Era lo prohibido - Dani Collins - E-Book

Era lo prohibido E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

Era la única mujer completamente prohibida para él Rowan O'Brien siempre sería el asunto pendiente de Nic Marcussen. Fue la única mujer que había puesto en riesgo su férreo control… Años después, Nic solo vivía para el trabajo. Aquel niño que creció acomplejado tenía ahora el mundo a sus pies. Hasta que la tragedia hizo que Rowan volviera a aparecer en su vida y su fachada comenzara a resquebrajarse. En la mansión de los Marcussen, situada en el Mediterráneo, afloraron sus secretos y no tuvieron más remedio que encarar sus deseos más profundos.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Dani Collins. Todos los derechos reservados.

ERA LO PROHIBIDO, N.º 2242 - julio 2013

Título original: No Longer Forbidden?

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3441-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Nicodemus Marcussen se puso en pie para estrecharle la mano a su abogado. Le dolían los músculos por la tensión de ocultar lo que le hacía sentir lo que acababan de hablar.

–Sé que ha sido un asunto difícil de tratar –se despidió el abogado.

Nic no hizo ni caso a la compasión que mostró el otro hombre y pensó que, en realidad, no tenía ni idea de lo que decía. Confiaba en Sebastyen, pero solo dentro del marco de la multinacional de medios de comunicación que dirigía desde que había muerto Olief Marcussen, pues Sebastyen había sido uno de los que más lo habían apoyado, de los que siempre habían creído en sus dotes de liderazgo naturales a pesar de su falta de experiencia. Se sentía agradecido hacia él, pero no eran amigos. En realidad, Nic huía de las relaciones estrechas.

–Gracias por tus consejos –le dijo sinceramente, pues el abogado había presentado datos prácticos desposeídos de cualquier sentimentalismo–. Ha llegado el momento de considerar el asunto, pues se acerca el aniversario. Te haré saber cómo quiero proceder –concluyó.

Sebastyen dudó, como si quisiera añadir algo, pero Nic miró el reloj. Estaba muy ocupado. No tenía tiempo de charlar.

–Insisto en que sería de ayuda que todos los familiares estuvieran de acuerdo –se despidió Sebastyen.

–Entiendo –contestó Nic en tono frío y distante, lo que fue más que suficiente para que el abogado asintiera, como disculpándose, y se fuera rápidamente.

Nic estaba seguro de que toda la empresa, así como el resto del mundo, sabía de las escapadas de la otra «familia», pero no iba a tolerar que especularan sobre cómo iba a conseguir su cooperación.

Ya se le había ocurrido algo para conseguirlo. Mientras Sebastyen le iba contando lo ocurrido, su cerebro se había puesto en marcha.

Cuando el abogado cerró la puerta del despacho, Nic volvió a su mesa y agarró el sobre que había recibido aquella mañana por correo. Había facturas de todo tipo, casi todas tan frívolas y superficiales como la mujer que las había generado. La notita se la podía haber ahorrado.

Nic, no me funcionan las tarjetas de crédito. Por favor, mira a ver qué ocurre y mándame las nuevas a Rosedale. Me voy este fin de semana para allá y me voy a quedar un tiempo dándome un respiro.

Ro

¿Un respiro de qué? No lo comprendía, pero le venía bien aquel comportamiento de Rowan. Por lo visto, no había captado el mensaje cuando le había anulado las tarjetas de crédito dos meses atrás, así que había llegado el momento de hacer lo que Olief debería haber hecho hacía muchos años: hacerla madurar y responsabilizarse de su vida.

Rosedale.

Nada más ver los viñedos que rodeaban la sólida casa de piedra gris, Rowan O’Brien sintió que había vuelto a casa. La mansión inglesa de torretas estaba fuera de lugar en aquella isla mediterránea de playas de arena blanca y aguas turquesas en la que eran típicas las construcciones blancas, pero había sido construida en honor de una persona a la que ella quería mucho y, además, allí se sentía libre.

