4,99 €
Existe una sola cosa que te separa de tu sueño verdadero: el parásito mental. El parásito es esa voz en la cabeza que te hace dudar de tu capacidad, haciéndote evitar las oportunidades de éxito, o que te hace sentir tan omnipotente que -por impaciencia- frustras tus logros. Es ese diálogo interno en donde te encuentras a menudo reviviendo hasta el hartazgo escenas del pasado o imaginando eventos espantosos acerca del futuro. Es ese parloteo mental corrosivo, lleno de suposiciones y auto cuestionamientos, que te detiene y limita. ¿Por qué deberías soportarlo, si puedes ser libre de sus trampas y trucos? ¿Cuántas posibilidades de crecimiento se abrirían en tu vida si convirtieras esa voz en tu mejor aliada? Esta Guía práctica, reveladora y divertida te permitirá: Conocer el funcionamiento de tu parásito mental Detener sus efectos destructivos sobre ti Descubrir los talentos que te ha estado ocultando Comenzar a expresar tu auténtica identidad En pocas palabras: disfrutar de una mente libre de condicionamientos, y así concretar tus sueños verdaderos.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 258
Veröffentlichungsjahr: 2021
FLAVIA CARRIÓN
Carrión, Flavia InésFuera de mi corazón / Flavia Inés Carrión. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2085-2
1. Superación Personal. I. Título.CDD 158.1
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Diseño de portada: Natalia PadillaModelo de portada: Juliana Padilla
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Cuando comencé a asistir personas en el desarrollo de sus proyectos, descubrí que independientemente del contexto cultural de crianza, edad, condiciones de vida y cualquier otra circunstancia, había algo que todos tenían en común.
Todos se quejaban de los límites que imponía a sus decisiones y acciones el diálogo mental, pernicioso y voraz, que permanentemente presentaba frases como:
… no soy capaz
… nadie me quiere
… no lo merezco
La sabiduría ancestral ha reconocido el fenómeno desde hace siglos. Recibe muchos nombres: es el “predador interno” de los tolteca del antiguo México, el “uhane” de los hawaianos, el “wetiko” o virus malicioso de los nativos Cree, y muchos más.
Diversas filosofías coinciden en que –independientemente del nombre que le pongamos– la actividad desbordada del yo mental drena nuestra energía, al igual que un parásito se alimenta de su huésped. Como consecuencia, nos resulta prácticamente imposible alcanzar un desarrollo pleno y feliz.
Al darme cuenta de que la triste experiencia del parásito mental estaba tan extendida y de que las alternativas conocidas para detener sus efectos no parecían suficientes, comencé una intensa búsqueda de herramientas de trabajo interno que pudieran servir a las personas que yo orientaba. Así fue como encontré la obra de J. Stevens y un modelo de arquetipos de comportamiento que respondía bastante bien a las situaciones que iba encontrando. A partir de allí, me dediqué a integrar dicho modelo con las técnicas de administración y uso de la energía que ya utilizaba, surgiendo así un sistema propio. Casi de inmediato, empecé a ver efectos increíblemente transformadores en las personas a quienes recomendaba su aplicación.
Con el transcurso de los años, me fui dando cuenta de que no sólo era posible evitar las consecuencias destructivas del parásito mental, sino que su presencia podía convertirse en un recurso interno que, en lugar de hundirnos en la postergación y la frustración, impulsara los sueños de crecimiento que nos sentimos llamados a concretar.
Aun más, entendí que el proceso de redireccionamiento de la conciencia que es necesario realizar para disolver al parásito mental, facilita la tarea de descubrir nuestros talentos ocultos, nuestras cualidades creativas únicas y –finalmente- el legado que hemos venido a compartir con el mundo.
Después de más de 10 años de aplicar este sistema con éxito, he decidido compartir muchas de sus herramientas en esta guía práctica, para que cualquier persona pueda aplicarlas a su propia aventura de desarrollo personal.
