Fracaso - Mark Weisbrot - E-Book

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Mark Weisbrot

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¿Cómo es posible que, a casi una década del comienzo de la crisis, la tasa de desempleo en la zona eu-ro duplique aún la de EEUU? ¿A qué se debe la prolongada desaceleración económica que padecieron los países de bajos y medianos ingresos en las dos últimas décadas del siglo xx, y qué tuvo el Fondo Monetario Internacional que ver en ello? ¿Por qué América Latina ha sido capaz de lograr una reducción sustancial de la pobreza en el siglo XXI, tras más de dos décadas perdidas? En Fracaso. Lo que los "expertos" no entendieron de la economía global, Mark Weisbrot da cumplida respuesta a estas y otras cuestiones en lo que constituye un brillante y descarnado trabajo de demolición de las políticas económicas que, orquestadas por organismos como el FMI o el Banco Central Europeo, han llevado a la miseria a millones de personas. "Weisbrot revela los perniciosos efectos del asalto neoliberal orquestado contra la gente en todas partes, sea en la rica y desarrollada Europa o en el Sur Global, y desmonta las doctrinas de gobernanza económica dominantes, no sólo profun-damente antidemocráticas, sino que además socavan las políticas sociales que beneficiaban a la inmensa mayoría. [...] Una investigación oportuna, inapelable y tremendamente valiosa." Noam Chomsky, MIT "Mark Weisbrot desmonta los delirios de Europa y del FMI y también muestra, a modo de contraste, cómo Argentina, Bra-sil, Bolivia y Ecuador han preparado el éxito de la rebelión contra el proyecto neoliberal." James K. Galbraith, University of Texas-Austin "Escrito por uno de los economistas más agudos, críticos y certeros en sus análisis de la realidad económica que hoy existe en el mundo occidental [...], Fracaso. Lo que los "expertos" no entendieron de la economía global destruye, punto por punto, ladrillo a ladrillo, el enorme edificio ideológico basado en el dogma neoliberal.

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Akal / Pensamiento crítico / 50

Mark Weisbrot

Fracaso

Lo que los «expertos» no entendieron de la economía global

Traducción: Juanmari Madariaga

Prólogo: Vicenç Navarro

Prefacio: Ha-Joon Chang

¿Cómo es posible que, a casi una década del comienzo de la crisis, la tasa de desempleo en la zona euro duplique aún la de EEUU? ¿A qué se debe la prolongada desaceleración económica que padecieron los países de bajos y medianos ingresos en las dos últimas décadas del siglo xx, y qué tuvo el Fondo Monetario Internacional que ver en ello? ¿Por qué América Latina ha sido capaz de lograr una reducción sustancial de la pobreza en el siglo xxi, tras más de dos décadas perdidas?

En Fracaso. Lo que los «expertos» no entendieron de la economía global, Mark Weisbrot da cumplida respuesta a estas y otras cuestiones en lo que constituye un brillante y descarnado trabajo de demolición de las políticas económicas que, orquestadas por organismos como el FMI o el Banco Central Europeo, han llevado a la miseria a millones de personas.

«Weisbrot revela los perniciosos efectos del asalto neoliberal orquestado contra la gente en todas partes, sea en la rica y desarrollada Europa o en el Sur Global, y desmonta las doctrinas de gobernanza económica dominantes, no sólo profundamente antidemocráticas, sino que además socavan las políticas sociales que beneficiaban a la inmensa mayoría. [...] Una investigación oportuna, inapelable y tremendamente valiosa.» Noam Chomsky, MIT

«Mark Weisbrot desmonta los delirios de Europa y del FMI y también muestra, a modo de contraste, cómo Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador han preparado el éxito de la rebelión contra el proyecto neoliberal.» James K. Galbraith, University of Texas-Austin

«Escrito por uno de los economistas más agudos, críticos y certeros en sus análisis de la realidad económica que hoy existe en el mundo occidental [...], Fracaso. Lo que los «expertos» no entendieron de la economía global destruye, punto por punto, ladrillo a ladrillo, el enorme edificio ideológico basado en el dogma neoliberal.» Vicenç Navarro, Universidad Pompeu Fabra

«Una importante contribución al debate mundial escrita por uno de los críticos más importantes del discurso neoliberal.» José Antonio Ocampo, Columbia University y exsecretario general de la ONU para Asuntos Económicos y Sociales

«El libro de Weisbrot rompe con los discursos convencionales sobre la crisis de la eurozona. En un lenguaje claro y accesible, ofrece una alternativa a la búsqueda desesperada de soluciones para la economía mundial contemporánea.» Sarah Babb, Boston College

«Una lectura obligada para cualquier persona que intente comprender la política mundial contemporánea.» Greg Grandin, New York University

Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research en Washington, DC. Doctor en Economía por la Universidad de Michigan, es coautor con Dean Baker de Social Security: The Phony Crisis, y ha escrito numerosos trabajos de investigación sobre cuestiones políticas y económicas. Sus comentarios y artículos de opinión han aparecido en los principales periódicos de Estados Unidos y en muchos otros países, y aparece con frecuencia en programas nacionales e internacionales de televisión y radio. También es presidente de Just Foreign Policy.

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

Antonio Huelva Guerrero

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Failed. What the «experts» got wrong about the global economy

© Oxford University Press, 2015

© Ediciones Akal, S. A., 2016

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4326-3

PRÓLOGO

La desmitificación del dogma neoliberal

Vicenç Navarro[1]

El neoliberalismo ha sido la doctrina económica dominante en los foros económicos y financieros más importantes del mundo occidental, cuya aplicación, a través de las políticas impuestas a la población por organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea, El Consejo Europeo, el Eurogrupo y el Banco Central Europeo, ha tenido un impacto demoledor en el bienestar de las clases populares de los países expuestos a tales políticas. El dominio de esta doctrina se basa en su promoción en los mayores medios de información y persuasión existentes a ambos lados del Atlántico, altamente influenciados, cuando no controlados, por los conglomerados financieros y económicos a los que tal doctrina sirve.

A partir de la década de los años ochenta del siglo pasado, dicha doctrina alcanzó el nivel de dogma, que se ha reproducido a base de fe más que de evidencia empírica que lo avale. En realidad, tal evidencia no existe, pues todo el edificio ideológico que lo sustenta se apoya en unos cimientos falsos, fácilmente destructibles según el conocimiento científico disponible.

De ahí la enorme importancia de este libro, escrito por uno de los economistas más agudos, críticos y certeros en sus análisis de la realidad económica que hoy existe en el mundo occidental, el Sr. Mark Weisbrot, codirector del conocido, por su rigor y solvencia, Center for Economic and Policy Research, de Washington D.C., EEUU. El libro destruye, punto por punto, ladrillo a ladrillo, el enorme edificio ideológico basado en el dogma neoliberal. Es un libro que debería conocerse y difundirse ampliamente, pues muestra de una manera convincente que «el rey va desnudo», aunque pocos se atrevan a mostrarlo o decirlo.

