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El problemático soltero número 1. La misión de concertar citas a ciegas para los solteros más deseados de la ciudad y luego escribir sobre dichas citas no debería haber sido nada difícil para una reportera experimentada como Erin James. Pero el primero de su lista no quería participar en el artículo. Jared Warfield cumplía todos los requisitos: era guapo, encantador y, además, era el rico propietario de una cadena de cafeterías. Pero en él había mucho más, como la pequeña que había adoptado... y a la que quería proteger de los medios. Sin embargo, Erin se daba cuenta de que, cuanto más sabía de aquel hombre, más deseaba que formara parte de su artículo... y de su vida.
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Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Melissa A. Manley
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Diario de un soltero, n.º 1820 - abril 2015
Título original: The Bachelor Chronicles
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6332-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
Erin James entró en el café de moda de Pórtland, Oregón, e inhaló el aroma a café. Se colocó las gafas y centró la mirada en el hombre que estaba detrás de la barra. Llevaba un traje de diseño, grandes cadenas de oro y gomina en cantidades ingentes. Aquel tenía que ser Jared Warfield. No le sorprendió que pareciera una fotocopia de todos los demás solteros que había entrevistado durante la pasada semana.
Se encaminó hacia la barra maldiciendo mentalmente «Diario de un soltero», su último proyecto. Entrevistar a un montón de solteros ricachones, que le recordaban a su ex marido, Brent, no era lo más duro. Lo peor era tener que competir por encontrar el mejor reportaje. Su editor le había prometido una espléndida bonificación si lo lograba.
Odiaba francamente la idea que alimentaba aquel futuro artículo: hacer que cada uno de aquellos hombres acabara teniendo una cita con una de las mujeres que escribían al periódico.
No obstante, tenía claro que entrevistaría a Frankenstein si era necesario para poder conservar la increíble casa que su marido le había dejado, después de que él perdiera su inmensa fortuna dos años atrás. Tras el desastre, se había fugado con la mejor amiga de Erin a un lugar desconocido. Aquel desastre había ocasionado que ella, su ex esposa, tuviera que responsabilizarse de sus enormes deudas y créditos. ¡Ojalá Brent hubiera tenido la delicadeza y el cerebro suficientes para haber cerrado sus cuentas comunes cuando les concedieron el divorcio!
Sintió una profunda ansiedad. Sabía demasiado bien cuáles eran las consecuencias de no poder pagar las deudas y no estaba dispuesta a repetir los errores de su madre. La mujer había vivido siempre con la espectral amenaza de quedarse en la calle.
Frunció el ceño y se apretó la mano, obligándose a sí misma a relajarse. No podía acercarse a Jared Warfield con una actitud tensa, pues no sabía lo que aquella entrevista podría significar en su carrera.
Respiró profundamente y se puso su mejor sonrisa de reportera.
–¿Qué desea? –le dijo su supuesta víctima.
–Verá, señor Warfield, soy Erin James, del Beacon –le tendió la mano y él se la estrechó.
–Me alegro de conocerla, señorita Jared. Pero yo soy Dan Swopes, el manager. Este es Jared Warfield –señaló a un hombre que acababa de entrar con una bandeja de tazas sucias.
Erin se quedó sorprendida. ¿Aquel era Jared Warfield, el gran empresario, tan parcamente vestido con unos bermudas beige y un polo azul?
Mientras su espíritu crítico hacía alarde de cinismo, el femenino la instaba a analizar con más detenimiento el material que tenía delante. La verdad era que se trataba de un hombre muy guapo. Tenía el rostro anguloso, unos labios generosos y unas extraordinarias pupilas de color oscuro que le recordaban al delicioso café que humeaba en las tazas.
La camiseta dejaba adivinar un torso bien formado, unos hombros amplios y fuertes, y unos brazos formados y musculosos.
Era alto, estilizado y sensual, y demasiado seguro y carismático para ser un empleado más.
Inesperadamente, Erin sintió una taquicardia que pronto cesó. Recobró la compostura y se aproximó a Jared. No estaba dispuesta a dejarse afectar severamente por el primer hombre realmente guapo con el que se cruzaba después de su divorcio.