No intento aquí un análisis psicológico del parásito mental, ni tampoco reemplazar con estas páginas la consulta a un profesional competente cuando se siente necesaria. Es importante buscar asistencia cuando la tarea de superar el diálogo mental se nos presenta como inmanejable.
Lo que me propongo brindar aquí son pautas claras para identificar sus trucos y dinámicas habituales, y recursos para superarlos.
De esa manera, el lector se encontrará mejor preparado para liberarse de las ataduras con las que el parásito mental amarra su pensamiento, retomar el comando de su energía y avanzar decididamente hacia su felicidad.
Flavia Carrión
Hay algo que debes saber de inmediato: todas las personas procesamos la información intelectual a través del diálogo interno, pero esto no implica necesariamente algo perjudicial para nosotros. El problema es que en nuestra sociedad, ese diálogo se ha vuelto tan desbordado, desgastante y tóxico, que se ha convertido en el obstáculo más importante para la concreción de nuestros proyectos de crecimiento.
Dado que las personas no somos un conjunto de compartimentos estancos, cualquier fuga de energía en un área (por ejemplo, la mente), repercute negativamente en las otras: nuestro estado emocional, nuestra salud y hasta nuestras perspectivas de crecimiento.
Te daré algunos ejemplos para que veas cómo funciona:
Carlos es un joven empleado. Sale de la oficina del director habiendo recibido una crítica injusta o un reclamo que no correspondía. Sin embargo, no ha podido expresar claramente su situación. Entonces, mientras camina resignado, la voz que tiene en su cabeza le dice
“Deberías haberle dicho que se vaya al infierno”
. Minutos después, mientras regresa a su cubículo, esa misma voz en su cabeza le dice
“Todos en la oficina te están mirando y saben que te acaban de destruir”
. Más tarde, en el trayecto de regreso a su casa, esa misma voz le dice
“Nunca vas a llegar a nada”
. Con el correr de los días Carlos se sentirá triste, agitado o deprimido, y físicamente agotado. Quizás piense que es por su alimentación o su ritmo de trabajo, pero de lo que se trata es de ese parásito acosador y martirizante que no deja su mente en paz.
Otro ejemplo:
Una mujer de unos 50 años decide volver a intentar el camino del amor luego de que transcurriera una década desde su divorcio. Durante ese lapso, se ha dedicado exclusivamente a criar a sus hijos y mantenerse vigente en su trabajo, lo cual le ha demandado mucha energía. Se lanza, entonces a una nueva etapa, haciendo espacio para el romance, pero sus primeros encuentros con el sexo opuesto no resultan como esperaba. La voz en su cabeza no deja de repetirle:
“Es que estás vieja”
, o
“Ya no hay hombres”
, o
“Deberías dejar estas frivolidades y ocuparte de lo que es importante”
. Aun cuando se encontrara frente a frente con el hombre perfecto para ella, probablemente no se daría cuenta. Su parásito mental no se lo permitirá.
El parásito mental es una voz que expresa –a través de frases clave e imágenes mentales– ciertas creencias acerca de ti mismo y del mundo. Dado que se manifiesta en forma de diálogo, podemos llegar a percibirlo como una pseudo-identidad, un “otro yo” que vive en nuestra cabeza.
Cuando sueñas con algo maravilloso que quieres lograr y de pronto surgen cadenas de ideas pesimistas al respecto, que finalmente te convencen de que no vale la pena el proyecto, eso es una manifestación del parásito. Cuando te encuentras enredado en fabulaciones acerca de aquello que pudo haber sucedido o que puede llegar a suceder, y esto te llena de temor o preocupación –y aunque lo intentas no logras salir del circuito– ahí tienes a tu parásito. Cuando te sientes compelido a consumir algo en exceso aun sabiendo que te daña, eso es el parásito. Cuando tu pensamiento no se detiene, incluso cuando intentas dormir, eso es tu parásito.