Ya en el primer capítulo, titulado «Problemas de Eurolandia: cuando la cura afirma la enfermedad», muestra la nula credibilidad del argumento presentado por la Troika (el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo) de que la crisis, que se inició en el año 2008 en las economías europeas, se debía al supuestamente masivo gasto público y consecuente crecimiento de la deuda pública. Esta interpretación de la Gran Recesión fue la que generó las políticas de austeridad y de recortes que han debilitado, cuando no desmantelado, el Estado del Bienestar en la mayoría de países europeos, con especial profundidad en los periféricos como España, Grecia, Portugal e Irlanda. En realidad, los datos, fácilmente accesibles pero raramente publicados en los mayores medios de información y persuasión (que actúan como cajas de resonancia del dogma neoliberal), muestran, como bien documenta este libro, que, con la excepción de Grecia, ninguno de los países supuestamente laxos con su política fiscal tenía deudas públicas impagables o excesivas. España, por cierto, es un caso claro de ello. Al Estado español se le acusó de irresponsable por la supuesta exuberancia de su gasto público, cuando, en realidad, sus cuentas mostraban un claro superávit público.

Mark Weisbrot muestra cómo las políticas de austeridad se impusieron (y digo impusieron, pues tales políticas no aparecían en la oferta electoral de los partidos gobernantes) a la población a fin de crear una crisis que hiciera más aceptables aquellos sacrificios, que tenían como objetivo último beneficiar a los intereses de los grupos económicos y financieros que estaban promoviendo el neoliberalismo. Como ya había indicado Naomi Klein en su bien conocida tesis de La doctrina del shock, las élites gobernantes crean crisis a fin de que la población haga sacrificios (bajo la justificación de que no hay alternativas posibles) que no hubiera aceptado si se hubieran seguido procesos democráticos. No es mera casualidad que estas políticas neoliberales impuestas a la población hayan requerido una reducción muy notable del edificio democrático en estos países. El cambio de la Constitución española, poniendo como primera responsabilidad del Estado pagar la deuda pública (en cuestión de horas, con plena nocturnidad y alevosía), o el corralito en Grecia, impuesto por el Banco Central Europeo, son ejemplos de ello. Los dirigentes de la Troika eran plenamente conscientes de que la población no aceptaría las políticas que les estaban imponiendo, a no ser que se presentaran como las únicas posibles para salir de la crisis que ellos mismos habían creado.

Un tanto semejante ocurrió y continúa ocurriendo con las políticas impuestas por la Troika en las reformas laborales, que tenían como objetivo la reducción de los salarios, el aumento de la precariedad y el crecimiento de desigualdades. De nuevo, es imposible que la Troika no fuera consciente del enorme daño que estas políticas tendrían en las clases populares de los países de la Eurozona. Sus políticas promovidas en esta área habían sido ya aplicadas en otros continentes, con idénticos resultados. La evidencia mostrada por Mark Weisbrot (tanto en Latinoamérica como en Asia) es igualmente convincente. En base a la evidencia existente, era fácilmente predecible que tales intervenciones tendrían aquellos resultados tan negativos, no solo en la calidad de vida de la mayoría de la ciudadanía, sino también en las posibilidades de recuperación del crecimiento económico. La enorme duración de la Gran Recesión y su minúscula recuperación son resultado de la aplicación de dichas políticas. La evidencia de ello, presentada en este libro, es abrumadora. En realidad, los recientes cambios en la postura sostenida por el Fondo Monetario Internacional (aunque no por el BCE, ni por la Comisión Europea ni por el Eurogrupo), señalando que en algunas áreas (como en la aplicación de las políticas de austeridad) se ha ido demasiado lejos, es un reflejo de la insostenibilidad de sus tesis. A la luz de la abundante evidencia mostrada en este libro, la reproducción del dogma neoliberal, con la constante presencia de los economistas neoliberales en los medios de información y persuasión españoles, señalan el dominio y control de tales medios por parte de los intereses financieros y económicos que promueven el neoliberalismo a costa del bienestar de la mayoría de la población. Este hecho es especialmente acentuado en España, donde la libertad de prensa está sumamente limitada.

Weisbrot no solo analiza las causas de las crisis y los impactos negativos que generan, sino que va más allá y aporta sus soluciones. En el caso de la Eurozona, señala que las políticas que debieran realizarse son prácticamente las opuestas a las que se están realizando. Enfatiza las políticas expansivas, indicando que una de las causas de que el impacto de la Gran Recesión fuera menor y que su recuperación haya sido mayor y más rápida en EEUU que en Europa se debe precisamente a las políticas fiscales y monetarias expansivas (aun cuando Weisbrot las considera demasiado moderadas) realizadas por el gobierno federal de EEUU bajo la dirección de la Administración Obama y del Banco Central Americano (el Federal Reserve Board), políticas muy distintas a las de austeridad seguidas en la Eurozona.

En el apartado de posibles soluciones es también de gran relevancia para Grecia, y también para España, la descripción que Mark Weisbrot hace sobre los pros y los contras de la salida de Grecia del euro, como manera para superar la crisis que ha estado sufriendo. Sin tomar partido, el libro invita a la reflexión sobre un tema tan actual y relevante, también para España, donde el debate sobre este asunto ha sido casi vetado en los medios. En realidad, Weisbrot, buen conocedor de la vida política española, señala que, en general, se han subestimado los grandes costes que significa para España su permanencia en el euro, mientras que se han exagerado los grandes perjuicios que llevaría salirse del euro. El autor señala el caso de Argentina, que al «salirse del dólar» (desvinculando el precio del peso argentino del precio del dólar estadounidense) sufrió un periodo doloroso (pero corto) antes de iniciarse una gran recuperación. Y contraargumenta con datos las posturas de aquellos que han desdeñado el caso de Argentina como no aplicable a Grecia o a España. Es de esperar que esta sección del libro genere un gran debate sobre la estrategia a seguir en cuanto al euro y a su gobernanza, pues la situación actual es claramente insostenible. La mayoría de las fuerzas progresistas han adoptado una estrategia de reformar las instituciones europeas, en el camino de producir una Europa Federal. El debate en esta dirección asume que tales instituciones son educables (como en su día Varoufakis parecía asumir) o son reformables, lo cual, en sí, es un supuesto que puede o no ser sostenible. Pero tal debate, necesario y urgente, no debería conducir a ignorar el otro debate sobre los costes de la permanencia en el euro, analizando los pros y los contras de dicha permanencia, tal como hace de una manera rigurosa Mark Weisbrot.

Otra área del mundo donde el libro se centra es en América Latina, continente sobre el que el autor ha trabajado extensamente. El Centre for Economic and Policy Research es uno de los centros de análisis económico más importantes de las Américas (tanto norte, como centro y sur). El libro muestra que lo ocurrido en Europa había ocurrido antes en América Latina. En realidad, este libro significa el estudio más detallado existente sobre las consecuencias negativas del neoliberalismo en América Latina. Su crítica al neoliberalismo en tal continente y a su máximo promotor, el Fondo Monetario Internacional actual, es devastadora. La evidencia empírica de que la aplicación de tales políticas ha sido sumamente negativa dondequiera que se aplique, tanto en Europa como en América y Asia, es muy convincente. Y, en otro componente del libro, muestra que la experiencia más exitosa en Asia, la de China, lo ha sido precisamente por hacer lo contrario a lo que el dogma neoliberal ha recomendado.

