Entre el cielo y el infierno en la maratón des sables - Lukas Gubler - E-Book

Entre el cielo y el infierno en la maratón des sables E-Book

Lukas Gubler

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Beschreibung

La Marathon des Sables está considerada como la ultramaratón más dura del mundo. A temperaturas de 50 ° durante el día y cerca de cero por la noche, a través del Sahara, sobre arenas, piedras, dunas de arena, rocas, el participante debe llevar todo su equipo en su mochila. En este libro, Lukas Gubler cuenta de primera mano cómo se siente esta aventura.

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Seitenzahl: 50

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Me encuentro a bordo de un autobús con dirección a Madrid. A mi lado está sentado un anciano que habla por los codos. Su dialecto hace presumir que es el último miembro de una tribu extinguida y su pronunciación hace pensar que tiene la boca llena de puré de patatas. No entiendo ni una palabra de lo que dice y reacciono con gestos inexpresivos y sonidos ininteligibles. Más allá de lo que pueda haber entendido realmente, tiene intención de apearse en Albacete.

Me dirijo a Marruecos. Quiero hacer realidad un sueño. El sueño del Maratón des Sables. La prueba más dura el mundo, o al menos tiene fama de serlo. Hay que recorrer 250 kilómetros a través del desierto, todo ello en seis días + 1 día de descanso, durante los cuales cada competidor deberá portar en su mochila su saco de dormir, un equipamiento obligatorio compuesto de brújula, botiquín contra mordeduras de serpientes, cobijo de emergencia, libro de ruta y otros accesorios, cuyo peso mínimo deberá ser de 6,5 kilos y un máximo de 15 kilos, conforme a lo prescrito.

Tanto los gestos como los ruidos con los que reacciono a la verborrea de mi vecino de viaje son cada vez más escasos; hasta que cesan totalmente. Pero ello parece no molestar en absoluto al improvisado interlocutor, pues continúa hablando sin parar.

Realizamos una pausa en Albacete, donde el vejete se apea del vehículo ¡Por fin! Pero al finalizar la pausa, vuelve a subirse al autobús. La aventura ha comenzado… ya desde este momento.

Pero como en este universo no hay nada que dure eternamente, también ello llega a su fin.

Las tres horas de las que dispongo para realizar el traslado desde el autobús al avión deberían ser suficientes. Más que suficientes. Pero en mi interior reside también el error de todo lo sofisticado. Todo el mundo se desplaza aquí de forma constante a través de las terminales. Dirigen una corta ojeada a uno de los paneles electrónicos. Naturalmente que al correcto, mientras que yo camino en la dirección errónea a través de las incorrectas terminales buscando y perdido, leyendo el falso panel sobre el que se muestran todos los vuelos, excepto el mío, lo que me obliga a solicitar nuevamente información una y otra vez. Y a ello hay que añadirle que las terminales desde la uno hasta la cuatro están separadas entre sí por cuatro paradas de autobús. Me encuentro en la terminal cuatro y debo dirigirme a la uno. A la hora de entregar el equipaje, las interminables colas en zigzag, el control de pasaportes y billetes de vuelo, los controles de seguridad, todo ello en un interminable pasito de pingüino, de tal forma que me llega justo para incorporarme a la marea humana que dará acceso a la aeronave donde todos aparentemente competirán por alcanzar sus plazas reservadas.

Una vez en el avión, se sienta a mi lado un marroquí que habla un español fluido y me da muchos consejos de utilidad, giros idiomáticos árabes, precios, tarifas, aconsejándome inminentemente para viajar con autobuses de la línea CTM, y no con otros.

Tras habernos sometido a un leve procedimiento de importación, controles de seguridad y de policías, me encuentro incurso en pleno regateo árabe. Esta vez se trata sobre el precio del taxi. Conozco las tarifas. Setenta Dirham. Dispongo de tiempo y el taxista también. Y cuando por fin me encuentro en el hotel, situado en pleno centro de Marrakech, constato que el cuchitril es demasiado elegante para mí, pues prescindo de sandeces. Me conformo con una cama, un cuarto de aseo, que esté limpio y a ser posible sin el encanto de una celda o del ambiente de un matadero.

El siguiente día está dedicado a visitar en la Place Jemaa el Fna, a cambiar dinero, a comprar el billete de autobús para Ouarzazate, realizar algunas compras, visitar el casco antiguo, el Barrio Judío…

Dos días más tarde me encuentro en la parada de autobús de la compañía CTM y asciendo con otros cuatro pasajeros a un vehículo totalmente moderno que nos deberá llevar a Quarzazate. Ya desde Marrakech puede verse el Atlas en la lejanía. Las montañas cubiertas de nieve brillan con un albor deslumbrante sobre el horizonte. Cuanto más nos aproximamos a las montañas, más deslumbrantes resaltan las cumbres sobre el verde saturado de las amplias superficies. Durante todo el invierno ha llovido con una intensidad y frecuencia apenas recordada. Las carreteras ahuecadas y los puentes arrancados son testimonio en la intensidad de las lluvias invernales y en el verde de los prados plagados de flores muestran un entorno de escasas características árabes.

El autobús circula a través de desfiladeros en forma de serpentina de carácter aventuresco a una velocidad de vértigo rumbo a la cima. Produce mareo mirar hacia abajo para observar los pronunciados taludes. Se puede adelantar en cualquier tramo del recorrido, al menos así lo considera el conductor. Tampoco es absolutamente normal la enorme cantidad de nieve que todavía cubre las montañas a mitad del mes de abril. Sobre las inclinadas paredes de roca, forman capas de espuma los arroyos que se desplazan de forma pulverizada hacia el abismo, donde se acumulan muchos riachuelos y arroyos formando ríos de un color azul verdoso.

En la cima, en el puerto de Tichka, a 2260 metros sobre el nivel del mar, el autobús se detiene y permite descender a los viajeros para vaciar la vejiga, lo que encuentro loable por la forma en la que podido captar con mi cámara el paisaje salvaje.

El descenso hacia la vertiente del Sur, que no por ello tiene menos nieve y que el conductor al menos la organiza de la misma forma aventurera que el camino de ascenso, está adornada en casi su totalidad con praderas multicolores y atravesada de ríos caudalosos en los cuales hacen laboriosamente su colada las mujeres habitantes de aldeas construidas con adobe y piedra natural.

El viaje de siete horas pasa volando, sin un único segundo de aburrimiento.

Quarzazate, la puerta del desierto.