Había mandado a un taxi por delante de ella con su equipaje, enfadada porque no le daba el dinero más que para tomar el ferry, pero el lento trayecto había resultado de lo más terapéutico. Aunque se moría de ganas por volver a ver la casa, había necesitado tiempo para prepararse porque sabía que la iba a encontrar vacía.

Rowan pisó el césped, ignoró su equipaje e intentó abrir la puerta, esperando que estuviera cerrada con llave y preguntándose qué habría hecho con su copia. Le había dejado un mensaje al ama de llaves, pero no estaba segura de que Anna lo hubiera recibido porque su teléfono móvil había dejado de funcionar también, como todo lo demás.

Qué contradicción.

La puerta estaba abierta, así que entró. La recibió un inmenso silencio que la hizo suspirar. Hacía tiempo que quería volver, pero no se había atrevido porque sabía que el alma de la casa faltaba...

En aquel momento, oyó pasos en la planta superior. Eran pasos de hombre... Rowan no pudo evitar soñar con que su madre y su padrastro habían sobrevivido y estaban allí, pero no era así, por supuesto.

El autor de los pasos bajó las escaleras y quedó a la vista.

Oh.

Rowan se dijo que su reacción era normal después de haber estado tanto tiempo sin verse cara a cara, pero era más que aquello.

Nic siempre había hecho que le latiera el corazón aceleradamente, pero, desde que se había abalanzado sobre él en un horrible momento de desesperación hacía dos años... cada vez que lo recordaba, se moría de la vergüenza.

Consiguió ocultar su reacción, pero no pudo evitar fijarse en lo guapísimo que estaba. Rowan se dijo que conocía a muchos hombres guapos. Quizás ninguno de ellos parecía una mezcla de vikingo rubio y guerrero con un soldado espartano y frío, pero muchos tenían los ojos azules y el mentón recto y cuadrado.

Nic no era solamente guapo. Además, era poderoso. Estaba tan seguro de sí mismo que exudaba algo que casi parecía agresivo. Nic siempre había sido un hombre seguro de sí mismo, pero ahora la autoridad que proyectaba era impactante. De hecho, Rowan sentía una fuerza que salía de él y la atrapaba como si quisiera magnetizarla y controlarla.

Se resistió, por supuesto. En lo que se refería a aquel hombre, tenía que ser tajante. Temía que, si se mostraba débil, acabaría ahogándose, así que decidió presentar batalla. Además, era una de las pocas personas a las que podía oponerse sin consecuencias porque no tenía nada que perder con él. Ni siquiera su cariño. Siempre había sido así. La había odiado desde el primer día, algo que siempre había puesto de manifiesto.

Por tanto, no hacía falta que la hubiera despreciado como lo hizo cuando ella lo besó en su veinte cumpleaños. Rowan se había esforzado mucho por disimular el daño que le había hecho aquel desplante y no estaba dispuesta a mostrarse débil ahora.

–Qué sorpresa tan agradable –le dijo con aquel acento irlandés que había hecho tan famosa a su madre y luciendo aquella sonrisa suya que normalmente hacía que los hombres se cayeran de espaldas–. Hola, Nic.

Su saludo rebotó en la armadura de indiferencia del aludido.

–Hola, Rowan.

Rowan sintió su voz fría y distante como el lengüetazo áspero de un gato, todo un reto para parecer tan tranquila como él.

–No sé si me habrás dejado un mensaje, pero no lo he recibido. No me funciona el móvil –le comentó colgando el bolso de la barandilla.

–¿Y por qué supones que es eso? –le preguntó Nic sin moverse, mirándola fijamente a los ojos.

Su acento siempre la desconcertaba. Era tan sofisticado como él, vagamente estadounidense con un deje de internado británico y mezcla del tiempo que había vivido en Grecia y en Oriente Medio.

–No tengo ni idea –contestó Rowan quitándose la cazadora vaquera y dirigiéndose al salón porque necesitaba alejarse de él.

Una vez allí, la tiró sobre el respaldo del sofá. El sonido de sus botas en el suelo le recordó lo vacía que estaba la casa. La sorprendió pensar que, tal vez, Nic estuviera allí por la misma razón que ella. Lo miró para comprobar si había nostalgia en su rostro, pero lo encontró igual de impávido que siempre.

