Ética para Sofía - Héctor Sevilla - E-Book

Ética para Sofía E-Book

Héctor Sevilla

0,0

Beschreibung

Tal como lo hizo Aristóteles con Nicómaco, o Savater con Amador, Héctor Sevilla ofrece un libro de ética a Sofía. No se trata de un conjunto de reglas para vivir de manera moral, sino de una invitación a reflexionar con libertad. No se necesita ser Sofía, ser mujer o transitar la adolescencia para encontrar provecho en las ideas vertidas en cada una de las cartas. Valentía, prudencia, cuidado de sí, solidaridad, desapego, resiliencia, gratitud y perseverancia, son solo algunos de los tópicos que se abordan con sencillez y soltura. Este cariñoso legado pretende hablar en nombre de todos los padres, incluso de aquellos que han partido.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 439

Veröffentlichungsjahr: 2022

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Héctor Sevilla

Ética para Sofía

Cartas de un filósofo a su hija

© 2022 Héctor Sevilla

© de la edición en castellano:

2022 Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Imagen cubierta: Sergey Nivens

Composición: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Noviembre 2022

Primera edición en digital: Noviembre 2022

ISBN papel: 978-84-1121-063-8

ISBN epub: 978-84-1121-138-3

ISBN kindle: 978-84-1121-139-0

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático, ni la transmisión por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros métodos, salvo de breves extractos a efectos de reseña, sin la autorización previa y por escrito del editor o el propietario del copyright.

Sumario

Prólogo1. Invitación a la fiesta2. Admiración3. Valentía4. Decisión5. Criticidad6. Criterio7. Libertad8. Cosmovisión9. Independencia10. Prudencia11. Confrontación12. Conocimiento de sí13. Cuidado de sí14. Solidaridad15. Apertura16. Sabiduría17. Desapego18. Paz19. Integración20. Gozo21. Espiritualidad22. Amor23. Resiliencia24. Perseverancia25. GratitudCuando yo no estéLista de invitados y sus mesas en la fiesta

Prólogo

Las primeras páginas de este libro son una declaración de amor, ese amor incondicional, ilimitado, profundo, desinteresado y puro que brota de lo profundo del alma de un padre en el momento que toma en sus brazos a su pequeña hija recién nacida.

Una mañana, al despertar de un sueño al que el autor describe como placido y grotesco, se enfrenta con el fantasma de la muerte. La simple idea de desaparecer de la vida de Sofía, de no poder abrazarla, acompañarla y ser testigo de su proceso, desde su más tierna infancia hacia el pleno florecimiento de su ser en el mundo, le paraliza el cuerpo. La mente se debate entre la desolación y la celebración de la vida. Esas dos caras de una misma moneda lo impulsan a compartir con Sofía sus saberes, pensamientos y sentires que, entrelazados con su propia experiencia, son expresados por medio de la escritura, su gran aliada. No se trata de un manual de ética y moral, ni de un tratado académico purista, sino de una partitura libre y espontánea que brota del alma de un filósofo que va escribiendo las notas de una sinfonía a través de la cual trasciende el tiempo y el espacio.

Tomando a Sofía de la mano la invita a viajar a lo largo de la historia de la humanidad, a contemplar la belleza de la naturaleza, incluyendo en esta al ser humano, a conocer la diversidad de creencias, de culturas, de religiones y de tradiciones sagradas, así como la variedad de valores, actitudes, posturas y estilos de vida. Pero esta aventura va más allá de un viaje por el mundo, va hasta ese universo que se encuentra al otro lado de nuestra piel, para internarse en lo profundo del universo interior, núcleo, centro de conciencia en el que lo diverso se transforma en Universo.

Hace unas cuantas semanas, conversando con Héctor sobre su anterior libro, Asombro ante lo absoluto, me hablaba sobre la urgente necesidad de que el pensamiento filosófico, que se deriva del amor por el conocimiento que dota a la vida de sentido, llegara a contemplarse más como un arte que como una disciplina. En este aquí-ahora, el autor entrelaza metáforas, analogías, fábulas, cuentos y mitos ancestrales con saberes y experiencias, entretejiéndolos hasta crear un hermoso tapiz que nos permite descubrir en qué consiste el arte de filosofar.

Algo que distingue este libro de otros que han sido escritos por padres, madres, abuelas y abuelos es que Héctor parte de la consciencia de que las reflexiones y experiencias que él ha venido acumulando a lo largo de su vida son tan solo una parte del equipaje que puede ser utilizado o no a lo largo de la vida de Sofía. En cada párrafo, en cada capítulo, alienta y convida a su hija a ser ella misma, a hacer un uso responsable de su libertad, a disfrutar de la vida, a aceptar y trascender el dolor y el sufrimiento. En pocas palabras: a diseñar sus propios instrumentos y crear su propia danza en el escenario de la vida.

Con ternura, delicadeza y un profundo respeto, Héctor abre para Sofía la puerta hacia el asombro no solamente ante la belleza sensible, sino ante la dimensión espiritual de la naturaleza humana, a la que el autor contempla no como una propiedad exclusiva de las religiones y las iglesias, sino como el núcleo del ser, su verdadera esencia. Retoma el pensamiento de Teilhard de Chardin cuando expresa que no somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual, sino seres espirituales viviendo una experiencia humana.

Este libro es una especie de himno al libre albedrío, una abierta declaración de que cada ser humano es responsable de su propio caminar en el sendero de la vida. Antonio Machado, en su obra Proverbios y Cantares, se refiere a esta aventura como un caminar consciente en el que el pasado se recuerda cuando se trae a la memoria y el futuro se crea con nuestro caminar. Joan Manuel Serrat convierte este verso en canción cuando al cantar nos dice: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar […]. Caminante no hay camino sino estelas en la mar».

El autor cierra su obra con la misma declaratoria de amor con la que inició su libro, celebrando y agradeciendo a la vida los buenos momentos, las alegrías, el llanto y las risas compartidos con Sofía y dejando en sus páginas un legado que la acompañará por siempre.

