EN LAS REDES DEL MAGNATE - Abby Green - E-Book

EN LAS REDES DEL MAGNATE E-Book

Abby Green

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Beschreibung

En la cama del magnate... ¡y a sus órdenes! El atractivo millonario francés Pascal Lévêque se sintió cautivado por Alana Cusack: aquella aparente inocencia en una mujer que había estado casada le intrigaba... Después del desastre de su matrimonio, Alana se había sentido poco atractiva y nada deseada. Convertirse en la amante de Pascal la adentró en el mundo del placer. Pero se quedó embarazada y aquello iba a cambiarlo todo…

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Seitenzahl: 226

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Harlequin Books S.A.

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En las redes del magnate, n.º 1971 - noviembre 2021

Título original: The French Tycoon’s Pregnant Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-195-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CON UN final que nos deja mordiéndonos las uñas podemos afirmar que este torneo es uno de los más emocionantes que hemos presenciado. Alana Cusack, en directo desde Croke Park. Devolvemos la señal al estudio, Brian.

Alana continuó sonriendo hasta que cortaron la emisión y le entregó el micrófono a su ayudante, Aisling. Se sintió aliviada al dejar de estar en el aire. Evitó mirar al hombre que todavía estaba de pie frente a ella, apoyado en la pared. Tenía las manos metidas en los bolsillos y llevaba un abrigo negro con el cuello levantado. Había estado hablando con uno de los jugadores franceses, pero en aquel momento, se había vuelto a quedar solo.

El desconocido seguía mirando a Alana. Llevaba observándola durante todo el partido, que se había jugado entre Irlanda y Francia dentro del torneo de las Seis Naciones. Aquella mirada la había inquietado y distraído aunque no sabía por qué.

Mentira; sabía perfectamente la razón. Era un hombre moreno, alto y tan atractivo que la primera vez que sus miradas habían coincidido por casualidad, Alana había sentido un nudo en el estómago. Había sido una mirada furtiva, pero intensa y realmente desconcertante. Nunca un hombre le había hecho sentir algo así con sólo una mirada.

Ni siquiera su marido.

La impresión había sido tan fuerte que no había podido evitar contestar con una sonrisa y había arqueado una ceja en señal de sorpresa. Había percibido un brillo extraño en los ojos oscuros de aquel hombre, a pesar de que le había dado la sensación de que se estaba riendo de ella.

Era la primera vez que coincidían. Alana jamás había visto aquel rostro anguloso ni aquellos labios sensuales que apreció a pesar de estar sentada a cierta distancia. De repente se dio cuenta de que llevaba un buen rato mirándolo y se ruborizó.

Tenía que ser francés. Se parecía más a los jóvenes apuestos que formaban la afición francesa que a los pálidos seguidores del equipo local. El hombre había estado sentado en los asientos reservados para la gente VIP, situados justo debajo de la tribuna de prensa. Y realmente tenía aspecto de ser un VIP. Le había bastado con mirarlo una sola vez para darse cuenta de que destacaba entre la muchedumbre. Cada vez que se había levantado, como el resto del público, en alguna falta o en algún tiro, su altura y su porte habían sobresalido.

¿Acaso la estaría esperando porque pensaba que Alana le había invitado a un acercamiento? Inmediatamente rechazó aquella ocurrencia. No podía ser tan descarado.

–¿Quieres que te acerque a algún sitio, Alana? –le preguntó Derek, el cámara. Aisling y el resto del equipo ya habían terminado de recoger. De repente se sintió desconcertada y aquello no le sucedía casi nunca. Siempre se habían metido con ella por mantener un aspecto frío y contenido.

–No –contestó inmediatamente. El extraño acababa de desaparecer de su campo de visión. De repente sintió pánico, quizás estuviera detrás de ella, esperándola–. Después tengo que ir a una cena familiar, así que me he traído el coche.

–¿Entonces no te vas a pasar por la fiesta de celebración de los franceses?

–Pasaré sólo un momento para dejarme ver y que Rory se quede contento.

