Fidel Maíz - José Zanardini - E-Book

Fidel Maíz E-Book

José Zanardini

0,0

Beschreibung

Fidel Maíz es uno de los más polémicos y controvertidos protagonistas de la Guerra Guasu. Culto, inteligente y sumamente prespicaz, atrapado en una enmarañada red de intrigas por su cercanía al poder de los López. El doctor Zanardini en esta obra presenta y desentraña la personalidad del padre Maíz, quien tuvo una destacada actuación durante la etapa final del conflicto al colaborar con su pluma y sus acciones con el mariscal López. La biografía se extiende hasta la posguerra y detalla el rol que le cupo desempeñar a Maíz en la reorganización de la Iglesia Paraguaya.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 155

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



José Zanardinifidel maízUn cura controvertidocolecciónprotagonistas de la guerra guasu grupo editorial atlas

Prólogo

Fidel Maíz es, posiblemente, una de las personalidades históricas más controversiales de la historia paraguaya. Su gran erudición, su cercanía a la familia López, sus ideas con respecto al Gobierno y a su rol como fiscal de sangre en San Fernando, Fidel fue un ser humano polifacético y polémico.

Esta biografía, escrita por el doctor José Zanardini, aborda las diversas facetas de este religioso paraguayo que tuvo una activa y prolongada vida; hombre consultado por varios jefes de Estado, desde Carlos Antonio López hasta los que gobernaron a comienzos del siglo xx, e intelectual dedicado al estudio y a la meditación que prontamente se recluyó en su natal Arroyos y Esteros a escribir, enseñar y reflexionar sobre su agitada participación en la vida política del Paraguay de la preguerra, la guerra y la posguerra.

El autor analiza en varios pasajes de la obra las controversias y los dilemas a los que se enfrentó Fidel, trata de presentar de la forma más clara posible por qué Maíz —de ser humillado, apresado y juzgado por Francisco Solano López— terminó siendo uno de sus más férreos defensores y cercano colaborador.

Herib Caballero Campos Marzo de 2020

Premisa

Durante una clase universitaria de Ciencias Sociales pregunté a mis alumnos si habían escuchado hablar de Fidel Maíz; después de un silencio, surgieron estas respuestas:

“Yo creo que fue un cura muy malo, porque mandó a matar a su obispo”.

“Me parece que fue prisionero político por varios años y fue liberado por el mariscal López”.

“Fidel Maíz acompañó al mariscal López hasta su muerte en Cerro Corá”.

“Fue un excelente orador, intelectual y político”.

“Fundó una escuelita en Arroyos y Esteros, y se dedicó con amor a la docencia por muchos años”.

“Yo escuché que cometió varios errores como cura y, entonces, el papa lo condenó a no hacer más misas”.

“Mi bisabuela me dijo que era un santo varón perseguido”.

“Fue un mentiroso y embaucador”.

“Tengo la idea de que el padre Fidel Maíz fue un político ambicioso y sediento de poder”.

“A mí me dijeron que él inventó la conspiración contra el mariscal López, lo que desató una furia asesina contra los supuestos conspiradores; entre ellos, el obispo Palacios”.

A una simple mirada sobre estas respuestas, nos damos cuenta de la complejidad de la figura de Fidel Maíz.

¿Cómo escribir sobre una figura tan controvertida de nuestra historia patria? Fue un presbítero del cual se han escrito muchas páginas y redactado numerosos discursos. ¿Dónde está la verdad? Para algunos, fue un criminal, un político oportunista revestido de cura, un fanático del poder y de la política; para otros, fue una de las mentes más lúcidas, el intelectual más influyente de su siglo; para otros, fue sencillamente un cura que cumplió su servicio ministerial con pasión y altura, aceptando las penas canónicas recibidas por la Santa Sede, y reconociendo humildemente sus errores y pecados.

