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Deborah McCloud había cometido muchos errores en su juventud. Había creído en su padre y después había descubierto que él la había traicionado cruelmente. También había entregado su corazón al hombre equivocado al enamorarse desesperadamente de Dylan Smith. El deseo y el amor que había sentido por Dylan había sido demasiado para ella, por eso se había marchado. Y llevaba huyendo desde entonces. Pero ahora, siete años después, volvía a casa a enfrentarse a aquéllos a los que había herido, a los errores del pasado… y al único hombre que podría volver a encender una pasión que había tratado de olvidar.
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Seitenzahl: 249
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Gina Wilkins
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Errores de juventud, n.º 1770- marzo 2019
Título original: Faith, Hope and Family
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1307-845-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
DEBORAH McCloud vio la señal que anunciaba la delimitación territorial de Honesty. Le tentó la idea de seguir conduciendo y dejar atrás el lugar donde había crecido. Aquel pueblo de Mississippi ya no era su hogar. Hacía nueve años que había salido de allí cuando se había marchado a la universidad y durante los anteriores siete años sólo había visitado el pueblo un par de días cada temporada. Y ahora regresaba porque su madre y sus dos hermanos mayores todavía vivían allí.
Apretó el acelerador con fuerza. Seguramente fue un deseo reprimido de escapar a los infelices recuerdos que conllevaba aquel lugar, aunque en sus esporádicas visitas trataba de no pensar mucho en ello. Suponía que era la boda de su hermano, que se había celebrado aquella misma tarde, la que había provocado que recordara tantas cosas.
Pero entonces un destello de luces azules le hizo regresar a la realidad y maldijo entre dientes. Salió de la carretera y aparcó en el arcén de aquella desierta ruta. Lo único que podría hacer que todo aquello empeorara sería si el agente de policía que le había indicado que detuviera el coche fuera Dylan Smith. El destino no podía ser tan cruel.
Pero las cosas sí que podían empeorar…
Dylan Smith apoyó la mano en el capó del coche y la miró. La ventanilla del conductor estaba bajada. Aunque no se le veía muy bien debido a la luz amarillenta de las farolas, a Deborah no le costó entrever su hermosa cara, así como sus impresionantes ojos grises. El pelo castaño oscuro que había llevado largo una vez, lo tenía cortado casi al estilo militar, muy apropiado debido a su trabajo en el lado bueno de la ley.
Cuando habló, lo hizo con una voz más profunda que la que recordaba ella y que, todavía con demasiada frecuencia, la acechaba en sueños. Pero el humor burlón de siempre seguía estando presente en su tono.
—Buenas tardes, señorita McCloud. ¿Has robado un banco? ¿O una tienda de licores? Parece que tienes mucha prisa por salir del pueblo.
—No me estoy marchando del pueblo. Simplemente me apetecía conducir.
—¿A medianoche?
—Sí. ¿Va eso contra la ley?
Dylan no mostró si el desafiante tono de voz de ella lo enfadó.
—No. Pero lo que sí va contra la ley es sobrepasar el límite de velocidad.
—Entonces ponme una multa —retó Deborah, sacando su permiso de conducir de su cartera y dándoselo a él—. Si lo compruebas, verás que no tengo ninguna falta.
—Ya sabes que no te voy a multar —dijo él sin intención de agarrar el permiso de conducir.
—Multarías a cualquier otra persona que superara el límite de velocidad. Espero recibir el mismo trato que todo el mundo.
—¿Qué tal la boda de tu hermano? —preguntó Dylan.
Aquel cambio de conversación tan repentino provocó que ella parpadeara.
—Bien. No ha habido problemas —dijo, bajando la mano con la que sujetaba el permiso de conducir.
—Gideon y Adrienne hacen una pareja estupenda.
—Sí, es cierto —concedió Deborah—. Oí que Adrienne insistió en invitarte. ¿Cómo es que no has asistido?
—No es típico de ti preguntar cosas absurdas.
—Entonces siento habértelo preguntado —dijo ella, enfadada.
Dylan suspiró.
—No quería que nada desagradable ensombreciera la boda. Sabía que tú no querrías que yo fuera. Y, a pesar de mi amistad con Adrienne, Gideon y yo apenas nos hablamos. Por ellos, y por tu madre, no quise arriesgar el crear problemas.