–Hoy has hecho una buena retransmisión –añadió su compañero echando ya a caminar junto al resto del equipo.

Alana se sintió complacida. Era todo un halago viniendo de Derek, todo un veterano en la televisión. Llevaba mucho tiempo trabajando duro para conseguir ser respetada.

–Gracias, Derek. Te agradezco mucho que me lo digas –repuso sonriendo.

Su compañero le guiñó un ojo antes de girarse y salir.

Alana recogió sus cosas conteniendo la alegría en el pecho. Cuando ya estaba dispuesta a marcharse, se dio cuenta de que su ordenador portátil y el cuaderno de notas estaban todavía en la tribuna de prensa.

Se dio la vuelta mientras el corazón le latía con fuerza. Quizás se volviera a encontrar con la mirada del desconocido. Al no verlo se sintió aliviada y decepcionada a la vez. Era obvio que se había aburrido de esperar y se había marchado. Mientras se montaba en el ascensor para subir al piso principal se obligó a sí misma a dejar de pensar semejantes tonterías. Se había llegado a imaginar que se había dado una comunicación silenciosa y especial en aquel intercambio de miradas.

 

 

Él pensó que la había perdido cuando se había acercado un momento al campo de juego. Aquella sensación de pérdida, le produjo pánico momentáneamente, cosa que no le gustó nada.

Sin embargo ella estaba allí aún.

En aquel momento Pascal Lévêque estaba con los brazos cruzados detrás de aquella mujer, una visión muy sugerente. Tenía una silueta llena de curvas y llevaba una falda muy ajustada. Se acababa de agachar para recoger el bolso. Él la recorrió con la mirada. Largas piernas, esbelta figura, tobillos bien definidos, caderas perfectas y cintura de avispa. Pascal no pudo evitar preguntarse si llevaría pantys o medias y con sólo esa pregunta se estremeció.

No sabía qué era lo que tenía aquella mujer para haberlo cautivado así. No había despegado la mirada de ella ni se había movido del sitio, a pesar de que debía haberse marchado ya. ¿Por qué no había podido quitarle ojo en toda la tarde a pesar del gran partido?

Preciosa.

Ésa era la explicación. Era una preciosidad con aquella falda ajustada de rayas, los zapatos sencillos, el pelo liso cuidadosamente recogido. Lo llevaba en una coleta, pero si se lo hubiera soltado, una hermosa melena le habría cubierto los hombros. ¿Pero desde cuándo estaba él interesado en chicas «preciosas»? Pascal era famoso por estar siempre rodeado de mujeres seductoras, sensuales, vestidas para incendiar la imaginación y los sentidos de cualquier hombre. Mujeres a las que no les asustaba engatusarlo ni utilizar sus encantos para proporcionarle placer.

Ella se puso un abrigo negro largo, como si se estuviera escondiendo, y Pascal se sintió rabioso, excitado y perplejo a partes iguales. ¿Qué demonios estaba haciendo? Prácticamente se estaba arrastrando detrás de una muñequita tonta de la televisión. Era consciente de que en cualquier momento ella se daría la vuelta y su rostro no resultaría tan atractivo como le había parecido a distancia. Aquella piel brillante, los labios carnosos y sensuales, los ojos almendrados bajo unas cejas oscuras que contrastaban con el cabello rubio rojizo.

No; cuando ella se diera la vuelta iba descubrir que tenía el rostro cubierto de maquillaje. Y se lo iba a quedar mirando. ¿O acaso no lo había estado mirando tímida, pero insistentemente durante el partido? En cuanto se diera la vuelta lo iba a pillar. Justamente estaba intentando buscar alguna excusa para justificar su extraño comportamiento cuando la mujer se giró. Pascal abrió la boca sorprendido y de repente su mente se quedó en blanco.

 

 

Alana no sabía lo que le estaba esperando. Tenía al desconocido atractivo justo frente a ella. Apenas a un metro. Y la estaba mirando fijamente. Los dos de pie, solos en un estadio con aforo para ochenta mil personas. La atracción que había tratado de disimular toda la tarde explotó en aquel momento. El corazón le comenzó a latir a toda velocidad en respuesta a la virilidad que destilaba el hombre.