En su larga vida, desde el 1828 hasta el 1920, pasó por innumerables situaciones religiosas, políticas y sociales que no siempre le resultaron favorables, pero su espíritu de fortaleza religiosa le permitió discernir, dominar y superar los periodos más duros y oscuros de su existencia.

capítulo i

Antes de la guerra

Infancia y juventud

Nació en Arroyos y Esteros, pueblo situado a unos kilómetros al norte de Asunción que, como insinúa su nombre, está cerca de un gran esteral que durante las lluvias —con el consecuente desborde de los ríos— se convierte en una inmensa laguna. El abuelo paterno, de origen español, había infundido a la familia Maíz principios sociales y políticos democráticos; por tal razón, los Maíz no eran bien vistos por el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia.

Un tío de Fidel, hermano del papá, era el presbítero Marco Antonio Maíz; fue diputado en el Congreso de 1816 y, por haber opinado contra la dictadura perpetua, fue encarcelado por más de 14 años; luego, sería nombrado obispo auxiliar de Asunción en 1845. Otro tío suyo fue fusilado por orden del dictador Rodríguez de Francia.

Cuando Fidel tenía 12 años, en 1840, en la casa de Maíz llegó un soldado a contar, llorando, la muerte del dictador Francia. El niño, emocionado por esa escena, también lloró, y esto le valió el reproche y el castigo del papá. “No se llora, mi hijo, por la muerte de un dictador”, le dijo.

Desde temprana edad, Fidel reveló interés por los acontecimientos públicos, preguntando, conversando, leyendo y reflexionando. Había sido enseñado a leer y escribir por su propio padre. En aquel tiempo no era fácil acceder a escuelas, que tampoco existían en la mayoría de los pueblos del interior.

Hacia los 14 años, en 1842, su papá lo envió a Asunción para frecuentar la Academia Literaria fundada por Carlos Antonio López, en la que era director el tío de Fidel, el presbítero Marco Antonio Maíz. Ahí encontró dos compañeros de estudios muy influyentes en su vida en los años turbulentos de la Guerra Grande: se trataba nada menos que de Francisco Solano López, futuro mariscal y presidente de la República, y de Manuel Antonio Palacios, futuro obispo de Asunción, fusilado por orden del mariscal en 1868 tras una acusación de conspiración firmada por el presbítero Fidel Maíz en su función de fiscal de guerra. En aquellos años, los tres compañeros Maíz, Palacios y López no se imaginaban ni de lejos lo que habría sucedido en Paraguay, y cómo los vaivenes de la historia habrían descompuesto las relaciones amistosas que comúnmente los compañeros de estudios llevan adelante y conservan también en edad adulta.

El rector presbítero Marco Antonio Maíz tomó muy a pecho la formación intelectual y espiritual de su sobrino Fidel Maíz, y este estaba muy interesado en Filosofía, Literatura, Ciencias Sociales y acudía al tío para profundizar varias materias.

A los 17 años, Fidel hizo su primer viaje a Cuiabá (Brasil) para la ordenación de dos obispos paraguayos: Basilio López y su tío Marco Antonio Maíz como obispo auxiliar. Fue un acontecimiento de gran honor para la familia Maíz tener un pariente obispo.

Fidel consideró a su tío obispo como un segundo padre y lo acompañó en todas las visitas pastorales que él cumplía en el interior del país. Tuvo así la posibilidad de conocer el “Paraguay profundo”, las situaciones socioeconómicas, las aspiraciones políticas, la vida con sus luces y sombras de las poblaciones rurales y campesinas. En estos viajes no faltaban momentos en los que el obispo diera clase de filosofía y teología a Fidel. Fue un gran dolor cuando el tío murió en 1848. Fidel tenía 20 años y una preparación intelectual superior; hablaba y escribía con precisión y profundidad, así que el obispo Basilio López lo nombró notario eclesiástico del obispado, cargo que desempeñó con mucha solvencia en forma gratuita hasta 1856.

La vida eclesiástica

Fidel Maíz, con la ordenación sacerdotal impartida por el obispo Basilio López en abril de 1854, entró definitivamente en la estructura eclesiástica de la religión católica.

El obispo Basilio, hermano del presidente Carlos Antonio López, se distinguió por su vida austera y su dedicación a la Iglesia hasta su muerte, en 1859.

¿Cómo estaba la Iglesia católica en ese tiempo? Según el historiador Francois Chartrain, el clero era intelectualmente poco formado y relajado en sus hábitos. Con pocas excepciones, “el clero era ignorante, santurrón en exceso y librado a todos los desórdenes que acompañan ordinariamente las supersticiones. Varios curas y monjes no tenían vergüenza en tener públicamente concubina”.

