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Él es un rudo vaquero con deseos salvajes…
Fenn Lockwood es un jinete de toros con deseos prohibidos y un peligroso secreto. Cuando conoce a una impresionante pelirroja con un vestido espectacular que acude a su rescate, está decidido a encontrarla y ponerla en su lugar. Sin embargo, no puede resistirse a la fantasía de entregarse a otros placeres carnales con ella. Pero cuando ella aparece en su puerta afirmando que él es el heredero de una familia adinerada, a Fenn sólo le importa querer mostrarle cómo dejar que un hombre la dome como a un mustang salvaje.
Ella es la belleza dispuesta a domarlo…
Hayden Thorne es una bella e inteligente integrante de la alta sociedad que sueña con crear su propio imperio. No obstante, el mundo sólo la ve como una cara bonita cuyo único valor es casarse con un marido rico. La única persona que cree en ella es su hermano mayor, Wes. La búsqueda de Hayden para encontrar al amigo de la infancia de Wes, perdido hace mucho tiempo, la lleva hasta Fenn, y ella se enamora perdidamente del rudo vaquero. Mientras exploran sus apasionados deseos, el pasado de Fenn amenaza con apoderarse de él y, esta vez, su vida no es la única en peligro.
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Seitenzahl: 532
Veröffentlichungsjahr: 2025
Rendición Seductora
Libro 2
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo
Entrégate al éxtasis
Acerca del Autor
La presente es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos o bien son producto de la imaginación del autor o se emplean de manera figurada, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o escenarios, es mera coincidencia.
Copyright por Lauren Smith
Traducción hecha por L.M. Gutez
Copyright Traducción 2024
Todos los derechos reservados. De acuerdo con la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, el escaneo, la transferencia y el intercambio electrónico de cualquiera de las partes de este libro sin el permiso del editor, representa un acto de piratería ilegal y un robo de la propiedad intelectual del autor. Si desea utilizar material de este libro (que no sea para fines de reseña), debe obtener un permiso previo por escrito poniéndose en contacto con el editor en [email protected]. Gracias por su colaboración en la defensa de los derechos del autor.
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ISBN: 978-1-962760-59-1 (edición libro electrónico)
ISBN: 978-1-962760-60-7 (edición papel)
Han pasado cuatro meses desde que los gemelos Fenn Lockwood y Emery Lockwood, de ocho años, fueron secuestrados en su casa de Weston Island durante una fiesta en el jardín que los padres Miranda y Elliot Lockwood estaban celebrando en la casa de la familia Lockwood. Hace un mes, Emery Lockwood fue encontrado y devuelto a su casa. La policía y el FBI no han podido determinar el paradero de Fenn Lockwood. No se ha descubierto ningún cadáver ni ninguna escena del crimen, y Emery Lockwood no responde en los interrogatorios debido a que sufre síntomas de trastorno de estrés postraumático. Al parecer, el destino del amado niño Fenn Lockwood nunca se conocerá.
—New York Times, octubre de 1990
El toro se precipitó por el corral de barandillas metálicas y entró en la estrecha puerta. Fenn Smith se aferró a la oxidada barandilla y se colocó con más fuerza el sombrero mientras estudiaba a la bestia.
Tabasco. Un toro negro con el temperamento del mismísimo diablo. Justo el tipo de bestia que le permitiría una tremenda monta. El público del estadio gritó y animó mientras maniobraba por encima de la barandilla y se subía a la bestia. Las luces del lugar crearon un resplandor sobre la arena dorada y calentaron el cuerpo de Fenn a pesar del tiempo fresco. Deslizándose sobre el toro, se acomodó con cuidado sobre su lomo. El toro no dejaba de agitarse, pero no tenía espacio suficiente para corcovear.
Fenn se ajustó los guantes a las manos y se secó una nueva línea de sudor de la frente. La bestia entre sus piernas se tensó, con cada músculo crispado y contraído mientras esperaba el momento en que la puerta se abriera para poder derribarlo.
—¡Dale con todo, Smith! —le gritó uno de los varios jinetes de toros que colgaban a un lado de la puerta.
Smith se rio y golpeó con la mano el cuello del toro. Pensaba hacerlo. Si había algo que sabía hacer, era montar toros.
Fenn sujetó la cuerda trenzada que envolvía los flancos de Tabasco. La cuerda impregnada de resina sería más fácil de coger cuanto más se calentara durante el esfuerzo de la monta. Algo bueno, porque Tabasco era un notorio lanzador. Como un torbellino salvaje, era el que más hombres derribaba en cualquier temporada de rodeo en el estado de Colorado. Hombres de todo el país viajaban para montarlo. Algunos toros corcoveaban en línea recta, otros giraban en círculos. La clave estaba en observar al toro unas semanas antes de montarlo y familiarizarse con su estilo. Fenn había pasado los dos últimos meses estudiando a Tabasco. No podía permitirse cometer un error esta noche, no cuando todo dependía de esta monta.
Cambiando su peso, mantuvo su mano dominante en un agarre por debajo de la cuerda del toro y se sentó lo más cerca que pudo de sus manos. Se inclinó hacia adelante de modo que su pecho quedó prácticamente sobre los hombros del toro.
—Ahora montará Fenn Smith, un nativo de Walnut Springs. Está compitiendo por el gran premio, un premio en efectivo de cincuenta mil dólares. El toro es Tabasco, calificado por nuestro personal de rodeo como uno de los más duros aquí esta noche.
Fenn ignoró el discurso de presentación del anunciador y se concentró en la monta. Los olores de cerveza barata, heno y estiércol, aromas con los que había crecido, eran fuertes pero reconfortantes. Esta era su ciudad, su estadio. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Visualizó el recorrido e imaginó cómo tendría que leer el lenguaje corporal del toro para resistir ocho segundos. Sólo ocho segundos.
Cincuenta mil dólares. Era suficiente para restablecer el préstamo hipotecario sobre el rancho The Broken Spur de Jim y Callie Taylor. No habría arriesgado su vida con este toro por ninguna otra razón. El viejo Jim rondaba los cincuenta y su hija Callie, de veinte años, necesitaba que la cuidaran. Ellos eran su familia y arriesgaría su vida si fuera necesario para ayudarlos. Se lamió los labios, moviendo las caderas mientras Tabasco se estremecía y resoplaba.
—La puerta se abre en cinco… —el anunciador inició la cuenta atrás.
Casi al instante, una horrible sensación de escalofríos recorrió su piel, como si unos escarabajos se deslizaran sobre su carne. Con un movimiento de hombros, intentó deshacerse de la inquietante sensación.
—Cuatro, tres…
El toro se estremeció debajo de él.
—Dos, uno…
La puerta se abrió de golpe y el toro salió disparado. Fenn luchó por mantenerse encima del animal mientras éste agachaba la cabeza, preparándose para hacer un giro. La incómoda correa del flanco enfureció a la bestia al punto de que haría cualquier cosa por quitársela de encima. Las patas delanteras de Tabasco se levantaron del suelo y Fenn se inclinó hacia adelante, estrujando las piernas y manteniendo un agarre firme. Si podía mantener las caderas rectas y centradas…
Un grito de mujer penetró en su mente, desgarrándole el cráneo como un cuchillo. Destellos… imágenes fuertes y poderosas parpadeaban como fragmentos rotos en un viejo carrete de película. Columnas agrietadas por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas de cristal destrozadas. Había hiedra envuelta a lo largo de una escalera que conducía a la planta de una mansión que llevaba mucho tiempo derrumbada. Una profunda risa de barítono, explosión de las balas, un sonido sacado de sus pesadillas más profundas…
Se le revolvió el estómago y la cena le subió por la garganta. No podía concentrarse, no podía oír nada excepto los gritos dentro de su cabeza mientras el terror que no había sentido en años se apoderaba de él. Era… era… un niño perdido y asustado otra vez.
