Estas brujas no arden - Isabel Sterling - E-Book

Estas brujas no arden E-Book

Isabel Sterling

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Beschreibung

HANNAH ES UNA BRUJA, PERO NO DE LAS QUE TE IMAGINAS... En su vida hay pocos conjuros y mucho evitar a la chica que le rompió el corazón y vender baratijas en una tienda de artículos mágicos. Cuando un rito de magia negra arruina la fiesta de fin de curso, Hannah y su tediosa ex, Veronica, temen lo peor: hay una Bruja de Sangre en el pueblo. Como su aquelarre no las cree, las chicas se verán obligadas a formar equipo si desean proteger a todas las personas que quieren. Pero en la mítica Salem tus poderes deben permanecer ocultos. SI NO QUIERES QUE EL MUNDO ARDA.

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Primera edición: octubre de 2021

Revisión y adaptación: Textos BCN - Judit Abelló

© Samantha Adams, 2019

© VR Europa, un sello de Editorial Entremares, S.L., 2021

Gran Vía de Les Corts Catalanes 283, 08014 Barcelona - www.vreuropa.es

Publicado originalmente por Razorbill, un sello de Penguin Random House LLC, Nueva York. Derechos de traducción gestionados por Taryn Fagerness Agency y Sanda Bruna Agencia Literaria, SL. Todos los derechos reservados

ISBN: 978-84-124770-3-0

Depósito legal: B-14.835-2021

Maquetación: Leda Rensin – Diseño de cubierta: Carolina Marando

Impreso por Estugraf Impresores

Impreso en España / Printed in Spain

Este libro se ha impreso en papel procedente de bosques gestionados de formasostenible y que ha seguido un proceso de fabricación totalmente libre de cloro.

A mi esposa, Megan.

Conocerte lo ha cambiado todo, incluso esta historia.

1

Dicen que hay una delgada línea entre el amor y el odio.

Solía pensar que esas personas eran idiotas. La mayoría de las personas lo son. ¿Qué podían saber unos idiotas anónimos sobre el amor? O sobre el odio, llegado al caso. Pero entonces salí con Veronica Matthews.

Veronica. Matthews.

La chica que me sacó del armario tan rápida y definitivamente que la cabeza seguía dándome vueltas semanas más tarde. Nuestro primer beso fue un antes y un después. Un cambio de identidad. Incluso tras un año de relación, aún no encuentro las palabras para describirlo.

Mis padres se sorprendieron, aunque se recuperaron rápidamente después de que entrara en la cocina el día del beso y anunciara: «Mamá. Papá. Resulta que soy lesbiana».

Mi padre dejó caer la cuchara al suelo. Parpadeó algunas veces, después se encogió de hombros.

—Ah, bien. De acuerdo.

—¿Quieres hablar de eso? —Mi madre recogió la cuchara y la lavó en el fregadero.

—Nop. —Recuerdo haberme encogido de hombros. Papá y yo lo hacemos mucho—. Solo creía que debíais saberlo.

Y eso fue todo.

Veronica Matthews me lo enseñó todo sobre el amor, y supongo que ellos tenían razón. Realmente hay una línea muy delgada del amor al odio. La misma chica que me arrastró fuera del armario, más adelante me arrancó el corazón del pecho con sus uñas meticulosamente arregladas.

La odio. Esa estúpida, egocéntrica…

Alguien se aclara la garganta frente a mí. Aparto la mirada de Veronica, que se encuentra al fondo de la tienda, junto a las pociones, coqueteando con una chica cuyo nombre no puedo recordar. Me resulta familiar, con su piel morena y una mata de rizos negros. Creo que forma parte del equipo de animadoras con Veronica.

Evan Woelk, un chico pálido y delgado con una gruesa línea de delineador enmarcando sus ojos color café oscuro, está de pie al otro lado del mostrador. Sonríe cuando finalmente me fijo en él.

—Hola, Hannah. —Coloca una pila de mercancía junto a la caja registradora y se mete las manos en los bolsillos delanteros.

—¿Lo has encontrado todo? —le pregunto al tiempo que ahogo un escalofrío al escuchar reír a Veronica. Ni siquiera el sahumerio de lavanda que se está quemando detrás de mí es capaz de calmarme los nervios cuando ella está cerca.

Evan asiente y observa como asciende la suma total a medida que escaneo la compra. Velas negras. Cordel para rituales de unión. Un libro de hechizos. Incienso. Un átame totalmente negro, con ambos extremos de la hoja afilados. A pesar de que solo se utiliza para direccionar energías, debo resistir el impulso de poner los ojos en blanco. Otro Reg que juega a ser brujo.

Escaneo el último artículo y echo un vistazo a Evan. Va con un estilo gótico (vaqueros negros, una camiseta negra ajustada y anillos en todos los dedos), lo que hace que todo resulte aún más ridículo.

—Ochenta y cuatro con noventa y cinco. —Me muerdo el labio cuando pasa su tarjeta. Una parte de mi quiere advertirlo. A pesar de que la magia Wicca es un juego de niños en comparación con lo que yo soy capaz de hacer, es peligroso meterse con fuerzas que uno no puede comprender.

Tampoco es que vaya a contarlo. Exponer mi secreto sería arriesgarme a que me desterraran.

O a algo peor.

Evan coge su bolsa con una sonrisa contenida. Cambia el peso de un pie a otro y no se marcha. Exhibo mi sonrisa laboral, pero ansío que se retire.

Veronica sigue riendo por algo que Como-se-llame ha dicho. No quiero lidiar con ella, pero no puedo dejar el mostrador cuando hay un cliente en la tienda. Nunca me he considerado una persona celosa, pero si esas dos no se largan pronto, yo…

—¿Esa es Veronica? —pregunta Evan mientras señala la hoja que tengo delante. Se ve mi versión a medio terminar de Veronica convertida en un demonio maligno—. He oído que habéis roto.

—No quiero hablar de eso. —Me arden las mejillas. Arranco la página y la tiro a la basura. Claro que lo ha oído. Todo el instituto lleva semanas hablando de nuestra ruptura.

—Olvida que lo he preguntado. —Evan se aparta el pelo oscuro de los ojos. Es un esfuerzo en vano, ya que vuelve a caer—. ¿Vendrás a la hoguera de esta noche?

Le ofrezco una media sonrisa como agradecimiento por el cambio de tema.

—Creo que Gemma quiere ir. —Y si mi mejor amiga quiere asistir a la hoguera anual de fin de curso, no voy a poder escaparme—. ¿Asumo que tú irás?

—No me lo perdería por nada del mundo. —Levanta su bolsa de artículos mágicos, donde el átame asoma por un pequeño agujero en el plástico—. Te veo esta noche.

—Nos vemos —respondo, pero pongo los ojos en blanco cuando desaparece. Ya tengo suficientes aspirantes a brujos con los turistas que visitan Salem. Me molesta aún más que lo hagan los locales. Actúan como si se tratara de la ropa y los accesorios. Ten, compra un collar y algunas velas. Eso te convierte totalmente en un brujo. Si supieran cómo somos las verdaderas brujas, lo que somos capaces de hacer…

Probablemente no dormirían por las noches.

