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La obra se inserta dentro de una historia investigativa con aciertos importantes, sobre todo en lo que a la historia de la salud pública se refiere. Heredero de una rica tradición de historiadores de la medicina en Cuba, provenientes en su inmensa mayoría de las ciencias médicas, Beldarraín pone a disposición de los lectores una obra de madurez profesional, síntesis de un prolífico bregar del autor por los senderos de la historia de la ciencia, y en especial de la medicina y su evolución progresiva en el marco epidemiológico cubano.
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Seitenzahl: 736
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Diseño de cubierta: Daniel Alejandro Delgado López
Diseño original: Yadyra Rodríguez Gómez
Realización de imágenes: Yuleidis Fernández Lago
Corrección: Lic. Carlos Andino Rodríguez
Emplane digital: Madeline Martí del Sol Conversión a ebook: Amarelis González La O
© Enrique Beldarraín Chaple, 2019
© Sobre la presente edición:
Editorial Científico-Técnica, 2020
ISBN: 9789590512025
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial Científico-Técnica
Calle 14 no. 4104, e/ 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba
www.nuevomilenio.cult.cu
A Belkis
A Enrique Jr.
Agradecimientos
Deseo presentar mis agradecimientos más sinceros a los profesores José López Sánchez y Gregorio Delgado García por las orientaciones, los consejos y la sabiduría que siempre me han ofrecido para este y todos mis trabajos. Al gran amigo y colaborador licenciado José Antonio López Espinosa (Tony), por sus sugerencias y la revisión del manuscrito.
A los amigos Daniel Álvarez Durán y Abel Sierra por la lectura, revisión y comentarios de partes del manuscrito, relacionados fundamentalmente con la historia de Cuba.
Prólogo
Desde las dos últimas décadas de la pasada centuria el tema de las enfermedades comenzó a experimentar un desarrollo apreciable en la historiografía latinoamericana. Un dinamismo en modo alguno constreñido al incremento de publicaciones, sino relacionado también con la ampliación de los contenidos y enfoques de lo que ha dado en llamarse la “nueva historia de la medicina”.
De tal suerte, junto con las biografías de renombrados facultativos de las más diversas ramas de la medicina y las tradicionales historias institucionales, se perfilan otros planteamientos que trascienden la mera recolección de datos acerca de ciertos padecimientos y tragedias humanos, así como de las acciones médico-sanitarias para su enfrentamiento. Las nuevas miradas historiográficas conciben interconectadas las enfermedades en su complejidad biológica y social, con prácticas discursivas, políticas públicas, tecnologías y valores e identidades culturales de cada pueblo y nación.
El libro Epidemias y sociedad, de Enrique Beldarraín Chaple, se inserta dentro de esta nueva historia con aciertos importantes, sobre todo en lo que a la historia de la salud pública se refiere. Heredero de una rica tradición de historiadores de la medicina en Cuba, provenientes en su inmensa mayoría de las ciencias médicas, Beldarraín pone a disposición de los lectores una obra de madurez profesional, síntesis de un prolífico bregar del autor por los senderos de la historia de la ciencia, y en especial de la medicina.
Impresiona, en primer lugar, el vasto material documental recopilado y procesado por el autor relativo a las epidemias que azotaron a Cuba, en particular sobre el cólera, la más devastadora de las plagas registrada en el siglo xix, y a la que habrá de dedicarle capítulo aparte. Destacable, asimismo, el tratamiento a figuras de renombre en el área de la bacteriología, con el lógico énfasis en el insigne científico Tomás Romay y Chacón, y junto con él, el menos conocido grupo difusor de la vacuna antivariólica, así como al papel desempeñado por instituciones de corte científico entre las que aparecen la Junta Central de la Vacuna, el Real Tribunal del Protomedicato, las Juntas Provinciales y Locales de Sanidad, las Juntas de Beneficencia y la emblemática Sociedad Económica de Amigos del País.
Cada página del libro deja entrever, más allá de las reacciones concretas de médicos e instituciones, las marcas del temor y la muerte incrustadas en los estertores de una sociedad víctima —en diferentes momentos— de los letales brotes de la fiebre amarilla, la viruela, el dengue, el cólera y el paludismo. Una historia del trauma, en modo alguno desligada de las condiciones sociales de vida de la población, sobre todo la asentada en la zona occidental de la Isla, espacio geográfico de mayor presencia en la obra. Episodios de la nostalgia y el desvelo, del drama existencial, testificados en diferentes épocas, desde las aterradoras plagas de la civilización antigua, como la peste de Atenas, documentada por el historiador Tucídides, o la mítica peste de Egina, referida por el poeta romano Ovidio en su Metamorfosis.
La propuesta de Beldarraín Chaple parte de dilucidar los modos en que fueron enfrentadas las epidemias en Cuba entre 1800 y 2000, los principales actores, proyectos y prácticas de variable alcance en el enfrentamiento a las enfermedades contagiosas. En ese empeño, el autor profundiza en un conjunto de factores que, a su entender, condicionaban los márgenes de posibilidad de eficacia en la prevención y enfrentamiento a los diferentes cuadros epidemiológicos. La actualización de los facultativos cubanos y sus posibilidades de enfrentamiento, según el conocimiento de la etiología de las epidemias, la disponibilidad de servicios de salud, la ausencia de vacunas para las enfermedades, el desconocimiento de los agentes transmisores, y la infraestructura hospitalaria, son algunas de esas condicionantes concebidas con acierto en la obra.
Es decir, la propuesta del autor no se detiene en el dato preciso, a modo de relatoría de temibles plagas y biografías de diestros galenos, sino que se extiende a las relaciones de poder entre las diversas instituciones y personas que dialogan y contienden en los contextos económicos, sociales y políticos específicos en los que emergen y se expanden las epidemias.
Cuatro focos de conflictos principales quedan tratados en la obra, a modo de articulación de las múltiples y complejas tramas de actores e ideas que confluyen e interactúan en el ámbito de las prácticas médicas: los de carácter profesional, centrados en los debates relativos a las principales teorías acerca de los temas de higiene y las causales epidemiológicas. Un segundo foco de conflicto distingue entre los saberes médicos consensuados de las ciencias y el intervencionismo de actores locales: los curanderos. En tercer lugar, las tensiones entre las estrategias de enfrentamiento a determinados fenómenos epidémicos concebidas por los facultativos, y su puesta en práctica por las autoridades competentes. Y, por último, las contradicciones entre los intereses económicos, especialmente los relacionados con el comercio, y el diseño de medidas sanitarias, al estilo de las cuarentenas.
El libro Epidemias y sociedad, muestra a las claras las potencialidades de renovación de la más tradicional historia de la medicina y de la salud pública. Tampoco es objetivo del autor agotar todas las posibilidades en cuanto a temas de estudio, si se tiene en cuenta la amplitud temporal y de contenidos que abarca la investigación. De cualquier modo, la obra sugiere la extensión del análisis hacia dimensiones más cercanas a lo que ha dado en denominarse la historia sociocultural de la enfermedad, línea esta mucho más reciente en el ámbito historiográfico y que tiene en la sociología de la historia de la medicina, cuyas bases fueron establecidas en la década del cuarenta del pasado siglo por Henry E. Sigerist, un punto de partida teórico importante.
