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¿Cómo podría convencerla de que serían magníficos compañeros en los negocios… y en el amor? Brandon Clark enseguida se dio cuenta de que había algo extraño en aquella cena que había organizado su hija… y entonces se encontró con la bella madre de la mejor amiga de su hija, que además era su mayor adversaria en los negocios. Jill Lindstrom era una fuerza de la naturaleza, llena de pasión y ternura… y empeñada en tener éxito con su restaurante. La atracción que había entre ellos era innegable… hasta que Jill descubrió que él era la competencia. Sus hijas intentaban unirlos y Brandon no tardaría en caer en aquella romántica trampa...
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Seitenzahl: 183
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Melissa A. Manley
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Entre el placer y los negocios, n.º 2071 - octubre 2017
Título original: The Parent Trap
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-458-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
ESTÁS segura de que esto va a funcionar, Zoe? –preguntó Kristy Clark, mordiéndose el dedo pulgar. Quería creer desesperadamente que el nuevo plan de su mejor amiga para inventar una familia iba a funcionar, aunque se preguntó si era estúpida por tratar de que su papá se enamorara. Ya ni siquiera tenía citas ni nada por el estilo.
Zoe Lindstrom puso los ojos azules en blanco mientras le colocaba un vestido de volantes a su Barbie Malibú.
–Claro que va a funcionar. Somos inventoras, igual que mi abuelo.
–Pero, ¿de verdad crees que podemos hacer una familia? –Kristy se movió en los escalones del porche mientras trataba de pasar un peine de plástico por el pelo enmarañado de su muñeca para que quedara bien con su vestido de flores–. Es más o menos… bueno, ¿imposible?
Para ella, una familia instantánea, con hermana incorporada, parecía una esperanza excesiva. Y tener una mamá… bueno, eso era un sueño… en realidad, una fantasía hermosa.
¡Ah, pero tener una mamá con quien poder mantener conversaciones de chicas e ir de compras! Por supuesto que su papá era fantástico. Pero era un hombre. ¿Qué sabía sobre los colores más selectos de laca de uñas?
Zoe buscó en la caja de zapatos llena de ropa de Barbie y sacó un velo de novia y unos zapatos blancos de satén.
–Yo no tengo papá, tú no tienes mamá. Tu papá es muy gracioso y a mi mamá le gusta reír, y a los dos les gusta hacer ejercicio y los dos son dueños de restaurantes. Son perfectos el uno para el otro. No puede ser tan difícil –puso el velo en la cabeza de la muñeca y luego le enfundó los zapatos.
–Pero, ¿y si no se enamoran?
Kristy quería una familia por encima de cualquier cosa, pero su papá tenía que estar enamorado de la mujer con la que se casara, si es que alguna vez lograba encontrar a alguien en quien se interesara. En ese momento, parecía algo imposible. Sólo tenía ocho años, pero no era difícil ver que él todavía echaba mucho de menos a su mamá, aunque hacía siete años que había muerto e ido al cielo.
Zoe se echó el pelo rubio por encima de los hombros y la miró con expresión exasperada.
–¿Quieres relajarte? Todo saldrá bien mientras sigamos la fórmula de mi abuelo. Trazar un plan. Repasarlo. Eje… mmm…. oh, sí, ejecutarlo. Ejecutarlo otra vez si es necesario –sonrió y alzó su Barbie, vestida para una boda–. Mientras no lo estropeemos todo como suele hacer mi abuelo, todo saldrá bien.
Kristy deseó poder tener la misma confianza. Zoe era tan serena, tan segura, tan divertida. Todas las cosas que ella anhelaba ser.
Quizá repasar El Plan ayudaría.
–De modo que el Plan A va primero, ¿verdad? –preguntó.
Zoe asintió.
–Exacto. Plan A, cena en mi casa mañana por la noche. Usa cualquier excusa, pero consigue que tu papá venga aquí. Mi mamá va a tomarse la noche libre del restaurante, y yo ya he elegido la música romántica.
–Entendido –jugó con el extremo de su trenza, admirando el modo en que Zoe lo había planeado todo–. Luego el Plan B, ¿correcto? –no la entusiasmaba mucho ese plan, pero serviría si la ayudaba a inventarse una familia.
–Exacto otra vez. El Plan B, nos peleamos en el colegio. Los dos padres tendrán que reunirse para ocuparse de eso.
–Y después el Plan C.
