Enamorada de su enemigo - Lois Faye Dyer - E-Book

Enamorada de su enemigo E-Book

Lois Faye Dyer

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Beschreibung

Le había negado el derecho de conocer a su hijo… Las mentiras de sus enemigos habían llevado al hermano de Jessie McCloud a la cárcel y le habían roto el corazón a su abuelo. Ésa era precisamente la razón por la que Jessie no podía contarle a su familia que una noche el miedo la había llevado a los brazos de un miembro de la odiada familia Kerrigan. Aquel encuentro de hacía cuatro años no había sido más que un breve error que no volvería a repetirse, o al menos eso creía Zach hasta que volvió al pueblo y descubrió que Jessie le había mentido. Todos en la ciudad sabían que no se podía quitar a un Kerrigan lo que era suyo… todos excepto Jessie.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Lois Faye Dyer

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enamorada de su enemigo, n.º 1656- diciembre 2017

Título original: Jessie’s Child

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-514-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

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Capítulo 1

 

Wolf Creek, Montana

Principios de primavera

 

 

Jessie McCloud se estremeció bajo el viento que soplaba de las colinas, empapada por las gotas de lluvia frías sobre sus mejillas. Trató de sofocar los sollozos, pero acabó hipando en el intento.

Flanqueada por sus dos hermanos adolescentes, les apretó las manos con fuerza.

Chase, de diecisiete años, se inclinó hacia ella.

—¿Estás bien, Jessie?

Ella asintió y miró temerosa por encima del hombro hacia el agente de policía que estaba de pie varios metros por detrás. Su expresión era severa, y su vista estaba fija en el ataúd de caoba y en la lápida que había más allá.

Jessie dio la vuelta y se fijó en las rosas rojas que yacían sobre la tapa del ataúd. Ella adoraba a su abuelo Angus y apenas podía creer que hubiera muerto. Ya no le contaría más historias ni compartiría los caramelos de mantequilla que siempre guardaba en el bolsillo de su chaqueta. Ya no le tomaría el pelo ni se reiría de sus adivinanzas.

Miró a su hermano Luke, que le tenía agarrada la mano derecha. Su cara parecía seria y miraba a las personas que había junto a la tumba. Siguió su mirada y localizó a la viuda de su abuelo, Laura Kerrigan-McCloud.

Jessie entornó los ojos para contemplar al pequeño grupo de Kerrigan.

Su abuelo se había casado con Laura Kerrigan cuando ambos eran ya mayores. La había amado profundamente y se había casado con ella a pesar de las objeciones de ambas familias. El odio entre los McCloud y los Kerrigan había comenzado en 1922, cuando una partida de póquer le costó a un McCloud dos mil quinientos acres de tierra. Pero su abuelo Angus había sido el primero en morir como resultado de la enemistad entre las dos familias, aunque de manera indirecta.

Jessie había oído a Luke decirle a su padre que estaba convencido de que su abuelo había muerto porque se le había roto el corazón. Él adoraba a sus nietos y, cuando Chase fue a la cárcel, Angus había entristecido hasta morir. Eso pensaba Luke.

Jessie odiaba a todos los Kerrigan, pero aquél al que más odiaba, no estaba allí. Lonnie tenía casi diecisiete, la misma edad que Chase, pero era un abusón, lo contrario que su hermano mayor en todos los aspectos. Lonnie había causado la muerte del mejor amigo de Chase, Mike Harper, en un accidente de coche que había dejado a Chase hospitalizado con dos costillas rotas y una contusión. Respaldado por su padre, Harlan, Lonnie había mentido y convencido a la policía y a los tribunales de que Chase había sido el conductor de aquella maldita furgoneta. Chase, acusado de homicidio involuntario, había sido sentenciado a prisión.

Era tan injusto. Jessie pretendía convertirse en abogada y enviar a prisión a todos los Kerrigan responsables de aquello. No se rendiría hasta no haber puesto las cosas en su sitio.

—O Señor, que estás en los cielos —comenzó a decir el sacerdote, seguido de la madre de Jessie. Ella, incapaz de hablar, les apretó las manos a sus hermanos con más fuerza. Sus manos grandes, cubrían las suyas, de una niña de diez años, proporcionándole seguridad y calor.

Las oraciones terminaron, y todos los asistentes al entierro se acercaron a sus padres.