De hecho, Nic la miraba con los brazos cruzados, con arrogancia.

–No, claro, no lo sabes –comentó con desdén.

–¿Qué es lo que no sé? –le preguntó Rowan con la vaga esperanza de que se mostrara humano en alguna ocasión.

«Déjalo ya», se dijo a sí misma.

Tenía que olvidarse de él, pero, ¿cómo? Mientras se lo preguntaba, se quitó la goma con la que se había recogido el pelo en el barco, se pasó las manos por el cuero cabelludo para masajearlo un poco y movió su bonita cabellera negra.

–¿Tu móvil dejó de funcionar al mismo tiempo que tus tarjetas y no se te ha ocurrido por qué? A mí me parece bastante obvio –le dijo Nic.

–¿Que todos los contratos vencieran a la vez? Sí, se me ocurrió, pero no creo. Siempre me los habían renovado automáticamente –contestó Rowan peinándose con los dedos.

Cuando elevó la mirada, vio que Nic se estaba fijando en su cuerpo. La sorpresa hizo que se le acelerara el pulso. Qué deleite. Las mismas hormonas adolescentes que la habían llevado a hacer el peor ridículo de su vida acababan de revivir ahora ante el innegable interés de Nic.

Era una vergüenza que le bastara una mirada para ponerla así, pero estaba encantada. Para ocultar su confusa reacción, lo retó con una sonrisa. No le fue fácil mirarlo a los ojos para dejarle claro que sabía perfectamente que lo había sorprendido mirándola, pero lo consiguió.

Desde muy jovencita había sabido sacar partido de sí misma. Sabía que gustaba a los hombres, pero era la primera vez que aquel hombre en concreto demostraba interés por ella. Aunque mirarlo a los ojos daba cierto vértigo, Rowan se sentía poderosa.

En lo más profundo de sí misma, sabía que no tenía ninguna posibilidad, pero, aun así, avanzó hacia él. Cuando se paró, se llevó la mano a la cadera en actitud provocadora.

–No hacía falta que vinieras tú en persona a traerme las tarjetas nuevas. Supongo que eres un hombre muy ocupado. ¿Qué te ha pasado? ¿Te han entrado ganas de ver a la familia? –le preguntó buscando alguna señal que indicara que, al igual que los demás mortales, él también necesitaba contacto humano.

No fue así. Nic la miró con más frialdad todavía. Rowan sabía lo que estaba pensando. Aunque su madre y el padre de Nic habían sido pareja durante casi diez años, no la consideraba su familia en absoluto.

–Efectivamente, soy un hombre muy ocupado –contestó con su patente falta de cariño.

Rowan no lo había visto demostrar cariño por nadie nunca, pero siempre parecía incluso más frío con ella.

–Es que algunos trabajamos, ¿sabes? –añadió–. Claro que tú de eso ni idea, ¿no?

¿De verdad?

Rowan cambió el peso de su cuerpo a la otra cadera y sonrió de manera perversa al ver que había vuelto a conseguir captar su atención aunque no la estuviera mirando con admiración sino, más bien, con enfado.

Muy bien porque ella también estaba enfadada.

–Llevo bailando desde los cuatro años –le recordó–. Sé perfectamente lo que es trabajar.

–Una manera poco digna de ganarte la vida, siempre teniendo que recurrir al nombre de tu madre –le espetó–. ¿No tienes ningún talento propio? Ahora me vendrás con que lo que te pagan por ir a esa discoteca es un sueldo digno, pero yo no hablo de prostituirse sino de tener un trabajo de verdad, Rowan. Lo que te estoy diciendo es que nunca has tenido un trabajo del que vivir.

¿Nic sabía lo de la discoteca? Sí, claro que lo sabía. ¿Cómo no lo iba a saber? Los paparazzi se habían vuelto locos, que era, precisamente, lo que querían los que la habían contratado. No le había gustado haber tenido que recurrir a aquello, pues sabía lo mal que quedaría con su madre fallecida hacía poco tiempo todavía, pero tenía la cuenta bancaria bajo mínimos y no le había quedado más remedio.