Una última observación. La narrativa del libro es fácilmente accesible para todo tipo de audiencias, y es eficaz en su mensaje. Es un libro que está teniendo ya un enorme impacto en el ámbito de habla inglesa y que, sin duda, lo tendrá también en el mundo de habla castellana, pues es un documento casi único en su cobertura de distintas partes del mundo, con respuestas al dogma neoliberal, escrito con rigor y valentía. Aconsejo su amplia difusión.

Barcelona, 3 de febrero de 2016

[1] Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y excatedrático de Economía de la Universidad de Barcelona.

PREFACIO

Ha-Joon Chang[1]

La historia de la economía y especialmente de la política económica ha sido a menudo reescrita hasta hacerla irreconocible. La historia del desarrollo económico está llena de episodios de industrialización mediante aranceles proteccionistas, prohibiciones a la importación, empresas de propiedad estatal, subvenciones gubernamentales a las exportaciones y sectores preferentes, regulación y control de la inversión y la propiedad extranjera así como del tráfico de divisas y cuidado y promoción, a menudo prolongados, a las industrias nacientes. Mi propio país, Corea del Sur, pasó de ser un país desesperadamente pobre con la misma renta media per cápita que Ghana en 1961, a alcanzar los niveles de vida europeos medio siglo después. Utilizó todos esos instrumentos de política económica y otros para desafiar al destino y convertirse en uno de los pocos países en desarrollo que en los últimos 70 años han ingresado en el club de los países de altos ingresos.

En mis libros e investigaciones he demostrado que no son sólo los recién llegados como Corea del Sur los que se han violado los «mitos de la creación» de la economía moderna (y especialmente neoliberal) en el camino hacia una economía desarrollada. Por el contrario, la protección y el desarrollo promovido por el Estado fueron esenciales para el éxito de la casi totalidad de los países que actualmente cuentan con altos ingresos. El primer ministro británico Robert Walpole protegió la industria lanera británica con altos aranceles desde la década de 1720 en adelante, mientras se aseguraba de que las colonias (incluyendo las de Norteamérica) suministraran materias primas y no compitieran con la industria británica. Cuando Estados Unidos se liberó de la dominación británica, su primer Secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, se convirtió en el principal protagonista a escala mundial de la protección de las «industrias nacientes», fomentando aranceles, subsidios, prohibiciones a la importación y otras medidas. Abraham Lincoln elevó los aranceles estadounidenses a niveles sin precedentes, y siguieron siendo los más altos del mundo hasta hacer de Estados Unidos la economía de más rápido crecimiento en el mundo, desde el final de la Guerra Civil hasta la Primera Guerra Mundial. El conflicto entre los intereses industriales del Norte –partidarios del proteccionismo– y los paladines esclavistas del «libre comercio» en el Sur era probablemente tan importante para quienes decidieron emprender la guerra civil como la cuestión de la esclavitud. Los estadounidenses, al igual que los británicos antes que ellos, sólo admitieron el «libre comercio» –en una versión más restringida que la británica– cuando ya no les suponía una traba para su dominio de la economía mundial.

Sin embargo, la mayor parte de esta historia no llega a los estudiantes de economía que influyen o incluso deciden sobre la política en el mundo real de hoy, por lo que difícilmente se opondrán a la reconfiguración de acontecimientos más recientes o incluso actuales para que se ajusten mejor a la ficción que tienen tan bien aprendida.

Este libro trata de contrarrestar ese proceso y de remediar o prevenir parte de la amnesia histórica acumulada durante decenios. Hay que escudriñar más de cerca algunos de los fracasos económicos más espectaculares de los últimos años y décadas, así como las instituciones y decisiones políticas relacionadas con ellos. Podemos comenzar con el actual espectáculo de la eurozona, que algunos han interpretado como una «epístola moral», otros como una crisis de deuda, y otros incluso como resultado de un choque cultural entre griegos perezosos y alemanes industriosos (sin tener en cuenta que el número de horas que trabajan anualmente en promedio los griegos es un 47 por 100 mayor que el de los alemanes). El autor argumenta que no se trata realmente de ninguna de esas cosas, sino que la prolongada recesión y estancamiento durante los últimos siete años puede tener algo que ver con el deseo de algunas autoridades no elegidas de remodelar los países más vulnerables de la eurozona para suprimir en ellos ciertas características del Estado de Bienestar, o incluso del Estado tout court. El autor aprovecha los miles de páginas de documentación al respecto producida por esa elite en su búsqueda de un consenso para el cambio, a raíz de las consultas periódicas que todos los gobiernos europeos realizan con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Habiéndome concentrado más en mis investigaciones en los países en desarrollo, me parece sumamente irónico que en los países de altos ingresos de Europa se esté generalizando el trato tercermundista antes reservado para los países de bajos y medianos ingresos. Pero las crisis ofrecen oportunidades irresistibles a los ingenieros sociales, sobre todo si las autoridades pueden eludir la rendición de cuentas a su electorado, como en la eurozona, donde el FMI ha concentrado rápidamente la mayor parte de su cartera de préstamos.

El FMI no es más que el socio menor en la «Troika», pero tiene una historia accidentada como protagonista principal de otra «trinidad non sancta», junto al Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, que ha dirigido durante décadas la economía mundial hacia el neoliberalismo (la OMC tan sólo desde 1995). Ha sido un largo experimento fallido en decenas de países, y este libro contribuye a examinar algunos de los detalles de ese fracaso. Proporciona una valiosa información sobre algunas de las operaciones del FMI en los países en desarrollo y, lo que tal vez sea aún más importante, sobre algunos de los cambios que han tenido lugar desde que el FMI perdió gran parte de su influencia en lo que llevamos del siglo xxi.

En 2002, mientras se desarrollaba la histórica campaña presidencial en Brasil, el FMI se reunió con el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva y con su oposición neoliberal y negoció un acuerdo que debía determinar la política económica del gobierno durante el siguiente par de años, ganara quien ganara las elecciones. Eso nunca volverá a suceder. Pocos años después el FMI había quedado fuera de escena en Brasil, así como en la mayor parte de Sudamérica y de la mayoría de los países de renta media en los que el Fondo, y por tanto también Washington, habían ejercido durante décadas una enorme influencia. Éste es un cambio importante en las relaciones económicas mundiales y merece la atención que recibe en este libro, pese a haber sido ignorado por la mayoría de los «expertos» y de los medios de comunicación internacionales.

