En sus zapatos de barro - Rocío Pilar Moreno del Sánchez - E-Book

En sus zapatos de barro E-Book

Rocío Pilar Moreno del Sánchez

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Beschreibung

Este libro cuenta una pequeña parte de las historias de seis campesinos colombianos que, en su condición de vulnerabilidad o de víctimas de desplazamiento forzado por el conflicto armado, formaron parte de un programa de alivio a la pobreza denominado Produciendo por Mi Futuro. Los relatos presentados les permitirán a los lectores asomarse a la ventana de los hogares de estos campesinos. Su esencia radica en ayudarnos a comprender la humanidad detrás de las privaciones que sufren los pobladores del campo colombiano, para conocer con algo de detalle cómo han sido sus vidas, cómo han enfrentado y cómo enfrentan la pobreza, cómo se adaptan y ajustan a los cambios estructurales y coyunturales, y cómo superan las situaciones difíciles que los afectan. Las historias de sus vidas y sus experiencias en el programa nos enseñan que, si queremos contribuir a la superación de la pobreza rural, debemos intentar comprender su dimensión humana antes que privilegiar los enfoques meramente estadísticos. _ En sus zapatos de barro es un libro que sabe a tierra, a trocha y a café endulzado con panela. Sus páginas huelen a fogón de leña, a montañas y sabanas, a sudor, sangre y llanto de las gentes llanas de esta Colombia desigual. Esas que emergen de la pobreza con inexplicable fuerza y dignidad.

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EN SUS ZAPATOS DE BARRO

EN SUS ZAPATOS DE BARRO

Rocío del Pilar Moreno Sánchez

Nombre: Moreno Sánchez, Rocío del Pilar, autora.

Título: En sus zapatos de barro / Rocío del Pilar Moreno Sánchez.

Descripción: Bogotá : Universidad de los Andes, Facultad de Economía, Ediciones Uniandes, 2021.

Identificadores: isbn 9789587981667 (rústica) | 9789587981674 (electrónico)

Materias: Campesinos – Relatos personales | Pobreza rural – Colombia | Desarrollo rural

Clasificación: cdd 307.1412–dc23

SBUA

Primera edición: agosto del 2021

© Rocio del Pilar Moreno Sánchez

© Universidad de los Andes, Facultad de Economía

Ediciones Uniandes

Carrera 1.ª n.º 18A - 12

Bogotá, D. C., Colombia

Teléfono: 3394949, ext. 2133

http://ediciones.uniandes.edu.co

[email protected]

ISBN: 978-958-798-166-7

ISBNe-book: 978-958-798-167-4

DOI:http://dx.doi.org/10.51569/2021.03

En sus zapatos de barro se llevó a cabo gracias a la ayuda de una subvención otorgada por el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo, Ottawa, Canadá y la Fundación Capital. Las opiniones aquí expresadas no representan necesariamente las del idrc o las de la Junta de Gobernadores.

Corrección de estilo: Marcela Garzón

Diagramación: Leonardo Cuéllar V.

Diseño de cubierta: Angélica Ramos

Imágenes de interior y cubierta: Rocío del Pilar Moreno Sánchez

Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Universidad de los Andes | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949, Minjusticia. Acreditación institucional de alta calidad, 10 años: Resolución 582 del 9 de enero del 2015, Mineducación

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

AUTORES

Rocío del Pilar Moreno Sánchez es zootecnista de la Universidad Nacional de Colombia, máster en Economía del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes y la Universidad de Maryland y máster en Economía Agrícola, Ambiental y del Desarrollo de la Ohio State University. Durante los últimos diez años ha estado vinculada a proyectos con comunidades locales usuarias de recursos naturales, así como a proyectos de evaluación de impacto de programas de alivio a la pobreza rural, combinando herramientas de la economía provenientes de diferentes escuelas y con enfoques multidisciplinarios.

CONTENIDO

Agradecimientos

Prólogo

Alfredo Molano Jimeno

Introducción

Nota aclaratoria

La Esperanza (Nariño)

En sus zapatos de barro

La grandeza de Jacinta

Las Brisas y El Palmar (Sucre)

Que el agua caiga sobre ti, Filomena

Pedro, el hombre que multiplica el arroz

La Paz (Nariño)

Remigio y el valor de la palabra

De cómo Nieves pasó de oruga a mariposa

Epílogo

Glosario

AGRADECIMIENTOS

Quiero agradecer a todos los campesinos que me abrieron las puertas de sus hogares y que compartieron conmigo de manera generosa la historia de sus vidas. También a la Fundación Capital, al Centro de Investigación en Desarrollo Internacional (idrc, por sus siglas en inglés) y a la Fundación Ford, financiadores del proyecto “Plataforma de Evaluación y Aprendizaje de Programas de Graduación en América Latina”, y al Centro de Estudios sobre Desarrollo Económicos (cede) de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, por su apoyo para el desarrollo de esta investigación y, en particular, de este libro. Gratitud especial con Carolina Robino del idrc y Tatiana Rincón de la Fundación Capital, ya que gracias a su motivación decidí emprender este proyecto.

