Gabriela Mistral y los presidentes de Chile - Matías Tagle Domínguez - E-Book

Gabriela Mistral y los presidentes de Chile E-Book

Matías Tagle Domínguez

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Beschreibung

La vinculación entre Gabriela Mistral y seis presidentes de la República es materia central de estas páginas. Ella mantuvo correspondencia frecuente con dos de ellos –Pedro Aguirre Cerda y Eduardo Frei Montalva–, cuya lectura permite ahora un interesante acercamiento al fuero interno de la Nobel de Literatura 1945. En esas cartas se revela mucho de su carácter, sus sentires y expectativas vitales, sus modos de expresar afectos e incluso algunas de sus preocupaciones más pedestres o domésticas. Además, acertadamente, el autor de este libro también presenta y pone en perspectiva distintos artículos que la poetisa publicó en El Mercurio, o bien, comentarios que a diversas amistades hizo sobre José Manuel Balmaceda, Arturo Alessandri, Juan Antonio Ríos y Carlos Ibáñez del Campo. El conjunto de este material es una oportunidad para aproximarse de una manera casi intimista a personalidades y contextos que marcaron el siglo XX chileno y, fundamentalmente, a una escritora chilena de máxima relevancia, cuya figura continúa siempre adquiriendo valor y ofreciendo nuevas profundidades literarias y humanas.

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE.

Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural.

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile.

[email protected]

www.ediciones.uc.cl

Gabriela Mistral y los presidentes de Chile

Matías Tagle Domínguez

© Inscripción Nº 2022-A-723

Derechos reservados

Abril 2022

ISBN Nº 978-956-14-2953-6

ISBN digital Nº 978-956-14-2954-3

Diseño:

Francisca Galilea R.

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Tagle Domínguez, Matías, 1951-, autor.

Gabriela Mistral y los presidentes de Chile / Matías Tagle Domínguez.

Incluye bibliografía.

1. Mistral, Gabriela, 1889-1957 – Amigos y asociados.

2. Mistral, Gabriela, 1889-1957 – Correspondencia.

3. Mistral, Gabriela, 1889-1957 – Pensamiento político y social.

I. t.

2021Ch861 + DDC23RDA

Diagramación digital: ebooks [email protected]

A la memoria siempre presente de mi amigo y maestro

Cristián Llona Pérez ss.cc.

(*1937 +1992),

que gustaba de la poesía,

que creía en la ética de la política,

y que con su vida y con su muerte,

me abrió los horizontes de la historia,

porque siempre estuvo abierto a lo insondable

del tiempo y de la eternidad.

índice

Introducción

Capítulo 1. El Balmaceda de la Mistral

Introducción

1.El rostro

2.La personalidad

3.El candidato

4.El gobernante

5.La víctima

6.El héroe

7.La leyenda

Conclusión

Capítulo 2. Alessandri y la Mistral: una relación de ambigüedades

Introducción

1.El primer gobierno de Alessandri 1920-1925

2.El segundo gobierno de Alessandri 1932-1938

3.Otros comentarios de Gabriela Mistral a propósito de Arturo Alessandri

Conclusión

Capítulo 3. Gabriela Mistral y Pedro Aguirre Cerda a través de su correspondencia privada

Prólogo

I.Los asuntos de la vida cotidiana

1.Pedro Aguirre Cerda como abogado, consejero y confidente de Gabriela Mistral

2.Recomendaciones y solicitudes de ayuda para otras personas

3.Los problemas y las quejas de la burocracia

II. Los asuntos de la vida laboral

1.Los distintos trabajos de Gabriela Mistral

1.1 Su preocupación por la educación

1.2 Los afanes como funcionaria internacional

1.3 Su actividad como publicista y difusora

1.4 La actividad consular de Gabriela Mistral

2.Sus observaciones sobre la situación internacional

III. Los asuntos de la vida pública

1.La política chilena antes del gobierno de Aguirre

2.Los escritos y la actividad política de Aguirre

3.El Gobierno de Pedro Aguirre Cerda

IV. Asuntos de la vida privada

1.La percepción de sí misma

2. La familiaridad

Saludos

Agradecimientos

Perdones y disculpas

Problemas postales

Creaciones literarias

Necesidades de ayuda espiritual

Preocupación por la persona de Pedro Aguirre Cerda

Juana Aguirre de Aguirre

Epílogo

Capítulo 4. Juan Antonio Ríos: el desconocido y admirado Presidente de Gabriela Mistral

Capítulo 5. González Videla: alabado y despreciado

Capítulo 6. Desprecio y formalidad: el Ibáñez de Gabriela Mistral

1. El antiibañismo de la Mistral

2. Un tema recurrente: el no pago de la jubilación

3. La correspondencia directa entre Gabriela e Ibáñez

4. La reacción del gobierno de Ibáñez con ocasión de la muerte de Gabriela Mistral

Capítulo 7. Gabriela Mistral y Eduardo Frei a través de su correspondencia privada

Prólogo

1.El encuentro y el apoderado

1.1 El encuentro

1.2 Apoderado

2.Los asuntos de dinero

2.1 Platas en poder de Pedro Aguirre Cerda

2.2 La venta de las casas de Huemul

2.3 Casa de La Serena y asuntos de Emelina

2.4 Otros asuntos relativos a dineros de Gabriela Mistral

3.Las preocupaciones de Gabriela Mistral y Eduardo Frei a propósito de la política

3.1 Los avatares cotidianos de la política chilena

3.2 Los vínculos de Gabriela Mistral con la Falange Nacional

3.3 Inquietudes políticas e ideológicas comunes de Gabriela Mistral y Eduardo Frei: el prólogo a “La Política y el Espíritu”

3.4 Las relaciones de Gabriela Mistral y Eduardo Frei con Pedro Aguirre Cerda

3.5 La situación de Europa

4.Los asuntos privados de Gabriela Mistral y Eduardo Frei

4.1 Sobre terceras personas

4.2 La “quiebra de la chilenidad”

4.3 Los problemas con la correspondencia

4.4 Las enfermedades de Gabriela Mistral

4.5 La prensa chilena

4.6 Las actividades cotidianas

4.7 Remuneraciones a Frei

4.8 Una beca de estudios para Eduardo Frei

4.9 La Universidad Católica

4.10 Otros temas

4.11 Las familiaridades en la correspondencia

4.12 Los saludos y las despedidas

Epílogo

Capítulo 8. Colofón: otros presidentes y jefes de Estado

Conclusión

Introducción

Los capítulos del texto permiten distinguir fácilmente el distinto tipo de relaciones que Gabriela Mistral estableció con cada uno de los Presidentes de la República. La presentación del conjunto ha respetado, hasta donde ha sido posible, la continuidad histórica. Y ello porque, como se verá, tanto Alessandri como Ibáñez ejercieron el poder presidencial en dos períodos diferentes, entre los cuales medió otro u otros gobiernos.