Lejos de cualquier determinismo biologicista o economicista, así como del reducido empirismo, la lectura del libro de Beldarraín permite desbrozar nuevos caminos donde converjan el quehacer de historiadores, sociólogos, psicólogos, médicos, demógrafos, antropólogos y filólogos, múltiples miradas abiertas al diálogo creador y necesariamente fructífero. Imposible desligar el instrumental teórico de las ciencias biomédicas con los procesos históricos de medicalización y profesionalización, de diseños de dispositivos de control médico. Importante, además, comprender la infraestructura sanitaria en su relación con la calidad de vida en contextos urbanos y rurales, y la consecuente relación entre las enfermedades y las condiciones ambientales, la visión de la muerte epidémica, los comportamientos religiosos en coyunturas de epidemias, por solo citar algunos tópicos susceptibles de abordajes inter y transdisciplinarios.
Las epidemias, decía el Premio Nobel de Literatura de 1925, el escritor irlandés George Bernard Shaw, habían tenido más influencia que los Gobiernos en el devenir de las civilizaciones. Más que contraponer en jerarquía el influjo de determinados factores en el decurso histórico, el autor del libro convida a entender las enfermedades contagiosas como proceso complejo, multifactorial y de alcance que no solo redunda en los índices sociodemográfico, sino también en la legitimación de sistemas ideológicos y culturales. Desde luego que los brotes epidémicos no quedan circunscritos al pasado, a la memoria de sus letales efectos, son también historia presente y flagelos que la humanidad deberá enfrentar en los años venideros ¿Cómo han evolucionado los conocimientos acerca de las enfermedades infecciosas y su enfrentamiento en Cuba? ¿Cómo se han construido los conceptos y enfoques epistemológicos en el campo de las ciencias médica? El libro de Enrique Beldarraín avanza en la respuesta a estas y otras interrogantes.
Dr. Yoel Cordoví
Doctor en Ciencias Históricas
Preámbulo
Este libro trata de tender un puente entre las ciencias médicas y las ciencias sociales, y dar una interpretación multidisciplinaria y transdisciplinaria a la historia de la medicina. En esta historia de las enfermedades epidémicas desde la época de la colonización hasta la actualidad, no se trata de hacer una narración cronológica de las enfermedades epidémicas con las personas que enfermaron y fallecieron, sino de llevar esta información un poco más adelante, y vincularla con los efectos de las dolencias padecidas por la población de cada región —o la del país—, y su relación con los eventos históricos de esas áreas, porque muchas veces los hechos acaecidos estuvieron condicionados por la presencia de algunas afecciones. También hay que analizar la influencia o la relación de estos hechos con el desarrollo económico y social de las áreas de estudio. Esto tiene su explicación en que el despoblamiento de algunas zonas por efectos de epidemias —en los primeros años del período estudiado— influyó en el desarrollo económico de regiones como el Caribe en el siglo xvi. Posteriormente, epidemias como las de fiebre amarilla y el paludismo, también frenaron el desarrollo de estos lugares, hasta que el ingenio del hombre desarrolló medidas para controlarlas. Ejemplo de eso fue el control de la fiebre amarilla, hecho vital para poder reiniciar y terminar las obras del canal de Panamá.
Se trata, asimismo de ayudar a destacar la importancia de la Epidemiología en el estudio e interpretación de la historia en lugares como el Caribe y la América Latina, donde las enfermedades epidémicas desempeñaron un papel protagónico.
Es difícil conocer la verdadera situación epidemiológica que existía en el Caribe antes de la llegada de los españoles, porque se carece de fuentes primarias, de datos acerca de los aborígenes antillanos, aunque existen algunas obras —como las de los cronistas de Indias—, que ofrecen una información limitada. La paleopatología, ciencia que ha avanzado mucho en los últimos años indica algunos datos. En ella están cifradas esperanzas para que en el futuro se puedan llenar esas lagunas del conocimiento.
Las enfermedades y las epidemias constituyeron un factor que condicionó la vida en el Nuevo Mundo, al tiempo que determinó la dinámica del desarrollo inicial de las colonias americanas. Fueron, por ende, elementos clave en la historia de los países de la región y como tal hay que analizarlos en el contexto del desarrollo y crecimiento, en esta parte del globo terráqueo.
Otro aspecto que se debe valorar es la población inmigrante y la importancia de su composición para el panorama epidemiológico emergente de la nueva condición de los países caribeños y americanos. Primero emigraron hombres solos, en su mayoría jóvenes, con una edad promedio de 27 años. Después comenzaron a llegar hombres casados, y luego familias completas con niños incluidos, y el tipo de enfermedades que se presentaron entonces en la población fueron diferentes (según los grupos etáreos y los sexos). Ejemplos fueron las dolencias eruptivas de la infancia; la abundancia de hombres solteros, que trajo aparejada la presencia de prostitutas y de enfermedades venéreas; así como de personas de edad avanzada relacionadas con enfermedades crónicas como lepra y tuberculosis, entre otras.
La historia de América, que empezó por el Caribe, se limitó en los primeros años a la zona de La Española, Cuba y Puerto Rico. No fue hasta 1519 que partió la expedición de Hernán Cortés a la conquista de México, transcurrió un espacio de 27 años desde 1492 hasta 1519 durante los cuales el NuevoMundo se limitó a las grandes islas del Caribe. En ese lapso se desarrollaron importantes epidemias que casi despoblaron la región, que actuó como centro difusor de enfermedades hacia los territorios continentales que se empezaban a conquistar y a colonizar por el imperio español.
Otro de los aspectos interesantes a estudiar es el efecto secundario causado por las epidemias, no solo de Europa hacia América, sino también de América hacia Europa (como es el discutido y controvertido caso de la sífilis).
Este libro tiene como objetivo presentar nuevos conocimientos acerca del tema. Está estructurado con una nueva visión, a fin de que contribuya al desarrollo de la docencia, sobre todo la de postgrado, y a la investigación. Se trata de incorporar las condiciones ambientales y epidemiológicas de la isla de Cuba a los procesos históricos desde su descubrimiento y colonización. Es importante empezar la historia de las enfermedades epidémicas por Cuba, por su ubicación en el Caribe, región que fuera fuente de difusión de muchas de estas dolencias, desconocidas en el área antes del arribo de los españoles. Uno de esos males fue la viruela.
La historia de la medicina de un lugar, ya sea una región o un país, no puede ser vista como un hecho aislado, dependiente del interés de los médicos o de los estudiosos de esa ciencia, pues las enfermedades y, en particular las epidemias, están muy relacionadas con el desarrollo social e institucional de cada sitio y hay que verlas integradas al desarrollo socioeconómico. Muchas veces las enfermedades epidémicas diezman la población de muchos lugares, lo que conlleva una alteración de sus patrones demográficos, que tiene su repercusión en la economía.