El parásito es algo que no nos hace bien. Impugna nuestro crecimiento personal conduciéndonos a la errónea creencia de que nunca alcanzaremos el éxito, o nos empuja a acciones temerarias sólo para demostrarle algo al mundo. Nos aleja del presente conduciéndonos a fantasías negativas acerca de un doloroso pasado o un inquietante futuro. Propicia, si se le permite dominarnos el tiempo suficiente, enfermedades físicas. Nos empuja a vincularnos con personas abusivas o nos lleva al borde de la autodestrucción. En síntesis, nos aleja de la posibilidad de ser felices.
Luego de reconocerlo como fenómeno universal, el segundo dato que debes tener en cuenta es que esta voz en tu mente, a pesar de que la llamamos “parásito”, no es algo que se “ha pegado a ti”.
El parásito mental acompaña tu propio paso por el mundo. Se forma a partir de las experiencias vividas en el hogar, en nuestra interacción con padres, hermanos y abuelos, así como con los primeros espacios de socialización (escuela, clubes, barrio, iglesia, amigos de la infancia, primos con los que nos reuníamos a jugar, etc.). En una fase posterior, el parásito consolida su discurso, apoyado en nuestra asociación con otras personas que sufren del mismo mal. Las herramientas de nuestra cultura (publicidad, medios de comunicación, opiniones consensuadas) lo autorizan y solidifican aun más.
La manera en que surge un parásito adquiere formas muy diversas en cada persona, pero en general obedece a una de estas tres perspectivas (o su combinación):
La perspectiva de nuestros padres (o abuelos), sus frases, sus ideas, su forma de ver el mundo, sus principios éticos, sus conceptos acerca de trabajo, dinero, y sus opiniones acerca de nosotros. Es como si la voz de nuestros padres (o abuelos), hablara en nuestra cabeza. Por ejemplo, una persona a quienes sus padres repetían la frase “eres tan torpe…”, desarrollará un parásito que repita el lema
“nunca llegaré a nada porque soy muy torpe”
.
La perspectiva opuesta a la de nuestros padres, con frases, ideas, y una forma de ver el mundo (y a nosotros mismos) que constituyan una reacción de rechazo con respecto a las suyas. Es la voz del niño rebelde la que habla en nuestra cabeza. Por ejemplo, siguiendo el caso anterior, una persona distinta ante la misma situación podría haber desarrollado otro estilo de parásito, uno que en lugar de aceptar el lema recibido dijera
“ellos no me valoraron, pero yo sé que soy mejor que todos, se los voy a demostrar”
.
La perspectiva resultante de las estrategias de supervivencia que desarrollamos en esa infancia a partir de las situaciones adversas vividas, lo cual incluye ideas, frases y una forma de ver el mundo que buscan compensar los daños. Es la voz del niño herido la que habla en nuestra cabeza. Por ejemplo, siguiendo el caso anterior, una persona diferente podría haber desarrollado un parásito que ni acepte ni rechace el lema paterno, sino que opte por la estrategia:
“ya me hicieron sufrir lo suficiente, ahora los haré sufrir a ellos”.
Sea cual fuere el camino que tome, al llegar a adultos el parásito ya está construido y consolidado. En algún momento, está tan naturalizado en nosotros que se vuelve invisible. No logramos reconocer que su perspectiva es la copia de la de nuestros padres, abuelos o la del niño herido o enojado que fuimos. Su voz se confunde con la de nuestra propia conciencia.
Todos experimentamos un diálogo mental, con diversos niveles de presión o desequilibrio. Algunas personas han aprendido a reconocer cuándo la voz que escuchan en su mente es la voz del parásito, y no permiten que éste consuma su energía y cancele sus oportunidades. Sin embargo, en el tiempo que llevo trabajando este tema, debo aceptar que son muy pocos los que aseguran estar libres del flagelo. La mayoría de las personas lucha diariamente para desembarazarse de sus ataduras.