Quiero hacer un reconocimiento a los colegas y asistentes de investigación que me acompañaron en la realización de las visitas durante casi dos años, y que pusieron todo su empeño para el desarrollo exitoso del trabajo de campo: Vanesa Martínez, Arturo Rodríguez, Laura Gutiérrez y Herbert Stoehr. También a Viviana León, por su apoyo permanente desde Bogotá.

Agradezco a los amigos, a mi mamá y a mi hermano, que escucharon mis historias y me animaron a escribir este libro, así como a aquellos que leyeron versiones preliminares del texto.

No puedo dejar de reconocer el apoyo constante de mi esposo y colega, Jorge Higinio Maldonado, quien escuchó una y otra vez mis relatos cuando regresaba de campo y leyó en varias oportunidades todos y cada uno de los capítulos.

Quiero hacer un reconocimiento especial a Alberto Salcedo Ramos, por su dedicación y paciencia en la revisión de los textos durante el proceso de escritura, y por todos los aprendizajes y orientaciones que recibí de él durante este. Así mismo, a Alfredo Molano Jimeno por su generosidad al aceptar escribir el prólogo de este libro.

Finalmente, agradezco enormemente al revisor externo anónimo de mi manuscrito por las sugerencias con respecto a mencionar la importancia académica de esta publicación para la investigación sobre los mundos rurales en el país.

Este libro es el resultado de los esfuerzos de todos aquellos que, de una u otra forma, apoyaron y acompañaron mi trabajo de investigación y de escritura. A todosles agradezco de corazón.

PRÓLOGO

Alfredo Molano Jimeno

En Colombia vivimos en una constante crisis de empatía que se expresa en la incapacidad de calzarnos los zapatos del otro, más si estos son zapatos de barro. En el país urbano y centralizado, donde se vive a la velocidad 5G, sobre pavimento y con el código penal y moral en la mano, nada se sabe sobre lo que ocurre en esos rincones de Nariño y Cauca, de los Montes de María o del Bajo Atrato. En Bogotá, Medellín y Cali hay gente descalza, pero nunca con zapatos de barro. Para tener zapatos de barro es necesario saber cómo se puede trabajar la tierra con un arreglo “a medias”, “al tercio”, “al cambeo” o “a brazo prestao”, modalidades que, más que de contrato, son de trabajo y rigen la vida de la Colombia rural. Esa vida que con fidelidad narra Rocío Moreno en este libro, al retratar sus vidas y capturar su lenguaje.

En sus zapatos de barro esun libro que sabe a tierra, a trocha y a café endulzado con panela. Sus páginas huelen a fogón de leña, a montañas y sabanas, a sudor, sangre y llanto de las gentes llanas de esta Colombia desigual. Esas que emergen de la pobreza con inexplicable fuerza y dignidad. Las gentes de campos y sabanales cuyas vidas producen admiración y respeto, y siembran en quien los oye —o los lee, en esta ocasión— una pequeña incomodidad con nuestras propias vidas urbanizadas, mecánicas y apacibles. Este texto alberga el poder de sintonizar la vida campesina, al tiempo que tiene la capacidad de estremecer con los relatos de vida de sus personajes.

La sabiduría de Faustino, un campesino nariñense hecho de maíz y hambre que relata con detalle los contornos de la economía campesina, esa que se vale de todas las formas de lucha, no en teoría política sino aplicada a la vida práctica. La economía campesina consiste en disponer de varias fuentes de ingresos para evitar la quiebra que se desencadena con una mala cosecha, un verano, la mortandad de un animal o cualquier de repente de esos que marcan el compás de la vida rural. Una economía que sobreagua en un milimétrico equilibrio en que los huevos se venden para comprar sal y manteca, los cerdos son el seguro con el que se pagan las deudas o se sortean los imprevistos, el jornal ofrece el diario y la cosecha es la moneda de cambio.

La abnegación de Jacinta, que a sus veinte años parió sola, sobre un costal de fique, unos gemelos, y que ha pasado la vida dando tumbos para sobrevivir. Una vida lavada por necesidades y sinsalidas, como cuando vendió el lote que le heredó su padre para pagar su sepelio, o cuando huyó del papá de sus hijas por los maltratos y humillaciones que le infligía, o cuando recuerda las penurias que pasó por prestar plata para poder tener su casa propia. Una casa que tuvo que ser rescatada del agiotista con el trabajo de sus hijas menores de edad que, como tantos hombres y mujeres del campo, encuentran en la coca un salvavidas del que terminan echando mano porque no hay maíz, ni arroz, ni hortalizas que se paguen como se paga la coca.

La sindéresis de Filomena, esa mujer sucreña que tiene fuerza para levantarse de las muertes de dos de sus hijos para seguir viviendo con una sonrisa. Un relato que pone al descubierto el papel que cumplen los menores de edad en la economía campesina, donde todo el que puede aportar lo hace indistintamente de su edad o condición. Y al tiempo que relata la lucha por sobrevivir en medio de las sequías se trasluce el dolor de las mujeres rurales, sometidas a los golpes y maltratos, a la violencia sexual y la resignación amorosa por razones económicas. Un relato que tiene tanto dolor como sabor. Sabor a ñame y a suero, a queso salado y berenjenas del patio.

