Francesco: El maestro del amor - Yohana García - E-Book

Francesco: El maestro del amor E-Book

Yohana García

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Beschreibung

Yohana García nos transmite los mensajes de sabiduría y esperanza que nos sensibilizan para vivir abiertos al amor verdadero, a la comprensión y a las nuevas experiencias. Convertido en maestro del amor, Francesco regresa para infundirnos el aliento que necesitamos cuando la vida se torna carente de sentido. En la cuarta entrega de la exitosa saga que ha transformado la vida de miles de lectores, Francesco regresa al cielo con nuevos bríos: desea ser el maestro del amor. Su misión consistirá en descender a la tierra para acompañar a las personas que sufren y mostrarles la forma de solucionar sus problemas, sin que ellas descubran su identidad ni los propósitos que lo motivan. En el transcurso de esta empresa no faltarán los enredos ni los malos entendidos, pues dos almas se disputan la presencia de Francesco a su lado en esta nueva vida. Basado en historias reales y canalizaciones del mismo Francesco, Yohana García nos entrega una nueva y deslumbrante obra cuyas páginas brindan un mensaje de fe y esperanza, que tocará una vez más el corazón de sus lectores.

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Dedicatoria

A Dios, a Francesco, a mis hijos adorados, a mi madre.

A mi futuro nieto y a mis nueras.

A mis amigos del alma, gracias, eternamente gracias.

Se lo dedico a todos los sobrevivientes del desamor, a todos los seres que, al igual que niños chiquitos, se quedaron tirados en el piso pataleando y llorando por la impotencia ante la soledad que no se ha ido.

Va todo mi amor y mi admiración a los que se sienten tranquilos, aunque estén solos.

A todas las madres que dan lo mejor de sí, sin perderse en su familia.

A todos los hombres que luchan por ser mejores cada día.

A todos los adolescentes que, a pesar de tener un mundo contaminado de malos hábitos, están en el camino del desarrollo humano.

A todos aquellos que se dieron cuenta de que en la humildad está el éxito.

A todas las alumnas de mi centro holístico, porque algunas vienen desde muy lejos para tomar un cachito de sabiduría de nuestros maestros.

A toda la Secretaría de Salud por darme un voto de confianza en el arte de sanar con el alma, en especial a la licenciada Graciela Romero Monroy y a la licenciada Angélica Ortega Villa.

A todas las personas que apuestan por la vida.

Mi agradecimiento a mi editor Rogelio Villarreal Cueva y a Guadalupe Ordaz de Editorial Océano, y a todo su equipo de trabajo por ser gente maravillosa.

Mensaje de la autora

Ésta es la historia de Francesco, quien en otra vida también fue Agustín. Camila, su amor eterno, alma gemela de muchas vidas, y Elena, su esposa en una vida anterior, los tres son seres amorosos, sufridos y profundos.

Francesco, un maestro de luz al que amo profundamente, me ha vuelto a dictar un libro. Esta vez me ha dicho que la lectura tendrá como fin el dejar en claro que la fuerza y el capricho que trae el destino sólo se pueden cambiar cuando se es consciente de que se desea sanar.

Está dirigido a toda persona que se encuentra en la plena lucha de seguir buscando un gran amor. Está dedicado a todas aquellas personas que no encuentran una buena pareja aunque fuera justo que la tuvieran, porque en el juego del amor no cuenta la cuota de ser bueno y tener suerte. La suerte del amor no siempre dependerá de la bondad, sino de todas las historias pasadas que tus seres queridos no hayan resuelto felizmente en su momento, porque este desamor no es culpa tuya, no te pertenece a ti.

Ésta es una historia reparadora para todos aquellos que sin querer se quedaron con la persona equivocada y que por más que lo supieran, algo les impedía irse de ese lugar equivocado.

Para aquellos que por ignorancia no pudieron hacer en su momento lo que tenían que hacer. Para los que se quedaron apegados al dolor y que hoy se culpan por no haberlo soltado a tiempo.

A todos los que tuvieron un amor oculto que no se animaron a llevarlo a la luz, como le pasó a la protagonista de la película Los puentes de Madison. A esos amores de los que sólo un grupo de amigos pudieron saberlo.