Además, no se había gastado el dinero en ella, pero no estaba de humor para hablar de aquel detalle. Olief había entendido que ella había tenido una obligación hacia su padre, pero Rowan tenía la sensación de que el señor Moralista no lo iba a entender así.

Mejor presentarle batalla en un frente en el que pudiera ganar.

–¿Me estás criticando por hacer dinero con el nombre de mi madre cuando tú eres el hijo del jefe?

Nic no sabía de la misa la media. Cassandra O’Brien, su madre, la había subido a un escenario a muy tierna edad para conseguir trabajo porque a ella no la contrataban. La fama de diva volátil con tendencia a enamorarse de hombres casados no le había beneficiado en absoluto.

–Mi situación es diferente –contestó Nic.

–Claro. Tú siempre lo haces todo bien y yo siempre lo hago todo mal. Tú eres inteligente y yo soy tonta.

–Yo no he dicho eso. Lo que quiero decir es que Olief nunca me promocionó por ser su hijo.

–¡Qué superior te crees, Nic! Bueno, de acuerdo, lo que tú quieras. Todos sabemos que eres de lo más condescendiente, así que da igual. No he venido hasta aquí para pelearme contigo. La verdad es que no esperaba verte aquí. Quería estar sola –añadió mirando hacia la cocina–. Me apetece un té. ¿Le digo a Anna que haga también para ti?

–Anna no está. Ya no trabaja aquí.

–Oh –dijo Rowan yendo confundida hacia la cocina–. Bueno, sé hacer té –anunció–. ¿Quieres o, con un poco de suerte, ya te vuelves para Atenas? –le preguntó batiendo las pestañas con fingida inocencia.

–Llegué anoche y tengo intención de quedarme el tiempo que haga falta.

Lo había dicho sin expresión. Su rostro de Adonis no reflejaba absolutamente nada. Aquel hombre parecía un robot... claro que los robots no llevaban vaqueros desgastados y camisetas que marcaban los hombros musculados y anchos.

–¿El tiempo que haga falta para qué? –quiso saber Rowan avanzando hacia la cocina–. ¿Para echarme? –adivinó de repente.

–¿Lo ves? No eres tonta.

Capítulo 2

Rowan se dio la vuelta con tanta premura que su caballera ondulada voló a su alrededor. Estaba tan atónita que a Nic le entraron ganas de reírse.

–Has sido tú el que ha dado de baja mis tarjetas de crédito y el que me ha dejado sin teléfono móvil. ¡Has sido tú!

–Bravo –contestó Nic.

–¿Por qué lo has hecho? Es horrible. Por lo menos, me lo podrías haber dicho.

Era evidente que Rowan se sentía indignada. Ante aquello, Nic sintió que se le endurecía la entrepierna. Era algo que le solía ocurrir a menudo cuando estaba con ella y, por eso mismo, pudo controlarla e ignorarla perfectamente. A continuación, se centró en su indignación y se dijo que era cierto, que ni siquiera había intentado contactar con ella. Claro que, por otra parte, intentar hacer entrar en razón a una chica tan mimada como ella era batalla perdida. Era mejor actuar a toro pasado. Exactamente igual que ella.

–¿Por qué no me has dicho que has dejado el conservatorio? –le preguntó.

Rowan ocultó la culpabilidad que sintió durante unos segundos.

–Porque no es asunto tuyo.

–Tampoco es asunto mío si te compras lencería o te la dejas de comprar y, sin embargo, me mandas todas las facturas.

Aquello hizo que Rowan se sonrojara, lo que sorprendió a Nic, pues no la creía capaz de algo así.

–¡Qué típico de ti! –exclamó Rowan–. Para qué ibas a hablar conmigo primero, ¿verdad? De verdad, Nic, ¿por qué no me llamaste?

–Porque no había nada que hablar. El acuerdo que tenías con Olief era que te mantendría mientras estuvieras en el conservatorio. Lo has dejado, así que ya no hay que mantenerte. A partir de ahora, tendrás que tomar las riendas de tu vida.

Rowan lo miró con los ojos entrecerrados.

