El delirio tolerante - Adrien Candiard - E-Book

El delirio tolerante E-Book

Adrien Candiard

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Beschreibung

El importante lugar del islam en la Europa actual ha trastornado la tolerancia ilustrada, que consideraba irracional toda verdad religiosa. Al-Andalus aparecía como un modelo de armonía entre las religiones, bajo la dirección de pensadores como Averroes y a costa de una separación clara entre los creyentes. Pero esta leyenda se equivoca en lo esencial. Porque la España medieval es ante todo un lugar donde se discute con pasión la verdad de las doctrinas religiosas; si se dialoga, se traduce y se polemiza es porque cada uno cree tener razón y piensa que puede convencer al otro. La auténtica lección de Andalucía tal vez sea esa: el verdadero respeto no busca borrar las diferencias para llegar a un consenso. Parece urgente devolver las cuestiones religiosas al ámbito de la razón, del que han sido precipitadamente excluidas.

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ADRIEN CANDIARD

EL DELIRIO TOLERANTE

Las diferencias religiosas y el sueño andalusí

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: En finir avec la tolerance?

© 2014 Presses Universitaires de France. Humensis.

© 2023 de la versión española, traducida por Miguel Martínby EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6474-3

ISBN (edición digital): 978-84-321-6475-0

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6476-7

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Advertencia

Aspectos del mito

Un espejismo andalusí

Elogio de la disputa

Las Andalucías siempre renovadas

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Advertencia

Dedicatoria

Epígrafe

Comenzar a leer

Notas

ADVERTENCIA

Este pequeño libro no es más que un ensayo, de dimensiones y ambiciones modestas. Aquí no se encontrará apenas más que una idea, y no enseñará nada a los sabios. No contiene ni la bibliografía ni las notas eruditas que se podrían esperar sobre el tema; en su lugar, el lector curioso verá indicaciones sobre algunas obras, fácilmente accesibles, para profundizar su conocimiento de materias que aquí solo serán mencionadas. Del mismo modo, para facilitar la lectura, se ha renunciado a los signos diacríticos que permiten una transliteración más exacta de las palabras árabes.

La idea de este ensayo surgió de una conferencia pronunciada en Rumanía en julio de 2013, en el marco de las conferencias de Eranos, que agradezco sinceramente a los organizadores. La idea principal es idéntica a la de la conferencia; pero no me arriesgué a traducir una exposición dada en un inglés vacilante, en estilo claramente oral. El formato de un libro, incluso pequeño, ha permitido desarrollar simples alusiones y añadir buen número de elementos.

La historia de este libro es, en realidad, mucho más antigua, y no puedo citar aquí todas las discusiones que lo han alimentado. No habría visto la luz sin los debates apasionados sobre el tema que han animado a mi familia desde que estuve en edad de dar mi parecer —cosa que he hecho desde que supe hablar—. Agradezco a mis padres y a mi hermana por este gusto por la conversación que supimos desarrollar juntos. También agradezco a los amigos con los que el debate es un placer que espero compartan, en particular Jean y Víctor. Me alegró volver a encontrar este gusto por el debate, recientemente en El Cairo, en casa de mi prima Clara.

Tengo que expresar mi reconocimiento a Louis por su atenta relectura, a Nicolas sin el cual, una vez más, nada hubiese sido posible, a Monique Labrune por su confianza.

Mi gratitud también va al profesor Gilbert Dahan, que me enseñó, entre otras cosas, a escuchar atentamente las lecciones de los maestros medievales.

Va también a los hermanos Denis Cerba y Jean-Jacques Pérennès, censores benévolos y atentos, y en fin a mis hermanos del convento dominico de El Cairo y del Instituto Dominicano de Estudios Orientales, que me han apoyado —pero también soportado— en este trabajo.

A Henri des Portes y Louis Lorgeril,

en recuerdo de largas discusiones cairotas

y en prenda de amistad y estima.

Se hace un ídolo de la verdad misma, pues la

verdad apartada de la caridad no es Dios,

y es su imagen y un ídolo que no hay que amar

ni adorar, y aún menos hay que amar o adorar

a su contrario, que es la mentira.

Blaise Pascal

No decidamos nosotros lo que es bueno;

pero consideremos bueno no decidirlo.

G.K. Chesterton

ASPECTOS DEL MITO

«Entonces, ¿qué hay que pensar acerca del islam?».

La ingenuidad de esta pregunta que me hacen a menudo me haría casi sonreír. Como si mi vida en El Cairo, mis laboriosos esfuerzos de arabista y mis paseos temerarios por los senderos escarpados de la islamología bastasen para darme los medios de responder a eso claramente, en dos palabras seguras... Me haría sonreír en efecto si no significase una confianza excesiva de mi interlocutor en mi improbable competencia; o si revelara simplemente su ignorancia sobre la magnitud y la complejidad de la materia en cuestión. Me haría sonreír de buena gana si no se me hubiese planteado con tanta frecuencia, y si no fuese el síntoma, por su misma repetición, de la angustia de tantos franceses frente a la religión musulmana.