También está dedicado a todos los que tuvieron que perder a un ser querido y se preguntan qué hay más allá de esta vida.

Este libro nos enseña a conseguir lo que queremos. Porque cuando estamos en el camino de la vida, no hay vuelta atrás para encontrar la salida. La salida siempre está delante de nosotros, justamente en muchos pasos de los que formaron nuestro pasado.

Quizás te haya pasado amar a alguien en silencio y que ese otro no se enterara de nada. O quizás alguna vez se enteró y reaccionó con indiferencia.

También te pudo haber pasado estar seguro de haber encontrado a tu alma gemela, y cuando la tuviste cerca de ti, como por arte de magia desapareció y así fue como nada de lo que deseaste en el terreno del amor se te ha dado.

Entre amores, desamores, encuentros y desencuentros nos va pasando la vida.

Y en este tema del amor muchas veces el que espera desespera y más de una vez repite la historia que inconscientemente se rehusaba a repetir.

Así es como la historia tiene amores fatales de maltratos e injusticias. De usos y abusos. De enganches peligrosos.

Este libro nos mostrará que no nos podemos culpar por habernos equivocado.

Ese amor que nadie quiere tener, pero que más del cincuenta por ciento de la población mundial ha tenido; ese mal amor, viene muchas veces a enseñarnos que necesitamos conocernos para así sacar a la luz la más triste oscuridad.

Lamentablemente, para encontrar un mal amor sólo se necesita estirar la mano y pedir que ellos vengan a nuestros pies. Vendrán muchos a vendernos espejitos de colores y a mostrarnos las perlas de la virgen; y lo peor es que el consciente de muchos se lo creerá. Pero las almas saben todo, y no nos podrán tener engañados por mucho más tiempo.

¿Pero por qué es tan fuerte el hecho de creernos lo que nos puede lastimar? Porque los demás pueden ver en nosotros todas las fallas que traemos con la pareja y nosotros nos negamos a despertar con pánico a que otra vez nos encuentre la mañana en nuestra cama durmiendo solos en un rincón, como si en nuestro inconsciente estuviéramos esperando que alguien llene ese otro lado.

Estamos ante tiempos donde la comunicación en redes sociales superó toda imaginación, donde se puede hacer de todo con un abrir y cerrar de ojos; sin embargo, todavía se sigue soñando a la antigua con príncipes y princesas que viven historias mágicas, amorosas y repletas de hadas.

Todavía se sigue creyendo en un gran amor. Pero como todo lo bueno tarda en venir porque si no, no lo valoraríamos, esto bueno parece que nunca va a llegar, la espera se hace inminente, se siente la tiranía del tiempo y es muy triste esperar sin saber si valdrá la pena esa espera.

Porque el amor... el buen amor, a la larga debe aparecer. Después de todo es un derecho divino y propio. Porque vivir sin un buen amor es trabajoso, mucho más que si se está acompañado. Sin embargo, estar solo también se puede.

Este libro tiene como objetivo despertarte hacia un buen amor. También a un amor propio, un amor real, de esos que dan fuerzas y esperanzas. Es para todos aquellos que en algún momento con sus almas y sus corazones coincidirán.

Te invito a que le digas a Francesco que te ayude en la lectura a despertar esas partes que no te dejan ver los secretos de familia que impiden tu camino hacia el amor.

Tengo la total certeza de que así como me pasó a mí con este libro, lo leerás muchas veces y siempre algo bueno pasará en tu vida.

Te deseo que disfrutes enormemente en este revolcón que te darás entre el cielo y la tierra.

IEl regreso esperado

Regresar siempre es fácil porque el camino de regreso es igual al de ida. Todo es un ir y venir, un alejarse y regresar. Nada queda sin movimiento, nada se pierde en este bello transitar de vivir entre el cielo y la tierra.

Francesco, que en su última vida había reencarnado como Agustín, conocía las leyes del buen vivir, esas que había aprendido junto a su gran Maestro en la India.