La risa de Veronica se filtra hasta el frente de la tienda. Oleadas familiares de deseo me recorren la espalda, pero el hielo que tengo en las venas aplaca el sentimiento. La quiero fuera de la tienda. La quiero fuera de mi vida el tiempo suficiente para superarla.

Pero no. Ojalá fuera tan afortunada. La egoísta y preciosa cruz de mi existencia pertenece al mismo aquelarre que mi familia. Algo que me parecía genial mientras salíamos, pero ahora…

—Ah, Hannah. Me había olvidado de que trabajabas aquí. —Veronica se acerca al mostrador con una pequeña cesta de velas e incienso, mintiendo sin esfuerzo alguno—. ¿Cómo estás?

—¿Qué haces aquí? —Cojo las velas que ha dejado sobre el mostrador y las escaneo.

—Compras. —Me dedica una sonrisa burlona e intercambia una mirada con Como-se-llame, que hace estallar una pompa de chicle.

—Esta trampa para turistas es muy cara y lo sabes. —Meto las velas en una bolsa de papel y dejo que mi pelo castaño me caiga sobre el rostro. Crea la suficiente barrera para evitar mirarla.

—Quizá quería verte. —Su voz es dulce como la miel, pero puedo escuchar el veneno detrás de sus palabras—. No respondes a mis mensajes.

—Sí, bueno, capta el mensaje. —Coloco el último incienso en la bolsa—. Serán cuarenta y cuatro con noventa y tres.

Me da el dinero y me roza los dedos con los suyos. Un escalofrío me recorre la piel, pero no permito que lo vea. No puedo dejar que sepa que aún me afecta.

—No tiene que ser así, Hannah. —Casi parece sincera. ¿Y cómo suena mi nombre en sus labios? Tengo que tragarme el nudo que tengo en la garganta antes de poder hablar.

—Gracias por visitar el Caldero Escurridizo. Que tenga un buen día.

—Venga, Ronnie, vámonos. —Como-se-llame, a quien Veronica no se ha molestado en presentar, se gira para ir a la salida, con los tacones repiqueteando contra el suelo.

Pero Veronica hace una pausa. Se para. Como si quisiera decirme algo más. El corazón me late con fuerza, y estoy segura de que puede oírlo.

—¿Desde cuándo dejas que la gente te llame Ronnie? Lo odias —escupo mientras me estiro el uniforme.

Mi ex mira como su amiga se marcha y, cuando está segura de que estamos solas, se inclina sobre el mostrador y me observa.

—Ten cuidado, Hannah. Podría pensar que estás celosa. —Una brisa intencionada me roza el cuello, cargada con una corriente del poder de Veronica. El humo del incienso se arremolina entre nosotras, me acaricia la mejilla y se desliza sobre la clavícula de Veronica para atraer mi atención a esa porción de piel desnuda.

—¿Qué coño haces? —A pesar de no ver a nadie más en la tienda, mantengo la voz baja para que no nos oigan—. Si lady Ariana te pilla usando magia en público…

—Relájate, Hannah. No es como si fuera a poner un pie en un lugar como este. Nadie lo sabrá. —Fija su mirada esmeralda en mí, pero retrocedo fuera de su alcance. Utilizar magia en público es un camino seguro para perder privilegios en el aquelarre. Y yo, por mi parte, no quiero retrasar mi entrenamiento porque mi odiosa ex sea descuidada.

Veronica suspira, se aparta del mostrador y libera su dominio sobre el aire. El viento cesa y retoma un curso más natural.

—¿Feliz?

No la honro con una respuesta. Sabe lo que pasaría si un Reg nos descubriera. Si nuestra alta sacerdotisa lo supiera.

—Escucha, Hannah. —Juega con su bolsa de velas—. Quería saber… ¿Vendrás mañana a la graduación? Creo que por fin he perfeccionado mi discurso.

—¿En serio? —Me sobresalto por la emoción de mi voz. Toda una vida de amistad es difícil de dejar atrás, aunque me haya hecho mucho daño. Me cruzo de brazos y miro a mi alrededor para asegurarme de que seguimos solas—. No, no lo haré. Preferiría que el Concejo me despojara de mi magia antes que presenciar eso.

Las palabras penden en el aire, cargadas de más poder que el viento manipulado por Veronica. Separa los labios, pero no dice nada. Me pregunto si pensará en el día en que fuimos de compras en busca de su vestido de graduación. Si recordará lo que hicimos la noche en que le dijeron que era la primera de su clase, después de que sus padres se durmieran. La culpa me presiona el pecho, pero la aparto.

Es culpa suya que ya no estemos juntas. Ella fue quien me hizo daño.

Veronica se cambia la bolsa de mano y levanta una máscara para ocultar sus emociones. El dolor desaparece. La chica a la que quería desaparece, y la que me rompió el corazón ocupa su lugar.

—¿Todo bien? —Como-se-llame ha vuelto a la tienda.

—Por supuesto. —Veronica le dedica una sonrisa perfecta, que blande como un si fuera un arma—. Pensaba que me había olvidado el ticket. Vámonos.

Se gira, la coge del brazo y desaparece por la puerta.

Mientras que la campana resuena con su partida, mi corazón amenaza con estallar. Las lágrimas me escuecen en los ojos, pero me niego a llorar. No le daré esa satisfacción a Veronica.

Si cree que puede presentarse en mi trabajo todo el verano, está completamente equivocada. Cuando se trata de guardar rencor, soy campeona olímpica.

2

Después del trabajo, paso por el estudio de baile para buscar a Gemma. Es fácil de reconocer porque es casi una cabeza más alta que sus compañeras de clase. Cuando alcanzó el metro setenta en quinto de primaria, todos intentaron que se uniera al equipo de baloncesto, pero su pasión es el baile. Incluso cuando camina es un espectáculo; prácticamente llega flotando a mi coche.

—¿Estás lista para comerte el mundo? —Se abrocha el cinturón de seguridad y se suelta el pelo rubio que llevaba recogido en un moño.

Me encojo de hombros y me adentro en el tráfico.

—Conozco esa expresión, Han. —Gemma frunce el ceño—. ¿Qué ha hecho Veronica?

No existe un cambio de tema que pueda distraer a Gemma cuando tiene esa expresión, así que le cuento el Incidente Veronica. Sin mencionar el asunto de que ha utilizado magia en público. El único secreto que tengo con ella es mi posición como Bruja Elemental, y es un secreto que me llevaré a la tumba.

Al terminar la historia, veo que Gemma tiene un brillo asesino en la mirada.

—Deberías pedirle a tu jefa que la vede de la tienda.

—Eso es un poco extremo —digo al girar en dirección a mi calle.

—Veronica en sí es extrema. Necesitas espacio. —Gemma me coge la mano cuando paro el coche—. Al menos prométeme que disfrutarás de la hoguera de esta noche, ¿vale? ¿Te divertirás hasta que te olvides de ella?