—A mí no me podía importar menos si estabas allí o no. Y mi madre hubiera sido tan educada contigo como lo fue con todos los demás invitados.
Obviamente Dylan no creyó la insinuación de Deborah de que él ya no tenía poder sobre ella.
—Yo siempre he admirado a tu madre, ¿sabías? Tiene mucha clase. La manera tan amable con la que trata a la hija huérfana de su ex marido… bueno, eso confirma lo que siempre pensé de ella.
Deborah no tenía ninguna intención de discutir con él los escándalos de su familia.
—Estoy segura de que a mi madre le agradará saber la opinión que tienes de ella —dijo, agarrando de nuevo el volante—. ¿Me vas a multar o no?
Dylan se rió de la misma forma con la que siempre había logrado que a ella se le revolucionase el corazón.
—Creo que nunca antes nadie me había reclamado que le multara.
—¿Bueno? —incitó ella, frunciendo el ceño.
—No te voy a multar. Simplemente te doy el consejo de que conduzcas más despacio.
—¿Entonces me puedo marchar?
Él se apartó del coche y contestó con voz repentinamente cansada.
—Jamás he tratado de impedir que siguieras tu camino, Deborah.
Sin confiar en la respuesta que le daría a aquel comentario, ella arrancó el coche y se alejó de allí, consciente de que él se quedó donde estaba hasta que la perdió de vista…
Deborah se levantó pronto a la mañana siguiente. Había dormido sólo unas pocas horas tras haber estado conduciendo. Se dirigió a la cocina, donde vio a su madre cortando fruta en trocitos. Impecable como siempre, Lenore McCloud ya estaba vestida con una blusa color crema conjuntada con una falda del mismo tono. Tenía el pelo canoso y lo llevaba muy bien peinado.
Consciente de su alborotado pelo color rubio oscuro y de su aspecto desaliñado, Deborah carraspeó.
—Me siento como si me hubiera introducido en uno de esos programas cómicos de televisión. Incluso llevas puestas tus perlas.
Lenore se tocó uno de sus pendientes y la gargantilla que llevaba.
—Tengo que asistir a un comité esta mañana. Y las perlas quedan bien con mi ropa.
—Claro que sí. Tú siempre vas muy bien combinada.
Lenore miró a su hija, que iba vestida con una camiseta y unos pantalones de estar por casa.
—Anoche saliste muy tarde, ¿no es así?
Deborah no se había percatado de que su madre la había oído salir. Se sirvió una taza de café y contestó con tranquilidad.
—No podía dormir y decidí ir a dar una vuelta en coche.
—¿Hay algo que te preocupa? ¿Algo de lo que te gustaría hablar?
Deborah llevó el café a la mesa y negó con la cabeza.
—Supongo que estaba inquieta por la boda..
Lenore se sentó con su hija a la mesa. Colocó varios bollos y un cuenco de fruta en el centro.
—Me alegro tanto de que todo saliera bien ayer. Fue una boda encantadora, ¿verdad?
—Sí que lo fue —dijo Deborah, tomando un bollito.
—Gideon estaba más contento de lo que yo jamás le había visto.
—Estaba muy contento. ¿Quién iba a pensar que se iba a echar novia y a casarse tan pronto? ¿Cuánto hace que se conocen…? Dos meses, ¿verdad?
Lenore sonrió.
—Es agradable ver a mis dos hijos tan felices con sus esposas.
—Nathan está siempre contento.
—Bueno, quizá no siempre.
—Vamos, mamá, ya sabes que él es el más alegre de tus hijos. Hace tiempo me calificaste como «la temperamental» y a Gideon como «el malhumorado». Nathan siempre ha sido el alegre y optimista cuya misión personal es asegurarse de que los demás estemos bien.
—Gideon y tú sí que erais más… rebeldes que Nathan —admitió Lenore—. Pero eso no quiere decir que le prefiera a él… ni a ninguno de vosotros. Quiero a todos mis hijos por igual.
—Lo sé —concedió Deborah—. Y me alegra que Nathan y tú fuerais capaces de solucionar vuestras diferencias. Sé que ambos sufristeis cuando estuvisteis distanciados.
Lenore esbozó una sonrisa levemente irónica.
—No hubiera podido estar enfadada con Nathan durante mucho tiempo. Nadie puede.
