Fanatismo - Adrien Candiard - E-Book

Fanatismo E-Book

Adrien Candiard

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Beschreibung

¿A qué Dios invocan los fanáticos que matan, persiguen o excomulgan en su nombre? ¿No se trata más bien de una traición a Dios, a nuestro planeta y a nuestro futuro, y el gran escándalo religioso de nuestro tiempo? ¿Cómo se puede vivir una fe sin que esta se convierta en algo exclusivista? El autor vive y trabaja en El Cairo, en una encrucijada de mundos y civilizaciones. En este breve ensayo trata sobre el choque entre culturas y el desconocimiento de Occidente acerca del islam, ofreciendo así un alegato a favor de la fe que libera frente a la creencia que ata.

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ADRIEN CANDIARD

FANATISMO

Cuando la religión enferma

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Du fanatisme. Quand la religion est malade

© 2020 Les Éditions du Cerf

© 2023 de la versión española realizada por Miguel Martín

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6530-6

ISBN (edición digital): 978-84-321-6531-3

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6532-0

ÍNDICE

Presentación

1. Las razones de una locura

2. El culto a los ídolos

3. Caminos de iconoclastia

Agradecimientos

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Epígrafe

Comenzar a leer

Agradecimientos

Notas

Me abandonaron a mí, fuente de aguas vivas,

y se cavaron aljibes, aljibes agrietados,

que no retienen el agua.

Jeremías 2, 13

¿Quién eres tú, tú que has llenado

mi corazón de tu ausencia?

Pär Lagerkvist

Presentación

«¡Felices Pascuas a mis queridos conciudadanos cristianos!». Colgado en su cuenta de Facebook, en la víspera de la Pascua 2016, por un tendero pakistaní de cuarenta años, instalado en Glasgow, el mensaje parece anodino, e incluso más bien simpático: sin renegar en nada de su propia fe, su autor, musulmán de la muy minoritaria comunidad de los ahmadis, expresa su simpatía a los cristianos de su país de adopción, Escocia. Según la investigación de la policía, es sin embargo este mensaje lo que le hará ser apuñalado en la calle algunas horas más tarde por otro musulmán que había visto en este insoportable «Felices Pascuas» una provocación merecedora de la muerte.

El asesinato de un tendero amigable y tolerante no es solamente un acto abyecto; es también un acto del todo incomprensible. Aunque se puede en rigor comprender, sin aprobarlo en modo alguno, qué lógica perversa guía la mano de un hombre que piensa vengar a su Dios al que se habría ofendido, o que entiende castigar a un apóstata que ha dejado su religión, es difícil ver qué crimen abominable puede esconder esa felicitación compartida en una red social. Este crimen no es el más espectacular que haya producido recientemente el fanatismo religioso, ni por desgracia el más mortífero, pero se puede contar entre los más significativos, a causa de la aberrante futilidad de su móvil. ¿Matar a un hombre porque ha tenido una prueba de gentileza, de cortesía? Eso es la barbarie en estado puro, absurda, asombrosa, inexplicable. Esta posición ajena a toda racionalidad ¿no es la marca misma del fanatismo?

Cuando descubro esta noticia trágica, al leer la prensa en mi tranquilo despacho de investigador, el horror se duplica con el sentimiento de una sorprendente coincidencia en el tiempo. Estoy a punto de ir a Beirut para participar en un coloquio sobre la violencia religiosa, que reúne a investigadores especializados en todas las épocas y todas las religiones. Invitado por mi trabajo sobre el islam medieval, he decidido presentar allí un breve texto de un autor que conozco bien, el teólogo musulmán del siglo xiv Ibn Taymiyya. Es sobre todo conocido por servir de figura de referencia a los movimientos salafistas y yihadistas, que no cesan de citarlo, desde los asesinos del presidente egipcio Sadat en 1981 hasta los estrategas del Estado islámico, si se leen sus textos sin tener en cuenta el contexto histórico. Es verdad que se trata de un autor rigorista y decididamente polémico, enemigo encarnizado de los filósofos y de los racionalistas, sostenedor de un islam de combate en el tiempo de las invasiones mongolas que devastaban por entonces el Próximo Oriente. Pero Ibn Taymiyya es también un espíritu agudo, un pensador coherente y preciso, que no se sabría reducir a las caricaturas que hacen hoy algunos de los seguidores mencionados.

El dictamen jurídico por el que me intereso parece sin embargo dar la razón a quienes quieren ver en él al chantre de la violencia, pues carece de la más elemental humanidad. Se trata de una fetua: no una condena, como se cree a menudo, sino la respuesta dada por un jurista islámico a una cuestión práctica, planteada por un creyente que busca cumplir la voluntad de Dios. En este caso, Ibn Taymiyya es preguntado sobre el punto siguiente: ¿qué conviene pensar de los musulmanes que participan, junto con los cristianos, en los festejos que rodean el día de Pascua? No se trataba de ir a misa o de participar en otros tiempos de oración, sino, como se hace aún en algunos países, de intercambiar huevos coloreados o de invitar a los vecinos a cenar, con ocasión de estas celebraciones muy vivas que no han desaparecido del todo en Oriente…, todas esas cosas aparentemente bien inocentes. En esta cuestión que trata, en suma, de las relaciones de buena vecindad, la respuesta de Ibn Taymiyya es sin apelación: los musulmanes que se prestan a eso, estima él, deben ser llamados al orden, y si perseveran o lo repiten, merecen la muerte. Emitir parecida sentencia no es simplemente dar prueba de intransigencia o de rigorismo. Me había interesado en este texto precisamente porque me parecía que trataba de explicar y justificar una opinión totalmente injustificable. Matar a alguien porque ha regalado huevos de Pascua es algo que parece insensato. Tan insensato como apuñalar a un hombre que ha deseado felices Pascuas a sus amigos en su página de Facebook.

El eco de que esta fetua acabe de cobrar actualidad, con algunos siglos de distancia, me deja sin palabras. Se puede suponer que el asesino de Glasgow no conocía este dictamen jurídico de un teólogo del siglo xiv