Todos menos los Kerrigan. Laura, Harlan y su cuñada, Judith, junto con sus dos hijos, Rachel y Zach, subieron a un lujoso sedán y se marcharon, abandonando el cementerio.

—Jessie —le dijo su madre suavemente.

Una lágrima resbaló por su mejilla y ella obedeció aquella invitación silenciosa de su madre, ofreciéndole un brazo estirado. Soltándoles las manos a sus hermanos, se acercó a su madre y se acurrucó junto a ella. Margaret McCloud deslizó el brazo sobre los hombros de su hija y la acercó a su lado.

—Es el momento, hijo —dijo el oficial de policía colocándole una mano en el hombro a Chase cuando los asistentes terminaron de dar el pésame.

¡No! No podía llevarse a Chase, no en ese momento.

Jessie apretó los músculos de la cara en un esfuerzo por no llorar. Se le nubló la vista al ver cómo el hermano mayor al que adoraba abrazaba a su madre y a su padre para despedirse. Entonces llegó su turno. Las lágrimas se abrieron paso por sus ojos finalmente. Sollozando, se lanzó hacia Chase y lo abrazó con fuerza, desesperada por mantenerlo con ella.

Se sentía incapaz de soltarlo, pero finalmente, Chase le soltó las manos de su abrigo y se apartó.

Jessie se sintió partida por la mitad. Los momentos siguientes fueron como un borrón mientras su hermano se despedía. Con demasiada rapidez, el coche de policía se alejaba, dejando a Jessie, a Luke y a sus padres solos junto a la tumba.

«Odio a los Kerrigan», pensaba ella, apretando los puños con ira y viendo cómo el coche de policía se llevaba a su hermano.

 

 

Wolf Creek, Montana

Finales de verano, 15 años más tarde

 

—Zach Kerrigan está de vuelta en la ciudad.

Jessie McCloud se quedó helada y centró la atención en las voces de las mujeres que había en el pasillo contiguo en el supermercado.

—Lo sé. Stacey lo vio comprando gasolina en el área de servicio de Keeler hace dos días. Dijo que no ha cambiado. De hecho tiene mejor aspecto que cuando estaba en el instituto. Prácticamente estaba hiperventilando mientras me lo contaba.

Jessie se quedó quieta en el pasillo de los cereales.

—Y no llevaba anillo de casado, pero no tuvo oportunidad de preguntarle si estaba saliendo con alguien.

—Espero que no —dijo la mujer que había hablado la primera—. Pero una de nosotras debería averiguarlo. ¿Por qué no vas…? —la voz se desvaneció, obviamente porque las dos mujeres siguieron su camino por el pasillo.

Zach había vuelto. Jessie estaba asombrada. ¿Cuándo había vuelto? Ella misma había estado fuera de la ciudad durante las últimas dos semanas y media, visitando a una amiga de la universidad en Wyoming, pero había hablado con sus padres varias veces en su ausencia. Su madre no había dicho nada sobre el regreso de Zach a Wolf Creek.

—¿Mamá, podemos comprar estos cereales?

La voz del niño pequeño, junto con el tirón en sus pantalones cortos, hizo que Jessie saliera de su embrujo y mirara hacia abajo. Rowdy, su hijo de tres años, tenía una caja de cereales agarrada contra el pecho con una mano mientras con la otra tiraba de sus pantalones.

—Lo siento, Rowdy —dijo ella—. ¿Qué me has preguntado?

—¿Podemos llevarnos ésta?

—Lo siento, hijo —dijo Jessie, negando con la cabeza tras examinar la caja—. Ésos tienen el noventa y cinco por ciento de azúcar y el cinco de trigo. Probemos con éstos.

—Pero, mamá, esto es lo que comen todos los superhéroes.

—¿Y cómo los sabes, jovencito? ¿Has estado viendo dibujos animados con los tíos Chase y Luke otra vez?

—Sí —dijo el pequeño con una sonrisa pícara.

Se pareció tanto a su padre en ese momento, que a Jessie se le encogió el corazón. El brillo en sus ojos dorados, de un contraste tan radical con los suyos azules, era contagioso. Le acarició el pelo negro con reflejos castaños rojizos, el mismo color de su melena.

—Voy a tener que hablar con tus tíos —dijo ella—. Saben que no debes ver la televisión.

—Sólo vemos las cosas buenas —dijo Rowdy.