En algunas partes del Nuevo Mundo las epidemias frenaron el desarrollo socio-económico por estas situaciones. Ejemplo de ello fue Cuba, azotada durante los siglos xvi y xvii por epidemias que impedían su desarrollo socioeconómico y limitaba su economía a lo que se ha llamado factoría en la primera etapa, consistente en la producción y almacenamiento de alimentos y vituallas para proveer a las flotas que venían de Europa y seguían a tierra firme. Aunque no fue una verdadera factoría como La Española, en Cuba se desarrolló la encomienda con adelantados,1 el primero de ellos fue Diego Velásquez. La explotación de las zonas primeramente colonizadas se hicieron sobre esta base, dirigida por los encomenderos y llevada a cabo por losencomendados, que eran la población aborigen, que fue la primera relación de explotación laboral en la Isla. La Corona española dirigió sus oficios hacia la creación de una colonia de poblamiento, tal vez temiendo que otras potencias se pudieran adelantar y ocupar esta isla del Caribe, e iniciaron una política de fundación de villas; en un período muy corto de tiempo —cinco años — se fundaron las primeras siete: Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa (1511), que fue la base desde donde posteriormente salieron a fundar las otras; San Salvador de Bayamo (1513); La Santísima Trinidad (1514); Santi Spíritus (1514); San Cristóbal de La Habana (1514); Santa María del Puerto Príncipe (1515) y Santiago de Cuba (1515).
Estas villas se fundaron bajo la instrucción del adelantado Diego Velásquez y su segundo al mando Pánfilo de Narváez, ese mismo año Vasco Porcallo de Figueroa —por iniciativa propia—, fuera del plan original de Velásquez estableció San Juan de los Remedios. Estas ciudades se fundaron con el objetivo de incrementar la población en esos asentamientos, a lo que siguió una segunda fase migratoria peninsular, integrada por personas y familias que venían a hacer de estas tierras su hogar permanente. En 1573 se instituyeron las ordenanzas de Cáceres, que daban organicidad y coherencia a los cabildos, que eran una estructura estatal administrativa creadas desde tiempo atrás, que fueron los autorizados —a partir de entonces— a “mercedar la tierra”,2 así surgieron los hatos y los corrales. Muchas de las leyes recogidas en este documento tuvieron vigencia hasta fines del siglo xix.
La fiebre amarilla, la viruela y el paludismo hicieron un infierno del territorio cubano. En aquellos tiempos los grandes grupos de españoles que arribaban a la Isla con el propósito de establecerse en ella, la abandonaban rápidamente, continuaban viaje hacia el continente, con lo que adoptó una condición de trampolín.
También es significativo el estudio de las epidemias en Cuba por sus relaciones comerciales con el Caribe y el resto del continente. Todo lo procedente de Europa pasaba por la Isla antes de seguir hacia la América continental; las relaciones comerciales con puertos de la Nueva España eran muy importantes, en especial con Mérida y las zonas de Yucatán, lo que explica el intercambio epidemiológico y la difusión de enfermedades.
Ya a finales del siglo xviii a la economía cubana se le llamó de plantación, y se empezó a desarrollar la industria azucarera, a la que se sumaron la agricultura, el tabaco y la ganadería que existían para la subsistencia y, para cubrir las necesidades de las flotas que cruzaban el Océano Atlántico —en ambas direcciones— y hacían parada obligada de avituallamiento.
La industria azucarera continuó su desarrollo a lo largo del siglo, el gran boom de esta industria comprendió desde 1780 hasta 1822, con lo que se convirtió la colonia en uno de los principales productores de azúcar de caña del mundo. Esto trajo consigo cambios económicos, al punto de ser la Isla una plaza floreciente, que hasta modificó su panorama social y demográfico, las ciudades crecían, los inmigrantes europeos echaron raíces en el lugar de su residencia y muchas personas se empezaron a enriquecer, todo esto repercutió en el ámbito cultural. En 1728 surgió la Real y Pontificia Universidad del Máximo Doctor San Jerónimo de La Habana; en 1720 llegó la imprenta; en 1723 vio la luz el primer impreso cubano, por cierto, relacionado con la Medicina, titulado Tarifa General de Precios de Medicinas y en 1790 comenzó a circular la prensa escrita periódica con el Papel Periódico de la Havana, que divulgaba todo tipo de noticias de carácter cultural, además de algunos artículos científicos.
La importación de esclavos de origen africano, con su secuela de inhumanidad y de trabajos forzados, se incrementó como nunca antes. Esta masa tan grande de africanos modificó, a su vez, el panorama epidemiológico del país con las enfermedades que importaron y las epidemias, que padecieron motivadas por las precarias condiciones de vida y de salud en las cuales se desenvolvieron.
El desarrollo de la industria azucarera también tuvo su repercusión ecológica, pues para sembrar grandes extensiones de caña de azúcar hubo que talar los bosques y afectar de forma irreversible toda la reserva forestal de la Isla, colmada de maderas preciosas, en un período de tiempo relativamente pequeño desapareció un porciento elevado de la superficie boscosa del país. A fines del xviii —cuando se inició el auge azucarero en la zona habanera—, los bosques cubrían 80 % del territorio y 150 años después cuando esta industria terminó de conquistar la isla —en la década del veinte del siglo pasado—, se había reducido a 15 %-20 %. Además fue necesaria la tala de árboles para usar sus maderas como fuente de energía (como leña, para atizar el fuego necesario a las calderas donde se preparaban los caldos), que después del proceso térmico terminaría en el azúcar y que, empacadas en cajas, traerían el florecimiento de la otrora colonia y sus nefastas consecuencias sobre el ecosistema insular.
Esta situación de progreso de la vida no significó que se solucionaran los problemas sanitarios, pero sí fueron mejorando las condiciones de higiene en las ciudades, aunque se mantuvieron las epidemias que atacaban al país.
Todo lo escrito hasta aquí no deja lugar para dudar la importancia del estudio de la historia de la medicina pues, si se enfoca desde una óptica multidisciplinaria, ayuda a comprender buena parte de la evolución del pensamiento del hombre y cómo este llevó a la práctica sus ideas bajo la influencia de los sistemas filosóficos, económicos, políticos y sociales del momento concreto que se estudie y del lugar que se escoja. Además, la historia de la medicina se tiene que concebir como un estudio interdisciplinario y transdisciplinario, donde se integren a la antropología, la demografía, la epidemiología, la ecología, la sociología, la economía, la política, la filosofía, la ética, las ciencias y la tecnología, así como la historia social y cultural del país o región objeto de estudio. La historia de la medicina es parte integrante del desarrollo de la sociedad.
1 Un adelantado era un oficial de la Corona castellana;que durante la Baja Edad Media; tuvo competencias judiciales y gubernativas sobre una circunscripción determinada(N. de la E.).
2 De merced (Cuba). Conceder los cabildos mercedes de tierras para la crianza de ganado. La Merced de tierra fue una institución jurídica de la Corona de Castilla, en los siglos xv y xvi, aplicada en las colonias de América, consistente en una adjudicación de predios realizada en beneficio de los vecinos de un lugar, que se realizaba como método de incentivar la colonización de las tierras conquistadas. (Enciclopedia Didáctica leecolima.Com. Mx y Concepción Aguilera, Eduardo Vázquez y Concepción Olmeda: La España donde no se ponía el sol, Ed. SARPE, Madrid, 1985).(N. de la E.).
Introducción
El tema que se desarrolla ha sido poco tratado por la historia, la medicina y la epidemiología cubanas, y se centra en el estudio de los principales brotes de enfermedades infectocontagiosas que ocurrieron en el país desde 1492 hasta 2000.