—¡No! —el grito apenas salió de sus labios antes de que el mundo se fuera al carajo a su alrededor.
Tabasco levantó la cabeza y luego la dejó caer, alzando las patas traseras en un movimiento inesperado. Soltó por completo la cuerda del toro.
—Él enviará a otro… cuando yo no esté, otro ocupará mi lugar… Él te quiere muerto.
Las palabras, que no eran suyas, le arañaron la parte posterior de los ojos y se introdujeron en su mente como escorpiones, dejando a su paso sólo el miedo.
Las luces del estadio giraron en perversos patrones mientras él salía despedido hacia el cielo. El viento pasó silbando a su lado, azotándole la cara antes de caer al suelo. Algo en su pierna se torció y no tuvo aire para soltar el grito gutural alojado en la punta de su lengua. El dolor lo recorrió, empezando por la cabeza y llegando hasta los pies. No podía moverse ni un centímetro. La agonía que le recorría el cuerpo anulaba cualquier sonido, cualquier sensación.
El toro embestiría, estuviera donde estuviera, y era cuestión de segundos que Tabasco lo pisoteara y lo corneara. Su cara se inclinó hacia la derecha y pudo ver su sombrero favorito volcado a tres metros de distancia. El sombrero se balanceaba de un lado a otro. Parpadeó, sintiendo granos de arena en las pestañas.
Las imágenes volvieron a cruzar su visión, y extrañas sensaciones invadieron su cuerpo. Las manos que sujetaban inútilmente la arena parecían más bien estar sujetando a una mujer entre sus brazos. Pero eso era una locura; estaba boca abajo en el suelo, no aferrado a una mujer fantasma.
—¡Smith! ¡Mueve el culo! —gritó George Romano, uno de sus amigos y compañeros jinetes. Estaba directamente en el campo visual de Fenn, trepando por la valla del borde de la arena.
¿Moverse? No podía. Eso no sucedería. Un brillante destello rojo capturó su atención. Una bellísima mujer con un ajustado vestido rojo y el pelo rojizo cayéndole por los hombros estaba escalando la valla de la arena con los pies descalzos. George se lanzó a por ella, pero la mujer pasó las piernas por encima de la valla y se dejó caer en la arena.
Hijo de…
—¡Joder! —gruñó Fenn mientras la adrenalina lo recorría por dentro. Metiendo los brazos bajo el cuerpo, levantó el pecho del suelo.
Esto tenía que ser un sueño. Uno malo. Era imposible que una mujer con un vestido rojo y ceñido pasara corriendo a su lado, agitando los brazos hacia… Tabasco. Fenn estiró el cuello para poder ver por encima de su hombro cuando el animal se detuvo y pareció analizar a la mujer. La bestia resopló y golpeó la arena con las patas, con los ojos marrones clavados en ella. Tras unos largos segundos, el animal giró la cabeza hacia Fenn.
Un silbido penetrante rasgó el aire. La multitud había guardado silencio, excepto los vaqueros que llamaban a gritos a los payasos del rodeo. Normalmente eran una distracción oportuna cuando los jinetes caían y los toros querían embestirlos, pero los payasos llegaron demasiado tarde para salvarlo ahora. El silbido resonó de nuevo y esta vez Tabasco debió haber decidido que la chica representaba más un objetivo que él, pues levantó la arena con las patas y empezó un trote firme en dirección a la mujer.
—¡Smith! ¡Muévete! —gritó George. Él y tres de los jinetes habían tirado sus sombreros al suelo y se dirigían a la arena por encima de la barandilla. Unos cuantos jinetes más estaban trabajando en la apertura de una puerta a pocos metros de distancia.
Fenn encontró fuerzas suficientes para rodar y sentarse en una posición encorvada. Sus pulmones seguían trabajando para aspirar el aire que tanto necesitaba. Tenía la vista nublada y su cabeza latía fuertemente. Parpadeó, sintiendo esa simple acción como un papel de lija raspándole los ojos. Apenas podía pensar más allá de su estupefacción ante el espectáculo frente a él. La linda pelirroja volaba por la arena, levantándola en pequeñas nubes mientras huía hacia el otro lado del estadio. El toro estaba acelerando, corriendo tras ella. Cuando la mujer llegó a la puerta abierta, un jinete se inclinó sobre la valla y ella cogió sus brazos. Con un movimiento brusco, la mujer voló por encima de la valla y desapareció de la vista y del peligro. El toro corrió hacia la puerta y ésta se cerró con estrépito, aislándolo de la arena y poniendo a Fenn a salvo.
—¿Qué demonios? —murmuró. Esa mujer pudo haber muerto.
Si alguna vez le pongo las manos encima, su culo será mío. Que fuera salvado por cualquiera, por no hablar de una mujer, no era aceptable, sobre todo cuando ella ponía su propia vida en peligro. Malditas conejitas vaqueras, siempre queriendo llamar la atención…
Dos pares de brazos lo sujetaron por las axilas y lo pusieron de pie.
—Eso estuvo demasiado cerca —jadeó George.
—¡Mierda! —el tobillo de Fenn vibró lleno de dolor y los ojos casi se le pusieron en blanco.
Por favor, que sea un esguince. No podía permitirse un hueso roto.
—Esa loca te ha salvado —anunció George con una mezcla de diversión y alivio.
—Dime que eso no ha sucedido realmente —exigió Fenn mientras aceptaba su sombrero cuando uno de los otros jinetes se lo tendió. Lo golpeó bruscamente con la palma de la mano, creando una nube de arena y tierra a su alrededor.
—Oh, sí que ha sido real —George soltó una risita—. Una mujer acaba de salvar tu patético culo. Y está buena. Probablemente sea una conejita vaquera. Sé astuto y tal vez te la montes esta noche. ¡Espero que resistas más de ocho segundos! —George silbó y le dio una palmada en la espalda mientras caminaban hacia la puerta abierta.
¿Ocho segundos? Él no necesitaría ocho segundos; pondría a esa mujer sobre sus rodillas y la azotaría por arriesgar su lindo cuello. Le molestaba saber que era él quien debería proteger a una mujer, y no al contrario, y definitivamente no necesitaba que unas extrañas lo salvaran. No estaba indefenso. Nunca estaría indefenso. Una nube negra se cernió sobre su mente, susurros del pasado… Cerró bruscamente las puertas mentales, impidiendo que todo eso entrara.
Fenn cojeaba, apoyándose en el hombro de George cada pocos pasos. Echó una mirada hacia el otro lado de la arena y vio a la mujer seductora del vestido rojo de pie detrás de la valla, observándolo. Largas ondas de pelo rojo danzaban sobre sus hombros, jugueteando con su clavícula. Tenía los labios entreabiertos como si estuviera sorprendida. Era una verdadera zorra. Dios no hacía muchas mujeres como ella. Curvas voluminosas, rasgos esculpidos, una boca hecha para el pecado… Y ella había sido la que lo había salvado. Eso lo enfureció. Realmente lo enfureció.
Le dio la espalda a la mujer y miró al frente.
—¿Cuántos segundos logré antes de…? —se detuvo, incapaz de mirar a George. Sintió escalofríos de vergüenza. No había sido arrojado de esa manera tan terrible desde los dieciséis años.
—Uh… siete segundos y tres milisegundos. Lo siento —George sabía la importancia de esto. Si un jinete no podía mantenerse durante ocho segundos, no calificaba para un puntaje. Sin éste, no había oportunidad de ganar y, por lo tanto, no había oportunidad de salvar el rancho Broken Spur de la ejecución hipotecaria. En una sola noche había pasado de tener el control total de su vida, sabiendo que podía salvar el rancho ganando el dinero del premio, a tener una pila de nada. La falta de control lo volvió cauteloso e inquieto.