—Hmm —murmuró Jessie. Sus hermanos estaban convencidos de que era demasiado estricta con su hijo y se habían propuesto enseñarle las «cosas buenas» que pensaban que todos los niños deberían conocer, incluyendo dibujos animados, con un especial énfasis en Spiderman y Bob Esponja.

—¿Podemos ir a casa del tío Luke y de la tía Rachel esta noche?

—Esta noche no —dijo Jessie. Su hermano Luke se había casado recientemente con la hermana de Zach Kerrigan, Rachel, y Rowdy inmediatamente había extendido la adoración que sentía por Luke hacia su nueva tía. Tras la sorpresa inicial al descubrir que su hermano se había enamorado de la prima de Lonnie Kerrigan, Jessie había acabado aceptándola después de que Chase les diera la bendición. Seguía teniendo sus reservas sobre si Luke había traicionado a Chase casándose con una Kerrigan, pero Rachel cada vez le caía mejor—. Quizá mañana.

—Bien —dijo Rowdy dando saltos de un lado a otro por el pasillo.

Jessie colocó los cereales en el carro y siguió a su hijo sin dejar de pensar. Quizá Zach sólo estuviese en la ciudad para visitar a su madre y pronto se marchara. De ser así, puede que sus caminos no se cruzaran. Wolf Creek era una ciudad pequeña, pero quizá, si tenía cuidado, pudiera evitar encontrarse con él.

Pero ¿y si había vuelto para quedarse?

La posibilidad parecía improbable. Al Zach que ella había conocido una noche hacía cuatro años le encantaban las misiones militares peligrosas para ir a países extranjeros. Era difícil imaginar que pudiera cambiar tanto como para querer asentarse en Wolf Creek para llevar una vida más tranquila. Ella había estado convencida de que no regresaría, pero, ahora que lo había hecho, se enfrentaba a un gran dilema. Al enterarse de que estaba embarazada de Rowdy cuatro años atrás, había tenido buenas razones para no decírselo a Zach. Esas razones aún existían. Podría haberse marchado de Wolf Creek y reducir la probabilidad de ver a Zach de nuevo, pero había corrido el riesgo y regresado a casa para construirse una vida después de la escuela de Derecho.

Pero parecía que se le había acabado la suerte.

Quizá no fuese demasiado tarde para reconsiderar la oferta de John Sanchez para unirse a su bufete de abogados en Kalispell.

Aquella ciudad de montaña estaba separada de Wolf Creek por casi la totalidad de Montana. Probablemente ella y Rowdy estuvieran a salvo allí.

Pero odiaba la idea de dejar su casa y a su familia. Además, ¿el hecho de que huyera no sería otra victoria más para los Kerrigan?

No. No dejaría que le entrara el pánico. Antes de tomar decisiones, tenía que averiguar cuánto tiempo planeaba quedarse Zach. No les resultaría difícil a ella y a Rowdy evitarlo durante un tiempo.

 

 

Tras meter a Rowdy en la cama aquella noche, Jessie le quitó el volumen a la televisión con el mando y marcó el número de Luke.

La mujer de su hermano contestó al segundo tono.

Las dos hablaron durante varios minutos sobre Luke, Rowdy y sobre un caso en el que Jessie estaba trabajando antes de que pudiera sacar el tema.

—He oído hoy que tu hermano Zach ha vuelto a casa —dijo con aparente despreocupación.

—Sí —dijo Rachel con entusiasmo—. Estaba en casa cuando yo regresé de Denver. ¿No te lo dije? Supongo que, para cuando Luke y yo regresamos de nuestra luna de miel, tener a Zach de vuelta no era ninguna novedad. Me alegro mucho de que esté aquí, Jessie. No me habría sentido cómoda dejando a mamá sola ocupándose de Harlan y de Lonnie mientras nosotros estábamos en Hawai si él no hubiera estado aquí.

—Parece que su regreso haya sido muy oportuno. ¿Cuánto lleva en Wolf Creek? ¿Unas semanas?

—Sí, casi tres y media, de hecho. Hay tanto trabajo que hacer en el rancho, que se ha quedado cerca de casa. ¿Tú conoces a Zach, Jessie? —preguntó Rachel—. Probablemente ya había terminado el instituto y se había marchado de la ciudad antes de que tú empezaras tus estudios.