El Capítulo 1 está dedicado a las expresiones de admiración de Gabriela Mistral a la figura de José Manuel Balmaceda, a quien ella naturalmente no conoció personalmente por obvias razones de calendario. Hay tres publicaciones en El Mercurio en las cuales ella se refiere a él, en un período de cinco años. En esos escritos la poetisa va desgranando la figura del Presidente y lo hace ya sea deteniéndose en rasgos físicos o de su personalidad, o planteándose alguna reflexión sobre las distintas funciones que le tocó desempeñar. Todo eso lo lleva a cabo con cierto detalle, que le permite mostrar un auténtico retrato de la figura del gobernante. Como se verá, las fuentes a partir de las cuales es posible trazar la figura son distintas y muestran algunas variaciones menores en sus transcripciones.

Se trata de un conjunto fundamentalmente descriptivo, lo que se traduce también en el conjunto del capítulo.

El Capítulo 2 está dedicado a un análisis de sus vínculos con Arturo Alessandri Palma. Tal como se señala en el título, se trató de una relación ambigua por cuanto en algunos momentos trasunta reconocimiento, admiración y aprecio, y en otros, desdén, desagrado, molestia y hasta cierta desconfianza. El conjunto de esos vínculos aparece dividido en tres situaciones diferentes: el primero, lo relativo al primer gobierno de Alessandri; enseguida, a su segundo gobierno, y finalmente se presenta otra serie de comentarios que ella le hace a terceras personas a propósito de Alessandri y los juicios que, a ratos, le merecen tanto su persona como sus actuaciones.

El Capítulo 3 está dedicado, como su nombre lo indica, a las relaciones que Gabriela Mistral mantuvo con Pedro Aguirre Cerda a través de su correspondencia privada. Veintiséis cartas de Mistral y un número bastante menor de Aguirre.

Es importante anotar que cuando Mistral abandonó Chile, en 1922, contratada por el gobierno de México, dejó como apoderado en Chile a Pedro Aguirre, y en esa calidad mantuvieron hasta 1938 una extensa correspondencia. En el caso de las cartas de Mistral, ellas se han publicado en la revista Mapocho y las de Aguirre están en el material microfilmado que existe en la Biblioteca Nacional de Chile. La cantidad de estas comunicaciones permite entender que en este capítulo aparezcan como muy asimétricas respecto a los demás. Ello, porque la variedad de tópicos que abordan son muchos más, y mayor es también la profundidad con que cada uno de ellos se plantea.

Es así como en el Capítulo 3 es posible distinguir con claridad aspectos relativos a la vida cotidiana y aspectos laborales; y, de la misma manera, asuntos a propósito de la vida pública y otros a propósito de la vida privada. Esta profundidad y variedad de temáticas permite entender también los vínculos amistosos y familiares que terminan existiendo entre los interlocutores.

El Capítulo 4 aborda los comentarios que a la Mistral le merece la persona de Juan Antonio Ríos y que fueron publicados en un artículo en El Mercurio de Santiago. Es claro que no se conocieron personalmente y que no tuvieron correspondencia. Solo disponemos de un escrito de ella a propósito del Presidente, el cual es fruto de indagaciones y lecturas sobre el personaje, de las que damos cuenta en este texto. El conjunto de datos que ella logró acumular le permiten aquilatar la personalidad del gobernante y abordarlo con admiración por su origen provinciano, igual que ella, por sus estudios y por su trayectoria pública y democrática, asunto que para ella revestía la mayor importancia.

El Capítulo 5 está referido a la persona de Gabriel González Videla y en él quedan de manifiesto las loas al embajador de Chile en Brasil que ella hace, en su calidad de cónsul en ese país, y en su condición de encargada de la publicidad de Chile en los países americanos. Pero, por otro lado, se manifiesta también el desprecio que su persona y, sobre todo, sus actuaciones le merecen.

De un tenor semejante, y acaso más profundo, es el Capítulo 6 referido a Carlos Ibáñez del Campo.

Lo primero que la Mistral nos dice de él es que se trata de un “milico de botas altas”, con lo cual muestra el talante antimilitarista que recorrerá sus apreciaciones sobre el personaje en casi todas las oportunidades en que se refiere a él, salvo en las finales, que están llenas del más cabal de los formalismos.

Un segundo aspecto que aparece como constante en sus apreciaciones dice relación con el origen espurio que le atribuye a su asunción al mando supremo en su primer gobierno, y a los intentos golpistas que le atribuyen y de los que ella se hace cargo desde 1932 a 1952.

Y, por último, el tercer aspecto en que funda su desprecio tiene que ver con una decisión administrativa de su primer gobierno, que significó la suspensión del pago de su jubilación como profesora primaria y, por lo mismo, la disminución de sus ingresos pecuniarios durante un período bastante significativo. Este asunto es reiterado casi con majadería con una serie de sus múltiples interlocutores, como tendrá oportunidad de constatarse.

Sin embargo, y acaso como una paradoja, es durante el segundo gobierno de Ibáñez que Mistral viene a Chile por poco más de un mes, y recibe todo tipo de homenajes encabezados por el propio Presidente, los cuales ella agradece, con toda la formalidad diplomática que había aprendido.

Más aún, es al propio Ibáñez a quien toca encabezar los actos del funeral oficial de Gabriela que tuvieron lugar en el mes de enero de 1957 y que, dado que su fallecimiento tuvo lugar en Estados Unidos, dieron lugar al traslado de los restos mortales primero, al homenaje público después, y finalmente al sepelio oficial en el Cementerio General de Santiago.

El Capítulo 7 está dedicado, como su nombre lo indica, a las relaciones que Gabriela Mistral mantuvo con Eduardo Frei Montalva a través de su correspondencia privada, veintiséis cartas de Mistral y quince de Frei. Es importante dejar anotado que también Frei fue apoderado en Chile de Gabriela Mistral entre 1939 y 1949, aunque la correspondencia se prolonga hasta 1951 por parte de ambos. En efecto, al asumir la presidencia Pedro Aguirre Cerda, Frei Montalva se inició como apoderado y ejerció esas funciones hasta que fue elegido senador por Atacama y Coquimbo en 1949, y a partir de entonces sus asuntos legales estuvieron a cargo de su “compadre” Radomiro Tomic.

Los contenidos y la cantidad de las cartas, y de otras fuentes, permiten entender que este capítulo —así como uno anterior— aparezca como muy largo, sobre todo si se lo compara con los demás. Ello, porque la variedad de tópicos que abordan son mucho más, y mayor es también la profundidad con que cada uno de ellos se plantea.