Respiró profundamente y le tendió la mano.
–Soy Erin James, señor Warfield.
Él dejó la bandeja, se limpió las manos y le estrechó la suya, con un gesto poco agradecido en el rostro.
–Enseguida termino aquí. Así podremos sentarnos a hablar tranquilamente y tomar un café.
Atormentada por la repentina corriente eléctrica que le provocó su tacto, al fin cumplió el sueño de su madre: quedarse sin palabras.
Jared frunció el ceño.
–¿Le parece bien?
Erin se aclaró la garganta dispuesta a responder, a pesar de sentirse tan confusa por la inadecuada, inesperada e incómoda pasión que despertaba aquel hombre en ella, y por la poca predisposición que él mostraba ante aquella entrevista.
–Sí, claro que me parece bien –dijo finalmente, con la esperanza de que el rubor que coloreaba sus mejillas no se hiciera patente–. Esperaré el tiempo que haga falta.
Él asintió y ella se sentó en un sofá floreado que había junto a la pared más alejada. Inspiró suavemente y compuso su rostro con un gesto calmado.
Esperaba que la extraña reacción que aquel hombre le había provocado fuera solo fruto de la sorpresa. No había imaginado que su siguiente soltero sería un hombre tan guapo y tan poco pretencioso.
Probablemente el efecto que provocaba en ella no era sino el resultado de demasiados meses de soledad. No había permitido que nadie se acercara a ella desde su ruptura con Brent. Le había partido el corazón y tenía miedo a que cualquier otro, especialmente si era atractivo, volviera a hacerle lo mismo.
En cualquier caso, no era momento ni lugar para encapricharse con nadie.
Se relajó y abrió el maletín para sacar la grabadora. No necesitaba a ningún hombre y, menos aún, otro divorcio.
Ya había tenido bastante con que el único al que había amado la hubiera abandonado. El día en que su divorcio se había hecho finalmente efectivo, se había prometido que se concentraría en sí misma y en su trabajo, que jamás volvería a confiar en el amor.
Ningún hombre valía la pena como para sufrir dolores de cabeza y ataques al corazón, ni siquiera uno con ojos café con leche y un cuerpo de ensueño.
Aunque no estaba de ánimo para conceder entrevistas, se encaminó hacia la despampanante pelirroja, todavía confuso por el extraño comportamiento de aquella mujer. Minutos atrás, lo había mirado y se había ruborizado. Podría tratarse de otra «cazafortunas», pero prefería pensar que su reacción había sido de sincera vergüenza por haberlo confundido con Dan.
Con una taza de café en una mano y una ración de tarta de manzana en la otra llegó hasta la reportera. Esperaba que aquella entrevista acabara pronto. Le molestaba perder su tiempo con aquel tipo de cosas. Solo había dado su consentimiento porque Warfield’s necesitaba la publicidad. De no ser por su cadena de cafés, no se acercaría a la prensa. Tenía que pensar en Allison.
En cuanto llegó hasta el sofá, la reportera lo miró con aquellos enormes ojos verdes que brillaban tras las gafas.
–Gracias por esperar –dijo él, dejando el café y la tarta, e ignorando la repentina necesidad que sentía de estudiar aquellos ojos, de observar con más calma su piel cremosa y suave. Tenía que terminar cuanto antes con aquello–. Bien. Empecemos.
–¿Suele usted trabajar siempre como camarero? –preguntó ella sin ocultar su sorpresa.
–No, generalmente no. Pero, cuando estamos escasos de personal no tengo problemas en ir allá donde se me necesite. Abrí la primera tienda con un solo camarero y estoy acostumbrado a servir.
Erin le mostró la grabadora.
–¿Tiene algún problema en que la use?
Su primer instinto fue negarse, pero luego recapacitó. Warfield’s se beneficiaría de la propaganda en el Beacon.
–No, claro que no –respondió–. Y, por favor, saboree nuestro café y nuestra tarta.
Ella sonrió.