—Creo que se graduó varios años antes que yo —dijo Jessie, evitando contestar a la pregunta de Rachel. Dudaba que hubiera alguna mujer de su edad que no supiera quién era Zach Kerrigan,

—Tienes que venir una noche de esta semana a casa para conocerlo —dijo Rachel—. Veré si puedo alejar a Zach del trabajo unas cuantas horas. ¿Qué día os vendría mejor a ti y a Rowdy?

—No estoy segura. Me he dejado la agenda en la oficina, pero miraré el calendario mañana y te lo haré saber. Creo que tengo un par de reuniones por la noche, pero no recuerdo qué días.

—Házmelo saber y llamaré a Zach.

—Eso haré —dijo Jessie—. ¿Tengo que encontrar tiempo esta semana o también podría ser la siguiente? ¿Se marchará pronto?

—No estoy segura —contestó Rachel—. Me dijo que iba a quedarse, pero su jefe insistió en que sólo se tomara un permiso de tres meses. Si me salgo con la mía, Zach acabará quedándose. No sé cómo podría mi madre llevar el rancho sin él. Y, en cuanto a lo de la cena —continuó—, ¿me llamarás para decirme cuándo te viene bien?

—Sí, en cuanto mire mi agenda. Tengo una vista oral por la mañana, pero regresaré a la oficina después de comer.

—Genial. Hablaremos entonces.

Jessie se despidió y colgó el teléfono. Se quedó mirando la pantalla de la televisión. ¿Cenar con Zach y Rowdy en la misma mesa?

Ni hablar.

Un dolor de cabeza amenazaba incansablemente y se frotó las sienes mientras su mente se llenaba de recuerdos.

Había visto a Zach por última vez en Missoula, a kilómetros de distancia de Wolf Creek, al otro lado del estado. Por aquel entonces, ella estaba matriculada en la escuela de Derecho de la Universidad de Montana y él trabajaba en la oficina de reclutamiento de marines del campus mientras se recuperaba de las lesiones de una misión en el extranjero. A pesar de haberse cruzado en el campus, ni siquiera se habían saludado, hasta una tarde en que se habían encontrado en la cafetería del campus. Estaban esperando su café cuando el que resultó ser un antiguo empleado, nada contento, sacó una pistola y comenzó a disparar. La situación era caótica y, después, Jessie se quedó conmocionada y aterrorizada por la violencia. Zach le había comprado la cena y la acompañó por el campus hasta su apartamento, donde los dos cedieron a una reacción física provocada por el estrés y el peligro. Jessie había perdido la cuenta de las veces que habían hecho el amor, pero, en algún momento de la noche, se había dado cuenta de que los cimientos de su mundo habían cambiado.

A la mañana siguiente, se había sentido horrorizada por haberse acostado con el enemigo de Chase. Le había dicho cosas horribles que sabía que nunca olvidaría. Furiosos, ambos habían convenido en que aquella noche había sido un error. Zach salió para el aeropuerto, destinado a Afganistán para volver a su unidad del ejército.

Aquella noche tuvo consecuencias que ninguno de los dos había anticipado cuando un test de embarazo resultó ser positivo menos de un mes después. Al principio, Jessie no había sabido si debía localizar a Zach y contárselo todo.

Aquella cuestión la había perseguido.

Había pasado los años desde que Chase entrara en prisión jurando vengarse de los Kerrigan. Chase no había regresado a casa inmediatamente después de salir de la cárcel. En vez de eso, había aceptado un trabajo como cazador de botines en una agencia que llevaba el hermano de un guardia de la cárcel del que se había hecho amigo. Hasta hacía un año, Chase había vivido en Seattle y, durante sus poco frecuentes visitas a casa, no era el hermano que ella recordaba de su niñez. Parecía un hombre duro y peligroso metido en un negocio violento, y sus emociones permanecían ocultas tras un muro impenetrable. Aquello le había roto el corazón. Le torturaba el sentimiento de culpa por haber traicionado a Chase acostándose con su enemigo. No se había atrevido a decirle a su hermano que el padre de su sobrino era un Kerrigan.

No podía imaginar cómo podría haberles dicho a sus padres que iban a tener que compartir al nieto que tanto ansiaban con la familia que tanto odiaban. Jessie estaba convencida de que sus padres y sus hermanos nunca habrían tratado al niño de manera distinta por llevar la sangre de la familia de Zach, pero ¿cómo podía estar segura de que el odio entre las dos familias no tiñera de manera inconsciente su visión del bebé?

