Eva Perón - Libertad Demitrópulos - E-Book

Eva Perón E-Book

Libertad Demitrópulos

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Beschreibung

Libertad Demitrópulos construye una biografía novelada de Eva Perón donde logra un sutil entramado entre los documentos de su vida política y la ficción. Traza en su escritura una heroína trágica, esta Evita feminista, mujer de profundo poder espiritual y liderazgo revolucionario. La llegada de la jujeña Libertad Demitrópulos a Buenos Aires se da en el mismo momento del surgimiento del movimiento peronista. Su condición de provinciana, peronista y mujer derivó en una triple marginación que hizo que su obra recibiera un reconocimiento tardío. El reconocimiento a su enorme capacidad literaria le llegaría con el rescate de obras exquisitas como Río de las congojas, donde trabajó con las voces de los marginados, los humildes, los bastardos y las mujeres en clave de lucha y resistencia. En esta biografía rescata la identificación de Evita con las clases populares y más específicamente con las mujeres. Navegando entre los documentos, los testimonios y los giros ficcionales, Libertad va develando a la Eva Duarte actriz recién llegada de un pueblo del interior a la gran la ciudad y relata su transformación en la Evita de compromiso social con los trabajadores, la primera mujer que acompaña a un candidato presidencial, la rebelde, etiquetada como resentida por la oligarquía, la fundadora del Partido Peronista Femenino, la impulsora del voto femenino, la del renunciamiento y la infatigable luchadora hasta su muerte. Por eso, dice Demitrópulos, "Evita fue una feminista transgresora, que puso una dirección emocional femenina en la política que hasta entonces no existía". "Este encuentro, entre Eva y Libertad, de fuerte carácter simbólico-político funda los términos centrales de su producción literaria y, en consecuencia, sitúa en esa relación una lectura ineludible"(Nora Domínguez, Libertad Demitrópulos. El peronismo como razón literaria). "Una relectura de la historia que se postula para esclarecer el presente, recuperar el pasado y contarlo desde otro punto de vista, generando una reflexión sobre la verdad y los usos del poder: las mujeres requieren sus próceres y es función de la literatura rescatarlas y hablar de ellas, es necesario fundar una patria con heroínas en su panteón. Una oportunidad para volver a leer a una de las escritoras más lúcidas que tiene la literatura argentina" (Cristina Daniele, Revista Ñ).

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Contenido

Capítulo I - Una noche

Capítulo II - Las raíces del árbol

Capítulo III - La década infame

Capítulo IV - Sus inquietudes gremiales iniciales

Capítulo V - El encuentro

Capítulo VI - El gran día

Capítulo VII - La campaña presidencial

Capítulo VIII - Evita en Europa

Capítulo IX - El voto femenino

Capítulo X - La Fundación

Capítulo XI - El Partido Peronista Femenino

Capítulo XII - El renunciamiento

Capítulo XIII - El último 17 de Octubre de Evita

Capítulo XIV - Pasión y muerte de Eva Perón

Punto de Interés

Portada

Demitrópulos, Libertad

Eva Perón / Libertad Demitrópulos. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :

Marea, 2023.

Libro digital, EPUB - (Historia Urgente / Constanza Brunet ; 101)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-823-025-2

1. Biografías. 2. Historia Argentina. 3. Peronismo. I. Título.

CDD 920.72

Dirección editorial: Constanza Brunet

Coordinación editorial: Víctor Sabanes

Diseño de tapa e interiores: Hugo Pérez

Asistencia de edición: Carmela Pavesi

Fotografía de tapa: Gentileza Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón / Museo Eva Perón

Fotografía de contratapa: Gentileza Marcela Giannuzzi

© 2023 Herederos de Libertad Demitrópulos

© 2023 Editorial Marea SRL

Pasaje Rivarola 115 – Ciudad de Buenos Aires – Argentina

Tel.: (5411) 4371-1511

[email protected]

www.editorialmarea.com.ar

ISBN 978-987-823-025-2

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Depositado de acuerdo con la Ley 11.723. Todos los derechos reservados.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio

o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.

A mis hijas

Moira y Leda Giannuzzi, mujeres,

este ejemplo de mujer.