Muchas personas registran un ir y venir del parásito en sus vidas. Durante breves lapsos, quizás en momentos ideales de bienestar o conexión, sienten que han superado el problema. No obstante, el parásito sobrevive a esos fugaces paraísos mentales, esperando agazapado a que se abra la brecha, -una duda, un contratiempo, una desilusión- para volver a atacar. Y, cuando lo hace, lo hace con fuerza, por eso es necesario tener listas las herramientas adecuadas para detener sus efectos.
Su regreso es esperable, ya que –como todo en el Universo– nuestro parásito mental requiere energía para sobrevivir. Toma esa energía –sobre todo- de la atención que le damos a sus frases y los estados emocionales en los que nos hunde. Dispone de una serie de trucos para obtener esa atención, por ejemplo, exagerar o distorsionar los datos que recibimos, obsesionarnos con pequeñeces o hacernos perder de vista las oportunidades que se presentan.
Existen siete estrategias generales que utiliza para dominar esa atención. Estas siete estrategias se diferencian por el contexto de infancia en el que se construyó el parásito e incluyen diversidad de trucos y trampas que te mostraremos a lo largo de este libro. De todas formas es importante destacar que no es posible predecir a partir de un escenario de infancia cómo se presentará un parásito mental. Diferentes personas responden en forma diferente a los estímulos, desafíos y condiciones de su infancia. Muchos factores individuales entran en juego, sobre todo la sensibilidad particular de cada ser a su circunstancia. Somos únicos.
Sin embargo, el modelo general es útil para enmarcar las situaciones que vamos viviendo en relación con nuestro parásito. Identificar cuál es la estrategia dominante en tu caso te resultará entonces muy práctico para contrarrestar sus efectos nocivos. Al conocer su patrón de comportamiento habitual podrás anticiparte a sus resultados. Al reconocer adecuadamente sus estrategias, podrás aplicar las herramientas específicas y descubrir el sentido profundo detrás de él.
Las corrientes filosóficas y espirituales que se han ocupado de nuestra conciencia hicieron mención de lo que en este libro llamamos “parásito mental”. Como dijimos en la introducción, los pueblos ancestrales se ocuparon de él. Las religiones también, alertando sobre posibles legiones de demonios, monstruos y tiranos que ponen en peligro al alma. El paradigma moderno lo llamó súper yo, identidad construida, diálogo interno, y ha intentado analizarlo a fondo.
Es alentador descubrir que las diversas corrientes espirituales de la Humanidad, en toda su larga historia, coinciden en algunos conceptos fundamentales:
Existe una construcción mental con la que nos identificamos pero que no constituye nuestra auténtica identidad y que incluso bloquea su expresión,
Esa construcción mental nos hunde en lo ilusorio, apartándonos de la verdad,
Para alcanzar la libertad total y la plenitud de la existencia es necesario liberarnos de la influencia de esa construcción mental.
Los distintos enfoques parecen confluir en una misma idea, la de que el ser auténtico permanece a lo largo de su vida atado a una máscara que le impide expresar todo su valor y poder. A lo largo del camino se han hecho esfuerzos para comprender quiénes somos en realidad. El psicoanálisis ha analizado los procesos mentales de los seres humanos, las disciplinas orientales han dejar de identificarnos con la mente, las religiones han decidido rescatar al alma de un destino que parece desastroso.
Lo cierto es que muchas personas reconocen que ese diálogo mental es nefasto para su crecimiento, pero les cuesta mucho encontrar vías para superarlo. La mayoría se ha entregado mansamente a la naturalización de esa voz mental permanente y erosiva, conformándose con seguir adelante a pesar de los límites que les impone.
¿Por qué tenemos que pasar por esto?
La sabiduría ancestral de los pueblos originarios de América, Asia y África nos propone explorar el estudio de los grandes temas de la vida desde una filosofía que considera que “todo es sagrado”. Esta filosofía implica buscar, debajo de las apariencias, cuál es el propósito profundo de nuestras experiencias.