El rancho era el lugar al que él había llamado hogar la última mitad de su vida. Si no podía salvarlo, estaría perdiendo el único lugar con el que sentía alguna conexión. Se negaba a fracasar, se negaba a defraudar a Callie y a Jim.
—¿Está Callie aquí? —él no se molestó en mirar a su alrededor. No sería capaz de localizarla si estuviera aquí. Siempre había mucha gente en otoño, cuando el estadio se llenaba con las competiciones de rodeo más importantes. La pequeña ciudad de Walnut Springs, en Colorado, registraba una gran actividad turística varias veces al año, entre las excursiones de verano, los rodeos de otoño y el esquí de invierno y primavera.
—Callie vino. Ha dicho que Jim sigue en el hospital. Debería salir mañana. La vi…
—¡Fenn! —un pequeño destello femenino de color lo abordó justo cuando atravesaba la última puerta y salía del estadio.
—¡Oomf! —gruñó al sentir el impacto del cuerpo de Callie contra el suyo—. Tranquila, niña. Aquí hay un hombre herido —le advirtió, pero sonrió al ver la expresión de preocupación en sus hermosas facciones.
Sólo tenía veinte años, era una chica dulce, más parecida a la hermana pequeña que Fenn siempre había deseado, pero también era fuerte por dentro y por fuera.
—Lo siento —Callie bajó los brazos y se mordió el labio inferior. Sus ojos verdes avellana se llenaron de lágrimas—. Te vi caer y me asusté —sus manos alisaron su camisa rosa de cuadros estilo vaquero y arrastró los zapatos en la tierra.
—Oye, no pasa nada. Sabes que nunca te abandonaría, cariño —su instinto fraternal se activó y la estrechó entre sus brazos, sin importarle el dolor. Su coleta rubia se agitó un poco mientras intentaba girar la cabeza y acurrucarse en él. La soltó suavemente y dio un paso atrás—. ¿Cómo está Jim? Creía que salía hoy. George dijo que será hasta mañana —Fenn dirigió su mirada a George, quien asintió brevemente con la cabeza y los dejó solos.
Callie suspiró.
—Ya sabes cómo es papá. Refunfuña sobre la gelatina y quiere escapar por la ventana cuando la enfermera le da la espalda. Intenté decirle que la mayoría de la gente se toma en serio los infartos leves —ella puso los ojos en blanco, pero Fenn no pasó por alto el destello de sombras que surgió a continuación.
Él deseaba poder aliviar sus preocupaciones, pero no sabía cómo solucionar algo así. Los ataques al corazón eran una de las pocas cosas que Fenn no podía controlar. Jim podría mejorar o no, y él y Callie tendrían que enfrentarse a lo que ocurriera llegado el momento.
Se dirigieron a la carpa médica. Un médico vestido con jeans y bata blanca les hizo señas para que entraran antes de volverse hacia una jinete en carreras de barriles con un feo corte en la frente. En el interior de la carpa había cuatro mesas médicas portátiles y un enorme botiquín de urgencias. La mayoría de las heridas sufridas aquí eran rasguños, cortes y contusiones ocasionales.
Siempre existía la posibilidad de que se produjeran lesiones graves al montar un toro. El personal del rodeo de Walnut Springs se preocupaba lo suficiente como para colocar una ambulancia junto a la carpa médica por si era necesaria una rápida llegada al hospital más cercano. Fenn nunca había necesitado ningún tratamiento después de una monta, ni una sola vez desde que había empezado en esto siendo adolescente. Era un poco humillante pensar que había acabado aquí a los treinta y tres años. Maldita sea, se estaba haciendo viejo, o tal vez se debía a todo el desgaste de su cuerpo, el duro trabajo en el rancho y la equitación. Definitivamente no era tan joven como Callie.
Se tumbó en la camilla más alejada de la otra jinete y luego se recostó. Todo su cuerpo se tornó flácido, como si por fin se percatara de que podía relajarse. La adrenalina había hecho su efecto y ahora él estaba colapsando. Sentía dolor en todas partes. El impacto de todo su cuerpo contra la arena no había sido agradable. Sentía que algo pesado le oprimía el pecho, le impedía respirar y apenas permitía la entrada de oxígeno. Le dolían todos los huesos de las piernas y los brazos, como si hubiera sido golpeado con un bate de béisbol. Lo que más le dolía era el tobillo; que irradiaba un dolor agudo. Quitarse la bota le iba a doler muchísimo.
—¿Estás bien, Fenn? —el rostro dulce y adorable de Callie apareció en su campo de visión mientras se inclinaba sobre la camilla y lo miraba fijamente.
—Hazme un favor, niña. Quítame la bota antes de que se me inflame el tobillo.
—Claro —Callie desapareció de su vista, y entonces el dolor lo golpeó como un tren de carga cuando ella le quitó la bota.
Fenn siseó, arqueando la espalda y murmurando varias palabrotas antes de que el dolor agonizante disminuyera un poco y su visión dejara de dar vueltas. Cerró los ojos y respiró por la nariz.
—Lo siento mucho. Apuesto a que te ha dolido —la mano de Callie le tocó el antebrazo, acariciándolo ligeramente.
—No pasa nada —nunca les muestres que sientes dolor. El antiguo mantra llegó a él desde las tinieblas del pasado, cortando su pecho con un dolor interior. Había hecho ese voto hacía mucho tiempo, pero no recordaba por qué. Le dio una palmadita en la mano a la chica antes de frotarse las sienes con los dedos.
Su mente no dejaba de evocar lo que había visto mientras el toro lo arrojaba. Nada de eso tenía sentido… había visto cosas… había oído cosas. Nada de eso tenía sentido realmente. ¿Se estaba volviendo loco? ¿Estaba teniendo finalmente un ataque psicótico? No sería la primera vez que tenía esa preocupación. A los ocho años, su padre los trasladó a Walnut Springs, y él había tenido terribles dolores de cabeza y alucinaciones.
Sólo después de pasar unos meses bajo medicación para el dolor y en sesiones de terapia, el dolor desapareció. Pero, a los trece años, su falleció y las pesadillas y los dolores de cabeza volvieron. Jim Taylor y su hija Callie lo habían salvado. Fenn se había mudado a Broken Spur y había empezado a trabajar para pagarse los gastos. El hogar que Jim le ofreció había sido un maravilloso escape de las realidades de vivir como huérfano. Broken Spur era su casa ahora, y el banco la embargaría en cuestión de semanas. La idea era deprimente. Fenn había tenido la oportunidad de salvarla esta noche y la había desperdiciado.
—¿Callie? —preguntó, abriendo los ojos de nuevo.
—¿Sí? —ella lo estaba mirando, con ojos llenos de adoración y amor adolescente. Él había intentado ignorarlo, pero sabía que ella lo adoraba. Era una pena que él no sintiera lo mismo.
—Lamento no haber podido conseguir el dinero. Le prometí a Jim que lo haría —se le formó un nudo en la garganta. Sus ojos ardían y parpadeó con fuerza varias veces. ¿Qué era lo que Jim solía decir? Los vaqueros nunca lloraban. Era curioso, Jim estaba más cerca de ser su padre que Lewis, el verdadero padre de Fenn, el hombre misterioso que había hablado poco y los había mantenido vestidos y alimentados con trabajos ocasionales por la ciudad durante cinco años antes de morir.
Callie intentó sonreírle, pero la sonrisa se marchitó en la comisura de sus labios.
—No era tu trabajo salvar el rancho. No te culpes. Papá y yo encontraremos una solución. Quizá todavía podamos modificar el préstamo. He estado intentando completar el papeleo. Todavía hay esperanza.