—Te lo prometo.

Unas pocas horas después, cuando el sol empieza a caer y el cielo a oscurecerse, Gemma alcanza el éxito en el primer paso de nuestra misión. Estamos listas para la fiesta.

El chasquido del fuego nos da la bienvenida momentos antes de atravesar un matorral de árboles hacia el claro escondido que ha albergado a generaciones de estudiantes de Salem High. A mi lado, Gemma analiza la fiesta.

—¿Es cosa mía o todos parecen más hot aquí que en clase?

Analizo a los adolescentes que bailan. Puedo decir una cosa con certeza: llevan menos ropa que en el instituto.

—¿Por qué tienes alucinaciones alcohólicas? Estoy segura de que antes debes beber.

—Hablo en serio. Quizá sea la luz del fuego. —Se dirige al barril de cerveza, donde llena un vaso, bebe un trago y hace una mueca.

—Está buena, ¿eh?

—El primer trago es el peor. Estás demasiado sobria para olvidar que tiene un sabor horrible. —Levanta el vaso, pero se detiene antes de beber otro trago—. ¿Estás bien?

—Estoy bien. —Me obligo a enfocarme en Gemma en lugar de en la creciente multitud. Me rehúso a pasar toda la noche buscando a Veronica y a Como-se-llame. Gem me atraviesa con la mirada y yo suspiro—. Lo estaré. Te lo prometo.

Detrás de nosotras, alguien añade más madera al fuego. Las llamas chasquean y chispean en torno a los troncos y yo me giro para verlas. La piel me cosquillea con la magia en desuso al acercarme al fuego, atraída como un insecto a su trampa. No puedo permitirme ceder ante su canto. No aquí, rodeada de Regs. Gemma me sigue y juntas nos paramos delante de la fogata, meciéndonos al ritmo de la música que sale de la camioneta de alguien.

Me acerco más a las llamas, hasta que siento la caricia del calor en la cara. La energía me inunda, me atraviesa, me arranca del persistente dolor de haber visto a Veronica. Adormece los malos recuerdos como novocaína mágica.

Gemma me toca el brazo. Me giro, medio adormecida, y ella señala a Nolan Abbott. Nolan comenzará el último año el próximo semestre, como nosotras, y el nuevo capitán del equipo de fútbol ha puesto los ojos en mi mejor amiga.

—Al parecer alguien tiene un admirador. —Le doy un golpe en el hombro—. ¿Estás interesada? —pregunto mientras levanto las cejas. Ella corresponde a la mirada evaluadora de Nolan.

—No es mi tipo de chico —dice finalmente—, pero qué demonios. Una aventura de verano nunca le ha hecho daño a nadie. —Pero hace una pausa, se muerde el labio y vuelve a mirarme—. No puedo abandonarte.

—Está bien. Me quedaré junto al fuego.

—¿Estás segura? —Gemma me mira y yo asiento—. Cuando vuelva, quiero ver que te lo estás pasando bien. Nada de lamentarse por ya sabes quién.

—Palabra de scout. —Levanto tres dedos al cielo—. Ahora, ve.

Ella sonríe y se desliza por el claro hasta Nolan, que intenta disimular el hecho de que la estaba esperando. Sonríe de oreja a oreja cuando Gemma llega y yo me vuelvo a centrar en el fuego.

—¿Hannah?

Escucho mi nombre, pero no miro. En cambio, me pierdo en el parpadeo de las llamas y el pulso de la música.

—Tierra a Hannah. Regresa, Hannah. —La voz cada vez suena más cerca, con un tono provocador. Sonrío al notar quién ha perturbado mi contemplación y me giro para saludarlo.

—Hola, Benton. ¿Emocionado por la graduación de mañana?

—Emocionado. Aliviado. Contemplando mi lugar en el universo. —Se ríe y exhibe los hoyuelos que conquistaron por completo a Gemma cuando estábamos en primero y Benton era el nuevo alumno de segundo—. Aún me parece surrealista, ¿sabes? No me creo que haya terminado.

Asiento a pesar de que aún me queda un año por delante.

—La clase de Arte no será lo mismo sin ti.

—Estoy seguro de que te las arreglarás. —Le tiembla el ojo como si hubiera querido guiñarlo pero se lo hubiese pensado mejor. Mira el fuego en lugar de mirarme a mí.

—Así que… —digo y deseo tener una botella o algo con que ocupar las manos—. ¿Algún plan divertido antes de empezar la universidad? ¿Darás una fiesta en la piscina como el año pasado?

—No lo creo. A mis padres no les hizo gracia la cantidad de latas de cerveza que me encontraron pescando al día siguiente.

Ese comentario se gana una risa. A esa fiesta acudieron como un millón de personas.

—¿Y si somos solo nosotros? Prometo comportarme. —Le doy un codazo—. Vamos, haber sido tu compañera de Arte todo el año tiene que tener algunas ventajas.

—Podría organizar algo así. —Se pone rojo como un tomate. Se pasa una mano por el pelo y veo el rastro de un tatuaje.

—Bonito tatuaje. ¿Es nuevo? —Señalo el triángulo negro que lleva en la muñeca—. No recuerdo haberlo visto en clase.

—¿Qué? Ah, sí. Es un regalo de graduación anticipado para mí mismo.

—¿Qué significa?

Alguien añade más leña al fuego y vuelan chispas. Benton retrocede y se tapa los ojos. De mala gana, lo imito. Nada se compara con la gentil caricia de las llamas sobre la piel, con el torrente de poder que acompaña a ese contacto, pero este no es el lugar indicado. Como una Elemental, el fuego no me quemaría la piel, pero no quiero despertar preguntas de por qué se me quema la ropa pero no la piel.

—Es Delta. —Benton recorre el triángulo de su muñeca con un dedo—. El símbolo del cambio. Es la única cosa en la vida con la que puedes contar.

Asiento y permanezco en silencio. Benton no continúa y no lo presiono. En su lugar, me pierdo en el baile de las llamas. Otro estallido de chispas adorna el cielo. Un escalofrío me recorre la espalda. Si tan solo estuviera sola, las cosas que podría hacer con un fuego de este tamaño…

Benton se acerca a mí y algo en su postura distrae mi atención de las llamas. Debo inclinarme para mirarlo a los ojos.

—¿Cómo estás realmente? —pregunta—. Sé que las cosas no han sido fáciles desde la ruptura. —Se mete las manos en los bolsillos de los vaqueros desgastados, pero se encuentra dentro de mi espacio personal.

—Es un buen resumen. —La mención a Veronica es como un dardo envenenado que se me clava en el corazón. Deseo estar en casa, en mi cama, donde puedo esconder las lágrimas que amenazan con caer. Benton debería saberlo. Él estuvo allí. Él vio nuestra pelea a gritos fuera del autobús, de vuelta a Salem. Él y Gemma me consolaron durante el terriblemente incómodo viaje a casa.

