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Nos identificamos con la intención ética de P. Ricoeur: la búsqueda de la vida buena para y con los demás en instituciones justas. De manera crítica, invitamos a una postura crítica y autocrítica para no quedarnos esclavos de una interpretación literal de los derechos humanos, sacrificando así la memoria de las víctimas cuando los victimarios no cumplen forzosamente con la exigencia fundamental de la coexistencia humana en virtud de la dimensión social y política del ser humano: gozando, todos los seres humanos, de la igualdad y la dignidad en virtud de la razón compartida, nos debemos tratar fraternalmente. Pero, ¿Qué pasa cuando no se cumple cabalmente con esta exigencia minina? ¿Cómo honrar la memoria de las víctimas de violación de los derechos humanos en un Estado de derecho? Puesto que se trata de la calidad de vida de millones de personas que está en juego, su importancia es enorme. Al nivel del individuo, este ejercicio puede ser fácil, pero no vivimos como "islas". Interactuamos unos con los demás, y desde la salida del estado de naturaleza y la entrada en el estado político, a partir de reflexiones de varios pensadores, analizamos la problemática, pero ofreciendo algunas pistas de solución para abonar al universo de personas, y no de simples individuos, dando pauta así al "sapere aude" de E. Kant.
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Seitenzahl: 202
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Marthe Kalubi Ntumba, te dedico estas líneas reflexivas, frutas indirectas de charlas socio-pedagógicas y éticas en torno a la exigencia de hacer de nuestros hijos y nietos, personas de bienes para nosotros y la sociedad que se ha convertido en la extensión óntica y existencial de nuestro ser y/o devenir histórico.
Dijo el filósofo francés Franz Fanon que “el nuevo día que ya se apunta debe encontrarnos firmes, alertas y resueltos”. Y es que el mundo vive en este momento una dramática disyuntiva que exige el mayor de nuestros esfuerzos intelectuales: algunos consideran que la necesidad de un salto hacia delante que permita un desarrollo eficaz y una superación de la crisis, exige un motor fuerte y concentrado en una educación de excelencia, pero al mismo tiempo, la conciencia de que se necesita de los Derechos Humanos para cristalizar los sueños de una sociedad cultivada. La incapacidad de los gobiernos para cumplir con el mínimo de las funciones y servicios sociales, el grado de descomposición de éstos, la corrupción de la burocracia, el endeudamiento gigante, la enorme inflación, la violencia creciente, el ahondamiento de la brecha social y económica entre sectores dominantes y mayorías populares se ha producido bajo regímenes políticos de poderosos presidencialismos, en cualquiera de sus modalidades. Este letargo histórico de la sociedad para reclamar sus derechos radica, como afirma Theodor Adorno, en que el conformismo sustituye a la autonomía y a la conciencia.
El Doctor Ntumbua Tshipamba, aborda en “Estatuto de los Derechos Humanos en la Sociedad del Conocimiento”, un profundo análisis de la situación actual en que vive la humanidad reclamando la necesidad de legitimar las garantías individuales o colectivas en el marco del Estado de Derecho. Con una narrativa exquisitamente audaz y erudita, respecto a las teorías filosóficas, jurídicas y sociologías, Tshipamba desentraña los mecanismos arcaicos atados al viejo régimen y busca sustentar una idea fértil: educar a la sociedad es la mayor y mejor inversión que pueden hacer el Estado y los individuos.
En diversos apartados como La Materialización del Estado Moderno como Estado de Derecho; los Desafíos de Educar en la Sociedad del Conocimiento en Pro de la Democracia; o Hacia un Fortalecimiento de la Discusión Mediante una Educación de Calidad, el Doctor Ntumbua afirma que el conocimiento orbita alrededor de la concertación de los Derechos Humanos, posibilitando su garantismo jurídico y preconizando a la ética como panacea contra la crisis, los totalitarismos, la desigualdad, e incluso contra el exterminio de la humanidad. Razonando abductivamente entre todas las ideas del Doctor Ntumbua Tshipamba, nuestra elección es clara al respecto, es el conocimiento fuente creadora de paz y armonía social.
Sin lugar a dudas, esta obra será capital para entender los entramados políticos ante el nuevo orden mundial, y cómo los Derechos Humanos subsistirán si nosotros, como sociedad consciente, le apuesta a una educación de calidad para subsanar los grandes males de la humanidad. Porque, después de todo, el conocimiento es la luz que va dando nombre al futuro.