–Sí. El Plan C, excursión de Exploradoras a la playa el próximo fin de semana. Ya lo he arreglado con la jefa de grupo para que tu papá y mi mamá compartan el mismo coche y pasen todo el día juntos como escoltas. Mi abuelo le dijo a mamá que ese día necesita el coche, así que ella no podrá ofrecerse a llevarnos. Y recuerda, todo nuestro plan probablemente se vaya al traste si mi mamá averigua cuál es el trabajo de tu papá y si tu papá averigua cuál es el trabajo de mi mamá, así que tenemos que callarnos eso, ¿vale?
–Vale –Kristy tragó saliva–. Y luego… el Plan X.
Zoe la miró, de repente seria.
–El Plan X es la última alternativa, a ejecutar sólo si falla todo lo demás.
–No quiero hacer el Plan X –Kristy se mordió el labio. Su padre la castigaría sin salir de por vida si llegaba a hacerlo.
Zoe apoyó la mano en el brazo de Kristy y apretó.
–No te preocupes por el Plan X. No va a pasar –recogió su muñeco Ken y le arregló el esmoquin negro–. Pero si sucede, no ocurrirá nada. Estaremos seguras todo el tiempo, Kris. Nadie saldrá lastimado.
Kristy lo esperaba. Estaba loca por inventarse una familia, pero el Plan X la ponía nerviosa.
Era una pena. Estaba más decidida a ser como Zoe. Confiada. Atrevida. Segura de sí misma y de su plan.
–Ésta es mi mamá y éste es tu papá –dijo Zoe, alzando a la Novia Barbie y al Novio Ken. Luego los juntó con suavidad, como si se estuvieran besando, y sonrió–. Podemos hacerlo, Kris. Si queremos ser una familia, tenemos que hacerlo.
Como siempre, Zoe tenía razón.
Era hora de inventar una familia, del modo que pudieran.
TOMA, mamá, ponte esto.
Jill Lindstrom dejó la lasaña que acababa de sacar del horno, luego giró y se encontró con la mirada entusiasmada de su hija Zoe, de nueve años. Ésta sostenía el frasco del perfume favorito de Jill, con el dedo sobre el rociador, lista para vaporizarle una descarga en la cara.
Jill retrocedió un paso con celeridad, situándose fuera de su alcance, luego enarcó una ceja.
–Cielos, Zoe, cuidado adónde apuntas con eso.
La pequeña puso los ojos en blanco.
–Sólo ponte un poco.
–Ya me perfumé esta mañana –dijo Jill, yendo a la nevera para sacar la ensalada César que había preparado antes–. No necesito más.
–Vamos, mamá…
Jill alzó una mano.
–Escucha, ya me he puesto los vaqueros y el jersey que tú me elegiste, y me dejé el pelo suelto como me exigiste casi a la fuerza –dejó la ensalada y fue a buscar los utensilios para servirla–. Trazo la línea en el exceso de perfume. Queremos darle la bienvenida a Kristy y a su papá, no desmayarlos con una sobredosis de Ralph Lauren.
Zoe bufó, se echó el pelo rubio por encima del hombro y giró para abandonar la cocina.
–Muy bien, mamá. Estaré esperando en el salón.
Jill la observó irse, moviendo la cabeza y con una sonrisa. Desde luego, no hacía falta ser un genio para descubrir que Zoe estaba muy, muy interesada en que estuviera, y al parecer oliera, muy presentable. Sospechaba que no era una coincidencia que también el padre de Kristy estuviera soltero como ella.
Era como si Zoe y su mejor amiga jugaran a formar parejas. Se preguntó si en parte se debería a la influencia del abuelo de su hija. Ésta lo adoraba y él no había hecho un secreto del deseo que tenía de que Jill volviera a casarse.
Sin importar quién estuviera involucrado, era una pérdida de tiempo. Aunque hacía seis años que su ex marido, Doug, la había dejado por otra mujer, aún no estaba preparada para volver a poner a tiro su corazón y su autoestima. Quizá nunca lo estuviera.
Regresó a la nevera y sacó el aliño de la ensalada y el queso parmesano. Al recoger los platos para la ensalada, se reiteró lo importante que era no verse arrastrada a ninguna relación. Y no sólo porque no se encontrara preparada para abrirse y que la dejaran otra vez cuando apareciera alguien mejor. Aunque ésa era una buena razón por sí sola.
No, también necesitaba centrarse en su restaurante, el Wildflower Grill, y convertirlo en un éxito, un sueño esquivo que estaba decidida a capturar y a no soltar.
Llevó todo a la mesa del comedor.
