Crónicas de amor - Lissa Manley - E-Book
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Crónicas de amor E-Book

Lissa Manley

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Beschreibung

Ninguno de los dos estaba preparado para trabajar con niños... Por culpa de un artículo, la periodista Colleen Stewart estaba en peligro. No sólo estaba rodeada de encantadores bebés, sino que además tenía que trabajar con Aiden Forbes, el hombre por el que había estado a punto de abandonarlo todo... Después de la dureza de su última misión, Aiden necesitaba aquel trabajo. ¿Podría el fuerte corresponsal de guerra sobrevivir a los bebés y al rechazo de Colleen? Pero lo más difícil estaba aún por llegar, porque tenía que convencer a Colleen de que necesitaba un hijo... ¡su hijo!

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Seitenzahl: 165

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Melissa Manley

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Crónicas de amor, n.º 1862 - agosto 2016

Título original: The Baby Chronicles

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8706-0

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

COLLEEN Stewart cambió de postura. Estaba incómoda y miró fijamente a su editor, que estaba al otro lado de la mesa. Después suspiró.

La tarea que le había asignado la desagradaba, no quería escribir aquel artículo, tenía que encontrar una forma de librarse de aquel trabajo. No podía encargarse de redactar las Crónicas de bebés, ya que corría el riesgo de enternecerse con los pequeños y ella no podía caer en la ternura.

–No entiendo cuál es el problema –le dijo Joe mientras se deshacía el nudo de la corbata–. Lo único que tienes que hacer es escribir sobre bebés. Es muy fácil.

Colleen no estaba de acuerdo, los bebés no eran un tema fácil para ella.

–Joe, rechacé este trabajo hace una semana –dijo Colleen. No quería mencionar las razones que tenía para negarse, Joe probablemente se reiría de ella–. Nada ha cambiado desde entonces, sigo sin querer hacerlo. ¿No puede hacerlo otra persona?

Joe negó con la cabeza.

–Tienes que ser tú. Rudy ha tenido que irse por asuntos familiares y Christy sigue cubriendo el tema de los recortes presupuestarios en las escuelas de la región. Tú te encargarás de esto.

Colleen se mordió el labio.

–¿Y Angela?

–De baja por maternidad.

–¿Y Steve?

–Lo despedí esta mañana.

Colleen se quedó estupefacta, pero siguió insistiendo.

–¿Y qué hay de Zack?

–Tú te encargarás de esto, Colleen –Joe frunció el ceño–. ¿Qué tiene de malo? Sólo tienes que supervisar el tema de las fotos y escribir el artículo.

A Colleen le hubiese encantado poder contarle a Joe por qué aquella sencilla tarea le resultaba tan difícil de realizar. Pero no podía hacerlo. Joe era un periodista duro y un hombre conservador. Nunca entendería por qué ella necesitaba mantenerse apartada de bebés, de cachorros, de las familias unidas y de los hombres cariñosos. Hacía tiempo que ella había aprendido que no tenía sentido estar cerca de las cosas que nunca podría tener.

Cosas que le hacían sufrir mucho.

Abrió la boca para replicar de nuevo, pero la dura mirada de Joe la detuvo. No tenía sentido seguir discutiendo, así que Colleen se recordó su capacidad para afrontar situaciones difíciles, como su infancia, y se propuso escribir el artículo sin permitir que aquellas adorables criaturas la enternecieran. Tenía que hacerlo. Su trabajo en el Beacon y su preciada vida en Portland, Oregon, dependían de aquel trabajo.

–¿Tienes algo más que decirme? –preguntó intentando sonar optimista mientras miraba por la ventana deseando que el soleado día la animara un poco.

–Sí, hay algo más. Hemos contratado a un fotógrafo autónomo para este trabajo.

Aquello la puso un poco nerviosa. Desde su experiencia con los hogares de acogida de niña, conocer a gente nueva siempre la intranquilizaba y la hacía sentirse vulnerable.

–¿Ah, sí? ¿Y por qué?

Joe se encogió de hombros.

–Es un buen fotógrafo y se ofreció a hacerlo por muy poco dinero. Quiere dedicarse a fotografiar niños y pensó que este trabajo sería una buena forma de empezar –Joe alzó la mirada–. ¡Ah! Aquí está.