Así es posible detenerse en primer lugar en el encuentro que permite el conocimiento de los interlocutores y que, más tarde, dará lugar a su nombramiento como apoderado.

Un segundo tema que los ocupa con detención y complejidad tiene que ver con la administración de los dineros de Gabriela Mistral, no por su cuantía, sino porque tiene lugar después de dieciocho años de estadías fuera de Chile, lo cual hace, como podrá imaginarse, más complejos los trámites y otros avatares burocráticos.

Un tercer tema tiene que ver con las respectivas preocupaciones a propósito de la política tanto doméstica como internacional, habida cuenta de que durante períodos significativos la Mistral vive en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.

Y, por último, el tema de los asuntos privados de los corresponsales que se van tejiendo, sobre aspectos muy variados, durante tantos años.

Como Capítulo 8 hemos incluido, a modo de colofón, una breve reseña de los contactos que Gabriela tuvo con otros jefes de Estado tanto de países sudamericanos como de los Estados Unidos, Suecia y el Vaticano. Se trata casi de una enumeración en la que figuran los presidentes Álvaro Obregón S. y Miguel Alemán V. de México, el presidente Eduardo Santos M. de Colombia, el presidente Carlos Arroyo del Río de Ecuador y el presidente Rómulo Gallegos F. de Venezuela.

A ellos hay que agregar a S.M. el rey Gustavo de Suecia, a quien correspondió entregarle el Premio Nobel, al presidente Harry Truman, que la recibió en la Casa Blanca y al papa Pío XII, que la recibió en audiencia en el Vaticano.

Como el lector tendrá oportunidad de comprobar, se trata de capítulos que no tienen necesariamente una estricta continuidad temática entre todos ellos. Se trata más bien de capítulos autónomos y ello explica que algunas citas y referencias se repitan.

* * *

Sirva también esta introducción para agradecer la colaboración de instituciones y personas que han hecho posible este trabajo.

En primer lugar, debo agradecer al Instituto de Historia y a la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica de Chile, que permitieron durante muchos años compatibilizar las funciones docentes y de administración universitaria con los trabajos de investigación. Debo agradecer al Instituto de Historia, además, que me haya permitido reproducir en este conjunto, como Capítulo 3, un artículo que fue publicado con el mismo nombre de “Gabriela Mistral y Pedro Aguirre Cerda a través de su correspondencia privada” en Historia, Vol. 35, 2002, pp. 323-408. Solo se han realizado muy pequeñas modificaciones y adendas a la publicación original.

Enseguida, debo agradecer la generosidad personal e intelectual del profesor Dr. Luis Vargas Saavedra, quien me facilitó, además de numerosa información, un artículo inédito de Gabriela Mistral titulado “El hombre del timón”, en el cual la poetisa rinde un notable homenaje a Pedro Aguirre Cerda a raíz de su elección como Presidente de la República y en el que destaca sus virtudes “buenas” y “óptimas”, y que hemos transcrito en el capítulo correspondiente.

Luis Vargas también me facilitó una copia de un trabajo suyo inédito, que nominó “Querido Eduardo Frei. Cartas de Gabriela Mistral a Eduardo Frei. Prólogo, transcripción y notas de Luis Vargas Saavedra”, con una breve, pero notable “Introducción” (así la hemos llamado, aunque Vargas no le da nombre alguno) donde nos cuenta el origen del manuscrito: “Don Eduardo Frei me pasó un cartapacio con las cartas de Gabriela Mistral para él, y las suyas para ella. ‘Lléveselo, fotocópielo y haga con esto lo que quiera’. Yo quería publicarlo con prólogo de Eduardo Frei. No se publicó. Y el prólogo lo estoy haciendo en su histórica ausencia…”, nos dice en los inicios de febrero de 1988.

Como podrá imaginarse el lector, este manuscrito inédito está a la base del Capítulo 7 de este texto.

Debo agradecer también, y lo hago con gusto, a la señora Julia Menéndez Prendez de Lecaros, a la señora Carmen Gloria Duhart de Vargas y a la señora Maruxa Cámeron de Carreño, por sus informaciones y colaboraciones generosas y oportunas.

La misma gratitud debe alcanzar a don José Miguel Barros, David Home y al Dr. Marcelo López C.

Debo, por último, gratitud a un grupo numeroso de colegas, exalumnos y amigos que, al tanto de este trabajo, preguntaron en forma reiterada por su estado y por sus avances y retrocesos.

A todos ellos, muchas gracias. Pero será el autor el único responsable de los errores y desaciertos.

MATÍAS TAGLE DOMÍNGUEZ

Capítulo 1El Balmaceda de la Mistral

Introducción

Las vidas de la Mistral y de Balmaceda se cruzaron.

Si seguimos la crónica histórica, nos encontramos con que José Manuel Balmaceda Fernández nació en Bucalemu, el 19 de julio de 1840, y después de realizar sus estudios en el Colegio de los Sagrados Corazones de Santiago y en el Seminario Conciliar, también de Santiago —donde intentó y desechó la vocación sacerdotal—, se dedicó de lleno a la política. Tanto, que no realizó estudios universitarios.

En 1864 fue secretario privado del expresidente Manuel Montt, quien encabezó la delegación chilena al Congreso Americano que se celebró en Lima. Ese mismo año fue elegido diputado al Congreso Nacional por Carelmapu (Puerto Montt) y reelecto en 1870, en 1873 y en 1879. Entre 1882 y 1885 se desempeñó como ministro del Interior y como senador de la República entre septiembre de 1885 y septiembre de 1886, cuando asumió la Presidencia de la República, cargo que ejerció hasta el 18 de septiembre de 1891, día en que finalizaba su mandato. En el curso de 1891 debió enfrentar una revolución en su contra, encabezada por el Congreso, que resultó triunfante. Al día siguiente de terminado su período constitucional, se suicidó.

Lucila Godoy Alcayaga nació en Vicuña el 7 de abril de 1889. Estudió en la escuela de Monte Grande y de Vicuña. Escribiente en el Liceo de La Serena en 1905 y, a partir de 1907, en la escuela de La Cantera (Coquimbo), rindió exámenes en la Escuela Normal Nº 1 de Santiago en 1910. Después peregrinó como profesora y directora hasta 1922 por liceos de Traiguén, Antofagasta, Los Andes, Punta Arenas y Santiago. Prolífica escritora en diversas revistas y periódicos de distintas ciudades, ganó el certamen de poesía de la Sociedad de Artistas y Escritores de Chile en 1914, oportunidad a partir de la cual se consolida su seudónimo de Gabriela Mistral.