Héctor Sevilla, pionero en el campo de la filosofía transpersonal, se distingue por su propuesta de hacer del ejercicio filosófico un arte, creando un puente entre la reflexión filosófica y la espiritualidad, entre lo humano y lo absoluto. Sostiene que en el corazón del ser se encuentra el potencial humano que va desde sus impulsos más primitivos hasta las más sutiles percepciones de lo espiritual. Además, contempla la educación como un proceso vivo y dinámico que está dirigido a educar para la vida, en y para la libertad, en y para el amor y hacia la trascendencia.

Este libro, Ética para Sofía. Cartas de un filósofo a su hija, se dirige no solamente a las adolescentes, sino a aquellos padres y madres que les gustaría hablar sobre estas cosas con sus hijas, con sus hijos, así como a los adolescentes y jóvenes que, al viajar por estos textos, llegarán a descubrirse como seres en un proceso continuo en el que cada momento se muere a una forma de ser para renacer a una nueva forma de existencia.

Ana María González Garza

1. Invitación a la fiesta

«Había una vez…». Esa es la manera de iniciar los cuentos que contamos los papás mientras esperamos que nuestros hijos e hijas se duerman luego de corretear todo el día. Así es como he querido iniciar, no porque te vaya a contar un cuento, sino porque me he percatado de que llegará la ocasión en la que así se expresarán las cosas sobre mí: «Había una vez… un papá que regaló un libro de Ética para su hija Sofía». Me corresponde entender que en algún momento no estaré, que quedaré en el pasado y que no volveremos a abrazarnos o hacernos reír, pero eso dejará espacio para que transites tú.

Sí, heme aquí, consciente de que soy pasajero, de que nada es eterno y de que, sin embargo, cosechamos momentos maravillosos cuando amamos a los demás, cuando miramos su espíritu a través de sus ojos. Mirarte y encontrarme contigo me ha vuelto un hombre capaz de levantarse. El reto no consiste en no caerse, sino en despedirse del piso, ponerse de pie y seguir en la lucha hasta que no haya movimiento alguno en nuestro cuerpo o se hable de nosotros con el conocido «Había una vez».

Te preguntarás por qué estoy hablando de esto y quizá te parezca rara mi manera de iniciar esta charla contigo. Trataré de explicarme: hace unos días tuve un sueño que me clarificó varias cosas. Dentro del sueño dormía de manera plácida y me desperté sin poder moverme. Abrí los ojos y mi cuerpo estaba engarrotado, como si estuviese amarrado a la cama. Me sentí intranquilo e incluso consideré que debía gritar para pedir ayuda, pero no me era posible articular palabras. No podía girar mi cabeza más que un poco, tan solo lo suficiente para mirar las cosas alrededor de mí. Tuve la intuición de que moriría, de que algo me sucedía y de que mi cerebro no daba para más. Intenté levantarme varias veces sin éxito y luego fui presa del pánico por no lograr moverme. Estaba solo y presentí que eran mis últimos momentos. En ocasiones uno se vuelve trágico cuando llega a la adultez. Si no ponemos ciertos límites a las ideas, nos hacen elaborar catástrofes.

En tal sensación de ansiedad y desconsuelo tuve un momento de claridad. ¿Te interesa saber qué es lo que me puso más triste? Me desalentó que no podría volver a comer nada delicioso y que no tendría el gusto de refrescarme con agua cristalina. Me generó melancolía no poder viajar otra vez, escuchar alguno de mis discos o leer cualquiera de los libros que están en mi lista de espera. No obstante, muy por encima de todo eso, me acongojó no poder volver a abrazarte, no verte crecer, no ser testigo de tus logros, tus triunfos y tus felicidades más personales. Sé que todo eso va a suceder, que tienes un sitio al cual llegar y que habrá grandes momentos para ti. Me transporté a un territorio de desolación con la idea de tener que irme antes de tiempo y no poder decirte ciertas palabras de cariño, aprecio y reconocimiento que tanto evitamos los padres por la nefasta idea de que no son necesarias, o porque no las escuchamos demasiado de la boca de nuestros propios padres.

Desperté de ese grotesco sueño y traté de aprender algo a partir de lo que sentí. Tendido en la cama, me percaté de lo valioso que es estar vivo. Entre otras cosas, eso me da la oportunidad de hablar contigo y decirte todo lo que me he guardado durante varios años. Después pensé que podría incluso escribirte un libro y platicar contigo sin límite y sin ataduras. Esto no trata de mi propio camino, sino del peregrinaje que nos corresponde a todos los humanos durante el tiempo que la vida nos habita. A los papás nos espera un sueño del que no podremos despertar. Ahora recorres las líneas de un libro que temí no poder escribir. Aquí estoy, tratando de cumplir con la encomienda que me impuse ese día.

La finalidad de este libro no es convertirse en un manual de ética, si bien su título hace alusión a ella. La ética es un sendero hacia el autodescubrimiento, no un reglamento. Desde luego, hay muchos otros libros que hablan de ética, e incluso algunos que fueron hechos por otros papás que también eran filósofos. Pienso ahora en el que Aristóteles escribió para Nicómaco, su único hijo, hace más de 2300 años. Otro más reciente es el que elaboró Fernando Savater para su hijo Amador en el siglo pasado. Como bien sabes, no he tenido la suerte de tener un hijo, pero he tenido la dicha de que tú seas mi hija, así que este es un libro escrito para ti, de un papá filósofo a su hija adolescente, de un hombre a su querido retoño, justo antes de que cumplas quince años. Así como los libros dedicados a ciertos hijos han sido leídos por millones de mujeres, este compendio de reflexiones no es exclusivo de las mujeres por ser dedicado a una hija.

Al hablarte a ti, sé que mencionaré muchas cosas que otros padres querrían decir a sus hijas, y que tú, tanto como ellas, recibirán el mensaje y tratarán de encontrar lo que contienen las palabras. Sé que hablo en voz de muchos que ya no están y de otros que vendrán después; tengo plena conciencia de que habrá varias Sofías, tal como hay millares de padres que conectarán con lo que siento, sin importar si pensamos de la misma manera.

