Europa en el ocaso del milenio - Ernesto Domínguez López - E-Book

Europa en el ocaso del milenio E-Book

Ernesto Domínguez López

0,0

Beschreibung

Obra con una interesante propuesta de análisis del fin del milenio histórico en Occidente, alejada del eurocentrismo y la unilateralidad del estudio del "viejo Continente". El autor propone un cuadro integral de las dinámicas más importantes ocurridas en Europa desde finales de los años sesenta hasta inicios del presente siglo, y define el milenio histórico no por su tiempo cronológico sino la importancia cronológica de los procesos que suceden. Este texto nos brinda la oportunidad de conocer nuevos puntos de vista y miradas diferentes al capitalismo en el cambio de época.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 484

Veröffentlichungsjahr: 2018

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Edición: Gladys Estrada

Corrección: Aida Elena Rodríguez

Diseño de cubierta: Carlos Javier Solís

Diseño interior: Madeline Martí del Sol

Composición digitalizada: Norma Collazo Silvariño

Conversión a ebook: Alejandro Villar Saavedra

© Ernesto Domínguez López, 2017

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2018

ISBN 978-959-06-2004-1

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

EDHASA

Avda. Diagonal, 519-52 08029 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España

E-mail:[email protected] 

En nuestra página web: http://www.edhasa.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado

RUTH CASA EDITORIAL

Calle 38 y ave. Cuba, Edif. Los Cristales, oficina no. 6 Apartado 2235, zona 9A, Panamá

[email protected]

www.ruthcasaeditorial.org

www.ruthtienda.com

Más libros digitales cubanos en: www.ruthtienda.com

Síganos en:https://www.facebook.com/ruthservices/

Índice de contenido
PREFACIO
EL LARGO CAMINO DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL
Del capitalismo de libre concurrencia a las guerras mundiales
El Estado de Bienestar
EL FIN DE LA UTOPÍA
La crisis
El significado de la crisis
La propuesta neoliberal
EN BUSCA DE UNA NUEVA ECONOMÍA
Una (rápida) mirada al determinismo económico
Los flujos del cambio
La expansión de los servicios
La economía del conocimiento
Un signo de los tiempos: la financiarización
UNA NUEVA SOCIEDAD
Una especie en ¿extinción?: la clase obrera
El problema de la clase media
Propietarios y administradores: el capital
Demografía del cambio
Un demonio imprescindible
LAS DIMENSIONES DE LO POLÍTICO
Los sistemas políticos y su construcción
La construcción de Europa
La posguerra fría: colapso y transición en el Este
El Este reconstituido
Emergencias en la cultura política
LOS CAMINOS DE EUROPA
Las redes: algunos aspectos teóricos
Europa en red
La sociedad del conocimiento
EPÍLOGO
BIBLIOGRAFÍA
DATOS DEL AUTOR

Prefacio

El estudio de la realidad europea es probablemente uno de los campos más interesantes dentro de los que puede desarrollarse el trabajo de un científico social. La riqueza y longevidad de su historia, la importancia de ese pequeño espacio geográfico en el devenir de la humanidad durante los últimos siglos, su tremenda heterogeneidad, su nivel de inserción en las dinámicas globales actuales, son factores que contribuyen a realzar su atractivo.

Una propuesta de este tipo puede entrar en aparente contradicción con la crítica —justa— del eurocentrismo a ultranza, de esa visión que explica lo que sucede en el planeta desde el punto de vista y a través de códigos europeos, que parte de la consideración de que el “Viejo Continente” es el centro de gravedad y referente del sistema mundial. Pero rechazar una perspectiva unilateral y, por tanto, estrecha, no puede convertirse en ir al otro extremo —una actitud lamentablemente muy humana— y desconocer la importancia del papel que ha desempañado y todavía desempeña la parte occidental de la gran masa continental euroasiática en el desarrollo de la sociedad mundial.

¿Qué ha pasado durante las últimas décadas en Europa occidental? ¿Qué cambios experimentó la sociedad europea? ¿Hacia dónde conducen esos cambios? ¿Cómo podemos entender los procesos más recientes dentro del cuadro muchísimo más amplio de la historia universal? Estas son algunas de las preguntas esenciales que me llevaron a emprender un trabajo de investigación de cuatro años de duración, llenos de muchas otras obligaciones profesionales y de las dificultades propias de emprender una tarea de esa magnitud, sin tener la certeza de poder contar con todos los recursos necesarios. Pero el esfuerzo valió la pena, aunque solo sea por la satisfacción de haberlo llevado adelante.

En estas páginas me propuse presentar, de la manera más compacta posible, un cuadro integral de los procesos más importantes ocurridos en Europa occidental durante las décadas que van desde finales de los años sesenta del siglo xx hasta el primer decenio del siglo xxi. Se trata de transformaciones profundas de los diversos órdenes de la vida humana, las cuales cambiaron, y cambian, la manera en que individuos y grupos de distintas dimensiones viven, cómo entienden su realidad y cómo se entienden a sí mismos. Mi interés se dirige a interpretarlos como parte representativa de la evolución de la totalidad mayor que es el sistema-mundo.1 Este estudio se propone como una puerta de entrada a la comprensión del capitalismo en transición.

1 Utilizo la terminología de Immanuel Wallerstein y los autores del análisis de sistemas-mundo. Ver Terence Hopkins, Immanuel Wallerstein, et al.: World-Systems Analysis. Theory and Methodology. London, New Delhi, Beverly Hills, Sage Publications, 1982; Immanuel Wallerstein: “El ascenso y futura decadencia del sistema-mundo capitalista: conceptos para un análisis comparativo”, en Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Akal, Madrid, 2004 y Carlos Antonio Aguirre Rojas:Immanuel Wallerstein: Crítica del sistema-mundo capitalista. Estudio y entrevista, Ediciones Eva, México, 2003.

¿En qué ámbitos encontramos los cambios? Pues en todos. La economía de hoy es diferente a la de hace cuarenta años por la manera en que se organiza internamente en los países, y en el ámbito de la división internacional de los procesos productivos, por los principios fundamentales de acumulación de capitales, por las radicales innovaciones tecnológicas, por la manera en que las personas participan de ella. La política se hace de manera diferente, pues el discurso ha cambiado, y más aún lo han hecho los mecanismos de representación y participación ciudadana, los contenidos ideológicos de las propuestas partidistas, la relación entre instituciones y personas, la proyección de los políticos profesionales, los intereses expresados y defendidos. La sociedad es otra, en la medida en que las estructuras sobre las que se sustenta han cambiado de forma y contenido, el ordenamiento jerárquico adquiere nuevos referentes, las comunidades se complejizan en su composición interna, localización y relaciones entre sus componentes. Las mentalidades colectivas e individuales se transforman en la misma medida en que los códigos para comprender la realidad cambian, se expanden paradigmas nuevos, la comunicación adopta nuevos caminos, se forman nuevas identidades.

Esto es justamente lo que he tratado de entender y lo que quiero compartir. Por supuesto, para esto debo partir de una base lo más sólida posible, y de ahí la necesidad de recordar cuáles eran los rasgos y tendencias dominantes de las etapas históricas inmediatamente anteriores, tal como aparece en las primeras páginas del texto. Sin embargo, la comparación inevitable es también riesgosa, desde el momento en que se deben seleccionar los puntos a comparar, y se debe decidir la manera concreta en que se va a efectuar y presentar con posterioridad.

