Familia, exclusión y el racismo de la peruanidad: la tía Eliana - Cristina Alcalde - E-Book

Familia, exclusión y el racismo de la peruanidad: la tía Eliana E-Book

Cristina Alcalde

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Beschreibung

Este libro narra una historia familiar oculta y a la vez célebre, por haber sido mencionada brevemente en obras de Mario Vargas Llosa: la de Eliana Vargas de Lam, «de raza blanca», quien en 1948 fue expulsada de su familia por casarse con Lam Man Yon, «de raza amarilla». La autora entrelaza la historia de su tía Eliana con un análisis de las estructuras excluyentes y prácticas de racialización en el Perú a partir de documentos de archivo, literatura, entrevistas con peruanxs de ascendencia china e investigaciones sobre peruanidad a lo largo de las últimas dos décadas.

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M. Cristina Alcalde es vicepresidenta de diversidad e inclusión institucional y profesora de estudios globales e interculturales en Miami University, Ohio. Es autora de Peruvian Lives Across Borders: Power, Exclusion, and Home (2018) y The Woman in the Violence: Gender, Poverty, and Resistance in Peru (2012), traducido al español como La mujer en la violencia: género, pobreza y resistencia en el Perú (2014), y ha coeditado varios libros sobre género, racismo y exclusión.

Familia, exclusión y racismo de la peruanidad: la tía Eliana

Serie Zumbayllu 6

© M. Cristina Alcalde

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2022

Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú

[email protected]

www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

Imagen de portada: Dajana Guiurfa Severino ([email protected]) y Romina Chirre Rondón ([email protected])

Diseño de logo de serie: Augusto Patiño

Dirección de Comunicación Institucional (DCI) de la PUCP

Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición:

Fondo Editorial PUCP

Primera edición digital: octubre de 2022

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio,

total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

Las opiniones vertidas en este libro son de entera responsabilidad de su autor.

Hecho el Deposito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2022-10144

e-ISBN: 978-612-317-792-8

Contenido

Presentación

Agradecimientos

Capítulo 1Secretos y tradiciones familiares

El pasado en el presente

Los primeros años

Amor, transgresiones y racismo

Familia, racismo y muerte

El presente: armando el rompecabezas

Capítulo 2 Representaciones del «otro» en el imaginario peruano: xenofobia, exclusión y racismo

El «otro» en el Perú: orígenes de desigualdades y de representaciones chino-peruanas

Las experiencias desde adentro: Siu Kam Wen y representaciones chino-peruanas

Representaciones de lo chino y lo «otro»: Vargas Llosa y más secretos de familia

Representaciones en medios y en pantalla

Capítulo 3Exclusión, racismo y peruanidad dentro y fuera del Perú

Un acercamiento a la colonialidad, la pertenencia y la indigeneidad

Intersecciones entre discursos de clase media, «otros internos» y la migración interna

Discursos transnacionales: marcando y reinscribiendo las divisiones sociales

Diferenciación y esfuerzos para separarse de los cholos

Oportunidades, diferenciación y nuevos espacios: «Depende de si te presentas como una persona educada»

Vidas transnacionales, discursos transnacionales

Puntos finales: racialización, pandemia y desigualdades en curso

Referencias

Presentación

«El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos».

José María Arguedas, Los ríos profundos

¡¡¡Zumbayllu!!! ¡¡¡Zumbayllu!!!, resuenan los gritos alborotados que sacan al niño Ernesto de la desazón, la melancolía, la soledad, el aislamiento y la incertidumbre que lo agobian en el internado donde lo ha dejado abandonado su padre.

¡¡¡Zumbayllu!!! ¡¡¡Zumbayllu!!!

¿Qué podía ser el zumbayllu?

El zumbayllu da título a uno de los capítulos más hermosos de Los ríos profundos. Como explica la estudiosa Isabelle Tauzin-Castellanos: «es un trompo al que Ernesto atribuye poderes mágicos. La danza del juguete restablece la comunicación entre los alumnos mientras lo contemplan, alzando el vuelo y bañado por la luz del sol»1.