Espero no asustarte con todo esto y no sonarte muy solemne, así que prefiero recalcar que no intento aleccionarte con este libro. No me interesa darte una clase de moral, de modo que no te diré lo que está bien y lo que está mal, como si eso fuera suficiente para actuar de manera ética. Tampoco escribo esto para ofrecerte recetas que te acerquen a la felicidad y no poseo las reglas de tu propio andar. La dicha y la plenitud deben construirse con la misma libertad con la que uno canta una canción. Hay ciertas reglas para cantar, pero cada uno tiene su propia voz y es a partir de eso como se teje el propio canto.

Para ponerte un ejemplo más concreto, construir la felicidad es parecido al modo en que elaboras tu propio estilo de jugar basquetbol: hay reglas que todos siguen, como estar en el campo de juego, no caminar sin botar el balón o respetar las indicaciones de los árbitros, pero, a pesar de ello, cada basquetbolista es diferente, cada una desarrolla un estilo propio y lo construye a través de los entrenamientos y los partidos. Seguro que estarás de acuerdo en que juegas más tranquila cuando entiendes las reglas de tu deporte, pero sobre todo cuando te conoces y muestras en la cancha lo que sabes de tu propio juego. Ahí, defendiendo o atacando, muestras una parte auténtica de ti, porque el deporte es una manifestación de nuestra identidad. Que existan reglas no impide que forjes tu manera particular de jugar. En buena medida, la ética implica la construcción de tu estilo personal de existir; por eso significa más un descubrimiento que un conjunto de mandatos.

No escribo este libro para prohibirte cosas o señalarte lo que nunca debieras hacer. Sería poco serio de mi parte llamarle ética a algo semejante. La existencia no debe consumirse mientras vivimos con temor. Una de las peores cosas que nos toca experimentar es el miedo a no ser valiosos, a ser desacreditados, juzgados o menospreciados; en suma, a ser rechazados. Cuando nos dejamos conducir por los juicios ajenos abrimos la puerta al miedo y este puede llegar a paralizarnos. La vida es movimiento, no parálisis. No me interesa inducirte al miedo. Me he esforzado por manifestarme ante ti como autoridad, como un padre firme, pero estoy seguro de que sabes que eso es muy diferente de infundir miedo.

Este texto tampoco tiene la intención de que sigas mi propio camino o forzarte a recorrerlo. Es cierto que me emociono al pensar que este es un modo de darte a conocer la filosofía, pero no por eso espero que te dediques a ello de manera profesional. No soy un modelo de virtud y tampoco tengo el don de actuar siempre de la manera correcta. He cometido errores, como la totalidad de las personas, así que no vengo aquí con el disfraz de «don perfecto» a inspirarte para que tengas una vida plena tras seguir mis perfumados lineamientos. Tan solo me interesa comunicarme contigo y mostrarte que te veo.

No me gustaría que pienses que, por medio de estas letras, te invito a un tipo de creencia religiosa o a depositar tu fe en alguien o algo. No es un catecismo, no son los mandamientos de una Iglesia, ni el pase directo para conocer a Dios. La elección de tu propia espiritualidad es un asunto que te corresponde a ti. Según mi opinión, la evidencia de que una persona logró hacerse cargo de sí misma es que elige y descubre su manera de relacionarse con lo que está más allá de cualquier explicación (asumiendo que eso exista, por supuesto, pues tampoco podemos darlo por sentado así de fácil).

Esto no es un reglamento y mucho menos tiene la pretensión de que te sientas vigilada. Al contrario, esperaría que te haga sentir acompañada, nada más. Desde luego, no es una obra que pretenda asombrar a los filósofos o esperar su aprobación. Ninguna de las palabras que utilizaré, salvo estas, estarán dedicadas a los sabihondos críticos que creen tener la última palabra sobre la existencia, la verdad o la vida. Todo lo plasmé de manera directa para ti, si bien hemos acordado que se volverá un libro público y que tenemos varios invitados a nuestra mesa de conversación.

Visto así, se trata de un conjunto de cartas personalizadas que invitan a la reflexión, lo cual significa volver a flexionar o poner atención con mayor enfoque. Al mismo tiempo, este libro constituye el reconocimiento de tu libertad, puesto que no hay ética alcanzable si no fuese posible decidir. Por supuesto, hablaremos más a fondo de la libertad, pero por ahora basta con aludir que soy testigo de la que te corresponde. En cada párrafo he querido ser consciente del valor de tu vida y apreciar los matices que esta te ofrece. No intento profetizar diciendo que cada uno ha nacido para algo y que su destino debe ser inamovible, lo que sé es que más vale explorar las alternativas y forjar una vida gozable, al menos en el sentido de aderezar cada día con significados propios.

Ética para Sofía es una convivencia a través de las letras, un constante recordatorio de que eres amada. Al menos para mí, representa un testimonio de que los padres desean lo mejor para sus hijas, aun cuando lo mejor no sea algo que siempre podamos definir. Al mismo tiempo, que leas esto me indica que tienes una misión y eso a mis ojos te convierte en única, no en el sentido de que estés por encima de los demás, sino porque puedes aprender que la comparación es innecesaria.

Para mí, este libro constituye una manera de sobrevivir: es una herencia que puede compartirse. En cada línea estuviste presente y te aseguro que una lágrima de cariño se multiplicó en varias letras. Al escribirlo he sonreído, así que tengo la esperanza de que esa sensación esté vertida en las palabras. Puedes tomarlo como un instrumento para que ejecutes tu vida como un himno épico e íntimo. Sí, para mí se trata de un legado personal y contiene mi voluntad de estar. Es el compendio de lo que no he dicho y tiene la practicidad de que lo puedes consultar las veces que quieras para sentir que te lo que digo en cada ocasión.

Cada frase representa la voz de varios padres a sus hijas y me resulta claro que no lo he escrito de manera solitaria. Me acompañan los que se han ido y no pudieron decir lo que aquí se manifiesta. En cierto modo, cada expresión es liberadora de su intención. También hablo, con aprecio y respeto, a los rostros desconocidos de otras mujeres, adolescentes y adultas, que están presentes justo ahora. Si las invitadas toman esto como un aliciente o les provoca un suspiro que las reconcilie con los padres que han muerto, o los que viven sin expresarse, también se habrá logrado un grandioso cometido.

