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Compartimos infinidad de rasgos biológicos con el resto de los seres vivos. ¿Qué nos diferencia realmente de ellos? ¿Es el hombre pura biología? ¿Hay algo en él que no proceda de la evolución? ¿Son compatibles los conceptos de evolución y creación? ¿Qué datos aportan los descubrimientos fósiles? La ciencia de la evolución humana aporta cada día más datos. Los descubrimientos llevados a cabo desde el comienzo del siglo XXI han supuesto avances espectaculares, que ayudan a entender la evolución de nuestra familia biológica en los últimos siete millones de años. Este libro ofrece claves valiosas que ayudan a responder a esos interrogantes.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
CARLOS A. MARMELADA
EMILIO PALAFOX
ALEJANDRO LLANO
EN BUSCA DE NUESTROS ORÍGENES
Biología y trascendencia del hombre, a la luz de los últimos descubrimientos
EDICIONES RIALP, S.A.
MADRID
© 2017 by CARLOS A. MARMELADA, EMILIO PALAFOX, ALEJANDRO LLANO
© 2017 by EDICIONES RIALP, S.A.
Colombia, 63, 28016 Madrid
(www.rialp.com)
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4798-2
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ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
ÍNDICE
PRÓLOGO
PARTE I. LAS HUELLAS DE NUESTROS ORÍGENES
1. NEODARWINISMO
2. ALTERNATIVAS
3. DARWIN, 1871
4. LOS FÓSILES, UNA APROXIMACIÓN
5. NUEVA SÍNTESIS
6. ACLARACIONES SOBRE LA EVOLUCIÓN
Bibliografía
PARTE II. EVOLUCIÓN Y CREACIÓN, EN LOS CONFINES DEL CONOCIMIENTO
1. LA CREACIÓN: ALGO MÁS QUE UN CONCEPTO RELIGIOSO
Noción de creación
Emergencia absoluta
El “Big Bang”, falso fundamento creacionista
¿En dónde comienza el conflicto?
Creación Evolutiva: argumento conciliatorio
2. EL SENTIDO PERFECTIVO DE LA EVOLUCIÓN
Noción de evolución
3. LA INTELIGENCIA CREADORA Y SU RELACIÓN CON EL MUNDO
Creación Evolución
4. LAS COSAS FÍSICAS DOTADAS DE NATURALEZA
Teleología del mundo físico
La interacción de la ciencia y la metafísica finalista
PARTE III. EVOLUCIÓN HUMANA: LOS ORÍGENES BIOLÓGICOS DEL SER HUMANO
INTRODUCCIÓN. EL SER HUMANO. ESE GRAN MISTERIO
1. LOS PRIMEROS DESCUBRIMIENTOS
El Hombre de Neandertal
La búsqueda en Indonesia
Los primeros hallazgos en África del Sur
2. LOS NUEVOS DESCUBRIMIENTOS
Los parántropos y los primeros Homo
La canción de los Beatles
3. La década de los noventa
En busca de las raíces
El gran hallazgo en Chad
A orillas del Turkana
Garhi: La gran sorpresa
Homo antecesor y Homo cepranensis
4. EL GRAN SALTO
En la antesala del nuevo milenio
Millenium man
El descubrimiento de nuevos restos ardipitecos aún más antiguos
¿El homínido más antiguo?
El homínido que aguó la fiesta: Kenyanthropus platyops
La presencia humana más antigua fuera de África
El origen de Homo sapiens
Los cráneos de Omo Kibish
Los humanos diminutos de la Isla de Flores
A. anamensis y el origen de los australopitecos
Australopithecus sediba. El desconcertante homínido de Malapa
5. GENÉTICA Y EVOLUCIÓN HUMANA
ADNmt antiguo
Genes de neandertal
Los humanos de Denisova
6. CONCLUSIÓN
AUTORES
PRÓLOGO
POCAS CUESTIONES PUEDEN INTERESAR MÁS a todas las personas que saber quiénes somos los seres humanos, cuál es la esencia de la naturaleza humana, cuál es nuestro origen, qué lugar ocupamos en la naturaleza y cuál es nuestro destino tras la muerte. Es cierto que las preocupaciones cotidianas ocupan de un modo habitual la atención de nuestra mente; pero creemos que también lo es el hecho de que, si pudiéramos elegir el conocer la verdad sobre alguna de las cuestiones filosóficas y científicas más importantes y vitalmente más próximas a nosotros, la mayoría optaría por saber verdaderamente: ¿De dónde venimos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Quiénes somos? Y ¿qué pasa con nosotros tras el final de nuestra vida terrenal?