“No es posible que algo en la existencia no sea sagrado”, piensa quien comulga con esta perspectiva, y a partir de entonces se dedica a bucear en los desafíos o problemas hasta dar con la puerta escondida detrás de esa circunstancia. Inexorablemente, esa puerta lo conducirá a una versión más auténtica de sí mismo. Para eso están las crisis. Para ayudarnos a crecer.
El parásito mental no escapa a este modelo.
El sentido último de que tengamos un parásito mental es que podamos descubrir y desarrollar las cualidades únicas que tenemos para compartir con nuestra comunidad. Los nativo americanos llaman a esas cualidades la “medicina personal” de cada individuo. Es ese poder específico que cada hombre o mujer posee y que lo convierte en un ser único e imprescindible para el funcionamiento armónico de la totalidad. Esas cualidades que le permiten concretar su labor trascendente, aquel legado que dejará en el mundo.
El parásito mental es el gran entrenador, al obligarnos a superar todos los desafíos que implica esa tarea.
¿Y por qué tiene que ser tan difícil? ¿Por qué no podríamos las personas vivir con absoluta claridad acerca de cuan luminosos somos y evitarnos todos los trastornos de este bichito voraz?
La respuesta reside quizás en nuestra comodidad. Si no existiera un parásito llamando nuestra atención hacia la necesidad de cambio, probablemente no haríamos el esfuerzo que implica desarrollar nuestro poder único, y difícilmente nos haríamos cargo de todos los talentos que poseemos. Desde esta mirada, entonces, el parásito es, en el fondo, una herramienta de la conciencia para que podamos encontrar –en el esfuerzo por evitar ser devorados por él– todo lo que necesitamos para consolidar una vida plena.
¿Cómo llevo esto a la práctica?
Comparto absolutamente la filosofía de vida que considera que “todo es sagrado”. No creo que exista en nuestra realidad nada arbitrario. He aprendido que cada obstáculo es un puente a una vida mejor.
En el caso del parásito y los contenidos de este libro, intento brindarte herramientas para cruzar ese puente con firmeza y dirección:
Identificando a tu parásito mental y sus trucos,
Descubriendo cuando está intentando influirte negativamente,
Recuperando el comando de tu energía,
Accediendo a todos tus recursos internos.
Es claro que el trabajo interno que se requiere para disolver el accionar del parásito es arduo y requiere coraje, pero vale la pena. He sido testigo de demasiados dones que quedan sin florecer, personas que se postergan a sí mismas hasta la desaparición, hombres y mujeres que permanecen adheridos a los círculos engañosos de esa voz en su cabeza, una y otra vez.
Nunca olvides que tú eres el diseñador de tus circunstancias, que posees libre albedrío para tomar el comando de tus recursos internos, y construir una existencia alineada con tus sueños o –por el contrario– totalmente alejada de ellos, según sea tu deseo y voluntad.
¿Cómo hacemos para vivir mejor?
Somos seres sagrados. Tenemos derecho a ser felices por el mero hecho de estar aquí, plantados en la existencia, mirando de frente los desafíos y teniendo que dejar atrás, a cada paso, al pasado que se va esfumando con sus recuerdos dolorosos y sus nostalgias de felicidad.
Atravesamos con infinita fortaleza, cada día, los problemas de la supervivencia, tanto en la obtención de recursos como en las luchas de la jungla social, tratando de no quedarnos solos mientras sostenemos nuestra esencia única, balanceando permanentemente la versión consensuada de la realidad con nuestro propio criterio, haciendo equilibrio entre lo políticamente correcto y la necesidad de la conciencia de “patear el tablero”.
Nos enamoramos y entramos inocentemente en el aprendizaje del amor, preguntándonos ¿cómo abrir el corazón?, ¿cómo confiar?, pero muchas veces nos vemos forzados a aprender a decir adiós antes de poder hacerlo.
Sostenemos con relativa entereza los altibajos caprichosos de lo cotidiano, porque intuimos que debajo de las apariencias de azar existe un Orden que da sentido a todo. Algunos lo entienden como karma, otros como el designio de Dios, algunos como las infinitas probabilidades cuánticas... La cuestión es que todos los seres humanos buscamos respuestas con la misma irreverencia de niños o de locos.