Estas conductas probablemente eran generalizadas, ya que después de la muerte de Francia, el vicario general y juez eclesiástico de Asunción envió, en 1841, una carta al clero en la que señalaba los errores y debilidades: “Siendo cierto que la ignorancia mancha el estado eclesiástico y sacerdotal, y es madre de errores y vicios, ordeno que todos los clérigos se apliquen a un estudio serio, metódico y bien sostenido en las Santas Escrituras […].

[…] Muchos fieles ignoran los principios elementales de nuestra religión y caen lastimosamente en varios errores y herejías originadas en la lectura de ciertos libros prohibidos por la Iglesia. Prohíbo a todo clérigo los juegos de suerte o fortuna, riña de gallos y de carreras, y otras inventadas por el enemigo común […] debiendo estar entendido que esos dineros y alhajas son bienes eclesiásticos […]. Finalmente, prevengo a mis amados hermanos se abstengan de la sensualidad, lascivia y demás desórdenes diametralmente opuestos a la santidad y pureza del estado sacerdotal”.

Dos médicos suizos, Rengger y Longchamp, quienes se entrevistaron con Rodríguez de Francia, en 1827, escribieron: “El objeto principal de su conversación eran los frailes; les acusaba de orgullo, de costumbres depravadas, de toda especie de intriga y se quejaba altamente de la tendencia que tenía el clero en general a substraerse a la autoridad del Gobierno”.

Es oportuno mencionar la política eclesiástica de Francia, porque esta nos ayuda a comprender el periodo de los López y sus relaciones con la Iglesia; es en ese contexto eclesial y político que Fidel Maíz actuó, sufrió y colaboró.

Nos recuerda Chartrain que Rodríguez de Francia, a pesar de descuidar la Iglesia, la religión y el clero, y burlarse también de ellos, no cayó en el error de perseguir a la Iglesia directamente, más bien se limitó a desprestigiar sus instituciones. Consideraba al clero como su último bastión enemigo, luego de haber reducido a todos los otros opositores políticos al silencio.

Según Francia, las instituciones de la Iglesia reunían tres elementos altamente negativos: refugio de superstición, malas costumbres y oposición política. A partir de 1816, suprimió las procesiones religiosas, excepto algunas, como la de Corpus Christi y de Nuestra Señora de la Asunción.

Muy fuerte fue el impacto al cerrar el Colegio y Seminario de San Carlos, único colegio secundario del país que cultivaba las vocaciones al Estado eclesiástico. El 20 de setiembre de 1824, Francia suprimió los conventos e impuso al clero regular (o sea al clero de las congregaciones religiosas) de irse al exilio o pasar al clero diocesano; esto era para terminar con ese grupo de curas hostiles a la dictadura.

Carlos Antonio López

Después de la muerte de Francia (1840), se constituyó una primera Junta; luego, una segunda, la Comandancia General de Armas y, después, el consulado de Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso.

Después de tres años de consulado, se reunió al Congreso, que eligió en 1844 a Carlos Antonio López como presidente de la República por un periodo de 10 años.

¿Cómo encontró a la Iglesia el nuevo presidente? Escribió Bernardo Capdevielle: “La Iglesia ofrece un espectáculo lamentable, casi lúgubre, como si un rayo destructor la hubiera sumido en la desolación y la ruina. El obispo y los sacerdotes habían recibido de Francia toda clase de persecuciones, menos la palma de martirio; esta fue la única gloria que faltó a los ministros de Jesucristo para que pudieran compararse con las víctimas del tirano. Si la Iglesia paraguaya ofrecía este espectáculo, era precisamente porque las palmas del martirio no le fueron otorgadas por un dictador demasiado sutil para ellos, pese a los clérigos ejecutados o presos durante largos años. Una Iglesia perseguida por su condición se habría revigorizado al desaparecer su verdugo”.