Y esta realidad de la vida rural, donde los niños tienen un lugar en la economía familiar desde sus capacidades, es la misma en el rancho de Filomena, en Sucre, que en la casa de adobe de Remigio y Carmen, en Nariño. Como también son hijas de la misma violencia. Esa que se ensañacontra los cuerpos de las campesinas, como le pasó a Filomena en un invierno cuando tenía cinco años y al hijo del patrón le pareció tener derecho a someterla y violarla. O a Carmen cuando llegaron los armados a su casa y le hicieron lo innombrable y nunca pudo narrarlo ni tramitarlo, y ese dolor se transformó en un llanto añejo que le roba la tranquilidad y no la desampara.

La dualidad de la vida sencilla, pasada por violencias pero afincada en el heroísmo de la gente que a pesar de tantos sufrimientos sigue trabajando, madrugando, sonriendo. Como lo hace Pedro al multiplicar el arroz mientras recuerda el día en que un árbol le cayó encima a su padre y “le jodió” la columna. Y aunque nunca pudo volver a trabajar, ya le había enseñado la senda del labriego, esa que siguiendo la pica del trabajo lo llevó a los sembraderos de coca del Magdalena Medio, a los que llegó como raspachín y de los que salió como encargado por honesto y trabajador. Ese Pedro capaz de explicar cómo la coca ha cumplido la doble función de afectar la cultura campesina y a la vez salvar la economía rural, de la que viven no solo los jornaleros sino también los paracos, la guerrilla, la fuerza pública, el alcalde y hasta el cura, porque si no hubiera sido por la coca, los campos colombianos ya estarían vacíos porque nadie vive del abandono.

Estos hombres y mujeres con zapatos de barro transmiten con fidelidad la función que ocupa la palabra en la vida campesina. La palabra que eterniza el conocimiento de la tierra y los ciclos de las aguas, que encuentra el término exacto fuera del diccionario que sirve de escritura pública y de ley de la vida. La palabra campesina que tiene un ritmo propio, de camino de herradura y galope en la niñez. La palabra sabia que trenza un dicho para cada situación y que bien saben expresar Faustino, Remigio, Nieves y Filomena. La palabra con dejo a café y a tabaco cuyo ritmo y sabiduría persiguió Alfredo Molano Bravo, de río en río, aguas arriba, entre trochas y fusiles, a lomo de mula y hasta en la selva adentro, y que sembró retoños en periodistas, economistas e historiadores que, como Rocío, siguen la senda de su perfume para narrar con hermosura los horrores y gestas que vive nuestra gente de pies de barro.

INTRODUCCIÓN

La pobreza rural es mucho más que un número.

Este libro cuenta una pequeña parte de las historias de seis campesinos colombianos que, en su condición de vulnerabilidad o de víctimas de desplazamiento forzado por el conflicto armado, hicieron parte de un programa de alivio a la pobreza denominado Produciendo por Mi Futuro. El programa fue implementado en Colombia por el Departamento para la Prosperidad Social entre el 2015 y el 2017, y tenía como propósito la inclusión productiva y la estabilización socioeconómica de estas poblaciones.

La idea de este libro nace del deseo de presentar y compartir, en un formato diferente y para una audiencia mucho más amplia que la aca-démica o la de formuladores de política, los aprendizajes y las experiencias del trabajo de campo que desarrollamos profesionales de las ciencias sociales y algunos economistas, para complementar los análisis basados en métodos cuantitativos.Además, el libro permite incluir elementos del trabajo de campo que no se incorporan en los reportes de investigación y que, por lo general, resultan olvidados y almacenados en los archivos de grabaciones y fotografías o extraviados en las notas de campo. En el mejor de los casos, las observaciones personales y vivencias se convierten en anécdotas.

Los textos que siguen provienen de las grabaciones de entrevistas, notas y observaciones que recogí, junto a otros investigadores, como insumos para el desarrollo del análisis cualitativo del programa Produciendo por Mi Futuro.

Los relatos presentados en este libro les permitirán a los lectores asomarse a la ventana de los hogares de estos seis campesinos colombianos para conocer con algo de detalle cómo han sido sus vidas, cómo han enfrentado y cómo enfrentan la pobreza, cómo se adaptan y ajustan a los cambios estructurales y coyunturales, cómo superan los disturbios o las situaciones difíciles que los afectan, y —quizá— entender por qué los programas de apoyo pueden influenciarlos de maneras tan disímiles. Este libro no pretende hacer una evaluación del programa ni un análisis descriptivo de la pobreza rural. Su esencia radica en ayudarnos a comprender, desde los relatos de estos campesinos, la humanidad detrás de las privaciones que sufren los pobladores del campo colombiano y la forma como las encaran.

Las historias de sus vidas y su experiencia en el programa nos enseñan que si queremos contribuir a la superación de la pobreza rural, desde cualquier institución, posición o disciplina, debemos intentar comprender su dimensión humana antes que privilegiar los enfoques meramente estadísticos.

Entonces, este libro es un conjunto de relatos que muestra las historias de vida de Filomena, Jacinta, Nieves, Remigio, Faustino y Pedro, relatos que escribí a partir de seis visitas que realicé, entre el 2015 y el 2017, a cada uno de sus hogares en el periodo de casi dos años de implementación de Produciendo por Mi Futuro. Además del trabajo de campo presencial tuve conversaciones telefónicas con los protagonistas. Estas se llevaron a cabo en agosto del 2020. La idea original era visitarlos de nuevo en sus parcelas, pero tal propósito fue imposible debido al confinamiento obligatorio que nos impuso la pandemia de la covid-19.