Esperanza. A Fenn no le gustaba la esperanza. Era una emoción variable que a menudo no daba resultados. Sí, él no apostaría por la esperanza en un futuro. No sólo eso, sino que cada vez que pensaba en ello, la simple idea de la esperanza llenaba su corazón y su alma de una desesperación que lo consumía todo. Era una reacción instintiva que él no podía explicar, como retroceder ante una serpiente. Reaccionó sin saber por qué. Sólo sabía que nunca le confiaría nada a la esperanza. Sólo podía apostar por sí mismo.
El médico ayudó a la otra paciente a salir de la carpa y, cuando la mujer se marchó, se acercó a Fenn. Con un gruñido, consiguió incorporarse y sentarse frente al médico de mediana edad.
—He oído que Tabasco te derribó —el médico sonrió agradablemente mientras hablaba, como si conversar sobre una experiencia cercana a la muerte fuera algo completamente normal.
—Sí. Me duele el tobillo derecho —alzó el pie sin bota. El médico le levantó la pierna por la pantorrilla y luego le giró el tobillo con suavidad. Fenn resopló con dureza cuando el dolor volvió a atravesarlo.
—Se mueve de manera normal. Es un fuerte esguince —el médico cogió su pequeña tabla sujetapapeles y anotó unas cuantas cosas antes de mirar a Fenn. Luego sonrió, presionó la parte superior del bolígrafo para ocultar la punta y se lo metió en el bolsillo de la bata—. Trátalo con hielo durante los próximos días, mantenlo elevado para reducir la inflamación y… —el médico seguía sonriendo, como si le divirtiera alguna broma privada—. Nada de montar. Sé que vosotros sois el peor tipo de pacientes cuando se trata de restricciones, pero lo digo en serio. Nada de montar.
—Bien —refunfuñó Fenn. Su tobillo lesionado fue vendado firmemente con un soporte y Fenn cogió las muletas ofrecidas por el médico.
—Bien. Mañana visítame en la clínica si necesitas algo para el dolor o crees que está empeorando.
—Lo haré —prometió Fenn mientras se deslizaba fuera de la camilla, aterrizando con destreza sobre su pierna sana. Empujó el sombrero hacia la cabeza de Callie, quien se rio e inclinó el ala hacia atrás para poder ver—. Vámonos a casa —la visión de esa belleza pelirroja corriendo por la arena, con sus pequeños pies descalzos volando mientras lo salvaba y arriesgaba su maldito vida… era algo que tenía que olvidar, pero sabía que iba a pasar el resto de la noche pensando en ella y en cómo le gustaría castigarla por hacer algo tan estúpido.
¿Quién era ella? Y lo más importante, ¿por qué había arriesgado su vida para salvarlo?
El corazón de Hayden Thorne seguía latiendo con cierta fuerza, mientras su respiración era un poco superficial y sus manos seguían doliéndole por los arañazos que había recibido al saltar por encima de la barandilla para evitar la muerte. ¿De verdad había saltado a una arena para desafiar a un toro furioso? Se le escapó una risita tanto histérica al tiempo que se desplomaba en la pequeña cama doble de su habitación del motel barato en Walnut Springs, bajándose el vestido rojo por los muslos. Aún le temblaban las manos por la adrenalina.
Sí, lo había conseguido.
Había salvado la vida de Fenn Lockwood. Uno de los gemelos secuestrados a los ocho años, veinticinco años atrás. Emery, el menor de los gemelos, había escapado milagrosamente, pero nunca habló de lo que podría haberle ocurrido a su hermano Fenn. El mundo había asumido que su silencio significaba que Fenn estaba muerto. Qué equivocados habían estado. Él había estado aquí en Colorado todo este tiempo, viviendo como un ganadero. Estaba vivo. Un hecho que aún la escandalizaba y la llenaba de asombro y emoción. Llevar a Fenn a casa podía hacer mucho por él, por su familia, por su hermano. La pérdida de Fenn había devastado a mucha gente, incluido el hermano de Hayden, Wes, quien era amigo de la infancia de Fenn y Emery.
Se inclinó y se quitó los tacones Jimmy Choo. El cuero negro estaba muy desgastado. Pronto tendría que comprar otro par. Era muy probable que la multitud los hubiera estropeado durante el pánico posterior al accidente, cuando el estúpido toro había arrojado a Fenn como un saco de patatas. ¿Por qué no podía jugar al polo como su gemelo? ¿Por qué tenía que ser jinete de toros?
Dejó caer los zapatos al suelo. Seguía sin poder relajarse. Estaba demasiado nerviosa para pensar en otra cosa. Lo que quería era encontrar a Fenn y contárselo todo. Había intentado encontrarlo después de salir de la arena con la ayuda de un par de jinetes, quienes habían disfrutado mirándole el pecho antes de que ella fuera a buscar sus tacones. Incluso la habían seguido, haciendo todo tipo de comentarios que la habrían sonrojado si no tuviera otras cosas en la cabeza.
Después de encontrar sus zapatos, había vuelto a preguntar por el paradero de Fenn, quien había abandonado la arena, y le habían señalado la carpa médica. En ese momento, había estado vacía, excepto por un educado médico de mediana edad que estaba ocupado recogiendo sus suministros. Un par de risitas, una sonrisa, y ella había conseguido una decente orientación para llegar a un lugar llamado The Broken Spur, donde trabajaba Fenn.
Metió la mano en el pequeño bolsillo casi oculto de su vestido y tocó el trozo de papel en el que había garabateado las indicaciones hacia el rancho de Fenn. La residencia de Fenn en el rancho no era algo que ella hubiera compartido con su hermano mayor, Wes. Él podía intentar intimidarla tanto como quisiera para que volviera a casa, o para que se mantuviera al margen, pero a ella no le importaba. Esta era su misión y no iba a rendirse sin luchar. Quería ganarse el respeto de todos en casa.
Ser hija de una de las familias más ricas de la Costa de Oro de Long Island no era un sueño perfecto como muchos podrían pensar. Ella era un instrumento de negociación, un peón para que sus padres ganaran poder político e influencia. Era un buen partido nupcial, nada más. Quería sacudir a sus padres, hacer que abrieran los ojos y vieran que no era sólo una tonta vestida con volantes, sino una mujer que podía cambiar el mundo. Llevar a casa al chico de oro perdido podría hacerles cambiar de opinión sobre ella, y hacerlo también garantizaría que las personas que le importaban estuvieran por fin a salvo. Eso tampoco sería fácil. Alguien quería matar a Fenn Lockwood y Hayden no sólo lo llevaría a casa, sino que le salvaría la vida. Igual que había hecho esta noche; aunque no había esperado que el posible asesino de Fenn fuera un maldito toro.
Algo crujió en el lector de tarjetas de la puerta de su habitación de motel y ella se sobresaltó cuando su hermano Wes Thorne irrumpió repentinamente en la habitación.
—¿Cómo has entrado aquí? —exigió.
Él le mostró una tarjeta llave en la cara.
—Le dije al gerente que necesitaba ver cómo estabas. No era mentira. ¿Sabes en cuántos problemas te has metido? ¿Volar fuera de la isla sin decirle a nadie que venías aquí? Esto es peligroso, Hayden. Muy peligroso. Fenn es el blanco —su hermano estaba tan tenso que podía sentir las olas de tensión brotando de él. Ella sabía en qué medida lo había afectado la noticia de que su amigo de la infancia estaba vivo, después de haber sido dado por muerto durante veinticinco años. Fue un shock para su sistema, y se notaba en sus nervios alterados—. Será mejor que reserves el primer vuelo que salga de aquí mañana temprano. No te quiero cerca de él.
Hayden ladeó la cabeza y frunció el ceño.
—Me quedaré, Wes. Esto es importante para mí. Tenemos que decirle quién es en realidad —se sentó en el borde de la cama del motel barato y observó a Wes caminar por la alfombra gris.