Los materialistas radicales sostienen que el hombre es pura biología. Según ellos, nada hay en el ser humano que no proceda de la evolución biológica de la materia; de tal modo que no se trata más que de un animal, un viviente como otro cualquiera; eso sí; peculiar, fíjense que no decimos especial, porque su portentosa inteligencia (que también sería fruto de la evolución) le permite dominar el planeta y someter a las otras especies, al menos de momento. Pero no sería un ser vivo con más éxito evolutivo que las salamandras, las hormigas, los abejarucos o los brontosaurios. En la lucha por la supervivencia, ser hoy el aparente dominador de la naturaleza no te garantiza que lo seas mañana. En cuanto cambien las condiciones ambientales cambian también las reglas del juego y, por tanto, las posiciones de las fichas en el tablero varían inmediatamente.
El problema de quienes defienden esta postura estriba, fundamentalmente, en dar una buena explicación del origen de las llamadas facultades espirituales del hombre: inteligencia y voluntad. En él existe una capacidad de amar que a veces le lleva a sacrificar su vida por los demás, y no se trata de morir uno para salvar a sus hijos (lo que sería equivalente a proteger los genes entregados en herencia a los vástagos) o a la esposa (madre de los portadores de los genes con los que uno ha contribuido a la pervivencia de la especie, y persona encargada de velar por ellos). Nos referimos al hecho, insólito en la naturaleza, de dar la propia vida para salvar a individuos que no se conoce de nada; un gesto de altruismo que no tiene parangón entre los miembros de ninguna otra especie, y que resulta de muy difícil explicación desde los parámetros de la teoría de la evolución biológica. Empero, el gran escollo que ha de salvar el materialismo radical es el de explicar la existencia de los conceptos universales que permiten a los humanos pensar, posibilitando comprender el mundo que nos rodea de un modo intelectual y comunicar dicho conocimiento a través de un lenguaje verbal articulado y abstracto. Los conceptos son inmateriales, y aquí radica el gran talón de Aquiles del materialismo; no es que lo tengan más sencillo quienes afirman la existencia de dichas realidades, pues a ellos les corresponde explicar cómo es que el entendimiento (que es la facultad que elabora los conceptos y también es de carácter inmaterial, pues ha de haber una proporción entre el objeto y la facultad) se relaciona con el organismo del ser pensante, que sí es material. Dicho de otro modo: ¿cómo se relaciona en la persona humana lo que ella tiene de material con lo que tiene de inmaterial? A esta cuestión le han dedicado los teólogos y los filósofos metafísicos siglos de profundas reflexiones.
La dimensión material del ser humano nos vincula a la biología, haciéndonos seguir las mismas leyes que las de los otros vivientes; pero las citadas facultades espirituales (entendimiento y voluntad) nos permiten trascender el ámbito puramente material abriendo nuestro espíritu hacia las realidades inmateriales y, en última instancia, a la Trascendencia. De aquí el subtítulo de esta obra: biología y trascendencia del hombre.
Compuesto de tres partes, este libro nos invita a reflexionar sobre la diferencia esencial entre el hombre y los demás vivientes; con los que comparte infinidad de rasgos biológicos, pero de los que le separa un abismo perfectamente recogido en aquel fresco del techo de la Capilla Sixtina en el que el excelso pintor renacentista dejó un espacio minúsculo, pero tremendamente significativo, entre el dedo del hombre y el de Dios.