El autor señala la paradoja de que «después de veinte años de reformas neoliberales y fracaso económico en casi todo el mundo, el único gran país que eligió un camino económico marcadamente diferente se convirtió en la mayor economía del mundo y ayudó a sacar tras de sí a decenas de países de su largo desplome». Habla evidentemente de China, que de hecho ha contribuido significativamente a la recuperación que la mayoría de los países de bajos y medianos ingresos vienen experimentando en el nuevo siglo. Ni siquiera tenemos que preguntarnos dónde estarían hoy China y los cientos de millones de personas que han salido de la pobreza allí, si el gobierno hubiera llevado a cabo su transición desde una economía planificada siguiendo las líneas recomendadas por la «trinidad non sancta».

A diferencia de muchos observadores occidentales, Weisbrot ve el ascenso de China y su creciente influencia a escala mundial como un acontecimiento positivo. A partir de las largas frustraciones, inversiones y tendencias descritas en el libro, concluye que la constante erosión del actual sistema internacional –en el que los mismos países, aliados de Estados Unidos, han controlado las instituciones más importantes de la gobernanza global– es decisiva para abrir nuevas posibilidades para la mayoría del mundo. Esto incluye, de manera crucial, la apertura de un mayor espacio para la política económica de los países en desarrollo. Weisbrot cita la creación de un nuevo Convenio de Reservas para Imprevistos (CRA – Contingent Reserve Arrangement) y un Banco de Desarrollo por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), así como otros acontecimientos recientes, como prueba de que esas tendencias están empezando a acelerarse. Yo añadiría, en los últimos meses, el golpe diplomático sin precedentes que dio China al conseguir que los aliados más estrechos de Estados Unidos –incluyendo al Reino Unido, Alemania y Francia– ignoraran las súplicas de Washington y se unieran a otros cuarenta países en la creación por China del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras con 100 millardos de dólares. Se trata, evidentemente, de un gran acontecimiento.

No nos dirigimos hacia el «fin de la historia», en el que Washington rehace el planeta a su propia imagen; pero tampoco veremos a China reemplazando simplemente a Estados Unidos como potencia hegemónica mundial, como muchos temen (a menudo por sus propios intereses). Más bien será, argumenta el autor, un mundo más multipolar en el que las instituciones de gobernanza global serán más pluralistas, el derecho internacional desempeñará un papel más importante y la fuerza militar de las grandes potencias cada vez menor. Espero que lleve razón.

[1] Facultad de Economía de la Universidad de Cambridge.

AGRADECIMIENTOS

Este libro se basa en investigaciones realizadas durante más de una década. Muchas personas, especialmente mis colegas del Centro para la Investigación Económica y Política, contribuyeron a esa investigación y a las ideas que fueron evolucionando a lo largo de los años, algunos mediante obras que se citan en el libro. Entre ellos se encuentran Dean Baker, Dan Beeton, Keane Bhatt, Kunda Chinku, Alan Cibils, José Antonio Cordero, Samantha Eyler-Driscoll, Peter Hayakawa, Deborah James, Jake Johnston, Sara Kozameh, Stephan Lefebvre, Alex Main, Juan Antonio Montecino, Robert Naiman, Arthur Phillips, Rebecca Ray, David Rosnick, Joe Sammut, Luis Sandoval y John Schmitt. Agradezco también a Jerry Epstein, Scott Parris, Dan Beeton y Eileen O’Grady su excelente lectura y útiles comentarios; a Cathryn Vaulman su valiosa ayuda editorial y Ha-Joon Chang su prefacio.

INTRODUCCIÓN

Este es un libro sobre políticas económicas fracasadas y la forma en que se llevan a la práctica, y sobre el papel en ese proceso de ideas e instituciones económicas sustancialmente defectuosas. Recorrer ese tipo de escombros podría ser una tarea muy deprimente, pero también he tratado de mostrar que existen alternativas a los retrocesos y oportunidades perdidas de los últimos años y décadas, y que algunas de esas reformas más esperanzadoras se están aplicando de hecho en el nuevo siglo. En realidad, una de las tesis centrales de este libro es que siempre hay alternativas a la alta tasa de desempleo y la recesión o estancamiento prolongado que hemos visto en Europa desde la Gran Recesión, o a los largos periodos sin progreso económico y social que vimos en América Latina y gran parte del mundo en desarrollo durante las dos últimas décadas del siglo xx. Y no son necesariamente alternativas radicales –que siempre están disponibles en teoría–, sino alternativas prácticas viables, que a menudo se pueden implementar con la capacidad institucional existente y con el apoyo de la opinión pública. Esto no debería sorprendernos; incluso después de una crisis financiera o una recesión, un país todavía dispone de los mismos recursos, capacidades humanas y capital físico que existían unos meses antes, y tiene que haber alguna manera de recomponer todas las piezas, como señaló Keynes hace más de 80 años. El desarrollo económico es un reto más complicado, pero también a ese respecto hay mucho conocimiento acumulado desde hace tiempo que no se está aprovechando[1].

¿Por qué es tan común el fracaso de la política económica? Cuando Dorothy regañó al Mago de Oz por los problemas que había causado, él se defendía diciendo que no era un «hombre muy malo», sino sólo «un mago muy malo». Detrás de casi cualquier malversación económica prolongada existe alguna combinación de malas ideas caducas, incompetencia y la maligna influencia de poderosos intereses particulares. La identificación de estos problemas puede ser importante para la recuperación y la prevención de tantas pesadillas recurrentes. Las lecciones se aprenden, por supuesto, pero no necesariamente por las personas que toman las decisiones. En abril de 2014 el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, dijo audazmente a la prensa que Grecia podría servir como modelo para Ucrania[2]. ¿Cómo podría ser un modelo para ningún país Grecia, que perdió un cuarto de su producción durante más de seis años de recesión[3] y dejó en el paro a más de una cuarta parte de su fuerza de trabajo y la mitad de sus jóvenes?[4]. Y sin embargo, podría serlo para Ucrania por mandato del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Unión Europea (UE), mientras su economía se hunde aún más en la recesión, agravada por la mala política macroeconómica que tiende a prender un conflicto civil.

Los dos primeros capítulos de este libro tratan de la tragedia innecesaria que ha vivido Europa durante los últimos seis años, un drama que ha puesto patas arriba y en muchos casos arruinado las vidas de millones de personas. También se examina el papel descomunal que ha desempeñado la desaceleración de la economía mundial desde 2010, contribuyendo al aumento de la pobreza y el desempleo en todo el mundo.

Resulta irónico que los gobiernos de lo que se suponían las democracias sociales más avanzadas del mundo, con poderosos sindicatos y diversos grados de Estados de Bienestar desarrollados, pudieran infligir un castigo tan prolongado a sus ciudadanos, mientras que en Estados Unidos, cuyo Congreso está controlado por un grupo de negacionistas del cambio climático, partidarios de impuestos planos (no progresivos) y devotos de Ayn Rand, la Gran Recesión –pese a los escandalosos fallos regulatorios que la precedieron y las inadecuadas respuestas que se le dieron– sólo duró 18 meses, concluyendo oficialmente en junio de 2009. Y aquél había sido el centro de la crisis financiera mundial y la recesión, provocadas por el estallido de una burbuja inmobiliaria de 8 billones de dólares.