Las noticias más antiguas que se tienen sobre las epidemias en Cuba datan de la etapa posterior al arribo de los españoles a la Isla y de las fuentes documentales en las que se pueden consultar las obras de los historiadores de aquellos hechos, los llamados cronistas de Indias. Por ellos, se sabe de las primeras epidemias de viruela en los años iniciales del siglo xvi, que tuvieron una repercusión negativa en la situación demográfica de Cuba, por la afectación y la mortalidad que causó en la población nativa.
Las referencias posteriores sobre las epidemias hay que buscarlas en las actas capitulares de los cabildos o ayuntamientos de las ciudades, que eran los encargados de realizar las acciones de salud en las poblaciones de su jurisdicción cuando se presentaban estas enfermedades. También en los registros de los enterramientos de las iglesias —sitios donde se inhumaban los cadáveres de las villas y ciudades—, para constatar el aumento de la mortalidad de la población en períodos epidémicos.
Los primeros historiadores del país, en sus obras hacen referencia a estas situaciones, como son los casos de Martín Félix de Arrate y Jacobo de la Pezuela entre otros.1
Estas epidemias que han estado presentes en la vida de la Isla desde que hay constancia histórica, es decir desde poco tiempo después de 1492 hasta el presente, fueron causadas por los gérmenes, que eran desconocidos en el territorio; las costumbres diferentes; los animales no propios de la fauna autóctona, como vacunos y otros mamíferos que se integraron —como un elemento nuevo— en la vida de las pequeñas comunidades y que llegaron a vivir con los pobladores como animales domésticos: cerdos, perros, gallinas, caballos.
Esta situación introdujo nuevos elementos patógenos (bacterias, virus, parásitos) que alteraron la ecología del lugar y produjeron severas afectaciones en la población nativa, por no existir una experiencia inmunológica previa ante estos nuevos microorganismos que ocasionaron graves daños. Se sumaron, más adelante, las pésimas condiciones higiénicas que tenían estos pueblos y que se incrementaron con los años. Las ciudades de la época estaban afectadas, fundamentalmente por la contaminación de las aguas de abasto, la inexistencia de un sistema de evacuación de las basuras y desperdicios, las excretas humanas y las aguas negras que corrían por las calles, junto a la acumulación de heces de los animales que transitaban.
La situación empeoró con el inicio y la explotación de la agricultura. El cultivo de la caña y la producción de azúcar trajeron aparejada la esclavitud. Y con la introducción de africanos que trabajaban en las plantaciones azucareras, de café y algunos en el tabaco y como empleados domésticos, se sumaron una nueva avalancha de gérmenes no conocidos, además de las condiciones de vida a que fueron sometidos los esclavos: hacinamiento, mala alimentación, régimen de trabajo forzado, que promovió el desarrollo y mantenimiento de epidemias.
En las etapas de guerra por la obtención de la independencia nacional, empeoraron las condiciones de vida en general y de higiene en particular de los pueblos y las ciudades, además de las situaciones adversas de la vida en campaña y en la manigua, con dificultades en la obtención de alimentos. En estos períodos aumentaron también las epidemias, que se incrementaron por el elevado número de soldados españoles en la Isla. Los ibéricos no conocían las enfermedades tropicales, que hacían verdaderos estragos, sobre todo el paludismo y la fiebre amarilla.
Toda esta situación estaba propiciada porque en estas etapas no existió una política oficial de proteger a la población de estas enfermedades epidémicas, ni trabajo preventivo o profiláctico. Aunque hubo algunos intentos puntuales como fue la creación de la Junta Superior de Vacunación, a principios del siglo xix, posterior a la llegada de la expedición de Balmis,2 el hecho de la disolución en 1833 del Real Tribunal del Protomedicato, por ser ya en ese momento una institución obsoleta, fue sustituido por las juntas superiores de Medicina y Cirugía, la Junta Superior de Sanidad y la designación del Facultativo de la Semana. Esta situación se extendió a casi toda la primera mitad del siglo xx, salvo en los primeros años de esa centuria, que existió un meritorio trabajo de la sanidad cubana, dirigida por Carlos J. Finlay Barrés y Juan Guiteras Gener, apoyados por un pequeño grupo de colaboradores que lograron realizar una campaña de higienización de las principales ciudades y la eliminación de la fiebre amarilla en 1902 y, definitivamente del país en 1908, la peste bubónica en 1915 y la viruela en 1923.
No fue hasta las grandes transformaciones revolucionarias ocurridas a partir de 1959, que se inició un verdadero trabajo profiláctico de las enfermedades infectocontagiosas y una medicina orientada hacia la prevención, más que hacia la curación. En esta esfera se obtuvieron grandes y masivos logros, como se demostrará en el desarrollo de este libro.
La investigación se fundamentó en la búsqueda y sistematización de información dispersa sobre epidemias en el país, a partir de la revisión de investigaciones y publicaciones realizadas desde antes que se fundara la primera institución académica cubana: la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana (1861). Se trataron de forma particular la actuación de profesionales e instituciones de la salud, y las medidas tomadas para enfrentar las enfermedades epidémicas en determinados momentos de la historia de Cuba.
La importancia de este trabajo, en primer lugar, es la presentación de una historia de las enfermedades epidémicas en nuestro país, que consolida, agrupa, unifica y sintetiza la información que —por primera vez—, hasta este momento estaba dispersa en artículos, investigaciones y trabajos de tesis de grado. En segundo lugar, constituye un aporte a la docencia de pregrado en la formación humanística de los estudiantes —en general— y los de Medicina —en particular—, y a la docencia de postgrado, específicamente a las especialidades de Salud Pública. Los estudiantes de Epidemiología, Higiene y Administración de Salud, Ecología e Historia Ambiental dispondrán de un material que ayudará al desarrollo de sus estudios.
Objetivos de este libro son describir las principales epidemias en Cuba en el contexto de las condiciones económicas y sociales existentes en el país desde la llegada de los españoles (1492); estudiar la situación epidémica de la Isla durante la etapa de las guerras de independencia (1868-1898), favorecido por la enorme presencia de soldados españoles y de las acciones militares en el campo; analizar la repercusión del descubrimiento de Carlos J. Finlay Barrés, la elaboración de su teoría, así como los resultados de su aplicación en el análisis y control de enfermedades transmisibles; argumentar y evaluar los resultados de las medidas de control aplicadas sobre enfermedades transmisibles, en la etapa revolucionaria, en la segunda mitad del siglo xx. Además, se desarrollan conceptos generales como:
1.La irrupción masiva de europeos a partir de 1492 en Cuba, introdujo diversos microorganismos que no eran conocidos en el territorio, frente a los cuales la población prehispánica no tenía defensa inmunológica, lo que causó las primeras epidemias de las que tenemos noticias.
2.En la etapa de las guerras por la independencia de la metrópoli española, se potenciaron las malas condiciones higiénicas y empeoró la situación alimentaria de la población. Se introdujo en la Isla una numerosa población militar española, que no había estado expuesta a las enfermedades tropicales, y así se incrementaron las enfermedades transmisibles y sus brotes en el país.
3.Los estudios y descubrimientos del genial investigador Carlos J. Finlay y su posterior puesta en práctica, permitieron erradicar la fiebre amarilla del país, además de llevar a cabo una labor fructífera de saneamiento en los primeros tiempos de la República, que culminó con la creación de lo que se ha llamado Escuela Cubana de Sanitaristas.