La primera parte, Lágrimas de Darwin, nos recuerda aquella anécdota de la que el propio naturalista de Darwin nos ha dejado constancia escrita. Su esposa Emma, una mujer sumamente piadosa, estaba cada día más preocupada por ese agnosticismo en el que se iba adentrando su marido a medida que avanzaba en sus investigaciones sobre los orígenes de las especies vivientes. Su inquietud llegó hasta el extremo de escribirle en una ocasión diciéndole que esperaba que su espíritu científico le llevara a no cometer errores, esforzándose por ser objetivo y, por tanto, a no aceptar hipótesis que no estuvieran firmemente confirmadas. Le pedía prudencia y que, como buen científico, se esforzara en buscar la verdad, rogándole que no rechazara la fe en la que había sido educado desde su infancia. Darwin no solía guardar las cartas que recibía, las quemaba en la chimenea. Sin embargo, esta la conservó; y no solo eso, sino que al final de la misma escribió una anotación muy significativa con un mensaje para su mujer: cuando él estuviera muerto y ella releyera aquella carta sabría cuántas veces había besado esas palabras, y cuántas lágrimas había derramado sobre ellas. En el texto que nos presentan los autores, se invita a distinguir entre la evolución como hecho biológico y el darwinismo como propuesta explicativa de ese hecho, e incluso como ideología. Se trata, pues, de distinguir debidamente una cosa de la otra. El Neodarwinismo, la teoría del Equilibriopuntuado, la propuesta del Diseño inteligente y otras cuestiones relativas, son traídas a colación para que el lector pueda formarse su propia opinión sobre el alcance de la teoría científica de la evolución biológica, facilitándole la comprensión del gran valor que tiene esta potente teoría como explicación científica del hecho evolutivo, pero señalando también los límites que la envuelven. El reconocimiento de estos límites no desmerece para nada el gran valor de esta teoría como herramienta útil para conocer nuestra historia biológica; pero no es denostarla o minusvalorarla el afirmar que ella sola nunca podrá explicarnos todo lo que el hombre es, si lo que se pretende es tener una visión global del ser humano.
En la segunda parte, Evolución y creación, se nos recuerda cómo estos conceptos no son incompatibles, sino complementarios. En efecto, para que una cosa evolucione, ha de ser previamente creada. En pleno siglo XXI no nos sorprende en absoluto concebir la realidad de una forma dinámica, de tal manera que podamos entender la creación como un hecho que se despliega en el tiempo, por lo que la afirmación científica de un desarrollo evolutivo de la vida a lo largo de miles de millones de años es perfectamente compatible con la afirmación de una creación de la realidad en cuanto tal. Es más, no es que simplemente sean compatibles, sino que la evolución exige la creación.
El concepto de creación no es exclusivamente religioso. Entendida como un paso desde la nada absoluta al ser relativo llevado a cabo por el entendimiento y la voluntad de un Ser absoluto y trascendente, la noción de creación es un concepto de carácter metafísico y no científico, por lo que su estudio cae dentro del campo de la filosofía y no de la ciencia: esta solo puede estudiar el tránsito de un estado físico a otro, de modo que la creación a partir de la nada no puede ser estudiada con los métodos propios de la investigación científica. Pero que esta aprehensión intelectual no le sea posible a esta rama del saber humano, no significa que no haya sido un acontecimiento real; y tampoco que nuestro entendimiento no nos pueda decir algo sobre ello. Eso sí, lo hará desde un ámbito distinto al de la ciencia; que no por ser diferente ha de resultar menos válido.
En la tercera y última parte, titulada Evolución humana: Los orígenes biológicos del ser humano, se analiza cómo surgió nuestro conocimiento sobre el desarrollo biológico del ser humano y cuáles son las líneas generales de nuestro conocimiento actual acerca de la evolución humana: dos cuestiones relacionadas entre sí, pero distintas la una de la otra. La publicación, en 1859, de El origen de las especies de Charles Darwin, permitió asentar el marco conceptual que posibilitaría interpretar toda una serie de descubrimientos de restos fósiles, tanto de humanos como de homínidos prehumanos, estableciendo los eslabones de una cadena evolutiva que llegaría hasta nosotros. En la segunda mitad del siglo XX, y de la mano de personajes legendarios, como la familia Leakey o investigadores de fama mundial como Donald Johanson o Tim D. White, se produjo un salto cualitativo gracias a los hallazgos realizados en Olduvai, Hadar o el curso medio del río Awash. Pero lo que se ha vivido en lo que llevamos del siglo XXI es realmente espectacular; tanto por sus dimensiones cuantitativas como por las repercusiones que han tenido en nuestro modo de entender la evolución de nuestra familia biológica en los últimos siete millones de años.