Cuatro de estos campesinos son originarios del departamento de Nariño (Remigio, Faustino, Jacinta y Nieves), en el sur de los Andes colombianos, y dos son nacidos en las sabanas del departamento de Sucre (Filomena y Pedro), al norte del país.

Con el propósito de garantizar el anonimato y proteger la integridad de los protagonistas de este libro, me he permitido la licencia de identificarlos con nombres de personajes tomados de El llano en llamas, el célebre libro del escritor Juan Rulfo. Por las mismas razones, los nombres de los municipios donde ellos residen también son ficticios. Este recurso no afecta la veracidad de las historias que acá presento. Quise hacer este homenaje a Rulfo porque los campesinos que él describe en El llano en llamas no son diferentes de los de muchos países de América Latina, cuya situación, al menos en Colombia, no ha mejorado de forma significativa después de la publicación del libro. En Colombia, como en México, o en muchos otros lugares del subcontinente, tenemos varios pueblos como Comala.

Aunque el objetivo de esta publicación es llegar a una audiencia mucho más amplia que la académica, este libro puede ser no solo del interés de los científicos sociales que estudian la pobreza, sino también de los diseñadores e implementadores de proyectos de desarrollo rural, por varias razones. Tal y como lo sugiere el revisor anónimo del libro, el interés académico de este se centra en, al menos, tres líneas de investigación: “la etnografía de los mundos campesinos en la Colombia contemporánea, la etnografía de los proyectos de desarrollo y la etnografía del mundo campesino y los sistemas financieros”.

La primera nos permite explorar la racionalidad de los campesinos dentro de su paisaje social, geográfico y económico, así como comprender la heterogeneidad existente entre ellos. La segunda línea nos acerca a las particularidades con las que cada hogar rural responde y se ve afectado por los proyectos de desarrollo, en varios ámbitos que son difícilmente mesurables de manera objetiva. De igual manera, describe las complejidades reales y operativas que se presentan con las intervenciones de desarrollo. Por último, la tercera línea de investigación se relaciona con la descripción detallada de las situaciones que conducen a los campesinos a construir relaciones financieras formales e informales como elemento fundamental en el desarrollo de sus medios de vida.

Espero que los relatos de En sus zapatos de barro permitan a los lectores enriquecerse con las enseñanzas que me dejaron estas personas, y que marcaron mi vida.

NOTA ACLARATORIA

Este libro nace de los resultados del proyecto de investigación “Plataforma de Evaluación y Aprendizaje de Programas de Graduación en América Latina”, desarrollado por la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes y apoyado por la Fundación Capital, el Centro de Investigación en Desarrollo Internacional (idrc, por sus siglas en inglés) y la Fundación Ford.

En el marco de la plataforma me sumé, en el 2015, al equipo de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes que realizaría la evaluación de varias estrategias para el alivio de la pobreza en América Latina. En particular, apoyé la evaluación cualitativa del programa Produciendo por Mi Futuro en Colombia.

Debido a que las historias del presente libro giran en torno al paso de sus protagonistas por ese programa, he decidido comenzar con la descripción, en esta nota aclaratoria, de las intervenciones de alivio a la pobreza, entre las que se encuentra Produciendo por Mi Futuro.

En el 2002 el Comité para el Progreso Rural de Bangladesh (brac, por sus siglas en inglés) inició allí la implementación de un programa de alivio a la pobreza, con un enfoque integral e innovador, conocido como “Desafiando las fronteras de la reducción de la pobreza/focalizando a los ultra-pobres” (Challenging the Frontiers of Poverty Reduction/Targeting the Ultra Poor [tup]). Este programa buscaba atender de manera holística los múltiples problemas que enfrentan los hogares en extrema pobreza, como inseguridad alimentaria, atención restringida en salud, estigma social y limitaciones en capacidades, activos y ahorros. Bajo este enfoque, que se conoce en el mundo como enfoque de graduación, se busca “graduar” a los hogares de la extrema pobreza, a partir de proveerles un conjunto de intervenciones que les permitan lograr medios de vida sostenibles.

Debido a los resultados positivos obtenidos en Bangladesh, y con el propósito de evaluar su impacto en otros contextos, el Grupo Consultivo de Ayuda a la Población más Pobredel Banco Mundial (cgap, por sus siglas en inglés: Consultative Group to Assist the Poor) y la Fundación Ford, junto con otros aliados, emprendieron el desarrollo de diez ejercicios piloto de este enfoque de alivio a la pobreza en ocho países del mundo, entre ellos Etiopía, Ghana, Honduras, India, Pakistán y Perú. Los resultados obtenidos, entre otros autores, por Abhijit Banerjee y Esther Duflo, ganadores del Premio Nobel de Economía 2019, y publicados en la revista Science en el 20151, mostraron efectos positivos en ingresos, ahorros, posesión de activos, seguridad alimentaria, gastos en bienes diferentes a alimentos y bienestar.