Ahora él acaba de morir. Su muerte fue tal cual la había soñado. No falleció un día cualquiera, sino en la madrugada de su cumpleaños mientras dormía en su humilde habitación del ashram. Cuando dejó de respirar su casa estaba rodeada de servidores y adeptos. Todos lamentaban su desaparición física, aunque sabían que nunca dejaría de habitar los corazones de quienes lo habían conocido.

¡Y quien vive bien... muere bien!

El ashram donde vivían el Maestro y Francesco se encuentra en la India. Es un lugar hermoso rodeado de vegetación y de altares dedicados a dioses, muy adornados y con ofrendas de frutas y flores. En sus alrededores, las mujeres entrelazan pétalos y flores para hacer collares que luego venden.

La ciudad es pobre materialmente, pero no en espíritu. Las calles son de tierra roja y cuando hay una tormenta la tierra vuela llenando todo de polvillo rojizo. En ellas hay palmeras y se escuchan todo el tiempo los cláxones de los autos. Las mujeres se movilizan en bicicletas, pero no manejan, van sentadas muy femeninas en la parte de atrás, mientras sus parejas conducen.

El ashram es un recinto muy grande con capacidad para más de tres mil personas. El piso es de mármol y tiene columnas donde la gente se apoya cuando está cansada, porque allí no existe ningún tipo de asiento. Todo el ritual del Maestro se realizaba en el piso. Hay un escenario con un sillón donde se sentaba el Maestro cuando necesitaba reposar. En la puerta del ashram, como si fuera un perro faldero, lo esperaba su elefante.

Él pasaba dos veces por día a dar sus darshan, o sea, sus charlas. Cuando hablaba era todo un acontecimiento, pero cuando decidía no hacerlo, con que tan sólo pasara y dejara su energía hacía felices a sus adeptos. Entre ellos se encuentran los servos, que son los seguidores que ayudan y tienen permiso para acceder a todos los recintos del ashram. Ellos también contaban con pláticas privadas de enriquecimiento espiritual que el Maestro les ofrecía.

Es de su discípulo Francesco de quien vamos a hablar en esta historia. Fue un gran ser humano que partió feliz de este mundo al haber cumplido su misión. Cuando abandonó este plano tenía ochenta años, y él sabía que era el momento de trascender al cielo. Grandes llantos se escucharon en todo el mundo, pues realizó una gran obra en su vida, junto a su Maestro y guía.

Ese Maestro que un día Francesco había ido a visitar para pedirle alguna respuesta sobre su transitar en la vida. Su experiencia al conocerlo fue tan bonita que decidió quedarse a vivir cerca de él. Con el tiempo su Maestro lo descubrió, no como un seguidor más, sino como alguien que tenía una luz especial y, al intuir una nobleza de espíritu, le pidió que fuera su asistente. Francesco decidió dejar todos sus apegos materiales para acompañarlo en la hermosa tarea de servir.

A partir de entonces, todos los días le leía al Maestro las cartas de sus seguidores y éste, si tenía tiempo, le daba una respuesta, y cuando no, le pedía a Francesco que se animara a hacerlo. En un principio, temía equivocarse al dar sus propios consejos, pero con el tiempo Francesco aprendió que su corazón nunca mentía; decidió confiar en su intuición y trabajó cada día con esmero, amor y pasión.

Nunca más se acordó del mundo ordinario, pues su vida se había convertido en extraordinaria. Y si bien un día dejó a su madre y a sus hijos en otro continente y en otras circunstancias, ellos cada año organizaban un viaje para visitarlo. Lo veían tan feliz que nunca dudaron de que ése era su camino.

Sus seres queridos eran los que más lo extrañaban, porque él estaba tan ocupado que no tenía el tiempo para pensar. Su madre muchas veces recurría a los recuerdos para estar cerca de ese muchachito que antaño le hiciera tanta compañía. Sus hijos lo amaban, a pesar de que su madre les llenaba la cabeza para que lo juzgaran mal. Pero las cosas caen por su propio peso, sólo el tiempo las acomoda y saca la verdad a la luz. Con el transcurrir de los años sus hijos entendieron que el camino de su padre no era común u ordinario, y, en cambio, su misión era extraordinaria.