Quisiera hacer algunas precisiones en cuanto al espacio geográfico al cual me refiero. Aunque en el lenguaje común, incluso en una buena parte del discurso oficial, suele hablarse de una Europa, lo cierto es que existen varias. La extraordinaria diversidad del mundo europeo permite reconocer grupos de países muy claramente diferenciados por sus culturas, por el tipo y nivel de desarrollo en que se encuentran, por la influencia sobre los asuntos regionales y mundiales o por su participación o no en los múltiples esquemas de integración o cooperación operantes en el continente. La atención la centré en la porción occidental, pues en esta se encuentran los centros que encabezaron la construcción del moderno sistema-mundo, varios de los cuales se mantienen hasta hoy en puestos de privilegio en el contexto mundial, si bien con menos fuste que hace apenas cien años. En la búsqueda de una interpretación coherente y amplia de las tendencias más actuales del desarrollo global, esta es una región muy importante.

Por otra parte, en diversas ocasiones me refiero a las dinámicas de la Unión Europea en general, dada la importancia capital que el proyecto de integración tiene para el devenir de sus miembros y del mundo en su totalidad. La evolución de las estructuras comunitarias genera marcos y comportamientos compartidos por los Estados miembros, lo cual hace indispensable prestar atención a una buena parte de los datos referidos al bloque en su conjunto. A su vez, el predominio de las principales potencias dentro de la Unión permite considerar la similitud del comportamiento de los indicadores respectivos, así como de tendencias no cuantificables, pero presentes en ambos niveles. Debo aclarar que aunque no se trata de un estudio de caso en el sentido clásico del término, he seguido algunos ejemplos como guías para la reflexión. Concretamente, se trata de Reino Unido, Francia, Suecia y los Países Bajos, pues estos representan algunas de las vías fundamentales de desarrollo tomadas por los estados más avanzados. No obstante, en la gran mayoría de los aspectos analizados he tratado de incluir a otros países, así como reflexiones de carácter general. Esto último es factible por el carácter global de los procesos a los cuales me refiero en este texto, que actúan y se expresan en todas partes, desde Europa, los Estados Unidos o Canadá, hasta las regiones periféricas de África, Asia y América Latina, en cada escenario con sus propias particularidades, pero sin desconectarse de las dinámicas mudiales.

Durante su construcción, este libro fue, en primer lugar, una aventura. La aventura de pensar una etapa sumamente importante y reciente de la historia universal, tratando de desprenderme de ideas preconcebidas, límites impuestos —o autoimpuestos— y temores ante la abrumadora amplitud de la cuestión que me propuse abordar. No es casual que haya denominado el proceso de investigación y redacción “construcción”, pues, a lo arduo y no pocas veces agotador del trabajo, se sumó el manejo de un grupo de herramientas teóricas y prácticas diversas y en ocasiones no convencionales. Esto tiene una explicación sencilla y al mismo tiempo difícil: el tema que me propuse tratar no puede ser abordado desde la perspectiva de una sola disciplina, ni siquiera de un pequeño grupo de ellas.

Para empezar siquiera a delinear un cuadro integral de los procesos claves de la Europa occidental contemporánea es imprescindible utilizar los recursos de casi todas las ciencias sociales, como la historia, la sociología, la economía, la antropología o la semiótica. Además, no basta con trabajar desde cada una de ellas para después sumar los resultados en una exposición común, proceso que devendría en compromiso poco efectivo por lo limitado de la complementariedad real de ese procedimiento, y por los espacios —intersticios— que quedarían sin tratar, pues no corresponderían de manera evidente a ninguna de las disciplinas.

Dicho en otros términos, lo que propongo es un enfoque transdisciplinario, donde la integración se produzca desde el planteamiento de los problemas, en el diseño de los métodos y en la formulación de los principios teóricos para el trabajo. Esto permite intentar una mirada al todo estudiado que no lo descomponga en fragmentos inconexos. La realidad no está formada por elementos simples, sino por una red de relaciones infinitamente diversas que conectan a los seres humanos y su entorno mediato e inmediato por múltiples vías. Por tanto, cualquier reflexión hoy debe abandonar los ideales simplificadores y fragmentadores para abrazar un abordaje complejo de un objeto de estudio complejo. Aun cuando en distintos pasajes del texto se hace hincapié en uno u otro de los campos de acción humana, la perspectiva es global.

A partir de aquí apliqué el método de análisis por unidades, que se propone desarrollar el trabajo realizando de manera integrada el análisis y la síntesis a través del estudio de las partes del sistema, entendiéndolas en su relación con la totalidad y observando cómo las cualidades generales se expresan en la parte, y las particularidades interactúan con el todo. Cada una de esas unidades expresa las cualidades del sistema y las suyas propias.2 Para esto es necesario identificar unidades de análisis a las cuales dar seguimiento. Para mi trabajo escogí dos como las principales: la mercancía y el sujeto. Las páginas que siguen, en lo fundamental, siguen la pista de la producción, definición e interacciones de ambas.

2 Abel Rodríguez Marisy: “Del análisis por elementos al análisis por unidades. Desafíos para el estudio de las totalidades”,en Pensando la Complejidad, año IV, n.o 8, La Habana, enero-junio de 2010, pp. 63-69. Esta propuesta metodológica tiene antecedentes por ejemplo en el uso de la mercancía como unidad en el primer capítulo de El capital (Karl Marx: El capital. Crítica de la Economía Política, t. I.,Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, en la introducción de unidades en la Biología (la célula) y la Química (la molécula), la Semiótica (el signo o el texto) y el significado en la propuesta de Lev Vigostsky en Pensamiento y lenguaje (Lev S. Vigotsky: Obras Escogidas. t. II, Visor S.A., Madrid, 1994).

En el texto aparecen discusiones conceptuales amplias, encaminadas a presentar varias de las perspectivas en las que se han observado los procesos del tipo aquí tratado, y a hacer explícitas las posiciones desde las que he partido. Se incluyen desde enfoques clásicos hasta aproximaciones más recientes y otras ya antiguas, pero tradicionalmente marginales. El lector especializado en los distintos temas abordados puede con probabilidad identificar otras tantas alternativas que podrían estar en la discusión, incluso algunas que superen a los fundamentos teóricos sobre los cuales he trabajado en el desarrollo de las partes de este libro. Esa clase de diálogo es uno de los objetivos de este texto, y quisiera que condujera a pronunciamientos en este sentido. Esperemos que la realidad y los medios disponibles lo permitan.

Deseo por último, hacer referencia a un aspecto que puede resultar polémico. El título de este libro no es un mero recurso literario, sino representa en sí mismo una toma de posición respecto a uno de los temas que debaten los teóricos de las ciencias sociales contemporáneas: el problema del tiempo. Los períodos históricos tienen su tiempo, acorde con los procesos registrados en estos, el cual por principio y por la experiencia no se corresponde con el tiempo cronológico, en realidad es apenas un referente para organizar el trabajo o la vida cotidiana, pero por sí mismo carece de sentido.

De aquí deriva la existencia de siglos históricos que no se corresponden con los que nos marca el calendario, y están definidos por los procesos más importantes que tienen lugar dentro del espacio que se toma como centro del estudio, pues no tienen por qué ser iguales en todas partes. Por supuesto, ello quiere decir que mientras más se amplíe el objeto de estudio, más periodizaciones diferentes habría que considerar, aun cuando se llegue a la conclusión de que existe un eje fundamental, cuya temporalidad resulte dominante. Desde este enfoque, los siglos son largos, pues sus rasgos fundamentales comienzan a definirse cuando todavía está vigente el siglo anterior, y se extinguen cuando el que le sigue ya ha comenzado. Dicho en pocas palabras, los siglos históricos se superponen.