Capítulo I

Una noche

Noche. Llueve. En el barrio de latas o de apenas algunos raleados ladrillos, la oscuridad envuelve todo. Adentro de una de esas habitaciones débilmente iluminada por un velón, un hombre se debate entre la vida y la muerte atacado por una hemorragia estomacal. Grandes vómitos de sangre lo van deteriorando. Su mujer llora en silencio, impotente. ¿Qué podía hacer? ¿Con quién dejaría los hijos que, llorosos, miraban ese cuadro? ¿Cómo arrastraría al hombre bajo la lluvia, entre el barro y la oscuridad? Los sollozos se apagan y renacen. ¡Si pudiera llamar por teléfono y pedir una ambulancia! Pero había un teléfono a más de diez cuadras en el almacén y no se atrevía a dejar a su marido en ese estado. Y aunque lograra llegar hasta allí sabía que la ambulancia no tomaría el pedido por no atravesar esas infernales calles de barro.

Llora la mujer y a la luz de la vela se le distingue un gesto de resignación, cuando se oye llamar a la puerta. Es un compañero de trabajo del enfermo que viene a averiguar sobre su estado de salud. La vista del cuadro lo sacude. Hacía unos tres días estuvo para traerle unos pesos y acompañar al enfermo y ahora lo encontraba en ese estado.

Rápidamente el amigo toma una determinación: transportar sobre sus hombros al enfermo. Corre la mujer de un lado para el otro, lo arropa, recomienda al hijo mayor (siete años) el cuidado de los otros, echa llave a la puerta y abordan la intemperie.

Entre el barro, sorteando las caídas, arrastrando al enfermo que desfallece, al amigo le parece que una cuadra es como recorrer el infinito. ¿No sería su impulso una imprudencia irremediable? ¿Y si volvieran? ¿No era eso entregarlo a la muerte?

La mujer se pegaba al cuerpo del marido haciendo más pesado el desplazamiento. En su afán de ayudar, obstaculizaba. Por dos veces los fuertes brazos del amigo estuvieron a punto de ser vencidos por el peso del cuerpo atravesado de dolor.

De pronto esa atroz calle de un barrio pobre de Avellaneda es iluminada por los potentes faros de un auto que se aproximaba. ¿Quién podía andar a esas horas y en el barrial? Los autos no andaban en esa calle ni siquiera en pleno día. Era extraño; más bien increíble.

Pero el coche ha llegado hasta ellos y una voz de mujer, clara y vibrante, dice:

–Si es un enfermo, suba rápido.

Se acercan. Agradecen. Sí, necesitamos urgente atención para este enfermo que se muere: una úlcera perforada. La esposa agrega:

–No tenemos a dónde llevarlo; no tenemos recomendación para algún hospital.

Del coche baja una joven, se ve a la luz de los faros que es bella y que está vestida con elegancia. Ayudó a subir a los tres.

–No se preocupen, yo conozco a un médico de un hospital. Vamos allá.

Y dio la orden al chofer del taxi –porque resultó ser un taxi el coche aparecido– para que los llevara lo más rápidamente posible a un hospital de la ciudad de Buenos Aires.

En el trayecto la mujer del enfermo iba llorando al ver a su marido entrar en la inconsciencia y al recordar a los tres niños que habían quedado solos en la villa.

–¿Sufre usted? –preguntó la joven. Y le tendió su mano y la abrazaba.

Llegados al hospital bajó primero la joven, rápidamente, y le dijo al portero que buscaba al doctor Martín. “Está en la guardia”, dijo el portero.

–Dígale que Eva Duarte trae un enfermo grave.

Ahí supieron su nombre. Cuando apareció el médico ella conversó sobre la situación y, ante la amenaza del “no tenemos cama”, ella dijo:

–Ah no, a este enfermo me lo tenés que internar; buscale cama de donde sea, despachá a alguno no tan necesitado o buscate una de un vecino, pero lo tenés que atender si no me muero.

–Va a necesitar operación de urgencia –dijo el médico después de un rápido examen–. ¡Ah, Evita, quién pudiera ser uno de tus protegidos!

Solucionado el asunto de la internación, el enfermo fue operado y empezó una lenta recuperación. Después de pasar la noche acompañando al amigo y a la esposa, siendo ya el otro día, Eva dijo que tenía que irse porque estaba filmando una película y tenía que presentarse a trabajar. “Vendré más tarde”, dijo.

