Felicidad eficiente - Antonio Rodríguez Martínez - E-Book

Felicidad eficiente E-Book

Antonio Rodríguez Martínez

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Beschreibung

El 85% de las personas se declaran infelices en el trabajo. Los domingos por la tarde se deprimen, odian el lunes, se levantan de mal humor, se pasan la jornada mirando el reloj para salir del trabajo y esperan con ansias el próximo festivo. Así, un día tras otro. ¿Adónde nos lleva todo esto?En nosotros reside un poder casi mágico para dotar de sentido aquello a lo que destinamos tantas horas de nuestra vida. Descubre en este libro las claves para dar tu mejor versión en el trabajo, alinear tu esfera personal y laboral según tus principios y valores, las herramientas para que te sientas en plenitud en todo momento y a la vez trabajar de la forma más eficiente.

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Seitenzahl: 308

Veröffentlichungsjahr: 2022

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© del texto: Antonio Rodríguez Martínez, 2022.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2022.

Avda. Diagonal, 189 - 08018Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: septiembre de 2022.

REF.: OBDO079

ISBN: 978-84-1132-128-0

EL TALLER DEL LLIBRE•REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

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Todos los derechos reservados.

Para todos los que alguna vez

UN GOLPE DE REALIDAD

Si tu trabajo te pesa como una gran losa, si sueles desear que lleguen los días festivos para desconectar, si te genera agobio pensar en tu jornada laboral o si, directamente, no te gusta, te voy a dar una mala noticia, una muy trascendental: estás muriendo en vida, estás consumiendo un tiempo que jamás recuperarás y, cuando llegues a tu lecho de muerte, lamentarás haber destinado tantos años a algo que, en el fondo, no te llenaba o directamente, odiabas.[1]

Te lo digo con pleno conocimiento de causa, porque yo transité por un camino así durante un buen puñado de años. Un período de sombras en el que algo dentro de mí no estaba bien, en el que sentía que mi luz se iba apagando, en el que dejé de ser yo. ¿La causa? Descubrí que existían una serie de factores externos, pero sobre todo internos, que generaban mi infelicidad en el ámbito del trabajo. Y entonces me di cuenta que en nuestro interior reside un poder casi mágico para dotar de cierto sentido aquello a lo que destinamos tantas horas de nuestra vida. Todos conocemos la tan manida frase de que «el día se divide en ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para descansar». En resumen, que venimos a trabajar un tercio de nuestra vida. Pero te puedo asegurar que, de media, es más tiempo. De hecho, yo procedo de sectores laborales en los que se trabajan bastantes más horas y, depende de los países en donde residamos, los períodos de descanso se reducen.

¿Crees, entonces, que tiene sentido lamentarnos, por el motivo que sea, de nuestro trabajo si una grandísima parte de nuestra vida consciente la pasamos en él? ¿Realmente va de esto nuestra vida? ¿Nacemos para entrar en una espiral permanente a merced del destino, como si fuéramos marionetas tiradas por unos hilos esperando que lleguen pequeños momentos de placer?

De verdad, piénsalo. No es racional que, en caso de empezar tu semana laboral en lunes, el domingo por la tarde tu humor cambie como si te hubieran dado una mala noticia. Porque no estás mal únicamente el lunes en sí, sino que ese malestar lo extiendes a medio día antes y lo prolongas días posteriores. A partir de hoy, de forma conjunta contigo, abogo por hacer una campaña de solidaridad en favor de los lunes. Son un día más que nos brinda la vida pero, por las razones que sean, decidimos amargarnos profundamente. Y no nos engañemos, todos hemos esperado la llegada del mesías semanal, el jueves, o como alguno llama, el «juernes», porque ya casi es viernes, y el fin de semana ya se huele cerca. Si tu calendario laboral personal es diferente, solo basta con adaptar lo que expreso a tu circunstancia para que me des la razón.

También me parece un despropósito que ansiemos que llegue la hora de salida del trabajo. Es como si aceptáramos abiertamente que renegamos de forma muy fuerte de una parte de nuestra vida. Es triste y nos estamos haciendo daño. Y, lo que puede ser peor, podemos estar dañando a nuestros seres queridos. Por si te sirve de consuelo, esta desazón profesional es compartida por el 85% de personas de media a nivel mundial, según un estudio global llevado a cabo en 2017 por la consultora Gallup.[2] Estos datos varían según el año y el lugar en donde nos encontremos, pero ya te puedes ir haciendo una idea de la seriedad del asunto. La buena noticia es que dicha situación tiene solución, y esta reside en cada uno de nosotros.