–Me encanta la tarta de manzana –tomó un trozo y lo mordió con deleite–. Gracias.
Jared sonrió. Le agradaba ver cómo disfrutaba de aquel dulce. Era, también, uno de sus favoritos. Quizás, después de todo, aquella entrevista no fuera a resultar tan mala.
Se recostó contra el respaldo de la silla y se relajó. Aun sabiendo que no debía, la miró fijamente, observando su rostro. Le gustaron las pecas que salpicaban suavemente aquella nariz perfecta. Se preguntó si la mata de pelo que caía sobre sus hombros sería tan suave como parecía. Deseó indebidamente meter los dedos entre las hebras de cabello.
Siguió la exploración descendiendo hasta sus labios y apreció su forma y color. Continuó sin detenerse hasta sus piernas. Aunque la falda no era particularmente corta, dejaba al descubierto sus extremidades inferiores hasta la rodilla, espacio suficiente para ver su perfección.
El corazón comenzó a latirle rápidamente y sintió un intenso calor. Al levantar la vista de nuevo, la encontró deleitándose con el azúcar que tenía en los dedos. Se los chupaba sensualmente uno a uno… Apartó los ojos y luchó por recobrar el control.
«No desees lo que te pueda generar problemas», se dijo a sí mismo. Acercarse a una reportera era el peor modo de exponer a la pequeña Allison a una publicidad indeseada.
Por suerte, al mirar de nuevo a la señorita James comprobó que ya había dejado de limpiarse las yemas. La mujer encendió la grabadora.
–Lo primero, me gustaría hacerle una serie de preguntas y luego lo dejaré hablar.
Él asintió.
Ella se inclinó sobre él y un suave perfume a rosas lo embriagó por completo.
–¿Qué edad tiene?
–Treinta y dos años –trató de disimular su turbación.
–¿Ha vivido siempre en Pórtland?
–Sí.
–¿Qué le interesa? –dijo ella, y se pasó la lengua por los labios, hasta atrapar un resto de azúcar que quedaba en ellos.
Una nueva ola de calor invadió el cuerpo de Jared.
–¿Interesar?
–Sí, cuáles son sus aficiones, lo que le gusta, lo que no…
Jared se forzó a concentrarse en la pregunta para poder encontrar una respuesta.
–Bueno… me gusta esquiar y trabajar en mi jardín.
Ella levantó los ojos sorprendida.
–¿Le gusta la jardinería?
Él asintió.
–Sí. Es más, me gusta cultivar. Tengo tantas hortalizas en mi jardín como para abastecerme todo el verano.
–¡No me lo puedo creer! ¿Cultiva verduras?
Jared la miró irritado.
–Sí, así es, señorita Warfield. También me gusta cocinar. ¿Sorprendida?
–Francamente, sí, lo estoy –se retiró unos mechones de pelo de la cara–. La mayoría de los hombres como usted no se complican la vida con esas cosas. Pensé que le gustarían los coches, las fiestas y las mujeres caras con lencería fina.
Jared apretó los dientes. Odiaba que todo el mundo presupusiera que tenía que ser de un modo concreto. Claro que le gustaban los coches y las cosas buenas, pero eso no implicaba que tuviera que pasarse el día persiguiendo mujeres con su bólido, sin importarle nada ni nadie. Ya se había divertido bastante en su juventud y lo que le preocupaba en aquel momento era Allison.
–Asumo que no soy como los demás hombres –dijo él, tratando de mantener la compostura.
Ella sonrió.
–Claro, porque la mayoría de los hombres no tienen una gran herencia que los respalda.
De pronto, sus malos presentimientos respecto a la entrevista se hicieron verdad. La prensa era siempre una mala compañera. Le habían pisado los talones toda la vida, siempre buscando una historia escandalosa sobre su famosa familia. Hacía un año, antes de que él amenazara a un reportero con ponerle una denuncia, habían tratado de editar un espantoso reportaje sobre la muerte de su hermanastra.