De repente Colleen identificó un olor que le resultaba familiar. Sólo había una persona en el mundo que oliera de aquella forma. Era una mezcla de resina de árboles y aire fresco.

Aiden.

Pero era imposible que fuera él, Aiden estaba en un país lejano en conflicto haciendo fotos.

Aiden era fotógrafo, se repitió Colleen.

Pero era imposible, aquel olor que le resultaba tan familiar era tan sólo fruto de su imaginación. Aiden Forbes estaba muy lejos de aquel lugar, era imposible que el fotógrafo encargado de fotografiar niños fuera él.

Colleen se sentía incapaz de moverse, de girarse para ver quién era el fotógrafo.

Ella había roto con Aiden hacía ocho años porque él la había amado tanto que había hecho que Colleen se diera cuenta de lo incapaz que ella era de amar a nadie.

Aiden le recordaba su gran defecto, aquello que había hecho que sus padres la entregaran a un centro de acogida.

–Usted debe ser Joe Capriati –dijo una voz que terminó de confirmar las sospechas de Colleen. Ella pudo ver cómo una mano fuerte y bronceada se extendía para darle la mano a su editor–. Soy Aiden Forbes.

Colleen perdió la respiración durante unos segundos. Todo su cuerpo temblaba y se tapó un poco la cara en un intento por esconderse, aunque estaba deseando ver cómo estaba Aiden después de tantos años. Pero no lo miró, ni siquiera podía moverse. Quizá él no la reconociera.

Por supuesto que la reconocería. Aiden iba a trabajar con ella en el artículo que le acababan de asignar. Colleen cerró los ojos y deseó que se la tragara la tierra.

Aiden Forbes, el único hombre que había logrado acercarse a las puertas de su defectuoso corazón, había vuelto.

Mientras le daba la mano a Joe, Aiden se quedó mirando a la mujer que le daba la espalda. Tenía el pelo largo y rizado que brillaba como el oro. Parecía que trataba de… ¿De esconderse?

Algo en aquellos hombros le resultó familiar, pero no sabía el qué. Hacía tan sólo una semana que había vuelto de Bosnia, y allí no había conocido a nadie con aquel pelo.

Sólo conocía a una persona con un pelo como aquel…

Pero no podía ser ella, Colleen siempre había dicho que se iría de aquella ciudad en cuanto pudiera. Ya debía de estar lejos. No volvería a aparecer en su vida nunca más.

Pero su curiosidad aumentó. ¿Cómo sería la cara de la dueña de aquellos preciosos rizos? Cuando terminó de darle la mano a Joe se giró para verla mejor.

Su corazón dejó de latir durante unos segundos.

Era Colleen.

Aiden se quedó estupefacto y de repente recordó el día en que ella le partió el corazón en mil pedazos. El dolor que vivió entonces volvió a aparecer como si aquello hubiera sucedido el día anterior en lugar de hacía ocho años.

«No te quiero, Aiden. Nunca te querré». Aquellas habían sido las palabras de Colleen entonces.

Aquellas palabras aún le causaban a Aiden mucho dolor y le hacían recordar el profundo daño que le había hecho.

Aiden apartó aquellos recuerdos de su cabeza. No quería ahondar en la tristeza que aquel rechazo le había provocado, haciendo que sus deseos de formar una familia desaparecieran para siempre.

Los duros años que había pasado como fotógrafo de guerra, viendo cosas que la gente sólo veía en sus peores pesadillas, le había ayudado a recuperarse y hacerse fuerte. Pero era difícil volver a ver de una forma tan inesperada a la única mujer a la que había amado en la vida.

Ella tenía una expresión seria, como la que solía poner él cuando se le velaba un carrete.

–Colleen Stewart –dijo él intentando ocultar el dolor que le causaba volver a verla–. ¿Tanto te alegras de verme?

Ella lo miró y fingió sonreír. Él conocía aquella sonrisa, era la sonrisa que esbozaba cuando no quería hablar, la sonrisa que él tanto había temido. Sus ojos inmensamente azules brillaron.

–No te imaginas cuánto.