—Aparte de mí, por supuesto —murmuró Deborah.
—Aparte de ti —concedió su madre sin alterarse.
—Aun así… ¿estás segura de que no te has excedido con este tema de Isabelle? La manera en la que te seguía ayer en la boda y te llamaba «Nanna»… como si fueras su abuela… eso no puede ser una situación agradable para ti.
Lenore se sentó erguida en la silla. Sus ojos verdes reflejaron algo parecido al enfado.
—Eso son tonterías. Estoy muy cómoda con cómo están las cosas. Sé que no has pasado mucho tiempo con ella, pero Isabelle es una pequeña de cuatro años extraordinaria. Es inteligente, graciosa, y se comporta muy bien. Y como Nathan y Caitlin la van a criar junto a sus propios hijos, cuando los tengan, ella siempre me verá como a una abuela. ¿Por qué iría a importarme?
Deborah podía pensar en un sinfin de razones… comenzando por el hecho de que Isabelle era el fruto de la relación extramarital de su padre, Stuart McCloud, que había sido candidato para gobernador, con una joven trabajadora de la campaña electoral que era sido sólo unos pocos años mayor que ella misma. La aventura entre ellos se había hecho pública pocos meses antes de las elecciones y había supuesto el fin de la carrera de Stuart… y de su matrimonio de treinta años con Lenore, que se había sentido avergonzada y humillada por todo el asunto. Aun así, la señora McCloud había seguido teniendo la clase y dignidad que la caracterizaban.
Deborah no había vuelto a hablar con su padre una vez que éste había abandonado a su familia para casarse con su amante. Nathan había sido el único de los hermanos que había mantenido relación con él, aunque desde que Stuart y Kimberly se habían mudado a California había dejado de verlos. Pero en una de las visitas que les había hecho, se había quedado prendado de su medio hermana pequeña.
Cuando Stuart y Kimberly murieron en un accidente en México hacía un año, Nathan fue nombrado albacea de la herencia de la pequeña huérfana. Se convirtió en su tutor legal y la llevó a vivir consigo.
Pero a Lenore no le había sido fácil aceptar todo aquello. Al principio se había sentido herida y traicionada por la actuación de su hijo. Se había negado a tener ningún tipo de relación con la niña. Pero cuando vio claro que Nathan se iba a apartar de ella si no aceptaba a la pequeña, había cedido con mucha dignidad. Y todos sus conocidos la consideraron una santa.
Había veces que Deborah se planteaba si su madre no estaría llevando su papel de santa demasiado lejos. Entonces recordó lo que había dicho Dylan sobre ella; que tenía mucha clase. Frunció el ceño ya que había tratado con todas sus fuerzas de quitarse aquella conversación de la cabeza.
Decidió cambiar de asunto ya que su madre parecía muy decidida a defender su decisión de incluir a la pequeña Isabelle en su vida.
—Estoy segura de que sabes lo que es mejor para ti —murmuró.
—Lo que es mejor para mí y para mi familia —concedió Lenore—. Y no voy a permitir que las opiniones de otras personas me hagan cambiar de idea.
Deborah decidió que no iba a compartir más sus opiniones sobre Isabelle.
—Me alegra tanto que te vayas a quedar durante un tiempo esta vez —dijo su madre—. Hacía mucho que no venías a casa más de un fin de semana.
—Es agradable estar en casa —dijo Deborah.
—¿Has decidido algo sobre tu próximo empleo?
Deborah se encogió de hombros.
—Estoy considerando ofertas en Atlanta y en Dallas. Me ha gustado vivir en Tampa durante estos últimos años, pero creo que es el momento de cambiar.
—Has vivido en tres Estados diferentes desde que hace menos de cinco años te licenciaste. ¿Cuándo vas a sentar la cabeza?
—Oye, estoy soltera y no tengo compromisos. Creo que es bueno tener nuevas experiencias mientras puedo, ¿no te parece?
—Sí, supongo que sí —dijo Lenore. Parecía dubitativa—. Pero… ¿no querrías comenzar a tener una familia pronto? Dentro de diez días cumplirás veintisiete años.
—Sí, mamá. Sé cuándo es mi cumpleaños y cuántos años cumplo.
—Lo siento —se disculpó Lenore—. Supongo que estos días sólo pienso en bodas y en nietos.