Existen una multiplicidad de factores en los que, de forma directa y con independencia del cargo profesional que se ocupe, podemos apoyarnos para pasar del desamor y, por qué no decirlo, de la deshumanización en el trabajo, a lo que en su momento bauticé como Felicidad Eficiente. Y sí, sé que hay situaciones difíciles, circunstancias que, muy probablemente, no podamos cambiar porque no dependen de nosotros; soy plenamente consciente de esta realidad.

Por ello, esta filosofía es clave para que, desde nuestras posiciones, podamos crear nuestro entorno particular de bonanza emocional profesional y dotar de más humanidad todo aquello que toquemos. Te sorprenderá que cuando empieces a trabajar en ti, influirás en los demás sin ni tan siquiera quererlo. Más adelante entraremos de lleno en los mandamientos de la Felicidad Eficiente y descubrirás cómo poder convertirlos en una realidad, en tus mejores amigos en el trabajo y, quién sabe, en la vida.

Cuando sabes de lo que hablas

Antes de entrar en materia, es justo que te hable un poco de mí. Considero esencial que cualquier persona que pretende brindarte unas enseñanzas posea la autoridad moral suficiente para ello. Unas líneas más arriba, mencionaba que conozco de primera mano qué es ser infeliz en el ámbito del trabajo. Permíteme que me remonte a los inicios de mi carrera profesional, incluso un poco antes.

Recuerdo estar acabando la carrera de Derecho cuando ya vislumbraba el mundo laboral. ¿Dónde iba a trabajar? ¿Sería en uno de esos grandes bufetes de abogados de las películas estadounidenses? ¿Llevaría casos mediáticos? ¿Sería protagonista ante un tribunal cual estrella de Hollywood mientras emitía mi último alegato? Tengo que decir que gran parte de estas cosas sucedieron, pero no me sentí como lo había imaginado.

Muchas personas ya me decían que iba a trabajar muchas horas, que mi vida se iba a ver reducida al trabajo y que debía estar dispuesto a sacrificar aspectos personales importantes. En perspectiva, analizando estas palabras, me doy cuenta que el problema no eran estas ideas en sí, sino la forma en cómo las decían. Denotaban desesperación, cansancio y hartazgo vital por todo lo que les rodeaba. También empecé a observar que muchas personas de mi alrededor estaban asqueadas de sus trabajos; profesionales que incluso llevaban varias décadas así. Lo que más me sorprendía es que no hicieran nada para cambiar la situación, sobre todo porque estoy seguro que este mal cuerpo se lo llevaban a casa con sus familias.

Este clima enrarecido se veía más enturbiado si profundizábamos en las relaciones existentes. Modales que dejaban mucho que desear, exigencias que sobrepasaban lo racional y fomento de una toxicidad ambiental innecesaria que hacía crispar los ánimos. En ocasiones, la tensión no es que se pudiera cortar con un cuchillo, es que necesitabas unas grandes tenazas de jardinero para hacerlo. Lamentablemente, también se daban faltas de respeto, ausencia de sentimientos en el trato personal y, lo que era peor, se generaba un miedo que escapa al sentido común. No me da vergüenza reconocer que recibir ciertas llamadas de teléfono o tener que entrar en ciertos despachos me daba pavor. ¿No te parece una barbaridad? Porque a mí sí. Anecdóticamente, poco antes de dar el giro radical que di a mi vida, sufrí una neumonía que me tuvo en cama unos cuantos días. Recuerdo que no quería que me diesen el alta médica porque no deseaba volver al trabajo bajo ningún concepto. Más allá de este episodio, recuerdo días en los que, directamente, no quería salir de la cama para ir a trabajar. Ahora lo pienso y me quedo casi sin palabras...

Todas estas circunstancias chocaban de lleno con mi forma de entender la vida. Creo firmemente que todos debemos aspirar a vivir una vida plena y feliz, acorde con nuestras convicciones y creencias personales. Siendo buenas personas, sin perturbar la vida de los demás y, en todo caso, sumando con los que nos rodean con amor y todo lo bueno que tengamos. Esta forma de entender la vida me trajo algún que otro problema por aquel entonces, pero estoy satisfecho de haber sido fiel a ella.

Por otro lado, y ahondando en mi interior, durante esa etapa de mi vida sentí que mi Yo interior se encontraba en plena desalineación con mi Yo exterior. Mi propósito vital no se correspondía con lo que estaba viviendo y, sencillamente, no me veía en las próximas décadas haciendo lo que hacía. Me abrumaba y me daba sensación de claustrofobia, de ahogo emocional. ¿De verdad tenía que dedicar el resto de mi vida a aquello solo porque había estudiado una carrera en este ámbito? ¿Realmente debía hipotecar mi futuro por unas anclas imaginarias del pasado? Claramente no.