A partir de 1922 realizó distintos trabajos fuera del país y tuvo nombramientos consulares del Gobierno de Chile en diferentes ciudades de Europa y América, y mantuvo siempre su incesante actividad literaria. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945 y el Premio Nacional de Literatura en 1951. Falleció en Nueva York en 1957.

La Mistral tenía, pues, dos años a la muerte de Balmaceda y, sin embargo, nos ha dejado de él un retrato profunda y entrañablemente vívido, que está contenido en tres escritos publicados en el diario El Mercurio de Santiago, entre 1932 y 19351.

Las consideraciones y reflexiones de Gabriela Mistral sobre Balmaceda, contenidas en esos escritos, muestran su fascinación por el personaje. En las páginas que siguen, las presentamos de acuerdo a las siguientes dimensiones: el rostro y la personalidad del Presidente; su visión del candidato y del gobernante; su admiración por la víctima y el héroe, para terminar con algunas consideraciones a propósito de la leyenda tejida en torno a él. Esas dimensiones nos han parecido apropiadas para dar cuenta cabal de la visión que la Mistral tuvo y del aprecio que sintió por su prócer.

* * *

Pero la fascinación que la persona —o el personaje— de Balmaceda produjo en la Mistral no fue una experiencia única y exclusiva. Por el contrario, esa experiencia de la poeta se inscribe con claridad en una suerte de alegoría que recurre ya en torno al político, ya en torno al héroe, o en torno al mártir, o que simplemente forma parte de la inagotable e insondable leyenda de los símbolos de la patria o de la nación.

La leyenda popular sobre Balmaceda es abundante. Ya Rubén Darío le dedicó, en vida, su “Canto épico a las Glorias de Chile” publicado en el diario La Época en octubre de 1887.

Por su parte, Micaela Navarrete ha recopilado lo relativo a la poesía popular sobre Balmaceda, en un trabajo, por demás, señero2.

Sus colaboradores en el gobierno y sus amigos destacaron con prontitud sus virtudes y sus obras3. Sus familiares y descendientes se han encargado de resaltar algunos aspectos de su vida política4 y de mantener vivo su recuerdo con la veneración debida al pater familia5.

Prácticamente, todos los historiadores de Chile contemporáneo se han referido a su persona, o a su quehacer, o al período en que le tocó vivir, y del cual fue actor principal y permanente6.

Y los políticos tampoco han estado ausentes de la discusión que el personaje ha suscitado7.

* * *

Ante tan variada galería de admiradores, no puede entonces extrañar que una sensibilidad tan refinada como la de la Mitral experimentara también algún recogimiento y se sintiera subyugada por su imagen, su recuerdo y su historia.

1. El rostro

En las palabras de la Mistral sobre Balmaceda es posible advertir casi una fascinación por el ícono8.

Al contemplarlo, probablemente en alguna de sus múltiples imágenes o simplemente en forma imaginaria, su mirada —“admirada”— se detiene primero en la cabeza del prócer: se trata de una

“… cabeza inteligente y fina…”9;

que reúne una serie de atributos. Consecuente con el origen del personaje, considera que ella tiene varias virtudes:

“Esta cabeza de Balmaceda, con mucho de salón, y sin embargo luciendo una frescura de aire libre, contiene, da, regala elegancia…”10;

e insiste con “insistencia”:

“… la cabeza, la cabeza querida del caudillo, órfica todo lo dulce que pueda darse y buena para aplacar al más furioso enemigo”11.

Esa cabeza no escapa a la comparación, y de ella incluso sale triunfante. En efecto, considera que

“Puestas unas veinte cabezas de presidentes americanos en una página grande, uno de esos compendios gráficos que a los cotidianos les gusta dar en día de aniversario, unas seis de ellas nos resultan taurinas —de toro en día de soso-lagrimal, congestionado y de aliento visible en el cuello—; unas tres, si es que no más, se corren del toro hacia el búfalo, con el legítimo belfo que lucían los balcones de palacio y que nos han dejado…; … siguen algunas cabezas de «cristianos» que no se pelean con el «excelentísimo» ni con la laudatoria del pie…”

y solo la de Balmaceda serviría

“… para aligerar la página entera…”12.

Más precisamente, la fascinación de Gabriela Mistral se detiene sucesivamente en la melena, la frente, la mirada y el mentón de su prócer.

En cuanto al peinado, se trata de

“La sabida cabellera romántica, de una seda vivaz y aireada, y no de aquella que se apelmaza…”13,

con reminiscencias históricas tanto universales, pues

“En un banco de los Estados Generales habría podido estar esta melena.”14,

como nacionales, ya que:

“Es la segunda melena política de Chile: la primera fue la del bueno de Bilbao, y los dos tuvieron mala suerte entre gentes positivas y que se cortan el cabello al rape”15.

Observa enseguida que el político presentaba una

“Frente suavemente extensa, de las que yo llamo frentes “derramadas”, y que me gustan mucho”16.

Se detiene a continuación en

“esa mirada buena de Balmaceda…”17,

que tiene

“las mieles de la mirada benévola…”18;

e insiste en que

“… su mirada era dulce, pero no estaba exenta de fuerza, sólo que el político prefería siempre seducir a forzar la voluntad ajena con esa mirada”19.

En fin, se trata de

“… ojos cordiales…”20.

Sigue observando las formas óseas de la cara, las que destacan por su elegancia:

“… digo elegancia aludiendo al hueso pulido, primo de la buena joya, al maxilar que es una astilla pequeña, al mentón preciso”21.

Y, por último, el rostro en su conjunto,

“… al pueblo chileno le gusta… le caen muy bien las caras cordiales…”22,

y a ella misma

“… el rostro jovial que vemos nos afloja y nos descansa”23.

Más aún, es toda la persona, su cuerpo entero, el digno de admiración. Se puede admirar su núcleo interior, en el que

“el hueso y la carne vasca que conocemos… son bien distintos y no encajan en este Balmaceda firmado por el hueso y la carne con más aereidad, con más ligereza”24.

Se puede admirar también el conjunto, pues se trata de una

“Estampa patricia, de elegancia poco académica…”25

y, sin embargo,

“Le asistía un esteticismo viril, que es el del patricio latino, rezagado entre gente casi latina…”26.

La característica de la elegancia lo acompaña durante su vida ya que se

“le ve a ratos un aire de llevar toga en la espalda esbelta…”27,

y le dura hasta el final:

“Se vistió para el último acto cívico, con el decoro minucioso del patricio”28.

En fin, mirando su retrato, Gabriela Mistral cree ver

“… hasta el hermoso varón que había sido él…”29.

Y no es la única, puesto que:

“Su pueblo le celebraba también esto de que fuera un bello hombre”30.