Yendo algo más lejos podemos suponer la existencia de milenios históricos que se definen a partir de procesos de muy larga duración, los cuales se desarrollan durante ellos, cuyos límites no coinciden con los de los milenios cronológicos y que resultan sistemas conformados por los siglos históricos. En el caso europeo, el milenio del que hablo, el segundo de nuestra era, está marcado por el ascenso de Occidente, es decir, de Europa occidental y su hija América del Norte al puesto de centro hegemónico a nivel global, el primero de la historia, a partir del surgimiento, desarrollo y expansión de un sistema de producción que dominó un sistema-mundo finalmente extendido por el planeta. La llamada Baja Edad Media representó el inicio de la construcción del nuevo sistema, y la etapa inicial del milenio. La hegemonía de Occidente llegó a su clímax durante el siglo xx histórico, el cual aún no había terminado cuando escribía estas líneas, aunque el xxi ya había empezado. Algunos de los procesos más recientes a escala planetaria llevan a la conclusión de que esa hegemonía está cambiando. Ese es el ocaso, el inicio del fin del milenio de Occidente, y los procesos a los que me refiero son los que han dado forma a la Europa occidental que entra en esa etapa.

Cualquier obra humana es fruto de más de una persona, aún las creaciones más independientes de artistas y científicos. Este texto es también fruto de los comentarios, preguntas y sugerencias de múltiples personas que han entrado en contacto con él, directa o indirectamente, en diversas fases de su elaboración. Para ellas mi más sincera gratitud. No alcanzaría a enumerarlos a todos, pero al menos quisiera mencionar a algunos, aunque sea colectivamente. Primero, mis compañeros de estudios y amigos de años, con quienes discutí ideas que terminaron por plasmarse de una forma u otra en estas líneas. A mis compañeros del lamentablemente extinto Centro de Estudios Europeos de La Habana, con quienes compartí cuatro años durante los cuales se desarrolló el grueso de la investigación. A mis colegas de la Universidad de La Habana, especialmente de la Facultad de Filosofía e Historia y del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos, que leyeron una gran parte de este trabajo cuando fue presentado como tesis doctoral y durante su reelaboración como proyecto de libro. A mis alumnos de pregrado y posgrado de la Universidad de La Habana, Princeton University y Queen´s University, cuyas dudas y preguntas me obligaron muchas veces a reformular mis ideas para hacerlas más claras. Y muy en especial a mi esposa, quien además de apoyarme con todo su amor, ha invertido largas horas en interminables discusiones teóricas, además de haber sido la lectora más frecuente y la correctora más constante de estas páginas.

El largo camino de la sociedad industrial

Aunque el núcleo de este trabajo gira en torno a procesos desarrollados a lo largo de los años del tránsito del siglo xx al siglo xxi, la exposición no comienza con los albores de ese período. Abordar un tema como el que propongo no puede hacerse desde una simple fotografía de la situación en la que se encuentran los principales actores que intervienen en un momento preciso. Si ese fuera el caso, los resultados serían sumamente incompletos e incluso falaces. Por este motivo, las páginas que siguen están destinadas a esbozar de manera sintética el desarrollo de la sociedad industrial en Europa occidental, para disponer de una base de partida para la reflexión.

Del capitalismo de libre concurrencia a las guerras mundiales1

1 Una de las explicaciones más importantes del proceso de formación y evolución de la sociedad industrial hasta las guerras mundiales la encontramos en Karl Polanyi: La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo (con prólogo de Joseph Stiglitz e introducción de Fred Block),Fondo de Cultura Económica, México, 2011. Aunque su énfasis en el papel central del patrón oro en el proceso me parece discutible, su perspectiva general es sumamente útil.

La construcción del capitalismo como sistema-mundo fue un proceso que llevó varios siglos, a partir de la formación de las relaciones capitalistas en sus etapas tempranas y su paulatina expansión hasta convertirse en dominante en Europa occidental. Las primeras neoformaciones que apuntaban hacia la configuración de un nuevo modo de producción aparecieron ya en los primeros siglos de la Baja Edad Media europea, y su posterior evolución en constante interacción con los núcleos del modo de producción dominante, generó transformaciones diacrónicas que de modo paulatino se expandieron hasta llegar a cambiar el sistema.

Según la historiografía marxista, este proceso tuvo su momento culminante en el siglo xix, a partir del influjo de lo que Eric Hobsbawm llamó la doble revolución, es decir, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Otro autor clásico, Maurice Dobb, toma como principales momentos del desarrollo del sistema la Revolución Inglesa de 1640-1689 y la Revolución Industrial, lo que evidentemente se corresponde con el proceso inglés, mientras que la idea de Hobsbawm es más cercana al devenir de la Europa continental.2 Otros enfoques teóricos asumen referentes más amplios, y señalan, por ejemplo, el desarrollo de relaciones mercantiles y circulación monetaria desde los siglo xi-xiv.3

2 Eric Hobsbawm: Las revoluciones burguesas,Ediciones Guadarrama, Madrid, 1971. Maurice Dobb: Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1969, p. 27.

3 Henri Pirenne: Historia económica y social de la Edad Media, Ediciones Revolucionarias, La Habana, 1968.

Un estudio integral del desarrollo histórico del sistema debería asumir como hitos fundamentales que marcaron su construcción y consolidación las revoluciones de “primera generación” ―la holandesa y la inglesa―, la revolución de independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, dentro de marcos más amplios que incluyen múltiples procesos de distintos alcances y niveles que interactuaron de manera continua. Estos últimos deben rastrearse hasta la aparición de las neoformaciones a las que hacía referencia con anterioridad, y extenderse hacia todos los subsistemas que constituyen el complexus cultural.4 En cualquier caso, es un tema que permanece abierto a la discusión, discusión que desborda el objetivo de este texto.5

4 Utilizo este término en lugar del habitual sociedad, por varios motivos. Primero, se evita la confusión posible entre los distintos usos del término sociedad, entendido como totalidad o como parte; segundo, establece desde el principio su carácter complejo; tercero, introduce la noción de cultura, entendida como la producción humana, incluye la producción de relaciones y patrones de comportamiento y producción; cuarto, refrenda la condición de sistema (la idea de sistema de cultura es un antecedente de esta formulación). Para una definición del concepto de complexus cultural, ver Ernesto Domínguez López: Ciencia y complexus cultural. Un ensayo (2015). https://relaed.milaulas.com/pluginfile.php/530/mod_resource/content/l/Lopez-Ensayo.pdf. En el capítulo VI se profundiza en este punto

5 Sobre el problema de la llamada transición del feudalismo al capitalismo existen numerosas obras de gran valor, y otras de menos alcance. Entre las primeras se pueden citar Immanuel Wallerstein: The Modern World-System I. Capitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the Sixteenth Century,University of California Press, Berkeley, Los Angeles, London, 2011; Eric H. Mielants: The Origins of Capitalism and the“Rise of the West”, Temple University Press, Philadelphia, 2007 y la colección de trabajos Rodney Hilton (ed.): La transición del feudalismo al capitalismo, Crítica, Barcelona, 1982.