Esta tormenta perfecta provocó que en 2018 me prometiera que jamás volvería a ser infeliz en el trabajo. Era un tema demasiado serio, de pura supervivencia. Así, ese mismo año decidí dejarlo todo para dedicarme en cuerpo y alma a trabajar en una nueva filosofía de vida en la esfera profesional que humanizara el propio trabajo, enriqueciera la forma de hacer las cosas y, en consecuencia, mejorara nuestro entorno. Una idea a la que llamé Felicidad Eficiente. Empecé a estudiar, a investigar y a observar, conscientemente, qué pilares hay que tener consolidados para estar lo mejor posible en el ámbito laboral.

Por suerte, transitar por las tinieblas profesionales durante unos cuantos años te permite entender que lo más importante, una vez más, es el amor. Sí, el amor es pieza clave en nuestro trabajo porque destinamos demasiadas horas a él, porque es una parte de nuestra vida y porque considero que es el valor más importante que existe, el que todo lo preside y el que nos hace ser más. El amor es esencial para desarrollar nuestra excelencia emocional, tanto profesional como personal; es una constante que nos debe acompañar para que, desde nuestro cargo o puesto, dirijamos o no a personas, podamos crear nuestro mejor lugar para trabajar.

Según mi experiencia, para pasar del no querer ir a trabajar al desear hacerlo, sin que se nos caiga el mundo, debemos poner en práctica una serie de ejes fundamentales que irradiarán humanidad a borbotones y nos hará ser mejores personas. Hoy puedo asegurarte que no hay nada mejor que sentir que puedes ser tú todo el tiempo, que tu Yo interior está alineado con tu Yo exterior. No digo que sea siempre fácil, para nada, pero sí que nos permite dormir más en paz y ser un foco de luz para nosotros y aquellos que nos rodean.

En este libro voy a compartir contigo, en primer lugar, unas reseñas sobre la felicidad en general. Si vamos a hablar de felicidad en el ámbito profesional a partir de la Felicidad Eficiente, es imperativo pararnos a ver antes qué es la felicidad como emoción, idea y modelo de vida. Posteriormente, proseguiré con mi visión sobre cómo debería ser el mundo laboral y todo lo que he aprendido en este camino, compartiendo ejemplos reales de clientes míos y de mi empresa, Efficient Happiness. De esta forma, podremos reflexionar sobre las soluciones planteadas, demostrando que sí existe un camino para poder construir nuestra mejor versión: divirtiéndonos, dando un sentido a nuestro día a día en el trabajo y poniendo el foco en lo más importante, el ser humano. Verás que algo fantástico de este viaje es que no tiene fin y siempre nos da un margen de mejora, aun cuando estemos bien, pues nuestro potencial es ilimitado. Ahora sí, te doy la bienvenida al mundo de la Felicidad Eficiente.

1

FELICIDAD, LA DEFINICIÓN MÁS DIFÍCIL

¿QUÉ ES LA FELICIDAD?

He participado en diversos foros sobre la felicidad y, específicamente, la felicidad en el ámbito del trabajo. Pero recuerdo en especial un congreso al que acudí invitado como asistente y que tenía como título «Felicidad y Energía», ya que buscaba hacer reflexionar sobre la conexión entre nuestras emociones, sobre todo la felicidad, y el impacto que podía tener en nosotros desde distintos puntos de vista. El motivo por el cual tengo grabado en mi memoria dicho evento no fue porque el contenido, pese a ser correcto, supusiera una revolución, sino por la intervención de una de las personas del público en el turno de preguntas; un señor que tendría más de ochenta años y que estaba sentando en las filas del final del auditorio.

Este buen hombre, micrófono en mano, aprovechó su momento para realizar una inesperada crítica a los organizadores de la jornada. Literalmente dijo: «La puesta en marcha de este evento está muy bien, pero creo que poner la palabra felicidad en el título del mismo es un error. Felicidad es una de esas palabras demasiado grandes, por lo que su uso no es adecuado. Hubiera sido mejor hablar de bienestar, satisfacción o compromiso». ¡Ostras qué reflexión!, pensé. Seguidamente me pregunté qué le habría llevado a espetar esas ideas, a poner en entredicho la palabra «felicidad». ¿Por qué dijo que era una de esas palabras grandes? ¿Es que está más allá del alcance de los humanos? ¿Es que las palabras no son una invención de nuestra especie para comunicarnos? ¿Qué idea tendría él de la felicidad?