Diariamente estuvo yendo al hospital a interiorizarse de la evolución y a acompañar al enfermo. Llevaba remedios y comida para la mujer y los chicos. El amigo era un obrero ferroviario que trabajaba en los talleres de Remedios de Escalada y como la mayoría de los trabajadores de este gremio era un anarco-sindicalista descreído y escéptico.

Eva Duarte y el obrero se hicieron amigos, conversaron mucho sobre la situación política del país del que Eva tenía ideas ya muy claras y a partir de entonces la vida que los había acercado los hizo actuar en muchas circunstancias críticas para ellos y la Patria, hasta que finalmente los separó con la muerte de ella once años después.

Capítulo II

Las raíces del árbol

La niña vino al mundo en un pueblo con dos nombres: General Viamonte, nombre de la estación ferroviaria, y Los Toldos, el del pueblito, extendido sobre tierras que en otros tiempos fueron del cacique Coliqueo. Una estación por donde llegar o irse, un correo, un Banco de la Nación, la Escuela Urbana Nº 1, chacras y estancias cuyos dueños residían en Buenos Aires y algunas viviendas de gente aquerenciada con la tierra. Ala entrada del pueblo vivía doña Juana Ibarguren, la madre, con sus tres hijas mujeres: Elisa, Blanca y Erminda y un varón que era su orgullo: Juan. El 7 de mayo de 1919 nació la menor de todos ellos, María Eva, con lo que doña Juana sumaba cinco hijos para alegrarle la casa.

El padre era Juan Duarte, conocido hacendado de la zona, hombre misterioso que un día –teniendo Eva unos seis o siete años– falleció en un accidente automovilístico. Vienen y le avisan de la desgracia a doña Juana quien prepara a sus cachorros y sale con ellos para Chivilcoy donde velaban al padre de sus hijos. Allí la vida la esperaba para asestarle otro golpe: como Juan Duarte era casado, la familia legítima no le permite entrar a ella ni a sus hijos. Doña Juana saca fuerzas de flaquezas, recrimina, llora, levanta la voz y reclama su derecho. Las dos familias se enfrentan. Al dolor se suma el chismorreo. Acusaciones. Escándalo. Finalmente intervienen voces serenas que persuaden, morigeran, pacifican los espíritus y a doña Juana se le permite que con sus hijos pueda acercarse al féretro y acompañarlo a su última morada.

Es así que a Eva alguien la levanta y la aproxima al rostro de su padre para un beso de despedida. Después ella también marcha con sus pasitos cortos detrás del cortejo hasta que todos van subiendo a sus coches y ella con su madre y hermanos queda a pie en el camino al cementerio.

Con cinco hijos, doña Juana siente que la vida se hace difícil. Ya no recibe el apoyo del compañero y recibe en cambio la maledicencia de la gente. Penosamente van pasando los años. Consigue ubicar a Elisa en un puesto en el correo de Los Toldos. Es una ayuda. Hasta que, finalmente y sin darse por vencida, resuelve mudarse a Junín. En medio de la pampa bonaerense, Junín era una ciudad pujante. Con su Escuela Normal, dos clubes, el Sarmiento y el Club Inglés donde la juventud practicaba deportes, con sus avenidas anchas y asfaltadas y no de tierra como las de Los Toldos. Eran los tiempos todavía presentes de Firpo y del gran Jack Dempsey. Época romántica, aún se bailaba el vals; las jovencitas que daban la vuelta del perro por la calle Rivadavia se cortaban la melena con gran escándalo de la familia y del pueblo. Tiempos de los cortes a la “garçon”; del charleston y en las pantallas de los cines hacían furor Douglas Fairbanks, Mary Pickford, Greta Garbo y Marlene Dietrich.

Pero eran tiempos difíciles, de apretarse el cinturón. Junín era un centro ferroviario importante y en sus talleres se desarrollaba intensa actividad. En el galpón de máquinas trabajaban hombres de toda laya: seudomatones, aspirantes a cafishios, malevos en potencia, ideólogos y filósofos, lectores de Schopenhauer, de Kant y de Marx. Pocos años antes Junín fue el centro de una huelga que había logrado algún éxito como fue conseguir el primer escalafón obrero aprobado por el gobierno nacional y que correspondió al personal de foguistas y maquinistas.