La prensa había indagado ansiosa sobre el fallecimiento de la hija de Janet Worthington. No solo lo habían perseguido sin piedad para obtener detalles sobre el accidente de moto que le había costado la vida, sino que habían sido implacables al descubrir que él había adoptado a su sobrina de seis meses, Allison. Habían luchado por conseguir publicar una foto de la pequeña en primera página, pero Jared había ganado la batalla. Sabía que su hermana habría hecho lo mismo.
De repente, todos aquellos recuerdos junto con la impertinencia de la reportera le crearon una impaciente necesidad de acabar con la entrevista. La señorita James podía ser hermosa, pero carecía de escrúpulos, como todos los miembros de su profesión.
–¿Una herencia? ¿Cómo sabe usted de qué vivo?
Ella parpadeó y se colocó las gafas.
–Bueno, yo… –dudó y balbuceó confusa.
Jared no esperó más.
–La entrevista ha terminado –dijo él antes de inclinarse peligrosamente sobre ella–. Para su información he trabajado como un loco para llegar a donde estoy. Y no necesito ninguna necia que venga a meter sus narices en mi estilo de vida. Búsquese otro a quien insultar.
Se levantó y se dio la vuelta, emprendiendo la marcha.
–¡Señor Warfield!
Su tono suave y suplicante lo instó a detenerse, pero no se volvió.
–Lo he elegido para este artículo porque se supone que lleva el estilo de vida que los lectores quieren conocer. Por desgracia, el dinero es parte de esa vida. Mi trabajo consiste en escribir la historia que el editor me exige.
Él se volvió.
–Mala suerte –dijo él, ignorando el efecto que le provocaban sus grandes ojos verdes–. Puede ir a decirle a su editor que no tiene artículo, porque la entrevista se acabó.
Continuó su camino y la dejó sentada y boquiabierta, mientras la grabadora dejaba registrado el silencio de su partida.
Con el corazón acelerado, Erin observó impotente cómo Jared se encaminaba hacia la puerta trasera, sin poder dejar de mirar su imponente figura hasta el final. Aquel tipo acababa de mandarla al infierno y, sin embargo, no podía evitar sentirse atraída por él. Jamás se habría imaginado a sí misma sintiendo algo así por alguien que la despreciara.
Lo cierto era que aquel hombre había provocado un extraño efecto sobre ella desde el primer momento, y eso la había impulsado a preguntar sobre mujeres en lencería fina y a hacer insinuaciones insultantes e impertinentes. ¿Es que su libido la había llevado a perder el sentido común? Sin duda, ese debía de ser el problema. ¿Qué otra cosa podría haberla llevado a perder la tan necesitada oportunidad de obtener una gran historia?
Apagó la grabadora y trató de pensar con calma. ¿Qué debía hacer? Mordió un trozo de tarta pero, de pronto, ya no le sabía tan rica.
Tenía que admitir que Jared no era lo que ella había esperado. Se había preparado para entrevistar a un idiota más, pero se había encontrado con un tipo encantador, con unos ojos de ensueño, el cuerpo de una escultura griega y al que, además, le gustaba cultivar verduras y cocinar.
No obstante, se había fijado en el Rolex que llevaba y en los bermudas de diseño. Probablemente lo que le había contado no era más que una fachada prefabricada que escondía al verdadero señor Warfield. Usaba la misma marca de pantalones que su ex marido, Brent. Eso hablaba por sí mismo.
Lo que certificaba, además, que Jared Warfield no era el tipo de hombre en el que debía fijarse, por mucho que le costara.
Bueno, al menos con todo aquello había descubierto que, si bien no estaba dispuesta a dejarse atrapar por ningún hombre, al menos todavía era capaz de sentir ciertas cosas.
Se tocó la cadena que llevaba al cuello, la única cosa tangible que le recordaba lo importante que era no volver a amar a ningún hombre jamás. Después de luchar contra su mala memoria, le dio un sorbo a su capuchino, se levantó y se dirigió hacia la puerta.
La brisa caliente le golpeó la cara y alzó el rostro para dejar que el sol de aquel prodigioso septiembre la devolviera a la vida.