—No me extraña, teniendo en cuenta que tanto Nathan como Gideon se han casado recientemente. Pero durante un tiempo vas a tener que conformarte con esas dos bodas. Yo no tengo ninguna prisa en complicarme la vida por el momento.
—Espero que nuestro divorcio no te haya amargado la idea del matrimonio. No todos los matrimonios terminan de una manera tan dolorosa. Y, aunque el mío lo hizo, no me arrepiento de nada. Tu padre y yo disfrutamos de muchos años de felicidad y tuve tres hijos maravillosos. Eso compensa cualquier pena que haya sufrido.
Deborah pensó que su madre era demasiado generosa y tolerante. Tenía una gran capacidad para perdonar. Pero no quería recordar todo aquello en aquel momento…
—Me gustaría tomar otra taza de café. ¿Quieres que te sirva un poco más a ti también?
—Sólo media taza, por favor…
Pero entonces sonó el teléfono. Sorprendidas, tanto Deborah como su madre lo miraron. Era demasiado pronto para que alguien telefoneara un sábado por la mañana. Lenore se dirigió a contestar.
Deborah agarró entonces el periódico que había sobre la mesa y leyó algunos titulares. Pero cuando su madre regresó a la cocina, con sólo mirarla supo que eran malas noticias.
—¿Qué ocurre?
Lenore se sentó de nuevo en la silla.
—La madre de Caitlin ha fallecido esta noche —dijo.
—Lo siento mucho —dijo Deborah con sinceridad.
—En realidad supongo que es mejor así. La pobre no reconocía a su hija desde hacía más de un año.
—¿Van a ir Caitlin y Nathan a Jackson para organizar el entierro?
—Sí, se marchan esta misma mañana. Estarán fuera durante dos o tres días para organizarlo todo. Como es sábado, no pueden hacer mucho hasta el lunes por la mañana. Se van a quedar en un hotel, ya que así no tienen que estar viajando todos los días varias horas en coche y Caitlin quiere estar con su madre hasta que la entierren el lunes. Ah, Isabelle se va a quedar aquí con nosotras. Caitlin ha dicho que prefiere que nos quedemos con ella a que vayamos al entierro.
—¿Van a traer aquí a Isabelle? —dijo Deborah, enojada.
—Desde luego. No pretenderás que lleven a una niña de cuatro años a un entierro.
Lo que Deborah no había esperado había sido tener que pasar un par de días en la misma casa que su medio hermana. Aunque se había dicho a sí misma que Isabelle no tenía culpa de nada, le era difícil ser objetiva. No iba a poder estar frente a la pequeña sin recordar el engaño de su padre…
—No —dijo—. Claro que no esperaba que la llevasen. ¿Pero qué pasa con el ama de llaves? ¿La señora Tuckerman?
—No es interna. Sólo trabaja durante unas horas. Y, además, yo me ofrecí a quedarme con Isabelle. Sólo será por un par de días —le recordó Lenore—. Seguramente regresen el lunes por la noche. E Isabelle no crea problemas. Está muy bien educada.
—Estoy segura de que todo irá bien —dijo Deborah, encogiéndose de hombros.
Silenciosamente se dijo a sí misma que todo iría bien ya que iba a mantener las distancias con la pequeña. No deseaba tener relación con la niña…
Cuando terminaron de desayunar, sonó el timbre de la puerta. Lenore se apresuró a abrir y Deborah la siguió a regañadientes. Caitlin estaba triste pero entera. Había estado esperando aquel desenlace desde hacía casi dos años, cuando su madre había sufrido un derrame cerebral. Nathan estaba más serio que de costumbre, pero cuando miró a la pequeña rubia de ojos azules que llevaba de la mano sonrió con dulzura.
A Deborah le habían dicho en repetidas ocasiones que la pequeña Isabelle era igualita a ella con esa misma edad. Tuvo que reconocer que se parecían. Su hermano Gideon, que tenía el pelo oscuro y los ojos verdes, era el único de los hermanos que no había heredado los ojos azules y el pelo dorado de su padre.
Se acercó a Caitlin cuando su madre se apartó para hablar con Isabelle.
—Siento mucho lo de tu madre.
Caitlin apretó la mano de Deborah.