Al llegar a Junín con su familia desde Los Toldos, doña Juana estaba sumándose imperceptiblemente al camino que iban realizando grupos humanos en su marcha a los centros urbanos, esos éxodos por etapas que hacía el hombre argentino hasta llegar a la metrópoli. Allí, en Junín, las mujeres y los jóvenes podían leer el Mundo Argentino y recrearse con las notas mundanas de fiestas y agasajos cuyos protagonistas tenían los apellidos de los grandes terratenientes y ganaderos de la zona. La vida pormenorizada de los astros y estrellas del cine, del teatro nacional y de la incipiente radio, podían leerse en Sintonía, Caras y Caretasy El Hogar.

Carlos Aloé, que trabajó en los talleres ferroviarios de Junín en los años de la niñez de Eva Duarte, dice que las agitaciones gremiales eran por esa época intensas. Admite que tenía por compañeros a muchos anarcosindicalistas, radicales, y en menor grado socialistas. Pero las luchas gremiales se circunscribían –dice– dentro del ambiente ferroviario al reconocimiento de la organización gremial. En esa época sólo estaba reconocida La Fraternidad, sociedad de maquinistas y foguistas exclusivamente, donde los aspirantes y enganchados no tenían cabida. Más tarde la Unión Ferroviaria obtiene personería gremial. El mismo Aloé admite que “eran tiempos de necesidad y al cinturón había que ajustarlo cada día más. Yo ganaba 88,40 pesos por mes. Con ello tenía que pagarme la pensión y... fumar; otra cosa era imposible. Me salvaba la situación algún peso que de vez en cuando me hacía llegar mi santa madre, amén de la ropa”.1

Eva era una niña retraída y muy tímida y no cabe duda que la circunstancia del enfrentamiento a tan pequeña edad con la muerte del padre y con la familia legítima que la humillara junto a su madre y hermanos fue un hecho decisivo en su vida, por los sentimientos que de golpe se le presentaron. “Desde que yo me acuerdo –dice y éste es su primer recuerdo– cada injusticia me hace doler el alma como si me clavasen algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente”.2 Muchos años después Eva Duarte siendo ya Eva Perón explica su vida y para ello tiene que ir a buscar en sus primeros años los primeros sentimientos que hacen razonable o, por lo menos, explicable, su transformación en una revolucionaria. “He hallado en mi corazón un sentimiento fundamental que domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia”.3

Desde entonces signa su vida la antinomia: “Muchos pobres/ pocos ricos”. Los pobres eran como el pasto y los ricos como los árboles. Cuando alcanzaba los once años oyó a un hombre de trabajo, juninense, decir que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos. Esta revelación la sublevó. Terminó la escuela primaria e hizo un amago de iniciar la secundaria, pero ya la rebeldía iba asentándose en ella. Rebeldía al estudio, al medio, a la autoridad familiar. Lo único que le gustaba era recitar o mejor dicho “declamar” para emplear sus propias palabras. Esa necesidad era “como si quisiera decir algo a los demás”. Pero callaba. Porque era silenciosa y solitaria. Alguna vez intervino en una fiesta de la Escuela Normal, vinieron a buscarla para que representara un papel porque sabían que “le gustaba declamar”. Y ella que ya había abandonado la escuela volvió sólo para actuar en la obra que se llamaba ¡Arriba, estudiantes! Muchos años después, siendo Eva Perón, dirá que cuando hablaba a su pueblo, sentía que estaba expresando aquello que intentaba decir cuando declamaba en las fiestas de la escuela.

Doña Juana

Los días pasaban grises, menos pesados que para doña Juana, agachada junto a la máquina de coser o para sus hermanas mayores que iban y volvían de su trabajo y para Juancito que le gustaba ir a pescar, pero que ya trabajaba como cadete en la farmacia. Sólo Blanca quiso estudiar y seguía la carrera de maestra. Y ella, la menor, quería no ver, no darse cuenta, no mirar la desgracia ni el infortunio, pero cuanto más quería olvidarse más la rodeaba la injusticia.