Un trompo que da vueltas interminables sobre su eje. Y en su incesante movimiento, canta. Y en su incesante movimiento, brilla. Y en incesante movimiento, recoge la luz. Nos lleva del pasado al futuro, comunica, dialoga.

El Fondo Editorial PUCP presenta una nueva serie de ensayos cortos, en un formato de bolsillo y a un precio asequible, con el fin de que la voz de nuestra comunidad llegue a todas las personas que aman al Perú.

En el año del bicentenario les presentamos nuestra serie Zumbayllu.

Fondo Editorial PUCP

1El otro curso del tiempo. Una interpretación de Los ríos profundos. Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos y Lluvia Editores, 2008, p. 34.

Agradecimientos

Este proyecto profundamente personal, familiar y académico no hubiera sido posible sin el apoyo de mi familia. Les estoy muy agradecida por las conversaciones, preguntas, sugerencias y, más que todo, por el apoyo constante a mis padres, Pilar y Xavier; a mis hermanos, Gabriela y Gonzalo; y a mi esposo, Joe, e hijos, Santiago y Emilio. También agradezco al equipo del Fondo Editorial de la PUCP, y en particular a Eduardo Dargent, por la invitación para contribuir a la serie Zumbayllu, y a Militza Angulo Flores, por su excelente trabajo durante todo el proceso. Muchas gracias también a las profesoras y estudiantes del curso Diseño Editorial por el diseño para la portada. También quiero expresar mi gratitud a Juan Fernández Cantero, por su traducción de gran parte del capítulo 3(el cual escribí en inglés originalmente), y a Luis Santiago Naters, por su lectura detallada y correcciones del texto.

Capítulo 1Secretos y tradiciones familiares

En La tía Julia y el escribidor (1977), Mario Vargas Llosa escribe sobre una tía Eliana, a quien sus parientes dejan de nombrar el día en que «desaparece» repentinamente. Cuando dejó de escuchar su nombre, en 1948, el personaje narrador de la historia tiene doce años. Mucho después, supo que el motivo de la desaparición fue el matrimonio entre ella, cuya escandalizada familia se enorgullecía de trazar su linaje a España, y un hombre de origen chino:

Eliana era una de las muchas tías que aparecían por la casa cuando era niño y yo la prefería a las otras porque me traía chocolates y algunas veces me llevaba a tomar té al Crem Rica… Un día, misteriosamente, la tía Eliana dejó de aparecer por la casa y la familia no volvió a nombrarla. Yo tendría entonces seis o siete años y recuerdo haber sentido desconfianza ante las respuestas de los parientes cuando les preguntaba por ella: se ha ido de viaje, estaba enferma, ya vendría cualquier día de éstos. Unos cinco años después, la familia entera, de pronto, se vistió de luto, y esa noche, en casa de los abuelos, supe que habían asistido al entierro de la tía Eliana, que acababa de morir de cáncer. Entonces se aclaró el misterio. La tía Eliana, cuando parecía condenada a la soltería, se había casado intempestivamente con un chino, dueño de una bodega en Jesús María, y la familia, empezando por sus padres, horrorizada ante el escándalo —entonces creí que lo escandaloso era que el marido fuese chino, pero ahora deduzco que su tara principal era ser bodeguero— había decretado su muerte en vida y no la había visitado ni recibido jamás. Pero cuando se murió la perdonaron —éramos una familia de gentes sentimentales, en el fondo—, fueron a su velorio y a su entierro, y derramaron muchas lágrimas por ella2.

Dado el número de lectores de la novela, la de Eliana es una historia que ya muchos conocen a grandes rasgos.