—Gracias. Ya me despedí de ella hace mucho tiempo, pero echaré de menos irla a visitar cada semana a la residencia, incluso aunque tengo dudas de que ella supiera que yo estaba allí.
—Quizá sí que sabía que estabas allí, pero no tenía manera de hacértelo saber.
—Tal vez una parte de ella sí que me reconocía. Era por eso que seguía yendo a visitarla.
Nathan abrazó a su esposa por los hombros.
—Regresaremos en un par de días —le dijo a Deborah—. Espero que podamos pasar juntos algún tiempo antes de que te marches de nuevo.
La familia era muy importante para Nathan. Ella sabía que si él pudiera, los mantendría a todos a su alrededor para así poder cuidarlos y asegurar su felicidad.
Quince minutos después, Nathan y Caitlin se marcharon. Entonces se dio la vuelta hacia su madre para decirle que pasaría la mayor parte del día en su estudio. Tenía correspondencia y documentos que revisar. Pero Lenore estaba mirando la hora en su reloj.
—Tengo que marcharme en diez minutos o llegaré tarde a mi reunión —dijo su madre antes de que Deborah pudiera hablar—. Isabelle, cariño. Estaré fuera durante un par de horas, pero tú estarás bien aquí con Deborah.
—Mamá —dijo Deborah, carraspeando exageradamente.
—No te preocupes por preparar la comida —continuó Lenore, dirigiéndose a su hija y aparentemente sin notar las señales silenciosas de ésta—. Compraré algo de regreso a casa.
—Pero, mamá…
—Me tengo que marchar —dijo Lenore con seriedad. Estaba claro que se había percatado de las señales de Deborah… pero las estaba ignorando—. Soy la presidenta de este comité y ésta es una reunión muy importante. Como estás aquí, no hay ninguna razón por la que no puedas echarle un ojo a tu hermana durante un par de horas.
Deborah notó de que la pequeña estaba muy pendiente de la conversación y de que estaba poniendo una triste expresión. Entonces sonrió levemente.
—Claro, está bien —concedió—. Estaremos bien aquí durante el tiempo que estés fuera, ¿verdad, Isabelle?
La niña asintió con la cabeza.
—Seré buena, Nanna —prometió.
—Sé que lo serás, cariño —dijo Lenore, dándole unas palmaditas en la cabeza a la pequeña—. Siempre lo eres —entonces se dirigió a Deborah—. Tú sé buena también.
Isabelle se rió tontamente.
—Lo intentaré —dijo Deborah, sonriendo tensamente.
Una vez Lenore se marchó, la casa se quedó muy silenciosa. Deborah miró a la pequeña, la cual, expectante, la estaba mirando a su vez, y se preguntó qué era lo que se suponía que tenía que hacer.
—Así que… hum… ¿qué haces normalmente los sábados? —le preguntó a la niña.
—Cosas diferentes —contestó Isabelle, encogiéndose de hombros—. Vamos de compras o al cine o al parque. A veces vamos a la tienda de perros.
—La… hum… ¿tienda de perros? —preguntó Deborah.
Isabelle asintió con la cabeza y sus rizos rubios se movieron.
—Para comprarle cosas a Fluffy-Spike, nuestro perro. Es un bichón. La señora T lo va a cuidar hasta que Nate y Caitlin vuelvan.
Deborah sabía quién era la señora T. Era el ama de llaves de Nathan, Fayrene Tuckerman.
—¿Has dicho que el perro se llama Fluffy-Spike?
Isabelle volvió a reír tontamente.
—Yo quería ponerle Fluffy, pero Nate lo llamaba Spike porque pensaba que era un nombre gracioso para un perro pequeño y blanco. Así que ahora lo llamamos Fluffy-Spike. Es gracioso, ¿verdad?
Deborah se percató de que la pequeña se refería a su hermano mayor como Nate. Lenore le había contado que habían hablado antes de la boda de Nathan sobre la posibilidad de que Isabelle se refiriera a Caitlin y a Nathan como mamá y papá ya que la iban a criar ellos. Pero a ninguno le había parecido bien la idea. Habían decidido que no había razón por la cual la niña no pudiera referirse a ellos por sus nombres, aunque se esperaba que la relación entre ellos fuera la de unos padres con su hija.