Hija mía, apenas comenzamos y no quiero cansarte. Tan solo quiero manifestar que la vida es una celebración y estás invitada a la fiesta. Del mismo modo eres bienvenida a estas letras, permíteles ser arropadas en tu interior y ser parte de tu vida. En cuanto a mí, dejé de estar dormido y me encuentro listo para soñar junto a ti.

2. Admiración

Me da gusto que sigas estas letras y que estés animada para iniciar una nueva reflexión. Recién te dije que la vida es una fiesta y que es sensato celebrarla. También comenté que la fiesta terminará en algún momento y que hemos de morir. Es posible que eso haya resultado demasiado fuerte para algunos, pero no debemos temer las cosas que sucederán tarde o temprano. Toda vida que inicia debe concluir, ahí tenemos los extremos de nuestra situación humana. ¿Qué hay en medio de esos dos momentos? Hay millones de oportunidades para admirarse. Me dirás que la admiración sucede muy de vez en cuando, pero ahora quiero que percibas que en realidad puede suceder a cada momento.

Cuando digo que es posible que te admires de lo que hay a tu alrededor no me estoy refiriendo a que te desmayes de emoción o a que grites llena de entusiasmo todo el tiempo. Admirarse es darse cuenta de las maravillas que están presentes en cualquier sitio donde nos ubiquemos. ¿De qué podrías admirarte? Para empezar, de todo aquello para lo cual no poseas una respuesta. Las expresiones de la naturaleza son una magnífica oportunidad para admirarnos. Mira por la ventana o a tu alrededor, seguro que cerca de ti existe algún árbol. Cabe admirarse de la manera en que crece, de cómo extiende sus ramas y ahonda sus raíces para lograr estar firme y no tambalearse con el viento. Ahora que lo digo, también resulta factible admirarse del viento: ¿de qué se constituye? ¿Por qué va de un lado a otro? ¿De dónde viene? ¿Cómo lo sentimos si no logramos verlo?

Puedes preguntarte varias cosas similares respecto a una flor: el origen del color en sus pétalos, o lo que hace que crezca según sea el ambiente. Es posible admirarse de que, a pesar de que decimos que nos gustan las flores, las cortamos para regalarlas, acelerando su descomposición. Si escuchas un ladrido o un maullido, tendrás nuevos motivos para admirarte por la manera de expresarse que tienen los animales, por lo que sienten o la forma en la que nos perciben. ¿Te has preguntado cómo nos identifican los gatos al vernos? Además, por encima de todas las cuestiones anteriores, cabe preguntarse qué es lo que originó lo que vemos alrededor de nosotros.

Los filósofos, esos de los que dije que desean la sabiduría, se han preguntado desde hace muchos siglos por cuestiones como estas. Hace más de dos mil años, algunos de ellos eran conocidos como filósofos de la naturaleza y se preguntaban por cuál era la materia de la que surgía todo lo demás. Unos sugirieron que todo provenía del agua, otros del aire, alguno más refirió a la tierra y el más intrépido propuso el fuego. Nunca se pusieron de acuerdo y tuvieron la ingeniosa idea de concluir que aquello que fuese el origen de todo lo demás estaba indefinido. Anaximandro de Mileto se preguntó por el origen de las cosas y sugirió que el principio material fuese llamado ápeiron. Despreocúpate, no es necesario que te aprendas ese nombre, tan solo es la prueba de que podemos admirarnos y que es del todo válido tratar de encontrar respuestas.

Si te centras en lo que hay arriba de ti, siempre y cuando estés en un espacio abierto, encontrarás otro gran motivo de admiración. Sí, lo que llamamos cielo está ahí. Pensamos que es tan claro durante el día como espeso y oscuro por la noche, pero en realidad el azul celeste no es el color original del cielo, sino el efecto de la dispersión de la luz solar en las moléculas del aire. En realidad, no vemos algo arriba, al menos no algo sólido, tan solo miramos aire. ¿Es posible admirarse de eso? ¡Desde luego! ¿Qué puede haber más allá? Sabemos que hay varias capas de la atmósfera y que arriba de la última, llamada exosfera, siguen millones y millones de kilómetros más, los cuales no terminaríamos de recorrer si viajáramos durante toda nuestra vida en un cohete espacial. Ahora que lo noto, cuando dije que arriba de nosotros está el espacio dejé de lado que por debajo de la Tierra también nos rodea ese mismo manto oscuro. Es digno de admiración que nuestro planeta sea solo uno de los varios que conforman la galaxia que conocemos como Vía Láctea. Por si fuera poco, nuestra galaxia es solo una de entre más de dos billones (dos millones de millones) de ellas. Habitamos en un cuerpo diminuto que transita en un mundo muy pequeño ante la vastedad del universo.

No siempre estamos pensando en el espacio porque tenemos demasiados asuntos que resolver enfrente de nosotros, pero te invito a considerar nuestro lugar en el cosmos (el conjunto de todo lo existente) por un momento. Es muy posible que existan seres vivos en otros planetas de galaxias lejanas, pero hasta el momento no ha sido posible contactar con ellos, o al menos esa es la historia oficial. ¿Te has preguntado que algún tipo de individuo en otro planeta sienta y viva experiencias similares a las tuyas? No es absurdo pensar que ese ser no humano se hace las mismas preguntas ahora mismo en otra parte del universo. No sé si he logrado hacerte pensar un poco en ello, pero a mí me maravillan esas grandiosas posibilidades.

Ahora bien, volviendo al piso en el que están nuestros pies, encontrarás un fabuloso motivo para admirarte si pones tu atención en otros seres humanos. Sin duda, cada persona tiene sus propias características, su manera de actuar, su pasado, sus proyectos, sus miedos y sus expresiones. Cada hombre y mujer es un pequeño universo que está lleno de aspectos admirables. ¿Te has preguntado cómo se generan los pensamientos o por qué sentimos emociones? Podríamos tardar bastante tratando de entenderlo (y los psicólogos lo siguen intentando), pero tan solo quiero situarte en la opción genuina de sentirte admirada por los detalles. Justo de eso se trata: encontrar las pequeñeces maravillosas que nos hacen ser lo que somos.