No podía compartir lo que había escuchado. Y lo sé, quizás mi mente fue demasiado lejos por una simple intervención espontánea que duró no más de un minuto, pero me resulta representativa porque no es la primera vez que escucho críticas al uso de la palabra felicidad. Es un vocablo que despierta escepticismo, incredulidad, dudas, risa e, incluso, mofa. ¿La razón? Una prostitución sistemática del concepto de felicidad. Una utilización banal de una idea sobre la que el ser humano lleva reflexionando desde hace milenios. Algo que, al fin y al cabo, es absolutamente nuestro y que constituye, probablemente, un estado emocional capital para nuestra existencia. La felicidad no es grande o pequeña en sí misma; lo que es grande es aquello a lo que la atribuimos, aquello que, en definitiva, nos hace felices.

Te cuento esto porque para llegar a nuestra la Felicidad Eficiente es vital que, primero, entremos a cuestionarnos una pregunta que nos lleva persiguiendo desde los inicios de nuestra especie. ¿Qué es la felicidad?

Definir la felicidad no es fácil y, menos, aconsejar o sugerir a alguien qué debe hacer para ser feliz. Es más, sostengo con firmeza que nadie tiene la autoridad suficiente como para decirnos qué es la felicidad ni cómo ser felices. Así que si creías que iba a darte tu definición de felicidad, siento desilusionarte, te estaría mintiendo y estaría traicionando mis principios. Claramente te diré que no existe una idea universal de felicidad, pues tenemos tantas como personas hay en este mundo. Mi pretensión aquí no es otra que hacer un breve barrido de distintos ejemplos sobre felicidad a fin de intentar entender nuestra propia felicidad individual, la que llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Porque conociendo nuestra felicidad podremos trabajarla y, en consecuencia, sacaremos el máximo potencial a la Felicidad Eficiente.

Algunas definiciones de felicidad

A comienzos de 2019 tuvimos como cliente a una empresa de telefonía muy conocida para la que impartí una conferencia que se dirigía a un grupo numeroso de comerciales. Les hablé sobre qué era para mí la felicidad y cómo, desde mi experiencia más pura, había descubierto el modo de construir una vida en la que la felicidad constituía el vehículo de todo lo que hacía. Me acuerdo que empecé mi charla con una pregunta que lancé al público: ¿qué era para ellos la felicidad? Recibí alrededor de cuatro o cinco respuestas pero hubo una que jamás olvidaré. Uno de los comerciales más veteranos contestó diciendo que para él «la felicidad era la ausencia de dolor». Me dejó impactado.

Detrás de cada definición de felicidad hay una historia y unas creencias determinadas. Podemos incluso ir moldeando lo que para nosotros es la felicidad a lo largo de nuestra vida a partir de las experiencias y la madurez que tengamos. En este caso, esta persona habría vivido algún acontecimiento desgraciado que le había llevado a tener esa idea de felicidad. No puedo asegurar al cien por cien que fuera así, pero apostaría por ello, pues tras mi ponencia me acerqué a él para manifestarle que me había quedado sorprendido con su respuesta y me contestó algo así como que la vida te enseña las cosas, en ocasiones, por la vía dura.

Y es que ver la felicidad como la ausencia de dolor no es algo tan aislado. Me he cruzado con numerosas personas que relacionan la felicidad con el hecho de sentir paz interior. ¿Y no es la paz interior sino una forma de ausencia de dolor? Es más, el diccionario de la Real Academia Española tiene una acepción de felicidad que va exactamente en esta línea: ausencia de inconvenientes o tropiezos. También es cierto que nos da otra interesante definición: estado de grata satisfacción espiritual y física.

¿Estas ideas son suficientes para entender más sobre nuestra felicidad? La verdad, se me hacen algo escasas, pues más bien parecen pistas relacionadas con la felicidad convencional, resultan una confirmación de lo evidente. Para mí, estas acepciones son como intentar definir el amor con una simple frase, sin los matices que nos hacen vibrar. Me gusta entender qué puede haber detrás de estas aproximaciones a la felicidad a partir de lo que nos ha enseñado la filosofía, la psicología, la antropología, la historia y la ciencia. Aquí veremos una brevísima referencia a ciertas corrientes y estudios que han investigado, e investigan, la felicidad, y que llegan a conclusiones que me parecen fascinantes y que te reservo para un poco más adelante.