Para el estudio propuesto en estas páginas, el punto de comparación inicial es la sociedad industrial, es decir, aquella que se conformó en los centros del sistema-mundo a raíz de la Revolución Industrial. Esta Revolución se remonta, en general, a la emergencia de avances tecnológicos muy importantes en Inglaterra entre 1760 y 1780. La evolución del sector secundario de la economía y de los sectores sociales relacionados de manera directa con este se produjo a lo largo de siglos, pero el profundo cambio iniciado por la introducción de la máquina de vapor generó en un tiempo relativamente corto una nueva organización del capitalismo. Por supuesto, se trató de un proceso multidimensional, y a pesar del carácter conservador de los gobiernos británicos, los cambios al interior de la sociedad inglesa se produjeron de manera muy rápida en todos los órdenes, no solo en lo concerniente a la reestructuración de la economía sobre nuevas bases, sino se reformaban las maneras de ver el mundo y las normas éticas previas, el sistema de relaciones sociales en todas sus manifestaciones, y por tanto, las estructuras del complexus cultural británico. Una nueva cultura estaba en plena formación, y como parte de ella se construían nuevas vías para hacer y comprender la política, la economía, las relaciones sociales, las artes, la ciencia, las ideologías y las religiones.6

6 Para el estudio de estos cambios, resulta de mucho interés la monumental obra de Paul Johnson El nacimiento del mundo moderno, Buenos Aires: Madrid: México: Santiago de Chile: Javier Vergara editor, 1992, la cual, aunque centrada en el breve lapso comprendido entre 1815 y 1830, ofrece un cuadro muy completo de la sociedad en los momentos en que se estaba construyendo la modernidad, especialmente en lo que se refiere a los casos británico y norteamericano, y en gran medida en Europa occidental y central. De mucho menor valor son las partes concernientes al mundo periférico, como es el caso de América Latina.

Si bien estos procesos se iniciaron en Inglaterra,7 a partir de las primeras décadas del siglo xix se extendieron, con nuevas especificidades, a Europa continental, en primer lugar a Bélgica y el nordeste de Francia, y más adelante se fueron abriendo paso por el resto de Europa occidental y central. Por supuesto, no debemos entenderlos como algo homogéneo, que se extendió de manera similar por todos los países y territorios del Viejo Continente. En realidad sus efectos tuvieron una distribución desigual, crearon bolsones industriales, intercalados con zonas rurales muy extensas donde se conservaban, al menos en muchas de ellas, formas relativamente primitivas de organización de la producción, con conexiones complejas con los circuitos de circulación de bienes, capitales y fuerza de trabajo. En particular, la industrialización se concentró en las ya mencionadas Bélgica, Francia y un poco más tarde en Alemania, además de algunas regiones de Bohemia (entonces imperio austro-húngaro) y lentamente en otros territorios (norte de Italia, Cataluña).8

7 La industrialización se desarrolló primero en Inglaterra y solo más tardíamente se extendió a otras regiones de Reino Unido.

8 Sobre el desarrollo de la industrialización, se pueden consultar Vera Zamagni: Historia económica de la Europa contemporánea,Crítica, Barcelona, 2001; P. Deane y W. A. Cole: British Economic Growth 1688-1959, Cambridge University Press, Cambridge, 1962; N. F. R. Crafts: British economic growth during the industrial revolution,Oxford University Press, Oxford, 1986; E. A. Wrigley: Cambio, continuidad y azar: carácter de la revolución industrial inglesa,Crítica, Barcelona, 1993; R. Sylla y G. Toniolo (eds.): Patterns of European industrialization: The XIX century, Routledge, London, 1991; C. Holmes y A. Booth (eds): Economy and society: European industrialization and its social consequences,Leicester University Press, Leicester, 1991; Harry Elmer Barnes: Historia de la economía del mundo occidental,UTEHA, México, 1955 y Maurice Crouzet: Historia general de las civilizaciones,t. VI, El siglo XIX. El apogeo de la expansión europea,Ediciones Revolucionarias, La Habana, 1968. El uso de los nombres Italia y Alemania es para identificar los espacios geográficos y culturales, no necesariamente a entidades estatales, en franco proceso de formación durante la mayor parte del siglo xix. Igualmente, en la bibliografía mencionada y en otros autores aparecen diversas propuestas de periodización de la revolución industrial, generalmente asociados con el cambio tecnológico. Aquí he utilizado la que más conviene a la visión general de los procesos globales referidos.

El período comprendido entre 1815 y 18709 puede ser visto como un proceso de construcción sistémica, durante el cual varios países transformaron sus estructuras por vías diversas y con temporalidades diferentes, pero convergieron dentro de los marcos del sistema. Los movimientos revolucionarios, sea el de 1830 o 1848, representaron momentos de aceleración del proceso global, una vez más de manera heterogénea, introdujeron nuevos factores en la interacción, pero sin generar desviaciones mayores. El segundo de estos movimientos incluyó la participación de nuevas fuerzas, en especial, sectores obreros ―en primer lugar la clase obrera naciente de la industrialización― que ganaban en espacio, aunque no en protagonismo en lo referente a la definición de los sentidos e intencionalidades de los cambios.

9 Creo necesario hacer hincapié tempranamente en que los años tomados como cotas para los procesos abordados en este texto son referentes para ubicar en el tiempo, no límites inamovibles. En sí mismos son elecciones en gran medida arbitrarias, a partir de la abstracción de una tendencia general, diferente a los casos individuales.

En el Congreso de Viena, y más ampliamente en los congresos internacionales que reunieron a las principales potencias europeas a partir de 1814, se había diseñado la Europa posterior a la desaparición del imperio de Napoleón Bonaparte. Esto se tradujo en la delimitación y “santificación” de las fronteras acordadas, la restauración de las viejas monarquías, la creación de la Santa Alianza para detener nuevas oleadas revolucionarias al estilo de la Gran Revolución Francesa, y el establecimiento de un equilibrio continental garantizado, en lo fundamental, por el fortalecimiento de Prusia, la contención de Francia, la inserción de Rusia en el concierto de las relaciones centroeuropeas y la subsistencia del imperio austro-húngaro. Todo ello bajo la sombra de la poderosa Reino Unido, el más avanzado de los estados europeos de entonces. El reflujo conservador monárquico-absolutista delineó los marcos dentro de los cuales se produjo la construcción del capitalismo durante la primera mitad del siglo xix, a pesar de su incapacidad para evitar la caída definitiva del ancien régime.10

10 Sobre la etapa napoleónica y la posterior recomposición de Europa a partir de los congresos hay una vasta bibliografía. Por solo mencionar algunos ejemplos, además de las obras de Hobsbawm y Paul Johnson, podemos citar las biografías de Napoleón de Evgueni Tarlé y Emil Ludwig.

Los citados movimientos de 1830 y 1848 actuaron como sacudidas que resquebrajaron lo que quedaba del ordenamiento feudal en Europa occidental y central y ayudaron a expandir el nuevo sistema de relaciones sociales. Cuando la restaurada monarquía francesa de Luis XVIII se vio en el trance de otorgar una Carta Magna, de hecho reconocía la imposibilidad de detener los cambios que abarcaban a toda su sociedad. Fueron momentos en los cuales se hizo evidente la emergencia de nuevos actores sociales y la conformación de identidades nacionales como parte de la construcción de un nuevo mundo. El surgimiento de los macrosujetos identificados con posterioridad como las clases típicas del capitalismo generó la aparición de discursos y acciones políticas nuevas, los cuales comportaron la formación de nuevas ideologías que intervinieron en los conflictos sociales del siglo.