Benditos seamos por hacerlo así, porque es lo que nos salva de caer en la disolución, y constituye la clave de la poesía que brindamos a la eternidad.
En medio de nuestro viaje heroico lleno de trampas y pruebas, la presencia de esa molesta voz en la cabeza parece empecinada en quitarnos energía.
Energía que necesitamos para aventuras más sublimes: concretar nuestros sueños, compartir nuestro arte, servir con plenitud a la comunidad, descubrir nuevas formas de amar, dar soluciones brillantes a los viejos dilemas de la Humanidad.
Todo esto resulta imposible de realizar si esa voz dentro de nuestra cabeza insiste en que no podemos, no debemos, o no nos lo merecemos.
En nombre de nuestra dignidad y de aquello que venimos a compartir con nuestra comunidad, es necesario que superemos los límites impuestos por esa vocecita y seamos libres, para desarrollar con felicidad nuestra tarea sagrada. El trabajo que esto requiere excede las páginas de este libro, pero el camino para lograrlo comienza aquí.
El modelo de ideas y herramientas que aquí presento está pensado para servir de guía tanto a quienes trabajen este tema en sí mismos como para quienes ayudan, asisten y acompañan procesos de crecimiento personal y espiritual de otras personas. Unos y otros encontrarán aquí un espejo donde a veces es duro mirarse, pero que finalmente les abrirá las puertas a una nueva etapa de su vida.
Una etapa que es plena, luminosa y auténtica.
Relájate y escucha esta historia que voy a contarte.
Imagina que estás en la sabana africana.
Eres un niño, vives en una aldea.
A lo lejos puedes ver el atardecer, recortándose en las copas de las acacias. El cielo tiene el mismo color rojizo y cálido del suelo que te rodea. El día ha estado agobiante, como casi todo el verano, pero a medida que se acerca la noche y el aire se va tornando púrpura, un frescor te va envolviendo.
A ti, y a los otros niños que están contigo, sentados junto al fuego.
Apenas puedes ver desde aquí la choza de tu madre pero puedes imaginar que en este preciso momento están preparándose para cenar, ella y tus hermanos mayores que ya han atravesado esta iniciación en la que estás a punto de ingresar.
Una parte de ti desearía estar allí, incluso si tu madre se enojara porque olvidaste traer el agua desde el pozo al distraerte persiguiendo una comadreja. Una parte tuya añora la seguridad y la rutina como si se tratara de un refugio rocoso durante una tormenta de arena.
Pero hay una parte de ti que espera lo que ahora va a suceder con una excitación eufórica, y con la certeza de que más allá del cansancio de las pruebas físicas, el miedo que te producirán ciertos desafíos, el dolor de las marcas de la iniciación que te hagan en la cara y el regaño de los ancianos maestros cuando no puedas evitar alguna lágrima, este ritual va a convertirte en una persona completa. Un miembro útil para tu tribu. Alguien con un lugar en el círculo, responsabilidades y derechos. Y podrás elegir a alguien para acompañarte en la vida adulta y construir tu choza, y cazar todas las comadrejas que quieras, y nadie te enviará a buscar agua porque lo harás por ti mismo, por tu propio placer y el beneficio de tu familia.
Pero sobre todo, conocerás los secretos que sólo los adultos conocen. Los secretos del origen del mundo, y también, las trampas que existen dentro de los hombres y los hacen flaquear y perder poder.
De eso se trata exactamente lo que estás a punto de escuchar. El anciano se prepara para explicarles eso. Ya algo dijo acerca de cuidarse más de los monstruos internos que de los externos, que los pensamientos de un ser humano pueden ser tan peligrosos como leopardos hambrientos y que una mente que no se controla es como colocar la estera de dormir encima de un hormiguero a punto de reventar.