Estos impactos positivos dispararon la implementación de iniciativas de graduación en el mundo, así como la de intervenciones inspiradas en su diseño. En Colombia el programa Produciendo por Mi Futuro fue planteado siguiendo tal enfoque; aunque no cuenta propiamente con todos los elementos del diseño original, sí incluyó varios de ellos, con la idea de mantener el concepto integral de la estrategia.

Produciendo por Mi Futuro es, entonces, un programa de alivio a la pobreza que se implementó en diecinueve municipios de tres departamentos de Colombia, y cubrió a una población beneficiaria de diez mil personas en situación de pobreza extrema, víctimas de desplazamiento forzado o que presentaban ambas condiciones.

El objetivo general del programa era contribuir al mejoramiento de los activos productivos, financieros, humanos y sociales de la población en situaciones de vulnerabilidad, pobreza extrema y/o desplazamiento forzado, para su estabilización socioeconómica y su inclusión productiva. Produciendo por Mi Futuro esperaba alcanzar este objetivo a partir del logro de cinco objetivos específicos: (1) fortalecer las capacidades humanas y sociales de los participantes; (2) brindar educación financiera y promover la cultura del ahorro y el acceso a servicios financieros; (3) apoyar técnica y financieramente la creación o el fortalecimiento de iniciativas productivas; (4) fortalecer el capital social orientado a promover la acción colectiva, y (5) fortalecer el desarrollo personal de los participantes. Este último componente se incorpora porque se ha demostrado, en la literatura especializada,que mejoras en elementos como la autoestima, la confianza, la autovaloración o la satisfacción con la vida y la generación de aspiraciones y expectativas, son claves para lograr la “graduación” efectiva de la pobreza.

El logro de los objetivos se enmarcó en el desarrollo de intervenciones que incluían actividades de formación —realizadas a partir de visitas domiciliarias o por medio de dinamismos grupales (talleres) — y la entrega de un incentivo de un millón y medio de pesos a cada participante, para el montaje o el fortalecimiento de un emprendimiento productivo.

Las visitas domiciliarias fueron desarrolladas por gestores, funcionarios de campo de Produciendo por Mi Futuro. En dichos encuentros estos llevaban a caboactividades individuales deformación, utilizando para ello un programa de pedagogía digital (una aplicación para tableta) desarrollada por la Fundación Capital.

La aplicación estaba diseñada de tal forma que los participantes mismos fueran quienes manipularan la tableta, buscando el doble propósito de presentar diferentes temas de capacitación y de acercar a los participantes al manejo de tecnologías de información. El diseño pedagógico y didáctico de esta innovación pretendía —mediante videos de otros emprendedores, del uso de juegos, de la transmisión de mensajes clave y de la creación de personajes animados, entre otros—, facilitar el aprendizaje y la apropiación de conceptos en personas con muy bajos o nulos niveles educativos.

Las actividades grupales consistían en talleres en los que el gestor se reunía con un grupo de participantes para tratar diversos temas, utilizando para ello una variedad de actividades lúdicas y pedagógicas.

En cuanto a los tópicos de capacitación provistos en las visitas domiciliarias y los talleres, estos incluían desarrollo personal y establecimiento de metas, educación financiera (por ejemplo, ahorro y manejo de deudas, finanzas personales), y otros relacionados con el desarrollo de un perfil de negocios para el emprendimiento productivo escogido por el participante. Para impulsar el proyecto se contó con un incentivo monetario otorgado por Produciendo por Mi Futuro.

Los seis campesinos de esta historia fueron beneficiarios de Pro-duciendo por Mi Futuro, y algunos de ellos han sido —o continúan siendo— beneficiarios de otros programas de protección social. Faustino, Nieves, Remigio, Filomena y Pedro hicieron parte de la Red Unidos, que atiende a los hogares en extrema pobreza, por medio de la identificación de limitaciones en cada hogar, y acompañando y apoyando el logro de metas específicas para superar esas limitaciones. La Red Unidos sirve, además, como puente entre los hogares en extrema pobreza y la oferta institucional del Estado.

Por otro lado, los hijos menores de Filomena y los sobrinos de Pedro son beneficiarios de las transferencias del programa Familias en Acción, que están condicionadas a que los niños menores de seis años reciban controles de crecimiento y desarrollo, y los de seis años en adelanteasistan a la escuela primaria o secundaria. Nieves, Faustino, Filomena, Pedro y Remigio fueron apoyados por el programa Red de Seguridad Alimentaria (ReSA), que además de entregar semillas y materiales para la instalación de una huerta casera, brindaba capacitaciones en temas agrícolas relativos a la huerta, así como en manipulación y preparación de alimentos.

Como se señaló en la “Introducción”, este libro no pretende hacer una evaluación de Produciendo por Mi Futuro, sino utilizar ese programa como ejemplopara mostrar cómo los campesinos se ven afectados de maneras muy disímiles por estas intervenciones, dependiendo de su contexto actual y de su historia de vida.

Nota

1 Banerjee, Abhijit, Esther Duflo, Nathanael Goldberg, Dean Karlan, Robert Osei, William Parienté, Jeremy Shapiro, Bram Thuysbaert y Christopher Udry, “A multifaceted program causes lasting progress for the very poor: Evidence from six countries”, Science 348, n.º 6236 (mayo 2015). doi: 10.1126/science.1260799.