La etapa incluyó la expansión de nuevas industrias tendentes a desplazar a la textil como centro de los procesos de acumulación de capitales. Así, en esos años se inició el crecimiento de las industrias pesadas, basadas en el carbón y el acero, en lo que se ha identificado como una segunda fase de la Revolución Industrial. Todo esto apoyado en una infraestructura que en esa misma época dio un salto cualitativo de gran envergadura, con el desarrollo del ferrocarril, iniciado en Inglaterra en la década del veinte del siglo xix, cuando Stephenson logró hacer funcionar su primer ingenio automotriz, el cual se extendió por el continente ―y fuera de él― en las décadas siguientes, una vez más de manera desigual, introdujo, sin duda, un elemento novedoso de vital importancia en todas partes. Por primera vez en milenios se creaba un medio de locomoción nuevo, que agilizaba de manera radical las comunicaciones;11 esto, unido a la telegrafía y la navegación a vapor ―la cual comenzaba a dar también sus primeros pasos― cambiaron las relaciones internacionales y la propia noción de las dimensiones del mundo.12

11 Carlota Pérez considera la creación del ferrocarril como la segunda de las cinco revoluciones tecnológicas de los últimos dos siglos y medio. Carlota Pérez: Revoluciones tecnológicas y capital financiero. La dinámica de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza,Siglo XXI, México, 2004.

12 Sobre los nuevos avances tecnológicos, ver Maurice Crouzet: Ob. cit., Carlota Pérez: Ob. cit.y John D. Bernal: La ciencia en la historia,EditorialCientífico-Técnica, La Habana, 2008.Lo que esto significó para el conjunto de los complexus culturales europeos está muy bien tratado en Eric Hobsbawm: La era del capital.

Quizás lo más significativo dentro de ese proceso, además del cambio en las estructuras económicas a partir de la introducción de la fábrica como centro creciente de la organización de las relaciones de producción de bienes, haya sido la constitución de las clases sociales y con ellas las relaciones interclases propias del capitalismo industrial.13 El obrero había aparecido mucho antes, con el desarrollo de las industrias domésticas, la artesanía, las explotaciones agrícolas modernas y otros tipos de trabajo asalariado, en tanto trabajador enajenado de los medios fundamentales de producción, insertado en las relaciones económicas a través de los contratos de venta de su capacidad para trabajar (fuerza de trabajo). La industrialización se apoyó en esos sectores y provocó su mutación y de otros provenientes del pequeño artesanado y de los pequeños propietarios de distintos tipos, para convertirlos en obreros industriales.

13 En este acápite utilizo una aproximación muy general al concepto de clases sociales, según su uso por una parte de los autores que se dedican al tema. En realidad esta es una cuestión mucho más polémica y llena de matices. La diversidad interna es uno de los rasgos fundamentales de esos grandes grupos que llamamos clases. Más adelante profundizaré en este aspecto.

Esto significó no solo su absorción por la industria clásica, en especial la textil en los primeros años, sino la creciente concentración de los trabajadores en los núcleos urbanos industriales, la pauperización de las condiciones de vida de esa población, la incorporación de mujeres y niños a la producción directa y, por supuesto, la formación de una identidad de clase dada por la concientización de su condición social. En pocas palabras, se asistió en ese período a la conformación de la clase obrera industrial, que se convertiría en uno de los dos componentes del par de contrarios fundamental del capitalismo, según la terminología de la dialéctica hegeliana. Este proceso aparece explicado de modo excelente en el libro de Edward Palmer Thompson La formación histórica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832.14

14 Edward Palmer Thompson: La formación histórica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832,Laia,Barcelona, 1977.

De manera simultánea los propietarios del capital o burgueses, pasaron por un proceso paralelo de transformación. Con la catálisis de la concentración y centralización de los capitales a partir de los volúmenes necesarios de inversión para la instalación de maquinarias y la competencia libre entre productores, la élite dominante adquirió perfiles más definidos. La Revolución Industrial abrió el camino para la consolidación del capital industrial en el centro del sistema, al tiempo que facilitó el fortalecimiento del capital bancario, a partir del crecimiento de los créditos y otras clases de préstamos necesarios para desarrollar el proceso productivo.

En la conformación definitiva de la llamada burguesía industrial tuvo una importancia crucial el desarrollo de una producción artística que reflejaba y a la vez contribuía a producir su manera de pensar y comportarse, su visión del mundo. En tal sentido podemos entender la obra de Jane Austen o Charles Dickens, por solo citar dos ejemplos, como la expresión de un mundo emergente, que implicaba nuevos patrones éticos y estéticos, nuevos espacios y mecanismos de socialización, y por tanto una cosmovisión desconocida por las épocas históricas precedentes. Ambos escritores trataron en sus obras ángulos diferentes de la sociedad inglesa de las primeras décadas del siglo xix, con personajes provenientes de diversos estratos, por ello su complementariedad como fuentes de una imagen de la época es notable y sumamente interesante para un estudio a profundidad.

Algunos autores, en particular Max Weber, le han prestado especial atención a la formación de una racionalidad específica como parte fundamental del desarrollo de la modernidad, convertida en “espíritu del capitalismo”. Es una racionalidad que se centra en la disciplinación del irracional “deseo de ganancia”, alrededor de la cual se articula la filosofía del sistema, y que es atravesada por una visión abstracta de la realidad. Esa abstracción se apoya en la cuantificación absoluta del mundo, lo cual permite el manejo de indicadores válidos y universales de eficiencia.15 Se trata de un derivado de la construcción de un prisma científico a través del cual se explica el mundo, en sustitución de la sacralización hegemónica del medioevo. En cualquier caso, esta reflexión es una aproximación a una idea fundamental: la construcción y desarrollo de la sociedad industrial incluye la conformación de un modelo general de sistemas de significación, a través de los cuales se produce la construcción de sentido. Es decir, se genera una mentalidad adecuada a ese tipo de sociedad.

15 Este tema está desarrollado en Max Weber: Gesammelte Aufsatze zur Religions-soziologie, Tübingen [s. e], 1920.

Fue un período de amplia expansión del pensamiento liberal, nacido como desarrollo del movimiento seminal que fue la Ilustración de los siglos xvii y xviii. El liberalismo estuvo presente en todos los momentos del desarrollo del sistema, pues recogió ―y recoge― su núcleo esencial. Las ideas claves del laissez-faire, laissez-passer, los derechos individuales, la protección de la propiedad privada, la libertad de pensamiento y expresión, se asentaron en los pilares del ordenamiento de los complexus culturales. En el sentido estrictamente político, el liberalismo fue un factor clave, en confrontación permanente con el conservadurismo, si bien los años llevaron a una creciente identificación entre ambos. El siglo xix fue el escenario de la aparición de los partidos políticos modernos, en los cuales esta competencia e hibridación entre las dos corrientes halló una expresión permanente.

La connotación de las transformaciones a nivel demográfico y, en general, en la organización del subsistema identificado como estructura social fue muy grande. Los flujos de población del campo a la ciudad cambiaron el mapa de Europa, con la aparición de las primeras grandes urbes modernas. Por primera vez en casi dos milenios la población urbana mostraba una tendencia sostenida al crecimiento relativo, a partir de entonces con ritmos extraordinariamente rápidos y con tendencia al aumento.16 Esto fue elemento central de un redimensionamiento de la relación campo-ciudad, como parte de la cual esta última inició la conquista del protagonismo en la articulación de las redes de circulación de bienes, conocimiento, información, influencia política, códigos para la construcción de sentido. En resumen, pasaron de manera paulatina a ser los nodos de esa red, donde se producían los procesos de semiosis colectiva más importantes, al tiempo que se tornaba decisiva su participación en la creación de bienes de consumo y capital, así como de su disfrute.