4.Las medidas introducidas en el período de la Revolución, tras el inicio de la reforma del sistema de salud y la creación de un sistema nacional de salud único, con su orientación —desde los primeros momentos— hacia la prevención, han permitido el control de numerosas enfermedades transmisibles y epidemias, así como la eliminación de un grupo importante de ellas.
Se consultaron más de 300 documentos del Archivo de la Oficina del Historiador del Ministerio de Salud Pública, del Museo Nacional de Historia de las Ciencias Carlos J. Finlay, de la Biblioteca Nacional José Martí, de la biblioteca y el museo Antropológico Montané de la Universidad de La Habana, así como de la Biblioteca de la Organización Panamericana de la Salud y los archivos personales de los doctores José López Sánchez y Gregorio Delgado García.
Para realizar este trabajo se partió de un grupo de investigaciones sobre la historia de la tuberculosis,3 la geografía médica,4 el clima y salud,5 la fiebre amarilla,6 la mortalidad en La Habana y la historia de la epidemiología y de algunas enfermedades infecciosas.7 Algunos de estos estudios han sido publicados y otros presentados en eventos científicos nacionales e internacionales.
Los estudios que se conocen sobre este tema son fundamentalmente descriptivos. Se deben mencionar, en primer lugar, los de José A. Martínez Fortún y Foyo, con su Epidemiología. Síntesis cronológica (1952) y otros artículos8 en los que se refiere a hechos puntuales relacionados con enfermedades transmisibles y brotes, los de Jorge Le Roy y Cassá,9 y los de Gregorio Delgado García,10 quién ha tratado en sus publicaciones muchas de las enfermedades transmisibles y las medidas aplicadas para su control, y se destaca, sobre todo, su ensayo sobre el cólera en Cuba, donde hace un estudio histórico de las tres epidemias que azotaron la Isla durante el siglo xix; de José López Sánchez11 que ha escrito, sobre todo, en relación con la historia de la fiebre amarilla y de figuras tan insignes en el control de “nuestras epidemias” como fueron Tomás Romay y Chacón12 y Carlos J. Finlay y Barrés;13 los de Gabriel Toledo Curbelo,14 también autor de una historia de la epidemiología cubana muy completa, aún inédita y de otros trabajos importantes sobre la periodización de la epidemiología. Los cuadros epidemiológicos y los anuarios estadísticos (desde 1990 hasta 2001), así como otras publicaciones del Ministerio de Salud Pública,15 y materiales sobre la reforma cubana de salud.16
Las principales fuentes primarias documentales utilizadas fueron: Las Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana (1550-1790), de donde se obtuvieron noticias acerca de alteraciones de la salud en la ciudad, las medidas tomadas por el Cabildo ante los brotes de enfermedades o aumentos de mortalidad que hicieron sospechar la presencia de una epidemia. La colección de las revistas Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana(1863-1959), Boletín de la Secretaría de Sanidad y Beneficencia(1909-1944), Crónica Médico-Quirúrgica de La Habana (1875-1940), Revista de la Sociedad Cubana de Historia de la Medicina(1957-1962) y Finlay (1964-1967), que en sus páginas publicaron los profesionales más destacados del país sus experiencias y estudios, de donde se obtuvieron valiosas informaciones acerca de los brotes epidémicos ocurridos en sus épocas respectivas.
De la documentación del archivo del Historiador del Ministerio de Salud Pública y del Departamento de Historia de la Escuela Nacional de Salud Pública, se consultaron valiosos documentos sobre resoluciones, legislaciones, fundación de instituciones, así como mucho material relacionado con la lucha antituberculosa. Documentos del archivo personal de los historiadores médicos José López Sánchez y Gregorio Delgado García, poseedores de fichas bibliográficas, documentos impresos, fotocopias, artículos y libros y documentos del archivo personal del autor.
Se consultaron publicaciones seriadas como la revista Crónica Médico-Quirúrgica de La Habana (1875-1940), Vida Nueva (1915-1940), Revista de Medicina Tropical (1900-1940), Revista Cubana de Medicina Tropical (1966-2002), Boletín deHigiene y Epidemiología (1963-1974), Revista Cubana de Higiene y Epidemiología (1975-2002), Revista Cubana de Administración de Salud (1975-1988) y Revista Cubana de Salud Pública (1988- 2002). De la Oficina del Historiador del Ministerio de Salud Pública se utilizaron los Cuadernos de Historia de la Salud Pública (1952-2002), y otras publicaciones del Ministerio de Salud Pública, entre las que se incluyen algunas tesis de especialización y libros.
Además, se entrevistaron profesores e investigadores del Sistema Nacional de Salud, que fueron actores en el control de algunas de las epidemias que aquí se tratan y trabajaron en las medidas de lucha contra ellas o en los programas de control y erradicación de algunas. Siempre que fue posible se grabaron las entrevistas, para hacer análisis más detallado. Entre los entrevistados se encuentran los profesores Helenio Ferrer Gracia, Conrado del Puerto Quintana, Gabriel Toledo Curbelo, Gregorio Delgado García y José López Sánchez.
1 Sobre la historia general de la isla de Cuba se tomaron datos de las obras de: Jacobo de la Pezuela: Historia de la Isla de Cuba, t. II, Madrid, 1868; Diccionario geográfico, estadístico e histórico de la Isla de Cuba, t. III, Imprenta Mellado, Madrid, 1863; Irene Wright: The early history of Cuba (1492-1856), Ed. MacMillan Co., 1916, Nueva York; Ramiro Guerra: Manual de historia de Cuba, económica, social y política, desde su descubrimiento hasta 1868, Cultural S.A., La Habana, 1938; R. Guerra, E. Santovenia, J. M. Pérez y J. J. Ramos: Historia de la nación cubana, t. 1, Ed. Histórica de la Nación Cubana, La Habana 1952; Juan Pérez de la Riva: “Desaparición de la población indígena cubana”, Revista de la Universidad de La Habana, 196: 61-84, La Habana, 1972; Leví Marrero: Cuba: isla abierta, poblamiento y apellidos (sigloxvi-xix), Ed. Capiro, Puerto Rico 1994; Eduardo Torres Cuevas y O. Loyola Vega: Historia de Cuba, 1492-1868. Formación y liberación de la nación, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 2001.
2 Expedición dirigida en 1803 por los médicos Francisco Xavier Balmis y José Salvany, que supuso un hito en la salud pública al contribuir a erradicar la mortal enfermedad.
3 Enrique Beldarraín Chaple: “Apuntes para la historia de la lucha antituberculosa en Cuba”, Revista cubana de Salud Pública, 24(2):97-105; Noticias sobre tuberculosis en documentos y publicaciones periódicas y no médicas en Cuba antes de 1840, Revista Acimed, 7(2): 27-31, 1999; “Tuberculosis aportes a la bibliografía cubana hasta fines del siglo xix”, Revista Acimed, 7(3):189-93, 1999. Se utilizaron, además dos presentaciones: “La tuberculosis como tema en Los Congresos Médicos Nacionales. Trabajo de ingreso en la Sociedad Cubana de Historia de la Medicina”, La Habana, 15, mayo de 2001 y “La tuberculosis. Apuntes para su historia”, presentado en la Convención de Salud Pública, La Habana, mayo de 2002.
