Unas palabras antes del Apocalipsis - Adrien Candiard - E-Book

Unas palabras antes del Apocalipsis E-Book

Adrien Candiard

0,0

Beschreibung

«El mundo se ha vuelto imprevisible e inquietante». Como tantos occidentales nacidos en las últimas décadas del siglo XX, el dominico Adrien Candiard tenía la percepción de vivir en un mundo firme y tranquilizador que, de modo casi repentino, se ha hundido en el curso de apenas unos pocos años. La pandemia, una guerra a nuestras puertas, catástrofes climáticas, inestabilidad económica… ¿debemos temer el fin de los tiempos? ¿Tiene la fe cristiana algo que aportar ante esta situación? «Evidentemente, no espero de Dios soluciones mágicas a estas dificultades. Sin embargo, la fe cristiana no nos deja completamente desamparados frente a esta acumulación de catástrofes, al contrario, esta fe nos propone una serie de recursos ciertamente subestimados. La Biblia ha desarrollado así un género literario destinado precisamente a los tiempos de crisis, el así llamado género 'apocalíptico'. La palabra puede dar miedo, y los textos apocalípticos todavía más. Con todo, si son lecturas para tiempos de crisis, quizás sea más que nunca el momento de leer estos textos».

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 80

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Adrien Candiard

Unas palabras antes del Apocalipsis

Leer el Evangelio en tiempos de crisis

Traducción de Fernando Montesinos Pons

Título en idioma original:

Quelques mots avant l’apocalypse. Lire l’Evangile en temps de crise

© Les Éditions du Cerf, 2022

Nihil obstat

M. PALAYRET, o. p.

R. ESCANDE, o. p.

Imprimi potest

París, 29 de agosto de 2022

N. TIXIER, o.p.

Prior provincial

© Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2023

Traducción de Fernando Montesinos Pons

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

100XUNO, nº 109

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN EPUB: 978-84-1339-465-7

ISBN: 978-84-1339-132-8

Depósito Legal: M-77-2023

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda, 20 - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Introducción

I.

II.

III.

IV.

Conclusión

Agradecimientos

A la familia Flateau,

cuya acogedora cocina

ha servido más de una vez de taller a mis libros,

y con la que me quedaría muy a gusto conversando

mientras esperamos el fin del mundo.

Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará. Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios.

Carta de san Pablo a los Romanos, capítulo 8, versículos 18 y 19

Introducción

Desde el punto de vista profesional, no tengo que preocuparme excesivamente.

Como hermano de la orden de predicadores, sacerdote católico, es evidente que no ignoro las crisis por las que está pasando la Iglesia, ni su descenso numérico aparentemente impensable en Occidente. Ahora bien, ¿no se nos ha repetido incansablemente que las religiones prosperan sobre la base de los desastres, de la desgracia, de lo inexplicable? Así pues, tengo pocos motivos para preocuparme. Si es verdad, como se oye decir por todas partes, que la fe siempre ha hecho buenas migas con la ignorancia, que la Iglesia ha sabido utilizar los miedos, que sacó provecho de la descomposición del Imperio romano o de las angustias provocadas por la peste negra, que supo sacar partido de los terremotos o de las granizadas para culpabilizar a las masas y tenerlas a su merced, explicando las catástrofes como un castigo divino por los pecados de los hombres... si todo esto es así, entonces no tengo que sentir la menor preocupación en el plano profesional: están llegando tiempos favorables para mis pequeños asuntos; pero tiempos difíciles para el mundo.

Por otra parte, a pesar de caracterizarme por tener un temperamento radicalmente optimista, tal vez tenga algunas razones para estar inquieto. Como hijo de la tranquila Europa, que alcanzó la edad del uso de razón cuando se venía abajo el muro de Berlín, y con él el riesgo palpable de destrucción nuclear de la humanidad, que pudo aterrorizar a la generación de mis padres, a pesar de todo, no tenía yo la sensación de crecer en un mundo pacificado: se hablaba incesantemente en él de crisis económica, de desempleo, de ascenso del racismo. La sociedad tenía sus fracturas, sus violencias, sus fragilidades. Pero, con todo, era evidente, para mí y para todos los que me rodeaban, que habíamos superado un nivel que nos ponía al abrigo de los males incomprensibles del pasado: la guerra, el hambre, las epidemias ciertamente no habían desaparecido por completo del planeta, pero no se mostraban ya más que en regiones remotas como reliquias de un tiempo pasado y afortunadamente superado en que la humanidad no sabía a ciencia cierta cómo arreglárselas, de una historia que muy bien podíamos contemplar con una brizna de condescendencia. Algunos ya estaban alertando de las consecuencias que tiene nuestro modo de vida en el clima, pero las previsiones que esbozaban parecían afectar a un futuro tan lejano que no merecían más que una atención distraída, ante las acuciantes cuestiones del presente. Con un poco de esta racionalidad científica que tanto faltaba a nuestros antepasados, habíamos encontrado los medios de hacer desaparecer las desgracias de otrora, y podríamos hacer frente a las que se presentaran.