16 Los procesos de urbanización han sido estudiados en la muy larga duración, al menos en su aspecto cuantitativo, por los autores de la llamada cliodinámica. Ver por ejemplo Peter Turchin, Leonid Grinin, Victor C. de Munck, y Andrey Korotayev (eds), History & Mathematics: Historical Dynamics and Development of Complex Societies,KomKniga, Moscú /URSS, 2006; Peter Turchin: Historical Dynamics: Why States Riseand Fall,Princeton University Press, Princeton, NJ, 2003; Andrey Korotayev, Artemy Malkov y Daria Khaltourina:Introduction to Social Macrodynamics: Compact Macromodels of the World System Growth, URSS, Moscú, 2006.

Sin embargo, en este aspecto hay algunos matices que resulta interesante comentar. En primer lugar, no se puede hablar de la formación de sociedades plenamente urbanizadas en ese período, pues a pesar del crecimiento que señalaba, la gran mayoría de la población siguió siendo rural. Además, durante largos períodos subsistieron amplias franjas transicionales donde una parte considerable de la población de origen campesino absorbida por la industria mantenía formas agrícolas y pecuarias suburbanas como parte de sus fuentes de sustento familiar. Un tercer punto es que las mayores ciudades, en general, habían crecido más como centros administrativos, que como zonas industriales. La ampliación y complejización de los aparatos estatales traía consigo una masa creciente de funcionarios, y junto con ello la extensión de los sistemas de servicios requeridos para su atención; Viena resulta un claro ejemplo de este extremo. Por supuesto, esto no significa que no existiesen ciudades industriales, como Manchester, o algunas en las que ambos factores se conjugaran, como en el caso de Londres.17

17 La importancia del consumo por las franjas de población no vinculada directamente a la industria permite, por ejemplo, que Werner Sombart haya colocado al consumo de artículos de lujo como uno de los motores centrales, sino el principal, de la construcción del capitalismo. Ver Werner Sombart: Lujo y capitalismo, Selecta de Revista de Occidente, Madrid, 1965.

El período 1870-1914 está signado por importantes procesos, correspondientes a una nueva etapa del desarrollo del sistema capitalista mundial. Es el período donde cobró fuerza la llamada Segunda Revolución Industrial, con un vasto crecimiento de la industria pesada y el desarrollo de la industria química, la formación del capital financiero y, muy en especial, la creación de los oligopolios.18

18 Es mucho más común hablar de monopolios, sin embargo, he preferido este término pues como norma no se trata de una única empresa que controla totalmente una rama de la economía, sino de un número reducido de enormes corporaciones que fijan los términos en uno o varios sectores, a nivel nacional e internacional.

En el arranque de esta nueva fase se encuentran procesos multidimensionales de gran alcance, en particular dos de ellos. En primer lugar, las reunificaciones de Alemania e Italia agruparon bajo un mismo Estado territorios hasta entonces fragmentados políticamente y en disputa entre distintas potencias, lo cual transformó las fronteras europeas, dejando obsoletos de manera definitiva los mapas trazados por el Congreso de Viena. Los triunfos de Prusia y el Piamonte, los reinos más desarrollados, respectivamente, sobre la vieja Austria-Hungría, pueden ser considerados símbolos de los tiempos que corrían, donde lo nuevo se imponía. Los caminos tan diferentes seguidos por los dos países en las décadas posteriores ilustran también la diversidad que podemos encontrar en un espacio geográfico reducido como el europeo.19 En segundo término, pero no menos importante, la Comuna de París, en 1871, hizo visible una realidad: la clase obrera, en su denominación tradicional, era capaz de iniciar por sí sola movimientos revolucionarios con fines propios. Fue un primer ensayo de creación de un poder de los trabajadores y por ellos, con la pretensión de transformar el sistema de relaciones sociales y, por tanto, dar origen a una sociedad nueva. La guerra civil que le siguió sirvió de modelo para otras luchas sociales.

19 Análisis muy útiles sobre estos temas se encuentran en Eugenio V Tarlé: Historia de Europa de 1871 a 1919, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970 y Eric Hobsbawm: La era del imperio, Labor, Barcelona, 1990.

La formación de las primeras megaempresas, resultado de la absorción del capital de los perdedores de la competencia libre por parte de los vencedores y la sinergia estructural industria-banca, significaba la expansión de sus mercados como una consecuencia lógica de su propia existencia, y por tanto el traslado de la competencia fuera de las fronteras nacionales. A su vez, hacia el interior, llevó nuevos cambios a las estructuras productivas económicas y al ordenamiento social. La vinculación de los centros fabriles, redes comerciales e instituciones bancarias bajo direcciones comunes representaba una integración más profunda de los actores económicos. A su vez, se amplió la estratificación de la clase propietaria, y alcanzó una escala muy notable la absorción de una parte de ella por las capas medias no propietarias o por los obreros, lo cual conllevó a una concentración de poder en sectores más reducidos, como parte de su dinámica de relación con el sistema institucional estatal. Esto significa que los intereses dominantes en la formulación de política constituían un círculo mejor delimitado.

En esos años se vertebraron amplios movimientos obreros, que terminaron por integrar sindicatos de fuerza creciente, a la vez que se expresaron en la formación de organizaciones políticas destinadas a defender los intereses de los trabajadores. Fue una época de florecimiento de corrientes de pensamiento orientadas al cambio de la sociedad, que incluían la generación de métodos científicos para el estudio de su realidad y para la definición de las metodologías de lucha. Todo el vasto sistema de ideas llamado socialismo, desarrollado muchas veces en medio de agudos debates entre sus principales figuras, como Bakunin, Proudhom, Marx, Bernstein o Lasalle, se constituyó en una fuerza a ser tenida en cuenta. La convergencia del desarrollo ideológico y teórico con la tendencia a la organización del movimiento obrero fue el caldo de cultivo para el surgimiento de las Internacionales Obreras (conocidas como Primera y Segunda Internacionales) y de los partidos nacionales, denominados socialdemócratas, socialistas o laboristas. Ello demostró la existencia de un conjunto de fuerzas políticas y sociales de contenido y métodos nuevos, que no podían ser dejadas de lado.20

20 Ver G. D. H. Cole: Historia del pensamiento socialista, Fondo de Cultura Económica, México, 1958 y Evgueni V. Tarlé: Ob. cit.

Hasta entonces, el funcionamiento de los Estados europeos modernizados, una vez superada la monarquía absoluta, giraba en torno a la correlación de fuerzas entre distintos sectores de las élites sociales, que se expresaban mediante partidos políticos de composición clasista limitada. Estas organizaciones, por lo general, se turnaban en el ejercicio de los cargos gubernamentales, apoyados por sistemas electorales que privilegiaban a las élites, de jure o de facto. Dos ejemplos modélicos de esto eran la monarquía parlamentaria británica y la España de la restauración (a partir de 1874). La creciente presión obrera creaba nuevos problemas a abordar como parte de la producción de las relaciones de poder.