Estaba de pie, con la cabeza ligeramente echada hacia atrás y las manos metidas en los bolsillos. El abrigo resaltaba la anchura de sus hombros y el tono tostado de la piel. Pero fueron los ojos los que la atraparon de manera que no pudo apartar la mirada. Unos ojos grandes, oscuros, despiertos. Con un brillo ardiente y sensual que la dejó sin aliento.

Agarró con fuerza el cuaderno que tenía pegado al pecho. Se alegró de haberse puesto el abrigo porque tenía la sensación de que aquel hombre la estaba desnudando con la mirada. Alana agitó la cabeza y con alivio se dio cuenta de que había recuperado el habla.

–Perdone, ¿le puedo ayudar en algo? –le preguntó en un tono de voz que hasta a ella le sorprendió. ¿Desde cuándo tenía un registro tan seductor como el de las cantantes de jazz?

Alana sintió miedo, pero no porque estuvieran solos. El motivo era bien distinto.

–Me has estado mirando –contestó Pascal, incrédulo ante el tono acusador y directo de su propia voz. Estaba aún impactado por aquel encuentro cara a cara. Ella había resultado ser aún más bonita de lo que le había parecido desde lejos. Era pálida y brillante a la vez. Húmeda. Tenía las mejillas sonrosadas por la brisa fresca… ¿o quizás fuese por otro motivo? Aquel pensamiento hizo que se excitara y, desgraciadamente, tuvo la sensación de que estaba perdiendo el control de la situación. Aquellos ojos desprendían una hermosa luz verde. Los labios carnosos y tentadores, sin pintar. Pascal nunca había visto a nadie con un encanto tan natural.

–¿Perdona? –replicó. Alana agradeció el ataque de indignación que le acababa de entrar y se dijo a sí misma que no era adrenalina. ¿Pero desde cuándo la indignación le hacía temblar?

Había estado en lo cierto al pensar que el tipo no era más que un turista en busca de un poco de diversión. Era obvio que había malinterpretado el significado de las sonrisas de Alana. Ella no estaba en el mercado para ese tipo de aventuras.

–Si no recuerdo mal, tú también me has mirado bastante. Me has dado otra impresión, lo siento y perdóname si te he hecho pensar que estaba abierta a algo más. Ahora, si me disculpas, tengo que volver al trabajo –añadió alzando la barbilla y olvidando el tratamiento de usted que solía dar a los desconocidos.

El hombre soltó una sonrisa irresistible y Alana se quedó atontada unos segundos.

–Ya me he dado cuenta de que estás trabajando. Te acabo de ver entrevistando al entrenador de Irlanda. Tan sólo estaba haciendo una observación, eso es todo. Porque me has estado mirando.

–No más de lo que tú me has mirado a mí –dijo tratando de recuperar el control sobre sí misma.

Él se balanceó levemente y un nuevo brillo le iluminó los ojos. Era un destello peligroso. Alana se dio cuenta de que estaba realmente atrapada. El espacio entre los asientos era demasiado estrecho para ni siquiera intentar empujarlo para pasar. La única alternativa era saltar a la siguiente fila, lo que no era muy propio de una señorita y además era un movimiento desesperado. Con la falda que llevaba puesta, misión imposible.

Alana se sintió aterrorizada. Se colgó la bolsa con el ordenador portátil y se dispuso a marcharse, con la esperanza de que él pillara la indirecta.

–Esta conversación no nos lleva a ninguna parte. Y ahora, de verdad, tengo que volver a la oficina. Además estoy segura de que tú tienes algún lugar más emocionante al que ir.

Después de un instante eterno e intenso, él dio un paso atrás y la invitó a pasar. Alana se sintió inmensamente aliviada. Apretó los dientes y, a pesar de que arqueó el cuerpo para no estar tan cerca de aquel extraño, pudo percibir la fuerza que emanaba y su perfume a almizcle.

El perfume del sexo.