Algunos hablan de que el ser humano puede ser feliz, mientras que otros nos dirán que simplemente podemos estar felices. Los primeros te intentarán convencer de que ser feliz es un estado, mientras que los segundos defenderán a capa y espada que son momentos muy concretos. Pero ¿no crees que podemos ser y estar felices? Al menos yo sí, todo dependerá de cómo percibamos aquello que nos hace felices en cada momento. Seguramente esta dicotomía tenga relación con el hecho de asociar la felicidad a lo material o a lo más trascendental, a lo que nos afecta psicológica y emocionalmente.

Sabemos que los bienes materiales van y vienen. Cuando queremos comprar aquel vestido para una fiesta, con su bolso a conjunto para el que hemos estado ahorrando durante meses, o por fin podemos tener el coche de nuestros sueños, lo disfrutamos, y mucho, experimentando un chute espectacular de satisfacción y bienestar. Pero ¿realmente es eso felicidad? Para los materialistas, seguramente sí. Pero habrán de saber que su pico de felicidad se esfumará en poco tiempo, pues está provocado por una sustancia que produce nuestro cerebro llamada dopamina, un neurotransmisor que nos premia con una gran sensación de placer al conseguir un objetivo determinado. Esta felicidad es efímera, dura muy poco y, rápidamente, necesitaremos lograr nuevas metas para volver a sentirla. En este punto te explicaré la historia de una conocida de mi familia, a quien tenemos mucho cariño y con quien he tenido largas horas de conversación: la señora Paula.

Se trata de una persona de avanzada edad a quien nunca le ha faltado de nada. Lo peculiar de Paula es que le encantan los objetos de marca, aquellos que representan un estatus elevado. Por muy feos que sean las ropas o abalorios que tenga delante, si son de una marca cara, le encantarán. Los regalos que abiertamente dice que más le gustan son los materiales y no le sorprendas con una experiencia en familia o con amigos; ella siempre te lo agradecerá pero sabemos que en su interior arderá de rabia. No pasa nada, así es Paula; la queremos igual. Como comprenderás, es un blanco perfecto para tener una conversación sobre su felicidad. Me reconoce abiertamente que a ella lo que más feliz le hace es un buen bolso Louis Vuitton y unos buenos zapatos de Gucci, aunque ello le cueste varios meses de ahorros.

—¿Por encima de sus hijos? —le pregunto en broma.

Ella ríe y, entre risa y risa, me dice que sus bolsos no le dan disgustos y cuestan menos que los caprichos de sus hijos. Pero profundizando en ella, cuando la interpelo sobre lo volátil de su felicidad me dice algo de manera muy consciente:

—Antonio, sé que dependo de lo material, no me digas por qué. Tal vez sea influenciable, pero me encanta, así soy yo y debéis respetarme. Además, llevo tiempo ahorrando y ¿qué voy a hacer con mi dinero? ¡Disfrutarlo! No quiero ser la más rica del cementerio y, si me muero mañana, que me quiten lo bailado.

Paula siempre me recuerda que, por muy o poco de acuerdo que esté con ella, existe cierta verdad en la felicidad material, aunque, desde mi punto de vista, creo que le proporciona más satisfacción el hecho de haber ahorrado para uno de sus «bebés» —así los llama en broma— y, finalmente, ver que los puede conseguir. Además, la demostración de que los placeres terrenales nos dan felicidad no es algo nuevo en la historia. Ya el filósofo Epicuro, allá por el año 300 a.C., pensó en que podíamos alcanzar la felicidad a través de ellos. Y añadió algo más: disfrutar cada momento al máximo, convirtiéndose en el precursor del famoso lema «Carpe diem».

Tengo un amigo cuyo padre falleció con apenas sesenta años hace ya un tiempo. Cuando le di el pésame por lo temprana que había sido aquella muerte me dijo que no sucedía nada malo. Recuerdo que me transmitió que su padre había sido muy feliz porque había vivido siempre de acuerdo con su forma de entender la vida. Había vivido al límite y disfrutando casi cada segundo, con los excesos que conformaron una mezcla letal que le había llevado a morir prematuramente. Pero era lo que había elegido, estaba conforme y, de hecho, mi amigo me reconoció que preferiría vivir como su padre, aunque el precio fuera vivir menos años, en comparación con vivir más cantidad de tiempo pero vacío de contenido. Es, sin duda, una vuelta de tuerca al concepto Carpe diem.