En las décadas de cambio del siglo xix al xx continuaron y se profundizaron varios de los procesos más importantes iniciados con anterioridad. La industria se extendió, acompañada por una creciente urbanización que, unida a la expansión demográfica, incrementó la densidad poblacional en un grupo de regiones, transformadas en los centros económicos más importantes. Aquí ocuparon sitios excepcionales regiones como el Ruhr, el Sarre o Silesia, los cuales pasaron a colocarse entre los principales núcleos de la nueva etapa de la industrialización, y pilares de la emergencia de nuevas potencias a escala continental e incluso mundial, en primer lugar Alemania.21 Esta última, entonces imperio alemán, consolidado por la victoria en la guerra franco-prusiana de 1870, último gran escalón de la unificación germana, experimentó una transformación conducida por una parte de las antiguas élites feudales, que reorientaron el desarrollo de las estructuras del estado neonato por el camino de la industrialización y la construcción de un capitalismo de avanzada. Inversiones conducidas desde el gobierno, y una política coherente y centralizada, la cual incluía un fuerte apoyo a la educación de la población, convirtieron a la Alemania del Kaiser en una aspirante muy fuerte al puesto de primera potencia continental.

21 En una mirada más amplia, habría que incluir a los Estados Unidos, que por entonces iniciaba su gran ascenso, tras el fin de la Guerra de Secesión y la reconstrucción, que para el cambio de siglo lo convertiría en el mayor productor industrial del mundo. Ver, por ejemplo, Jonathan Hughes: American Economic History, Scott Foresman, Glenview, 1990.

En la primera parte de esa etapa, desempeñó un papel central la política internacional promovida por el canciller alemán Otto von Bismarck, el constructor del imperio, quien ponía por delante la solución negociada de los conflictos y el sostenimiento de relaciones pacíficas entre las potencias. Las razones de esta postura, en última instancia, pueden depender de muchos factores, pero el “canciller de hierro” demostró ser consciente del tremendo riesgo que representaba para Alemania sostener una guerra en dos frentes, y de las ventajas de un desarrollo promovido en un contexto de paz general. Esto no significa la renuncia a la competencia, sino su impulso por vías no violentas y por medio del compromiso en caso de necesidad.

Fue la etapa además de la gran expansión colonial de las potencias europeas, en particular de Reino Unido y Francia, seguidas a cierta distancia por Alemania, los Países Bajos, Bélgica y los viejos imperios decadentes de España y Portugal, que compitieron duramente por el control de África y Asia, factor fundamental en la definitiva conformación del sistema-mundo capitalista, que crea una red de relaciones de dependencia a escala global cuyos efectos están vigentes hasta la actualidad. Por supuesto, esta expansión significó también el incremento continuo de la tensión dentro del sistema internacional, en la medida en que los espacios “vacíos” se terminaban, y las apetencias de las élites de las principales potencias se hacían mayores. Las relaciones interpotencias basadas en la negociación resistieron a duras penas la oleada de cambio ―la Conferencia de Berlín de 1884 para el reparto de África, fue de hecho el último intento exitoso de mantenerlas― y terminaron por sucumbir, ante la creación de bloques rivales que se perfilaron con claridad.

Esta etapa significó una transformación decisiva de las condiciones presentes en la fase formativa del capitalismo, y en especial, durante la etapa inicial de la sociedad industrial. La centralización del capital puso fin a la libre competencia ―idílica para los liberales tradicionales, aunque siempre matizada por la acción de los estados―, y la nueva pugna se trasladó fuera de las fronteras nacionales, cada vez con mayor fuerza. El desarrollo científico-técnico se hizo cada vez más acelerado, con la introducción de nuevos medios de transporte (automóvil, avión) y comunicaciones (teléfono, telegrafía sin hilos), así como aplicaciones de descubrimientos científicos (en primer lugar, el uso creciente de la electricidad) con incidencia en los ámbitos públicos y domésticos. En fin, el mundo cambiaba aceleradamente, y sus expresiones llenaron las décadas siguientes, es decir, la primera mitad del siglo xx cronológico.

Con probabilidad el aspecto más evidente de la nueva coyuntura fue la redefinición del sistema de relaciones internacionales, de lo cual los dos conflictos mundiales fueron la mejor demostración. La Primera Guerra Mundial significó el fin definitivo del sistema de la negociación en las relaciones internacionales, tal cual había predominado en el siglo anterior. Las contradicciones entre los distintos imperialismos del momento se tornaron insalvables, toda vez que los repartos territoriales habían terminado por la ocupación de casi todas las regiones disponibles, sin que la competencia menguara; antes bien se agudizó. Los resultados de la contienda, en particular, los tratados firmados después de la capitulación de los imperios centrales en 1918 (Versalles, Saint Germain, Trianon, Neuilly y Sévrés) no resolvieron las contradicciones que habían llevado al conflicto; en realidad agregaron otras, en particular en el caso alemán, al condenar al país al desastre económico y moral de las inmensas reparaciones, la pérdida de territorios, la limitación de su soberanía y, en resumen, a una humillación completa. A la vez, varios de los “vencedores” se consideraron perjudicados, en especial, Italia y Japón, con lo cual el descontento con el predominio anglo-francés y con el orden internacional, en general, creció aún más.22

22 Estos son puntos bien conocidos, por ello solo los menciono brevemente. Sobre la Primera Guerra Mundial, sus causas y consecuencias inmediatas, ver Eugenio V. Tarlé: Ob. cit.

La actitud de los Estados Unidos, verdadero ganador de la contienda, fue parte del descontento. A raíz de los acuerdos de paz y de la formación de la Sociedad de las Naciones, se intentó construir un sistema de relaciones internacionales inadecuado a la realidad del momento, toda vez que desconocía el papel central que ya desempeñaba la emergente potencia norteamericana. La Conferencia de Washington y el idealista Tratado Briand―Kellog no hicieron más que demostrar la ineficacia de los mecanismos creados en Versalles.23 El resurgimiento del poderío militar alemán en la década del treinta, su expansionismo y revanchismo, la política de apaciguamiento y reorientación de la agresión hacia el este ―asociados a factores a los que me referiré a continuación― y la ineficacia de los organismos internacionales para impedir la nueva guerra, demuestran fehacientemente la afirmación anterior.

23 Estos tratados se encuentran recogidos en el libro de Modesto Seara Vázquez: La paz precaria de Versalles a Dantzing, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, México, 1970.

Por otra parte, el modelo de desarrollo económico y social dominante, basado en el liberalismo económico, es decir, en el laissez-faire, laissez-passer, más allá de las distorsiones lógicas introducidas por la práctica, se mostró en pleno agotamiento en esos años. Ya el último cuarto del siglo xix, con la formación y consolidación del oligopolio, había introducido un elemento de regulación de los mercados no previsto por la teoría librecambista original, aunque se intentaba mantener los rasgos esenciales del modelo. Además, los primeros años del siglo xx mostraron la expansión de un sistema de organización de la producción industrial que se convirtió en el paradigma dominante, la producción en serie, acompañado por la estandarización de los productos ―en general conocida como taylorismo o fordismo―, que tuvo amplias repercusiones.