2. La personalidad

Cuando la Mistral quiere referirse a la personalidad de Balmaceda, recurre primeramente a algunos “dichos” de su época. Nos confiesa:

“Me han dicho de él viejos que le siguieron y le amaron, que tenía para construir una voluntad apuñada de hombre de cordillera, una sensibilidad de mujer en el trato y una ternura de viejo para con los niños; varón completo que daba gusto a muchos por un repertorio de virtudes a la vez encontradas y coincidentes”31.

A este cúmulo de virtudes se añaden otras, que son también fruto de los decires, y que le otorgan simultáneamente el aire del seductor y del arrogante:

“… según se cuenta… gustaba a las mujeres y caía mal a los senadores «pelucones» y a los generales…”32.

Y, enseguida, se refiere a dos características determinantes que toleran, sin embargo, y cada una de ellas, una serie de matices. Digamos que, peyorativamente, lo considera un plutócrata, que conoce su oficio:

“El plutarquismo al cabo es esto: el cariño del inferior hacia la criatura a la que siente suya por algún costado real o antojadizo”33.

Más precisamente, o más apropiadamente, lo considera un aristócrata, un patricio, calificativo este último que reitera. Sabe, sin embargo, establecer una tipología de la aristocracia:

“Entre los dos modos de ser aristócratas que dan sobre la América criolla: el de serlo sin ejercer exigencia sobre sí mismo ni sobre el medio y el de serlo tallándose la personalidad y levantando aunque sea a tirón violento a la masa, para disfrutar de una dignidad colectiva…”34,

y concluye que:

“Balmaceda optó por el segundo” de estos modos35.

En esta misma línea de la nobleza se trata de un patricio, pero no es un patriciado cualquiera, puesto que

“Balmaceda entendía el patriciado a las derechas…”

y no obstante que

“… se le quejaban de que era un renegado de su casta…”,

puede afirmar en forma taxativa que

“… no es verdad: nació, vivió y murió en patricio, y hasta se le ve a ratos un aire de llevar toga en la espalda esbelta”36.

El otro rasgo de su personalidad que la Mistral destaca con detalle es el del romántico. Ello es producto de su propia historia:

“Nuestro Balmaceda romántico leyó a los de su tiempo —cosa que nadie se libra—; debajo de su almohada han debido estar muchas veces su Rousseau y su Lamartine, a lo menos su Michelet…”37.

No se trata solo de un romántico de libros sino de corazón, lo que se manifestaba en:

“El alarde romántico de su asco hacia la malicia, la maña, la astucia; tal vez sea que su naturaleza, pesada por barroquismo, es sencillamente torpe para jugar esos juegos de alfileres chinos”38

y que lo llevaba al extremo de la candidez

“… Balmaceda parece haber manqueado como, buen romántico, en la astucia”39.

El romanticismo que la Mistral advierte en Balmaceda, no es solo virtud, sino simultáneamente una lástima para el país y su destino. Considera que, así como

“El romanticismo nos crió y nos regaló una docena de poetas malos…”,

cuestión que por lo demás

“… no viene a ser mucho daño…”,

así también ese mismo romanticismo

“… nos malogró a este hombre nuestro, que nos habría servido, aunque fuese en un orden distinto, lo mismo que las vigas fundadoras de los Portales y los Montt”.

Y concluye, convencida y resignada

“por romántico no entendió la malicia, no amó la paciencia, ni supo «jugar» ni esperar…”40.

3. El candidato

El Balmaceda-candidato que nos muestra la Mistral comienza como una poesía. El inicio de su postulación, la candidatura, equivale a embarcarse

“en el lindo barco de las alas abiertas de la aventura”.

Para ello,

“… primero se sintió abrigado detrás del «muro de pechos fieles», que dicen los contadores épicos, sintiendo un equipo caliente de juventud en torno suyo”41.

El país

“… tenía roña para dar vergüenza al fino señor que le llegaba…”. Y ello, porque “… dormía el pueblo… sobre pellones y de mal olor —que el pellón lavado es donoso— (y) le daban de comer como queriendo probarle la sabida resistencia suya que no ha menester sino de aire; los niños coreaban el abecedario en escuelitas-pesebreras; Santiago se hallaba más o menos vestido, pero la provincia hedía de pobre y de abandono”42.

Por ello, inicia

“Una gira lenta por las provincias, que dejaría un reguero de bienes, (y que) le hizo conocer el territorio en todas sus posibilidades y en todas las dolencia de la incuria central”43.

En este recorrido,

“… el demócrata brioso, el liberal… para mejor aprehender a las criaturas, iba vinculando las piezas sueltas de las provincias, y fundiendo las pastas empedernidas de la Administración”44.

Sin embargo,

“… había en él un ansia de promover a Chile a nación moderna y lo trabajaba una especie de angustia por nuestra feudalidad sin feudalismo”45.

En virtud de esta convicción, en virtud de que:

“No prometió atarantadamente, no ofreció que fuese su hermano, porque en aquel tiempo, más cuerdo él, no se le creyera tampoco; no se les dio la esperanza en alcohol fuerte; confortó con un vinillo decoroso, eso sí…”46.

Para todo ello,

“Atravesó el país caminando en una oleada de efusión popular”47

y

“… parecía como nunca el dueño de consentimiento nacional y el caldeador de unas masas educadas en una frialdad vasco-araucana…”48.

4. El gobernante

Después de triunfar el candidato y cuando la Mistral quiere referirse a la acción gubernativa de Balmaceda, parte por constatar que

“Faltaba algún dinamismo, algún agrio olor fermental en la parva y seriota historia de Chile”49.

Es en virtud de este aserto que puede considerar que:

“La llegada del Presidente José Manuel Balmaceda al Gobierno de Chile se parece a la irrupción del “acelerado” o del allegro en la sinfonía: las caras empaladas en un tiempo serio que duró mucho, se distienden, y al oído harto da las gracias”50.

Es más,

“Llegó a la Presidencia rompiendo el aire con el tiempo nervioso…” y “… este tajar la atmósfera a cuchillada de perfil y de andar, alborotó muchísimo a su propia clase, que había gobernado a Chile cincuenta años…”51.

En una palabra, el gobierno se inició como correspondía:

“a lo patricio bueno tomó el país y lo vio como un largo patio de La Moneda”52.

Pero, al instante, los problemas, virtuales o reales, parecen haber cobrado nuevo aspecto, pues

“Balmaceda dio a este pueblo, cuando llegó a La Moneda, una mirada de dueño de casa, dulce e inteligente, que comprueba el abandono y, según la linda criolla se hace cargo de él, para ir viendo cómo se enmienda”53.

Instalado en la casa de los gobernantes de Chile, más aún,

“… en llegando al gobierno… puso la mano… sobre cuatro problemas: negocio educativo, obras públicas, cuestión judicial y colonización”54.