La felicidad parece, quizás —y digo quizás por preservar su subjetividad— estar más relacionada con el ser que con el tener. Es más, el gran filósofo Aristóteles la estableció casi como el destino último del ser humano, nuestro fin supremo, hacia lo que debemos tender de acuerdo con la virtud. Según él, podemos lograr ser felices si nuestra vida, conforme a lo que somos, la encaminamos a su perfección en todas sus facetas, a un equilibrio que, incluso, pueda implicar tomar decisiones difíciles en el corto plazo. De hecho, una de sus célebres frases fue que «solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego».

Aristóteles parecía querer hacernos reflexionar sobre casi el deber de ser felices, significando ello tener una vida en donde hemos de hacer lo correcto de acuerdo con lo que somos. En este punto, no puedo evitar acordarme de uno de los filósofos que más interés despierta en mí, Immanuel Kant. Para él, la felicidad gira, cómo no, en torno a su concepto de «imperativo categórico». No te abrumes, no voy a iniciar una clase de filosofía, simplemente apuntaré que Kant defendía que la felicidad se obtiene haciendo lo que moralmente debemos hacer en todo momento, actuando desinteresadamente y porque nuestra condición humana nos conduce a ello, anteponiendo, si es necesario, el interés ajeno al propio. Creía que solo actuando dignamente con los demás y con respeto podríamos ser merecedores de la felicidad.

Esta idea me trae a la cabeza la figura de santa Teresa de Calcuta, símbolo de bondad, ayuda desinteresada y amor incondicional por el ser humano. Todos conocemos quién fue este verdadero ángel en la Tierra que a lo largo de su vida ayudó a innumerables personas desgraciadas y desahuciadas. ¿Pensando en su forma de actuar, no te parece que, sin conocerla personalmente, su felicidad radicaba en ese deber de hacer lo correcto para con los demás? Yo lo llamo el ser capaz de dormir en paz sabiendo que he hecho lo que debía. No deja de ser una forma de alineación entre lo que sentimos que somos y lo que mostramos externamente, ingrediente que, si lo sumamos a algunos otros, conecta con la filosofía de la felicidad de Lao-Tse. Para este legendario pensador chino, se puede alcanzar la felicidad cultivando aspectos como el autocontrol, la sencillez, la paciencia, la pasión, la compasión, el autoconocimiento; viviendo el presente y dando sin esperar. Parece una lista de la compra, pero se trata de elementos constantes que se nos presentan en el día a día y sobre los que siempre es bueno detenernos.

Por otro lado, si eres más de números te gustará saber que hay quien, incluso, se ha atrevido a elaborar una fórmula de la felicidad. Así, el padre de la psicología positiva, Martin Seligman, estableció que la felicidad era igual a nuestra predisposición o condición genética para ser felices sumada a las circunstancias de nuestra vida y a nuestra propia voluntad.[3] Interesante, ¿verdad? Si es que sobre la felicidad se ha pensado ampliamente porque nos importa, porque es relevante en nuestra vida. De hecho, es destacable el aspecto relativo a nuestra predisposición genética, lo que me lleva a hacerme una importante pregunta: si no tenemos esa predisposición de la que el Seligman habla, ¿podemos crear nuestra felicidad? Pues resulta que sí, o, al menos, crear situaciones que favorezcan que nuestro cerebro segregue sustancias que nos den un bienestar más superficial o más profundo.

Antes, cuando me refería a esa especie de felicidad material, he mencionado el efecto de la dopamina, el neurotransmisor que provoca un subidón de alegría y placer por conseguir un objetivo, lo que nos conduce a una primera conclusión. Sabemos que nos sentiremos bien cuando logremos algún objetivo; es decir, que todo esfuerzo tendrá su recompensa a nivel biológico. Por otro lado, ¿alguna vez te has preguntado por qué te sientes tan bien después de un esfuerzo físico o de haber reído? Porque el cerebro decide premiarte con un puñado de endorfinas, otro neurotransmisor que nos provoca un gran placer. Lo bueno de las endorfinas es que son un gran antídoto contra el estrés, el miedo o el dolor.

Quizás te sorprenda saber que existe otra sustancia que produce nuestro cuerpo que popularmente se la ha bautizado como «neurotransmisor de la felicidad»: la serotonina. Mantener una buena dieta, dormir bien, la práctica de deporte, tomar el sol, meditar o, en definitiva, mantener un nivel de vida sano y saludable nos va a provocar estar emocionalmente en mejor estado. La serotonina tiene una gran incidencia en nuestros estados de ánimo, vida sexual y amorosa o vida social, entre otros aspectos. Finalmente, me referiré a nuestra amiga la oxitocina, una hormona que produce nuestro cerebro y que es responsable de los grandes vínculos que establecemos entre las personas. De hecho, se la conoce como «hormona del amor», del de verdad, por lo que una forma natural de producirla es dar amor y trabajar la empatía. Parece fácil pero soy consciente que no siempre lo es. Y no me refiero al amor de pareja, sino al que se brinda a través del cuidado, de la solidaridad, de la ayuda, del servir y dar sin esperar nada a cambio. Amor incondicional por la otra persona en tanto que ser humano. Una buena manera de generar oxitocina es, por ejemplo, mediante los abrazos.