No se me pregunta, evidentemente, si conviene convertirse al islam. En general, mis interlocutores nunca han pensado en eso. Y sin duda, si fuese el caso, interrogarían a algún otro que no fuese sacerdote católico. La verdadera pregunta que se esconde ahí es: ¿hay que tener miedo? ¿Hay que temer que la presencia de millones de musulmanes en Europa cambie irremediablemente nuestro modo de vida? ¿Hay que tener miedo de una religión que la actualidad nos muestra asociada tanto al terrorismo internacional más creativo, como a la criminalidad cotidiana más banal? ¿Es verdad que el islam enseña el desprecio de las mujeres, el amor a la violencia, el odio a Occidente? ¿Que es incompatible con los derechos del hombre y el funcionamiento democrático? ¿Es verdad que Francia está amenazada en transformarse de aquí a pocos años, bajo la amenaza de una demografía solapada, en una siniestra república islámica?

Se estaría equivocado si se cree que este miedo está confinado en los pliegues de una ultraderecha odiosa. Todos los sondeos1 confirman lo que la observación permite constatar: está presente por todas partes, más o menos asumido, más o menos vergonzante. Muchos saben bien que quienes soplan en las brasas de sus angustias no están libres de toda segunda intención política; pero las promesas tranquilizadoras de armonía y de paz ¿son desinteresadas? ¿Quién puede creerlas, cuando se perciben en esas respuestas tan seguras demasiados ecos de a priori ideológico y muchos menos de conocimiento real? En cuanto a los sabios, responden en general sin responder, pretextando que hay que distinguir, que el islam no es un bloque. En suma, que es muy complicado. Entonces, ¿cómo saber qué hay de realidad en ello, cuando las respuestas a esa pregunta tan clara son a veces demasiado simples, y otras veces demasiado complejas? No se sabe incluso si hay que tener miedo, y eso puede ser aún lo más inquietante.

Yo no sé, no más que cualquier otro, responder a esa pregunta cuando me la plantean, y no pretendo hacerlo en este pequeño libro. Con todo, la menciono porque es de ella de lo que se habla cuando se menciona hoy al-Ándalus, la España medieval musulmana, lugar mítico de una tolerancia religiosa verdaderamente armoniosa, de un auténtico diálogo de las culturas, según algunos. Bajo la mirada de príncipes árabes cultivados, musulmanes, judíos y cristianos conviven pacíficamente en las mismas ciudades prósperas; los más ilustrados de ellos no dudan en filosofar en compañía, mucho más unidos por esta búsqueda común de la verdad, alimentada por la sabiduría antigua, que enfrentados por sus irrelevantes distinciones religiosas. Todo eso en la atmósfera refinada de un jardín, a la sombra del palacio de la Alhambra, en el perfume embriagador de jazmín; el sonido de una guitarra que se rasguea a lo lejos no es perturbado sino por el murmullo de una fuente. La dulce luz que se desprende del cuadro está aún reforzada por el violento contraste que le imponen otras imágenes que pueblan nuestra imaginación: muy pronto, en esa misma tierra, se alzará la férula de la Inquisición española, sinónimo de intolerancia y de fanatismo.

Evidentemente, esa Andalucía no es la comunidad autónoma del sur de España de hoy, ni siquiera la provincia del pasado. No es una página de historia: es un mito. Y un mito poderosamente evocador, tanto en Oriente como en Occidente. Atraviesa la literatura francesa, desde el romanticismo de Chateaubriand al sueño de reconciliación mediterránea de autores marcados por la guerra de Argelia. Alimenta la poesía del palestino Mahmoud Darwich, que él irriga con nostalgia. Se lo encuentra en el cine del realizador egipcio Youssef Chahine, que deja ver en Le Destin a un Averroes increíblemente simpático luchar contra las fuerzas del fanatismo religioso, para difundir en el mundo su mensaje de tolerancia y sabiduría. Ninguno de ellos, es evidente, habla de historia medieval: Camus piensa en Argelia, Darwich en Palestina, Chahine pinta los desgarros del mundo árabe contemporáneo. El mito nos habla de hoy, no de ayer.

Son bien pocos los que hablan de esa Andalucía por sí misma. ¿Los historiadores? Sin duda, pero no todos. María Rosa Menocal, profesora en Yale, publica en 2003 La Andalucía árabe. Una cultura de la tolerancia. El subtítulo es más un programa que una descripción científica rigurosa2. Quizá la cercanía de los atentados del 11-S tiene algo que ver.