Ese último comentario fue suficiente como para que los niños de tu grupo empezaran a revolverse incómodos en sus lugares y revisar el sitio donde están sentados, lo cual pudo ser muy gracioso, pero el anciano maestro no sonrió. Sencillamente, les dijo:
“Comandar sobre la propia mente tiene que ser tan importante para ustedes como comandar la propia mano cuando empuña una lanza. La diferencia entre dominarla o ser dominado por ella es la diferencia entre ser libre o vivir como esclavo.”
Y entonces, a la usanza de tu aldea, y de todas las aldeas en donde se ha transmitido el conocimiento de manera ceremonial desde el principio de los tiempos, el anciano les contó la siguiente historia:
Se organizó en la sabana una fiesta de los animales con cuernos. Búfalos, antílopes, gacelas, oryxes, kudus e impalas –entre otros– estaban invitados.
La liebre, con ganas de burlarse de la hiena –como era su costumbre–, fue a visitarla. La encontró tranquila y despreocupada, sacudiéndose las moscas en el agobiante verano africano. Entonces, súbitamente, le dijo:
“Se organizó una fiesta para los animales más rápidos de la pradera. Me imagino que ya te habrán invitado…”
“No… –contestó la hiena– a mi no me llegó ninguna invitación…”, y pensó para sí misma con cierta melancolía, “tal vez no sea tan rápida como creía…”
“Mmm… –continuó la liebre, que ya empezaba a disfrutar de su juego– serápor eso que solo vi animales con cuernos entrando en la fiesta…”
La hiena comenzó a pensar cosas tristes y a recordar otros momentos en los que había sido excluida.
La liebre siguió echando leña al fuego: “¡Es indignante! Siendo tú la más veloz de cuerpo y mente… Te aseguro que han de tener algo en tu contra.”
“Puede ser –consideró la hiena, pensando en voz alta–. El otro día, el búfalo me miró de manera extraña y el impala pasó corriendo sin saludar…”
“Yo creo –siguió la liebre, mostrando convicción– que sencillamente ¡te tienen envidia por la hermosa dentadura que tienes!”
“Puede ser… –razonó la hiena– porque, de hecho, ellos sólo pueden comer hierbas y yo puedo alimentarme de lo que sea. Soy especial… estarán resentidos por eso…”
“Seguramente –confirmó la liebre–. Y en la fiesta, no harán otra cosa que burlarse de tu dentadura y hablar mal de ti.”
A medida que la liebre hablaba, la hiena iba irritándose cada vez más. La imagen de un grupo de animales herbívoros, reunidos junto al fuego, riéndose de sus dientes, era algo que no podía soportar.
“¿Que harás entonces? –le preguntó la liebre, sabiendo que el éxito de su broma estaba asegurado– ¿Dejarás que ganen esta partida o les mostrarás con quién están tratando?”
La hiena pensó que sería muy difícil entrar a la fiesta sin ser vista y la liebre adivinó sus pensamientos.
“¡Vamos! Utiliza tu talento…”, insistió la liebre.
A la hiena, entonces, se le ocurrió una idea. Cortó dos ramitas de la medida adecuada y las pegó con cera de abejas a su cabeza, simulando un par de cuernos. Espolvoreó luego ceniza sobre su cuerpo para que su pelaje pareciera un poco más claro. Cuando estuvo conforme con su disfraz, se dirigió a la fiesta.
En la entrada, fue interceptada por un enorme búfalo.
“Buenas noches. ¿A qué clan de animales con cuernos perteneces, querida?”, le preguntó.
La hiena, afinando la voz y disimulando su dentadura le respondió “Al Clan de las cabras grises del Norte.”
El búfalo nunca había oído hablar de las cabras grises, pero como nunca había viajado al norte asumió que era posible que no conociera a todos los clanes, así que aceptó a la forastera y la hizo pasar.