4“Contribución al estudio de la bibliografía cubana sobre Geografía Médica”, Revista cubana de Educación Médica Superior, 13(1):58-67, 1999; “La enseñanza de la Geografía Médica en Cuba hasta finales del siglo xix, Revista cubana de Educación Médica Superior, 14(2):196-200, 2000 y “Evolución Histórica de la Geografía Médica en Cuba”, trabajo presentado en el VII Encuentro de Geógrafos de América Latina, San Juan, Puerto Rico, 22-26, marzo de 1999.
5“Clima y salud”, trabajo presentado en la Feria Internacional del Agua, Panamá, noviembre de 2001.
6“Mortality in Havana in the year 1620”, Departamento de Antropología Médica de la University of South Florida, Tampa, el 5 de diciembre del 2000 y “Mortalidad en La Habana en el año 1620”, III Congreso de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología, La Habana, 2001.
7 “Evolucion histórica de la epidemiología en Cuba”, Congreso de la Latin American Studies Association (LASA), Washington, D.C., septiembre del 2001.
8 José A. Martínez Fortún y Follo: “Epidemiología (síntesis cronológica)”, Cuadernos de Historia Sanitaria, (5): 28-49, 1952.
9 Jorge Le Roy y Cassá: “La mortalidad en La Habana durante el siglo xvii”,El Propagandista, La Habana, 1930; “La primera gran epidemia de fiebre amarilla en La Habana en 1649”, El Propagandista, La Habana, 1930; “Estudios sobre la mortalidad de La Habana durante el siglo xix y los comienzos del actual”, Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, 1912-1913;(49): 866-869, 1912-1913.
10 Gregorio Delgado García: “El Real Tribunal del Protomedicato de La Habana. Primera organización de la administración de la Salud Pública en Cuba”, Cuadernos de Historia de la Salud Pública, (72):33-41, 1987; “Funciones de los Cabildos o Ayuntamientos como administradores de la Salud Pública en Cuba durante los siglos xvi, xvii y primera década del xviii”, Cuadernos de Historia de Salud Pública, (72):23-31, 1987; “La Doctrina Finlaísta: valoración científica e histórica a un siglo de su presentación”, Cuadernos de Historia de Salud Pública, p. 65, 1982; “Historia de la administración de Salud Pública en Cuba”, Cuadernos de Historia de Salud Pública, p.81, 19991;”El cólera morbo asiático en Cuba. Apuntes históricos y bibliográficos”; Cuadernos de Historia de Salud Pública, (78):4-44, 1993; “Historia de la erradicación de algunas enfermedades epidémicas en Cuba”, Cuadernos de Historia de Salud Pública, (72):55-69, 1987.
11 José López Sánchez: “Colonización española y exterminio aborigen”, “Epidemiología infectológica primitiva y Fiebre amarilla: la primera gran epidemia en Cuba”, Cuba medicina y civilización, siglosxviiyxviii, pp. 9-46, 124-50, 151-62, Ed. Científico-Técnica, La Habana, 1997; “El año de la eclosión científica”, inédito, conferencia magistral, II Congreso de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología, La Habana, febrero de 1998; Finlay, el hombre y la verdad científica, Ed. Científico- Técnica, La Habana, 1987; Tomás Romay y el origen de la ciencia en Cuba, Ed. Científico-Técnica, La Habana, 1964.
12 Tomás Romay Chacón: “Disertación sobre la fiebre maligna llamada vulgarmente vómito negro, enfermedad epidémica de las Indias Occidentales”, Obras Completas, t. I, pp. 65-84, Academia de Ciencias de Cuba, 1965.
13 Carlos J. Finlay: Obras Completas, Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, 1971; “La fiebre amarilla antes y después del descubrimiento de América”,Obras Completas, pp. 103-111, Academia de Ciencias La Habana, 1971; “El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”, Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana,(18):147-169; “Transmisión del cólera por medio de aguas corrientes cargadas de principios específicos”, Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, (10):150-170, 1873.
14 Toledo Curbelo, G.:“La Periodización de la Epidemiología”, III Congreso de la Sociedad Cubana de Historia de la Medicina, La Habana, 2000.
15 Ministerio de Salud Pública: “Notificación de casos autóctonos de paludismo. Cuba. Años 1962-1970”, Reunión de Directores de los Servicios Nacionales de Erradicación de la Malaria en Las Américas, El Salvador y La Habana, 1971; “Programa de control del paludismo”, Informe estadístico, La Habana, 2000; “Programa Nacional de Control y Prevención del VIH-SIDA”, La Habana, 1997; Lasalud pública en Cuba. Hechos y cifras, Dirección Nacional de Estadísticas, La Habana, 1999, “Datos del programa nacional de vacunación”, Dirección Nacional de Epidemiología, La Habana, 2000; Análisis del comportamiento favorablede algunos eventos de salud seleccionados,Área de Higiene y Epidemiología, La Habana, 2000.
16 F. Rojas Ochoa y E. López Serrano: Revolución social y reforma sanitaria: Cuba en la década de los 60, OPS, Washington, 2000.
Capítulo I
Teorías sobre el desarrollo y el control de las enfermedades
Las medidas destinadas a enfrentar enfermedades transmisibles y epidemias, así como las instituciones que se crearon para llevarlas a cabo, se han agrupado —por los teóricos e historiadores de la medicina y la ciencia— en diversos modelos, que permiten estudiarlas con más objetividad. Entre ellos se pueden mencionar:
1.Modelo de la higiene privada.
2.Modelo de la higiene pública.
Modelo de la higiene privada
El vocablo higiene tiene su origen en el término griego Hygieia —calificativo con el que se nombraba a la diosa de la salud—, y fue retomado por la medicina hipocrática-galénica, secularizándola y otorgándole un sentido: conjunto de normas que deben ser seguidas para mantener la salud y prevenir las enfermedades.
Este grupo de normas se apoyaba en la teoría humoral que entendía la salud como el “equilibrio de los cuatro humores que componían el cuerpo humano (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra)” y la enfermedad como el “desequilibrio causado por la monarquía de uno de ellos sobre los demás, debido a la conjunción de causas externas e internas”. Este conjunto de normas estaba orientado a garantizar el control individual del régimen de vida, para evitar la acción de estas causas y garantizar el equilibrio permanente. La higiene era pues, en principio, de carácter privado y debía ser practicada por cada individuo. Era un régimen concebido para la clase social alta que podía llevar una vida de lujo y ocio, una clase soportada en una economía esclavista.1
Modelo de la higiene pública
En Cuba, era la forma en que se entendía el control de los brotes de enfermedades epidémicas en los años en que se inicia este estudio. Fue introducido por las autoridades coloniales, encargadas de tomar alguna medida, en caso de que se presentara algún foco epidémico. Se mantuvo como estrategia, casi todo el siglo xix. Conllevaba medidas que solo eran puestas en marcha de manera esporádica, cuando aparecía algún brote epidémico. Al descubrirse que el cólera estaba relacionado con el consumo de aguas contaminadas con materia fecal, el modelo de la higiene pública se unió a la ingeniería sanitaria y las autoridades civiles e iniciaron la creación de acueductos y alcantarillados, que aseguraban el flujo de agua potable y el drenaje de pantanos y aguas negras. Esta nueva perspectiva, unida a la creación de cursos para la formación de higienistas, condujo a la institucionalización de la higiene pública en Europa: la creación de juntas de salud en Gran Bretaña y la aparición de los consejos de salubridad, en Francia.2
En las últimas décadas del siglo xix, surgió la teoría microbiana y se inició la era de la bacteriología. Entonces, ya a principios del siglo xx, sobrevino un tránsito hacia el modelo de salud pública, y surgió una propuesta hegemónica para la prevención, el control y la erradicación de las enfermedades contagiosas.