Aún llevaba puesto su costoso traje Hugo Boss de una reunión de negocios a la que había asistido ese mismo día antes de coger un vuelo desde Long Island. Hayden llevaba su vestido corto rojo Valentino. Ninguno de los dos iba vestido para un viaje inesperado a un pequeño pueblo de Colorado. Pero allí estaban, ataviados impecablemente y discutiendo sobre cómo salvar a Fenn Smith, o mejor dicho, a Fenn Lockwood.
Wes detuvo sus pasos nerviosos y deslizó una mano por su pelo pelirrojo. Eran muy parecidos, pero Hayden era de piel clara y Wes tenía un bronceado ligeramente dorado que ella envidiaba.
—Has jodido esto, Hayden. Ni siquiera deberías estar aquí. Emery me envió aquí para encontrar a su hermano, no a ti. Ni siquiera conoces a Fenn. Diablos, desapareció dos años antes de que nacieras. Si recuerda a alguien, será a mí. Yo debería ir a verlo y explicarle todo lo que ha pasado.
Hayden cruzó los brazos sobre el pecho y fulminó a su hermano con la mirada. A veces era todo un imbécil. Él tenía treinta y tres años y ella veintitrés, y le encantaba utilizar esos diez años que los separaban para ponerla en su lugar. Precisamente por eso había reservado el jet privado de su familia y había volado hasta aquí antes que Wes. Quería marcar la diferencia, ayudar. No había terminado sus estudios en Princeton un año antes de lo previsto y obtenido un máster en administración de empresas sólo por diversión. No iba a convertirse en una esposa de trofeo glorificada. No. Tenía otros planes, y empezaban con llevar a Fenn Lockwood a casa, a Long Island.
Wes abrió la boca como para seguir reprendiéndola, pero se vio interrumpido por el zumbido de su móvil. Lo sacó del bolsillo del pantalón y contestó.
—¿Royce? ¿Qué pasa? Estoy en medio de algo… —sus ojos se desviaron hacia ella y siguió frunciendo el ceño—. ¿Qué? —su rostro palideció y se recostó contra la pared, escuchando lo que fuera que Royce estuviera diciendo. Royce Devereaux era uno de los mejores amigos de Wes. Wes, Royce, Emery y Fenn habían sido inseparables de niños.
—¿Qué pasa? —susurró Hayden mientras se levantaba de la cama. Su corazón, que apenas había empezado a ralentizarse, comenzó a latir con fuerza contra sus costillas, casi magullándolas.
Su hermano no la miró mientras hablaba.
—¿En el hospital? ¿Cuándo sabremos algo? —permaneció en silencio un segundo, luego asintió para sí mismo y suspiró—. Llámame cuando tengas noticias.
¿Hospital? El cuerpo de Hayden se puso rígido. Algo debió haberle ocurrido a Emery, o a Sophie, la mujer de la que Emery acababa de enamorarse, la mujer que lo había ayudado a descubrir que Fenn no estaba muerto. Sophie era una amiga, una buena amiga. Hayden intentó tragarse el nudo en la garganta. Por favor, que no sea ninguno de los dos.
Pareció estar a punto de colgar antes de frotarse los ojos.
—Sí. Lo vi. Desde lejos. Casi se mata cuando un toro lo derribó —soltó una risita—. Supongo que algunas cosas nunca cambian. Me reportaré mañana si no tengo noticias tuyas primero —Wes terminó la llamada y la miró. Toda su ira había desaparecido.
Una inquietud aterradora se instaló en el estómago de Hayden. Algo iba realmente mal; podía notarlo por la expresión de su cara.
—Wes… —casi gritó, pero se detuvo. Tal vez era algo que ella no podía soportar.
—El asesino entró en acción esta noche. Secuestró a Sophie en una fiesta e hizo que Emery y su guardaespaldas Hans fueran tras ellos. Emery disparó al bastardo, pero Sophie está… bueno, está en mal estado. Royce dijo que recibió puñaladas y disparos durante la batalla. Acaban de llegar al hospital. Sophie está en cirugía.
El mundo se cerró alrededor de Hayden y extendió una mano para sujetarse contra la pared antes de caer. La situación ya había sido bastante mala unos días antes, cuando el amigo de Emery y hacker, Cody Larsen, había sido secuestrado y golpeado hasta casi perder la vida por Antonio D'Angelo, el asesino empeñado en matar a Emery.
—¡Oh, Dios mío!
Wes la envolvió en sus brazos; el hermano protector en él estaba aparentemente venciendo a la irritación que solía mostrarle.
—Todo va a salir bien. Sophie es fuerte. Se recuperará.
—Todo es culpa mía, Wes. Yo la metí en The Gilded Cuff. Si no lo hubiera hecho, ella nunca habría conocido a Emery, y no estaría… —muriendo. La palabra la ahogó. Enterró la cara contra su pecho. La culpa y el miedo por Sophie la golpearon como un tren, sin freno, sólo devastación y dolor cegador.
—Shhh. Sé que las cosas van a salir bien —parecía muy seguro, pero para eso estaban los hermanos mayores. Te convencían de que las cosas irían bien. Sin embargo, por mucho que quisiera creerle, ya no era una niña pequeña y conocía la oscuridad del mundo.
Le dio unas palmaditas en la espalda y la soltó. Hayden volvió a tumbarse en la cama, respirando entrecortadamente mientras luchaba por concentrarse, por calmarse. Una crisis nerviosa en este momento no le haría ningún bien ni a Sophie ni a Emery.
—Necesito hacer unas llamadas. Estaré en mi habitación de al lado. No vayas a ninguna parte —Wes sacó su elegante móvil negro y marcó un número mientras se dirigía a la puerta. Ambos se habían alojado en el único motel con habitaciones disponibles. Al volar hasta aquí, ella no había pensado dónde pasaría la noche. Después de encontrarse con Wes en el estadio, él había llamado al motel y reservado habitaciones para una sola noche. Mañana la ciudad se vaciaría de turistas y los mejores hoteles tendrían habitaciones disponibles. Sin duda, un alojamiento con más clase sería mejor para ella. Tal vez era una mujer independiente y educada, pero también le gustaban las cosas alegantes de la vida. No era aficionada a las actividades al aire libre. Su hermano salió dando un portazo, aunque a ella no le importó. Podía enfadarse todo lo que quisiera. Ella lo había vencido limpiamente. Sus hombros cayeron y exhaló un suspiro de alivio.
Sophie estaba herida. Su amiga estaba en el hospital por su culpa. Esto tenía que detenerse. No podía permitir que otro ser querido resultara herido solo porque alguien quería matar a los gemelos Lockwood. Iba a averiguar quién estaba detrás de esto y le pondría fin.
Una sonrisa curvó sus labios. Wes estaba ocupado hablando por el móvil en la otra habitación. Ella podía escabullirse hasta su coche de alquiler y conducir al rancho esta noche sin que él supiera que se había marchado. Después de oír la situación de Sophie, era imposible quedarse quieta. Se colocó sus tacones altos y cogió las llaves del coche situadas encima del viejo televisor en forma de caja. De un rápido tirón, se bajó el dobladillo del vestido rojo por los muslos. No era el atuendo ideal para este viaje, pero se había marchado en medio del cóctel al enterarse del posible paradero de Fenn. Apenas había tenido tiempo de meter unas cuantas cosas en una bolsa antes de precipitarse al aeropuerto y alcanzar su vuelo.
El aparcamiento del motel estaba silencioso y oscuro. Sólo un par de rayos de luz escapaban de las cortinas parcialmente cerradas de algunas habitaciones. Sobre la entrada del aparcamiento colgaba un letrero luminoso de neón en el que se leía “Madriguera de Conejo”. Dos orejas de conejo rosas parpadeaban sobre el nombre del motel, las cuales le recordaban vagamente a un dibujo animado de Bugs Bunny. Hayden inclinó la cabeza hacia atrás, contemplando la aterciopelada extensión del cielo. Un millar de estrellas parpadeaban y centelleaban como diamantes arrojados a un abismo. Su brillo desafiante reforzaba su propia determinación.