La madre de Francesco falleció a los pocos años de que éste se hubiera instalado en el ashram, y sus hijos siguieron creciendo y haciendo su vida con su exesposa. Ellos decían que seguramente su padre tenía poderes de sanación porque la gente enferma se curaba con tan sólo mirarlo. Pensaban que esos poderes los había descubierto su Maestro.

Ahora ambos estarían en el mismo plano.

En los días posteriores a su muerte, todavía se sentía la presencia de Francesco en el ashram. El silencio del lugar aún era muy profundo.

Todos los servidores del ashram decían que se había llevado consigo un gran secreto; sabían que quería transmitirles algo importante y que lo daría a conocer la siguiente semana a su fallecimiento en el recinto mayor, pero el fin de su vida le había ganado la partida. Estaban seguros de que si revisaban todas sus pertenencias podían encontrar algo, pues lo habían visto escribir muy entusiasmado en unos papeles de textura antigua. Mucho más desde que había visto al Papa, tres años atrás, cuando acompañó a su Maestro a conocerlo... Y a partir de esa visita, él se había puesto a escribir como si estuviera poseído. Por eso los servidores pensaban que quizás estuviera redactando sus memorias. Como él era reservado, nadie se había animado a preguntarle nada al respecto. El director de los servidores de Francesco y de su Maestro daría la orden de buscar esos escritos cuando llegara el momento preciso.

En los últimos años Francesco se había dedicado a transmitir con más fuerza las enseñanzas del gran Maestro, al cual había acompañado desde hacía más de dos décadas.

Los días en la India transcurrían largamente entre meditaciones y disertaciones. El tiempo que le quedaba libre lo empleaba para leer algunas cartas petitorias de sus adeptos. Una vez que las leía, realizaba unos movimientos mágicos con sus manos —como su Maestro le había indicado— para hacer realidad los deseos de la gente.

Si Francesco sentía la veracidad del pedido, llamaba a sus seguidores y les solicitaba que esas cartas tan amorosamente seleccionadas fueran colgadas en el árbol de la vida. Ese mismo árbol que cuidó las siestas del Maestro cuando era pequeño, el mismo lugar donde éste había enseñado por primera vez la gran oración: El Llamado del Amor.

Ahora en ese sitio ya no quedaba nada. En 2010, después de ochenta años, también ese árbol había muerto: una tormenta de viento arrancó de cuajo sus enormes raíces. Lamentablemente sólo quedó una placa recordatoria, regalo de los adeptos.

Todo había cambiado de un año a otro: sin madre, sin Maestro y sin el árbol de la vida. Francesco había resentido fuertemente la ausencia de todos ellos, por eso se había puesto a escribir con tesón y entusiasmo. Nadie sabía qué era lo que estaba volcando en ese libro. Ahora ni siquiera se sabía dónde estaban esos bosquejos, seguramente llenos de pensamientos profundos y sabios.

En los días previos a su muerte se le había visto muy animado, como si se hubiera quitado años de encima. Esto había llamado la atención de los más allegados y cuando le preguntaban a qué se debía su cambio, él respondía: “Es Dios el que me rejuvenece”, y luego se reía.

Pero esa mañana Francesco ya no respiraba; su cuerpo aún estaba tibio y llevaba en su rostro una sonrisa muy bonita.

Ahora todo cambió, y así como es arriba es abajo. Para él, que acababa de partir, su vida en el cielo se transformaría e iniciaría una nueva etapa.

Todos los adeptos que vivían en el ashram recordaban cómo Francesco, siempre que se iba a hacer la siesta, decía que ésta era sagrada, y cuando se retiraba a descansar comentaba: “Me voy un rato a ensayar la muerte, porque morirse es como dormir un rato y a nadie le da miedo irse a dormir”.

Hoy no ensayaba nada, porque estaba viviendo un estreno, y si bien había tenido varias vidas anteriores en el cielo, ésta sería una totalmente diferente.

El cuerpo de Francesco yacía en la cama de madera en su habitación desprovista por completo de muebles, cuando de pronto sintió una gran fuerza que se desprendía de su cabeza y, en ráfagas de segundo, vio cómo el ángel de la guarda cortaba un cordón de plata.