Él la miró sorprendido. ¿Qué le pasaba? Había sido ella la que lo había abandonado a él, no al revés.

Aunque tan sólo salieron dos meses juntos, él había estado dispuesto a abandonar su prometedora carrera de fotógrafo de ámbito internacional para casarse y formar una familia con ella. Pero ella lo había rechazado y él se había sumergido en una nueva vida intentando olvidarse del dolor que ella le había causado.

Aquella nueva vida no había logrado disipar el dolor, más bien le había mostrado otros dolores aún más profundos. El de niños viviendo en países en guerra. Aiden luchaba por mantener aquellos horribles recuerdos lejos de él, pero siempre volvían. Las pesadillas y las imágenes seguían en su interior.

Las noches sin dormir y las pesadillas habían terminado por afectarlo demasiado y había comenzado a cometer errores que habían puesto su vida en peligro varias veces. Su mejor amigo le había aconsejado que volviera a casa y trabajara en algo menos arriesgado. Aiden había aceptado y había vuelto a su casa en busca de un trabajo que lograra borrar los recuerdos de tantos niños a los que no pudo salvar.

Joe tosió e hizo que Aiden volviera a la realidad. El editor miró a Aiden y después a Colleen.

–¿Os conocéis? –les preguntó mientras se reclinaba en la silla de cuero.

–Sí –dijo Colleen mientras sonreía sin ganas–. Aiden y yo nos conocemos desde hace tiempo, ¿no es así Aiden?

Aunque aquel tono desenfadado lo molestó, Aiden logró sonreír ligeramente. No quería tener problemas con Joe el primer día, necesitaba desesperadamente aquel trabajo.

–Colleen y yo estudiamos periodismo juntos –dijo él en voz alta, y para sí mismo añadió que había sido tan estúpido de enamorarse de ella.

–Muy bien –dijo Joe–. Eso nos ahorrará tediosas presentaciones –de repente miró a Colleen–. Colleen, como tú conoces todo el proceso, ¿por qué no acompañas a Aiden y le muestras cómo hacerlo todo? –después miró a Aiden–. Y tú háblale sobre lo que discutimos por teléfono.

Aiden se quedó pálido de repente.

–¿Ella va a escribir el artículo?

Joe asintió.

–Así es, ¿tienes algo en contra? Hizo un trabajo estupendo en Crónicas de bodas.

Aiden maldijo para sí mismo. Colleen era la última persona en el mundo con la que querría trabajar. En realidad, era la persona que menos ganas tenía de volver a ver. La forma en que ella lo había rechazado aún le causaba dolor. No quería remover los sentimientos de traición y amargura trabajando con ella.

Aiden se intentó calmar un poco y se dijo a sí mismo que aquel era el trabajo que necesitaba para abrirse camino en Portland. No podía permitir que Colleen volviera a controlar su vida, tenía que encontrar la forma de trabajar con ella, aunque la idea lo horrorizara.

Aiden logró sonreír.

–En absoluto.

Joe sonrió.

–Estupendo. ¡Ah!, una cosa más. He de decirte que las fotos de niños que me enviaste me encantaron. ¿Tienes más?

Aiden logró controlar el escalofrío que sintió al recordar aquellas fotos en blanco y negro que había entregado llenas de dolor y de sufrimiento. Tan sólo las había llevado para conseguir el trabajo y nunca pensó volver a verlas.

–Se las di a mi madre –dijo él con sinceridad–. No sé qué habrá hecho con ellas –Aiden esperó que aquella respuesta resultara concluyente, no quería volver a buscar aquellas fotos.

Joe asintió.

–De acuerdo.

Aiden miró a Colleen.

–¿Estás lista?

Colleen lo miró sorprendida, como si no esperara que él accediera a trabajar con ella, pero aquel trabajo lo merecía.

Después de un largo silencio, ella asintió y se levantó de la silla. Aiden no pudo evitar mirarla de arriba abajo, tenía que reconocer que había mejorado con los años. La delgada estudiante de hacía años se había convertido en una atractiva mujer con caderas pronunciadas y vestida con un traje de falda y chaqueta azul marino que resaltaba su esbelta figura.

Él se colocó a un lado.