El nuevo Jeep Wrangler negro que había alquilado para una semana era una belleza, aunque no se pareciera en nada a los coches que había en casa. Allí todos conducían Audis, Jaguars, Aston Martin y Mercedes. Había elegido el Jeep porque era práctico, pero también de aspecto rudo. Subió al coche y arrancó el motor. Mientras seguía las instrucciones dadas por el médico, repasó una y otra vez su discurso, intentando hacerlo lo mejor posible. Supuestamente, Fenn no recordaba nada de su pasado, ni de su verdadera familia. ¿Cómo podía siquiera empezar a decirle a un hombre que durante los últimos veinticinco años había estado viviendo una mentira? No era un torero nativo del estado de Colorado. Era Fenn Lockwood, uno de los dos herederos de una gran fortuna. Probablemente se convertiría en copropietario de Industrias Lockwood junto con su hermano y su padre en cuanto regresara a su casa en Long Island. Toda su vida estaba a punto de cambiar drásticamente. No había palabras para abarcar todo eso.
La persona que debía estar aquí era Emery. Hayden había oído que los gemelos tenían conexiones profundas. Tenía sentido que Emery debiera haber sido el primero en llegar a Fenn, pero ella sabía que Emery no dejaría a Sophie, no mientras estaba luchando por su vida en el hospital.
Toda la historia de cómo Sophie y Emery se habían conocido era un poco loca, para ser sinceros. Sophie, una reportera de investigación, había aparecido en Long Island preguntando por Emery y queriendo entrevistarlo por ser el único superviviente del famoso secuestro de los Lockwood. Hayden se había topado con ella en una librería local donde Sophie había estado intentando encontrar algunos libros sobre la familia Lockwood y el secuestro, y habían empezado a hablar de sus novelas románticas favoritas e inmediatamente se habían hecho amigas. Sophie había confesado su plan de intentar conocer a Emery. Hayden, incapaz de resistir la tentación de irritar al mejor amigo de su hermano mayor, le había dado a Sophie una forma de conocerlo y obtener su historia. Había intuido que Sophie podría ser buena para Emery y podría ayudarlo a dejar atrás sus hábitos de reclusión y conseguir que volviera a vivir. Hayden no se había equivocado.
Por supuesto, nadie, especialmente Hayden, había esperado que Sophie descubriera que Fenn estaba vivo. Sophie y Cody, el genio informático amigo de Emery, habían descubierto que Fenn no había muerto hacía tantos años. Habían hackeado el ordenador de un asesino a sueldo y habían encontrado toda la información sobre la vida de Fenn en Colorado. De alguna manera, él había acabado en Walnut Springs y aparentemente no recordaba nada de su vida pasada.
A excepción del círculo íntimo de Emery, todo el mundo seguía creyendo que Fenn estaba muerto. Sophie había querido una historia única; no por la fama que le traería, sino por la esperanza de que la ayudaría a lidiar con su propio dolor por haber perdido a una amiga a manos de un depredador sexual cuando era niña.
Sophie le había explicado a Hayden por qué quería escribir el artículo y cómo se había propuesto resolver el misterio del secuestro, ya que los culpables nunca fueron detenidos. Hayden le había entregado a Sophie un pase para The Gilded Cuff, un club privado de BDSM donde Emery pasaba gran parte de su tiempo libre.
Hayden era socia del club y estaba registrada como sumisa; aunque ninguno de los doms del club parecía creerlo. Amaba la emoción de que un hombre la dominara, pero nunca se atrevía a cederles todo el control. Los emparejamientos solían acabar mal. Ella recibía unos azotes muy fuertes, pero no obtenía ningún placer, y el dom no se excitaba con sus intentos descarados de ganarse esos azotes.
Hayden siempre sentía que estaba a punto de conseguir algo increíble, algo que le cambiaría la vida, cuando entraba en el club cada noche, pero salía sintiéndose vacía, sola e insatisfecha. Aria, una de las domis del club, le había dicho una noche que no había encontrado al dom adecuado, que algunas mujeres no podían entregarse a cualquiera. Aun sabiéndolo, Hayden intentaba noche tras noche encontrar esa pasión, esa chispa que la llevara al límite de un placer nunca experimentado. ¿Qué era lo que decía la gente sobre hacer algo una y otra vez de la misma manera, pero esperando un resultado diferente? Cada noche su frustración y su desesperación aumentaban. Una noche, cuando le había sugerido a Sophie ir al club como invitada, ella misma se había permitido la noche libre y se había quedado en casa, viendo repeticiones de películas de Jane Austen y comiendo helado. Sí, no era algo de lo que estuviera orgullosa, pero no era perfecta y nunca había pretendido serlo. Al menos había sabido que Sophie podría encontrarse con Emery esa noche, y las cosas habían salido a la perfección.
The Gilded Cuff era el único lugar donde alguien podía tener acceso a Emery. El hombre había vivido como un verdadero recluso desde el secuestro. Necesitaba que su mundo fuera sacudido. Había pasado veinticinco años escondiéndose, herido y sufriendo solo. Hayden sabía que había llegado el momento de que él siguiera adelante con su vida. Ella había sabido desde el principio el tipo de persona que era Sophie: amable, compasiva, una guerrera de la justicia y la mujer adecuada para derribar los muros de Emery. Hayden consideraba su papel como instigadora de su relación y lo veía como un éxito ganado, ya que ahora los dos estaban tan unidos como un par de tortolitos.
De pronto, el camino de cemento frente a Hayden se desvaneció en un sendero de tierra rocosa bordeado de altos pinos. Era un poco inquietante conducir en la más absoluta oscuridad. Los dos faros de su Jeep se abrieron paso a través de la penumbra. Según las indicaciones, el rancho debía estar a tres o dos kilómetros. De momento, sólo veía frondosos bosques a su alrededor, con los árboles acercándose a la carretera como oscuros fantasmas. De vez en cuando, una rama se extendía demasiado por el camino y golpeaba el parabrisas del Jeep, y entonces el corazón de Hayden saltaba a su garganta y se sacudía en su asiento.
Tal vez hacer esto en mitad de la noche no es lo más inteligente, la reprendió su voz interior. Así es como mueren las mujeres en las películas de terror.
Eso era lo último que necesitaba ser: la chica que se dejaba matar por un espeluznante asesino en serie que salía de entre los arbustos. Pisó el pedal del freno, redujo la velocidad y sorteó la carretera mientras serpenteaba hacia la izquierda. Unos instantes después, el bosque se volvió más denso y el bosque empezó a disminuir y una vasta extensión vacía de campos cercados se extendió ante ella. En la oscuridad, apenas pudo distinguir una señal de hierro forjado colocada en un arco sobre un estrecho camino que separaba dos campos.
The Broken Spur. Gracias a Dios, lo había encontrado.
Más adelante, a unos cuatrocientos metros, había un hermoso rancho de dos niveles enclavado entre dos extensos campos. Hecho de madera roja oscura y escarpadas piedras grises, la luz brillaba a través de un par de ventanas en el segundo piso a través de cortinas ligeramente abiertas. Lucía cálido y acogedor, muy distinto de la elegancia helada de las mansiones en casa. Era más bien masculino y rudo, como un hombre alto con sombrero de vaquero y jeans; parecía sexy y tentador al mismo tiempo. El porche tenía sillas acolchadas y lugares para apoyar los pies y relajarse.
Formas oscuras se movían en los campos junto al Jeep mientras Hayden se dirigía hacia la casa del rancho. Probablemente ganado. Esperaba que fuera ganado; de lo contrario, esto podría acabar siendo una película de terror.