Doña Juana, para ayudarse, puso una casa de pensión. Daba comida a algunos hombres educados que eran el mayor Arrieta y el director del Colegio Nacional, José Álvarez Rodríguez y su hermano Justo Lucas. Con el tiempo el mayor Arrieta será el marido de su hermana Elisa y Justo Lucas Álvarez Rodríguez se casará con Blanca. La fuerte personalidad de doña Juana Ibarguren desdibuja la de Juan Duarte del que se sabe que en 1919, al nacer Eva, tenía cuarenta y ocho años, era un hombre de carácter jovial y hospitalario y se ocupaba en arrendar la estancia “La Unión” de General Viamonte dedicándose a las tareas agrícola-ganaderas. Su familia legítima vivía en Chivilcoy, estaba casado con Estela Grisolía con la que tenía tres hijas. Periódicamente la familia de Juan Duarte iba a “La Unión”, lo que daba lugar a que los vecinos conocieran la situación irregular de las relaciones con doña Juana y sus hijos. No obstante, mientras Juan Duarte vivió nada faltó en casa de doña Juana. Fue a la muerte de su marido que empezaron las privaciones. Juan Duarte dejó a doña Juana y a sus hijos desvalidos económicamente. Ella empezó a coser para afuera, pero Los Toldos no era precisamente un buen mercado para la costura. Fueron años de privaciones hasta que pudo colocar a Elisa en el correo. “En el lugar donde pasé mi infancia los pobres eran muchos más que los ricos, pero yo traté de convencerme de que debía de haber otros lugares de mi país y del mundo en que las cosas ocurriesen de otra manera”.4 Y dejaba volar a la imaginación.

Mujer indómita, orgullosa y valiente, doña Juana no toleraba el infiernillo pueblerino, así que un día levantó la casa y se fue a vivir a Junín, donde empezó de nuevo. En aquella época la madre de Eva era algo gruesa, de regular estatura, ojos oscuros y vivaces, llevaba lentes atados con una cadenita, era enérgica, todo lo que necesita ser una mujer sola con cinco hijos para enfrentar la vida. Siempre estaba atenta en el cuidado de sus hijos, manejaba la casa con una gran capacidad organizativa. Era reservada y discreta. Su hija Eva la inquietaba, pero sabía respetarla. Eva era la única de sus hijos a la que no comprendía: ensimismada, solitaria, rebelde. Poco después de arribar a Junín, y después de muchas gestiones por intermedio de los políticos, consiguió el traslado de Elisa que había quedado en Los Toldos.

A partir de los doce años, ¿qué noticias tiene de la vida una muchacha de Junín? ¿Con quién se comunica, qué lee, qué aspira a ser? ¿Cómo llena sus días? No cabe duda de que Eva los llenaba con la imaginación. Y como ella misma aclara: “El tema de los ricos y de los pobres fue, desde entonces, el tema de mis soledades”. Éste es un tema del que no habla ni siquiera con su madre. Buscando comunicarse leyó el diario y algunas revistas que deleitaban a las mujeres. Y si bien podía verse en ellos a los ricos divirtiéndose en fiestas mundanas y hasta veía a algunos ricos hacendados de la zona, también era cierto que mostraban a la mujer argentina sin lustre y sin dinero triunfando en el teatro o en el cine. Eran famosas Eva Franco y Paulina Singerman. En Hollywood habían sido lanzadas a la fama muchachas de origen muy humilde. Grandes actrices habían llegado a fuerza de tesón. Entonces algo tenían dentro de ellas para sacarlas del anonimato y de la pobreza. Si era voluntad, a Eva le sobraba. A medida que pasaban los años el encierro en sí misma fue aumentando, pero al mismo tiempo el aislamiento le permitía que ese ansioso mundo de la fantasía fuera cada vez más profundo. Solamente cuando declamaba un poema o interpretaba un papel en la escena armonizaba sus mundos y sentía que ahí estaba su verdadero lugar. Junín nada significaba ni decía a esta extraña niña. Tampoco el futuro que se le abría como el camino más deseado para una mujer: encontrar un marido, casarse y tener hijos. En estos momentos es cuando empieza a tomar conciencia de su “extraña y profunda vocación artística”5 a la que se entregó intensamente. ¿Cómo? Soñando. Convenciéndose y convenciendo a doña Juana para que la dejara partir. Pero doña Juana dentro de su aparente fortaleza temblaba como cualquier madre por sus hijos y hallaba que Eva era todavía muy pequeña para salir de su lado. Pero Eva escuchaba hablar “de la gran ciudad como de un paraíso maravilloso donde todo era lindo y extraordinario y hasta me parecía entender, de lo que decían, que incluso las personas eran allá ‘más personas que las de mi pueblo’”.6