Para mí, leer este pasaje a los doce años fue descubrir por escrito el gran secreto —o uno de los grandes secretos— de mi familia: la historia de mi tía abuela Eliana Vargas Caballero, hermana de mi abuelo materno, Arturo. Claro, ese fragmento semiautobiográfico era simplemente eso: «semi». La historia que yo conozco no incluye nada sobre el perdón de la familia después de su muerte. Y el clasismo de la familia en los años cincuenta era una de las razones para excluir a Eliana, pero fueron el racismo y la xenofobia las razones principales para cortar los lazos con ella. El marido no tenía bodega, aunque algunos otros peruanos de ascendencia china sí, y esa asociación seguramente también sirvió para justificar el rechazo. El discurso racista de la época en el centro de esta historia —un hilo que une diferentes períodos de la historia del Perú— se manifestaba incluso a través de políticas de Estado, y era compartido y reforzado por la élite, la clase media y otros sectores de la población.

Basado en un análisis de documentos de archivo, literatura e investigaciones sobre peruanidad —entre las que se incluyen entrevistas3 con peruanas y peruanos de ascendencia china a lo largo de las últimas dos décadas—, este libro combina, por un lado, experiencias íntimas con el análisis académico y, por otro, las dinámicas familiares y de clase con los patrones existentes en la sociedad en su conjunto, para examinar el racismo y la exclusión como parte fundamental de la peruanidad.

Crecí muy cerca de uno de los hermanos de Eliana, mi tío abuelo Hernán, a quien consideraba más como abuelo que como tío abuelo, ya que su hermano —mi abuelo— murió antes de que yo naciera. Hernán era cariñoso, además de gracioso y generoso. Me traía dulces, muchas veces a escondidas, y me mostró su amada colección de monedas antiguas más veces de las que me es posible recordar. Durante mi infancia, mi madre y mi abuela hablaban sobre el cariño que Hernán sentía hacia mí y el vínculo especial que teníamos. Según la historia, con casi un año de edad, enfermé y tuve que ser hospitalizada en la clínica Angloamericana, en Lima. Lloré mientras me rapaban la cabeza para poder aplicar la medicina de forma intravenosa. Mi madre y mi padre, para distraerme del fastidio durante la noche, me cargaron y me consolaron; así evitaban también que me arrancara las agujas y los tubos de la cabeza. Hernán me visitó en la clínica y, al verme así, se apenó y me tomó un cariño especial. Desde ese momento, de acuerdo con la historia familiar, formamos un vínculoespecial.

De niña, visitábamos a mi abuela, quien vivía en un primer piso; en el segundo, estaba Hernán. Cuando íbamos a verla, desde arriba él descolgaba una pita con punta de metal, del estilo de un anzuelo de pescar. El artilugio que asomaba por la ventana del comedor de mi abuela, en la planta baja, era una invitación para que subiera a verlo a él y a su esposa, la tía Meche. Ahí arriba, en la esquina de Las Acacias y el parque Melitón Porras, en Miraflores, las visitas seguían una rutina: cuidadosamente, él bajaba muchos juguetes y otras antigüedades del lugar donde estaban guardadas, lo alto del clóset de su cuarto, para mostrármelos, hasta que mi mamá tocaba el timbre porque era hora de volver a casa o porque ya les tocaba cenar a los tíos abuelos. Hernán también me enseñó a jugar naipes; a veces, cuando me quedaba a dormir donde mi abuela, jugábamos hasta muy tarde. Me decía que lo llamara «primo», imagino que para mostrar, en esos momentos, más una imagen de amigo y compañero de juego que de tío abuelo.