Francesco quiso hablarle en cuanto lo vio y pedirle que no lo cortara tan rápidamente, pero no le salieron las palabras. Le recordó el mismo proceso que hacen los médicos cuando cortan el cordón que une a la madre con su bebé. Sin embargo, aquí había un hermoso ángel blanco luminoso, sonriente, que con unas tijeras doradas de luz cortaba el cordón de plata que él tenía en el centro de su cabeza. Cuando estaba en vida nunca se había visto ese cordón, pero ahora lo observaba como si estuviera en tercera dimensión. Era como una soga gris bastante dura, resistente y elástica. En cuanto el ángel lo cortó, sintió una paz inmensa, porque mientras seguía unido a su alma podía sentir emociones y algunos miedos.

–¡Ahora a volar...! —le dijo el ángel—. Sube al cielo, que yo te acompaño.

Francesco miró su cuerpo inmóvil con cierta nostalgia y siguió las órdenes del ángel. Por un momento se detuvo y, mientras flotaba en el aire, observó su habitación y la foto de su Maestro; en cuanto salieron de allí voló sobre el ashram y le agradeció a la vida por haber sido un ser privilegiado, tan feliz que no tenía palabras de gratitud.

Pero el ángel, que captó su pensamiento, le dijo:

–Francesco, no te despidas como si no volvieras nunca más a estar aquí, porque siempre vendrás a visitarlo. Que estés en el cielo no significa que no puedas bajar a tus lugares favoritos ni abrazar a los amores de tu vida. Los lugares están repletos de los antepasados de las personas y las casas tienen tantos visitantes de todos los cielos que a veces no cabemos. Vamos, Francesco, no te apegues a la vida, que ése no es tu compromiso.

Entonces Francesco le preguntó al ángel:

–¿Vamos al cielo? Enséñame el camino a casa, el cielo es inmenso y no sé el camino.

Entonces el ángel le mostró una geometría sagrada que representaba el cielo y le indicó con su dedo el trayecto.

Pero Francesco, que se sentía algo ansioso, siguió con el interrogatorio:

–¿Pasaré por algún purgatorio?

–No —le contestó el ángel rápidamente—. Ese lugar ya lo quitaron. Ocupaba mucho espacio en el cielo, y las almas se confundían de camino.

–¿Tendré algún juicio al que comparecer?

El ángel le respondió que no sabía.

De pronto, Francesco observó algo que el ángel sujetaba en la mano y le llamó la atención.

–¿Qué llevas ahí?

–Tu cordón de plata.

–¿Y se puede saber para qué?

–Para tener más información de tu memoria celular, para conocer tu psicogenealogía.

–¿Y para qué la quieres?

–Para analizarte, para conocerte en vez de llevarme el libro sagrado de tu vida. En él aparece el deber y el haber que forman tu karma, también está tu historia de vida, la de tus antepasados y las misiones de cada uno. Es como un cordón umbilical, sólo que éste se llama celestial.

Francesco vio que su cordón era largo y elástico. Preguntó entonces si todos los cordones eran iguales o si había alguna lectura sobre ellos. Como el ángel no le contestó, curioso, inquirió de nuevo:

–¿Y dónde lo guardarás?

–En el cielo.

–¿Pero en qué lugar?

–En el Banco de cordones celestiales que está cerca de la Playa de los pájaros.

De pronto, Francesco creyó rememorar algo de sus vidas pasadas en el cielo, pero sólo fue un vago recuerdo.

El ángel le gritó:

–¡Agárrate fuerte, que vamos a pasar por el Túnel del Bosco, entre la fuerza centrífuga y los colores que se incorporan en movimiento circular! ¡Es mejor que no hables!

Francesco obedeció sabiendo que no le quedaba otra opción. No podía pensar en algo más que no fuera entrar en el limbo. Muy pocas veces el cielo presenta alternativas, porque el libre albedrío no se encuentra ahí, la libertad de elegir está sólo en la vida. Pero cuando se está en la vida y las personas pueden escoger entre el plan A o el plan B se agobian por el miedo a no tomar la mejor decisión: a mayor posibilidad, mayor angustia a equivocarse. La vida ofrece tantas opciones que hasta se puede elegir ¡no elegir nada! En cambio, en el cielo no hay posibilidades de decir una cosa y hacer otra; lo haces o lo haces, porque el camino de Dios no se discute. Si de verdad existiera allí el libre albedrío, los espíritus se convertirían en adolescentes espirituales, rebeldes, sin camino ni propósito para transitar.