Le había sorprendido la facilidad con la que Nathan se había adaptado a la paternidad. Trataba muy bien a la pequeña, pero si tenía que corregirla en algo lo hacía sin dudar. Aunque ella no tenía tanta confianza en sus habilidades para cuidar de un niño. Por ejemplo, no sabía qué hacer con su hermana durante el resto de la mañana.
Los cotilleos viajaban a mucha velocidad por Honesty y Dylan tuvo una muy buena informadora; su tía Myra, esposa de Owen Smith, jefe de la policía local.
Myra no pudo esperar para telefonear a su sobrino y contarle que Nathan y Caitlin McCloud habían tenido que marcharse del pueblo y que habían dejado a Lenore y a Deborah al cuidado de la pequeña Isabelle. Los rumores decían que Deborah estaba cuidando de la niña mientras su madre asistía a uno de sus tantos compromisos.
—Me sorprende que Deborah estuviera de acuerdo —añadió Myra—. Ella nunca perdonó a su padre y la gente dice que se enfadó muchísimo con su hermano por hacerse cargo de la pequeña.
Dylan no tenía ninguna intención de discutir la vida de Deborah ni de su familia con su tía.
—¿Querías algo más? En una hora tengo que volver a mis obligaciones y…
—No, eso era todo —dijo Myra, que parecía decepcionada—. Simplemente pensé que te interesaría saber qué está haciendo con Deborah.
—No es asunto mío. Hace mucho tiempo que perdí interés en los McCloud, tía Myra.
Mientras colgaba el teléfono, Dylan tuvo que reconocer que aquello era mentira. Aunque había intentado con todas sus fuerzas olvidarse de ella, Deborah todavía le interesaba mucho…
Y MI profesora se llama señora Montgomery y a mí me gusta porque es agradable. Mis mejores amigos esta semana son Tiffany y Benjamin. Benjamin se perdió en el bosque Cooper durante mucho tiempo, pero el agente Smith lo encontró. Danny se rió de Benjamin por haberse perdido y le hizo llorar. A mí no me gustan Danny ni Bryson porque son antipáticos. Dijeron que mi papi era un hombre malo, pero Nate y Gideon me dijeron que no les hiciera caso.
Agarrando su taza de café, Deborah miró fascinada a la niña que estaba sentada enfrente de ella en la mesa de la cocina. Isabelle había pasado los quince minutos anteriores comiendo una naranja y hablando sin parar de su vida en Honesty. Deborah intentó seguir todo lo que decía la pequeña, aunque en realidad era suficiente con asentir con la cabeza…
—¿Quién ha dicho algo sobre tu padre?
—Danny y Bryson, pero más Danny. Ya no habla de él porque la señorita Thelma le dijo que se iba a perder el recreo cada vez que dijera algo de mi papi. Gideon le dijo a la señorita Thelma que le dijera a Danny que dejara de decir cosas sobre mi papi.
—Hum, ¿Gideon hizo eso? —preguntó Deborah, que no había sospechado que su hermano se hubiera involucrado en los asuntos del jardín de infancia de la pequeña.
Isabelle asintió con la cabeza.
—Fue cuando Nate y Caitlin estaban de viaje de luna de miel y la hermana de Nanna se hizo daño, así que yo me tuve que quedar con Gideon. Le dije que Danny había dicho cosas malas de mi papi y que me hizo llorar y Gideon se enfadó mucho y fue a mi colegio a hablar con la señorita Thelma y ahora Danny me deja en paz. Casi siempre.
Deborah se percató de que la pequeña la estaba analizando con la mirada…
—¿Qué ocurre?
—Gideon dijo que en realidad mi papi no era un hombre malo, pero que algunas personas se enfadaron con él cuando se casó con mi mami y se mudaron a California.
Deborah frunció el ceño y se preguntó qué esperaría Isabelle que dijera ella. Obviamente su hermano Gideon había estado tratando de suavizar la versión de los hechos ya que él tampoco había tenido relación con su padre durante los tres años anteriores a su muerte.
—Siempre puedes creer a Gideon —dijo—. Dice lo que piensa.
—Lo sé —dijo Isabelle, limpiándose las manos en una servilleta—. He visto algunas fotografías tuyas con mi papi cuando eras pequeña. Me las enseñó Nanna. Dice que soy igual que tú cuando eras pequeña. Me gustó la fotografía en la que estás en los hombros de papi. Te estabas riendo y tenías un globo rojo. ¿Sabes cuál te digo?