–Las mujeres primero.

Ella pasó delante.

El perfume de ella lo embriagó… Aquel delicado olor a melocotón fresco despertaba todos sus sentidos. Sus instintos más masculinos se despertaron mientras ella se alejaba. Él no pudo evitar mirar aquellas largas piernas y la forma en que su cadera se movía con aquel delicado caminar.

Su pulso se aceleró. Aquello era lo que tanto había temido, volver a sentirse atraído por ella. Era una mala idea, muy mala…

Pero tenía tan buen aspecto…

«¿En qué demonios estoy pensando?» se dijo a sí mismo.

Había regresado a Portland para restablecer los lazos con su familia y librarse del sentimiento de culpa y de los oscuros recuerdos que le había dejado su larga estancia en el extranjero. No había regresado para tener un lío con Colleen. Tal vez pudiera atraerlo físicamente, aquello no lo podía controlar. Pero no iba a permitir que ella le volviera a hacer daño.

Aiden se sintió algo mejor, se despidió de Joe y siguió a Colleen. Aquella mujer no lo afectaba como antes.

Después del daño que le había hecho, se aseguraría que aquello no volviera a suceder.

–No puedo permitir que se acerque a mí–, se dijo Colleen a sí misma. Solía hablarse con frecuencia desde que era pequeña, ya que había pasado gran parte de su infancia sola, y desde entonces lo hacía para sentirse más acompañada.

Se repitió aquella frase una y otra vez, ya que pensaba que, si se lo repetía a sí misma con frecuencia, lograría llevarlo a cabo.

Pero era una persona realista. Había dejado de creer en la magia a los seis años, cuando sus padres habían preferido pasar las Navidades con sus respectivos novios en lugar de con ella. Había pasado el día de Navidad sola viendo películas y llorando en el sofá. Desde aquel día Colleen había cambiado.

El amor y la confianza que tenía en sus padres, así como su carácter fantasioso e imaginativo, habían muerto lentamente para volver a morir, definitivamente, cuando a los nueve años sus padres la abandonaron. Desde aquel momento aprendió que había algo en ella que le impedía ser capaz de amar y mantener una relación, incluso con las dos personas que se suponía que más la querían.

Nunca podría superar aquel defecto, iba a tener que librarse de Aiden. En cuanto aquel hombre entrara en su oficina ella iba a volver a sentir aquella fuerte atracción que había sentido por él. No había olvidado aquellos maravillosos ojos verdes, aquel sentido del humor y aquella enorme sonrisa.

Entre sus brazos se había sentido realmente amada.

Colleen apartó aquellos pensamientos de su cabeza. Se quitó la chaqueta y se sentó en la silla de su despacho.

Era consciente de que él no tardaría en aparecer por allí, así que se llevó una mano al pecho para intentar tranquilizar su acelerado corazón y recuperar la calma y el control.

Se puso recta un segundo antes de que Aiden entrara en su despacho. Colleen se obligó a mirarlo directamente a los ojos en lugar de hacer papeleo.

Él se limitó a permanecer en la puerta de pie y con las manos en los bolsillos. La forma en que la miraba le provocó a Colleen un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

Tenía un aspecto estupendo, por supuesto. Siempre lo había tenido. Era físicamente perfecto para ella, ya que emocionalmente nadie lo era.

Parecía más fuerte, más musculoso que antes. El pelo negro de reflejos caoba estaba más corto que cuando estudiaban juntos, pero las facciones masculinas y el suave bronceado de su piel permanecían igual.

Pero eran aquellos ojos verdes los que la habían cautivado en el pasado. Él la miró fijamente y ella se quedó inmóvil durante unos instantes. Aquellos maravillosos ojos siempre habían podido ver a través de ella.

«¿Por qué no puedes amarme, Colly?», le había preguntado él.

Ella recordó aquella pregunta que retumbaba en su cabeza una y otra vez, así como aquel obstáculo que él había tratado de derribar, aquel muro que ella había construido para evitar querer.

Ella ya no sabía cómo dar amor.

Colleen casi perdió el control, pero logró recomponerse y mantuvo la compostura. Estaba decidida a comportarse de una forma natural, a parecer tranquila cuando él estuviera cerca, aunque le costara la vida.