De esas mismas épocas también guardo en la memoria, de manera muy clara, los insultos racistas de mi «primo», proferidos con gran soltura e impunidad hacia quienes no consideraba «dignos de respeto». Comentarios al margen, pero constantes, sobre «indios brutos», «cholos», «guanacos» y «chinos cochinos» son parte de mis recuerdos de las visitas a su casa. Una de las escenas más antiguas que conservo de él no es la de un juego de naipes o una conversación, sino una en la que él insultaba a una persona que pedía limosna, ya sea comida o dinero: el hombre tocó el timbre de la casa de mi abuela por más tiempo de lo que mi tío abuelo consideraba aceptable, así que, desde la ventana de arriba, mutando a un tono de voz que yo aún no conocía muy bien, enfurecido, lo amenazó con tirarle un balde de agua si no se largaba en ese momento. Insultos racistas y amenazas. La mala experiencia de ese hombre y la actitud de mi tío abuelo eran, en realidad, bastante comunes en los años setenta y ochenta, cuando yo era niña, y aunque son menos comunes hoy, siguen apareciendo.

Eliana, tan solo quince meses mayor que Hernán, experimentó un doloroso rechazo engendrado por el racismo y la xenofobia no solo de su hermano, sino de toda la familia. El miedo a lo distinto, a la pérdida de estatus y a un posible «escándalo» guio las acciones crueles y racistas de la «gente decente» de nuestra familia. Después de casarse, Eliana jamás pudo volver a su hogar de niña y su familia más cercana cortó lazos con ella. Murió en la misma ciudad donde vivía gran parte de sus parientes, ignorada por los que —imagino— para ella siguieron siendo sus seres queridos.

No conozco suficiente sobre la vida de Eliana como para escribir una versión definitiva sobre ella o un esbozo siquiera. Mi interés no es tanto reconstruir su vida y pasado en detalle, sino analizar patrones tanto del pasado como de la sociedad contemporánea. La historia de Eliana no es única: ¿cuántas personas más han sido expulsadas por familias racistas, clasistas y xenófobas?, ¿cuántas personas más se vieron rechazadas por familias «decentes» que no las reconocían como «dignas de respeto»? En una sociedad inmersa en el racismo, estos secretos de familia son la tradición. La historia de Eliana nos ayuda a desvelar «secretos» que nunca fueron secretos, sino tradiciones para excluir, resultado de patrones colonialistas, sexistas y clasistas atados a la peruanidad.

La cotidiana crueldad del racismo y de patrones basados en desigualdades de género persiste en el Perú de hoy, el país de la Paisana Jacinta y de Ni Una Menos. En publicaciones anteriores4, he analizado las posturas y realidades del racismo, género, y exclusión. En este texto presento la historia de Eliana, la cual considero fundamentalmente una historia sobre la nación y sobre las estructuras violentas racializadoras y de género atadas a la peruanidad.

Como punto de partida, comparto ciertos momentos que contribuyen al retrato dinámico de la historia del personaje principal, de la familia, y de la nación que examinamos. Estos episodios son fragmentos de una vida, de estructuras y de posibilidades para comenzar a entender los patrones que existían y persisten hoy en día.

El pasado en el presente

En 2019, cuando, con la ayuda de familiares, logré localizar y visitar la tumba de Eliana en el cementerio Presbítero Matías Maestro, habían pasado ya casi setenta años desde su muerte. Mi tío abuelo y todos sus hermanos también habían fallecido. Mi padre, quien insistió en llevarme en su carro y acompañarme, caminó conmigo en busca de la tumba, paciente y silenciosamente, entre filas y muros de cientos de tumbas; de vez en cuando, hacíamos comentarios sobre lo que veíamos y leíamos. Al encontrarnos frente a la lápida de Eliana, no pudimos más que leer e interpretar su mensaje. En medio del silencio del lugar, las palabras en la lápida exigían el reconocimiento de nuestra familia, un reconocimiento negado: Eliana Vargas de Lam, recordada por su esposo.

La lápida y documentos oficiales ponen al descubierto los detalles del escándalo familiar. Un registro de defunción documenta claramente la vida de «Doña Eleana [sic] Vargas Caballero de Lam, de treintitrés años de edad, de raza blanca, natural de Tacna, peruana, hija legítima de don Luis Arturo Vargas y de doña Juana Caballero, casada con don Lam Man Yon». No indica —pero es claro— que murió sin su familia; ojalá sí con su esposo a su lado. Cuenta mi madre —y contaba mi abuela— que mi abuelo, quien no vivía en Lima en esa época, empalideció al toparse, por casualidad, con la triste noticia de la muerte de su hermana menor al leer el anuncio en el periódico. El nombre de casada de Eliana, la frase «recuerdo de su esposo» en su lápida, y la ausencia de la tumba de algún otro familiar cerca reflejan la realidad de los últimos años de la vida de la pareja.