Nuestro cuerpo está enriquecido con una capa sensorial que nos permite contactar con lo que nos rodea. El funcionamiento de cada uno de nuestros sentidos es motivo de admiración. Hay maravilla en la experiencia de percibir el olor a tierra mojada, es extraordinario saborear comidas suculentas, resulta un deleite escuchar canciones que nos enciendan el ánimo, se vuelve fascinante observar los atardeceres y nos parece prodigioso el abrazo que nos hace sentirnos seguros. Desde luego, existe una explicación científica para el funcionamiento sensorial, pero si bien es interesante contestarnos cómo sucede eso, más significativo es indagar por qué nos sucede a nosotros. ¿Qué hace que a ti te haya gustado la música de los Beatles? Quizá sea porque tuve el plan para presentarte sus discos, pero podrían no haber sido de tu agrado. Ciertas cosas provocan que nos sintamos atraídos, eso es también un motivo para admirarse.

Es posible maravillarse ante los procesos que dan cabida a nuestros recuerdos, la sensación de frío y calor en el cuerpo, la percepción de los colores, la captación del ritmo y la armonía musical, e incluso el hecho de que estés respirando o generando ideas a partir de lo que lees en este instante. Todos los aspectos anteriores son diminutos si los comparamos con nuestra llegada a la existencia o el momento en el que nacimos. ¿Te lo habías preguntado? En algún momento no existías, pero de pronto tuviste cuerpo y llegaste al mundo. Yo mismo me admiré sobremanera cuando naciste, tal como me embelesa verte crecer y desarrollarte cada día.

Llegados a este punto, es posible que te preguntes qué tiene que ver la admiración con la ética. Y aunque no te lo hayas preguntado, me encantará responderle a la figuración de ti que ahora tengo en mi mente: necesitamos admirarnos para ser capaces de idear una manera propia de entender la vida. Si no nos admira nuestra posibilidad de vivir de acuerdo con las virtudes que elegimos, en función de proyectos que establecemos, o en sintonía con la disciplina que nos impongamos, no podremos ser éticos de verdad. Tan solo aspiraremos al seguimiento callado y sumiso de las reglas e imposiciones de los demás.

El acto filosófico comienza con la admiración, la cual surge de la atención hacia los detalles. Date cuenta de que no es posible enfocarse si no se es capaz de observar con detenimiento. Quien no observa no se admira, quien no se admira no puede preguntar y, más trágico aún, quien no pregunta no aprende. Es muy común que las personas, incluso los profesionales, se centren en tratar de encontrar una respuesta precisa, pero no siempre son conscientes de que deben elaborar preguntas diferentes. Tan importante como la respuesta es la pregunta. Quizá deba explicártelo de otro modo: seguro que recuerdas la lejana época en la que estudiabas la educación primaria y la profesora les preguntaba las tablas de multiplicar. Ante la pregunta «¿cuánto es siete por tres?», ella esperaba una respuesta concreta. Que la respuesta fuese correcta dependía de la pregunta; contestar «veintiuno» sería erróneo para otras muchas preguntas (aunque también valdría como respuesta de otras muchas operaciones aritméticas). Ya te veo con cara de susto cuando hablo de las matemáticas, aunque debo decir que has mejorado bastante en ese rubro. Acá los números no son lo central, sino el hecho de que la pregunta condiciona la respuesta.

No estés ansiosa por encontrar la respuesta definitiva a tus preguntas de la vida, quizás en ocasiones debas cambiar la manera de preguntar. Te platicaré algo que me sucedió en una de las primeras clases a las que fui cuando era niño (para que veas que también me pongo en aprietos). En una ocasión, durante la tercera o cuarta clase del primer grado de primaria, la profesora me regañó porque no la miraba mientras impartía la clase. A decir verdad, encontré más interesante observar a una hormiga que caminaba por el piso del salón sin ser aplastada por los compañeros que, uno tras otro, se levantaban para acercarse al cesto de basura y afilar sus lápices. Es probable que la maestra se haya preguntado por qué querría hacerla enfadar. Si ella hubiese persistido en esa cuestión, habría encontrado muchas respuestas imaginarias, pero cambió de pregunta y se planteó cómo podía generar interés genuino de mi parte hacia su clase. En el recreo se acercó para preguntarme por las cosas que me gustaban y en la siguiente hora estuve muy atento porque puso varios ejemplos que se relacionaban con lo que a mí me agradaba. En las relaciones con los demás, nos podríamos admirar de lo distinto que resulta preguntarnos por cómo está la otra persona, en vez de juzgarla de manera anticipada. Tú también puedes admirarte de ti misma cuando percibas que la atención a los detalles que vive el otro te permite relacionarte de maneras más eficientes y saludables. Visto así, no hay respuestas correctas sin preguntas precisas.

Hija mía, admira los detalles, aprecia las singularidades de la naturaleza, de los demás, de la existencia. ¿Cuáles son los obstáculos que nos impiden lograr todo eso? La distracción, la ociosidad y la pereza. Uno se distrae si pasa los días sin un objetivo, o si gasta su tiempo en problemas ajenos que no nos corresponden; estamos ociosos cuando no aprovechamos el talento en algo concreto; somos perezosos las veces que desaprovechamos oportunidades genuinas por preferir el confort. Ahora bien, es cierto que admirarse es una conquista importante, pero debo decirte que no basta con eso. Se necesita indagar. ¿Qué es eso? Es rastrear lo que no se observa a primera vista. Para ello uno debe enfocarse y descubrir algo que no es accesible a primera vista. Por supuesto, como en casi todo, existen peligros en el proceso. Uno de los principales errores de quienes indagan, o de quienes se hacen preguntas, es dar por sentado que poseen la respuesta correcta y definitiva. Por el contrario, hay que cuestionar lo aprendido, ponerlo en duda y hacer nuevas preguntas.

Querida Sofía, hay tanto por saber y tan poco tiempo por delante. Tomar conciencia de ello nos conduce al asombro, ya no solo a la admiración. Un filósofo que vivió hace cuatrocientos años, llamado Descartes, decía que solo ponemos atención a lo que nos causa sorpresa. Visto de ese modo, es importante sorprendernos de muchas cosas, pero de una en especial: ¡del tamaño de nuestra ignorancia! Sé que esto puede parecer un poco frustrante. ¿Tanto esfuerzo para indagar y al final darnos cuenta de que somos ignorantes? Sí, justo así, de eso se trata, pero ya no será una ignorancia simple, como la del que ni siquiera se admiró en un principio y no se hizo preguntas, sino que es una sabia ignorancia.

