sorprendido que parecieran tan afectadas por no haber sido capaces de conseguir su corazón. Todo el mundo sabía cómo era.

–He leído cosas sobre usted en las revistas.

–¡Ah, las revistas! –repitió él, sarcástico–. Entonces, debe ser verdad.

–¿No es así?

Tye se encogió de hombros.

–Digamos que no entiendo mucho eso del matrimonio –dijo, mirando alrededor–. Las bodas son todas iguales. El mismo ritual, las fotografías, los trajes nuevos, los besos a todo el mundo, el ramo de la novia…

Lizzy apretó el ramo contra su corazón.

–Pues a mí me encantan esas tradiciones –dijo, desafiante.

–¿Por qué? Puede cortar el pastel y llevar un precioso vestido blanco, pero lo que no puede cambiar es que el matrimonio es una transacción comercial como otra cualquiera. En cuanto uno de los dos considera que no está llevándose la parte que le corresponde, el asunto se viene abajo como un castillo de naipes. Y antes de que te des cuenta, la gente que acaba de hacerte un regalo de boda, se entera de que vas a divorciarte.

–Es usted un cínico –lo acusó ella, irritada.

–Realista –corrigió Tye.

–¡El matrimonio no es una transacción! Es una unión basada en el amor y en el compromiso.

–Qué romántico.

–¿Por qué la gente se ríe cuando dice eso? No hay nada malo en creer en el amor.

Él sacudió la cabeza.

–Siempre me sorprende la gente que sigue creyendo que el matrimonio tiene un final feliz. ¿No ha leído las estadísticas de divorcios?

–Claro que sí –contestó ella–. Por eso hay que esperar hasta que uno esté completamente seguro de que ha encontrado a la persona perfecta. Y a veces hay que esperar mucho, créame –añadió sonriendo–. Yo tengo treinta y tres años y sigo esperando. Siempre dama de honor, nunca la novia.

–No desespere –dijo Tye, con ironía… y algo más que Lizzy no podía identificar–. Ha atrapado el ramo.

–Si te lo tiran directamente no cuenta –suspiró ella. Después de decirlo se quedó cortada. Debía parecerle una mujer desesperada por encontrar marido. Y no lo era–. Yo he decidido no casarme hasta que encuentre a mi alma gemela y, por el momento, solo me dedico a mi trabajo.

–Antes me ha dicho que es usted relaciones públicas, ¿no?

–Sí. Trabajo por mi cuenta.

Lizzy esperaba que no siguiera haciéndole preguntas porque no le apetecía nada decirle que sus esfuerzos para conseguir clientes eran cada día más desesperados.

–¿Y aquí hay mucho trabajo para una relaciones públicas?

Ella negó con la cabeza.

–En Mathison nadie sabe lo que significa eso. Yo vivo en Perth. He venido a la boda de mi hermana, pero me marcho el lunes.

–Ah, ya veo –murmuró Tye, estudiándola con interés–. ¿Y ahora tiene trabajo?

–Tengo varios proyectos –contestó Lizzy, aparentemente despreocupada.

Su proyecto para el lunes era comprar el periódico y buscar trabajo, cualquier trabajo que pagara sus facturas para no tener que suplicarle a su antiguo jefe que volviera a contratarla. Pero no pensaba contarle eso a Tye Gibson.

–Supongo que no conocerá a nadie que esté interesado en llevar a cabo… un encargo muy particular –dijo él entonces.

–¿Me está ofreciendo un trabajo?

–Supongo que podría llamarse así.

Lo había dicho con tono burlón, pero Lizzy estaba demasiado emocionada como para darle importancia. Tye Gibson podría no ser el jefe más popular del mundo, pero la empresa GCS era muy prestigiosa. Si conseguía hacer un trabajo de relaciones públicas para esa compañía, los clientes se pondrían a la cola.

–¿Qué clase de trabajo?

–Es confidencial –contestó él–. No quiero contar demasiado hasta que esté seguro de haber encontrado a la persona adecuada.

¿Confidencial? Eso sonaba bien.

–Yo podría estar interesada.

Los fríos ojos grises la estudiaron con atención y Lizzy se obligó a sí misma a no apartar la mirada.

–Estamos hablando de una posición importante. Necesito a alguien con instinto.

–Yo soy una profesional, señor Gibson.

–Hay muchos profesionales, pero yo estoy buscando a alguien especial, alguien que no tenga miedo, que sea ambicioso. Alguien que esté dispuesto a hacer lo que sea necesario.

–Yo soy todo eso –insistió Lizzy.

–¿De verdad?

Trabajar para GCS sería la oportunidad de su vida. No podía dejarla escapar.