LA ESPERANZA (NARIÑO)

En diciembre del 2015 realicé mi primer viaje de campo. En ese momento conocí a dos de los protagonistas de este libro: Jacinta y Faustino. Ambos residen en el mismo municipio, relativamente cerca el uno del otro, en el departamento de Nariño, al sur del país, en la frontera con Ecuador. Llegar a sus viviendas nos tomó, en esa primera visita, y en un vehículo privado, aproximadamente dos horas y treinta minutos, en un recorrido de algo más de cien kilómetros desde la capital del departamento (Pasto). Menos de la mitad del recorrido la realizamos a través de una carretera pavimentada, la Troncal de Occidente/vía Panamericana, que conduce al norte del país; como no llovió, no se nos presentó ningún inconveniente en ese primer tramo. La situación empezó a cambiar cuando llegamos a la siguiente etapa del recorrido: una carretera secundaria sin pavimentar. En días de lluvias, que se presentaron en tres o cuatro ocasiones durante nuestras visitas, llegar a las viviendas de Jacinta y Faustino nos podía tomar mucho más tiempo, porque las zanjas que se forman en las zonas sin pavimento se inundan y la carretera se torna resbaladiza y se cubre de niebla, lo que obliga al conductor a reducir sustancialmente la velocidad.

Las condiciones de nuestros viajes me hicieron notar, sin preguntarlo, que La Esperanza es un municipio aislado, y ese aislamiento es el resultado, principalmente, de las condiciones de las vías de acceso, que hacen que los mercados sean pequeños y débiles, y que los productos cosechados por los campesinos que allí habitan sean comercializados, por lo general, cada domingo en el mismo pueblo, en una plaza que constituye el único espacio de compra y venta devíveres e insumos. Afortunadamente, Jacinta y Faustino viven muy cerca de la cabecera municipal, ella a diez y él a quince minutos caminando.

Algunos campesinos del departamento de Nariño están tan aislados de los mercados, de las instituciones educativas de secundaria y de los centros de salud que los funcionarios de campo del programa Produciendo por Mi Futuro, conocidos como gestores, debían combinar diferentes formas de transporte, y en algunas ocasiones caminar hasta dos horas para acceder a sus viviendas.

Quizá esa es la razón por la que Jacinta y Faustino, muy pocas veces en sus vidas, han ido a la capital del departamento; si necesitan hacerlo, toman un bus que hace el recorrido hasta la ciudad de Pasto, por un costo de seis mil pesos. Para tener una idea de lo que eso significa, debo resaltar que los jornales en este municipio pueden llegar a ser tan bajos que a veces no alcanzan a ser de ocho mil pesos por día, ni siquiera para pagar un recorrido de ida y regreso a la capital del departamento. Solo sale un bus diariamente, entre las cinco y seis de la mañana, y regresa en las horas de la tarde tipo tres y media o cuatro.

Los campesinos en este municipio viajan a la ciudad, casi siempre por razones de fuerza mayor, cuando en el centro de salud de nivel i que se encuentra en su municipio no pueden recibir atención médica especializada. Por ejemplo, Jacinta me contó que sufre de una enfermedad en su sistema reproductivo, cuyo tratamiento solo puede ser llevado a cabo por especialistas que se encuentran en los hospitales de Pasto. Aunque a Faustino no le gusta ir a la ciudad, cuando el parto de sus hijos mellizos se complicó, hace casi veinte años, los médicos de su pueblo decidieron remitir a su esposa a Pasto, adonde él la acompañó. Después de eso, Faustino ha ido a la capital en muy contadas ocasiones, y siempre por necesidad. Cuando le ha tocado, nunca lo ha hecho solo.

A pesar de las condiciones de las vías, encontré, durante los recorridos hasta La Esperanza, bellos paisajes montañosos donde abundan las pequeñas parcelas típicas del departamento de Nariño, dedicadas a diversos cultivos y pasturas. Parecen dibujadas a mano en altitudes que varían ampliamente. En general, observé que la agricultura en La Esperanza es de múltiples productos y, en el caso de los campesinos pobres, destinada en gran proporción al consumo exclusivo del hogar. En el paisaje también vi gallinas criollas corriendo por los huertos de las casas y por los caminos, cerdos pastando al aire libre o en encierros elaborados con materiales de la zona y, por supuesto, cuyes. Los cuyes son roedores domesticados que están muy asociados a la cultura y a la gastronomía del sur de Colombia; los campesinos los mantienen en —o cerca de— las cocinas y los alimentan con residuos de alimentos humanos y de las cosechas.

Aunque en el municipio donde residen Jacinta y Faustino no se encuentran áreas con cultivos de uso ilícito, sí era frecuente, durante el periodo en que desarrollamos las visitas, que algunos campesinos, hombres y mujeres, se desplazaran hasta el corregimiento de Llorente a trabajar como raspachines, cosechadores de hoja de coca y en labores asociadas, por ejemplo, como fumigadores, cocineros o ayudantes de cocina.