Estaba cansada de que sólo la conocieran como la hija del «Loco» Winters, de Elm Corners, inventor residente de Oregón. El tipo chiflado con el pelo tieso y gafas de montura gruesa, que iba por ahí con un mandil manchado de hollín y botas rojas de montañismo. Ser la única pariente de un hombre que hacía estallar cada nuevo invento, y todo lo demás que tocaba, no resultaba fácil.
Volvió a la cocina sintiéndose un poco culpable. No estaba orgullosa por lo que le inspiraba la fama que tenía su padre en la ciudad, pero ahí estaba.
No era un mal hombre. La había criado él solo después de que su madre muriera cuando Jill tenía tres años. En absoluto una tarea fácil… y siempre había estado allí cuando lo había necesitado. Pero no había manera de eludir que era el centro de las bromas de los vecinos y siempre había vivido bajo esa sombra. Que Doug la dejara no había ayudado. Era hora de salir a la luz, de triunfar y ganarse el respeto que jamás había tenido. Tener un restaurante próspero, ser un miembro valorado de la comunidad empresarial de Elm Corners, era el modo de lograrlo.
Se mordió el labio. Había dado un paso atrás en sus esfuerzos por alcanzar el siguiente nivel de éxito y al fin poder ampliar el restaurante, tal como había querido hacer durante los últimos meses.
La semana anterior, el local que había quedado vacío junto a su restaurante había sido contratado súbitamente por alguien, antes de que ella pudiera negociar un contrato. Era típico de su mala suerte que no sólo fueran a abrir otro restaurante al lado del suyo, sino que le hubieran podido quitar el ansiado local delante de sus propias narices. Tenía ganas de presentarse ante el dueño de The Steak Place y dejarle bien claro lo que pensaba.
Justo cuando recogía la lasaña para llevarla a la mesa, sonó el timbre. Siguiendo la instrucción específica de Zoe de que tenía que ser ella quien abriera, llevó la cena al comedor y luego se dirigió a la puerta delantera, donde se encontró con su entusiasmada hija. Jill calmó el cosquilleo que sintió en el estómago. Hacía siglos que a su casa no iba a cenar un hombre que no fuera su padre.
Se dijo que no tenía motivos para estar nerviosa. Era una cena con la mejor amiga de su hija y el padre de la niña, nada más.
Había aceptado esa cena porque era importante que conociera a la gente con la que su hija pasaba tiempo. Quizá fuera sobreprotectora, pero aparte de su padre, ella era la única familia que tenía Zoe, la persona más importante en su vida. La protegería sin importar las circunstancias, aunque ello significara aceptar invitar a cenar a un hombre al que jamás había visto. Disfrutarían de una comida agradable y ahí se acabaría todo.
Además, el padre de Kristy, no recordaba cómo le había dicho Zoe que se llamaba, podía ser un hombre bajo, calvo y de mediana edad, con mal aliento y barriga. Eso sería perfecto.
Exhibió una sonrisa y abrió la puerta para saludar a sus invitados, notando que Zoe se había adelantado para arrastrar a Kristy al interior de la casa.
Jill perdió momentáneamente la capacidad de habla al ver al hombre alto, de excelente complexión y atractivo allí de pie, con el sol poniente a su espalda.
Ni calvo ni bajo. Ni barriga a la vista. Treinta y pocos años, si no se equivocaba. Y aunque no podía saberlo a esa distancia, un hombre tan atractivo como el padre de Kristy, con todo marrón, desde el pelo y los ojos seductores hasta los hombros anchos, no tendría mal aliento.
De modo que era su sueño hecho realidad en el plano del aspecto y siempre había sentido debilidad por un hombre atractivo. Pero no importaba.
No podía permitirlo.
Con una botella de vino tinto en una mano, Brandon Clark observó a la rubia alta y arrebatadoramente bonita que había en el vestíbulo, esperando que hablara. Ella le devolvió la mirada, los ojos azules anchos y sin parpadear a la luz del sol otoñal.
–Tienes que ser la madre de Zoe –extendió la mano libre, iniciando las presentaciones, ya que ella no decía nada–. Yo soy Brandon Clark.
La mujer… Jill, si no recordaba mal, parpadeó con rapidez varias veces, su piel blanca ruborizándose un poco.
Brandon frunció el ceño. ¿Por qué se comportaba de forma tan sorprendida?
En ese momento, ella se alisó el jersey y habló:
–Mmm… sí, sí, por supuesto. Yo soy Jill Lindstrom, la madre de Zoe –aceptó la mano extendida.