—Lo siento. —Se tira del pelo, lo que hace que permanezca de punta por un momento antes de caer—. De hecho, estaba pensando... Sé que no es el mejor momento, pero… ¿te gustaría tomar un café algún día?

Observo a mi amigo. Sin parpadear. Confundida. Ligeramente horrorizada.

—Entiendo que es muy pronto. Lo entiendo. Y normalmente no invitaría a salir a alguien tan pronto tras una ruptura, pero me iré a Boston en agosto y no quería marcharme sin intentarlo y…

—¿Realmente estás invitándome a salir en este momento?

—Eh… ¿sí? —Benton titubea. Claramente, esto no está saliendo como lo había imaginado.

—¿Por qué?

—Porque eres divertida. Y amable. Y lista. Y…

—Una gran lesbiana —agrego antes de que las cosas se vuelvan más incómodas—. Pensaba que lo sabías.

—Lo sabía. Lo sé. —Se mira los zapatos.

—¿Entonces? —pregunto con furia y la sensación de traición que se eleva desde lo profundo de mis entrañas—. ¿Creías que podías volverme hetero?

—¡No! No, por supuesto que no. —Suspira y entrelaza las manos por encima de la cabeza—. Me siento como un idiota en este momento.

La tensión en mi pecho se libera. Un poco.

—Finjamos que esto no ha pasado. —Alargo una mano—. ¿Amigos?

—Amigos. —Me la estrecha, pero frunce el ceño—. No comprendo por qué Savannah me insistió en que te invitara a salir. Dijo que eras bisexual. Incluso afirmó que yo te gustaba.

No escucho lo que sea que dice a continuación. Savannah. Ese es su nombre. Como-se-llame, que vino a la tienda por la tarde. Le aprieto el brazo.

—¿Savannah te lo dijo? ¿Cuándo? —Él observa el lugar donde mis dedos rodean su piel descubierta. Lo dejo pasar.

—Hace diez minutos. —Patea una piedra y la lanza rodando hacia el fuego—. Esto es tan retorcido.

—La verdad es que sí. —Ya me encuentro analizando la multitud en busca de sus rizos oscuros—. ¿Dónde estaba cuando te lo dijo?

—Por allí. —Señala al otro lado del claro, a una muchedumbre de cuerpos retorcidos.

—Genial, gracias. —Me dirijo a la masa de bailarines que mueven las caderas al ritmo de otra canción sin letra con un bajo resonante. El chasquido del fuego es fuerte, pero una risa familiar lo penetra. Mis manos se cierran en puños.

—¿A dónde vas? —Llega la voz de Benton detrás de mí.

—A buscar a Veronica.

Y acabar con esto.

El campo está atestado de alumnos de último año que tendrán una dolorosa resaca en la graduación de mañana. Camino entre sus cuerpos orbitantes, con cuidado de esquivar los vasos de cerveza. Mataré a Veronica cuando la encuentre. Tiene suerte de que atacar a otra bruja vaya en contra de las leyes del Concejo.

Me encuentro casi al final de la multitud cuando escucho su voz, fuerte y aguda mientras habla con Savannah. Me escabullo más allá del límite del gentío y las encuentro.

Savannah está apoyada contra un árbol y coge la mano de Veronica.

—Vamos, Ronnie. —La consuela—. ¿Después de lo que te ha dicho? Merecía algo peor.

Veronica sisea algo en respuesta, pero no puedo distinguir las palabras.

Se me cierra la garganta y empiezo a ver de color rojo. Soy fuego; pura pasión y perfecta agresividad. Toda la frustración que sentí por la tarde en la tienda estalla en mi interior, lista para pelear. Savannah es la primera en verme. Una expresión petulante curva sus labios purpuras, un color intenso y sofisticado en contraste con su tono de piel. Veronica se gira y sus ojos destellan bajo la luz de la luna. Pone una expresión neutra y enseña su máscara perfecta.

El solo hecho de verla mientras me mira hace que me acalore. Deseo, no por primera vez desde que rompimos, poder olvidar lo bien que se siente cuando su cuerpo está presionado contra el mío.

—¿Qué coño te pasa?

Veronica vacía su vaso y se lo entrega a Savannah.

—¿Podrías traerme otra bebida? Creo que Hannah necesita hablar. —Me mira fijamente mientras habla, como si quisiera comprobar cuán enfadada estoy, ver cuánto puede presionarme antes de que pierda el control.

En momentos como este no me creo que hayamos salido.

Savannah nos mira a ambas y la victoria se desvanece de sus ojos. Coge el vaso de Veronica y sale disparada hacia los barriles de cerveza.

—¿Hay algún problema? —Veronica alza una ceja en fingida preocupación cuando su amiga está fuera del alcance—. Estás algo pálida.

—Sabes perfectamente lo que has hecho.

—No he hecho nada —responde con la cabeza ladeada.

—De acuerdo, bien, has incitado a tu amiguita Reg a hacerlo —sentencio cuando ella no deja de parecer confundida. Realmente hará que lo diga—. Le ha dicho a Benton que me invitara a salir. Mintió diciendo que soy bisexual para convencerlo.

—No hay nada de malo en ser bi, Hannah —responde mientras se examina la manicura.

—No he dicho que lo haya. Pero no soy bi, no tenías derecho de mentir al respecto. —Me tiembla todo el cuerpo por contener el grito que lucha por salir. Pero Veronica se mantiene de pie, altanera—. ¿Por qué me haces esto? ¿Qué ganas al hacerme la vida miserable?

Levanta la vista y juro que parece arrepentida. Casi.

—No quiero que tu vida sea miserable. —Echa un vistazo a la multitud de adolescentes bailando—. Pero eres una chica bonita. Debes acostumbrarte a que coqueteen contigo.

—¿Perdona?

—¿No crees que estar sola es lo peor? —Se acerca, hasta elevarse sobre mí.

Y allí está. Pendiendo en el aire entre las dos.

—¿Ese es el problema? —Una risa sin humor escapa de mi pecho—. ¿Harás que mi vida de soltera sea tan miserable que tendré que volver corriendo a tus brazos?

—Tú y yo estábamos bien juntas, Hannah. —Me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja y baja dos dedos por mi cuello, mi brazo, y me eriza la piel en su camino hasta mi muñeca. Algo que no ayuda para nada—. No tiene que acabar. —Me rodea la cintura con el brazo y me acerca hasta que nuestros cuerpos quedan pegados.

Me arde la piel y me hormiguea todo el cuerpo.

Hasta que reconozco su contacto, su posesividad, como el problema que acabó con nuestra relación.

Empujo a Veronica lejos de mí y retrocedo hasta que el aire frío gira a mi alrededor.

—No. No lo hagas. Esto es tu culpa y lo sabes. —Me meto la mano en el bolsillo y alcanzo las llaves que guardo allí. Necesito encontrar a Gemma y largarme de este lugar. Veronica me fulmina con la mirada.

—Puedes reescribir nuestra historia todo lo que quieras, pero tú has roto conmigo.