Dos veces en su vida Eva Duarte sufre una desilusión con respecto a las ciudades. La primera cuando desde Los Toldos va a Junín y ésta le muestra su cara con manchones de pobreza, y barrios humildes en los alrededores. Después Buenos Aires, más trágica y brutal, más abigarrada, donde el corte entre la riqueza y la miseria le produjeron gran conmoción. Y las personas no resultaron ser “más personas” que las de su pueblo, sino más extranjeras para ella que resultó ser “la provinciana”. Experimentó en carne propia el choque de los dos países que configuraban la Argentina: la Argentina agropecuaria tradicional, prejuiciosa, de barreras infranqueables sostenidas por la abundancia o falta de dinero y la otra Argentina formada por inmigrantes europeos, industrial, técnica, en formación.

La carrera artística

Esto significa que doña Juana, teniendo Eva Duarte sus dieciséis años, dio su consentimiento para que la jovencita fuera a Buenos Aires, la gran capital, a desarrollar su vocación. La ocasión se presentó cuando el cantor Agustín Magaldi visitó Junín y al terminar una actuación conoció a Juan Duarte, el hermano de Eva quien le habló de ella y de su vocación. A la noche siguiente los dos hermanos van a escuchar a Magaldi que hacía la gira acompañado por su mujer. Magaldi no promete mucho, sí presentarle a algunas personas del mundo de la farándula que tal vez se interesarían en abrirle camino. Y con ese corazón de los artistas, Magaldi ofrece su casa hasta que ella encontrara ubicación. Doña Juana siente que pierde una hija, pero que no puede oponerse a esa experiencia, una experiencia de vida. Según Erminda Duarte, Eva no vino con Magaldi y la esposa a Buenos Aires, sino que la trajo la propia doña Juana Ibarguren en un viaje que hicieron madre e hija y al solo efecto de que Eva diera por satisfechos sus deseos de actuar. Dice Erminda Duarte en su libro Mi hermana Evita que ambas fueron a Radio Nacional y allí Eva pudo recitar el poema de Amado Nervo “¿Adónde van los muertos?” y que a raíz de la actuación el director de la radio, Pablo Osvaldo Valle, le ofreció un pequeño contrato que doña Juana rechazó, pero que dejó a Eva ubicada en casa de unos amigos. Marysa Navarro, biógrafa de Eva, opina que es probable que Erminda Duarte haya tenido el doble propósito de justificar a su hermana y de reivindicar a su madre, porque este dato no ha podido ser corroborado, pero al mismo tiempo le adjudica ser el que más se ajusta a la verdad puesto que la misma Evita en una entrevista que le fue hecha en 1944 en la revista Radiolandia del 2 de septiembre de ese año, declaró: “Siempre recuerdo con profunda emoción mi primera actuación en radio. Yo era muy pequeña y comencé a recitar ante el micrófono de Radio Nacional”.

El viaje a Buenos Aires no se realiza sin grandes enfrentamientos de Eva contra la autoridad de su madre que ve en esta hija su propio reflejo indómito, inmanejable, tan distinto a los restantes hijos que nunca osaron independizarse de su tutela. Al romper amarras con los vínculos primarios, el pueblo natal y la autoridad familiar, Eva Duarte es, a partir de ese momento, una rebelde que pertenece a dos grupos diferentes: el del interior o campo, de donde procede, y el de la gran Capital al que tiene que adaptarse. Paralelamente y de la misma forma que ella, sucesivas oleadas de “cabecitas negras” o proletarios se instalan en la Ciudad o el Gran Buenos Aires y comienzan a vivir el mismo drama que Eva. Por eso nunca negará su origen y dirá hasta el cansancio: “Soy una mujer del pueblo”. Esta coincidencia de encontrarse en el momento y en el lugar precisos, la rebeldía de Eva Duarte con la lucha del proletariado argentino, hará que ambos sepan detectar la aparición del Líder y decidan marchar tras la Revolución.