El corregimiento de Llorente se encuentra, aproximadamente, a sesenta kilómetros del municipio de Tumaco y a doscientos veinticinco de Pasto, la capital del departamento. Las fumigaciones con glifosato en el vecino departamento del Putumayo desplazaron el cultivo de coca hacia Llorente, que se convirtió en una de las zonas con mayor producción del país; además de las bondades que brinda la tierra para ese cultivo, la ubicación privilegiada —al contar con salidas hacia el océano Pacífico y Ecuador—, convirtieron a Llorente en una zona ideal para la siembra de coca, la producción de cocaína y el narcotráfico. La bonanza del cultivo ha estado acompañada de aspersión aérea, desplazamientos masivos e incremento de la violencia generada por grupos diversos como guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (eln) y de las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (farc-ep), y otras organizaciones delincuenciales.

De acuerdo con el Departamento Nacional de Estadística (dane), la población total de La Esperanza es de trece mil quinientas personas y se encuentra entre las más pobres del país: el índice de pobreza multidimensional es del 55,3 % para todo el municipio y del 65,3 % para la zona rural, más de veinticinco puntos porcentuales por encima del promedio rural nacional (40 %). Por esta razón, varios de los campesinos que fueron convocados para participar en Produciendo por Mi Futuro, entre ellos Jacinta y Faustino, han sido beneficiarios de otros programas gubernamentales, como el de transferencias monetarias condicionadas, conocido como Familias en Acción, el programa Red de Seguridad Alimentaria (ReSA), programas para adultos mayores y comedores comunitarios del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (icbf), entre otros, aunque ninguno recibe o recibiótodos estos apoyos, y no todos los que contaron con tales ayudas disfrutaron de ellas de manera simultánea.

Camino hacia La Esperanza

Minifundios en el camino de Pasto hacia La Esperanza

Vía secundaria hacia La Esperanza

Autobús del servicio de transporte intermunicipal en Nariño

Derrumbe en vía primaria de camino a La Esperanza

Inundación en la carretera a La Esperanza durante una temporada invernal

Secando fique en Nariño

Gallina criolla de campesinos nariñenses

Foto: Vanesa Martínez Mendoza

Cocina típica de una casa campesina de La Esperanza

Moliendo caña para la elaboración de miel en La Esperanza

EN SUS ZAPATOS DE BARRO

A la casa de Faustino llegué por primera vez el 18 de diciembre del 2015, el mismo día en que conocí a Jacinta. Nos esperaba, muy elegante y sonriente, en el balcón. Vestía una camisa de mangas largas, color naranja, pantalones cafés, botas plásticas negras y un sombrero también café, de ala corta, como los que, con el tiempo noté, suelen utilizar los campesinos en Nariño. Su camisa era la misma que vestía el día en que le tomaron una foto que pidió Produciendo por Mi Futuro para pegarla en la primera hoja de una cartilla que le entregaron al inicio del programa.

Me recibió con café y pan. El café que Faustino me ofreció en todas las visitas tenía un sabor especial. Meses después un conductor me diría que en las zonas rurales de Nariño es usual tostar la semilla y luego molerla con otros granos, tales como maíz, habas, alverjas y garbanzo.

Con esa mezcla preparan el café, que suelen endulzar con miel de caña.

En la casa de Faustino y en la de Jacinta hacen el café utilizando una estructura de madera muy común en los hogares de la zona, fabricada por artesanos y por los propios habitantes. Mide unos cincuenta centímetros de alto. Consiste en una base con dos listones que, a su vez, sostienen una lámina de madera perforada, donde se instala una bolsa de tela que sirve como colador.

La expresión de su rostro me trasmitió, desde el primer momento, un sentimiento de ternura, y sus ojos irradiaban inocencia. Sus manos son grandes y callosas, aunque su cuerpo no supera el metro setenta de estatura.

Concluí que las mejillas de Faustino se encuentran quemadas por el frío, pero, inicialmente, al notar su extrema timidez, pensé que estaban ruborizadas. En nuestras primeras citas habló muy poco, con frases muy cortas, casi con monosílabos, y en tono muy suave, por lo cual fue difícil comprendernos. Yo también andaba asustada porque no lograba hacerme entender. Además, Faustino utilizaba palabras desconocidas, abreviadas, o que tenían otro significado para mí, como ayora (para decir “y ahora”), o cancha (para referirse al maíz tostado). Investigando por internetsupe que en las zonas rurales de Nariño se utilizan vocablos de origen quechua o inga que han sido españolizados, y encontré, entre ellos, algunos de los mencionados por Faustino. Por ejemplo, chaucha (para referirse a tubérculos de fácil cocción o a una papa pequeña y tempranera), olloco u olluco (un tubérculo propio de la zona Andina), o chacla (voz quechua para nombrar palos y carrizos usados para construir las paredes de las viviendas).

Poco a poco nos fuimos entendiendo mejor y nuestras conversaciones se extendieron cuando empezó a fluir la confianza. En cada encuentro iba aumentando también la merienda que me ofrecían. Faustino fue quizá el personaje de esta historia al que más vi sonreír y, a pesar de los temas trascendentales o incluso tristes que tratábamos en nuestras conversaciones, nunca tuvo una actitud de lamento.

Faustino nació en 1960 y durante casi toda su vida ha residido en La Esperanza, al igual que sus padres y abuelos. Cuando él era niño,la vereda donde hoy reside hacía parte de otro municipio y se encontraba muy lejos de cualquier centro poblado.

—Sí, los abuelos vivían acá.Los de mamá, y los de papá vivían allacito.