—¡Como si me hubieras dejado otra opción! ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Continuar como si todo fuera normal? ¿Que fingiera que lo de Nueva York nunca ocurrió?

—¡Sí! Fue un mal fin de semana, Hannah. Ni siquiera me has dado la oportunidad de explicártelo. —Está cerca, gritándome a centímetros de la cara. La gente se gira en nuestra dirección. Miradas acusadoras. Ojos curiosos.

—No quiero pelear por esto cada vez que te vea. —Mi voz apenas es un susurro, pero sé que ella puede escucharme. El aire entre nosotras me dice que apenas está respirando—. Quiero seguir adelante con mi vida.

—Bien. —La palabra me alcanza como una bofetada en la cara—. Admite que la ruptura fue culpa tuya y te dejaré en paz.

—A la mierda.

Veronica lanza chispas por los ojos. Empieza a hablar otra vez, pero un grito penetrante atraviesa la noche.

La música se detiene. Alguien se ríe hasta que le indican que se calle. Echo un vistazo a Veronica antes de empezar a correr hasta la fuente del grito. Nuestros compañeros de clase podrían necesitar otro para ubicar de dónde ha salido, pero el viento carga el pánico y el sonido de sollozos ahogados directamente hacia mí.

Por favor, que no sea Gemma.

Alguien sigue mis pasos. Miro hacia atrás y veo que Veronica me pisa los talones. Estamos solas. Por ahora.

La energía en el aire se vuelve opresiva. Estamos cerca. Realmente cerca. Se oye un lamento justo delante de nosotras, me apresuro a avanzar a través de un grupo de árboles y…

—Santa madre… —Dejo de hablar al tiempo que Veronica se detiene a mi lado. La escena frente a nosotras es algo salido de una película de terror. Un fuego destella a pocos metros, pero lo que atrae mi atención es la chica tumbada en el suelo.

Cubierta de sangre.

3

Tardo un segundo más que Veronica en reconocerla.

—Savannah. —Veronica corre hacia delante y cae de rodillas junto a su amiga, que tiene los ojos desorbitados—. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé. —La voz de Savannah se quiebra y se seca las lágrimas con una mano mientras sostiene la otra delicadamente sobre su pecho—. Vi otra fogata, así que me acerqué para ver quién daba otra fiesta. Pero me resbalé…

Miramos el fuego que tenemos a la espalda. No es una fogata como en la que dejé a Benton. Parece como si alguien hubiera tallado un círculo en la tierra, quizá de un metro o un metro y medio de diámetro, y lo hubiera encendido.

—No pasa nada. Todo irá bien —afirma Veronica, pero me mira como si pensara lo contrario. El aire está cargado de malicia. El fuego detrás de nosotras es violento y voraz. Incluso la tierra, un elemento normalmente calmo y tranquilo, está agitada.

Acaba de pasar algo malvado.

—¿De dónde sale la sangre? —pregunta Veronica—. ¿Te has hecho daño?

—No es… —Savannah pierde la voz por culpa de las lágrimas. Yo espero, con las garras de la preocupación en la piel—. No es mía. —Levanta la vista y la sigo con la mirada.

Los restos mutilados de un mapache cuelgan de una horca sobre nosotras. Un corte rojo forma una grotesca sonrisa sobre su estómago, de donde se derraman tripas y sangre hacia el suelo. Trozos de carne se aferran a sus costillas rotas y cuelgan suspendidos en el aire. Un trozo se libera y cae junto a Savannah.

Se me retuerce el estómago.

La bilis me quema la garganta y debo tragar para evitar sentir náuseas.

Una mano me toca la espalda y me retraigo.

—Soy yo. Relájate —dice Veronica con el ceño fruncido.

—¿Relajarme? Está cubierta de sangre. Y dios sabe de qué más. —Siento arcadas y me alejo más de Savannah, en dirección al fuego crepitante. Me duele el corazón por la pobre criatura—. Tengo una mala sensación.

—No me digas —sentencia Veronica, pero luego se para y me llama la atención—. Mira.

Sigo su dedo.

—Lo sé. He visto el fuego. No estoy totalmente distraída.

—Entonces cierra la boca y mira realmente.

Olor a gasolina y a madera (y una cantidad no menor de pánico) me ahogan los pulmones cuando finalmente hago lo que dice.

No es un círculo lo que está tallado en la tierra y encendido en llamas.

Es un pentáculo.

Me tiemblan las manos y tropiezo lejos del fuego. Un pentáculo junto a un sacrificio de sangre puede significar dos cosas y ninguna es particularmente buena. O bien un Reg está jugando con magia peligrosa…

O hay una Bruja de Sangre en Salem.

—¿Crees que nos ha seguido? —pregunto en voz baja para que Savannah no nos escuche, pero no puedo ocultar el miedo. El pánico. Si no se trata de una broma de un Reg (por favor, por favor, que sea una broma de un Reg), debe ser una Bruja de Sangre.

De los tres clanes de brujas, las Brujas de Sangre son las únicas que utilizan sacrificios animales para hacer magia. Y no tienen la reputación de respetar la vida humana; sea de un Reg o de un miembro de un clan.

Como acto reflejo, me frotó el mentón con los dedos. Casi puedo sentir el magullón, que sanó hace tiempo. El corte en la piel. El…

—Ey, no pasa nada. —Veronica me aparta la mano—. No sabe dónde vivimos. No es ella. Vamos, limpiemos esto. —Me libera y corre junto a Savannah—. ¿Puedes levantarte, cariño? Tenemos que salir de aquí.

¿Cariño? ¿Acaso Veronica y Savannah…? Hago a un lado el pensamiento. Tengo mayores preocupaciones en este momento que saber si mi ex tiene algo con una de las chicas más guapas de Massachusetts.

—Eso creo. —Savannah coge la mano extendida de Veronica—. Pero mi muñeca… Creo que está rota.

Crujen ramas a la distancia. Alguien me llama por el nombre. Un segundo más tarde, Gemma y Nolan aparecen en el pequeño claro, seguidos de algunos de los compañeros de equipo de Nolan.

—Ah, gracias a Dios, aquí estás. —Gemma se apresura y me rodea con los brazos—. Cuando no te encontré junto a la hoguera, pensé que seguramente… —Se le apaga la voz al ver a Veronica sosteniendo el peso de Savannah—. ¿Qué pasa aquí? —Levanta la vista y jadea—. ¿Y qué demonios es eso?

Nolan da un paso adelante y resbala en el charco de sangre. Un coro de improperios llena el aire mientras se limpia sus hasta entonces inmaculadas Adidas en el césped. Detrás de nosotros, la multitud crece cuando nuestros compañeros de clase siguen al equipo de fútbol dentro del claro.

—Ja, ja, muy gracioso. —Nolan no suena en absoluto divertido al analizar al grupo—. Nos has engañado. La broma ha acabado.

Un murmuro recorre la multitud, pero nadie responde.

—No estoy bromeando, idiotas. —Algo violento destella en los ojos de Nolan—. Limpiad esto. La broma se ha acabado. —Cuando nadie responde, prueba otro ángulo. Exhibe su sonrisa más encantadora y se acerca a Savannah—. ¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?