Dr. Daniel Guzmán López,
Director General de AMIZ
10.12.2024
INTRODUCCIÓN GENERAL A CONTRAPELO DE LOS DERECHOS HUMANOS EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
I. MATEIALIZACIÓN DEL ESTADO MODERNO COMO ESTADO DE DERECHO
1.1. Perspectiva epistémica e histórica sobre el Estado moderno
1.2. Perspectiva sociopolítica sobre el Estado moderno
1.3. Búsqueda del bien común en términos de “intención ética” como exigencia mínima de la convivencia política
1.4. Problemática de los derechos humanos en la sociedad del conocimiento
II. SUSTENTO ÉTICO Y POLÍTICO DE LA PERSPECTIVA CRÍTICA Y TELEOLÓGICA DE LA EBC EN MÉXICO
2.1. La intención ética y la trascendencia en autopoiesis
2.2. La cultura como manifestación de la trascendencia
2.3. El sustento ético y político de la educación: praxis de la democracia
2.4. El horizonte sociopolítico y ético de la sociedad del conocimiento
2.5. Los imperativos éticos en la economía basada en el conocimiento
2.6. La dialéctica del Estado y la sociedad civil para el bienestar pleno
2.7. Papel de la administración moderna en el funcionamiento del Estado moderno como Estado de derecho
III. DESAFÍOS DE EDUCAR EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO EN PRO DE LA DEMOCRACIA
3.1. Esencia de la educación con perspectiva política con miras a la democracia
3.2. Retos educacionales en la sociedad del conocimiento
3.3. Sentido de la educación en pro de la democracia
IV. CONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA COMO UNA DISCUSIÓN RACIONAL Y RAZONABLE CON MIRAS A LA MERITOCRACIA
V. ESBOZO PROLEGOMENAL AL ESTADO DE DERECHO EN LA CULTURA DE DERECHOS HUMANOS
5.1. Esencia última del Estado de derecho
5.2. La dialéctica entre la sociedad del conocimiento y Estado de derecho
5.3. Peso socioeconómico y político de los derechos Humanos en el Estado de derecho
VI. HACIA UN FORTALECIMIENTO DE LA DISCUSIÓN MEDIANTE UNA EDUCACIÓN DE CALIDAD
6.1. Concepción weiliana de la democracia
6.2. La democracia en la era de redes sociales
6.3. La semántica y la pragmática de la duda en la esfera pública
6.4. La participación ciudadana como antídoto a la autocracia
6.5. La pertinencia de la función descendente y Ascendente del Estado moderno
6.6. Promoción y/o fortalecimiento de la educación integral en pro de los derechos humanos
VII. PROLEGOMENES EN AL ANALISIS DE DILEMAS ÉTICOS EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
7.1. Privacidad y vigilancia
7.2. Desinformación y verdad
7.3. Acceso desigual al conocimiento
7.4. Inteligencia artificial y automatización
7.5. Bioética y biotecnología
7.6. Responsabilidad y rendición de cuentas
CONSIDERACIONES PROLEGOMENALES Y TERMINALES Y NO CONCLUSIVAS
BIBLIOGRAFÍA
Partiendo de las noticias más candentes de la actualidad, por ejemplo la guerra en Ucrania, la situación de un pre-genocidio en Medio Oriente que se vive en la Franja de Gaza, los más de 10 millones de muertes en República Democrática del Congo, un panorama desolador que prevalece en Venezuela o en Cuba por diferentes o diversas razones, queremos cuestionarnos si, en realidad, no se equivocó R. Descartes cuando pensaba que el buen sentido es la cosa mejor distribuida en el mundo, es decir, algo muy común, en tanto que es una capacidad innata de discernir la razón y la verdad. Pero, para llegar a la verdad mediante la razón, R. Descartes propone la duda metódica, radical e hiperbólica, antes de llegar al cogito, ergo sum, lo que significa, “pienso, luego existo” (Descartes, 2020). En otras palabras, ¿Hasta dónde, con estos datos empíricos, todavía hay espacio para creer en el futuro de la humanidad o considerar que estamos al borde de un suicidio colectivo del género humanos? Y si la respuesta fuera afirmativa, ¿Qué alternativas nos quedan, desde la academia, para vislumbrar un universo de personas, cumpliendo con el buen sentido cartesiano?
