Crónicas de sociedad - Lissa Manley - E-Book
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Crónicas de sociedad E-Book

Lissa Manley

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Beschreibung

¿Seguiría queriéndola cuando se enterara de quién era realmente? Anna Sinclair era una joven de clase alta que trataba de convertirse en diseñadora de vestidos de novia, pero su vida amorosa era un auténtico desastre. Por eso decidió disfrazarse y empezar de nuevo en otro sitio... eso sí, evitaría cualquier tipo de romance. Entonces apareció el guapísimo empresario Ryan Cavanaugh para hacerse pasar por su novio en una fotografía... y Anna no tardó en quedar rendida a sus pies. Ryan Cavanaugh no era de los que permitían que los engañaran, por eso cuando se quedó fascinado con aquella encantadora diseñadora, sólo deseó que fuera tan sincera como parecía. Llevaba mucho tiempo tratando de creer en el verdadero amor... y gracias a aquella mujer, estaba incluso considerando la posibilidad de casarse.

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Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Melissa A. Manley

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Crónicas de sociedad, n.º 1838 - abril 2016

Título original: The Bridal Chronicles

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8180-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Anna Sinclair miró hacia el otro lado de la rosaleda, levantando el velo con mano temblorosa. Un hombre alto, increíblemente apuesto, caminaba hacia ella.

Sonriendo, se detuvo para hablar con la ayudante del fotógrafo y su cabello rubio oscuro brilló como el oro bajo el sol de junio. Las copas verdes de los árboles, en contraste con un cielo azul sin nubes, eran el marco perfecto para un hombre tan atractivo. Con un esmoquin negro que destacaba la anchura de sus hombros, era un sueño hecho realidad para cualquier novia.

Pero no para Anna. Diseñar vestidos de novia era lo único que ella tenía que ver con esas tonterías románticas.

Preguntándose si estaba cometiendo un error por acercarse a una cámara o a un hombre tan interesante como aquel, Anna miró a Colleen Stewart, la alta y rubia reportera de Crónicas Nupciales, una sección del periódico El Faro de Portland.

–Por favor, dime que ese modelo no es mi novio.

Colleen, que estaba colocando la cola de su vestido, levantó la cabeza. Y luego lanzó un silbido de admiración.

–No es un modelo, Anna. Se llama Ryan Cavanaugh y es el propietario de una cadena de cafeterías, el Rincón de Java. Hace un mes, el protagonista de Crónicas Nupciales fue Jared Warfield, un competidor suyo. Y no me digas que tienes un problema para posar con hombres guapos.

Anna se volvió.

–Pues sí, tengo un problema.

Era cierto. Cuando estaba delante de un hombre muy guapo siempre hacía alguna tontería.

–¿En serio?

–Sólo he aceptado posar porque la modelo que iba a ponerse mi vestido no ha aparecido.

–¿Cuál es el problema? –preguntó Colleen–. Quieres que la gente vea tu vestido, ¿no?

–Claro que sí. He venido a Portland con la intención de firmar un contrato con la cadena ParaNovias y esas fotografías serían una buena publicidad.

Conseguir ese contrato era la última oportunidad para cumplir el trato que hizo con su padre.

–Pero cuando acepté posar en el último minuto no sabía que el novio sería tan… tan guapo. ¿Y si ganamos el concursito ese que habéis organizado?

–Entonces tendrás que hacer más fotografías y tus vestidos conseguirán más publicidad.

Más fotografías. Aunque se había teñido el pelo, de natural castaño, a un rojo cobrizo, esconder su cara tras un simple velo de encaje era un riesgo. Aunque, de milagro, ni siquiera Colleen la había reconocido.

–Más fotografías no. De eso nada.

–Pues yo creo que sería un placer posar con un tipazo como Ryan Cavanaugh.

–Sí, claro –Anna se levantó un poco la falda del vestido porque necesitaba aire–. Las fotografías saldrán estupendamente y ganaremos el concurso de la pareja del año –añadió, abanicándose con la mano.

¿Se daría cuenta alguien si salía corriendo antes de que tomasen las fotografías?

No debería haber aceptado. Era un riesgo demasiado grande. No quería terminar donde terminaban muchas conocidas herederas: en la portada de algún periódico sensacionalista.

–Yo sólo acepté posar para una fotografía. Una sola.

–Tranquilízate –sonrió Colleen–. No se sabe quién va a ganar el concurso de la pareja del año.

–¿Que no? Mira a ese hombre.

Anna siguió sus propias instrucciones y miró a Ryan Cavanaugh. Había dejado a la ayudante del fotógrafo, que parecía a punto de derretirse, y se acercaba a ellas con una sonrisa en los labios. Incluso a través del velo, sus ojazos azules consiguieron dejarla paralizada, como si tuvieran rayos láser.