Es evidente que el mito no es una simple evocación poética de un paraíso perdido que no tendría otro objetivo que la belleza o la nostalgia. Puede ser esencialmente literario, como en los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving, donde sirve de decorado evocador y pintoresco para hacer soñar al lector, pero con más frecuencia, esa Andalucía es un mito político. En todos los ejemplos que acabamos de citar, al-Ándalus sirve a un propósito político preciso, ligado a una situación particular de intolerancia o de tensión entre culturas o religiones —y singularmente, entre el islam de una parte y el Occidente (o el judaísmo y el cristianismo) de la otra—. Ante los riesgos de enfrentamiento o las violencias, esa Andalucía viene a afirmar que una coexistencia pacífica entre los creyentes de diferentes religiones, entre los representantes de diferentes culturas, es posible; que incluso conduce a una civilización espléndida; que la historia de España medieval puede servirnos hoy de modelo.

Pero el mito dice todavía más: esta tolerancia ideal ha podido realizarse en tierra de islam, bajo la autoridad de príncipes musulmanes; el islam, incluso cuando es hegemónico, no es pues necesariamente la religión sectaria y violenta de los telediarios, sino que puede por el contrario permitir la edificación de la sociedad más abierta de la historia. Mostrar desconfianza al respecto, creer al islam incompatible con la democracia o el respeto al pluralismo, sería desconocer el pasado y perder terriblemente la esperanza por el porvenir. Porque los conflictos religiosos o culturales que atraviesan nuestras sociedades, y sobre todo las sociedades europeas hoy, tan desconfiadas respecto al islam, tienen una salida: lo que Jean Daniel llama, desde comienzos de los años 1990, el «espíritu de Córdoba», es decir, lo mejor del espíritu tolerante de al-Ándalus. Un buen número de intelectuales europeos, no siempre musulmanes, desean ver nacer y afirmarse un «islam de las Luces», más compatible con los valores de la modernidad, y creen haberlo encontrado, al menos en germen, en alguna parte entre Granada y Córdoba, en el reinado de Abd al-Rahman III, en los jardines del palacio de la Alhambra o en los manuscritos en que Averroes comentaba concienzudamente el pensamiento de Aristóteles.

El mito habla poco del pasado. Habla de los disturbios que agitaron regularmente los arrabales de las grandes ciudades de Europa; habla del terrorismo; habla de la guerra en Irak, en Afganistán, en Mali; responde a las predicciones de «choque de civilizaciones» y les opone una solución alternativa. Averroes, a quien han leído poco, es sobre todo un contrapeso útil a Bin Laden, un antídoto a todos los barbudos fanáticos a los que es tan fácil reducir el islam. Por supuesto, el mito habla de política más que de historia. Los mismos que enarbolan esa Andalucía como un ejemplo y un argumento saben bien que presentan un panfleto, no un documento de archivos. Es un programa o un deseo más que una constatación científica. No hay lugar para lamentarlo; es cuestión de saberlo3.

El objetivo de este pequeño libro no es rectificar las imprecisiones, errores o incluso las invenciones puras y simples que se pueden leer aquí o allá a propósito de la España medieval bajo la dominación musulmana, y menos aún pretender denunciar el mito como una superchería. Eso sería inútil: muchos historiadores, y de los buenos, nos han hecho accesibles muchos elementos sobre la realidad matizada, siempre más compleja, de la experiencia andaluza4. Es notorio, para quien se interese en la historia de España, que esta edad de oro de coexistencia pacífica no ha podido concernir más que a algunos periodos relativamente breves: el califato omeya de Córdoba, el periodo de taifas, la ciudad de Toledo después de tomarla el rey de Castilla y a lo largo del siglo xii5. Todo indica que estos momentos de gracia han sido la excepción en una historia marcada, como todas las zonas de frontera, por guerras —y singularmente por guerras de origen o de justificación religiosa—, persecuciones y bien poca tolerancia.

Y aún, incluso en estos periodos raros de tolerancia, nuestros criterios modernos encontrarían difícil hablar de verdadero encuentro de culturas en lo que se refiere al respeto de las personas: no conocemos apenas más que el destino de grandes personajes, un alto funcionario cristiano o un médico judío al servicio del califa; por lo demás, ignoramos todo de las relaciones cotidianas entre vecinos de religión diferente en los barrios populares de Córdoba. Del diálogo entre los sabios de las tres religiones, del trabajo incansable de los traductores, los dos bien reales, no se puede deducir que las tensiones no existiesen. Se sabe que, bajo la dominación musulmana, judíos y cristianos se beneficiaban de un estatuto propio, el de dhimmi