Partiendo de las diferentes asignaturas en la actualidad, queremos aferrarnos a una idea o un deseo, de manera realista: Proteger y/o garantizar las garantías individuales o colectivas es una exigencia básica en el marco del Estado de derecho, y se espera que eso puede desembocar en una convivencia pacífica para todo el mundo, realizar, hipotéticamente, lo que debe ser una civilización de bienestar general. Para invitar a la reflexión, nuestra reflexión quiere abonar a una mejor comprensión de algunos conceptos de base desde la Academia para suministrar unas herramientas teóricas a la sociedad civil para una participación de calidad en la construcción de un universo de personas, sensatas o demostrando el buen sentido que sería la cosa más común pero que, por el momento, no es tan común, resaltando, de jure y/o de facto, el sapere aude kantiano, es decir, el lema del siglo de las luces (Kant, 2009).
El principal objetivo de esta publicación radica en un pensar en voz alta con el propósito de aclarar el alcance y los límites de una comprensión equilibrada de los derechos humanos, tomando en cuenta tanto a los violadores como sus víctimas para encontrar, en un horizonte asintótico, un equilibrio capaz de satisfacer las reivindicaciones de justicia para todas las partes. Para hacerlo, una buena comprensión del Estado de derecho se impone, al margen de la economía basada en el conocimiento, como tendencia general, y al mismo tiempo, una dosis equilibrada y cambiante del propósito de la educación integral que se impone, haciendo del sujeto histórico un sujeto autónomo y capaz de convertir su vida en una existencia, y no un niño que necesita estar acompañado o guiado por alguien más. En definitiva, uno de los pilares de nuestro diálogo es suministrar carne a la respuesta kantiana de ¿Qué es la Ilustración? Con la respuesta de “sapere aude” o tener el valor de pensar por uno mismo, el sabio de Königsberg dejaba un reto, que todavía no se cumple a cabalidad, en el sentido de convertirse en un ciudadano maduro, gozando de todas sus capacidades, físicas, políticas, culturales y epistémicas, en un mundo cambiante.
Partiendo de la situación conflictiva del ser humana, es decir, la necesidad de satisfacer las diversas y múltiples necesidades del ser humano con recursos limitados, no cabe la menor duda que se impone una instancia que puede ayudar a conciliar las exigencias, pero también reivindicaciones de unos y otros. De allí, la necesidad practica o pragmática de la economía como administración de la casa, pero también la política como el arte de gobernar sin caer en la ley del más fuerte. De manera teórica, y recuperando lo dicho por Aristóteles (2014), partiremos de la asunción según la cual el ser humano, de manera explícita o implícita, se le conoce como un animal social pero también político. Detrás de esta afirmación, hay muchas evidencias históricas, sociológicas, filosóficas y científicas, y lejos de hacer un recorrido socio-histórico de la evolución del Estado como realidad en devenir, para retomar la perspectiva de E. Weil (1981), nos gustaría enfocarnos en una perspectiva filosófica, es decir, exponer la esencia del Estado moderno para desembocar, al final, a la sociedad moderna y dar el matiz de la sociedad del conocimiento.
El Estado moderno, siendo una idea filosófica, es producto de una historia hecha por gente con una visión de producción, o, como dice E. Weil (1981), unos campesinos preocupados para juntar más tierras y poner a trabajar a las masas. De este movimiento, surgirá la voluntad de unificación e integración, y gracias a la educación a la racionalidad. Una de las definiciones de un Estado es la institución que va más allá de sus animadores, según la versión de G. Burdeau (1968), pero, más que eso, se le define en virtud de su monopolio de la fuerza física legítima, según M. Weber. Sin embargo, no se puede hablar de un Estado sin la existencia de un territorio, la población y las instituciones de poder legítimamente establecidas, y se podría agregar beneficiando del reconocimiento internacional.