La eurozona, por el contrario, después de una recesión de aproximadamente la misma duración (5 trimestres desde el primero de 2008), cayó en recesión de nuevo después del primer trimestre de 2011. A finales de 2014 todavía no estaba claro si la eurozona había salido de la recesión, o cuándo lo haría[5]. Todavía había niveles casi récord de desempleo del 11,4 por 100[6], aproximadamente el doble que en Estados Unidos. ¿Por qué? En el plano político, es evidente que eso sólo puede ocurrir en países donde la población tiene poco o nada que decir sobre las medidas macroeconómicas más importantes de sus gobiernos. Aunque los republicanos hubieran controlado la presidencia y el Congreso de Estados Unidos a partir de 2008, no se habrían atrevido a hacer lo que han hecho los gobiernos de la eurozona, por miedo a perder el poder. Sin embargo, más de veinte gobiernos europeos han caído, en una especie de suicidio político, en lugar de tomar las medidas necesarias para la recuperación económica. Así es la eurozona: parecía una gran idea cuando las economías estaban en auge con el crecimiento impulsado por la burbuja a principios y mediados de la década de 2000; pero como dijo el multimillonario inversionista Warren Buffet, «no se sabe quién está nadando desnudo hasta que baja la marea».

No fueron sólo el crecimiento de la burbuja y los desequilibrios entre los distintos países de la eurozona, como muchos economistas han señalado, los que llevaron a Europa por el camino de la recesión y el estancamiento prolongado. El problema estaba inserto en la estructura de la eurozona, y especialmente en el Banco Central Europeo (BCE), que aparecía como un banco central para todos los países miembros pero que no ha funcionado como tal. No ha sido un prestamista de último recurso para los países en crisis; a diferencia de los bancos centrales de los Estados Unidos, el Reino Unido y Japón, no estaba dispuesto a usar su poder para crear dinero y estabilizar las economías de la eurozona en dificultades, y mucho menos para estimular una recuperación.

Todo este episodio debería haber sido una lección histórica sobre la importancia del control nacional y democrático de la política macroeconómica, o al menos para no ceder ese poder a personas e instituciones equivocadas. Pero debido a la labor de los medios de comunicación, no está claro que tales ideas hayan prevalecido. En cambio, se nos ha sometido en muchos informes y artículos a un raudal de falacias sobre una «crisis de la deuda» o «crisis financiera», en la que los mercados financieros y la deuda soberana aparecían como los principales problemas. Ahí es donde la educación pública sobre cuestiones macroeconómicas, o su ausencia, juega un papel vital. Porque como veremos en las páginas que siguen, las autoridades europeas –y muy en particular el BCE– tenían la capacidad para someter a los mercados financieros en cualquier momento. En vez de hacerlo, se dedicaron a un juego de la gallina a cuatro bandas con los mercados de renta fija y de divisas y los gobiernos cuyas políticas deseaban transformar. Esto se prolongó durante dos años, pese a que en ocasiones amenazara la propia existencia del euro, hasta que el presidente del BCE, Mario Draghi, pronunció finalmente su famosa frase: «Dentro de nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente»[7].

Y entonces, como por arte de magia, la crisis financiera se desvaneció y los intereses de los bonos de los países en crisis iniciaron una trayectoria descendente constante, sin que el BCE tuviera siquiera que materializar su amenaza. La forma en que Draghi puso fin tan fácil y rápidamente al componente financiero de la crisis europea debería haber provocado una agitada controversia sobre por qué no se había hecho antes, ahorrando a Europa un periodo adicional de dos años de recesión, cientos de millardos de dólares perdidos en la producción y la miseria de millones de puestos de trabajo perdidos. Pero esa controversia nunca se materializó, por lo que su historia es, pues, parte de este libro.

Evidentemente, quienes estaban observando de cerca podían ver lo que estaba sucediendo realmente en las acciones, reacciones, declaraciones y decisiones de los funcionarios europeos durante los dos años anteriores. Las autoridades europeas –que incluían no sólo al BCE y la Comisión Europea, sino también al FMI– estaban aprovechando la crisis, poniendo la eurozona en repetidas ocasiones al borde de la crisis financiera, con el fin de obligar a los gobiernos a poner en práctica políticas económicas y sociales que los electorados de estos países nunca habrían votado. Existe un rastro de papel de miles de páginas para documentar los momentos de sinceridad por parte de funcionarios de la eurozona que fueron captados en el primer borrador de esta historia. El FMI mantiene con regularidad lo que se llaman «consultas del Artículo IV» con los gobiernos miembros, de las que resulta un informe sobre la economía y la política económica de cada país. Entre los años 2008 y 2011 se elaboraron así 67 informes relativos a los países de la eurozona, que muestran una pauta coherente: exigencias de consolidación fiscal, con recortes del gasto en pensiones, atención médica y otros gastos sociales; reducción del empleo en el sector público, incremento del esfuerzo laboral y reducción de las protecciones de empleo; y otras medidas destinadas a reducir el poder de negociación de los trabajadores y redistribuir los ingresos hacia arriba. Los documentos del Artículo IV también contienen declaraciones que indican que los autores veían la crisis de la eurozona como el mejor momento para aplicar determinadas «reformas» impopulares.

Las consultas del Artículo IV incluyen no sólo las recomendaciones del FMI, sino también el consenso alcanzado entre el Fondo, una parte de los gobiernos de la eurozona y los directores europeos que representan a la región en la junta ejecutiva del FMI. Expresan el consenso de la elite clasista, que puede diferir mucho de las opiniones del electorado.

Por eso no debe sorprender que las «reformas» previstas en los documentos del Artículo IV fueran las implementadas bajo la presión de las autoridades europeas desde la Gran Recesión, especialmente en los países más vulnerables, tales como Grecia, España, Portugal y, en menor medida, Italia. Incluían despidos en el sector público, recortes en los gastos de salud, reducción del derecho a pensiones y seguro de desempleo y reducción de las protecciones laborales.

¿Eran realmente necesarias esas reformas regresivas y el desempleo prolongado? Quienes así lo afirman mantienen, ya sea que las recuperaciones tras las crisis financieras son intrínsecamente lentas, o que no había alternativas macroeconómicas viables dentro o fuera de la eurozona. Es fácil ver que las autoridades europeas, en particular el BCE, podrían haber evitado la mayoría de los daños con políticas monetarias y fiscales adecuadas. Pero dada su negativa a hacerlo, ¿podrían haberse recuperado más rápidamente los países de la eurozona con problemas si hubieran abandonado el euro? Éste ha sido un tema tabú que ni siquiera se han atrevido a afrontar los partidos de izquierda que ganaron popularidad en Grecia (Syriza) y España (Podemos). Y es un tema difícil por varias razones. Una de ellas es que cualquier político o partido que tiene la oportunidad de llegar al poder corre el riesgo de provocar una crisis financiera si induce a los mercados financieros a creer que efectivamente podría abandonar el euro, lo que los margina antes de que puedan estar en condiciones de hacer nada.