Y su corazón dio un vuelco.

Ryan metió la mano en el bolsillo interior del esmoquin y sacó un móvil, sin dejar de mirarla.

–Es el hombre perfecto –murmuró, con voz temblorosa–. Las mujeres lo votarán por hordas… no creo que sea buena idea, Colleen.

Sí, quería que su vestido apareciese en el periódico, pero no si eso iba a costarle revelar su verdadera identidad. Para ellos era sólo Anna Simpson, diseñadora de la línea Anastasia de vestidos de novia. Nadie debía saber que, en realidad, era Anna Sinclair, la hija de uno de los banqueros más ricos del país.

¿Cómo iba a saber si de verdad era una buena diseñadora si el apellido Sinclair la seguía a todas partes?

Colleen apretó su brazo.

–Por favor, no me dejes plantada en el altar. A estas horas no encontraría otra modelo.

Anna se sintió culpable. Algo habitual en ella, porque siempre tenía la impresión de que no estaba a la altura de las expectativas de nadie. Pero antes de que pudiera replicar, el «novio» se acercó, móvil en mano. Debía medir casi un metro noventa y le sacaba una cabeza.

–Vaya, vaya –sonrió, mirándola de arriba abajo–. Tú debes de ser la novia. Hola, soy Ryan Cavanaugh.

–Anna… Simpson –dijo ella, estrechando su mano.

Cuando sonreía se le formaban arruguitas alrededor de los asombrosos ojos azules… y tenía hoyitos en las mejillas.

–Eres muy guapa. Por lo visto, soy un afortunado.

Ella apartó la mano. En sus veinticuatro años de vida nunca había visto un hombre tan guapo. Su sonrisa hacía que le temblasen las rodillas.

Y cada vez estaba más preocupada. Además de guapo, Ryan poseía la simpatía y el encanto masculino que había jurado evitar desde que un italiano, Giorgio, le partió el corazón.

Anna dio un paso atrás buscando aire y tropezó con la cola del vestido, pero Ryan la tomó del brazo. Tenía unas manos grandes, de dedos largos… y su contacto parecía quemarla a través de la manga.

–¿Estás bien?

«No, estoy fatal».

Nunca había podido mantener las distancias cuando se trataba de un hombre muy guapo y, desgraciadamente, aquel tenía todas las papeletas.

Luchando contra el ridículo deseo de acercarse más para respirar el aroma de su colonia, Anna buscó una escapatoria. No tenía intención de desvelar su verdadera identidad posando con un hombre como Ryan Cavanaugh. Era hora de hacer lo que tenía que hacer: levantarse el vestido y salir corriendo.

–Lo siento, no puedo hacer esto –murmuró, dándose la vuelta.

–¡Oye! ¿Dónde vas? –gritó él.

–¡Anna! –gritó Colleen.

Ella ignoró los gritos. No quería que nadie sospechase que no era sólo Anna Simpson, humilde diseñadora de vestidos de novia, intentando abrirse camino sin los beneficios del apellido Sinclair.

Antes de que diera diez pasos, se vio impulsada hacia atrás. Ryan había pisado la cola del vestido.

–Aparte el pie, por favor. ¿Tiene idea de cuántas horas se han empleado para hacer esta prenda?

Anna había pasado noches y noches dibujando el vestido de raso blanco con corpiño bordado. Sólo para coser unas perlas al escote, una modista había tardado tres días.

Ryan guardó el móvil en el bolsillo y levantó el frágil encaje de Bruselas con expresión contrita.

–Siento haberlo pisado. Sólo quiero saber por qué se marcha. Pensaba que íbamos a hacer unas fotografías.

Estaba sonriendo de nuevo, mostrando unos dientes tan blancos como la nieve.

–Hacemos buena pareja, ¿no cree?

El estómago de Anna dio un vuelco.

Oh, no, otra vez no.

Ella no tenía ningún deseo de ser su pareja. Después de Giorgio, el último de una corta pero ilustre serie de novios guapísimos y mentirosos, no tenía ninguna intención de buscar pareja. Sabía que el interior de los hombres nunca era tan bueno como el exterior y estaba curada de espanto.

–Evidentemente, he cambiado de opinión, señor Cavanaugh. Y ahora, ¿le importaría soltar mi vestido?

–Venga, por favor. ¿No puede quedarse para hacer una fotografía?

Su tono, aparentemente sincero, la sorprendió. Pero Anna recordó lo fácil que le resultaría «aparentar» sinceridad.

–Mire, sé que acepté posar para esas fotografías, pero he cambiado de opinión. Yo… no sabía que usted iba a ser el novio.

–¿Por qué? ¿No le parezco suficientemente agradable?

«Demasiado».

–No es eso.