Esa fue su obra de gobernante, que nuestro personaje describe en los siguientes términos.

En primer lugar,

“… volteó entero el cuerpo de la enseñanza oficial; abrió un Instituto Pedagógico para la formación de personal secundario con profesores alemanes; creó varias Escuelas Normales, fundó centenares de escuelas primarias y estableció, con el estupor de muchos, la primera escuela profesional para mujeres”55.

Ello no fue, sin embargo, suficiente porque

“… en su concepto de crear cualquier institución con órganos completos, se lanzó a un plan enorme de construcciones escolares”56,

cuestión que se puede constatar incluso en 1935, pues

“… Todavía lucen bien y mantienen su honra, los edificios de su Administración a lo largo de todo el país”57.

Es más,

“… donde aparece una escuela de ladrillo bien librada de los años y pensada en el desahogo de una masa escolar, el que pregunta por ella tiene esta respuesta indudable: «Escuela de Balmaceda»”58.

En síntesis, en su labor educativa,

“… le importaron por igual la eficacia de los estudios, el decoro del local y la dignificación del maestro en la familia chilena”59.

En materia de lo que hoy llamamos obras públicas

“un sentido que no era del tiempo, de holgura en los lugares de hacinamiento de hombres, lo hace construir cuarteles espléndidos, cárceles modelos, manicomios e internados escolares en general”60.

Ello responde a la búsqueda de

“un buen alojar, con miras a un buen vivir…”

lo que supone un equilibrio

“… entre fundaciones de gran aliento y unos locales menesterosos”61.

Es más, de ello no escapa la propia administración del Estado, y

“… la misma voluntad de dignificación de los servicios lo lleva a construir edificios para gobernaciones e intendencias”62.

Y en materia de transportes públicos los esfuerzos se dirigieron al norte y al sur. Así, por un lado

“Balmaceda llevó el riel hasta los límites de la Araucanía, región de bosque, lluvia y barrial perdurable, y dispuso varias otras del centro hacia las costas”63,

y por otro

“… quiso hacer el gran presuroso y planeó el ferrocarril longitudinal que atravesaría el desierto del norte”64.

Pero

“No alcanzó este logro mayor, porque la guerra civil cayó sobre la nación en su mejor momento de fragua”65.

En lo relativo a las cuestiones judiciales, es necesario primeramente constatar que

“la provincia clamoreaba contra la escasez de cortes y juzgados, que traía atascamiento de los pleitos, y por la peligrosa entrega de la justicia a los alcaldes en las poblaciones menores”66.

Por ello

“proveyó… (esa)… necesidad multiplicando los juzgados técnicos y suprimiendo a los juececillos de cirscunstancias”67.

Con todo, en este aspecto

“… lo mejor que hizo en este capítulo de la justicia fue dar un nuevo código penal y reemplazar unas cárceles cainitas por otras humanísimas en su salubridad y su régimen”68.

Por último,

“llevó su cuidado hacia la colonización austral, olvidada a causa de los climas regalones del centro, donde se habían concentrado de modo natural los habitantes, y siguió en este menester la línea de sus antecesores, que ya habían afincado en el sur algunas colonias germánicas”69.

Una labor tan vasta y compleja no podía estar exenta de inconvenientes. Es así como

“la oposición que se enderezó contra él en el Congreso, curiosamente listada de radicales y conservadores, estuvo trabajada por fuegos muy diversos: una extrañeza enfadada por este Teseo loco de hazaña civil; una cólera disfrazada de legalismo en frente de aquella liquidación fulminante de un feudalismo poltrón y los sabidos celos del parlamentarismo hacia una acción demasiado caliente del poder Ejecutivo”70.

Es necesario aquí tener presente algún antecedente histórico, porque

“… los que habían hecho las cosas fundamentales de Chile, los Portales y los Montt, fueron gobernantes con más perímetro de mando que gobernaron en dueño de los caminos, de las casas, de las gentes, como quien dice de los ganados; también Balmaceda pensó en romántico, es decir, en orgulloso ¿por qué? ¿Por qué para mí el regateo?”71.

Así se precipitó la crisis que afectó su gobierno. Lo que trajo

“la explosión… (fue)… la rehúsa de créditos de presupuestos al Presidente…”72,

y ante ello

“Balmaceda se dió dictatorialmente el presupuesto anual, impostergable en gobierno tan operoso”73.

Y fue el final.

5. La víctima

Se trata de un final cruel, pero que tiene sus causas en el hecho de que

“Por encina de todo esto planeaba el rencor de una vieja clase dirigente contra las clases populares que llegaban como presa suelta a la nueva Administración”74.

Para la Mistral, el suicidio de Balmaceda, en septiembre de 1891, muestra con crudeza las múltiples odiosidades que se confabularon en su contra.

“Presidente tan fogoso para querer agotar en un solo período un plan nutrido de obras, necesitaba unas Cámaras incorporadas a su ritmo y un ancho presupuesto capaz de cubrir los gastos de esta recreación del país”75,

pero ello no fue posible.

Es más,

“La generación suya le abandonó pronto, gritando en el momento oportuno el mote que al pueblo le cuesta tan poco y que se sabe desde todos los tiempos: «El Rey ha muerto, viva el Rey»”76.

No solo el pueblo lo abandonó en el momento supremo. También

“… los viejos le miraron con su risita criolla el talle de academia o de salón que echaba bruces a la pelea, en el suelo desconocido y feroz donde se muerde, se rasguña y se empuja lo mismo que en las «topeaduras» a la chilena antigua”77.

No solo eso; a esa ironía siguió una conducta más dura, puesto que

“los viejos hipócritas, acostumbrados a ver y tocar presidentes caseros sin un rezongo, fueron, en buena parte, quienes gritaron contra Balmaceda el grito de la cacería que rebana el aire y va rodando hasta lejos: «¡A él, a él!»”78.

Ante estas constataciones del abandono generalizado, su personaje habría pasado a una vivencia casi mística, que la Mistral nos describe con cierto patetismo:

“Cuando los amigos se le doblaron en la mano sentidora, lo mismo que varita de plomo; cuando vino a entender él sin malicia que si los otros no contaban con la razón, contaban con una cosa mejor, que es la costumbre, ellos habían mandado siempre, y cuando la plebe mala se echó por las calles de Santiago diciendo su nombre seguido de palabrotas, se le cerró el cielo como un puño al sentimental que él era, le desfalleció ese corazón que llaman excesivo, del romántico (un ánimo clásico que sólo es suficiente, sirve más en la prueba)”79.

Los hechos que se sucedieron son conocidos:

“El Congreso se lanzó a la revolución, que es la única digna de ese nombre que ha tenido el país”80,

y congresales y revolucionarios

“La ganaron (con) dos elementos formidables: la propaganda constitucionalista, y el caudal de dineros de las viejas fortunas «peluconas»”81.