Las salidas de Faustino y sus hermanos durante su infancia —y también en laadolescencia— fueron muy pocas y se limitaban al centro poblado. Por eso no necesitaban mucha ropa.

—La ropa, pues, mamá la iba consiguiendo. ¿Dónde nos la estaría consiguiendo? —se pregunta Faustino.

—¿Cada cuánto salían al pueblo?

—A nosotros nos llevaban el domingo; digamos, nosotros salíamos cada diez domingos.

—¿A misa?

—Íbamos a misao a vacunarnos. Si no, no íbamos. ¿No ve que los niños se antojan de mecato, de lo que ven? ¡Y sin plata para darles nada!

También salían cuando se presentaban problemas graves de salud. Entonces se desplazaban a pie hasta el centro poblado del municipio al que en ese momento pertenecía la vereda donde residían. La única carretera que conoció Faustino en su niñez comunicaba el centro de su pueblo con el de uno vecino. En aquella época la carretera que comunicaba la vereda donde vivían con el centro poblado no existía. Se empezó a construir enlos años setenta. Por esa razón, los desplazamientos a piehasta el hospital tardaban dos horas y media de ida, y tres y media de regreso, porque debían subir la montaña.

—¿Se les presentó alguna vez una situación en la que tuvieran que llevar a alguien de emergencia?

—Sí, en una camilla.

—¿Caminando también?

—Claro, caminando también. Lo llevábamos cargado en el hombro.

—¿Cuánto demoraban?

—Ahí sí demorábamos más. Como tres horas y media bajando.

—Era muy difícil…

—Muy difícil porque no había carro.

—¿Era fácil que los atendieran?

—Ah sí, eso sí, atendían, pero en ese tiempo no había ayudas; allá recetaba el médico y lo mandaba a uno a comprar la droga.

—Y ahora, ¿las cosas han cambiado?

—¡Claro! Hartísimo.

No obstante, las visitas al hospital no eran tan frecuentes porque en su casa y en las de sus vecinos acostumbraban a tratar enfermedades como dolores de estómago o eliminar los “parásitos” con “agüitas de natural”, que preparaban su mamá y los hierbateros de la vereda.

Actualmente, la vereda donde reside Faustino hace parte de otro municipio y se localiza más cerca de la cabecera, donde se encuentra el centro de salud. Faustino y los miembros de su hogar reciben servicios médicos subsidiados y, cuando lo requieren, acuden al puesto de atención al que acceden fácilmente. Sin embargo, en casos de gravedad o cirugías, o cuando necesitan algún especialista, deben remitir los pacientes a Pasto.

Faustino se casó por la Iglesia católica a los veintiocho años, después de un noviazgo de cuatro con Bertha, su esposa. No era común que las parejas se fueran a vivir sin haberse casado y sin el consentimiento de los padres:

—En ese tiempo era una admiración que se fueran a juntar. Eso tocaba avisarles a los papases, que conversaran entre los mayores allá, pa ver si por ejemplo se casaban.

—¿Y cómo fue esa historia de amor?

—Nos conocimos, nos cogimos confianza y tuvimos hijos.

Una vez casados, se fueron a la tierra de un cuñado, muy cerca de donde residen actualmente. Como la casa donde vivían se avista desde el lugar donde nos encontrábamos, Faustino me la señaló con el dedo índice:

—Ahí, ahí vivíamos, en una casa de yerba y de paja.

Faustino recuerda que, durante su niñez, los doce miembros del hogar compartían una vivienda de dos habitaciones, en una de las cuales estaba ubicada la cocina.

—Pues ahí siempre estábamos escasos de alimentación, estrechos de casa. Dos piecitas pequeñitas para tanta gente: los diez hijos y los papás.

El agua que consumían en la casa de sus padres provenía de una cañada cercana, de donde la desviaban a través de una acequia, un canal construido artificialmente. Los niños del hogar se encargaban de recogerla en ollas, utilizando como “tubería” para su conducción tallos de plantas o pencas. Los cultivos se regaban con el agua proveniente de la mencionada acequia y la lluvia, situación que permanecía vigente al momento de mi visita.

—No había mangueras ni tanques para coger el agua desde la cañada y acercarla más a la casa. Allá poníamos un tallito de planta en la acequia para que recogiera el agua abajito y cayera a una olla.

Actualmente, el agua que consumen llega desde una fuente natural a un tanque que se localiza muy cerca de la casa y, desde allí, circula a través de una manguera. El agua es compartida por cuatro hogares, y su manejo se realiza mediante arreglos informales entre las familias. Por ejemplo, cuando hay sequías, el agua se utiliza exclusivamente para el consumo humano, pues no alcanzaría para todos si, además, se regaran los cultivos.

—¿Y deben pagar por el agua que consumen?

—No, eso es así desde los mayores —me dijo, indicándome que, tradicionalmente, en su comunidad el uso del agua se había realizado de esa manera.

Aunque durante el programa se hizo énfasis en la importancia del apoyo mutuo y el trabajo en equipo, noté —y Faustino me lo confirmó— que la colaboración entre vecinos y la idea de “la unión es la fuerza”, ya sea para desarrollar actividades de tipo comunitarioo para solucionar situaciones o eventos difíciles que se presenten, es común en la mayoría de las comunidades donde estos campesinos residen.