Eugenia de Franval - Marqués de Sade - E-Book

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Marqués De Sade

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Beschreibung

Desde su nacimiento, Eugenia sedujo a su padre por su belleza. Luego este se encarga de hacerle dar una educación desprovista de todos los principios morales y religiosos. El día que la niña alcanza la edad de catorce años, M. de Franval decide perfeccionar su educación.

«Eugenia de Franval» es una historia inolvidable, impactante, sobre un padre libertino que mantiene con su hija una relación incestuosa, pero que no logra ocultar de su mujer. La villanía del ilustre Señor de Franval lo hace convencer a la niña de asesinar a la propia madre.

Con «Eugenie de Franval», el «marqués divino» nos ofrece la trágica historia de un amor escandaloso.

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Marqués de Sade

EUGENIA DE FRANVAL

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 979-12-5971-119-9

Greenbooks editore

Edición digital

Enero 2021

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 979-12-5971-119-9
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Indice

EUGENIA DE FRANVAL

EUGENIA DE FRANVAL

El único motivo que nos mueve a escribir esta historia es la instrucción de la humanidad y el mejoramiento de su modo de vida. Es de desear que todos los lectores descubran el enorme peligro que siempre corren aquellos que hacen lo que quieren para satisfacer sus deseos. Que puedan convencerse que la buena crianza, las riquezas, el talento y las dotes naturales sólo sirven para desviar al individuo cuando la limitación, la buena conducta, la sabiduría y la modestia no están allí para sostenerlos o utilizarlos de la mejor manera: éstas son las verdades que vamos a llevar a la acción. Que no sean perdonados los detalles poco naturales del horrible delito que nos veremos obligados a relatar; ¿acaso es posible que estas desviaciones sean detestables si uno tiene la valentía de presentarlas abiertamente?

Es raro que en un mismo ser todo armonice para conducirlo a la prosperidad; si ha sido favorecido por la naturaleza, la fortuna le niega sus dones; si la fortuna es liberal con sus favores, la naturaleza lo trata mal; pareciera que la mano del Cielo deseara mostrarnos que en cada individuo, como en sus acciones más sublimes, las leyes del equilibrio son las primeras del Universo, las que simultáneamente regulan todo lo que pasa, todo lo que vegeta y respira.

Franval, que vivía en París, donde había nacido, poseía, además de una renta de

400.000 libras, la más hermosa figura, el rostro más agradable y los más variados talentos; pero por debajo de este exterior atractivo yacían ocultos todos los vicios, y lamentablemente aquellos cuya adopción e indulgencia habitual conducen tan rápidamente al delito. La imaginación más libre que nadie pudiera detallar era el primer defecto de Franval; hombres de su calidad no se enmiendan, la declinación del poder los empeora; cuanto menos puedan hacer, tanto más emprenden; cuanto menos logran, tanto más inventan; cada edad acarrea nuevas ideas, y la saciedad, lejos de enfriar su ardor, sólo prepara el camino para refinamientos más fatales.

Como decíamos, Franval poseía en cantidad todas las amenidades de la juventud, todos los talentos que la realzan, pero puesto que mostraba el mayor desdén por las obligaciones morales y religiosas, fue imposible que sus tutores le hicieran adoptar ninguno de ellos.

En un siglo en que los libros más peligrosos están en manos de los niños como en las de sus padres y maestros, cuando la temeridad de la contumacia se considera filosofía, la falta de creencia, fortaleza y la licencia, imaginación, el ingenio del joven Franval era recibido con risa, poco después se lo reprendía por el mismo, y finalmente se lo elogiaba. El padre de Franval, gran partidario del ergotismo de moda, era el primero en impulsar a su hijo para que pensara seriamente en estos asuntos; él mismo le facilitaba todos los trabajos que pudieran corromperlo más rápidamente; ¿qué maestro

hubiera osado, después de esto, inculcarle principios diferentes a los de la casa donde estaba obligarlo a agradar?

Pero Franval perdió a sus padres cuando todavía era muy joven, y a la edad de diecinueve años un viejo tío, quien murió poco después, le asignó al arreglar su casamiento, todas las posesiones que algún día iban a pertenecerle.