Pero en el capítulo 2 argumento que, dada la intransigencia de las autoridades europeas y su agenda política desde el inicio de la crisis griega en 2009, cualquiera las economías de la eurozona con problemas se habría recuperado casi con seguridad más rápidamente fuera del euro. El hecho de que esta opción no estuviera sobre la mesa no se debía únicamente a razones históricas y políticas profundas, incluida la asociación emocional del euro con la democracia y el internacionalismo, sobre todo en las antiguas dictaduras de España, Grecia y Portugal. También se debió a una falta generalizada de comprensión de los problemas económicos subyacentes. Una salida del euro de cualquier país miembro probablemente habría provocado algún tipo de crisis financiera, pero difícilmente el tipo de daño que hemos visto en los últimos seis años a partir de las políticas impuestas por las autoridades europeas. De hecho, si consideramos las peores crisis financieras de los últimos veinte años asociadas a devaluaciones, no hay nada comparable a lo que ha sucedido recientemente en Grecia, España, Portugal e incluso Italia, en cuanto a la duración de la recesión o al tiempo que se tardó en volver a los niveles de producción o de empleo previos a la recesión.

A veces se ha comparado esta situación con la de Argentina debido a su colapso financiero, el impago de la deuda y la enorme devaluación de diciembre de 2001-enero de 2002. También allí había una profunda crisis, pero sólo duró un trimestre, y luego la economía comenzó una recuperación robusta que vio un salto del 63 por 100 en el PIB, una reducción de casi dos tercios en la pobreza y una rápida expansión del empleo durante los seis años siguientes hasta que se produjo la crisis financiera mundial. La mayoría de la gente cree que ése fue el resultado de una «bonanza» impulsada por el efecto directo de la devaluación sobre la balanza comercial, pero en realidad no fue así, sino que más bien se vio impulsado por el consumo interno y la inversión y facilitado por un conjunto de medidas macroeconómicas heterodoxas marcadamente diferentes de las que (como en la eurozona) habían llevado al país a una profunda recesión. Fue este cambio de actitud en la política macroeconómica, pasando de la austeridad del FMI a una agenda pro-crecimiento, las que le dieron la vuelta a la situación argentina. Un cambio de política similar en Grecia o España –sólo posible si hubieran abandonado el euro– habría permitido a estos países evitar el desempleo y el estancamiento prolongados. En las raras ocasiones en que surgieron esas preguntas, mucha gente decía «¿pero qué puede exportar Grecia?», sin saber que las exportaciones griegas eran en realidad dos veces más altas, como porcentaje del PIB, que las de Argentina durante su crisis, o que las exportaciones, si bien son importantes para evitar las crisis en la balanza de pagos o restricciones en el crecimiento, no fueron el motor de la recuperación argentina. También es muy probable que si Grecia o España abandonaran el euro, se enfrentarían a menores obstáculos que los de Argentina tras su impago y su devaluación. Las alternativas están ahí, pero no hay casi ninguna discusión pública que pudiera conducir al consenso político necesario para emprender un rumbo diferente. Este libro intenta aportar algo a esa discusión.

Los capítulos 3 y 4 tratan dos de los acontecimientos más importantes en la economía internacional durante las últimas tres décadas, que han sido, inexplicablemente, ampliamente ignorados. Uno de ellos es otro ejemplo del fracaso de la política neoliberal a gran escala, esta vez en los países de bajos y medianos ingresos, y su recuperación posterior. Durante las dos últimas décadas del siglo xx se produjo una fuerte desaceleración en el crecimiento del PIB per cápita en la gran mayoría de los países de bajos y medianos ingresos. Quizás no sea sorprendente que también se redujeran notablemente los avances en indicadores sociales como la esperanza de vida y la mortalidad de lactantes y niños[8], puesto que el crecimiento económico durante largos periodos de tiempo se asocia generalmente con avances en esos indicadores sociales, y también porque la desaceleración del crecimiento –un colapso en muchos países– también vacía los presupuestos públicos de los fondos necesarios para gastos sociales como la sanidad y la educación. El fracaso económico fue espectacular: si comparamos, por ejemplo, el segundo quintil más bajo de ingresos en esos países (que comenzó cada periodo con un ingreso per cápita entre 1.429 y 3.103 dólares de 2005), su PIB per cápita creció un 61 por 100 entre 1960 y 1980, pero sólo el 15 por 100 entre 1980 y 2000.

Toda una generación de miles de millones de personas en todo el mundo perdió una oportunidad para elevar su nivel de vida, y para muchas de ellas de vivir una vida más larga y saludable. Pero casi nadie se ha preguntado por qué sucedió esto. Normalmente cabría esperar que un país que comenzaba en 1980 con el mismo nivel de renta que otro había alcanzado en 1960 tuviera más oportunidades para crecer y desarrollarse, ya que había habido muchos avances en la ciencia y la tecnología, la salud pública y otras áreas de conocimiento aplicado a los que recurrir con respecto a los veinte años anteriores. Sin embargo, en la gran mayoría de los países del mundo ocurrió todo lo contrario. ¿Tenía eso algo que ver con los cambios en las políticas económicas de esa época? En docenas de países en desarrollo y «mercados emergentes» se optó por políticas fiscales y monetarias más restrictivas, a veces incluso durante las desaceleraciones o recesiones económicas. Los bancos centrales se hicieron más «independientes», es decir, menos sometidos a la obligación de rendir cuentas a los gobiernos electos, aumentando la probabilidad de que priorizaran la reducción de la inflación sobre el empleo, el crecimiento económico y el desarrollo. Los gobiernos que habían emprendido estrategias industriales y de desarrollo las abandonaron, a menudo abriendo sus economías de manera indiscriminada al comercio internacional y a flujos de capital volátiles y desregulados. Hubo privatizaciones masivas de empresas de propiedad estatal y otras formas de desregulación, incluyendo la de los mercados laborales; aunque el proteccionismo en un área que beneficiaba a los grupos de ingresos más altos en los países ricos, la de la «propiedad intelectual», experimentó un fuerte aumento. Estos cambios de política, descritos comúnmente como «neoliberales», constituyen los rasgos definitorios del neoliberalismo en este libro[9].

Puede que algunos de estos cambios de política fueran apropiados en determinadas circunstancias. Pero como paquete, especialmente como paquete de talla única para todos, tal como se implementaron, no parece que tuvieran mucho éxito en la mayoría de los países donde se aplicaron. China es, por supuesto, una gran excepción, pero parece más bien la excepción que confirma la regla. Un país en el que el gobierno controla las grandes empresas de propiedad estatal así como la mayor parte del sistema bancario y la inversión es algo totalmente diferente de los Estados neoliberales configurados durante las dos últimas décadas del siglo xx. Incluso la transición de China hacia una economía mixta y globalizada desde la década de 1980 se diseñó de una manera gradual dirigida por el Estado y muy diferente de los experimentos fallidos que prevalecieron en la mayoría de los países. La inversión extranjera fue controlada con cuidado para encajar en los planes de desarrollo del gobierno, en lugar de interferir con ellos.