No obstante esta injusticia,

“… el hombre romántico que había dentro de Balmaceda practicista y el padre de su pueblo, sintieron como una quemadura en el disfavor popular y como una responsabilidad escaldadora el río de sangre que despeñaba la guerra civil sobre una tierra de costumbre pacífica”82.

En síntesis,

“… sus gentes lo empujaron a la aventura. ¿Quién no empuja a uno en que se ve, bien apuntada, la tentación de ella? El que lo quiera bien, lo empuja por darle gusto, y el que lo quiere mal, con más razón”83.

Y, aún cuando

“la razón era suya… ¿por qué a él no?”,

sobre todo, si estaba marcado por el destino, pues

“… le había tocado como al gaucho del cuento la navaja del lado romo y la malicia del gaucho para arreglárselas con el objeto inválido, a él no lo socorrió…”84.

Lo anterior puede explicar que por ser

“… hombre romántico aceptó oferta de vidas, creyendo que el corazón que se ofrece de buena gana es bello de dar y bello de ser usado, y que la sangre que se ha regalado no se cobra en seguida…”

y, sin embargo,

“… se la cobraron los veleidosos, y a la hora siguiente”85.

En ese momento, ante el sacrificio supremo, la Mistral sube al podio de las vestales, para proclamar que

“… digan si quieren que yo desatino llamando cristiano a uno que acabó con suicidio…”

para constatar inmediatamente que

“puede vivirse en cristiano y quebrársenos la varita de la gracia por un momento…”;

por lo demás,

“Gheon diría que por jugarreta del diablo…”86,

lo cual constituye una suerte de nuevo bautismo, que lava toda mancha anterior.

6. El héroe

De esa limpieza sustancial, o bautismal, surge el héroe; el héroe civil, no el religioso ni de otro tipo. Nos dice que, en verdad,

“… nos hemos dado cuenta después de que, a pesar de sus yerros, nos enriqueció y nos dejó distintos”87.

Es una distinción, no solo personal, sino nacional:

“Balmaceda, al revés de la columna de dictadores sudamericanos, superior a todos ellos en la profunda honestidad y en la conciencia gubernativa, prefirió su sacrificio y se suicidó estoicamente antes de agotar los recursos de que disponía aún”88.

Y de marcado carácter purificador, pues puede afirmarse que:

“Balmaceda es una sensibilidad nueva y hasta un poco extranjera entre nosotros; había sonado siempre el bronce en nuestro aire y él nos sorprendió con unos sones de plata suave y jovial”89.

Esa es la razón profunda por la cual,

“excepción hecha de una porción resentida en su propia clase social, Balmaceda fue el ídolo de una nación entera”90.

7. La leyenda

Así como los dioses necesitan sus teologías para interpretar sus revelaciones, así los ídolos necesitan sus leyendas. Y Balmaceda no fue la excepción. La Mistral se transforma en uno de sus oráculos de mejor voz y mayor volumen.

El fundamento de la leyenda debe recurrir al mito. Por ello nos dice que:

“Corre por su política no sé qué trémolo lírico, el de los girondinos, y su conducta tenía, como la de ellos, una especie de índole estética que le hacía repugnar la violencia un momento después de cometerla”91;

por lo demás, antes ya nos había dicho que su cabeza

“era una pieza girondina ella misma”92.

Es posible entonces constatar que

“así es como no se ha cortado el amor de Balmaceda en los que vinimos después, y el cromo fino u ordinario se quedó en fragua, ebanistería y casa burguesa”93.

Más aún, tiene todos los visos de permanecer porque

“los niños que él dejó crecieron, entraron un día volteando la cabecita en las grandes escuelas balmacedistas, hechas de ladrillo de durar, desahogadas, llenas de la luz que Dios les da y que el conventillo les borronea, escuelas liberales hechas también, en el bello sentido del vocablo”94,

y ahí, entonces, recordaron su imagen. Porque

“El pueblo entendió esa mirada buena de Balmaceda; hace de ello cuarenta años y se acuerda todavía de aquellos ojos cordiales”95.

Tal es así que

“Su retrato estaba en todas las casas, con marco tallado en las grandes y en las pobres con la pura hojita volante del periódico popular La Lira; pero cada uno lo tenía visible como muestra de un ejemplar escogido de la raza, casi como un lebrel de lucir…”96.

Incluso,

“en los talleres de artesanos se quedó mucho tiempo sin desclavarse y yo lo he visto en carpinterías, herrerías y talabarterías”,

y

“entre corte de suelas o de leños, el artesano daba su mirada a su hombre, y se sentía entonado como por un licor fino”97.

No es extraño entonces que constituya

“la pieza de lujo de nuestra iconografía, la cabeza, la cabeza querida del caudillo, órfica todo lo dulce que pueda darse y buena para aplacar al más furiosos enemigo”98.

La leyenda cubre al personaje hasta en sus más mínimos detalles. Todos sus actos cobran sentido profundo, de eternidad casi. Por eso puede decirse que

“se vistió para el último acto cívico (el de su muerte), con el decoro minucioso del patricio; (y) pensó en que a un embajador forastero no se le da el trabajo de amortajar a su huésped; si hubiera podido procurarse un arma sorda que no hiciese saltar de espanto a las señoras de la pieza siguiente, también se la buscase”99.

Solo después de concluir una liturgia de tan acabados detalles

“… dejó allí, en la almohada, de tres noches de insomnio, la cabeza inteligente y fina, que le habían mimado tanto y que ahora le pedían los energúmenos, como cosa jugada y perdida, que se cobra y que se paga…”100.

Con tanto significado acumulado, no es extraño que

“Se está hablando siempre del monumento a Balmaceda, y los «puritanos» endurecen el ceño, y el «vasco» de la política, que no sabe quererle a su historia sino a los hombres «minerales»; que nos dieron solidez geológica, luce su desdencito hacia este fogoso, hacia este girondino…”101.

No es asunto menor:

“una sensibilidad colectiva… vale algo, a lo menos una estatua en un pueblo pródigo de ellas…”102.

Por lo demás,

“Aparte de que el pueblo la desea y la verá con su viejo cariño, devolviéndole aquella (sensibilidad) suya de la que no se ha olvidado”103.

Ese mismo pueblo,

“sabe… poco de algunos señores de piedra de nuestra Alameda, y de otros lo que sabe no le interesa gran cosa…”

en cambio,

“… de Balmaceda él sabe, por el seso, el corazón y la herencia, lo cual es saber entrañablemente”104.