Asombrado y desprevenido, Brandon sintió una descarga de electricidad por el brazo, preguntándose cuándo había sido la última vez que le había pasado algo así.
–Por favor, pasa –dijo, retirando con presteza la mano e indicándole el interior de la casa. Se volvió hacia Kristy, de pie con su hija en el recibidor. Las dos niñas miraban a uno y a otro con expresiones expectantes–. Hola Kristy –saludó–. Me alegro de que hayáis podido venir.
Kristy sonrió con ansiedad.
–Hola, señora Lindstrom –miró a Zoe y soltó una risita boba, pasando su peso de un pie a otro.
Brandon enarcó una ceja. Decididamente, Kristy parecía guardar uno de sus secretos importantes y jugosos. Las sospechas que había tenido sobre la cena que habían planificado Zoe y Kristy se reavivaron, poniéndolo un poco nervioso. Aunque le había jurado que sólo quería que conociera a Jill sin que existiera un motivo especial para ello, se olió un montaje. Y más después de haberla visto.
Intentó no dejar que esa información desafortunada lo molestara, a pesar de que era imposible que de esa cena surgiera cualquier cosa remotamente romántica. Bajo ningún concepto iba a volver a adentrarse en el camino que pudiera hacer que perdiera otra vez a alguien amado. No después de haber perdido a Sandy de una forma tan larga y desgarradora. Ni siquiera una mujer tan hermosa y de costumbres familiares como Jill podría lograr que olvidara ese juramento.
Zoe indicó un pequeño vestíbulo en la parte de atrás.
–Vosotros dos podéis ir a la cocina a charlar –dijo, como si ella fuera la adulta que se dirigía a los niños, y no al revés–. Nosotras estaremos arriba –Kristy y ella subieron las escaleras, sin dejar de soltar risitas en todo momento.
Brandon las miró marcharse moviendo la cabeza.
–Creo que tenemos a un par de casamenteras en ciernes –le dijo a Jill, al tiempo que la seguía por el pasillo. El olor a lasaña o espaguetis y lo que consideró pan de ajo llenaba la atmósfera, haciéndole la boca agua.
Y echar de menos lo que solía tener. Cenas en una cocina cálida con una mujer a la que amaba. Recoger juntos la mesa al terminar. Y luego acurrucarse en el sofá a ver la televisión. Subir al dormitorio…
Jill se volvió al llegar a la cocina pintoresca, con sus armarios de roble y sus cortinas a cuadros blancos y azules. Exhibió una sonrisa luminosa y brillante.
–Tú también lo has descubierto.
Él asintió, desterrando los pensamientos de otra época, de otra vida.
–Espero que te guste el vino tinto –le entregó la botella, aliviado de que ella no pareciera compartir el plan de las niñas.
–Me encanta, aparte de que es ideal con la lasaña –dejó el vino en la encimera y luego fue al armario–. Buena elección.
–Kristy no ha hecho otra cosa que hablar de esta cena durante días. Constantemente me ponía al corriente de las posibilidades del menú, de modo que no fue muy difícil acertar.
–Comprendo. Sacaré un par de copas, junto con el pan de ajo del horno, y luego podremos cenar –indicó un taburete de madera ante una pequeña barra en el otro extremo de la encimera de formica–. Siéntate un minuto.
Brandon se sentó, apoyando los codos en el borde de la superficie.
–¿De modo que tú también sospechabas de los motivos de las chicas?
–No hacía falta mucho para descubrirlo –depositó dos copas sobre la encimera. Luego fue al horno, recogiendo de camino un guante especial–. Zoe ha sido muy obvia y persistente –se agachó, abrió la puerta y comprobó el pan de ajo cubierto con papel de plata.
Brandon se frotó la mandíbula, esforzándose en no clavar la vista en el bonito trasero de Jill, pero sin éxito. ¡Qué bien le quedaban esos vaqueros!
–Mmmm. Debieron planearlo hasta el último detalle. Kristy me dijo lo que debía ponerme y me pidió que me cepillara los dientes antes de salir –rió, impresionado por los planes de las niñas–. Estoy seguro de que me habría puesto una loción para después del afeitado si se le hubiera ocurrido.
Jill se irguió con el pan en la mano.
–Estoy de acuerdo en que nos han manipulado para esta velada con el fin de conseguir sus ridículos propósitos –lo miró con un atisbo de pesar en sus ojos–. Espero que no te importe demasiado.
Él movió la cabeza.
–No. Acepté porque quería pasar más tiempo con Kristy y porque Zoe es la única amiga que ha hecho desde que nos trasladamos a Elm Corners hace dos meses. No pienso apagar su entusiasmo por esta amistad.