Monsieur de Franval, con semejante fortuna, pronto encontraría una esposa; un número infinito de candidatas se presentó personalmente, pero puesto que él solicitó al tío de entregarle solamente un niña más joven que él, y con la menor cantidad posible de gente que la rodeara, el anciano pariente, para satisfacer a su sobrino, hizo recaer su elección sobre cierta mademoiselle de Farneille, hija de un financista, quien sólo tenía su madre, todavía joven, pero con 60.000 libras de renta; la niña tenía quince años y poseía la más deliciosa fisonomía de París en aquel tiempo... uno de esos rostros virginales, en los que la inocencia y el encanto se funden en los trazos delicados del amor y las gracias... delgado cabello rubio flotaba hasta más abajo de su cintura, enormes ojos azules que expresaban ternura y modestia, una figura estilizada, flexible y grácil, con una piel color de lila y la frescura de la. rosas, talentosa, de vívida imaginación, pero con cierto aire de tristeza, algo de esa suave melancolía que lleva al amor por los libros y la soledad; atributos éstos que la naturaleza sólo parece otorgar a los individuos a quienes su mano conduce a la desdicha, como para hacerla menos amarga, a través de la sobria y emocionante voluptuosidad que ellos experimentan al sentirla, y que los hace preferir las lágrimas al goce frívolo de la felicidad, mucho menos efectivo y penetrante.

Madame de Farneille, quien contaba con treinta y dos años cuando su hija casó, también era espiritual y atractiva, pero quizá demasiado reservada y severa; puesto que ansiaba la felicidad de su única hija, consultó a París entero acerca de esta unión; y dado que ya no tenía parientes y sus únicos consejeros eran algunos de los viejos amigos para quienes todo era indiferente, la gente la convenció de que el joven que se ofrecía a su hija, era, sin lugar a dudas el mejor que podría encontrar en París, y que cometería una locura imperdonable si no consentía la unión; por lo tanto ésta se celebró, y los jóvenes, que eran lo suficientemente ricos para tener su propia casa, se instalaron en ella de inmediato.

En el corazón del joven Franval no había cabida para los vicios de la frivolidad, es decir, el desasosiego y la estupidez que impiden que un hombre se desarrolle plenamente antes de los treinta años. Se conocía a sí mismo perfectamente, gustaba del orden y era perfectamente capaz de llevar adelante una casa. Franval poseía todas las cualidades necesarias para este aspecto del placer de la vida. Sus vicios, de una especie totalmente diferente eran antes bien los errores de la madurez que la incoherencia de la juventud... astucia, intriga..., malicia, bajeza, egoísmo, mucha diplomacia y ardid, mientras que todo estaba oculto no sólo por las gracias y talentos ya mencionados sino también por la

elocuencia, el ingenio infinito y por el aspecto exterior más seductor. Este es el hombre que vamos a estudiar.

Mademoiselle de Farneille, quien, de acuerdo con la usanza, sólo había conocido a su marido a lo sumo un mes antes de atarse a él, engañada por su falso brillo, había quedado prendada con él; los días no eran lo suficientemente largos para el placer de contemplarlo, lo idolatraba, y las cosas habían llegado a alcanzar el punto en que la gente hubiera temido por esta joven persona si algún obstáculo se hubiera interpuesto entre ella y el casamiento, en el que ella decía encontrar la única felicidad de la vida.

En cuanto a Franval, tenía ideas filosóficas acerca de las mujeres, como acerca de todas las cosas de la vida, y consideró a esta exquisita persona con absoluta frialdad.

“La mujer que nos pertenece – solía decir –, es una especie de individuo a quien la costumbre ha subordinado a nosotros; debe ser gentil y sumisa... muy recatada, no es que me lleguen los prejuicios de la deshonra que una mujer puede traernos cuando imita nuestra licencia, pero a uno no le agrada la idea de ver que alguien contemple la remoción de nuestros derechos; todo el resto es inmaterial y no agrega nada a la felicidad.”

Cuando un marido piensa de esta suerte, es fácil profetizar que no son precisamente rosas las que se reservan a la desdichada niña que se une a él.

Madame de Franval, honorable, sensible y bien educada, se anticipaba por amor a los deseos del único hombre en el mundo que la ocupara; llevó las cadenas durante los primeros años sin sospechar su esclavitud, no le resultaba difícil ver que sólo estaba sembrando en el campo del matrimonio, pero era muy feliz con lo que le daban, y sus únicos cuidados y mejores atenciones tenían por finalidad que durante los breves momentos concedidos a su afecto, Franval pudiera por lo menos encontrar todo lo que ella consideraba necesario para la felicidad de su amado esposo.

La mejor prueba de todas, sin embargo, que Franval no excluyó de sus obligaciones, fue que durante el primer año de matrimonio su mujer, que entonces tenía dieciséis años, dio a luz una niña más hermosa aún que su madre, y a quien su padre llamó, de inmediato... Eugenia, simultáneamente horror y milagro de la naturaleza,

Monsieur de Franval, quien, tan pronto como la niña nació, trazó sin duda sobre ella los más detestables designios, la separó inmediatamente de su madre. Hasta la edad de siete años, Eugenia fue confiada a los cuidados de mujeres de quienes Franval estaba seguro, que limitaron su dedicación a formar una buena complexión y enseñarle a leer, tuvieron buen cuidado de no darle conocimientos de religión o principios morales, acerca de los cuales, una niña de su edad debe ser instruida.