En breve, la hiena se encontraba disfrutando de la fiesta. Las gacelas bailaban con gracia alrededor del fuego, los kudus contaban leyendas acerca de los seres de las estrellas, los oryxes entonaban alegres canciones…
Sin darse cuenta de lo que hacía, la hiena comenzó también a bailar y cantar alrededor del fuego. En breve, la cera que sostenía las ramitas que simulaban ser cuernos sobre su cabeza comenzó a derretirse, haciendo peligrar su disfraz.
La liebre, escondida tras unos matorrales para no perderse detalle del momento, notó lo que pasaba y comenzó a reír a carcajadas.
Los búfalos, alarmados, se dirigieron al lugar de donde salía la voz, pero no lograban distinguirla en la oscuridad.
La liebre, entonces, improvisó una canción:
“Qué tienen tus ojos que no pueden ver…
Cuando un par de cuernos comienzan a caer…”
Los animales se miraban sin entender que sucedía. La hiena continuaba bailando, despreocupada, junto al fuego. Sus supuestos cuernos, caídos en el suelo; y la ceniza, esfumada tras tanta sacudida de la danza…
Entonces, la liebre, continuó su canción:
“El que piensa demasiado cae solo en su trampita.
Las ramitas no son cuernos ni los cuernos son ramitas.”
Los animales, entonces, dirigieron su atención a la forastera, descubriendo el engaño.
La hiena, sabiendo que allí se venía la estampida de los rebaños, furiosos por la intrusión, salió corriendo a todo lo que le permitían sus delgadas patas. Quizás, finalmente, pudo comprobar cuán rápida era…
Mientras tanto la liebre, detrás de unos matorrales, seguía riendo.
Y dicen que todavía lo está haciendo...
Esperando que llegue la siguiente ocasión para hacer caer a la hiena, en alguna de sus maliciosas bromas.
***
La historia que acabas de conocer es la adaptación de una leyenda zulú que me fuera transmitida por uno de mis Makhosi (maestros) de esa cultura.
“Esto es lo que el parásito puede hacer contigo... “ dijo, y la frase quedó vibrando en mi y me prometí compartir esta sabiduría tan simple.
Reconocer que también nosotros caemos a veces en las trampas de nuestro parásito es la mejor manera de empezar a liberar nuestra mente de sus efectos.
Habrá que confrontar miedos, superar cansancios, trascender enojos y dolor, pero finalmente, podremos avanzar hacia una conciencia plena.
Exactamente como en una iniciación tribal.
En las culturas ancestrales, la enseñanza de temas espirituales, filosóficos o de conciencia personal, muchas veces se realizaba a través de cuentos como el que acabas de leer. Parábolas, mitos e historias tienen muchos niveles de comunicación y significados alternativos, lo que permite un sinfín de aplicaciones prácticas a la hora de instruir a los jóvenes en los grandes principios de la vida.
Además, son fáciles de recordar, y en las épocas en las que los humanos aun no habíamos desarrollado escritura, constituían una herramienta efectiva de garantizar que el conocimiento se transmitiera de una generación a otra.
En las culturas que aun mantienen sus tradiciones de épocas remotas, estas historias forman parte de los rituales de iniciación, en donde los niños son conducidos, a través de pruebas físicas y desafíos a sus miedos, a atravesar la frontera entre la infancia y el estado adulto. Estos ritos de pasaje consagran a ese nuevo hombre o mujer a su tarea en la tribu, y colocan en sus manos el compromiso con sus semejantes. Es natural que se le brinden también aquellas verdades que los preparen para las situaciones desafiantes de su vida interior.
Aunque hoy imaginemos que en la prehistoria nuestros ancestros sólo tenían que protegerse de los ataques de animales salvajes y de las inclemencias del tiempo, lo cierto es que también descubrieron los peligros que residen de manera natural en la mente humana. Lo que hoy llamamos “ego” fue descubierto mucho antes de que naciera el psicoanálisis y aunque recibiera otro nombre, es evidente que nuestros antepasados conocían los procesos internos humanos lo bastante bien como para ocuparse de su tratamiento.