Savannah cae en sus encantos.

—Vi el fuego y pensé que alguien había organizado una fiesta más tranquila. No vi la sangre hasta que fue demasiado tarde. —Se acuna el brazo herido cuidadosamente sobre el pecho.

—¿Has visto algo más? —Para mi sorpresa, Savannah asiente.

—Vi a alguien salir corriendo.

—¿Alguien del instituto? —El alivio me invade. Si una Bruja de Sangre ha hecho esto (si ella estuviera aquí), no se hubiera quedado el tiempo suficiente para que un Reg la viera. Tiene que ser una broma. Una broma cruel y muy grotesca.

Pero Savannah niega con la cabeza y acaba con mi sensación de seguridad.

—No le vi la cara. Llevaba una capucha.

Con eso, Nolan rodea al público, moviéndose alrededor del límite del pentáculo en llamas.

—De acuerdo, ¿quién ha intentado arruinar mi fogata, bastardos? —Se detiene frente a Evan, que lleva una sudadera negra con capucha y un eyeliner aún más marcado que por la tarde—. Parece que hemos encontrado a nuestro brujo. ¿Debemos preparar la horca?

Los compañeros de equipo de Nolan se ríen, pero yo me estremezco por sus palabras. Por su significado. Aunque ningún Elemental ha muerto en los juicios de brujas de Salem, algunas Brujas Conjuradoras han perecido junto con los Regs acusados. La sonrisa perversa de Nolan me da ganas de darle un golpe a algo. Preferiblemente a él.

Gemma se desliza más cerca de mí con una mueca.

—No me puedo creer que acabo de besar a ese cretino, hace como cinco minutos.

—No más aventuras de verano para ti —digo y le ofrezco una mirada de disculpa.

—¿Qué pasa? —Nolan se acerca más a Evan, amenazante—. ¿No tienes un hechizo que te haga desaparecer?

—Apártate, Abbott. No he hecho nada. —Evan lo empuja y se aparta del grupo de jugadores de fútbol que se ha reunido a su alrededor.

—No hasta que limpies este desastre. —Nolan mira a sus compañeros y sonríe.

—Vete al infierno. —El fuego frente a Evan proyecta un brillo extraño en su rostro. Cierra las manos en puños, como si estuviera listo para pelear. Como si hubiera estado esperándolo todo el tiempo.

No hay versión de esta historia que pueda terminar bien. Necesito salir de aquí. Ya. Me giro hacia Gemma, pero no está. «Maldición, Gem. ¿Dónde estás?» Me abro paso entre el gentío y la encuentro colgando una llamada.

—Tenemos que irnos. —Intento cogerla del brazo, pero se lleva la mano a la boca. Se escucha un golpe, el sonido inconfundible de un puño chocando contra el rostro de alguien.

Me giro para ver como Nolan cae contra un árbol y se toca los labios. Los dedos se le llenan de sangre. Se lanza hacia delante y atrapa a Evan por la cintura.

El chico cae al suelo y rueda; primero Nolan está arriba, después Evan. Vuelan puños. La mitad del equipo de fútbol se une al combate; algunos para separar a los chicos, otros para sumar sus puños a la pelea. Giran por la colina hacia nosotras, hacia el…

—¡Mantenedlos alejados del fuego! —Corro hacia el pentáculo, apartando a los espectadores congelados de mi camino, y lanzo tierra sobre las llamas con los pies.

Veronica cae de rodillas a mi lado y utiliza un suéter para ahogar las llamas, pero el fuego se extingue más rápido de lo que debería. Le lanzo una mirada. Aunque no le importe meterse en problemas con nuestra alta sacerdotisa y nadie de nuestro aquelarre lo vaya a descubrir, este lugar está lleno de Regs. Si alguien la viera utilizando magia para extinguir las llamas, podría inspirar una repetición de la historia más infame de nuestro pueblo. Los Cazadores de Brujas podrán ser algo del pasado, pero no es uno que ansíe revivir.

Gemma se acerca para ayudar, pero el fuego es testarudo. Es solo cuestión de tiempo hasta que Evan y Nolan giren en esa dirección. Y, si se queman, la noche se pondrá un millón de veces peor.

Alguien me golpea y hace que pierda el equilibrio. Caigo hacia delante y mi magia reacciona instintivamente, lista para protegerme de las llamas. Lista para exponer un secreto guardado durante siglos.

Unas manos me sujetan por el brazo antes de rodearme la cintura. Me ponen de pie y mi magia retrocede. Cuando vuelvo a sostenerme por mi cuenta, me giro y lanzo los brazos alrededor de la persona que tengo detrás. Acaba de salvarme (y a todo mi aquelarre) de quedar expuesta.

Me aparto para ver de quién se trata.

—Benton. —El rubor en sus mejillas hace que retroceda. Probablemente no haya sido buena idea abrazarlo tan poco tiempo después de haberlo rechazado—. Gracias.

—No hay problema. —Se frota la nuca, aún rojo como un tomate—. Es lo menos que podía hacer después de todo… Bueno, ya lo sabes.

—La verdad es que no. Gracias. Eso habría sido… —Habría sido el final de mi vida como la conozco—. Gracias. —Me giro para comprobar el fuego, pero mi ayuda no es necesaria. Algunos de los chicos han arrastrado el barril de cerveza y están rociando las llamas.

—Como he dicho, no hay problema. —Benton echa un vistazo rápido al animal muerto que cuelga del árbol y hace una mueca—. Te veo después.

—Te tomaré la palabra con la fiesta en la piscina.

—Solo si traes esos brownies de triple chocolate que hiciste el año pasado —responde y me sorprende que lo recuerde. Accedo y él me saluda antes de dirigirse a la hoguera principal.

—Gracias a Dios que Benton estaba aquí —dice Gemma al envolverme en un abrazo después de que el susodicho se haya ido.

—Lo sé. —Le devuelvo el abrazo y la suelto. La mirada de Gemma sigue a Benton mientras se aleja, y suelta un suspiro soñador.

—Debería haber pasado la noche con él y no con Nolan. Es mi tipo de chico.

—Pensaba que lo habías superado. —Le prometí a Benton que olvidaría nuestro incómodo intercambio, pero no quiero que Gem se encamine hacia un corazón roto. Se encoge de hombros y señala con la cabeza en la dirección por la que acaba de irse—. Vamos, deberíamos salir de aquí.

—Pero tenemos que esperar.

—¿A qué? Los chicos se encargarán de la pelea.

—No me refería a eso —dice y niega con la cabeza—. Savannah necesita un médico y yo…

—Ah, Gem. Por favor, dime que no lo has hecho. —Su mirada tenaz dice que sí lo ha hecho. Ya ha llamado a una ambulancia. Suelto un suspiro—. Los paramédicos no nos necesitan para hacer su trabajo. Vamos. A menos que quieras que nuestros padres descubran que hemos estado bebiendo. —Con eso, Gem pierde la sonrisa y asiente.