Puso rumbo a su oficina, descorazonada y aturdida. Acababa de perder su última oportunidad de una gran historia. ¡Pero tenía que conseguir esa bonificación como fuera!
De pronto, al detenerse en un semáforo de peatones, oyó una melodía que le resultó conocida. Miró al BMW rojo descapotable que tenía delante y cuál fue su sorpresa al descubrir a Jared. Lo del coche no le pareció excepcional, pero sí que el conductor llevara a su lado un enorme perro. Mientras Jared silbaba al son de la música, el perro aullaba acompañándolo. Iban perfectamente acompasados. Aunque desafinaba, aquel fabuloso can podía cantar. Jamás antes había visto ni oído nada semejante.
El semáforo se puso en verde y Jared pasó por delante de ella sin reparar en su presencia, momento en que ella vio que llevaba una silla de niño en el coche.
Aquella fue una sorpresa aún mayor. No solo cultivaba y cocinaba, ¿sino que se responsabilizaba de un niño? Jared Warfield empezaba a convertirse en un auténtico misterio. La presión de tiempo que su editor había impuesto le había impedido hacer una investigación en condiciones sobre Jared. Pero estaba segura de no haber leído nada sobre un hijo. Por lo que sabía, nunca había estado casado.
Estaba realmente intrigada. ¿Acaso estaba escondiendo a un hijo secreto? ¿O estaría casado, pero no lo habría hecho público?
Cada vez más ansiaba descubrir al hombre que había tras la máscara… y tras la ropa.
El bullicio de la calle la sacó de su ensimismamiento. ¿En qué estaba pensando? Aquel tipo era el último individuo en el que debía pensar.
No obstante, tenía que conseguir verlo otra vez, lo quisiera o no. Necesitaba aquella bonificación desesperadamente y su instinto de reportera le decía que Jared era el protagonista que necesitaba para un artículo especial. Era un soltero de oro y miembro de una poderosa familia de Pórtland. Si no lo entrevistaba ella, alguien lo haría, y habría perdido su gran oportunidad.
Mientras reiniciaba la marcha, volvió a preguntarse si aquel hombre sería realmente como aparentaba, y tan diametralmente opuesto a Brent.
No, ese tipo de personas no existían, menos aún si pertenecían al género masculino.
A pesar de todo, su interior se derretía ante la sola idea de que alguien pudiera amarla de nuevo. Hacía demasiado tiempo que nadie la quería de verdad, que nadie se preocupaba por ella. Habían pasado muchos años desde la muerte de su padre en un accidente de coche. Una vez más, tocó la cadena de oro que llevaba al cuello. Recordó el anillo que antaño había ido colgado de ella. Su padre se lo había dado días antes de su muerte. ¡Ojalá su amor por ella lo hubiera persuadido de jugarse la vida en una carrera! Por desgracia, ya no tenía ni el anillo ni a su padre.
Erin cerró los ojos por un momento para luchar contra el pasado que se le venía a la mente a borbotones. Recordó el día en que su madre le había quitado aquel fabuloso zafiro con diamantes para venderlo.
Luchó contra aquel sentimiento improductivo y trató de centrarse en su objetivo futuro, en lugar de en sus viejas heridas pasadas. Jared Warfield la intrigaba. Pero, cómo iba a poder acercarse a él. No lo sabía. No obstante, no estaba dispuesta a dejar que el destino se desarrollara a su antojo. De un modo u otro, conseguiría esa entrevista y la bonificación, y satisfaría, todo en uno, su curiosidad sobre qué hombre había de verdad detrás de la fachada de Jared Warfield y sus carencias económicas.
Volvió a reparar en el día tan hermoso que hacía y decidió que no había lugar para fracasos en su vida. Lograría convencer a Jared Warfield de que le concediera esa entrevista, tenía que hacerlo.
El fracaso no era una opción.
Erin atravesó la puerta que conducía a la azotea del edificio de oficinas de Jared. Se cubrió los ojos para protegerse del intenso sol, mientras hacía acopio de todo su valor y repasaba mentalmente lo que le iba a decir.