El viaje de la tierra al cielo es rápido, un poco vertiginoso; en él no hay miedo, sólo hay liberación. Como sea que uno se muera, todos tenemos el mismo camino. Hay un poco de ruido como si una lavadora de ropa estuviera funcionando, lavando trapos viejos; pero ese ruido es parte del cambio de frecuencia vibratoria entre un plano y otro. Los colores son fuertes, nítidos y se mueven como un caleidoscopio.

El túnel se atraviesa igual que en esas películas de viaje en el tiempo. Luego se ve una luz inmensa y se escucha un canto hermoso. De pronto, una mano gigante aparece como por arte de magia dando la gran bienvenida; los ángeles suelen decir que ésa es la mano de Dios. Un portón de un material parecido a la madera se abre en cuanto un espíritu llega y entonces aparece el paraíso. En ese momento dan la bienvenida todos los amores que transitaron en la vida de la persona.

Cuando Francesco abrió los ojos, que había cerrado por culpa de los destellos de colores, se asombró de la gran belleza que presenciaba: las alas y la luz de un arcángel, que lo recibió y le dio una palmadita en la espalda en señal de saludo caluroso.

IINuestro hogar siemprees el mejor refugiodel alma

En cuanto tenemos una vida más elevada, debemos recordar que el espíritu está unido a los sentimientos más profundos de la persona que habita.

En cuanto este buen espíritu abrió los ojos, se alegró y le dijo al arcángel:

–¡Por fin en casa! El lugar perfecto donde no existen apegos ni sufrimientos.

–¿Cómo estuvo el viaje? —le preguntó el ángel que daba la bienvenida.

Francesco, con una gran sonrisa, le contestó:

–Un poco movido, creo que había algo de viento. Este viaje lo disfruté más que las otras veces que vine aquí. Cuéntame, estoy ansioso de regresar. ¿Quiénes están aquí, a quiénes saludaré?

–Espera, espera, Francesco... Vamos con el protocolo.

–¿Cuál protocolo? —inquirió Francesco.

–¡Ahora sí que estás diferente! No pareces la misma persona que nos visitó por primera vez. Recuerdo a ese Francesco temeroso, nervioso, que no quería aprender ninguna enseñanza.

–Ése me da nostalgia —dijo entre risas Francesco—, era como un niño, pero al final aprendí. Todo cambia y hasta los cabezas duras aprendemos —de pronto miró al ángel y le preguntó—: ¿Qué tienes ahí en la mano? ¡Esa luz me marea!

–Ahhh —respondió el ángel—, éste es mi regalo: es una estrella.

–¡Es hermosa...! ¡Qué colores más bellos!

–Es la estrella de la sabiduría. Cuando no sepas qué decir ni qué hacer acércate a ella. Tócala y pídele el conocimiento que necesitas para cada momento. Ahora tendrás que ir con los Maestros Ascendidos, esos que una vez te enseñaron a vivir en la tierra. Irás a visitar a cada uno y así sabrás qué más hay que hacer en tu futuro.

Francesco caminaba al lado del ángel, algo pensativo, cuando de pronto se detuvo. El ángel lo miró y le preguntó:

–¿Qué te pasa, mi querido amigo?

–Es que... —titubeó por lo que iba a decir.

–¿Qué quieres decirme?

–No sé. Creo que no tengo nada que decirte. No sé si será un atrevimiento, pero ahora quiero ser yo el maestro.

–¿Tú?

–¿Y por qué no? —comentó el buen Francesco.

–Bueno, podría ser... —dijo el ángel, y le quitó la estrella de la mano arrojándola al aire para que le pegara en la cabeza, pero Francesco pudo cabecearla y la atrapó con el ala derecha.

–¡Ves, soy otro!