Oh, cielos, ¿pero qué le estaba pasando? ¿Desde cuándo estaba preparada para saber si alguien olía a sexo o no? ¿Acaso sabía cómo olía el sexo? Se sintió débil, pero se dio cuenta de que sólo tenía que llegar hasta el ascensor para volver a la realidad.

Sin embargo, a pesar de las plegarias de Alana, el hombre la siguió y entró con ella en el ascensor. Compartir un espacio tan pequeño fue algo realmente intenso, tanto que casi pegó un bote cuando las puertas se volvieron a abrir.

Alana encaminó sus pasos hacia el coche. Tenía la sensación de que estaba caminando por un alambre ya que notaba que el desconocido la estaba siguiendo. De repente oyó que se detenía. Parecía un depredador a punto de saltar sobre su presa. Alana también se detuvo y se dio la vuelta, a pesar de que el sentido común le estaba diciendo que hiciera todo lo contrario. Su corazón estaba latiendo aceleradamente.

Él la miró fijamente con aquellos ojos brillantes.

–La verdad es que sí que tengo un lugar más emocionante al que ir. Quizás te apetezca acompañarme –sugirió finalmente.

Alana estuvo a punto de desmayarse al escuchar aquel acento, al principio no había prestado atención porque habían sido demasiadas emociones juntas. Ese hombre era arrollador e iba a por ella. Alana no daba crédito, era perfectamente consciente de que no era especial, simplemente una chica del montón. ¿Qué demonios querría aquel tipo de ella? Cualquiera se hubiera dado cuenta de que jugaban en categorías diferentes. Las campanas de alarma sonaron cada vez más fuerte.

Alana negó con la cabeza y comenzó a girarse para reanudar su camino, pero era difícil resistirse al magnetismo de aquel hombre. En aquel momento apareció frente a ellos un deportivo negro. Evidentemente era el coche de él, conducido por un chófer, que había estado aparcado en la zona VIP.

–Lo siento, señor… –dijo Alana antes de darle totalmente la espalda.

–Lévêque.

–Señor Lévêque –hasta su nombre sonaba sexy. Importante–. Tengo que volver a la oficina. Estoy en mi horario de trabajo. Disfrute de su fin de semana en Dublín. Hay muchas mujeres en la ciudad –añadió recuperando la distancia.

«No serás tan estúpida como para marcharte así», pensó sin poder evitarlo. Se puso a caminar hacia el coche y tras unos pasos se sintió contenta con su decisión.

 

 

Pascal no cedió al deseo de mirar el coche de aquella chica cuando estaba saliendo del estadio. Aún no podía creer que lo hubiera rechazado. Una mujer no lo rechazaba desde… no podía ni recordarlo. Apretó los labios. Ella había tenido razón, había muchas otras mujeres en la ciudad. Al fin y al cabo, no era muy especial.

¿Entonces por qué no se le borraban de la mente aquellos labios tan sensuales, los ojos verdes de infinitos tonos y ese cuerpo increíble escondido bajo la ropa que Pascal había querido arrancar para descubrirla?

Evidentemente estaba aburrido. Eso era todo. Llevaba varias semanas sin ninguna amante. Aquella misma noche iba a ir a una fiesta. Si lo que quería era una aventura de una noche, no sería difícil conseguirlo.

Se sintió aliviado al ver que poco a poco recuperaba la cordura. Se recostó en el asiento y se relajó. Sin embargo, instantes después pegó un bote y se volvió a tensar. No sabía cuál era su nombre. Ni siquiera sabía si estaba casada. No recordaba haberle visto un anillo, pero tampoco se había fijado. De repente volvió a recuperar el sentido común. Aquello no podía ser, estaba decidido a echar a aquella mujer de su mente. Estaba deseando que llegara la noche para deshacerse de la desazón que se había instalado en su cuerpo.

 

 

–Alana, no te puedes marchar todavía.

–Pero, Rory, tengo que ir a casa. Mi hermano cumple cuarenta años.

El jefe hizo caso omiso a sus argumentos, la agarró de la mano y la volvió a meter en la algarabía de gente de la que Alana había logrado salir segundos antes. Cerró los ojos exasperada.