En primer lugar, el volumen de la producción industrial creció vertiginosamente en términos globales, en especial, la de artículos de consumo directo alcanzó gran relevancia, pues a su vez desplegó el consumo masivo. La industria del automóvil, pionera en ambos sentidos, se extendió con creciente fuerza. Un segundo impacto de esos procesos fue la consolidación del proletariado industrial como clase, ahora inmerso en una corriente de relativa homogeneización de sus condiciones laborales y una mayor interconexión de sus funciones en el conjunto de la producción. Y se debe agregar la tendencia, también homogeneizadora, que representó la estandarización, tanto de los procesos de producción como del consumo, y junto con este de normas no escritas de conducta y códigos con fuertes elementos comunes entre grupos sociales análogos de distintos países.

La sacudida de la Primera Guerra Mundial, con su secuela de destrucciones, y por tanto la necesidad de inversiones para la reconstrucción, los vacíos abiertos en los mercados, la desorganización de las estructuras productivas, las gigantescas deudas de todos los países, hicieron que la economía europea estuviese en graves dificultades desde entonces, y aunque la década del veinte trajo una considerable mejoría de la situación, se trataba de una recuperación muy frágil. Esto se aprecia, con una mirada retrospectiva, por la existencia de índices de desempleo estructural relativamente altos, a la vez que se registraba una considerable dependencia de los capitales transferidos desde los Estados Unidos a través del Plan Dawes-Young24 y, en general, del sistema de créditos internacionales. Además, las monedas no lograron recuperarse en su totalidad en ningún momento, de tal manera que la voluntad de sostener el patrón oro clásico se vio muy comprometida, e incluso abandonada en algunos momentos, lo cual fue condicionado también por la inversión de los términos de la relación acreedor-deudor entre ambos lados del Atlántico y la concentración de las reservas del metal amarillo en las bóvedas estadounidenses. El colapso de 1929 echó por tierra cualquier ilusión al respecto. Los principios de funcionamiento del capitalismo, es decir, su lógica contradictoria de expansión-exclusión, le pasaron factura y se saldó con la destrucción del “excedente” de fuerzas productivas y, muy importantes, con la reorganización de las relaciones económicas.25

24 Plan aprobado e implementado por el Congreso estadounidense que se basaba en la concesión de créditos blandos a Alemania para facilitar su recuperación, y a través de esto de la economía europea, para garantizar la sostenibilidad de su propio crecimiento.

25 Sobre la crisis de 1929 y sus efectos, ver Eric Hobsbawm: Historia del siglo xx, Grijalbo-Mondadori, Buenos Aires, 1998, también Vera Zamagni: Ob. cit., pp. 183-194. En algunos puntos técnicos del sistema monetario se puede consultar también Barry Eichengreen: Golden Fetters: The Gold Standard and the Great Depression, 1919-1939, Oxford University Press, New York, 1992. Otra perspectiva en Milton Fiedman y Anne J. Schwartz: The Great Contraction 1929-1933, Oxford: Princeton University Press, Princeton, 2009.

El colapso económico comenzado en 1929 se extendió de manera ininterrumpida hasta 1933, pero este último año no representó la salida definitiva, pues entre 1937 y 1938 se registró una nueva caída, y, en sentido general, no se puede hablar de una recuperación de los niveles anteriores en el transcurso de la década del treinta. Aun cuando el desplome comenzó por los Estados Unidos,26 país que se convirtió en el ejemplo máximo del crack, probablemente en otros escenarios los efectos fueron más devastadores, en especial en Alemania, antecedidos como estaban por el desastre generado por la guerra y el gravamen de las reparaciones impuestas por los vencedores.

26 Las series estadísticas publicadas por el Buró de Análisis Económico (BEA por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos permiten apreciar las fluctuaciones de la economía estadounidense de esos años. El efecto de arrastre que esta genera, por sí solo, basta para tener una idea de la magnitud del colapso de los años ´30. Bureau of Economic Analysis (sitio web),en www.bea.gov

Al mismo tiempo, la democracia liberal imperante en Europa occidental entró en crisis, con el agotamiento de sus formas de representación, de la credibilidad de su sistema de partidos y con su propia incapacidad para asimilar de inmediato los cambios que experimentaba el sistema. La alternancia tradicional entre conservadores y liberales, en definitiva representantes de las élites y como tales tendentes a mantener una línea coherente, dentro de la cual el cambio de gobierno era una imagen más que una realidad, no bastaba para incluir a la cada vez más fuerte clase obrera, organizada y con una gama de intereses que ganaban en definición, ni a las capas medias. Además, la oleada revolucionaria que sobrevino a finales de la guerra, iniciada por la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, aunque contenida y en gran medida revertida en Europa central, dejó una marca muy fuerte en las mentalidades de la época. A partir de entonces se perfilaba una realidad que terminó por marcar las estructuras políticas del siglo xx: la política se convirtió en un fenómeno de masas, por el papel desempeñado dentro de aquella como resultado de la extensión de los derechos ciudadanos, el sufragio universal y la identificación de intereses comunes de amplias capas de la sociedad.

Muy unido a todo esto, la visión del mundo de los europeos cambió de manera radical con la Primera Guerra Mundial. La matanza continua durante cuatro años en que se vieron involucradas las generaciones más jóvenes, dejó muy poco de una perspectiva perfectamente encuadrada en patrones definidos, propia del siglo xix, con un sistema de valores universales bien claros. La conflagración tenía poco o nada que ver con las ideas románticas y heroicas con que se podían recordar otros conflictos, generaciones atrás. El período entre guerras fue testigo del surgimiento de movimientos artísticos que reflejaban el rechazo a esa manera anticuada de ver el mundo, que rompía con los esquemas de toda índole y planteaba, por tanto, nuevos valores y un nuevo prisma para entender la realidad. Aquí entran las vanguardias artísticas, pero no se deben desconocer los avances de la ciencia, que pusieron en crisis los paradigmas clásicos, dominantes por entonces. En este último sentido, dos aportes de la física, en particular, se convirtieron en otras tantas avalanchas de cambios en el mundo de la ciencia, y por tanto, del pensamiento en general: la teoría general de la relatividad, de Albert Einstein, y la mecánica cuántica, iniciada antes de la Gran Guerra por Max Planck, pero desarrollada con fuerza en este período, en especial, a partir de la interpretación de Copenhague.27

27 Sobre las repercusiones teórico-filosóficas del desarrollo de estas teorías, y en general de la Física Moderna, ver Werner Heisenberg: Física y Filosofía,La Isla, Buenos Aires, 1959 y John D. Bernal: Ob. cit.

La crisis del capitalismo liberal, especialmente en su fase liberal-oligopólica,28 o sea, del modelo dominante durante el siglo de consolidación del capitalismo, generó un conjunto de alternativas que se disputaron la hegemonía global durante toda la etapa, y muy particularmente durante la Segunda Guerra Mundial. En todos los casos, más allá de las diferencias, se proponían una transformación. La primera de ellas fue la construcción del socialismo soviético, que apareció como una propuesta fuerte, que amenazaba la existencia del capitalismo como modo de producción dominante, amparado por los éxitos incuestionables de sus primeros tiempos, en primer lugar su propia subsistencia ante la agresión extranjera y la contrarrevolución interna. La segunda surgió en los Estados Unidos, y está asociada con el new deal implementado a propuesta del presidente Franklin Delano Roosevelt a partir de 1933, como vía para la salida de la crisis, y vinculada con el pensamiento teórico de John Maynard Keynes, quien, sintéticamente, propugnaba la necesidad de la intervención del Estado en la economía, para inyectar fondos en circulación, crear empleos y regular su funcionamiento en general, con el objetivo de mantener la capacidad de los mercados para la realización de la mercancía producida.29