Mientras limpiaba la capa gris de polvo y tierra que cubría cada letra de la lápida con los pañitos húmedosque mi madre me había provisto antes de salir de la casa, sentí un estremecimiento al experimentar la tristeza del momento y un enorme respeto. Ya no importaban todas las preguntas que hacía de niña sobre ella, interrogantes que el tío Hernán respondía con sonrisas, no con palabras. Por setenta años estuvo ahí. No «desapareció» repentinamente, sino que «fue desaparecida», ignorada y escondida; recordada con amor por su esposo, pero anulada por el resto de su familia. Eliana murió a pocos kilómetros, quizá pocas cuadras, de sus parientes, sin haber visto a su madre, Juana María Caballero Vargas, o a la mayoría de sus hermanos durante, por lo menos, cuatro años.

No hubo oportunidad de reparar los lazos familiares: es imposible saber si hubiera sido posible sanarlos, y aún más difícil e improbable cambiar las actitudes y patrones racistas y cerrados exhibidos por la familia más cercana de Eliana. Su padre, Luis Arturo Vargas Vizcarra, había muerto repentinamente tiempo antes, en 1937, y había dejado a Juanita desconsolada a los 49 años y con siete hijos. Eliana tenía dieciocho años cuando murió su padre y veintinueve cuando su madre la rechazó por casarse con Lam Man Yon. Murió a los 33. El último documento oficial de Eliana, su registro de defunción, muestra la compleja identidad y vida que su familia intentó borrar.

Los primeros años

8 de agosto de 1919: Eliana Vargas Caballero nace a las 6:40 a.m. en Tacna; es la quinta hija después de dos hermanas y dos hermanos. Tal y como se repitiera más de cien años después, encontró un mundo en medio de una crisis mundial: nació meses antes de la tercera ola de la pandemia de gripe española en el país.

Eliana creció amada por sus padres, hermanos y hermanas, primos y primas, y tías y tíos en una familia de clase media tradicional. En una de las dos fotos que tengo de ella —de muy pequeña—, aparece con pelo oscuro arreglado con un gran lazo, ojos muy abiertos mirando de frente a la cámara, y cachetes redondos, suaves. Está rodeada por su familia: sus padres y hermanos. En la otra imagen se le adivina tímida, entre sus hermanos Fernando y Hernán, la mano de su tía abuela sobre su brazo, mientras su mano derecha coge la mano de su hermana bebé.

Por un buen tiempo asumí que Eliana había muerto de niña, ya que ella solo aparecía en dos fotos de las numerosas imágenes en blanco y negro de las colecciones de mi abuela y de mi tío abuelo. Al conocer que no fue así y que había más sobre esta historia —o secreto—, me fue imposible dejar de buscar información adicional. Recuerdo, y hasta puedo aún saborear, la curiosidad, pero también la frustración y la rabia que sentí de niña al saber que había sido arrojada de su familia, especialmente cuando mi tío Hernán me mostraba, muy orgulloso, la copia del árbol genealógico que él, como protector de la pureza de la familia, mantenía en uno de sus clósets y mostraba con tanto cuidado. Cuando le preguntaba sobre Eliana, y le pedía que me contara más sobre ella y que me explicara por qué no aparecía en el árbol, él sonreía e ignoraba mis preguntas. ¿A quién más habrían sacado del árbol —yo insistía— por no reflejar su idea de gente «decente»? Mi obstinación nunca conseguía nuevos detalles.

Años antes, mi madre también había intentado averiguar más sobre Eliana. En su generación —con