–Pues sí, éste es el que tenías que ser. Cada cual es el que tiene que ser, en el tiempo que corresponde —y el ángel intrigado le preguntó—: ¿Maestro de qué quieres ser?, ¿del Tiempo?, ¿del Perdón?, ¿del Nacimiento?

–¡Quiero ser el Maestro del Amor! — respondió Francesco.

El ángel lo miró y se emocionó. Una lágrima de sus ojos celestes corrió por su rostro.

–¡Francesco, el Maestro del Amor! Humm. Pediremos permiso y, si nos lo dan, tendrás mucho que trabajar. Aunque...

–¿Aunque qué? —preguntó Francesco, y continuó—: Ángel mío, el amor es lo máximo que un ser puede sentir. Es la energía más alta, sanadora, luminosa que vale la pena vivir. Allí abajo hace mucha falta, se está acabando, está perdiendo fuerzas y eso me preocupa. Los hijos ya no respetan a sus padres, los padres no cuidan a sus hijos y todo es una mentira. Sólo gana la ley del más fuerte, es una selva descomunal. Se ha perdido la fe, la esperanza y la certeza de que todo puede mejorar, y casi toda la gente opina que el tiempo pasado fue mejor. Se ha perdido la comunicación, ahora las familias se llaman a comer por mensajitos. Todos contra todos y todos con todos.

–¿Tanto te ha desanimado vivir en ese lugar?

–Pues... un poco. Hay gente que brilla, ayuda, da sin pedir nada a cambio. Tienen fe, creen en un mundo mágico. Pero los demás, el resto, ésos me preocupan. Nadie escucha a nadie.

–Ya veo —dijo el ángel e interrumpió a Francesco para hacerle una pregunta algo descabellada—: Cuéntame algo... Tú quieres ser el Maestro del Amor, entonces dime: yo una vez me enamoré y no puedo olvidar esa historia y muchas veces me pregunto por qué no puedo hacerlo si ya ha pasado mucho tiempo. Me pregunto por qué nací siendo un ángel, por qué no tuve una vida como la tuya.

–¿Y qué me quieres preguntar? —dijo Francesco.

–¿Cuántas veces has pasado por la Plaza del Pilar? —inquirió el angelito.

–Muchas veces he pasado por ahí... Me encantaba ese paseo, siempre lleno de artesanos, artistas, mimos, gente bailando en la calle, tarotistas, médiums. ¿Y por qué me lo preguntas?

–Porque ahí me enamoré de una muchacha que tiraba el tarot.

–¿Cómo? ¿Los ángeles se enamoran? —preguntó Francesco con cierta picardía.

–Pues sí, un día pude bajar como humano, pero sólo me dieron permiso para dos días. Y nunca más volví.

–Humm —dijo Francesco—, no sé qué decirte. ¿Sigues enamorado?

–Creo que un poco —dijo el ángel, sonrojado.

–¿Y qué puedo hacer por ti?

–Pues no sé, ¡tú quieres ser el Maestro del Amor!

–No, espera, eso no lo sé. Todavía tengo que pasar por el protocolo. A lo mejor no puedo ser el Maestro del Amor, hay muchas cosas que no sé qué hacer ni responder.

–¿Qué puedes hacer por mí? —preguntó el ángel.

–Ni idea —dijo Francesco entre risas—. Seguro que en algún momento nos aparecerá alguna respuesta.

–Yo creo que sí. Aquí nos encantaría que fueras el Maestro del Amor. La estrella que tienes en la mano, después de un tiempo, llevará tu energía y te dará la intuición para que tus respuestas sean perfectas. Además, para ser un buen maestro sólo necesitas tener un buen corazón y un gran entendimiento de la vida, y eso ya lo tienes. Pero dime, Francesco, ya sé que hace poco te fuiste de la vida, pero ¿no extrañarás el ashram?

–¡La verdad, no...! Cuando haces en la vida todo lo que te gusta no creo que te quedes con pendientes de nada, y no se extraña lo que se completa. Ya había perdido mis mayores apegos, así que sólo me quedaba contar los días que me quedaban en la tierra, como cuando te vas de vacaciones y no extrañas tu casa. Cuando me fui lejos de mi casa, me alegré.