No añadió que estaba encantado de que Kristy pareciera feliz por primera vez desde hacía una eternidad. Rezaba para que se asentara en su vida de ciudad pequeña y que su amistad creciera después de que él dejara el trabajo como abogado corporativo casi sin horas de descanso a favor de abrir un restaurante con el fin de pasar más tiempo con Kristy.
Llevaba en la sangre ser un restaurador; había crecido en el negocio en Seattle, viendo a su padre dirigir con un hermano dos restaurantes con éxito.
Quería a su hija más que a la vida misma y estaba decidido a criarla bien, a pesar de tener que hacerlo solo. Aunque iba a tener que trabajar muchas horas, en especial hasta que no contratara a un maître, al terminar el colegio Kristy pasaría tiempo con él en el restaurante. Ya era su propio jefe, una bendición de la que pensaba aprovecharse para construir una relación más próxima con su hija.
–Bueno, Zoe también parece encariñada con Kristy –comentó Jill, colocando el pan en la tabla–. Es como si fueran amigas de toda la vida –lo cortó en rebanadas antes de depositarlo en una panera recubierta con tela.
–¿Puedo ayudarte en algo? –preguntó Brandon, sintiendo que necesitaba hacer algo más que aparecer y comer.
–Podrías servir el vino. Haré que Zoe sirva los refrescos de las dos.
Él descorchó la botella y sirvió el caldo, luego se llevó las copas y el vino a la mesa del comedor. Jill llevó el pan y llamó a las pequeñas.
Unos minutos más tarde, Zoe y Kristy entraban en el comedor, los rostros llenos de curiosidad especulativa. Zoe sirvió unos refrescos y después los cuatro se sentaron a cenar.
Jill sirvió la lasaña, que tenía una pinta deliciosa, y la ensalada César cubierta con queso parmesano y dados de pan frito. Kristy pasó el pan alrededor de la mesa y Brandon tomó una rebanada.
Antes de que pudiera probar la pasta, Zoe dijo:
–Eh, señor Clark, ¿sabe que mi madre es socia del Health Hut? –le sonrió–. ¿Usted no hace gimnasia todos los días?
Brandon le dedicó una sonrisa indulgente. Era obvio que las niñas de nueve años no eran muy sutiles.
–Así es, Zoe. He estado corriendo desde que nos trasladamos aquí porque no he tenido tiempo de apuntarme a un gimnasio –centró su atención en Jill–. ¿Qué te parece el Health Hut?
Ella elevó un hombro delgado.
–Creo que es el único gimnasio de Elm Corners, así que me gusta.
–Quizá debería apuntarse, señor Clark –sugirió Zoe con expresión entusiasmada–. Así los dos podrían hacer ejercicio juntos.
Así como el pensamiento de Jill Lindstrom con ropa de gimnasia sonaba estupendo… estaba seguro de que tendría unas piernas estupendas, nunca pasaría su tiempo personal con ella; decididamente, una cita no figuraba en su lista de cosas por hacer.
–No sé –intentó mostrarse evasivo. No sería justo elevar las esperanzas de las chicas.
Su táctica rebotó en Zoe, quien miró a su madre y dijo:
–Mamá, deberías llevarlo al gimnasio contigo mañana para ayudarlo con el papeleo.
Jill miró a Zoe, luego bebió un generoso trago de vino.
–Desde luego, estoy dispuesta a mostrarle el gimnasio si quiere que lo haga, pero eso depende de él –lo miró, con una sonrisa tensa que parecía decir «Sígueles la corriente y se cansarán».
Le gustó su estilo, y su idea.
–Te llamaré para eso, ¿de acuerdo?
–De acuerdo –convino Jill, acomodándose el cabello detrás de una oreja–. Voy tres veces por semana después de que Zoe vaya al colegio.
Él asintió, pero no respondió, y siguió comiendo. Vaya si era bonita, y encima agradable. Muy, muy atractiva en muchos sentidos. La verdad era que tenía ganas de aceptar el ofrecimiento e ir al gimnasio con ella. La simple idea de Jill en pantalones cortos y con una camiseta lo excitaba.
Pasar cualquier rato con Jill, y en especial un rato en el que mostrara esas piernas largas y esbeltas desnudas, era una mala, mala idea, que sólo le parecía condenadamente buena porque llevaba mucho tiempo sin una compañía femenina real. Un mal necesario que implacablemente se imponía con el fin de protegerse a sí mismo y a su hija del dolor.