–Entonces, ¿cuál es el problema? Usted aceptó posar para las fotografías, ¿verdad?

Anna se cruzó de brazos. No quería dejar a Colleen en la estacada y tampoco quería sacrificar una publicidad que le iría muy bien.

Pero la atención que el atractivo Ryan Cavanaugh podía despertar era un peligro por varias razones. Aunque podría parecer una bobada, Anna odiaba que le hiciesen fotografías; de niña no era precisamente muy guapa y había tenido que soportar ver muchas fotografías suyas, no precisamente favorecedoras, en numerosas publicaciones. Además, quería triunfar como la modesta Anna Simpson, no como Anna Sinclair. Esconder su identidad era lo más importante para ella.

Y para triunfar, necesitaba firmar el contrato con ParaNovias. Así lograría cumplir lo que pactó con su padre un año antes. Pero el plazo expiraba en una semana. Entonces podría vivir su vida en lugar de trabajar en la banca Sinclair.

–¿Por qué insiste en que pose con usted? –preguntó, intentando apartar la mirada de aquellos ojos azules, del mentón cuadrado, de los sensuales labios…

–Muy sencillo. Estoy organizando una campaña benéfica para recaudar fondos y la publicidad me vendría bien.

Una campaña benéfica. Ojalá pudiera ayudarlo, pero no podía ser. Esconder su cara en una sola fotografía sería relativamente fácil, pero más de una… lo dudaba. Alguien la reconocería. Tenía que haber otra solución.

–¿Por qué no busca otra chica para hacerse la foto?

–La respuesta es muy evidente –contestó él–. Con una mujer tan guapa como usted, seguro que ganaríamos el premio a la pareja del año. Y mi campaña benéfica conseguiría muchos fondos.

Intentando no sentirse culpable, Anna pensó en su negocio, lo único que era realmente suyo, la única forma de mostrarle al mundo que, además de una rica heredera, era una persona con talento. No quería ganar el concurso de la pareja del año y enfrentarse con más atención de la prensa.

Pero no era una bruja sin corazón. No quería arruinar una campaña benéfica. Anna intentó apartarse para tomar una decisión; la proximidad de aquel hombre la ponía nerviosa.

¿Por qué los hombres atractivos siempre complicaban su vida?, se preguntó. ¿La infancia en un exclusivo internado, bajo la supervisión de su autocrático y ultraconservador padre, habría marcado su vida para siempre, incapacitándola para tratar a los hombres como trataba a las mujeres? ¿Su falta de experiencia la habría convertido en una mujer que continuamente se equivocaba con los hombres?

Quizá en el pasado, pero ya no.

Ojalá tuviera tiempo para meditar, pero no lo tenía. Tendría que lidiar con Ryan Cavanaugh sin el beneficio de unas horas de meditación.

–Bueno, ¿acepta ser mi novia? –preguntó él.

La «proposición» hizo que Anna se pusiera aún más nerviosa. Una vez soñó con un final feliz, pero en aquel momento sospechaba de todos los hombres. Había cometido muchos errores, que le costaron lágrimas, y no pensaba volver a pasar por eso.

Por fin, había adquirido sentido común.

Ryan tenía una expresión humilde, aunque dudaba que fuese auténtica; los hombres carismáticos como Ryan Cavanaugh normalmente conseguían lo que querían sin necesidad de ser humildes. Y, sin embargo, esa sonrisa era tan encantadora que estuvo a punto de aceptar.

A punto, pero no. Aunque se sentía culpable, no podía hacerse las fotografías. Estar en el ojo público era un riesgo demasiado grande. Sería como anunciar a los cuatro vientos su verdadera identidad, sacrificando su anonimato.

–Lo siento, señor Cavanaugh, pero he tomado una decisión. No voy a posar para esas fotografías –dijo, mirando el velo, que él seguía sujetando–. Y ahora, por favor, suelte mi vestido. Esta sesión fotográfica se ha terminado.

Iba a decepcionar a Colleen y sacrificaría una publicidad que habría sido fundamental para ella, pero… al menos no se arriesgaría a que alguien la reconociese.

Era lo mejor que podía hacer dadas las circunstancias.

 

 

Frustrado, Ryan no se movió. Se preguntaba cómo sería el rostro de aquella chica bajo el velo. Era evidente que tenía un cuerpazo, pero su actitud parecía la de una maestra de escuela.

¿Por qué estaba tan decidida a estropear la sesión fotográfica? ¿Por qué se había puesto el vestido si no pensaba hacerse las fotos? ¿No era bueno para su negocio?