Le había llevado dos largas semanas tomar una decisión. Finalmente, había decidido no intentar localizar a Zach, y les dijo a sus padres que se había casado con un compañero de estudios en un viaje a Las Vegas, divorciándose tan sólo seis semanas después. Le confesó la verdad sobre el matrimonio ficticio sólo a su madre, y ni siquiera entonces desveló la identidad del padre del bebé.

Había sido un plan complicado, pero Jessie lo había considerado necesario. Y se había dicho a sí misma que tomaría la decisión de decirle la verdad a Zach si tenía la oportunidad y si pensaba que a él fuese a importarle, cosa que dudaba que fuese a ocurrir. Zach había dejado Wolf Creek a los dieciocho años y, por lo que ella sabía, nunca había regresado.

Tras terminar en la escuela de Derecho, cuando Rowdy tenía dos años, Jessie había regresado a Wolf Creek para ejercer y para construirse una vida para ella y para su hijo.

«Puede que le diga a Zach lo de Rowdy», pensó. «pero, si lo hago, no será durante la cena con su hermana y mi hermano presentes».

El matrimonio de Rachel y Luke había creado un puente entre las dos familias, un puente que varios miembros de los McCloud y de los Kerrigan se habían atrevido a cruzar. A Jessie le caía muy bien Rachel, pero dudaba que a su cuñada fuese a hacerle gracia saber que le había ocultado durante todo ese tiempo que Rowdy era su sobrino. Por no hablar de lo que pensaría Zach de la noticia.

La aceptación de Rachel por parte de los McCloud no se extendía al resto de los Kerrigan. Jessie no quería pensar en cómo reaccionarían sus hermanos al saber que Zach era el padre de Rowdy. Ella se había negado a decir cualquier cosa sobre el padre biológico de Rowdy, excepto el cuento del matrimonio fugaz. Tras esa conversación, Chase y Luke habían hecho ocasionales comentarios sobre el bastardo que había desaparecido al enterarse de que Jessie estaba embarazada.

Imaginaba que sería más difícil decírselo a Zach que a sus hermanos.

«Si decido decírselo, quedaré con él y se lo diré en persona», pensó. No le gustaba esa idea. A pesar de estar convencida de haber dejado atrás aquella noche, sabía que dar la noticia no sería fácil.

¿Se pondría furioso? No tenía ni idea.

¿Querría formar parte de la vida de Rowdy o elegiría permanecer en el anonimato?

Se dio cuenta de que ésa era la pregunta más importante, y la que más le preocupaba.

Ya podía imaginar la furia de Zach y la decepción de sus propios padres; y también el escándalo de sus hermanos y la sorpresa de Rachel. Se había visto obligada a tomar decisiones cuatro años antes y pagaría el precio de esas decisiones sin achantarse. Pero Rowdy era inocente. No se merecía verse en medio de una batalla emocional.

Un torrente de protección maternal recorrió su cuerpo en ese momento.

Se trataba de su hijo. Sólo suyo. Apretó los puños y todo su cuerpo se tensó, preparado para la lucha. Se obligó a relajarse y respiró profundamente.

A pesar de sus emociones, sabía que su respuesta instintiva no era nada práctica. Era abogada y sabía perfectamente que Zach tenía derecho a visitar a Rowdy, si era lo que deseaba. Excluir a Zach de la vida de su hijo no era posible legalmente.

Pero eso no significaba que tuviera que parecerle bien.

Se dijo a sí misma que preocuparse en ese momento no servía de nada. Probablemente, Zach no tardaría en marcharse de vuelta a cualquier parte del mundo que estuviera en guerra.

Apagó la televisión y las luces mientras salía del salón, caminando por el pasillo hacia su dormitorio. Una pequeña lámpara en la mesilla de noche iluminaba las paredes de su habitación. A Jessie le encantaba su pequeña casa y había pasado horas trabajando en ella, pintando las paredes y haciéndola suya. El resto de la casa reflejaba la realidad de que en ella vivía un niño de tres años, pero esa habitación era su santuario. Allí se había permitido poner cortinas de seda verde que hacían juego con la colcha y las almohadas de la cama. La cama había sido de su bisabuela y, al igual que las mesillas de noche, el escritorio y el espejo, su superficie resplandecía gracias a los años de cuidado.