Pero antes de que podamos dar más de un paso, las sirenas resuenan y las luces policiales atraviesan las copas de los árboles.

Los paramédicos envuelven a Savannah en mantas y la suben a la parte trasera de una ambulancia, cuyas luces crean un patrón de sombras en el bosque. Gemma y yo permanecemos acurrucadas mientras los policías se amontonan a nuestro alrededor. Interrogan a nuestros compañeros y los envían a casa; confiscan las llaves de cualquiera que parezca aunque sea un poco borracho y fuerzan a más de un adolescente a llamar a casa para que lo recojan.

Veronica se acerca, toda su bravuconería anterior ha desaparecido y la sonrisa burlona se ha borrado de su rostro.

—¿Podemos hablar?

Gemma me mira. Asiento y se aleja un par de pasos. En su ausencia, Veronica se apoya en el árbol junto a mí.

—Ha sido muy intenso, ¿eh? —Un oficial de policía se acerca, así que respondo con un sonido inexpresivo. Cuando se aleja, el miedo asciende otra vez y no puedo contenerlo.

—¿Crees que nos ha encontrado? —Me tiembla la voz, pero Veronica sabe a quién me refiero. La Bruja de Sangre de Nueva York, la que tomó control de mi cuerpo, la que me forzó a caer de rodillas con una sola gota de sangre—. Tenemos que decírselo a nuestros padres.

—No, no tenemos que hacerlo. —Me coge las manos temblorosas y casi me siento a salvo—. No hay ninguna Bruja de Sangre en Salem, Han. Ha sido una broma. No nos va a pasar nada.

—Pero…

—Hannah, no. —Sus palabras se vuelven duras y deja caer mis manos—. Juramos que nunca hablaríamos de lo que pasó en ese viaje.

—Pero si ella está aquí…

—Pero nada. Ella no está aquí y lo que hicimos en Nueva York podría enviarnos directamente ante el Concejo. Podríamos perder nuestra magia. —Veronica se queda en silencio cuando otro oficial pasa junto a nosotras—. Usa la cabeza.

—Tenemos que decir algo —susurro mientras analizo a la multitud en busca de algún policía de Salem que conozca—. Mi padre se enterará del mapache y del pentáculo.

—¿Y? Tu padre es lo suficientemente listo como para saber que se trata de una broma Reg o de algún ritual pagano. Sea como sea, no nos involucra a nosotras o a nuestro aquelarre. —Veronica suspira—. He trabajado muy duro y no voy a perderme la graduación. No me perderé mi discurso porque tú le tengas miedo a una Bruja de Sangre que ni siquiera sabe en qué estado vivimos.

Cuando lo pone en esos términos, no puedo negar la lógica de sus palabras. Pero odio admitir que tiene razón.

—Bien —digo, tajante—. No diré nada sobre esta noche hasta que pase la graduación. —Veronica parece que está a punto de contraatacar, pero niega con la cabeza.

—Iré al hospital con Savannah. ¿Tú estás bien?

—Sí. Sí, estoy bien. —Me balanceo sobre las puntas de los pies e ignoro el escozor de las lágrimas—. Adelante. No querrás perder tu transporte.

Se muerde el labio inferior. Por un segundo pienso que dirá algo más, pero niega con la cabeza y desaparece en la parte trasera de la ambulancia.

Me duele el pecho de verla así. Vulnerable. Temerosa. Y no intentando hacer que mi vida sea miserable. Es mucho más fácil lidiar con todas las emociones que se arremolinan en mi interior (la traición, el dolor, la atracción persistente) cuando nos peleamos.

—¿Hannah? —Gemma se acerca y me rodea con los brazos—. ¿Estás bien?

—Lo estaré. —Absorbo su calor y veo como la ambulancia se aleja. Alguien ha descolgado el mapache masacrado, lo ha puesto en una bolsa y se lo ha llevado. No estoy segura de qué ha pasado con Nolan o Evan después de la pelea. No los he visto esposados, así que probablemente sea una buena señal.

Gemma y yo intentamos marcharnos temprano con el resto de nuestros compañeros, pero alguien le ha dicho a los policías que fui yo quien encontró a Savannah. No importa que Veronica y yo la encontrásemos juntas. Veronica consiguió irse en una ambulancia mientras que yo estoy atrapada aquí, con la sangre del mapache.

Qué suerte la mía.

Estoy a punto de preguntar a uno de los oficiales si podemos marcharnos cuando un hombre de pelo castaño corto y una complexión alta y esbelta se dirige a nosotras. A diferencia de los demás policías, no lleva uniforme, sino un traje gris oscuro con zapatos de vestir negros. No es precisamente un atuendo apropiado para una hoguera en el bosque.

—Buenas noches, señoritas. Soy el detective Archer. ¿Cuál de vosotras es la señorita Walsh? —Golpetea un bolígrafo sobre una libreta pequeña. Debe ser una noche tranquila si envían a un detective.

—Yo soy Hannah Walsh —respondo y suelto la mano de Gemma, al tiempo que me recuerdo respirar. Dejo que mi conversación previa con Veronica me calme los nervios. Nada de lo ocurrido esta noche tiene que ver con los clanes. No se trata de una Bruja de Sangre. Estamos a salvo.

—¿Usted encontró a la señorita Clarke esta noche?

Asumo que se refiere a Savannah. No conozco su apellido.

—Sí. Veronica y yo escuchamos sus gritos por encima de la música. Yo llegué primero por un segundo. Como máximo.

El detective me observa como si esperara que dijera algo más. Su atención es perturbadora; se me clava en la piel y me hace temblar.

—No sé qué más puedo decirle. Llegamos apenas un minuto antes que los demás —agrego cuando él sigue sin hablar.

—¿Y ha reconocido el símbolo quemado en la tierra? —pregunta el detective Archer después de escribir.

—Emm…

¿Resultaría muy peligroso admitir que sí? Se me da fatal mentir, desde siempre. Algunos dicen que es una cualidad admirable, seguro que ellos no tienen secretos de verdad.

—Sí, claro. Por supuesto —respondo cuando el silencio se extiende durante demasiado tiempo—. He vivido en Salem toda mi vida. Reconozco un pentáculo al verlo.

—¿Y está al tanto de que un pentáculo es un símbolo de brujería? —El detective me observa, sin parpadear.

Me descubro poniendo los ojos en blanco, pero no tan rápido como para evitarlo. Gemma me clava un codo en las costillas y el detective alza una ceja.

—Lo siento, es solo que… Salem. Juicios a las brujas. Todo eso viene con el territorio.

—Muy bien entonces, me alegro de haber encontrado una experta en mi primer caso. —El detective Archer interrumpe sus anotaciones por un segundo y me mira.

—No soy una experta. —Las palabras se me escapan antes de notar que las tenía en la cabeza. Apenas he hablado. ¿Cómo es que él…? Después me doy cuenta de su sarcasmo, seguido por el resto de su oración y la vergüenza hace que me ardan las mejillas—. ¿Es nuevo aquí?