Cuando hablamos del Estado moderno, siguiendo a Eric Weil (1981), se trata de una institución en devenir, es decir, producto de unos terratenientes que lograron organizar masas de gentes para poder producir, la tierra siendo la propiedad económica más importante. Según A. Toffler (1983), autor de Les cartes du futur, eso tuvo lugar hace más de diez mil años, cuando el ser humano se volvió sedentario y la agricultura se convirtió en su actividad económica más importante. En el siglo 18°, se produjo lo que se conoce como la revolución industrial (Peyrefitte, 1995), con una producción en masas en la industria, el hecho de disponer una acción en la industria siendo la propiedad económica más importante. En la economía postindustrial, lo que es el caso de países más ricos en la actualidad, la propiedad económica más importante ya no es la tierra y tampoco la acción en una fábrica; es la información o, mejor dicho, el conocimiento, y éste es inmaterial, intangible y potencialmente infinita.
Quisiéramos retomar una idea que defiende E. Weil (1981) en Philosophie politique, enunciando un preámbulo para llegar a la “aristocracia” o la meritocracia, según nuestro análisis. La democracia siendo una discusión racional y razonable con el propósito de llevar a los mejores a puestos de gobierno, cuando se realiza en una comunidad sana, y hay una buena participación ciudadana, todo el mundo sale ganando, en la medida que uno entra en la política principalmente para trabajar por el bien común y no tanto para llenarse los bolsillos. En el caso de México, tomando en cuenta el nivel de participación que hubo, y la calidad de candidatos en el contexto donde se observó más un juego mediocre de tirarse el lodo, y no tanto las propuestas significativas, y aunado el nivel alto de corrupción que caracteriza a la clase política de manera general, una de las consecuencias ha sido el abstencionismo o la indiferencia respecto a los temas políticos, en un contexto donde la lucha para sobrevivir a covid-19 ocupa a más de un ciudadano. Se entiende la frustración de la población, la apatía, y la falta de interés. Sin embargo, ¿qué lección podemos sacar de este fenómeno?
En la medida que el búho de Minerva representa al espíritu filosófico a es una de las características del sabio, consideramos que lo sucedido nos obliga a reflexionar sobre la etiología profunda de la situación que prevalece en la escena política y nos obliga, de una manera u otra, a dignificar, de nuevo, la labor política en el país, pensando más a las generaciones venideras. Nos gustaría enfatizar, a este nivel, la calidad de la ciudadanía que debe participar en una democracia de calidad, y no solo la cantidad. Creemos que también lo vivido nos ratifica en la primera intuición, y recordemos que cuando Pericles, en siglo 5° a.C., inventó la democracia, bebiendo a la retórica de los sofistas, la capacidad económica era una de las condiciones mínimas de un ciudadano digno. Una de las consecuencias de esta relación es por ejemplo el hecho de pensar que la política sería el arte de mentir como la guerra sería el arte de matar, como lo dijo Voltaire, y por desgracias, en los tiempos que vivimos, habría mucha verdad. Sin embargo, nos abstenemos de cometer el error de principio, pasando de lo que es a lo que debe ser. El tema es suficientemente fuerte que convendría abordarlo en otro estudio, dedicándole toda la reflexión con miras a un Estado de derecho en pro de la justicia social gracias a un eficaz y eficiente participación ciudadana. Por esta razón, el caso de Finlandia en la sociedad contemporánea es un buen acercamiento para alcanzar lo que nos proponemos en esta publicación, mucho más modesta.
Ubicándonos en el contexto de una economía basada en el conocimiento, es decir, no muy dependiente de recursos naturales, sabemos que el factor humano es la riqueza más importante de una comunidad o un país. A lo largo de la historia más reciente de la humanidad, nos podemos detener, por razones personales, sobre un caso de éxito, Finlandia. En efecto, en este país, en el siglo 17° d.C., según lo que publica A. Oppenheimer (2010), el obispo Johannes Geziulus The Elder (1615-1690) hizo votar la ley que aquel que no sabía leer y escribir, no tenía derecho de casarse; en la actualidad, Finlandia es un país libre de analfabetismo y con muchos programas sociales que abonan a la justicia social. Sabemos que la situación de Grecia antigua o Finlandia no se pueden equiparar a la de los Estados Unidos Mexicanos. Sin embargo, se puede hacer una perspectiva comparada críticamente para poder aprender de los demás en virtud de lo vivido en nuestro país y dar mayores oportunidades para una sociedad más incluyente.