Se maldijo por haber visto ese maratón de películas de zombis el fin de semana anterior y por haber comido un envase entero de helado. Pero, en su defensa, había sido rechazada por otro dom en The Gilded Cuff y eso lo había empeorado todo. Cada vez había menos doms dispuestos a aceptarla ahora que había establecido un historial de sumisa agresiva y bocana. El fin de semana pasado, había pasado toda la noche postrada ante una de las zonas principales donde se reunían los doms no comprometidos, con la esperanza de que uno de ellos se interesara por ella.
Hora tras hora, había visto a otras sums ser seleccionadas y llevadas con cadenas plateadas a experimentar placer, dejándola sola. Normalmente no se permitía una ronda de autocompasión, pero esa noche se había sentido y lucido como un cachorro maltratado. Eso dolía. No ser elegida una y otra vez. No tenía nada que ver con su aspecto y todo que ver con ella. En el brillante mundo de sus padres, sólo era valorada por su aspecto y su linaje social. Eso debería haber sido diferente en el club. Los doms deberían apreciar su belleza, pero también valorarla a ella y a la naturaleza sumisa que llevaba dentro. Sin embargo, nadie la había querido. Incluso había oído a algunos doms hablar de ella.
—No te acerques a esa, siempre intenta dar órdenes —había sido uno de los muchos comentarios que demostraban que era un fracaso en una de las cosas que le importaban. La autosuperación era gélida y parecía ahogarla por dentro con su terrible peso. Tenía que hacer algo bien, tenía que tener éxito o se volvería loca. Devolver a Fenn iba a ser la única cosa que haría bien.
Hayden aparcó delante de la casa, junto a una vieja camioneta roja, y cruzó con cuidado el jardín. Aparte de las luces de la casa y las estrellas en lo alto, estaba lo suficientemente oscuro como para que pudiera caer fácilmente en un agujero si no tenía cuidado. Caminar con tacones de aguja sobre la hierba era un campo de minas para cualquier mujer. La forma en que se hundían en el suelo, se enganchaban en las cosas y la hacían tropezar era una trampa mortal. Sólo llevaba tacones cuando sabía que no iba a caminar mucho. Obviamente, rescatar a Fenn hoy no había formado parte de su plan.
Nota para mí misma: Elegir un calzado más adecuado para las misiones de rescate.
Una luz se encendió a la izquierda de la casa, y ella giró la cabeza en su dirección. Un viejo remolque plateado estaba aparcado a unos veintidós metros de la casa. Las cortinas fueron apartadas unos centímetros, y Hayden vislumbró el rostro de Fenn cuando éste apareció temporalmente antes de volver a desaparecer.
Hayden abandonó el plan de llamar a la puerta de la casa, bajó los escalones y se dirigió hacia la pequeña caravana. Golpeó la puerta con los nudillos. Un ladrido y un gruñido llegaron del otro lado de la puerta.
—Silencio, Coda, cariño —murmuró una voz grave y suave.
Unas pisadas arrastradas la hicieron retroceder unos metros ante la posibilidad de que Fenn decidiera abrir la puerta de par en par.
—¿Callie? ¿Eres tú? Vuelve a la cama. Estoy bien —exclamó Fenn.
¿Callie? Un destello de celos hizo que Hayden se enfadara, más consigo misma que con la misteriosa Callie. No tenía derecho a estar celosa. Fenn no era suyo. Demonios, tenía que tener novia. Un hombre que lucía muy bien en jeans tenía que tener novia. Había bastado una mirada suya después de salvarlo en la arena para saber que ella estaba en problemas. Tenía los mismos rasgos cincelados y divinos que su hermano Emery, con hombros anchos, piernas esbeltas y esa pura gracia masculina en cada movimiento que hacía. Incluso cuando cojeaba, el hombre era atractivo.
Emery y él eran gemelos idénticos; extrañamente idénticos, lo que la sorprendía, considerando que habían crecido separados. Aunque siempre había apreciado la belleza de Emery, nunca le había debilitado las rodillas. Pero Fenn sí. Un ceño fruncido esta noche había sido como un puñetazo en el estómago. Su cuerpo se había ruborizado y humedecido. Con sólo una mirada. Así debía afectar un dom a una sum. Por primera vez en su vida, Hayden comprendió finalmente cómo las otras sums del club se habían sentido tan afectadas cuando sus doms las abordaban con esa mirada. Fenn tenía esa mirada perfeccionada. Era un dom natural, por la forma en que había controlado al toro y la mirada abrasadora que le había dirigido; una mirada que prometía venganza. No pudo evitar preguntarse si en la pequeña y tranquila ciudad de Walnut Springs había algún club de BDSM; y si lo había, ¿él era miembro?
La puerta de la caravana se abrió solo un poco. La luz se abrió paso y la golpeó directamente en la cara.
—Callie… —Fenn la miró, con su largo pelo dorado despeinado y cayéndole sobre los ojos. De nuevo, esa traicionera punzada de decepción y el aguijón del rechazo golpearon a Hayden. Quienquiera que fuera Callie, era una chica afortunada. ¿Alguien querría estar con ella? Sólo con ella; ¿no por el dinero o la influencia de sus padres, sino porque realmente la querían a ella y sólo a ella?
De entre sus piernas, un perro; un husky, gruñó suavemente, enseñando sus blancos dientes. ¿Era Coda? Hayden entrecerró los ojos contra el brillo de las luces interiores de la caravana. Él abrió más la puerta, revelando que sólo llevaba puestos unos jeans. La visión de su musculoso pecho la distrajo. Su mirada siguió el rastro de vello dorado claro que le cubría el estómago, descendiendo desde el ombligo y desapareciendo bajo la cintura.
—Tú no eres Callie —sus palabras eran un poco suaves, no arrastradas, pero casi. El intenso olor a whisky se aferraba a él; el aroma no era abrumador, más bien lo suficiente para atraerla. ¿Estaba borracho? Eso explicaría su forma de hablar. Se inclinó un poco hacia adelante, mirándola con abierta curiosidad. En sus ojos había un destello de interés sexual que la hizo sentirse pequeña y delicada. La repentina sonrisa que se dibujó en su rostro acompañó al destello de reconocimiento en sus ojos—. Vaya, pero si es la señorita Vestido Rojo —la desconfianza salvaje y la tensión de su cuerpo parecieron suavizarse en una pose masculina de relajación mientras apoyaba un hombro en la puerta de la caravana.
¿Señorita Vestido Rojo? ¿Estaba bromeando?
—Soy Hayden. ¿Hayden Thorne?
¿Recordaría su apellido? Wes y él habían sido amigos desde que aprendieron a caminar, antes del secuestro. ¿Los recuerdos de esos primeros años se habrían desvanecido por completo, de modo que ni siquiera su apellido despertaría su memoria?
Fenn sonrió de manera perversa.
—¿Me estás preguntando? ¿O es que no sabes cómo te llamas, cariño?
¿Cariño? Ella frunció el ceño y cerró los puños contra sus costados.
—No soy tu cariño —aunque le gustó cómo lo dijo, hizo que su interior ardiera con interés femenino. En el pasado, había estado rodeada de doms que se comportaban con un poder silencioso; esos eran los doms más experimentados. Los doms más jóvenes tendían a pavonearse y adoptar poses, sin entender realmente que la arrogancia y el engreimiento no eran necesarios para la base de control y poder de un dom. Pero Fenn era diferente. Era atrevido, insolente y dominante de una forma que Hayden no esperaba. Ni en un millón de años habría pensado que la arrogancia la atraería, y este hombre poseía esa característica con creces. Todo su cuerpo respondió a él y a su actitud porque prometía sexo caliente y duro sobre la superficie plana más cercana, del tipo que la mantendría dolorida de una forma deliciosa durante días. Santo cielo… ¡Concéntrate! Luchó por retomar la tarea que la había traído hasta su puerta.