El detective asiente rápidamente y regresa a sus notas, donde vuelve algunas páginas atrás.

—¿Puede explicar por qué usted y sus amigos han intentado ocultar la evidencia?

—Nosotros no…

—¿No han destruido el pentáculo en llamas?

Miro a Gemma, pero ella sigue inquieta y no ha hablado. Intento actuar como si toda esta conversación no se acercara tanto a la realidad.

—No queríamos que los chicos rodaran sobre las llamas y se prendieran fuego. No pensé que fuera una evidencia.

—Correcto. La pelea entre Nolan Abbott y Evan Woelk. ¿Sabéis si alguno de ellos podría estar involucrado en el sacrificio? —El detective Archer sostiene su bolígrafo, listo para escribir.

—No lo sé. No nos movemos en los mismos círculos. —Echo un vistazo al pentáculo y entonces lo recuerdo. Evan visitó la tienda. Pudo haber utilizado el átame para matar al animal…

—Eh, ¿señor? —A mi lado, Gemma tiembla—. ¿Podemos irnos a casa?

—Tal vez. —El detective mira a Gemma—. ¿Tiene algo que agregar, señorita…?

—Goodwin —responde—. Gemma Goodwin. Y no. He llegado después de Hannah. Fui quien llamó a la ambulancia. —Se pone el pelo detrás de la oreja y agita las pestañas. La quiero mucho, pero eso no quita que sea una pelota.

El detective Archer pasa la página y escribe algo. Cada segundo que pasa parece una hora y busco el móvil en mi bolsillo. Es tarde. Muy tarde.

—Eh… ¿detective? Nos pasaremos el toque de queda si no nos vamos pronto. —Hace años que mis padres no me controlan la hora, pero suena como una excusa bastante normal para el detective.

—Correcto, por supuesto. —Hace algunas preguntas más, se asegura de que Gem no conduzca y nos deja seguir nuestro camino.

Caminamos en silencio hacia el coche. No es hasta que nos sentimos seguras, que Gemma habla:

—¿Qué crees que ha pasado? —Su voz es un susurro, apenas audible sobre la música suave que sale de los altavoces.

—No lo sé. —Me aferro al volante. Hay tantas posibilidades desarrollándose en mi mente. ¿Fue Evan? Si lo fue, ¿qué propósito pudo haber tenido para hacer un ritual como ese? Y, si Veronica se equivoca, si no fue un Reg, tenemos problemas más graves que una hoguera que no ha acabado como queríamos.

—Ese pobre mapache... —Gemma descansa la cabeza contra la ventana mientras se le cierran los párpados—. Espero que se trate de un evento aislado.

—Crucemos los dedos. —Apago las largas cuando otro vehículo aparece a la vista y, cuando vuelvo a encenderlas, Gem ya está dormida.

En la oscuridad, solo con la luz de la luna y las de mi coche para guiarnos, un miedo helado me recorre la columna. Me esfuerzo para convencerme por completo de que ha sido cosa de un Reg. De que fue Evan, que llevó su apariencia gótica demasiado lejos e incursionó en el lado más destructivo de las artes paganas.

Porque si hay una Bruja de Sangre en el pueblo…

Nadie está a salvo.

4

El golpe de sartenes y el olor a bacon frito me arrancan de un sueño inestable. Fragmentos de pesadillas se aferran a los límites de mi consciencia, pero se disuelven como el humo al intentar enfocarme en ellos.

Considerando la situación, probablemente sea lo mejor.

Gemma duerme en el colchón hinchable. Hubo un tiempo en el que nos turnábamos para dormir en casa de la otra, pero desde que salí del armario, sus padres se han comportado de un modo un poco extraño conmigo. De pronto, pusieron un montón de reglas nuevas (mantener la puerta de la habitación abierta, nada de reuniones sin la supervisión de un adulto, las fiestas de pijamas deben ser en habitaciones separadas), como si temieran que mi sexualidad fuera contagiosa.

—Buenos días —entono cuando finalmente se frota los ojos y se sienta.

—Buenos días —refunfuña en respuesta. Extiende los brazos sobre la cabeza y bosteza audiblemente—. Así que anoche fue un gran desastre.

—Y grotesco —agrego mientras un escalofrío me recorre la espalda. Me pongo la sábana alrededor de los hombros al sentarme, un escudo afelpado contra los recuerdos de los fragmentos de animal masacrado y la sangre derramada.

—No puedo creer que hablaras con La Innombrable sin que nadie resultara herido. —Gem coge su cepillo de dientes y se dirige al baño—. Es un milagro de verano.

—Muy gracioso, Gem. De verdad.

—Sabes que me quieres —dice y desaparece por la puerta. El olor a bacon se intensifica con su partida.

Mientras Gem ocupa el baño de invitados, yo me recojo el pelo en una coleta y busco el móvil, desesperada por ver las noticias. Quizá la policía ya ha atrapado al Reg descarriado que incursiona en sacrificios mágicos.

Pongo mi contraseña y me sorprende que mi madre nos haya dejado dormir hasta tan tarde. Normalmente, dormir más allá de las nueve se merece un sermón. Por costumbre, reviso mis notificaciones antes de ver las noticias. Me han etiquetado en un par de fotografías borrosas de la hoguera, mi fotografía con Gem previa a la fiesta tiene un número decente de nuevos «me gusta» y hay un mensaje directo sin leer esperándome. Sin pensarlo, abro el mensaje y me quedo helada.

Es de Veronica.

Ver su nombre hace que se me salten las lágrimas. Debería borrarlo sin leerlo. Bloquear su cuenta para que no pueda enviarme nada más. Pero no puedo. Tengo que saber qué ha dicho. Quizá escriba para disculparse. Quizá lo que pasó anoche hizo que se arrepienta de lo sucedido entre nosotras. Quizá…

Hannah:

Me graduaré hoy como la mejor de mi clase, justo como te prometí cuando éramos pequeñas. Lo he conseguido, Han, realmente lo he conseguido.

Deberías estar ahí, sentada en primera fila. Te he dedicado gran parte del discurso. Así que espero que estés ahí. Todos vendrán, todas las familias. ¿Eso no significa nada para ti? Llevamos siendo amigas toda la vida. Lo que pasó en NY no debería cambiar eso.

Yo iría si se tratara de ti.

V

Vuelvo a leer su mensaje (codificado para evitar mencionar el aquelarre) y me torturo con sus palabras.

¿Debería ir? ¿Ella realmente asistiría si la situación fuera al revés?

Una puerta se abre y se cierra en el pasillo. Me seco las lágrimas y elimino nuestro historial de mensajes. Se me comprime el pecho al tiempo que años de intercambios desaparecen en un instante. Deseo deshacerlo en el mismo segundo en que lo hago, pero, como en nuestra relación, lo hecho, hecho está.

Mi puerta se abre y Gemma entra con el pelo envuelto en una toalla y la camiseta pegada a la piel no tan seca.

—¿Qué haces?