El tránsito de la higiene pública hacia la salud pública estuvo enmarcado en los procesos de difusión de las ciencias de la salud y las prácticas sanitarias, desde las metrópolis hacia nuestros países, así como, en el momento de expansión capitalista y de modernización industrial y comercial de las naciones del Tercer Mundo.
El proceso de tránsito desde la higiene hacia la salud pública era un terreno donde se entremezclaban elementos de tipo económico, político, social, ideológico y científico-técnico, tanto de carácter local como metropolitano, pues en él se conjugaban los problemas de la mundialización de la ciencia y su difusión, su apropiación e institucionalización en los países periféricos, por una parte, y los de la construcción de conceptos sobre salud y enfermedad, por otra; y finalmente, los derivados de la dinámica de los intereses de los Estados y la sociedad civil en el desarrollo de las acciones de salud.3 Implicaba un análisis de las concepciones, los valores y las prácticas de los actores locales (científicos y políticos) que fueron partícipes de esas dinámicas y sus móviles e intereses para la acción, así como sus interacciones con las tendencias e intereses internacionales y sus mecanismos de negociación con ellos.
Casi todos los países de América estuvieron sometidos a procesos comunes de origen metropolitano como las tendencias higienistas europeas que atravesaron la práctica de la asistencia pública en salud, en los distintos países latinoamericanos durante el siglo xix.
Durante el episodio de la peste negra medieval (1347-1351), los italianos, apoyándose en la teoría miasmática, la cual explicaba que “las enfermedades agudas eran causadas por miasmas o partículas pútridas que surgían de los pantanos y de la tierra putrefacta” intentaron, por primera vez, poner en práctica una estructura de vanguardia en Europa en el sector de la prevención sanitaria, instaurando medidas de control ambiental para evitar la proliferación de miasmas que, en contraposición con el modelo de higiene privada hipocrática, se comenzaron a llamar medidas de “higiene pública” y que iban más allá de los métodos y controles individuales.4
La higiene personal siguió existiendo como un conjunto de prácticas alimenticias, de ejercicio, de vestimenta y de limpieza basados en la teoría humoral. Esta teoría que continuó orientando, tanto la práctica de la medicina como la vida personal, se fue enriqueciendo con otras prácticas, como el baño colectivo, muy común en Roma —y desarrollado ampliamente en la cultura árabe—, fue adaptando también el modelo humoral y la medicina hipocrática desde el siglo vii hasta el viii. Pero en la Europa medieval y renacentista no fueron los médicos los que dictaron las normas de limpieza, sino los autores de los libros “de decoro”.5
La higiene privada tuvo desde la Edad Media una historia diferente a la higiene pública y un proceso de institucionalización distinto.
Ya desde el siglo xviii, con la iniciación de la Fisiología experimental y desde la segunda mitad del xix —con la creación de la mentalidad fisiopatológica—, los médicos retomaron el tema de la higiene privada, uniéndola a la Fisiología y enseñándolas juntas como materias, al entender que las distintas prácticas higiénicas actuaban sobre el cuerpo mediante mecanismos fisiológicos, favoreciendo la homeostasis, y, por lo tanto, la salud.
En el siglo xvii, tomando como fundamento la teoría miasmática y las investigaciones de Graunt, el médico inglés Tomás Sydenham sentó las bases para una práctica más sistemática de la higiene, partiendo de una reclasificación de las enfermedades en los dos grupos fundamentales identificados por Graunt: las enfermedades agudas y las crónicas. Las primeras causadas por los miasmas que atacan las partes líquidas del cuerpo y las segundas por el régimen de vida de los hombres, consecuencias del exceso o defecto de sus acciones cotidianas.6
Como consecuencia de esta sistematización de la teoría miasmática, la higiene ilustrada (conjunto de actividades destinadas a prevenir la enfermedad y evitar su propagación) retomó conscientemente la herencia anterior y se dividió en dos ramas muy relacionadas:
1.Higiene pública (de herencia medieval): encargada de la profilaxis de las enfermedades agudas y por tanto, del control del:
a)Agua: para evitar la formación de pantanos y charcos, previendo la putrefacción de la tierra y la proliferación de miasmas.
b)Aire: para impedir su corrupción y contaminación con estos miasmas.
2.Higiene privada (de herencia hipocrática): encargada de la prevención de las enfermedades crónicas tendiente a estimular el autocontrol de las personas, para evitar los excesos en su régimen de vida.
Esta última se comenzó a impartir en la carrera de Medicina ligada a la Fisiología, pues como indicaba el plan de estudios de la Universidad de Salamanca de 1804, “si la Fisiología, trata de la vida, de la salud y de sus causas y efectos, la Higiene prescribe las reglas y medios para conservarla”.7 Es una nueva fisiología de tipo mecanicista cartesiano, entendida como “economía animal”.
En el siglo xviii, Hermann Boerhaave (1668-1738) fue quien le proporcionó un fundamento teórico más preciso a esta idea miasmática, según el cual “el cuerpo humano está compuesto de sólidos sumergidos en humores y animados movimientos característicos de la vida, la muerte es entonces la terminación de esos movimientos”. En circunstancias normales los sólidos estarían en equilibrio gracias a dos causas: una externa —el aire— y otra interna —los humores—.8 Si esas causas se modificasen aparecería la enfermedad. Por sus cualidades físicas, el aire regularía la expansión de los fluidos y la tensión de las fibras. Por tanto, sería necesario un equilibrio entre el aire interno y el externo. Ese equilibrio se restablecería —sin cesar— por medio de los eructos, los ventoseos y los mecanismos de ingestión y de inhalación. El aire sería elástico, pero si perdiera esta propiedad ya no se recobraría por sí mismo. El movimiento, la agitación y la turbulencia permitirían la restauración de la atmósfera y por ende la supervivencia de los organismos. Las temperaturas y la humedad del aire ejercerían su influencia sobre los cuerpos y el consecuente encogimiento o expansión contribuiría a la descomposición o restauración del equilibrio entre el medio interno y la atmósfera.
Esta versión remozada de la teoría miasmática se apoyó en el establecimiento de medidas higiénicas permanentes en lo referente a salubridad pública en Francia, en un momento en que, debido al proceso de urbanización y al flujo de personas del campo a la ciudad, surgió lo que Michael Foucault ha llamado el “miedo a la ciudad”.9 Así, se controlaron los lugares de acumulación y amontonamiento de las personas, y de todo aquello que pudiese provocar el surgimiento de miasmas y de enfermedad. Se controló no solo a los vivos, sino también a los muertos, sacándolos de las iglesias y ubicándolos bien alineados en cementerios bajo tierra y lejos de las ciudades; se fiscalizaron los mecanismos de circulación, no solo de las personas sino de las cosas que pudiesen desencadenar la enfermedad, especialmente el aire y el agua; se inspeccionaron las aguas potables, las aguas sucias y de desecho para que no se filtrase el agua de las cloacas con las de beber.