—Fenn. Tengo que hablar contigo.
Sus ojos se abrieron más. Eran del mismo tono que los de Emery, avellana con motas verdes que bailaban y brillaban y hacían soñar a una chica con dedicar horas a contarlas. Eran hipnotizantes y, por un momento, perdió el hilo de sus pensamientos, algo que rara vez ocurría.
—Desde que pasaste corriendo junto a mí en la arena esta noche, esperaba que encontraras el camino hasta mi casa —deslizó una mano por su frente y se apartó el pelo que le había cubierto brevemente los ojos. Una barba incipiente ligeramente castaña le ensombrecía la mandíbula, y su corazón dio un vuelco al preguntarse cómo se sentiría en contacto con su piel. ¿A ella le gustaría el ardor? El hombre tenía un aspecto tan delicioso, tan peligroso. Venir aquí por la noche mientras estaba borracho podría haber sido una idea terrible…
—Por favor Fenn, realmente necesitamos hablar. ¿Puedo entrar un momento? —dio un paso adelante. Coda gimió suavemente entre sus piernas. Sus ojos azules eran brillantes y pálidos como glaciares. Su aspecto era extrañamente más… lobuno, con orejas de punta oscura y abundante pelaje alrededor del cuello en lugar de la cresta recortada de un husky. Su nariz era completamente blanca, y esa zona blanca se extendía hasta enmarcar sus ojos en forma de corazón. Era una criatura preciosa.
Una sonrisa muy sexy curvó los labios de Fenn.
—Claro, pasa, cariño.
—Eh, gracias —la forma en que dijo cariño esta vez se sintió mucho más como una advertencia.
Fenn retrocedió y le permitió subir a la caravana. El husky retrocedió también, todavía mirando alrededor de las rodillas de su amo, con las orejas hacia atrás, pero ya no gruñía. Hayden soltó un suspiro que no se había dado cuenta de que había estado conteniendo. Estaba claro que el perro ya no la consideraba una amenaza.
A Hayden le encantaban los animales, pero sus padres nunca le habían permitido tener una mascota. Arruinaban las casas elegantes, al menos según su madre. Por lo tanto, nunca había pasado mucho tiempo rodeada de perros, especialmente ninguno como Coda, que parecía un lobo… uno que podría comérsela.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó Fenn mientras cerraba la puerta tras ella.
Una pila de botellas vacías ensuciaba la pequeña encimera junto al fregadero.
—No, gracias. Creo que ya has bebido bastante por los dos —murmuró ella.
—Es probable que tengas razón —suspiró y se alzó los jeans por el lado izquierdo para mostrar un tobillo fuertemente vendado—. Duele mucho —explicó con un brusco asentimiento hacia las cervezas y la botella de whisky parcialmente llena—. Entonces, ¿qué puedo hacer por ti, señorita Vestido Rojo? —le dedicó una mirada lasciva, pero ella capturó el más leve indicio de burla en su mirada.
—Hayden. Por favor, llámame Hayden —intentó pasar junto a él, pero los estrechos espacios de la caravana no le permitieron hacerlo sin estrechar completamente su cuerpo contra el de él. Al hacerlo, ella tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás. Tenía la misma altura que su gemelo, 1,90 m, sin problemas.
—Hayden —murmuró él, posando una de sus manos en la cadera de ella. Su gran palma la estrujó ligeramente mientras ella se retorcía, resistiendo el contacto invasivo. Era sensible a las cosquillas. Cuando él la tocó allí, Hayden se estremeció cuando un rayo de excitación se disparó desde la punta de sus pechos hasta la zona entre sus muslos.
El rápido movimiento de sus caderas provocó un cambio repentino en él. Sus ojos se oscurecieron y sus labios se entreabrieron mientras respiraba hondo y su agarre se intensificaba. Fenn presionó su cuerpo contra el de ella, inmovilizándola contra la nevera a sus espaldas.
Atrapada. Estaba atrapada y era lo más erótico que había experimentado en su vida. Nada en The Gilded Cuff la había hecho sentir así… ruborizada y demasiado consciente de sí misma y de la proximidad del hombre. Instintivamente, intentó esquivarlo y escapar. Pero no había escapatoria.
—¿Adónde vas? Creía que eso era lo que querías. Una conejita vaquera en busca de una buena foll…
¡Crack! Antes de pensárselo dos veces, Hayden lo abofeteó con fuerza y la cabeza de Fenn se movió bruscamente hacia un lado. No se apartó, sólo volvió la cara hacia la de ella. Tenía una marca en forma de mano en la mejilla. Él se tocó la zona herida, y la intensidad de su mirada la atravesó.
Guau. Hayden no era violenta cuando se enfadaba, pero insinuar que ella… oh sí, abofetearlo era la reacción apropiada. Tal vez frecuentaba un club BDSM, tal vez hacía algunas escenas con doms, pero rara vez llegaba hasta el final con esos hombres. No se acostaba con cualquiera. Cuando se acostaba con un hombre, quería una conexión más profunda. Que él la llamara… ¿cómo era? ¿Conejita vaquera? Su visión se tiñó de rojo mientras consideraba seriamente volver a abofetearlo.
—¿Así es como quieres jugar? —sus labios se endurecieron.
Mientras hablaba, extendió la mano y le rodeó la garganta, sin oprimirla, pero el agarre posesivo era totalmente dominante. Pequeños destellos de excitación se agitaron en su vientre y un escalofrío la recorrió. La suave dominación despertó el deseo entre sus muslos. Hayden intentó retroceder, pero no pudo. Él debió haber notado su necesidad de resistirse porque se inclinó sobre ella, recordándole lo alto que era. Todo su cuerpo se calentó y se excitó ante su silenciosa demostración de poder. Era imposible no imaginarlo dominándola por completo: la forma en que podría inmovilizarla sobre la cama, sus musculosos brazos entrelazándose con los de ella mientras la mantenía cautiva debajo de él. Sometida para su placer y el de ella. Era un dominante nato. Era evidente en cada mirada, en la flexión de sus músculos, en la forma en que la miraba, como si no sólo pudiera leer su mente, sino vislumbrar su alma. Otra cosa que él y su gemelo aparentemente compartían. Instintos de macho alfa dominante. Hayden era una sumisa, pero aún no había encontrado un dominante que pudiera conquistarla y hacer que realmente quisiera someterse. La forma en que Fenn la miraba, como si estuviera furioso y a la vez excitado, ¿y el suave agarre en su garganta? ¿Y si él desataba todo ese control sobre ella? Era suficiente para marearla.
—Me has salvado la vida esta noche. ¿No estás interesada en un agradecimiento? —esa sonrisa diabólica le debilitó las rodillas. ¿Cuántas mujeres habían caído presas de esa sonrisa que prometía excesivas e interminables horas de placer? Él deslizó el pulgar por su barbilla mientras la estudiaba. Sus ojos prometían tanta pasión que, por un momento, Hayden sólo pudo contemplar lo que él haría con ella. Luego recuperó el control de sí misma y recordó su misión.
—Tenemos que hablar —le empujó el pecho, pero él no se movió.
—Habla, cariño, si quieres hablar, pero antes me gustaría darte las gracias como es debido.
—No necesitas hacer eso…
Él bajó la cabeza y capturó su boca.
Una explosión de sabor golpeó su cabeza y cada hueso de su cuerpo comenzó a arder. Su boca era caliente y feroz mientras la besaba salvajemente. Nunca había creído a ninguna de sus amigas cuando decían que el beso de un hombre podía hacer eso, pero aquí estaba ella, extasiada en el diminuto espacio de la cocina de una caravana mientras el gemelo Lockwood, que llevaba mucho tiempo perdido, trastornaba todo su mundo con un beso. Hayden suspiró contra sus labios. Un beso no haría daño, ¿verdad? Podrían hablar… después.