Ha sido precisamente ese mundo, firme y tranquilizador, el que se ha hundido en el curso de apenas unos pocos años, bajo los violentos ataques de improbables espectros medievales que creíamos exorcizados para siempre. No tengo necesidad de recurrir a largos discursos para recordar que las plagas que se han abatido sobre la humanidad, los jinetes del Apocalipsis, frustrados por algunos decenios de relativa inactividad, cabalgan con más alegría que nunca sobre el conjunto del planeta. Cuando nos sentíamos orgullosos por haber ganado, gracias a nuestra medicina, efectivamente extraordinaria, la interminable batalla que habían entablado contra nosotros desde hace milenios los gérmenes y los microbios, todo nuestro mundo se encontró golpeado por una inmovilidad alucinante, haciendo un esfuerzo con el fin de reducir los mortíferos efectos de un virus tan nuevo como fulgurante. Cuando apenas nos parecía haber encontrado la forma de acomodarnos del mejor modo posible a sus múltiples variantes, se impuso la guerra a nuestra atención, y lo hizo en su versión más grandiosa, más brutal, la que flirtea con el conflicto mundial y hace planear la amenaza de la destrucción nuclear total. En espera de estas alegres perspectivas, empiezan a dejarse notar las penurias energéticas y hasta de bienes alimentarios incluso en nuestras sociedades de abundancia, y estas penurias parecen bien decididas a quedarse de modo duradero, evocando los fantasmas de los grandes cracs económicos que suponíamos ya desaparecidos para siempre.

Frente a una u otra crisis, desearíamos creer que estas no constituyen más que paréntesis, breves períodos intermedios de inestabilidad previos a que nos devuelvan nuestro mundo de antes, el del progreso y la seguridad. Pero un verano que se ha caracterizado por una sequía récord, que ha hecho que faltara el agua en Normandía o en los Países Bajos, que ha secado la fuente del Támesis, un verano en el que han ardido decenas de miles de hectáreas de bosques, este verano viene a recordarnos que no estamos viviendo más que las primicias de las consecuencias de un cambio climático del que hace poco pensábamos, ingenuamente, que sería sin duda fatal para los osos blancos, pero que no afectaría a nuestras latitudes templadas. Estamos empezando a comprender: las crecidas mortíferas suceden a los incendios, los glaciares se funden y hacen que se derrumben las montañas, caen los rendimientos agrícolas, el mar engulle territorios del litoral, regiones enteras se convierten en desiertos, las tensiones originadas por los recursos hidráulicos y por los alimentos nos hacen temer el estallido de los conflictos más despiadados, esos en los que se lucha por la propia supervivencia. En pocas palabras, todos presentimos que no hemos acabado con las catástrofes. El mundo se ha vuelto imprevisible e inquietante.

La palabra crisis parece demasiado endeble, dado lo mucho que la hemos empleado en épocas en que no teníamos la menor idea de lo que significaba. Mientras juego con mis sobrinitas durante las vacaciones, contemplo por un instante su despreocupada alegría; pero en cuanto se acaba la partida de escondite que hemos jugado en el jardín de la abuela, amarillo por la sequía, no puedo dejar de pensar, con inquietud, no en el mundo que heredarán cuando sean adultas, sino en el que están creciendo ya ahora, y presiento que no será exactamente el mismo que aquel en el que yo tuve la suerte de aprender a montar en bicicleta.

Ser cristiano o religioso no basta para hacer desaparecer la inquietud que me provoca la irrupción, bastante repentina, de la tragedia en nuestro mundo, o por lo menos en mi universo. Evidentemente, no espero de Dios soluciones mágicas a estas dificultades de las que, al menos en buena parte, somos nosotros colectivamente responsables. Sin embargo, no ignoro que la fe cristiana no nos deja completamente desamparados frente a esta acumulación de catástrofes, ni tampoco ignoro que esta fe nos propone, por el contrario, una serie de recursos ciertamente subestimados y muy poco tenidos en cuenta por los mismos creyentes. Es verdad que esos recursos tienen algo que puede hacerlos parecer un poco extraños a primera vista. La Biblia ha desarrollado así un género literario destinado precisamente a los tiempos de crisis, es el así llamado género «apocalíptico», que proviene de una palabra griega que significa «revelación», porque lo que se proponen los autores de estos escritos es revelar los misterios ocultos bajo las apariencias de los acontecimientos del mundo. La palabra puede dar miedo, y los textos apocalípticos todavía más. Con todo, si son lecturas para tiempos de crisis, quizás sea ahora más que nunca el momento de leer estos textos.