–Cuánto estás disfrutando –comentó–. Siempre me has odiado y estás aprovechando esta oportunidad para castigarme.

–¿Castigarte? Me dices que te odio porque no permito que me manipules –afirmó Nic–. Conmigo no puedes hacer lo mismo que con mi padre y eso te molesta. Él te habría consentido el estilo de vida que llevas ahora, pero yo, no.

–Porque quieres que viva peor que tú, ¿verdad? ¿Por qué?

Su soberbia estuvo a punto de hacer que Nic estallara en carcajadas.

–¿Te crees que tú y yo somos iguales?

–Tú eres su hijo y, para mí, fue como un padre.

Aquel intento por parte de Rowan de sonar razonable fue tomado por Nic como un comentario condescendiente. ¿Cuántas veces había recurrido él a aquella misma actitud al no sentirse seguro del lugar que ocupaba en la vida de Olief? Llevaba su apellido solo porque había querido deshacerse del que le habían puesto al nacer. Al final, Olief lo había tratado como a un igual, como a un respetado colega, pero Nic jamás olvidaría que había sido un hijo no deseado y que su padre parecía avergonzado de haberlo concebido.

Cuando, por fin, había conseguido hacerse un hueco en la vida de Olief, aquella chica y su madre se habían interpuesto entre ellos. Nic tenía paciencia, así que había esperado y esperado a que Olief tuviera tiempo para él, para que se diera cuenta de su presencia, pero nunca lo había hecho.

Aun así, Rowan creía que aquel hombre cuya sangre corría por las venas de Nic era su padre y, cuando hacía dos años, Olief había tenido que elegir entre ellos dos, había elegido proteger a Rowan y menospreciarlo a él.

Nic jamás lo olvidaría.

–Eres la hija de su amante –le recordó–. Te aceptó porque formabas parte del paquete de tu madre –añadió.

Nunca había sido tan agresivo, pero llevaba muchos años guardando aquella amargura en su interior y la única persona que le había impedido verterla sobre Rowan ya no estaba viva, así que ahora no tenía ningún impedimento.

–¡Se querían! –los defendió Rowan con su temperamento irlandés.

Aquel temperamento lo excitaba. Al sentir su rabia dirigida contra él, Nic sintió la respuesta de su cuerpo más fuerte que nunca. No quería sentirlo porque aquella chica estaba fuera de su alcance. Siempre lo había estado... incluso antes de que Olief se lo dejara claro. Era demasiado joven y demasiado mimada... no era para él en absoluto.

Por eso la odiaba. Se odiaba a sí mismo por reaccionar de aquella manera. Aquella chica jugaba con sus emociones muy fácilmente y, por eso precisamente, la quería fuera de su vida. Quería que aquel deseo que lo confundía desapareciera.

–No estaban casados –le recordó con frialdad–. Tú no eres nada suyo. Tu madre y tú no fuisteis más que un par de parásitos, pero eso ya terminó.

–¿Qué ganas diciendo algo así? –le espetó avanzando hacia él a grandes zancadas.

Nic la sintió tan fuerte, como una tormenta que amenazaba con llevárselo por delante, que tuvo que hacer un esfuerzo para que no lo arrancara del lugar.

–¿Cómo vas a justificar esto ante Olief?

–No tengo que justificar nada ante él porque está muerto.

Aquellas palabras los sorprendieron a ambos. A pesar de su conversación con Sebastyen, Nic no había pronunciado lo que era obvio, no lo había dicho en voz alta. Ahora, al oírlo, comprendió y sintió que el corazón se le encogía.

La fuerza del enfado abandonó a Rowan, dejándola con los labios pálidos.

–Te has enterado de algo –comentó esperanzada.

Nic se sintió fatal. Se había convencido de que la desaparición de su padre y de su madre no había significado mucho para ella porque, mientras ellos estaban desaparecidos, Rowan no paraba de salir a bailar a las discotecas, pero su reacción le estaba haciendo dudar. A lo mejor, no era tan superficial como él creía. Aquella posibilidad hizo que sintiera deseos de abrazarla aunque no fueran parientes.

Claro que la única vez que la había abrazado...