La felicidad ocupa un lugar tan elevado en nuestras prioridades que no creo que haya mucho debate al respecto. Pero ¿es tan importante como hasta para que incluso haya Estados que la integren en sus políticas? La respuesta es sí. Existe uno en concreto que ha desarrollado su propio Índice de Felicidad Bruta y al que da más importancia que al Producto Interior Bruto. Me refiero al Reino de Bután, un pequeño país asiático que evalúa nueve áreas de la vida de sus ciudadanos para saber cuáles son los niveles de felicidad poblacional y tomar acciones en un sentido positivo para ellos. Este índice, que fue creado en 1972, observa el bienestar psicológico de las personas, la salud que tienen, la educación que poseen y reciben, la forma en que consumen el tiempo, la diversidad cultural y resiliencia ante eventos desafortunados, el buen gobierno, la vitalidad de la comunidad, la diversidad ecológica y los estándares de la vida de sus gentes. ¿Cómo te quedas?

Pero, probablemente, y aquí es donde la ciencia aparece, el estudio que más crédito da a esta «gran palabra» es uno que lleva décadas realizándose por la Universidad de Harvard, denominado Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard. Desde 1938, esta prestigiosa universidad estadounidense evalúa qué nos hace felices, preguntando lo mismo siempre a las mismas personas durante decenios. A medida que han pasado los años, muchos de los participantes originales han fallecido y se han ido incorporando nuevos, teniendo en cuenta la diversidad social, racial y de género. Lo interesante de todo ello son las conclusiones a las que se ha llegado, algunas de ellas muy reveladoras: lo que verdaderamente parece hacernos felices son las personas.

Para ir al grano, las buenas relaciones nos hacen más felices, más saludables y nos permiten vivir más. Tras este gran titular se esconden, principalmente, tres puntos clave. En primer lugar, que estar conectados a otras personas es positivo para nosotros, habiéndose demostrado que la soledad nos lleva incluso a morir antes de lo debido. En segundo lugar, el número de relaciones que tengamos no es importante, lo que es esencial es la calidad de dichas relaciones y su cercanía. Por ello, la obsesión por tener más contactos en redes sociales para así sentirnos más llenos es una falacia, pues escapa de cualquier justificación científica, y solo se basa en una creencia equivocada y dañina. Además, este segundo aspecto clave nos obliga de alguna forma a huir de aquellas personas conflictivas y tóxicas. De hecho, nos acabamos convirtiendo, involuntariamente, en un reflejo de las personas con las que más nos relacionamos, lo que nos debería obligar a elegir cuidadosamente con quien destinamos nuestro tiempo. Y, en tercer lugar, el estudio destaca que las buenas relaciones, es decir, aquellas en las que sabes certeramente que puedes contar con la otra persona, protegen nuestro cuerpo y cerebro.

Parece que, según Harvard, la felicidad genuina va de personas, lo que, tal vez, es más que evidente. ¿Qué sería la vida sin las personas? La palabra vida, en sí misma, carecería de sentido para nuestra especie. Aquí te hablaré de una de esas conversaciones que te ponen en su sitio. En su momento, yo me sentía decaído, con los ánimos por los suelos, porque en mi empresa Efficient Happiness habíamos perdido una venta importante con una empresa multinacional que, para postre, nos hubiera dado más proyectos a futuro. Además, todo se produjo por motivos ajenos a la negociación; fue de esos momentos en que la mala suerte decide aparecer. Así que llamé a mi amigo Miguel para desahogarme y «llorar mis penas». La cosa fue así:

—Hola Miguel, necesitaba hablar contigo. ¿Cómo estás?

—Mal, Antonio. Un amigo de mi mujer ha muerto repentinamente. Cuarenta años y sin patologías previas... ¿Tú cómo estás? ¿De qué querías hablar?

—Lo lamento muchísimo... Yo bien... nada, eran cosas banales, sin importancia...