–Alana, tienes que conocerlo, le vas a entrevistar mañana. Ha llamado en persona después del partido y ha pedido que seas tú quien lo entreviste. Debe de haberte visto en el estadio o algo así, qué más da, ¿no te das cuenta de lo importante que es? Es un patrocinador muy importante de las Seis Naciones… un famoso… millonario.

Alana caminó atropelladamente entre la multitud e intentó seguir a su jefe. Apenas si podía escuchar lo que le estaba diciendo. ¿Algo sobre una entrevista? Eso no era nada excepcional, hacía entrevistas casi todos los días. ¿Por qué tanto número por aquélla? Miró rápidamente el reloj. La fiesta sorpresa iba a comenzar media hora después y ése era el tiempo que necesitaba para llegar a casa de sus padres en Foxrock. No quería perderse el comienzo de aquella fiesta por nada del mundo.

En ese momento Rory se detuvo y la miró con preocupación.

–Vas a hacerlo y es una pena que no estés más arreglada. Alana, podías haberte esforzado un poco, de verdad –dijo molesto.

Alana se irritó. Con demasiada frecuencia la gente esperaba que fuera tal y como había sido… antes.

–Rory, me he vestido para una fiesta familiar, ¿te acuerdas? No para la celebración del equipo francés.

Aunque tenía que reconocer que la celebración era algo más que una fiesta. Estaba claro que había gente a la que le sobraba el dinero. La fiesta se estaba celebrando en los salones del Hotel Four Season de Dublín. Alana no llevaba un vestido de tela brillante, como la mayoría de las mujeres presentes, pero su traje era muy digno. Y estaba más cómoda así. Tenía demasiados recuerdos desagradables de las fiestas en las que había llevado vestidos demasiado ajustados, demasiado cortos, demasiado todo… Pero ya no y sabía que en situaciones como aquella fiesta era cuando podía dibujar la línea entre la mujer que había sido y la mujer que era en aquel momento.

Rory miró por encima de Alana, se puso en tensión y la volvió a mirar. La agarró por los hombros como si fuera una chiquilla.

–Nuestro hombre acaba de llegar. Tienes que darte cuenta de lo importante que es. Aparte del papel que juega en el patrocinio del torneo, es el jefe ejecutivo de uno de los mayores bancos del mundo. Te lo presento y después te puedes ir, ¿vale? De todas maneras está claro que esta noche tendrá cosas más importantes que hacer que conocerte a ti.

Rory la volvió a agarrar del brazo y, antes de que Alana pudiera decir nada, la llevó hasta un hombre que estaba de espaldas vestido con un traje negro. Lo rodeaba un nutrido grupo en el que destacaban dos mujeres despampanantes. Y de repente, a Alana le flaquearon las piernas. Su corazón comenzó a latir con fuerza al reconocerlo. Fue aún peor cuando Rory se acercó a su oído.

–Se llama Lévêque. Pascal Lévêque –susurró.

 

 

–Creo que la he visto cubriendo el partido esta tarde, ¿no es así? –dijo Pascal en un tono inocente que resultó realmente sexy. Era como si nunca se hubieran conocido.

Por segunda vez en aquel día, Alana se perdió en sus ojos. Unos ojos que no había podido olvidar en toda la tarde. Se le secó la boca y le empezaron a sudar las manos. Aquella reacción era alarmante. Había jurado que no quería volver a tener nada que ver con los hombres, que no tenía tiempo para coqueteos ni frivolidades. No entendía por qué la presencia de ese hombre la afectaba de aquel modo. Otros hombres habían coqueteado con ella, la habían pedido salir y Alana los había rechazado sin ningún problema. Pero aquella situación era diferente. Y lo había sabido desde el primer momento en que había visto a Pascal, por eso había salido huyendo.

El silencio se alargó y Rory la pellizcó discretamente, pero con fuerza. Inmediatamente Alana tendió la mano.

–Sí, sí. Nos hemos visto antes.