La política heterodoxa de China trajo consigo el crecimiento más rápido de la historia y ahora es la economía mayor del mundo medida en términos de paridad del poder adquisitivo. Pero tal vez la mayor ironía es lo que le pasó a la gran mayoría de los países en el siglo xxi: la desaceleración del crecimiento de las dos décadas anteriores fue finalmente revertida. ¿Cómo ha ocurrido? Buena parte de ello se debió a China, que aumentó sus importaciones de los países en desarrollo desde un insignificante 0,1 por 100 de su PIB en 1980 al 3 por 100 en 2010[10].

Con otras palabras, después de veinte años de reformas neoliberales y fracaso económico en casi todo el mundo, el único gran país que eligió un camino económico marcadamente diferente se convirtió en la mayor economía del mundo y ayudó a sacar tras de sí a decenas de países de su largo desplome. Esta historia económica de los últimos cincuenta años, examinada en el capítulo 3, debería ser suficiente para que cualquiera cuestione la idea tan reiterada de que las reformas neoliberales de las dos últimas décadas del siglo xx tuvieron bastante éxito.

Había otras razones para el giro de los países de bajos y medianos ingresos al entrar en el siglo xxi, que incluían algunos cambios hacia políticas macroeconómicas más sensatas, especialmente las políticas contracíclicas puestas en práctica en muchos países, entre ellos China, que por sí sola contribuyó enormemente al crecimiento económico mundial en 2009, y la India, que tuvo su propia racha de crecimiento sin precedentes desde 2003 hasta 2010.

El crecimiento económico es comprensiblemente cuestionado por muchos en un momento en que las emisiones de gases de efecto invernadero están en vías de causar un daño irreparable y probablemente catastrófico para el ecosistema y la población de la tierra. Pero el crecimiento económico es una combinación del aumento de la población y de la productividad. En el capítulo 3 argumentaré que si bien el crecimiento demográfico es muy negativo en su efecto sobre el clima y el medio ambiente, el aumento de la productividad –a grandes rasgos, el aumento del PIB per cápita– tendrá un papel importante que desempeñar en cualquier solución al cambio climático, al tiempo que es esencial para el progreso social y económico.

En el capítulo 4 se examina uno de los cambios más importantes en la gobernanza del sistema financiero internacional acaecidos desde el colapso en 1973 del sistema de Bretton Woods de tipos de cambio fijos, que también ha pasado casi desapercibido. Es la pérdida de influencia del FMI en los países de renta media, ocurrida justo antes de que la mayoría de los préstamos del FMI se desplazaran a los países de altos ingresos, esto es, a Europa. Es evidente que hasta que la última década el FMI fue mucho más poderoso de lo que habría sido sobre la base de sus propios préstamos, debido a su papel como «guardián» o jefe del cártel de acreedores. Por un acuerdo informal, los gobiernos con problemas financieros que no firmaran un acuerdo con el FMI no podían optar en general a préstamos del Banco Mundial (entonces mayor), de los bancos regionales de desarrollo e incluso a veces del sector privado. Y como el FMI también era el medio de influencia más importante de Estados Unidos sobre la política económica de los países de ingresos bajos y medianos, Washington perdió parte de esa autoridad.

Esto tuvo efectos beneficiosos; las propuestas del Fondo eran a menudo muy malas. Una revisión de 41 países con acuerdos con el FMI durante la recesión mundial de 2009 desveló que 31 de ellos optaron por políticas monetarias o fiscales procíclicas (en 15 casos, tanto unas como otras)[11]. Si bien algunas de estas políticas procíclicas prescritas por el FMI durante la recesión mundial cedieron después, hicieron un daño considerable y no había realmente ninguna excusa para recomendarlas una vez que había empezado la recesión en Estados Unidos y que los malos augurios comenzaban a materializarse. Por supuesto el Fondo –a pesar de gastar cientos de millones de dólares en investigación cada año y de asumir la responsabilidad de la supervisión de la economía mundial–, no supo ver cómo se inflaban las dos mayores burbujas de activos en la historia del mundo: la burbuja del mercado de valores en Estados Unidos, que alcanzó su punto culminante en 2000, y la burbuja inmobiliaria de 8 billones de dólares, cuyo máximo se dio en 2006.

El FMI comenzó a perder influencia a raíz de la crisis asiática iniciada en 1997. Allí el Fondo no actuó como prestamista de última instancia, lo que propició que el pánico y las crisis se adueñaran de los mercados antes de buscar ninguna solución. Cuando intervino, sus recetas, que incluían recortes presupuestarios y aumentos de los tipos de interés, hicieron que la crisis empeorara. Incluso la propia Oficina de Evaluación Interna del Fondo reconocía más tarde que en Indonesia era «difícil sostener que las cosas hubieran ido peor sin el FMI…»[12]. Todo aquel caos indujo a los países afectados –Indonesia, Malasia, Filipinas, Tailandia y Corea del Sur– a «autoasegurarse» acumulando reservas para no tener que pedir nunca de nuevo un préstamo al FMI. Y otros países de renta media, algunos de los cuales habían sufrido experiencias similares, siguieron su ejemplo. En teoría, si un país es golpeado por una reversión repentina de los flujos de capital –como ocurrió durante la crisis asiática, que se extendió a otros países en desarrollo– el Fondo debería otorgarle préstamos que facilitaran el proceso de ajuste, si el país tuviera que reducir sus importaciones a causa de la escasez de divisas. Pero con demasiada frecuencia el Fondo –como las autoridades europeas que más tarde seguirían su ejemplo en la crisis de la eurozona– aprovecha la ocasión para imponer las reformas estructurales que considera idóneas como solución a los problemas del país prestatario. El ilustrativo ejemplo de la intervención del Fondo en la recesión de 1998-2002 en Argentina también se describe con detalle en el capítulo 4.

Argentina hizo finalmente frente al FMI, dejando incluso de pagar sus deudas temporalmente en septiembre de 2003, algo que sólo «Estados fallidos» como Iraq y Chad habían hecho. Fue una decisión extraordinariamente audaz del presidente Néstor Kirchner, y nadie sabía lo que pasaría: el FMI tenía en ese momento la capacidad de interrumpir tajantemente sus créditos para el comercio. Pero el Fondo se echó atrás y dejó a un lado la deuda de Argentina. La demostración de ese país de que podía desafiar al FMI en medio de una severa crisis, sin ayuda exterior, y vivir para contarlo, contribuyó no sólo a la rápida recuperación de Argentina sino también a que otros países escaparan a la influencia de FMI, entre ellos Brasil unos años más tarde. La pérdida de poder del Fondo abrió el espacio político en muchos países, y probablemente contribuyó al repunte del crecimiento a principios del siglo xxi en los países de ingresos medios, como he mencionado anteriormente.