La sociedad civil debe jugar aquí un papel de primer plano, empezando con la labor de la familia, institución de base de la sociedad política según lo dicho por J. J. Rousseau (2018), desde el primer libro de su El contrato social. ¿En qué estado se encuentra la familia en el país para abonar a la formación de un ciudadano comprometido con el bienestar social y político, convencido de valores republicanos? Además del papel protagónico de la familia, es el momento de recordar la promesa que ofrece el Estado mexicano en cuanto a la educación en el artículo tercero de la Carta Magna, es decir, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Al mismo tiempo, en el contexto donde los medios de comunicación juegan un papel de primer plano, fomentar la capacidad crítica y ética de los estudiantes en la Nueva Escuela Mexicana sería otro aspecto propicio a la emergencia de una ciudadanía más comprometido y capaz de analizar las exigencias de un Estado de derecho en aras de dignidad humana y la justicia social. Los manuales de educación cívica deberían enfocarse a fomentar o fortalecer la “intención ética y política” de manera imperativa, pero eso podría ser nuestro tema de reflexión en otra publicación para dedicarle todo el peso epistémico y ético que merece. Será cuestión de ir sumando, pensando en los objetivos de desarrollo sustentable de la ONU en el contexto que es el nuestro.
Si el Estado moderno fue una respuesta política a las necesidades de la sociedad moderna, ésta siendo, en principio, materialista, mecanicista y calculadora (Weil, 1981), en el marco de la sociedad postindustrial, las necesidades del Estado cambian. Ya no es necesario una dominación material o territorial de los demás; en el marco de una economía de mercado, conviene el intercambio entre estados históricamente autónomos o soberanos en sus interacciones socioeconómicas. En esta perspectiva, se puede entender las razones fundamentales de la abolición de trata de esclavos, pero también las independencias de países latinoamericanos y africanos en los años 1800 en América 1960 en África. La gran pregunta, que tiene un gran peso histórico y político, es de saber si realmente, las independencias políticas, sin autonomía económica, valían la pena. Tal vez, sería mucho mejor seguir dominando, utilizando a autóctonos para intereses de los antiguos amos, creando así una complicidad que tiene la ventaja de costar menos en términos de visibilidad o presencia extranjera en su antigua colonia.
Sin caer forzosamente en una lectura materialista o marxista de la realidad sociopolítica, no cabe la menor duda que la infraestructura socioeconómica de un país condiciona, y no determina, el tipo de políticas públicas que se van a implementar. Bajo esta premisa, se puede analizar muchas de las reformas estructurales que proponen tanto el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional en países en vías de desarrollo. Más allá de los cambios superficiales en el ámbito político de las excolonias, la infraestructura socioeconómica ha sido la misma, mejor dicho, supo ser más sutil en su forma de apoderarse de los demás: no solo de manera material y territorial, sino también de manera intelectual e ideológica. Se podría hablar aquí, retomando la reflexión L. Sfez (2005), de un matrimonio morganático, una situación donde la infraestructura económica o el capital financiero tiende a imponer, de jure y/o de facto, su punto de vista sobre el conjunto de la comunidad-sociedad, dando espacio a una racionalidad monológica, en apariencia racionalidad dialógica.
Recordemos la relación intrínseca entre la sociedad moderna como sociedad de trabajo eficaz y eficiente y el Estado moderno como Estado de derecho. En virtud de la importancia del trabajo en esta sociedad, en la actualidad, según lo desarrollado por varios expertos en la materia, como A. Toffler (1983), M. Castells (2004) o P. Drucker (2013), el conocimiento se ha vuelto en el elemento estratégico de riqueza o pobreza de las sociedades contemporáneas, y el concepto de economía basada en el conocimiento se ha vuelto la condición sine qua non de un discurso realista cuando se quiere hablar de lo que real, y no una simple especulación, simple masturbación intelectual, es decir, un cantinfleo, puro y simple. Sin embargo, sabemos que estamos tocando un tema cuya seriedad va más allá de la academia. Se trata de una cuestión vital, o existencial, cuyo trato profesional o serio condiciona tanto el presente como el futuro de generaciones venideras y, al mismo tiempo, nuestro sello trascendental para marcar nuestro paso en este planeta como gente racional.