Medicina tropical
El surgimiento de la medicina tropical está muy relacionado con el colonialismo, fue una solución de las metrópolis coloniales, específicamente de Inglaterra, para resolver algunos problemas importantes de salud, que afectaban a la población de sus territorios coloniales. Pero, estaban más preocupados por preservar la salud de sus tropas y colonos, que la de la población nativa, aunque fuera importante mantener el buen estado de la fuerza de trabajo que era explotada, y de la que obtenían las riquezas que engrosaban las arcas metropolitanas.
El proceso de tránsito desde la higiene hacia la medicina tropical y la salud pública era entonces un terreno donde se entremezclaban elementos de tipo económico, político, social, ideológico y científico-técnico, tanto de carácter local como metropolitano. Paralelo al proceso de desarrollo de la bacteriología y la bacteriologización de la higiene surgió el movimiento científico de la medicina tropical, que se apoyaba más en los desarrollos de la parasitología y estaba más ligada al avance del Imperio británico.10
En 1898 los ingleses declararon la guerra a las enfermedades tropicales. Joseph Chamberlain, secretario del Gobierno británico para los Asuntos Coloniales y director de la Oficina Colonial, puso en marcha una serie de eventos que condujeron a la fundación de las escuelas de Medicina Tropical de Liverpool y Londres, cuarteles generales del nuevo ejército encargado de liberar al imperio de estas enfermedades.11
La idea del origen miasmático de las enfermedades agudas, había hecho pensar a los británicos que el clima húmedo y ardiente de los trópicos, era fatal para los blancos occidentales y que solo los nativos, por razones raciales, podían sobrevivir en esas latitudes. Pero la formulación de la teoría microbiana y la aparición de nuevos conocimientos en parasitología, llevaron a hacer verosímil, la especificidad etiológica de cada una de las enfermedades infecciosas y transmisibles. Las llamadas dolencias tropicales, por su origen geográfico, compartían muchas características con estas, y comenzaron a ser incluidas en este campo de los padecimientos transmisibles y contagiosos. La idea generalizada era que el clima ejercía un efecto de larga duración y alcance sobre los europeos en los trópicos, especialmente sobre las mujeres y los niños.
La expansión del imperio a África implicaba nuevos riesgos para la salud de los trabajadores británicos. La teoría microbiana y el desarrollo de la parasitología anunciaban nuevas posibilidades para enfrentar esos riesgos. Lucha motivada por el deseo de proteger la salud de los oficiales británicos en las colonias.12 La salud de los nativos no era en ese momento preocupación de la Oficina Colonial.
La Oficina Colonial dejaba en manos de las sociedades misioneras la salud de los africanos, que, usando a la moderna medicina científica, como una poderosa herramienta evangelizadora había comenzado a reclutar médicos misioneros desde la década del noventa del siglo xix. La teoría microbiana, dio pauta para pensar que no era el clima, sino los nativos enfermos los verdaderos causantes de la insalubridad de los trópicos. La propuesta sanitaria era la creación de núcleos de vivienda distintos para los blancos y para los nativos, separados por “cordones sanitarios” que aislasen a las comunidades de europeos de las insalubres y contaminados nativos.13
La denominación medicina tropical fue utilizada, por primera vez, en 1897 por Patrick Manson en la conferencia inaugural de un curso sobre enfermedades tropicales del St. George Hospital de Londres. La publicación del Journal of Tropical Medicine en Londres (agosto de 1898) y la fundación de las escuelas de Medicina Tropical de Liverpool (abril de 1899) y Londres (octubre de 1899) se convirtieron en el punto de inicio de la medicina tropical como especialidad.14
El impulsor de la especialidad y fundador de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres fue Patrick Manson (1844-1922), quién desde 1866 y por más de 20 años trabajó en las colonias. Decidió iniciar sus propias investigaciones sobre estas enfermedades, especialmente sobre la lepra y la elefantiasis. En 1875 viajó a Inglaterra para “actualizarse” y conoció las nuevas teorías: las de Pasteur y Koch, los trabajos de antisepsia de Joseph Líster (1827-1912) y el desarrollo de la teoría celular de Rudolf Virchow (1821-1902).15 Se instruyó en la diferenciación entre parásitos, gusanos, trematodos y sus mecanismos de parasitación de los tejidos humanos.
Manson retomó la teoría de la “alternación de las generaciones” y la noción de “ciclo de vida” desarrollados entre 1840 y 1850 por los zoólogos holandeses. La primera planteaba que una misma especie podía existir en diferentes formas morfológicas y en diferentes hábitats, en distintos momentos de su vida, y la segunda señalaba que los parásitos se movían de manera cíclica entre dos o más huéspedes. Estos conceptos proporcionaron las bases intelectuales que necesitaba la parasitología, específicamente, la helmintología. Manson, conoció los trabajos de Spencer Cobbolt, quien investigó el ciclo de vida del Shistosoma, tratando de demostrar que el caracol era el vector que la introducía en el hombre. Más tarde descubrió que una filaria era el parásito relacionado con la elefantiasis y que esta solo se observaba en la sangre de los pacientes en las noches y que, al enfriarse la sangre de los enfermos en las laminillas del microscopio, la filaria que ahí se encontraba cambiaba de forma. Esto le permitió, postular la idea de que estaban relacionados con un vector nocturno de sangre fría y de que, además, por la naturaleza infecciosa de la enfermedad, era probable que este vector fuera móvil. Debía ser un insecto volador nocturno: el mosquito común. Finalmente demostró está hipótesis.16
En 1897, Manson, nombrado asesor del Servicio Médico Colonial, inició un curso de Medicina Tropical en el Hospital St. George’s, de Londres. Señaló la necesidad de que las escuelas de medicina enseñaran esta especialidad, para que sirviera a los futuros médicos que trabajaran en las colonias. Tanto desde sus clases, como por su influencia en la Oficina Colonial, destacó la importancia política y económica de la medicina tropical para el imperio.
La Oficina Colonial escribió un memorándum a varias instancias y a las 26 escuelas de medicina británicas, solicitando establecer cursos de instrucción en enfermedades tropicales, similares a los de la Facultad de Medicina de la Armada de Nettley, fechado el 11 de marzo de 1898, así declararon la guerra a las enfermedades tropicales.17
La malaria y el modelo de las campañas de erradicación
Paralela al surgimiento de la medicina tropical, resultado del trabajo de Manson y la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, existió otra línea de desarrollo alrededor de Ronald Ross (1857-1932). Este cirujano-mayor del Servicio Médico de la India, que obtuvo diploma en Salud Pública (en 1889) en los cursos organizados por el Movimiento Sanitarista Inglés,18 estaba muy preocupado por la malaria, uno de los principales problemas de salud pública de la India. Inicialmente, Manson colaboró con él, y en 1894 le propuso trabajar sobre la hipótesis de que la transmisión fuera, a través de un mosquito, semejante a la filaria, ya demostrado por este último. Ross logró probar esa hipótesis poco tiempo después e intentó poner en marcha algunas campañas de erradicación de los mosquitos en la India, pero no tuvo apoyo del Gobierno inglés.
El memorándum de Chamberlain posibilitó la creación de otra escuela en Liverpool, la cual abrió el 22 de abril de 1899. Este instituto fue promocionado como una inversión para el mercado colonial, por lo que recibió respaldo de varias empresas comerciales interesadas en poner fin a la malaria.