Aquel lugar siempre había tenido la capacidad de relajarla, pero, esa noche, la habitación no podía hacer desaparecer sus preocupaciones. Incluso después de haberse duchado y metido en la cama, su mente continuaba dando vueltas ante las posibles consecuencias del regreso de Zach.

Cuando finalmente se quedó dormida, soñó con Zach y con la primera vez en que había acudido en su ayuda. Fue durante el verano en que ella tenía diez años y él ya era un adolescente alto de quince.

 

 

El primer verano después de que su abuelo muriera pareció más largo y caluroso de lo normal. Jessie y su mejor amiga, Sarah, trataban de sobrellevar el calor nadando en la charca y pasando las tardes de los sábados en el cine con aire acondicionado.

Después de ver una película un sábado, Jessie y Sarah se detuvieron en la tienda de caramelos de Muller antes de reunirse con la madre de Sarah en la biblioteca. Estaban decidiéndose comprar algo cuando dos adolescentes entraron en la tienda casi vacía.

—Vaya, vaya, pero si es una McCloud. ¿Has sabido algo de tu hermano convicto últimamente?

Jessie se quedó helada al oír la voz de Lonnie Kerrigan. Decidida a ignorarlo, se quedó mirando la vitrina de cristal que contenía los caramelos de tofe. Deseó que el señor Muller no se hubiera metido en la trastienda. El timbre que podía usar para llamarlo estaba al otro lado del mostrador, junto a la caja registradora, demasiado lejos.

—¿Qué te pasa, niña? ¿Te ha comido la lengua el gato?

Pasó frente a ella empujándola en el proceso.

—No le prestes atención, Jessie —dijo Sarah.

Jessie giró la cabeza y vio que los ojos de su amiga reflejaban el miedo.

—Sí, niña. No me prestes atención —dijo Lonnie, apoyándose sobre la vitrina de caramelos con una sonrisa maliciosa al ver la preocupación de Sarah.

—No lo haré —dijo Jessie—. No lo mereces.

—Todos los McCloud sois iguales. Tú eres un poco joven, pero no creo que falte mucho para que tu hermano Luke se junte con Chase en la cárcel. Me sorprende que hayas podido entrar aquí sin supervisión. Me pregunto si el señor Muller sabrá que tiene a una futura criminal en su tienda.

Sin poder resistirlo, Jessie se giró hacia él para encararlo.

—¡Eres un cerdo, Lonnie Kerrigan! Deberías estar tú en la cárcel, no Chase. Tú eres el criminal. ¡Tú y toda tu familia!

Se quedó mirándolo, desafiándolo a hacer algo. A sus diez años, era mucho más baja que él, pero no le importaba. Tres meses antes, había observado cómo esposaban a Chase y se lo llevaban del funeral de su abuelo en un coche patrulla. Culpaba a Lonnie por la ausencia de su hermano y lo odiaba con una pasión que jamás había experimentado.

Una adolescente rubia que había junto a la puerta se rió al oír las palabras de Jessie y Lonnie se sonrojó. Se acercó más a ella, y dijo:

—Pequeña zorra.

Jessie levantó la barbilla y se negó a retroceder.

Lonnie le agarró el brazo y se lo retorció. El dolor era insoportable, pero Jessie no iba a darle la satisfacción de verla llorar. En vez de eso, se quedó mirándolo con odio y aguantándose las lágrimas.

—Suéltala.

Lonnie miró detrás de ella y apretó los dientes antes de hablar.

—No te metas, Zach. No es asunto tuyo.

—Ahora sí es asunto mío. Sólo es una cría. Suéltala.

—¿Vas a ponerte en su lugar?

—Si tengo que hacerlo, lo haré.

Lonnie se rió, soltó a Jessie y la empujó contra la vitrina de cristal.

—¡Eh, nada de eso aquí dentro! Si os queréis pegar, hacedlo en la calle —dijo el señor Muller.

Jessie miró por encima del hombro. El propietario de la tienda se inclinó sobre el mostrador y miró a Lonnie y a Zach amenazadoramente.

—Sí, sí —dijo Lonnie—. Ya nos vamos.

Zach se dio la vuelta y salió de la tienda seguido de Lonnie, su amigo y las dos adolescentes.

—Vamos —dijo Jessie, dándole la mano a Sarah y saliendo por la puerta a tiempo de ver a los mayores desaparecer por el callejón. Corrieron hacia la esquina del edificio y se detuvieron para asomar las cabezas.