—Sí, sé cuál es —contestó Deborah de manera un poco cortante. Estaba tensa.
Podía recordar la fotografía perfectamente. Ella tendría cinco o seis años, dos trenzas rubias y una expresión de alegría al estar sobre los hombros de su padre. Por aquel entonces lo había considerado como su héroe y él la había tratado como a su pequeña princesa. Pero en realidad Stuart había sido adicto al trabajo y habían sido pocos los días que había dedicado a divertirse con su familia.
Pero no había estado lo suficientemente ocupado como para haber comenzado una aventura amorosa con una voluntaria que trabajaba en su campaña. Incluso había oído que había sido un esposo y padre devoto con su segunda familia. Se decía que las vacaciones en México durante las cuales murieron habían sido la primera ocasión en la que se habían separado de su, por aquel entonces, hija de tres años.
No le echaba la culpa a la pequeña de los errores de su padre, pero no podía evitar recordarlos al mirar la incómodamente familiar cara de la niña…
—¿No te gustaría ver dibujos animados en la televisión? —sugirió.
—Normalmente estamos demasiado ocupados los sábados por la mañana como para ver dibujos animados —contestó Isabelle, encogiéndose de hombros.
—Oh. Bueno, como hoy no hay mucho que hacer, ¿por qué no vas a ver qué hay en la televisión? Mi madre regresará pronto y quizá tenga algo planeado para hacer contigo esta tarde.
—Está bien —dijo la pequeña, levantándose—. ¿Quieres venir a ver la tele conmigo?
—No, gracias. Tengo algunas cosas que hacer. Simplemente no… uh… veas nada inapropiado.
Isabelle la miró sin comprender.
—Pon programas para niños, ¿está bien? Dibujos animados, Barrio Sésamo, o algo así —dijo Deborah sin en realidad saber qué programas había para niños.
Cuando la pequeña se dirigió al salón, metió su taza de café en el lavavajillas y deseó que su madre regresara pronto.
Lenore se demoró por algunos problemas en su club, problemas que tardaron horas en resolverse, por lo que Deborah se tuvo que ocupar de Isabelle durante toda la tarde.
—¿Por qué no comemos un bocadillo y luego vamos a ver una película al cine? —sugirió.
En el cine no tendría que hablar con la niña y prefería aguantar una película aburridísima que estar toda la tarde sometida al escrutinio de los curiosos ojos azules de Isabelle.
Una vez en la sala de cine, alguien le tiró un puñado de palomitas a la cabeza. Parecía que se estaba librando una batalla de tentempiés entre preadolescentes. Incrédula, agitó la cabeza.
Pero parecía que Isabelle estaba acostumbrada al jaleo ya que se quedó muy tranquila sentada en su asiento y Deborah tuvo que admitir que la pequeña sí que estaba muy bien educada. Aunque eso no significaba que ella quisiera pasar más tardes cuidando de su hermana.
Entonces la película para niños comenzó y en ese momento varios rezagados entraron en la sala y se sentaron delante de ellas. La mujer que se sentó delante de Isabelle era muy alta y no permitía que la niña viera la pantalla.
—No puedo ver —se quejó Isabelle a Deborah.
—Siéntate en mi asiento —sugirió Deborah, susurrando—. Quizá aquí puedas ver mejor.
Una vez cambiaron de butacas, la pequeña seguía sin ver.
—Aquí tampoco puedo ver —dijo Isabelle casi lloriqueando—. ¿Me puedo sentar en tus rodillas? Por favor… Nate me deja hacerlo cuando no puedo ver.
Una de las mujeres que se había sentado delante de ellas les dirigió una adusta mirada por encima de su hombro y chistó suavemente para que se callaran.
—Levántate —le indicó entonces Deborah a Isabelle, mordiéndose el labio inferior—. Nos sentaremos en esta butaca para ver mejor—dijo sin molestarse en susurrar.
Entonces se sentó en la butaca en la que había estado sentada al principio y ayudó a su hermana a sentarse en sus rodillas.
—Esto está mejor —susurró Isabelle—. Gracias.
—De nada —dijo Deborah entre dientes, preparándose para pasar un par de horas realmente incómoda.