Entenderé si en este punto te estás riendo o de plano moviendo la cabeza, pero permíteme explicarlo con más detalle. Mientras más sabemos, más nos damos cuenta de que hay muchas cosas que no sabemos todavía. La sabia ignorancia consiste en aceptar que es mucho lo que no sabemos, pero esa actitud nos exenta de creer que no tenemos nada más por aprender. Quien se asume sabio deja de admirarse. ¿Te das cuenta de esa ironía? El que cree que sabe más, en realidad, no sabe que ignora mucho. Sócrates, un filósofo que vivió hace 2500 años y que fue tan sabio que se ahorró el problema de escribir sus pensamientos, reconocía que no sabía nada. Eso le permitió estar dispuesto a aprender y logró convertirse, sin duda, en uno de los más grandes filósofos que haya existido alguna vez. ¿Era esa su pretensión? Desde luego que no, él tan solo quería ser útil a su ciudad. Ahí tienes otro punto importante: mientras más estés dispuesta a aprender, tendrás mayores posibilidades de ser útil a la comunidad.

Querida hija, el secreto de la admiración consiste en saber que no sabes. Y para saber que no sabes necesitas aprender a admirarte. No es suficiente haber ido a la escuela o estudiar muchas cosas en la universidad: la educación y la sabiduría no siempre van de la mano. Lo que te enseñan en los programas académicos es una pequeña parte de lo que hay que saber y, además, representa tan solo lo que otros planean que los jóvenes sepan. Los audaces van más allá, sabiendo que no es suficiente con estar educado, sino que es imperativo aprender mediante los propios recursos y habilidades. Cuando indagues para comprobar la veracidad de lo que escuchas, estarás siendo más autónoma en tus aprendizajes. No seas como los que repiten todo lo que oyen sin antes pasarlo por el filtro de su propio juicio y averiguación.

Saber no es memorizar y no consiste en obtener buenas calificaciones. Saber es saborear, es conectar con el conocimiento tal como lo hacemos con un alimento que nos gusta demasiado. Hacer tuyo el saber es gozar lo que aprendes. Saber nos alimenta. Y no solo sabemos algo cuando lo leemos, sino también cuando lo experimentamos, cuando nos relacionamos con los demás o reconocemos nuestras emociones y pensamientos. Tal como no basta con mirar la comida para estar nutridos, tampoco basta con absorber lo que los demás nos enseñan. Es cierto que nutrirse es importante, pero es fundamental saborear lo que comemos. Lo mismo sucede con el conocimiento, hay que degustarlo y trasladar lo que sabemos a las conductas de cada día.

Admirarte te conducirá a saberes más profundos. Saber te cambiará la vida y cada cambio te orillará a seguir aprendiendo. La vida es un constante fluir, pero no siempre lo percibimos. Hay cambios que son involuntarios (como crecer, cansarse o envejecer), pero otros requieren de nuestra voluntad (disciplinarse, lograr metas, ser útiles a la sociedad). Ningún cambio voluntario acontece sin valentía. Justo de eso te hablaré en el siguiente capítulo, si es que deseas, tal como espero, seguir poniendo atención.

3. Valentía

¡Vaya que estás siendo valiente al continuar con tu lectura! Eso me motiva sobremanera. Tal como aludí antes, ahora corresponde reflexionar sobre la valentía. Primero debemos distinguir que no siempre actuamos con valentía, de modo que es complejo afirmar que somos valientes todo el tiempo. Como habrás notado, las personas no siempre tenemos los mismos comportamientos, solemos variarlos por nuestra conveniencia o de manera reactiva. La valentía nos permite afrontar las adversidades futuras.

Algunas personas confunden la valentía con no tener miedo. Me parece que se equivocan. Es natural tener miedo porque no estamos preparados para todas las cosas que se nos presentan; además, es esperable dudar sobre lo que debemos hacer o la manera en la que debemos actuar. Por ello, ser valiente no consiste en no tener miedos, sino en enfrentarlos y no quedarnos paralizados. Sentir miedo nos puede ser útil como indicador de que debemos poner más atención o tener precauciones, pero eso no nos obliga a detenernos o a dejar a un lado lo que queremos hacer. Superar el miedo de hacer algo no es lo mismo a ponerse en peligro de manera deliberada. Si cruzas la calle sin precaución, bajo la consigna de no tener miedo de lo que haces, te pones en peligro. Si saltas de una azotea solo porque sí, no actúas de manera valiente, solo te expones al daño. Actuar con valentía es distinto de colocarse en situaciones de peligro sin necesidad.

Hay cierto tipo de miedos que vale la pena enfrentar. Por ejemplo, quien decide hacer algo nuevo experimenta un poco de temor porque no está seguro del resultado que va a obtener. Los inventores que crean tecnología o artefactos nuevos, los que proponen una teoría, los que investigan sin saber de antemano los resultados, los que propician el arte, los que inician una relación nueva, todos ellos necesitan ser valientes. Hay algo en común con todas esas personas: se preguntan cómo serán las cosas si hacen algo distinto. En otras palabras, su pensamiento inicia con la frase «qué sucedería si…». Hay muchas frases que se inician de ese modo. Qué sucedería si inicio un nuevo plan de alimentación, qué tal si comienzo un programa de ejercicios, qué sucedería si tomo cursos adicionales para prepararme mejor, qué tal si elaboro un proyecto de lectura diaria, qué sucedería si cambio mi manera de relacionarme con los demás, qué tal si cuestiono tal o cual idea que siempre he pensado inamovible. Si lo ves con calma, cada una de estas cuestiones nos invitan a hacer cosas distintas, pero de manera principal nos incitan a pensar cosas diferentes.