Nuestro conocimiento sobre el desarrollo biológico del ser humano ha crecido enormemente en los últimos años gracias al gran número de descubrimientos paleoantropológicos y arqueológicos que se han realizado. Gracias a ellos hemos descubierto que el desarrollo evolutivo de nuestro género fue mucho más complejo de lo que podría imaginarse hace apenas un par de décadas. Y, sin embargo, las preguntas esenciales acerca de nuestro pasado y nuestra identidad siguen en pie. ¿Cuál fue el primero de los homínidos que abría el linaje que conduciría hasta nosotros? ¿Cómo se originó el ser humano? ¿Cuándo, dónde, y, sobre todo, a partir de qué especie de homínido prehumano surgió nuestro género? ¿Quiénes fueron los primeros seres humanos? ¿Cómo se originó nuestra especie? ¿Dónde y cuándo surgió? ¿A partir de quién evolucionamos los humanos actuales? Y más importante todavía: ¿qué es ser humano? ¿Somos entes exclusivamente materiales, o contamos con dimensiones espirituales? ¿Cuál es el destino de cada persona en particular —varón y mujer, aptos para el compromiso matrimonial—, y de la humanidad en general? Estas y tantas otras preguntas de este estilo siguen esperando “la” respuesta clara y definitiva, al mismo tiempo que continúan siendo objeto de un vivo debate.
A la ciencia de la evolución humana hay que reconocerle su grandeza; pues cada día aporta más datos y de mayor trascendencia para el conocimiento del itinerario biológico de nuestra historia evolutiva. Y no cabe duda de que en los próximos años lo continuará haciendo, algo que nos ayudará a comprender mejor nuestro pasado evolutivo. Aunque también es cierto que hay preguntas de carácter científico a las que cada vez se ve con mayor claridad que posiblemente no pueda resolver nunca. Luego, en evolución humana, deberemos esforzarnos por distinguir entre nuestra ignorancia coyuntural (de la que iremos saliendo progresivamente, a medida que surjan nuevos descubrimientos) y nuestra ignorancia estructural (aquella que se deriva de la naturaleza del tema en cuestión). Esto ha de servirle para reconocer, con humildad, sus límites. Es evidente que sus propios métodos de investigación le impiden poder responder (ahora y siempre) a algunas de las cuestiones fundamentales que se plantea todo ser humano en cuanto tal; por ello cabe distinguir entre el evolucionismo como teoría científica y el uso ideológico que se hace de algunas de las conclusiones a las que llegan los estudios en materia de evolución humana. Uso, y abuso, totalmente espurio a la ciencia de la evolución humana en sí misma. Pero el hecho de que esta no pueda responderlas nunca no significa que los humanos declinemos el planteárnoslas. Tampoco renunciamos a la búsqueda de una respuesta razonable por otras vías de conocimiento objetivo, que no tienen por qué ser precisamente las de la epistemología científica. Dicho de otro modo, hay cuestiones científicas relacionadas con la evolución humana que un día podremos resolver y conocer su verdad con un altísimo grado de fiabilidad. Hay otros interrogantes que, aun siendo de naturaleza científica, quizás nunca podamos conocer con absoluta claridad. Y, finalmente, existen otras cuestiones relacionadas con el hombre, y sumamente importantes para nuestras vidas, que por su propia naturaleza están más allá de lo que la ciencia de la evolución humana puede dar de sí. De ahí que nos resulte necesario escuchar a la metafísica y a la teología para ver qué es lo que de cierto pueden decirnos acerca de los interrogantes fundamentales que inquietan a la conciencia humana. La paleoantropología no puede contestar a todas las preguntas que se plantea el ser humano, y por ello no ha de mirar con desprecio a la metafísica y a la teología, por el simple hecho de no razonar usando los mismos métodos. Y a estas hay que recordarles que no tienen por qué recelar de la ciencia de la evolución humana acusándola de materialista. Para ellas es bueno tener muy presentes los datos y las conclusiones (por muy provisionales que puedan ser) aportadas por esta rama de la ciencia.
Así, pues, si queremos tener una compresión integral de lo que es el hombre necesitaremos la aportación y la colaboración sincera, respetuosa y honesta de todas las ramas del saber implicadas en las respuestas a los interrogantes más importantes que podemos plantearnos acerca de nosotros mismos; pues solo en el hombre la biología tiene la peculiaridad de abrirse a la trascendencia.
Febrero de 2017
Los autores