Pero hasta entonces había que realizar el aprendizaje para el que se trasladó desde Junín, es decir debía buscar posibles actuaciones en el teatro. Se hospeda en la zona de Congreso en casa de una prima de Maruja Gil Quesada (Sarmiento casi esquina Callao), en una pensión o casa de familia amiga donde la dejara su madre (Callao entre Sarmiento y Corrientes) o en lo de Agustín Magaldi (Alsina al 700). En esa época su hermano Juan hacía el servicio militar en la Capital Federal, de manera que puede pensarse en que los hermanos se veían y trataban. Llegó un 8 de enero de 1935. El 28 de marzo ya estaba trabajando en el teatro Comedia en la obra La señora de Pérez de Ernesto Mersili, en la compañía encabezada por Eva Franco y Pascual Pelliciotta y en la que actuaban además Irma Córdoba, Felisa Mary, Enrique Serrano. En esta obra Eva hizo el papel de una mucama. La obra estuvo en cartel hasta junio. Después en Cada casa es un mundo de Carlos Gaycoechea y Rogelio Cardone, estrenada el 19 de junio de 1935 en la misma sala y con los mismos intérpretes, su personaje se llamaba María y en la cartelera por primera vez su nombre era mencionado por orden alfabético.

Eva Duarte no hizo estudios de teatro sino que la experiencia la hacía directamente en el escenario. Y ¿cómo conseguía trabajo? Aparentemente (y dado su carácter voluntarioso) iba a los teatros, preguntaba si se estaba por montar una obra, qué obra sería ésa, quién la dirigiría, si no hacía falta una damita joven o el personaje de una jovencita. Dejaba su dirección, sus señas personales y después volvía a pasar con cierta frecuencia. Es muy posible que como tantas chicas que buscaban abrirse camino en las tablas hiciera ese camino y no apelara a recomendación alguna.

Haciendo Cada casa es un mundo permaneció hasta enero de 1936. Siguió en la misma compañía haciendo pequeños papeles: se desempeñó en Madame Sans Gene y La dama, el caballero y el ladrón; sus intervenciones eran fugaces, pero a ella le permitían ir adquiriendo una experiencia de trabajo y de aprendizaje. Eva tenía diecisiete años cuando se incorpora al elenco de Pepita Muñoz - José Franco - Eloy Alfaro que preparaba una gira al interior del país llevando la obra Miente y serás feliz de Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas. La misma compañía –como era costumbre en esa época– variaba el programa de manera que subieron a escena otras obras como: ¿Trabajar?... ¡nunca! de Ferlini y Malfatti; Doña María del Buen Aire de Bayón Herrera; Y así las estoy pagando de Inchausti y Ballesteros; Mis cinco papás de Malfatti y de las Llanderas y Mamá Clara de Federico Mertens.

La obra más importante que llevaba la compañía de Pepita Muñoz - José Franco se llamaba El beso mortal. Era un melodrama cuyo objetivo fundamental era alertar a los jóvenes sobre el peligro de las enfermedades venéreas y planteaba la necesidad de iniciarlos en la educación sexual. Con estas obras la compañía recorrió Mendoza, Rosario, Córdoba. Cuando volvió a Buenos Aires, Eva se encontró durante dos meses sin trabajo hasta que pudo incorporarse en la compañía de Pablo Suero quien presentó la obra Los inocentes de Lillian Hellman. Con esta compañía viajó a Montevideo; el debut fue en el Teatro 18 de Julio de la capital uruguaya. Estamos en enero de 1937.

La gente de teatro, en especial las figuras de reparto o las de relleno, y hasta los críticos teatrales como Edmundo Guibourg hacen notar que las giras eran verdaderos suplicios para las figuras no principales, quienes debían soportar que se los hospedara en hoteles de pésima categoría, mientras las figuras principales iban a los mejores hoteles. Lo mismo ocurría con la comida: tenían muy pocas opciones ya que el presupuesto era el mínimo, de manera que debían buscar siempre los sitios más baratos que era donde comían los obreros. “Se los engancha, se los lleva y se los trata como carne de cañón”, apuntó Guibourg en una nota que publicó el diario Crítica de esa época, aparecida el 27 de marzo de 1937, justamente cuando Eva Duarte andaba de gira por el interior y el exterior.