Ese repunte se extendió a otros países latinoamericanos durante la última década y es el tema del capítulo quizá más esperanzador de este libro (capítulo 5). Esa región fue en muchos sentidos prototipo del fracaso neoliberal, con un PIB per cápita que sólo creció un magro 5,7 por 100 en 20 años, de 1980 a 2000, mientras que en el periodo 1960-1980, cuando se generalizaron las políticas industrialistas y de desarrollo que ahora se menosprecian, el crecimiento fue del 91,5 por 100[13]. La caída de 1980-2000 fue el peor fracaso económico de larga duración en la región durante al menos un siglo, y condujo a una revuelta en las urnas que dio lugar a gobiernos de izquierda en la mayor parte de América Latina: Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Chile, Uruguay y Paraguay en América del Sur; y El Salvador, Nicaragua y Honduras en Centroamérica. En los principales medios de comunicación o los círculos de política exterior casi nadie señaló la conexión entre el triste crecimiento económico de las dos décadas anteriores y la «marea rosa» electoral iniciada en 1998, a pesar de que la mayoría de los candidatos presidenciales con éxito declaró públicamente su oposición a lo que llamaban «neoliberalismo».

El crecimiento económico de la región se recuperó, con un crecimiento del PIB per cápita del 1,8 por 100 anual de 2000 a 2014, a pesar de la recesión y la crisis financiera mundial y de una serie de conmociones externas. Eso estaba lejos del crecimiento anual del 3,1 por 100 durante el periodo 1960-1980, pero fue una gran mejora con respecto a la media anual del 0,3 por 100 durante los 20 años anteriores. Y lo que es más importante aún, entre 2002 y 2013 la pobreza en la región se redujo del 44 al 28 por 100; en las dos décadas anteriores había aumentado[14].

Como se ha señalado anteriormente para Argentina, el repunte del crecimiento regional no fue el resultado de un «auge de los productos básicos». El aumento del precio del petróleo, los minerales y los productos agrícolas ayudó a algunos países, pero no se trató de un crecimiento impulsado por las exportaciones. Lo que hicieron los excedentes comerciales fue principalmente ayudar a estos países, por lo menos hasta el último par de años, a evitar problemas en la balanza de pagos, permitiendo que sus economías crecieran más rápidamente.

Pero incluso en Bolivia, que depende de los hidrocarburos –principalmente el gas natural– en cuanto a la mayor parte de sus ingresos por exportaciones, la multiplicación por siete de esos ingresos entre 2006 y 2014 fue principalmente consecuencia del cambio de política, no de los aumentos de precios[15]. Bolivia re-nacionalizó su industria de hidrocarburos en mayo de 2006, apenas unos meses después de que su presidente de izquierdas, Evo Morales, asumiera el cargo. Esta decisión no habría sido posible durante las dos décadas anteriores, cuando el gobierno operó bajo acuerdos con el FMI durante prácticamente todo el periodo. Cuando Morales fue elegido, el PIB per cápita estaba por debajo de su nivel 28 años antes[16].

Durante los ocho años siguientes el gobierno boliviano aumentó el salario mínimo real un 88 por 100, redujo la edad de jubilación, aumentó la cobertura de las pensiones públicas y más que duplicó la inversión pública como porcentaje de la economía. El gobierno también redistribuyó más de 5 millones de hectáreas de tierra[17], en una de las mayores reformas agrarias en relación con la tierra cultivada en la historia reciente de la región. Bolivia significó un gran estímulo en el momento justo con la tasa de crecimiento más alta de América Latina en 2009, cuando la mayor parte del resto del hemisferio caía en recesión.

El presidente Rafael Correa de Ecuador, elegido por primera vez en 2006, también mostró que hasta los más pequeños países en desarrollo podían seguir ahora un camino diferente que no estaba antes a disposición de los gobiernos progresistas. El gobierno ecuatoriano tomó el control del banco central, obligó a los bancos privados a repatriar gran parte de sus tenencias extranjeras, aprobó una serie de reformas financieras y reguladoras de gran envergadura, y ha logrado grandes reducciones en la pobreza y la desigualdad. Al mismo tiempo, Correa enfureció a los inversionistas extranjeros manteniendo la promesa realizada durante la campaña electoral de no pagar la deuda externa que se considerara ilegítima o ilegalmente contraída, impagando de ese modo un tercio de la deuda externa de Ecuador. Parecía una vez más que la idea prevaleciente entre la mayoría de los economistas y la prensa de que los países en desarrollo deben dar prioridad a las demandas de los inversores extranjeros era errónea. Y la noción ampliamente aceptada de que la «globalización» limitaba severamente en esos países las posibilidades de poner en práctica políticas macroeconómicas y de desarrollo ha demostrado ser algo exagerada, cuando menos. A Ecuador le ha ido bastante bien hasta ahora en virtud de su «New Deal»: el PIB per cápita creció con una tasa media anual del 2,8 por 100 en 2007-2014, la tasa de pobreza se redujo un 30 por 100, y la desigualdad también se redujo drásticamente.

El Partido de los Trabajadores de Brasil (PT), que llegó al poder en 2003 con la elección de Luiz Inácio Lula da Silva, emprendió un enfoque más gradual que los países andinos y Argentina, pero se las arregló para lograr mucho en 12 años. Un país que había tenido sólo un 3 por 100 de crecimiento del PIB per cápita en más de 23 años[18] –total, no anual–, comenzó a crecer de nuevo y entre 2003 y 2012 fue capaz de reducir la pobreza un 55 por 100 y la pobreza extrema un 65 por 100[19].

El desempleo cayó a niveles récord y el aumento de los ingresos durante la década pasada se distribuyó mucho más equitativamente; el salario mínimo real se elevó un 90 por 100. Un estímulo saludable ayudó a acelerar la recuperación de la recesión mundial en 2009, aunque un endurecimiento prematuro de la política monetaria y fiscal ha reducido el crecimiento desde 2010. Sin embargo, no hubo cambios estructurales en el mercado de trabajo y los salarios reales continuaron aumentando aun cuando la economía se enfriaba.

Hasta en Venezuela, cuyo gobierno de izquierda ha sido el más vilipendiado, hubo un gran aumento del nivel de vida después de que el gobierno de Hugo Chávez obtuvo el control de la muy importante industria petrolera en 2003[20]. Aunque Venezuela se iba a encontrar a finales de 2012 con problemas debidos a la alta inflación, la desalineación de la moneda y el desequilibrio en la balanza de pagos, los logros de la era Chávez a partir de 2003 fueron comparables a los de los otros gobiernos de izquierda; hubo una gran reducción de la pobreza (42 por 100)[21], la extrema pobreza (53 por 100)[22] y la desigualdad, y se amplió notablemente el acceso a la educación, las pensiones y la sanidad públicas[23]. Sobre todo si se compara con los 20 años anteriores de crecimiento negativo de la renta per cápita, los indicadores económicos y sociales de la última década ayudan a explicar por qué el partido en el gobierno fue capaz de ganar 13 de las 14 elecciones y referéndums nacionales celebrados. Queda por ver si el gobierno puede superar la crisis actual y preservar esos logros.