Pascal Lévêque estrechó la mano de Alana. Tenía una mano enorme y cálida. Casi a cámara lenta se llevó la mano a los labios, sin dejar de mirarla a los ojos, y la besó en el dorso. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Alana. Inmediatamente intentó soltarse, pero él no se lo permitió hasta que rozó con el dedo índice la parte interna de la muñeca, allí donde el pulso de Alana estaba a punto de estallar. Entonces, se puso derecho y la soltó. Fue un gesto sutil, pero que hizo temblar el suelo.

Pascal apartó la mirada y Alana se quedó sin aliento. En ese momento Rory los dejó a solas y dijo que se iba a por unas bebidas. El grupo que había estado rodeando a Pascal también había desaparecido. Volvió a mirarla intensamente.

–Has tenido tiempo de cambiarte de ropa, por lo que veo. Dime, ¿esto lo consideras también trabajo?

Alana se sintió irritada.

–Por supuesto que me he cambiado… Estamos en una fiesta. Y sí, estoy trabajando.

Pascal la recorrió con la mirada, a pesar de que llevaba un traje nada atrevido. Un traje negro, sin mangas y con cuello, cubierto por una chaqueta del mismo color. Nada tentador.

–Tú también te has cambiado –añadió Alana. Se sentía ridícula porque sabía que pasaba desapercibida entre las demás mujeres. Sin embargo Pascal conseguía destacar entre la multitud de hombres vestidos de idéntica manera: esmoquin negro, camisa blanca y pajarita.

–¿No quieres quitarte la chaqueta? Hace calor –dijo él con una mirada intensa.

¡Calor!

Alana estaba sintiendo una gota de sudor correr entre sus pechos. Era como si las palabras de Pascal hubieran convertido el salón en una sauna.

–No, estoy bien –mintió. Estar junto a él y a solas era excesivo.

Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo se llevó la mano al pelo y se colocó un mechón detrás de la oreja. Era un gesto propio de cuando estaba nerviosa. Él la miró y Alana se ruborizó. Maldición. No quería ponerse en evidencia delante de Pascal.

–Tu pelo está perfectamente… arreglado –dijo él con una media sonrisa.

¿Se estaba riendo de ella? En ese momento recordó lo que Rory le había comentado y dejó caer la mano.

–¿Es cierto que has pedido que te entreviste yo?

Él se encogió de hombros despreocupadamente.

–Es cansado, pero de vez en cuando tengo que ceder a las demandas de la prensa. Así que, sí, he pedido que vengas tú… con la esperanza de que, si eres tú quien me pregunta, quizás sea una experiencia más divertida de lo habitual.

Su mirada era cálida y sensual. Alana se sintió atacada como profesional ante aquellas formas. No obstante sonrió a pesar de que un fuego se estaba desatando en su interior. Trató de ignorar la reacción de su cuerpo.

–Señor Lévêque, si piensa que sólo por que soy una mujer voy a limitarme a preguntarle cuál es su color favorito, está muy equivocado –dijo recuperando el trato de usted para marcar distancia.

Si era necesario, se quedaría toda la noche despierta investigando la vida de aquel hombre.

La mirada de él se tornó fría y Alana se estremeció.

–Y si tú piensas que por ser una mujer voy a desconfiar de tu profesionalidad, estás aún más equivocada. El interés que pueda sentir es puramente profesional. He revisado tu trabajo y me ha impresionado.

Aquel comentario pilló completamente desprevenida a Alana y le entraron ganas de disculparse. Sin embargo la mirada de Pascal era gélida. Debía de ser horrible como enemigo.

–Bueno, yo… Es que no había pensado que… –comenzó a decir, pero él cortó la posible disculpa.

–Como ya he dicho, mi interés es puramente profesional… en lo que se refiere a la entrevista. Sin embargo… –dijo, y se acercó más a ella. El tiempo se detuvo. Alana inspiró. La mirada de Pascal se volvió ardiente y ella se sintió desorientada–. No puedo prometer que mi interés no vaya más allá.