Los cónsules declaraban en el Congreso extraordinario de 1842: “A vosotros no se oculta la escasez a la que está reducido nuestro clero. De 83 parroquias extensas que tiene la República, sin incluir un gran número de capillas, oratorios públicos y auxiliares, las de nueva creación en la frontera, y las que se han restablecido entre el Uruguay y Paraná, 50 de las primeras son servidas por eclesiásticos de avanzada edad”.

El dictador Rodríguez de Francia había prohibido el ingreso al país de sacerdotes extranjeros y el obispo García Panes no había ordenado nuevos sacerdotes durante la dictadura, por lo que la Iglesia estaba reduciéndose hasta casi extinguirse el clero.

Fidel Maíz, a la edad de 25 años, fue ordenado sacerdote por el obispo Basilio López en 1854 y, luego, nombrado párroco de Arroyos y Esteros, donde permaneció en servicio pastoral varios años. Pero Carlos Antonio López, cuando fundó el Seminario Clerical del Paraguay en 1859, nombró al padre Fidel Maíz como primer rector y catedrático de Teología moral, Oratoria sagrada, Liturgia y Derecho canónico. El presidente López seguía muy de cerca la vida académica, presenciando en los exámenes, y todos los días se encontraba con Fidel Maíz, con quien estableció una relación basada sobre el mutuo aprecio y entendimiento. Bajo la dirección de Maíz, joven cura, elocuente y liberal, el Seminario adquirió gran prestigio en el Paraguay, y Fidel Maíz se hizo conocer y apreciar por los jóvenes y la sociedad asuncena.

Padre Fidel Maíz es encarcelado

Poco duró su periodo exitoso como rector y educador brillante. Las intrigas entraron a ofuscar su labor, y dañar su imagen y reputación. Leamos parte de su mismo diario titulado Etapas de mi vida, publicado en 1919.

“El 10 de setiembre del 1862 falleció el presidente don Carlos Antonio López. Me cupo la suerte de cerrarle los ojos previa administración de los últimos sacramentos y demás auxilios espirituales. Hice también los oficios de su entierro, presente cadáver, y terminada la misa pronuncié una oración fúnebre en la que deploraba la pérdida de aquel gran ciudadano, que hizo un gobierno muy laborioso y patriótico, que realzó el nombre del Paraguay hasta dejarlo por su progreso y bienestar como la primera potencia de esta parte de América. Hago esta mención para dar a comprender que me encontraba entonces en la mejor y más amistosa relación social con el general don Francisco Solano López, hijo del extinto presidente, a quien le sucedió en el mando supremo de la nación el 16 de octubre de 1862. Fue él quien me prefirió entre todos los demás sacerdotes para oficiar los solemnes funerales de su señor padre, ya que el obispo don Juan Gregorio Urbieta se hallaba en aquella ocasión gravemente enfermo. No hago mérito de esto, hago sí honor, pero también hago constar el fenómeno de que apenas pasaron 46 días y ya fui transformado, no diré en el último de los miembros del clero nacional, sino en el peor, en el más criminal de todos ellos. ¿A qué se debió semejante cambio?”.

Veamos el contexto para comprender la compleja situación que se creó en tan corto plazo. En 1859 murió el obispo Basilio A. López, dejando poco clero en la diócesis. Por eso, el presidente don Carlos Antonio López fundó el nuevo Seminario y dio completa confianza a Fidel Maíz para organizarlo, dirigirlo, darle prestigio y brillo. El presidente tomó a pecho el desarrollo de dicho seminario hasta el punto que Fidel escribió en su diario: “Casi diariamente tenía que verme con don Carlos, hombre de vastos conocimientos, máxime en los cánones. Fue profesor en el colegio exjesuítico y para eso recibió tonsura clerical, porque las cátedras eran de beneficio eclesiástico. Debo confesarlo: deudor le soy de las más acertadas advertencias para la mejor marcha del Seminario, del que mucho se interesaba”.