Del punto de visto sociológico, se reconoce al Estado como un conjunto de territorio y población, funcionando bajo el poder de un gobierno, legal y legítimamente establecido, disponiendo de la capacidad tanto de mantener el orden público, - de allí, la relación asimétrica que subraya J. Freund (1965),- y la seguridad a sus fronteras. Es bajo este planteamiento que se entiende la postura de M. Weber del Estado como la institución que detiene el monopolio de la fuerza física legitima. Sin embargo, en la perspectiva de P. Clastres (2004), autor de La société contre l’État o La sociedad contra el Estado, hay opción de tener otra visión del uso del monopolio de la fuerza física legitima, propia a Occidente, y con E. Weil (1981), tener una visión del Estado moderno de manera diferente y/o divergente del Estado moderno. En otras palabras, el uso de la fuerza física legitima es una realidad, pero no se debe perder de vista que el uso de la violencia no es un fin en sí; se trata de un medio al servicio de un bien superior, y la ciudanía, en un Estado moderno, tiene la obligación ética y política de vigilar sobre este fin superior, es decir, elevar la calidad ética y política de la comunidad-sociedad.
El Estado moderno, si, es un Estado de derecho como Estado moderno. Recordemos aquí las teorías clásicas de la salida del estado de naturaleza, hecha de la fuerza para obtener la obediencia, y la entrada en el estado político o civil, donde, como lo dice J.-J. Rousseau (2018), el hombre más fuerte no impone su ley; aprende que la ley del más fuerte no será siempre la más fuerte si no se trata de obedecer a la voluntad general. De allí, la importancia de la sociedad civil, como un momento histórico donde se aprende a obedecer la ley como signo de civilización. En términos éticos de E. Kant (Rachels, 2006), el sujeto de la ley se convierte en su propio legislador, lo que es un avance de la civilización. Sin embargo, éste es una idea, en el sentido de institución, y hay individuos que se encargan de animar según el sistema vigente. G. Burdeau (1968) le reconoce una existencia que va más allá de los individuos, o animadores pasajeros.
Con la caída o la desintegración de la antigua Unión Soviética, se llegó a pensar, en algún momento, que el materialismo histórico de K. Marx. Conviene aquí distinguir el marxismo como ideología política y la certeza del pensamiento de C. Marx para analizar y entender la realidad sociohistórica. El papel de las condiciones sociohistóricas en el devenir de las sociedades históricas es una constante, y lo podemos demostrar a través Del espíritu de las leyes, escrito de Montesquieu (1820), que permite entender el régimen político que conviene a cada grupo sociohistórico y las leyes que le convienen. Sin embargo, con el afán de imponer la democracia en diferentes partes del mundo en la sociedad contemporánea, se ha caído en peores errores políticos, lo que podemos considerar como ceguera política, tal vez sucedáneas o consecuencias lejanas o indirectas de la guerra fría en un contexto diferente. ¿Sería neo-imperialismo cuando M. Hardt y A. de Negri (2000), autores de Imperio, dicen que el imperialismo ya es un concepto del pasado; en la sociedad contemporánea, se debe hablar de un mundo multipolar, con algunos actores de mayor relevancia en función de los temas que se discuten? Sin entrar en los detalles, se puede mencionar los casos de Irak con Saddam Hussein o Libia con Muhammad Gadafi: ¿Qué ha seguido el derrocamiento de estos gobernantes?
Cual que sea la posición ideológica que se tenga, puesto que el ser humano no es espíritu desencarnado, recibe, de manera directa e/o indirecta, alguna influencia de la realidad sociohistórica, material, y en función de ésta, aprende a forjarse las herramientas ideológicas para dar sentido a su vida, y hacer de ésta una existencia. Podemos adoptar la misma postura que A. Peyreffite (1995), cuando rechaza tanto el determinismo materialista, a la manera de C. Marx, como el determinismo teológico, a la manera de M. Weber, cuando habla del ethos de confianza competitiva en Du “miracle” en économie. Leçons au Collège de France. Pero, con una perspectiva dialéctica, nos libramos del problema, reconociendo aquí una influencia mutua entre la infraestructura económica y la superestructura en el devenir histórico del Estado moderno como Estado de derecho.
Sería demasiado detenernos, a este nivel, en hablar de los alcances y los límites del Estado moderno en complicidad con la sociedad moderna, la cual ha desembocado en la sociedad y economía del conocimiento en algunas partes del mundo. Al mismo tiempo, analizando de cerca el devenir del Estado moderno, encontramos muchos datos que corroboran la influencia mutua entre la sociedad moderna