–Así que supongo que no te alegra mucho verme –dijo él con un tono duro.

Ella frunció el ceño, aquella frialdad en su forma de hablar la sorprendió. ¿Acaso seguía dolido por la ruptura?

–¿Sigues enfadado por… lo que pasó?

Él se quedó muy serio.

–Por supuesto que no.

Ella no tenía intención de discutir con él, pero no parecía decir la verdad. Aun así una disculpa no haría daño. Ella siempre se había arrepentido de haber roto con él, aunque fuera la única salida.

–Bien, aunque te debo una disculpa por todo aquello. No debí abandonarte de aquella forma…

–Sí, claro –replicó él.

–¿No crees que realmente esté arrepentida?

–Lo que yo piense sobre lo que pasó hace ocho años no importa –después la miró fijamente–. Parece que el verme de nuevo no te ha alegrado ni lo más mínimo.

Él era una persona muy perceptiva.

–¿Por qué dices eso?

–Venga ya, Colleen… –dijo acercándose a ella–. Pareces bastante descontenta, no hay más que verte…

–Verte no me ha causado ni alegría ni tristeza –mintió ella. En aquellos momentos hubiera preferido ver a Jack el Destripador. Prefería morir asesinada que ver a Aiden. Ver a aquel hombre era como volver abrir una herida, y aquello la asustaba.

–No has cambiado nada, Colleen…

Ella se enfadó, pero antes de mostrarlo se recordó a sí misma que estaba con Aiden, el hombre que siempre había sido capaz de hacerle perder el control. No podía permitir que aquello volviera a suceder.

Colleen sintió cómo se irritaba cada vez más, pero, afortunadamente, sabía manejar sus enfados. Se levantó y apoyó las manos sobre la mesa.

–¿Cómo te atreves a aparecer de nuevo después de tantos años y echarme en cara algo que sucedió hace tanto? No sabes nada sobre mí.

El duro tono de ella no intimidó a Aiden, que se quedó mirándola fijamente. Después se inclinó, y sólo unos centímetros separaron sus caras. Aiden sintió cómo todo su cuerpo se encendía y el de ella también.

–Te conozco lo bastante bien como para saber cuándo estás enfadada. Nunca se te dio muy bien ocultármelo, ¿a que no?

Ella se sonrojó aún más y se apartó de él. Tomó aire lentamente.

No quería tener que volver a enfrentarse a aquellos análisis de Aiden, nunca le habían gustado. El día en que Aiden le había pedido que se casara con él y ella lo había abandonado, Colleen se había dado cuenta de que su defecto la hacía tan inestable emocionalmente que nunca podría llevar una vida normal ni formar una familia con el hombre de sus sueños.

Ella apartó la mirada y se sentó.

–Escucha, dejemos este tema. Nosotros de lo que tenemos que hablar es del artículo, ¿de acuerdo? –intentó sonreír para ocultar la tormenta de emociones que sentía, pero sólo logró sonreír a medias.

Él la miró fijamente y su expresión se suavizó un poco.

–No tenía intención de molestarte –miró a su alrededor–. Sólo me molestó notar que ni tan siquiera eras capaz de saludarme con cordialidad.

Colleen se sintió muy mal, era verdad que no lo había saludado con mucho entusiasmo.

–Me alegra saber que estás bien –no quería decir que se alegraba de verlo, porque no era verdad–. Es sólo que… Me pillaste desprevenida. Me molestaba tener que hacer este trabajo, y tu aparición fue la gota que colmó el vaso.

–A mí tampoco me agrada tener que trabajar así –él frunció el ceño–. ¿Te molesta tener que hacer este artículo porque tienes que hacerlo conmigo?

«Por supuesto», se dijo Colleen.

–No sabía que iba a tener que trabajar contigo hasta que apareciste –le confesó. No le gustaba tener que reconocer que el tema del artículo no le agradaba…

–Entonces, ¿qué es lo que te molesta? Por lo que sé, los dos últimos artículos sobre novias y solteros tuvieron mucho éxito. No entiendo qué te desagrada respecto a este artículo, lo normal sería que quisieras continuar aquel éxito.