Aquel recuerdo hizo que sus emociones incendiarias amenazaran con apoderarse de él, pero Nic consiguió mantenerlas a raya.

–No –contestó preguntándose por qué había conseguido mantenerse firme ante Sebastyen, que lo conocía mejor que nadie, y no le era tan fácil hacerlo delante de Rowan.

Supo inmediatamente que era porque temía que Rowan pudiera ver en lo más profundo de sí mismo, que lo mirara a los ojos y se diera cuenta de que sus defensas se estaban desintegrando. No quería mirarla a los ojos.

–No, no me he enterado de nada. Seguimos sin noticias, pero dentro de dos semanas hará un año y es una locura seguir pensando que podrían haber sobrevivido. Los abogados me aconsejan que pidamos al juzgado que los declare... muertos –carraspeó.

Silencio.

Nic la miró para ver su reacción y se encontró con una mirada de desprecio tan potente que lo sorprendió.

–¿Cómo tienes la desfachatez de acusarme de ser un parásito, cuando tú eres un beato y un canalla? –le gritó recuperando la fuerza que había perdido–. ¿Quién sale beneficiado si se les declara muertos? No, Nic. No, no pienso permitirlo.

Dicho aquello, se fue a la cocina dando un portazo.

Nic no estaba dispuesto a permitir que se fuera de rositas después de haberlo insultado, pero necesitaba un minuto para recomponerse e ir tras ella.

Rowan registró los armarios en busca de una tetera.

Temblaba de indignación.

Y de miedo.

Si era cierto que su madre y Olief habían muerto...

Sintió que le faltaba el aliento. Aquello la dejaría completamente a la deriva. Había conseguido darle cierto sentido a su vida aunque era cierto, Nic tenía razón en aquello, que en el último año había estado bastante confusa. Ahora, necesitaba tiempo para arreglar algunas cosas y planificar su futuro.

Por lo visto, Nic el cruel, no estaba dispuesto a concedérselo.

Entró en la cocina y Rowan sintió su formidable presencia con tanta fuerza que tuvo que agarrarse al borde de la mesa.

No estaba dispuesta a permitir que su cuerpo reaccionara ante él.

–No sé de qué me sorprendo –susurró–. No tienes ninguna sensibilidad. Eres frío como un témpano.

–Mejor ser frío que ser una caradura –le espetó Nic–. No te da pena que mi padre haya muerto sino perder su fortuna, ¿verdad?

–Por si no te has dado cuenta, yo no he hablado de su dinero ni una sola vez. ¿Qué te ocurre? ¿El consejo de administración te lo está haciendo pasar mal otra vez? A lo mejor no tendrías que haberte dado tanta prisa en ocupar el puesto de Olief como si fuera tuyo.

–¿Y quién se habría hecho cargo entonces? –le recordó Nic–. Los consejeros querían venderlo todo, pero yo he conseguido mantenerlo intacto para que mi padre lo encuentre a su regreso.

Rowan sabía que era cierto que Nic se había tenido que enfrentar a los consejeros delegados, pero, en aquellos momentos, ella había estado completamente concentrada en la recuperación de su pierna y no se había preocupado de la empresa en absoluto.

–Los he buscado sin descanso –continuó Nic–. He pagado numerosas expediciones mucho después de que las autoridades cerraran el caso. ¿Qué has hecho tú? –la retó–. ¿Poner al club de admiradores de tu madre como loco?

Rowan apretó los puños.

–Me había roto una pierna y no podía salir a buscarlos. ¡Te aseguro que conceder todas aquellas entrevistas no fue plato de gusto!

–Ya me imagino que contestar a las preguntas de los periodistas con lágrimas de cocodrilo en los ojos no debió de ser fácil –se burló Nic.

¿Lágrimas de cocodrilo? Las lágrimas que llenaban los ojos de Rowan siempre que pensaba en el avión que había desaparecido eran de verdad, eran reales, pero se apresuró a desviar la mirada porque no quería que Nic se diera cuenta de su disgusto. Era evidente que no creía que su reacción fuera sincera y no estaba dispuesta a suplicarle que la creyera.