En esos momentos la vida te recuerda, una vez más, que lo verdaderamente importante son las personas. Recuerdo, también, levantarme y abrazar a mi mujer. En la vida vamos a sentirnos mal por diversas razones y, la mayoría de las veces, los motivos que propician nuestras emociones negativas tienen solución. Como me gusta decir, cuidar a las personas que más queremos es un deber, ya que son lo más grande que tenemos. Es algo que no es negociable y, sea como fuere, siempre acabamos arrepintiéndonos de no hacerlo, quizás por orgullo o rencor, pero, créeme que esos sentimientos no sirven para nada bueno. De hecho, hay una frase que el prestigioso psiquiatra austríaco Viktor Frankl plasmó en su famoso libro El hombre en busca de sentido que aúna exactamente esta realidad: «El hombre desposeído de todo en este mundo todavía puede conocer la felicidad si contempla al ser querido».[4] Tengamos en cuenta que estas palabras de Frankl aparecen después de haber estado preso en distintos campos de concentración nazis.

Como hemos visto, la felicidad tiene muchas caras; aquí comparto contigo algunos ejemplos que me parecen ilustrativos para que puedas reflexionar y te ayuden a responder esa pregunta que nos persigue como especie: ¿qué es la felicidad? Recuerda que tu respuesta solo la tienes tú.

¿Y para Antonio qué es la felicidad? Esta pregunta tenía que llegar tarde o temprano. Es verdad que está muy bien que te explique qué es la felicidad para otros y que, en algún fragmento, te dé pistas sobre mi opinión, pero lo justo es que me moje y te explique, sin tapujos, cómo entiendo yo la felicidad. Y repito, es mi punto de vista más personal y subjetivo, que podrás, legítimamente, compartir o no. Lo único que te anuncio es que todo lo que te voy a contar sé que es verdad para mí, porque se basa en mis experiencias personales y constituye los cimientos de mi vida actual.

MI RECETA PERSONAL DE LA FELICIDAD

Cuando era pequeño y me preguntaban qué quería ser de mayor solía responder lo mismo: ser feliz. Confieso que no tenía ni idea de qué era la felicidad; quizás, por aquellos aproximadamente doce años de vida, la concebía como un estado de alegría, placer o satisfacción. Pero a medida que fui creciendo y, sobre todo, cuando empecé a cuestionarme las cosas que me rodeaban y a descubrir el mundo, empecé a darme cuenta de que todavía no me había topado con esa felicidad que fuera el motor de mi día a día. De hecho, no fue hasta el inicio de mi vida laboral cuando entendí que no podía ser feliz haciendo lo que hacía. Es verdad que el ámbito profesional tenía casi todo el peso pero su influencia en otros aspectos de mi vida era atroz. Tenía claro que mi obligación era encontrar un equilibrio, un balance que me hiciera ser realmente yo y me permitiera descubrir mi verdadero camino y cometido.

Desde que empecé a cuestionarme lo que conformaba mi vida y, en consecuencia, a interpelarme continuamente sobre mi felicidad, entendí que lo que había hecho hasta ese momento era dejarme llevar por lo que denomino «inercia vital». Sin saber cómo, había acabado girando de forma involuntaria en una especie de rueda a merced de las circunstancias que me rodeaban, algunas, completamente desalineadas con lo que yo sentía que era. Encontrarte en esta situación hace que pierdas de perspectiva tu verdadero yo y, algo peligroso, que el tiempo corra vertiginosamente mientras estás en ese terreno de la duda.

¿Cuándo me di cuenta de esta realidad? No existe un momento concreto pero sí un período determinado, con hitos puntuales, que propiciaron a que cambiara mi vida y la encaminase a mi verdadera felicidad. El descubrimiento y comprensión de este estado emocional se produce, paradójicamente, a través de mi infelicidad. Saboreé la amargura existencial de mi vida en los primeros años de etapa profesional, un momento en el que sentí que dejé de brillar, en el que apagaba la luz de los de mi alrededor, en el que mi sombra podía dañar los sentimientos de otras personas. Un capítulo en el que, en definitiva, viví lo que defino como mi más profunda y absoluta despersonalización. Debo decir que, aunque resulte extraño, estoy plenamente satisfecho con haberla vivido porque, de lo contrario, no tendría la vida que tengo hoy ni me estarían pasando las cosas increíbles que me suceden. La principal vivencia es tener la maravillosa familia que tengo y, a nivel material, un brillante ejemplo es poder escribir este libro. Por ello, como primer aprendizaje explícito, te animo a que no te arrepientas de nada que hayas vivido, simplemente aprovéchalo para lo que pueda venir en el futuro.

Sentir que había dejado de reír, de animarme, de disfrutar en la mayoría de mi tiempo hizo que, por obligación, excavara en