Como ya le había pasado en el estadio, a Alana le dio la sensación de que la multitud había desaparecido. La adrenalina estaba recorriendo su cuerpo y sintió la urgencia de escapar.

–Señor Lévêque. Lo siento mucho, pero verá…

–¿Estás casada? –le soltó bruscamente. Alana se quedó impresionada.

–Sí –contestó sin pensar, y vio cómo los ojos que tenía frente a ella se ensombrecían. ¿Qué efecto tenía aquel hombre en su cerebro?–. No, quiero decir, estuve casada –añadió. Se mordió el labio y miró a su alrededor desesperada. Estaba deseando que Rory regresara. Volvió a mirar a Pascal y encontró un brillo nuevo en sus ojos. ¿Cómo demonios habían entrado en un terreno tan personal? De repente recordó sus palabras: «No puedo prometer que mi interés no vaya más allá».

Un torrente de recuerdos y de antiguas sensaciones invadió la mente de Alana. Aquella fiesta era demasiado parecida a su pasado y sintió claustrofobia.

–Estaba casada. Mi marido murió hace dieciocho meses –añadió tras inspirar profundamente.

Pascal fue a decir algo, pero justo en ese momento las plegarias de Alana fueron escuchadas y Rory regresó con las bebidas. Le entregó una copa de champán a ella y un vaso con un licor que parecía whisky a él.

Alana dejó la copa sobre una mesa cercana y derramó parte de ella. Abrió el bolso y sacó el teléfono móvil. Diez llamadas perdidas.

–Estoy en un apuro –gimió, y se volvió hacia Rory–. Me tengo que ir –añadió, y miró por un instante a Pascal–. Lo siento, pero llego tarde a otro compromiso.

Dio unos pasos atrás, haciendo caso omiso a la expresión del rostro de Rory. Se chocó con otro invitado y pidió disculpas. Se volvió a toquetear el pelo. Estaba muy nerviosa y a punto de perder los papeles.

–Encantada de… haberlo conocido, señor Lévêque. Estoy deseando entrevistarlo –concluyó, aunque era mentira.

–Igualmente –contestó él con una sonrisa enigmática–. Á demain, Alana. Hasta mañana.

 

 

Resultaba desconcertante tratar de mantener una conversación coherente cuando Pascal acababa de tener el ataque de deseo más fuerte de su vida. A pesar de la feliz noticia de que Alana no estaba casada, la mente de Pascal no podía detenerse. ¿Con quién se habría ido, adónde? ¿Sería una cita?

–¿Y qué es lo que le ha hecho decidirse por Alana Cusack para la entrevista? –le preguntó Rory Hogan, el director de los informativos deportivos del canal nacional y jefe de Alana. Aquel hombre le estaba empezando a poner nervioso. En parte porque no dejaba de adularlo y en parte porque le estaba recordando el corto trayecto en coche desde el estadio a la fiesta. Durante el recorrido había tratado de borrar a Alana de su mente, pero no había logrado evitar hacer unas llamadas para averiguar quién era exactamente. Finalmente había terminado solicitándola para la entrevista.

–Me he decidido porque es la mejor reportera que tiene, por supuesto.

–Bueno, gracias. Sí, es buena. De hecho nos ha sorprendido a todos –dijo, y se acercó un poco más a Pascal. Se notaba que cada vez estaba más borracho–. La cosa es que sólo le dimos una oportunidad porque era quien era.

–¿A qué se refiere? –preguntó con curiosidad aunque intentó fingir indiferencia.

Rory soltó una carcajada y rodeó con el brazo a Pascal.

–¿Ve a todas las mujeres que hay aquí? –preguntó.

Estaban rodeados. Pascal puso una expresión de disgusto. Aquellas fiestas siempre atraían a mujeres que estaban a la caza de deportistas millonarios o con tarjetas de crédito infinito. Las mujeres que ya habían conseguido casarse con uno miraban con desdén a las que lo intentaban, pero eso no las convertía en menos peligrosas.

–Bueno, pues Alana era una de ellas. La reina, de hecho. Estaba casada con Ryan O’Connor –explicó Rory.