Al regreso de estas giras, y seguramente como efecto de esa dura vida, Eva se mantuvo un tiempo sin trabajar, ya que su salud no fue nunca excelente y su físico era frágil. Interrumpió esa temporada de inactividad porque se le presentó la oportunidad de trabajar bajo las órdenes de Armando Discépolo quien estaba considerado el director teatral más importante del momento. La obra se llamaba La nueva colonia de Luigi Pirandello y se estrenó en el Politeama. Los primeros actores eran Rosa Catá y Carlos Perelli. No obstante contar con un libro de calidad, un director como Discépolo y buenos actores, la obra no estuvo nada más que seis días en escena tal vez porque en esos años el teatro había entrado en decadencia y las obras duraban a lo sumo una temporada. Era cosa corriente que no pasaran más de una semana, motivo por el cual los empresarios se negaban a gastar en escenografía y puestas novedosas, se echaba mano a cualquier recurso de bajo precio. Y lo mismo pasaba con los sueldos. Esto obligó a buscar el éxito en desmedro de la calidad y muchas compañías desechaban los buenos libros y buscaban las comedias cortas, el sainete y la comedia que permitía intercalar bailes o números musicales. El teatro serio no podía competir con el género chico. Pero no sucedía lo mismo con el cine y con la radio.

Y hacia estos nuevos géneros encaminará sus pasos Eva Duarte. En 1938 Eva hizo un corto publicitario titulado La luna de miel de Inés para la agencia de publicidad Linter. En la radio se pagaban buenos sueldos y como tenía alcance nacional acarreaba al artista la fama y el reconocimiento rápido. Los que más ganaban eran los cantantes, pero como Eva no tenía estas aptitudes encontró que la radio tenía para ella un lugar también importante: el radioteatro.

Después de Pirandello se esfumaron sus esperanzas de hacer un camino en el teatro y pasó dos meses sin trabajo. Tuvo un papel, aunque pequeño, en la película Segundos afuera dirigida por Chas de Cruz, con Pedrito Quartucci y Pablo Palitos. Al mismo tiempo entra a Radio Belgrano donde se propala la obra de Ferradás Campos Oro blanco. Terminada esta obra se encontró otra vez sin trabajo. Hizo un nuevo intento en el teatro con la Compañía de Comedias y Sainetes de Leonor Rinaldi y Francisco Charmiello. Dieron No hay suegra como la mía que tuvo mucho éxito y permaneció en cartelera hasta marzo de 1938. Por esta época conoció a Pierina Dealessi quien la hizo entrar en su compañía y le brindó su amistad. Con Pierina trabajó en La gruta de la fortuna y después de esta obra continuó en la misma compañía durante todo 1938 dando diversas obras. En 1939 entró en la compañía de Camila Quiroga que puso Mercado de amor en Argelia.

A partir de 1939 Eva ya se larga sola y forma su propia compañía que llamó Compañía de Teatro del Aire donde hacía cabeza junto con el actor Pascual Pellicciotta. Vio que la radio le daba más posibilidades de crecimiento. Así que la compañía Eva Duarte - Pascual Pellicciotta se inició con un programa de radioteatro en Radio Mitre con libretos que le escribía el poeta Héctor P. Blomberg. La revista Antena publica su fotografía. La obra se llamaba Los jazmines del ochenta.

1 Carlos Aloé: Gobierno, proceso, conducta,edición del autor.

2 Eva Perón: La razón de mi vida,Buenos Aires, Editorial de la Reconstrucción, 1973, p. 15.

3 Ib.

4 Eva Perón: O. cit., p. 17.

5 Eva Perón: O. cit., p. 21.

6 Eva Perón: O. cit., p. 24.

Capítulo III

La década infame

Desde la caída de Yrigoyen en septiembre de 1930 corrieron muchas aguas turbias en el panorama político argentino. El general José Félix Uriburu encabezó un golpe cívico-militar de origen oligárquico instigado por representantes de esta clase con el apoyo de sectores políticos conservadores. El ejército, por intermedio de Uriburu, acariciaba la idea de instaurar un régimen corporativo, con todo, la oligarquía preparó su ya conocida “salida democrática” para salvaguardar en primer lugar sus intereses.

Así –prohibiendo al radicalismo, anulando elecciones que no le convenían–, la clase oligárquica pudo imponer su candidato y representante: el general Agustín P. Justo.

Continuando con la práctica del fraude electoral, en 1937 accede al gobierno la fórmula Roberto M. Ortiz-Ramón S. Castillo y, llegando a 1943, todo estaba preparado para que en nuevos comicios fraudulentos, accediera otro de sus representantes: el doctor Robustiano Patrón Costas.

En esta década llamada infame