Fueran cuales fueran la razones, no pensaba dejarla marchar sin pedirle una explicación. Que otros niños no tuvieran que pasar por lo que él pasó de pequeño, sin nadie que cuidara de ellos y los guiase por el buen camino, era muy importante para Ryan. Quería publicitar la campaña de la Fundación Apadrina un niño y quería también limpiar su reputación, empañada por los comentarios de una ex empleada suya. Y no pensaba rendirse. Tenía que convencerla para que se hiciera las fotos.

–¿No quiere ayudarme? Sólo es una foto. No pasa nada.

–Se equivoca. He cambiado de opinión porque no quiero que nos elijan la pareja del año. Y con usted en la foto… en fin, casi está garantizado que así sería.

El halago lo sorprendió. Ryan seguía viéndose como el niño flaco y desnutrido que creció en uno de los barrios más pobres de Los Ángeles.

–Muchas gracias por el cumplido, pero yo creo que si ganamos sería gracias a usted.

–Déjese de halagos, señor Cavanaugh. No voy a arriesgarme a ganar ese concurso.

–¿Ganar no es bueno?

–No siempre. La atención de los medios… no me interesa –contestó Anna.

–Pero si sólo serían unas fotografías vestida de novia.

–Y entrevistas que no deseo. Por favor, intente comprenderme.

Ryan dejó escapar un suspiro.

–¿Seguro que no quiere pensarlo? Se beneficiarían muchos niños necesitados.

Niños como el que él había sido una vez.

–Por favor, no intente hacerme sentir culpable. ¿Quiere soltar mi vestido, señor Cavanaugh?

Ryan estaba deseando levantar el velo para ver su cara, pero no se atrevió.

«Concéntrate en lo que importa», se dijo.

La publicidad era fundamental para su proyecto. Y para compensar el deterioro de su imagen que la venganza de una antigua empleada, Joanna, le había ocasionado. Un daño que debía reparar antes de que el consejo de administración de la fundación decidiese que él no era la clase de persona que querían en su seno.

Por eso debía convencer a aquella chica costase lo que costase.

Afortunadamente, se le daba muy bien conseguir lo que quería.

 

 

Con los labios apretados, Anna observó a Ryan jugar con el velo de encaje.

–Se lo repito, señor Cavanaugh: suelte mi vestido.

Él la miró con sus preciosos ojos azules.

–Sí, claro –murmuró, soltándolo por fin–. Le acompaño al vestuario.

Aliviada, aunque un poco irritada por la presencia del hombre, Anna se levantó la falda para evitar que se ensuciara con el césped.

–Siento no poder ayudarlo… –empezó a decir. Pero en ese momento, el tacón del zapato se enganchó en la hierba y la hizo perder el equilibrio–. ¡Ay!

Ryan intentó sujetarla, pero llegó demasiado tarde y Anna cayó al suelo como un árbol cortado. El velo se enganchó en un rosal y quedó colgando, como una capa de rocío.

–¿Se ha hecho daño? –murmuró él, ofreciendo su mano.

Anna se levantó, alarmada. Tenía que ponerse el velo antes de que alguien la reconociese. Ya podía ver los titulares:

 

La heredera Anna Sinclair le da la espalda a los millones de su padre, haciéndose pasar por diseñadora de vestidos de novia.

 

Y encima del texto habría una horrible fotografía suya, como tantas otras veces.

–¿Seguro que no se ha hecho daño?

Estaban muy cerca y el olor de su colonia la embriagaba. Anna no podía dejar de mirarlo a los ojos, con el absurdo deseo de pasar una mano por su cara. La brisa mezclaba el aroma de su colonia con el de las rosas del jardín…

Entonces oyó el clic de una cámara y se volvió, asustada.

–Gracias, chicos –sonrió el fotógrafo–. Una de estas aparecerá en el periódico.

Ella quiso entonces que se la tragase la tierra. Su peor fantasía se había hecho realidad: un fotógrafo acababa de retratarla sin velo.

–¡Nos ha hecho una fotografía!

Ryan desenganchó el velo del rosal.

–Sí, eso creo.

–¿Y le parece bien?

Él la miró, sorprendido.

–Para eso habíamos venido aquí, ¿no?

Anna lo fulminó con la mirada. ¿Lo habría preparado él mismo?

–Muy bien, señor Cavanaugh, puede que hayan tomado una fotografía, pero yo no he firmado el contrato. Y no pienso hacerlo –le espetó, tomando el velo y dirigiéndose a paso firme hacia el vestuario.

–¿Ni siquiera por una causa benéfica?

Ella se volvió, echando chispas por los ojos.

–No me haga sentir culpable, señor Cavanaugh. Hoy no es un buen día –replicó, dándole la espalda.

Afortunadamente, todo había terminado. No pensaba dejar que aquellos ojos azules la desviasen de su camino. Tenía que triunfar en su propio negocio para no tener que trabajar en el banco de su padre durante toda la vida.