Algunos llaman a eso salir de la zona de confort, pero ese término no tiene mucho sentido para mí y te explicaré los motivos: a) cuando una persona tiene conductas repetitivas no está en una zona confortable, más bien se mantiene en lo mismo por temor a lo que le traerá lo nuevo; b) la sugestión de estar cómodo es del todo falsa, por eso cabría pensar en llamarla zona de quietud, pero no de confort; c) la sensación confortable acontece en el estado expansivo de la persona, cuando está activa y haciendo algo que de verdad le agrada, no cuando se mantiene apática reiterando las mismas conductas que no la conducen a ningún logro. Me parece que existe más confort en saberse congruente que en desestimar las oportunidades para crecer y vivir mejor. Por ello, si bien las personas lo aluden como zona de confort, te invito a que entiendas ese estado como actitud de quietismo y sugestión de bienestar; de ese modo, el verdadero confort, el cual necesitamos para nuestra salud mental, es el que se obtiene de actuar de manera congruente con las propias capacidades.

Un escritor crea su mundo cuando deposita en el papel las letras que le sirven para expresar su ideario y su entendimiento, pero lo mismo hacen quienes piensan y ejecutan maneras diferentes de hacer las cosas. Eso ha dado paso a proyectos que han sido benéficos para multitudes de personas. No obstante, si quien intenta esos cambios permite que el miedo paralice sus intenciones, no le será posible propiciar bienestar y el verdadero confort no llegará. Querida hija, muchas personas tienen grandes ideas, pero la mayoría no las lleva hasta las últimas consecuencias y se quedan en la zona del desaire, llenos de tristeza y frustración. En ocasiones culpan a los demás por no aprovechar su talento, dejando de ver que varias veces se han suprimido a sí mismos por falta de valentía.

Habrá ocasiones en las que tus decisiones te dejen sola y no tengas acompañantes. Vivirás situaciones en las que tus amigos te abandonarán por no querer seguir o no poder ir a tu lado. Justo ahí necesitas valentía para no menospreciar tus propios sueños y metas. Amar a otros no significa llevar una vida miserable con tal de no perderlos. No quieras llegar acompañada al sitio al que solo tú puedes llegar. Para ejemplificar lo anterior te invito a pensar en un montañista que está subiendo la K2, la segunda montaña más alta de la Tierra y quizá la más difícil de escalar por sus características. Quien la sube debe estar consciente de que necesita enfrentar sus miedos, pero no basta con ser valiente para subir, se requiere preparación física, psicológica y logística. Al iniciar su travesía, el montañista tiene la compañía de varias personas al estar en el mismo plano horizontal. No obstante, al ir subiendo siente una progresiva soledad. Puede ser que desee regresar para tener un cálido abrazo o escuchar las porras de sus amigos y compañeros, pero debe tener la valentía de sobreponerse y continuar ascendiendo. Eso no significa que nuestros proyectos nos conducen a una vida solitaria, sino que solo podemos acompañarnos de personas que estén dispuestas, tanto como nosotros, a comprometerse con el ascenso.

Habrá ocasiones en las que estarás en desventaja, tanto aparente como real. Deberás enfrentarte o defenderte de individuos que tendrán mejores cualidades en algunas áreas, pero quizá no tengan algunas que tú posees. Reconocerte limitada es un buen principio para observar tu grandeza. Recuerda el relato bíblico de David, un israelita que nunca había estado en una guerra. Durante una contienda, consciente de sus carencias, se centró en su principal habilidad: el uso de la honda para lanzar piedras. Gracias a ello derribó con un fuerte golpe a Goliat, un temerario guerrero filisteo que lo superaba en fuerza y experiencia. La pericia de David consistió en aceptarse de inferior tamaño y no acercarse demasiado a su oponente, tras lo cual logró vencerlo al lanzar una piedra a gran velocidad. Desde luego, no te estoy proponiendo que lances proyectiles a tus enemigos (cosa que más de alguna vez estarás interesada en hacer), sino en centrarte en tus habilidades y vencer los miedos ante las dificultades que tendrás que encarar, por más que tengan la cara de Goliat.

La valentía también es necesaria para percibir el valor propio a pesar de la desaprobación de los demás. Un personaje del que me hablaste hace unos días es fiel reflejo de ello: Shrek, el ogro verde con nariz grande y orejas con forma de corneta. Este personaje, famoso por las películas que llevan su nombre, surgió de un cuento infantil escrito por William Steig. En el texto original, Shrek habla mediante versos, pero la gente de la aldea de Duloc lo etiqueta como un monstruo horripilante al que se debe temer y odiar. No obstante, sin torturarse demasiado por la oscuridad de sus días, el personaje regordete aprovecha la cera de sus oídos para hacer velas. Ese suceso tiene distintos significados. Él oye cosas desagradables, pero es capaz de construir una vela que le da luz a partir de esas ofensas, se ilumina mediante lo que está en sus oídos sin importar lo que estos escuchan. Desde luego, le conviene mostrarse feroz para que los demás seres del bosque no lo molesten y no invadan su espacio, pero en ningún momento se siente inferior o muestra sumisión ante sus enemigos, ni siquiera con Lord Farquaad, el enano mal encarado que es capaz de torturar a una galleta de jengibre.

Estás lejos de ser o parecer un ogro y tu piel no es de color verde, pero también podrías elaborar velas para darte luz a partir de las críticas, lo cual, insisto, es tan solo la interpretación que yo hago de ese gesto. La dignidad de Shrek le permite enfrentar el mundo y, al final, con ayuda de Fiona, logra salir de su aislamiento y contacta con su propio valor. Empezó siendo resistente ante la adversidad y de ahí dio el salto a la valentía. ¿Notas la diferencia? En un principio se defendía y se aisló; luego, cuando se dio cuenta de su valía personal, dejó de excluirse a sí mismo y se integró con los animales y seres del bosque, quienes dejaron de verlo con temor y comenzaron a quererlo. Para ser valiente, era necesario que se quisiera a sí mismo.

Poniéndonos serios, es imprescindible que percibas tu responsabilidad en la creación de la persona que quieres ser. Ahora eres de un modo, pero son tus actos y pensamientos los que forjarán a quien serás. En ese proceso cuentan mucho los detalles y las pequeñas conductas. Simone de Beauvoir, la gran filósofa francesa, dijo que: «No se nace mujer, se llega a serlo». Esto deja entrever que tu manera de vincularte con el mundo está influida por lo que la sociedad espera de ti, pero que, al ser consciente de esa trama, puedes interceder por ti misma y dar valor a tus opciones personales. Necesitas darte cuenta de que las personas esperan muchas cosas de ti solo por el hecho de ser mujer; quizá esperen que estudies cierta carrera, que te comportes de un modo particular, que te vistas con ropa específica, que tengas hijos a temprana edad, o que te cases y vivas según lo que se cree que deben hacer las mujeres. Ante esa serie de imposiciones, que también acontecen con los varones, desde luego, conviene y resulta prioritario ser valiente, es decir: reconocer tu propio valor, de manera independiente de la aprobación externa.