Bajo la inteligente dirección de Maíz, el Seminario prosperó y adquirió un buen nivel formativo e intelectual, pero a los pocos años, al fallecer Carlos Antonio López, en 1862, las cosas cambiaron. Relató Maíz: “Vino el cambio de gobierno, que fue fatal para mí. Tanto como me estimaba el padre, así el hijo no tardó en mirarme con espíritu prevenido, a causa de pequeños incidentes de desagrado habidos involuntariamente. Uno de los incidentes fue que la señora Elisa Lynch me mandó decir una vez que quería que le bautizase a uno de sus hijos, cosa a que con todo gusto me comprometí. Llegado el día, me pasó el aviso de que me esperaba con toda la corporación de seminaristas para hacer el bautismo solemne en su casa. Semejante recado me sorprendió, pues esperaba administrar el bautismo en la Catedral y no pude menos que pedirle disculpa desde que no me era dado hacerlo solemnemente en su domicilio, no estando por otro lado enfermo el niño. La señora Lynch se dio por disgustada, lo mismo que el general López, cuyo hijo era el bautizando”.

Maíz había sido invitado a celebrar el bautismo por ser el cura más encumbrado en ese momento, un intelectual y orador muy conocido, rector del Seminario y en vista para ser obispo, considerando sus destacadas capacidades en varios ámbitos. La negación a la Sra. Lynch pudo haber tenido su peso, pero el destino quiso que, tras la negativa de Maíz a celebrar el bautismo, la familia presidencial pidiera el oficio a otro destacado sacerdote, Manuel Antonio Palacios, condiscípulo de Solano López en la Academia Literaria al igual que Maíz.

En aquel tiempo, Palacios era párroco de Villeta y consintió hacer el bautismo en la casa misma de la Sra. Lynch y Francisco Solano López. Con esto, la amistad entre Palacios y Francisco Solano López se fortaleció. A partir de eso, continúa Maíz: “El presbítero Palacios no se separó de López; era que se tramitaba su presentación como obispo coadjutor con derecho a suceder al obispo diocesano. Mientras tanto, el presbítero Palacios había establecido un espionaje secreto sobre mi proceder en el Seminario, y llegó a apercibirse así de que yo deseaba una nueva Constitución política, en reemplazo de la del 1844, que daba al presidente atribuciones extraordinarias y dictatoriales.

Yo conocía bien a fondo el carácter del general López y el poder omnímodo de que iba a investirse al ser electo presidente de la República. Por eso mismo deseaba una Constitución que le quitara las facultades absolutas y pusiera un freno a posibles arbitrariedades. Conocía bien cómo había sido mimado por el poder desde la más temprana edad; apenas tenía 15 años cuando ya coronel organizó la guardia nacional y a los 17 años cuando ascendió a general de brigada con mando en jefe del Ejército paraguayo en operaciones fuera del país […]. Aquel joven militar mal podría transigir con idea alguna que pudiese traducirse en una oposición a su persona y mucho menos al sistema establecido de gobierno […]. Y el presbítero Palacios, interpretando a su modo mis ideas, llevó la denuncia de esta exclamación, que se me había escapado al escuchar las salvas y repiques por la elección del nuevo presidente. ¡Para cuántos serán dobles estos repiques! El general López se dejó sugestionar hasta el extremo de ordenar mi prisión, destituyéndome del Rectorado, y vino aquel injusto proceso al que fui sometido”.

Maíz fue encarcelado el 4 de diciembre de 1862 y comentó luego que el delator (Palacios) que consiguió hacerle víctima habría caído poco años después, tan en desgracia que hasta será fusilado (1868).

“Preso ya, con una barra de grillos e incomunicado —continúa Maíz—, tuve que pasar por el tamiz de dos comisiones especiales con facultades retroactivas: una en lo civil y político, y otra en lo eclesiástico y religioso. Prescindiré de mi enjuiciamiento ante la comisión civil presidida por el general Wenceslao Robles y voy a concretarme ahora a lo que me pasó ante el tribunal eclesiástico. Allí se me acusó de haber claudicado en la fe y pervertido el sentimiento religioso de mis educandos. Debo emitir aquí una vez más mi acción de gracias a Dios, que jamás, en los momentos más desesperados en lo humano, permitió se me debilitase la confianza en su adorable Providencia […]. Con este fondo de fe pude soportar los más grandes sufrimientos y penalidades. Y así me he salvado, Dios mediante, de trances los más peligrosos y terribles de la vida, que forman una cadena no interrumpida de sacrificios y pruebas espantosas, hasta aquí tenazmente persistentes”.