Date cuenta de que incluso tienes el derecho de no ser valiente y que tampoco tienes que serlo solo porque lo sugiero. Explicarte algo no significa que te obligo a actuar según mi perspectiva. He dicho que la sociedad intenta moldear a las personas de sexo femenino para que sean un tipo determinado de mujer. Al mismo tiempo, te propongo que aprecies el valor de la valentía, pero estoy dispuesto, desde luego, a que no estés de acuerdo con ello. Existe una gran diferencia entre imponer una conducta y mostrar la posibilidad de apreciar una cualidad.

Por otro lado, está claro que la valentía, entendida como capacidad de vencer el miedo, es más apreciada que la cobardía o el amedrentamiento. Sin embargo, es importante distinguir entre actuar con valentía y actuar con temeridad. Una persona temeraria es imprudente, irreflexiva y reactiva; se envalentona o manifiesta rebeldía, pero no tiene una causa, no defiende algo que valora y tan solo se enfrenta a lo establecido de manera irracional. Muy diferente es el humano valeroso, audaz e intrépido, que elige luchar por algo que tiene valor. Una lucha como esa nos hace valiosos y es eso lo que significa ser valiente. ¿Logro explicarme hasta aquí, querida hija? La valentía siempre se relaciona con algo que consideramos valioso, no se trata solo de no tener miedo. Así como quien hace música es músico, o quien se dedica a la escritura es escritor, quien lucha por algo que considera valioso es valiente. Se adopta en nuestra identidad aquello hacia lo cual ofrecemos nuestra energía. Por eso, cuando se ama, uno mismo es amor, pero ya hablaré de eso más adelante. Reitero: ser valiente consiste en dar valor a algo y luchar por eso. El término implica una cualidad que acontece, del mismo modo que se le dice sonriente a quien muestra una sonrisa o nombramos paciente a quien tiene paciencia. Valiente es quien defiende lo que considera valioso.

Es importante apuntar que para ser valiente no necesitas volverte solitaria, puesto que hay muchas luchas dignas que se realizan junto con otros. Cuando una mujer se une a otra en defensa de algo que considera importante, se hacen más fuertes juntas. Lo mismo se aplica para los hombres, desde luego, y de manera ideal en la conjunción de hombres y mujeres. Se puede ser valiente a solas, pero uno encuentra fortalezas cuando se apoya también en el esfuerzo y la valentía de otros más. El trabajo en equipo se sostiene por la valentía colectiva, pero en varias ocasiones nos corresponde luchar solos. A lo largo de la historia, por supuesto, han existido varios movimientos políticos, culturales y sociales que se interconectan entre sí por la lucha que algunas mujeres valientes han realizado para buscar y exigir la igualdad de derechos entre ellas y los hombres, así como eliminar la dominación y violencia entre los géneros.

Podríamos contentarnos con eso hasta este punto, pero debemos ir un poco más allá. Debo decirte que no basta con ser valiente y luchar por vencer los miedos en torno a algo; también es muy importante saber la intención de nuestra valentía. Aquí las cosas se ponen un poco más complejas. ¿Acaso no actúa de manera valiente un ladrón, tanto como un embustero o un estafador, cuando se atreven a hacer cosas que están fuera de la ley y que incluso dañan a otros? Voltaire, un filósofo que murió en 1778, decía que la valentía no es una virtud, sino una cualidad que es común en los criminales y en los grandes hombres (y mujeres). Ahora bien, lastimar a alguien que no puede defenderse, a pesar de que semejante acción requiere cierto arrojo y empuje, no me parece digno de encuadrarse como acto valiente, sino más bien como una conducta miserable, digna de individuos cobardes que aprovechan su fuerza o la portación de un arma.

De poco sirve hablar de la importancia de la valentía sin reconocer el peligro de utilizarla para generar daño o malestar. Ser valientes no nos exenta de la obligación de preguntarnos si aquello que defendemos evita la violencia, la corrupción, el daño o la destrucción. Se puede ser valiente y criminal al mismo tiempo, tal como cabe ser valiente por las causas justas y los motivos correctos. Analizar cada caso y descubrir la diferencia entre una cosa y otra es de lo que trata el ejercicio ético.

Antes dije que no basta con admirarse, sino que es necesario indagar y aprender. Tampoco es suficiente con mostrar valentía, se requiere elegir de manera óptima las luchas que queremos combatir y tener claros los motivos que nos llevan a ellas. Desde luego, aquí hablamos de una cualidad muy especial: la de saber tomar decisiones. Si me acompañas al siguiente capítulo, hablaremos de eso con mayor detalle.

4. Decisión

Ya que has decidido continuar con nuestra conversación por medio de estas letras, me adentraré ahora en la relación que existe entre la voluntad y la decisión. La primera de ellas es una facultad apetitiva, de modo que provoca que un objeto, acontecimiento o conducta se convierta en un fin que deseamos alcanzar. Por ejemplo, puedes tener el antojo de comerte un delicioso pastel de chocolate, pero si al mismo tiempo recuerdas que estás en un plan de restricción alimenticia, entonces tu voluntad te mantiene firme sin probar el dulce bocado. El pastel sigue siendo un bien deseable, pero no es objeto de tu voluntad si no lo conviertes en un fin para ti. Que algo sea bueno no significa que eliges quererlo para ti. Es posible tener el impulso de comer el pastel y decidir no hacerlo. Por el contrario, tal como recordarás, hay ocasiones en las que se requiere tomar medicamentos cuyo sabor nos repugna, pero la voluntad de curarnos nos conduce a ingerirlos. En esos casos, la voluntad logra estar por encima del apetito o las ganas. Como podrás ver, la voluntad resulta fundamental al tomar decisiones.