En fin,

“Balmaceda, el aristócrata-populista, queda en el folklore, la crónica y la historia, como un caso de fascinación personal pasada a magia y el de una popularidad política vuelta leyenda fosforescente en unos diez años…”105.

Conclusión

El último párrafo que hemos transcrito nos sirve de síntesis casi perfecta de su pensamiento sobre el tópico que nos ha ocupado. Balmaceda es, pareciera, principalmente para ella “… un caso de fascinación personal…”.

Si uno recorre los párrafos que dedicó al prócer y si se ordenan esas consideraciones, como lo hemos hecho en las páginas precedentes, esa fascinación va resultando cada vez más evidente.

Los adjetivos desfilan incansables. Para ella, Balmaceda es fino, elegante, aristocrático, romántico, fogoso, inteligente, liberal, demócrata y estoico: en suma, virtuoso. Su mirada es buena, benévola, dulce, fuerte. Sus ojos: cordiales; su rostro: jovial; su estampa: patricia.

Es bello hombre, hermoso varón y varón completo.

Es el ídolo de una nación entera.

Es también un ídolo para Gabriela Mistral. Y eso no es asunto menor.

Capítulo 2Alessandri y Mistral: una relación de ambigüedades

Introducción

Los vínculos de Gabriela Mistral con Arturo Alessandri Palma fueron fundamentalmente ambiguos.

En general, los reparos de Gabriela respecto a Alessandri se refieren a que nunca ha tenido simpatía por él, no obstante considerarlo honrado, y se prolongan hasta 1934, cuando le reconoce sus méritos por el acuerdo final que solucionó el problema pendiente con Perú relativo al estatus de Tacna y Arica, en lo relativo al pacto comercial y la liquidación de las obligaciones pendientes de la paz de Lima de 1929.

Los sentimientos encontrados y las inquietudes se mantienen hasta la reelección de Alessandri a la Presidencia de la República en 1932, a propósito de la cual emite una serie de comentarios muy laudatorios.

Pero sigue considerando que Alessandri la detestaba, no obstante que a raíz de la incorporación del Presidente a la Academia Chilena de la Lengua lo considera un letrado y demuestra su admiración por él y su discurso de incorporación.

Hacia el final de sus relaciones, Gabriela respeta y “quiere” a Alessandri hasta llegar a llamarlo “Timonel de Chile”. Pero a ello agrega el calificativo de “demócrata malo”. Por su parte, Arturo Alessandri se reconoce como “decidido amigo” de Gabriela Mistral.

1. El primer gobierno de Alessandri 1920-1925

Al asumir la Presidencia de la República, Arturo Alessandri Palma el 23 de diciembre de 1920 nombró como su Ministro del Interior y, por lo tanto, jefe del gabinete, al político radical Pedro Aguirre Cerda, quien, mientras ejerció el cargo de Ministro de Educación durante el gobierno del antecesor de Alessandri, Juan Luis Sanfuentes, había gestionado el nombramiento de Gabriela Mistral como directora del Liceo de Punta Arenas106.

El mismo Aguirre, ejerciendo ahora el cargo de Ministro del Interior, intercedió para que el 14 de mayo de 1921 Gabriela fuera nombrada Directora del recién creado Liceo Nº 6 de Santiago. Ejerciendo ese cargo estaba, cuando fue contratada por el ministro José de Vasconcelos de México

“para colaborar en los planes de reforma Educacional, que iniciaba ese gobierno, y en la organización y fundación de bibliotecas populares, para lo cual viajó a ese país en junio de 1922”107.

De esa época es la primera alusión que hemos encontrado de Gabriela Mistral referida a Arturo Alessandri. Le decía a Eduardo Barrios en una carta fechada en México el 31 de diciembre de 1992 (sic):

“[Arturo] Alessandri dijo a Vasconcelos, veladamente, que yo no era la representante efectiva i alta de la enseñanza femenina en Chile que los de fuera creían, que él le presentaría a la efectiva, que era la señora Labarca”108.

Dando por hecho lo anterior, Gabriela Mistral muestra toda su irritación:

“Diría el juicio con perfecta calma, si no se tratara de palabras dichas por el Pres.[idente] al ministro estranjero (sic) que me había traído y del cual depende toda mi situación en esta tierra estraña (sic). Pero se trata, en verdad, de una desautorización no formal, hipócrita i malévola. Se trata de un reproche fino hecho a Vasconcelos, que no ha sabido elegir”109.

Pero, respecto a Alessandri, guarda alguna esperanza o, por lo menos, muestra algún síntoma de desconcierto, pues añade:

“Yo me traje la fe en este hombre. Al despedirme de él me colmó de elogios i llegó a decirme que a mi vuelta me pediría opiniones sobre la reforma de la enseñanza femenina, antes de efectuarla. Me dijo que contara con él para todo. I he contado; i he pensado con zozobra en la suerte de mi colegio, i me he serenado recordando al Presidente”.

Pero finalmente la realidad es otra:

“El saber que no tengo al Pres.[idente] i que este hombre es falso me ha creado un conflicto moral serio”110.

Más adelante, y siguiendo preocupada del liceo que le había correspondido fundar en Santiago, y que por el viaje a México había debido abandonar, le pide a Barrios un favor:

“Vaya Usted al Liceo y procure la dirección de la señorita Zúñiga, hermanito, i léale esta carta, recomendándole estricta reserva respecto a lo del Presidente. Dígamele que si yo pensara en quedarme en Méx.[ico] las llamaría. Tengo cuarenta designaciones que puedo hacer de maestras…”111.

Lo anterior se refiere a que ella debía ser reemplazada como directora del Liceo 6 de Santiago y no quería que en “su” Liceo fuese nombrada cualquier directora, pues podría ser

“una persona indigna como reemplazante mía”112.

En otro orden de cosas, los comentarios de Alessandri a Vasconcelos seguían entorpeciendo las relaciones con Gabriela Mistral en 1923, pues en otra carta a Eduardo Barrios le comenta, a propósito de una comunicación con un señor Torreblanca, a quien dice no haberle comentado las razones por las cuales no vuelve a Chile, y por quien se sintió herida en sus creencias religiosas y acusada de fanática, ella se sintió atacada, y le dice a Barrios:

“Desde entonces fue para mí irónico y francamente hostil. No ha habido tal confidencia ni le he dicho que no vuelva ni le he contado aquella cosa de Alessandri. Sé que es politiquero, es decir, de aquellos hombres para los cuales lo primero del mundo, lo único respetable son los presidentes, los diputados i los senadores, i me pondría en ridículo diciéndole algo que huela a crítica de su primer mandatario. Mi confianza con usted es tal que recordando el parentesco que une a su familia con el Presidente, le conté aquello”113.

También los asuntos relativos al pensamiento son objeto de su preocupación, según se lo manifiesta a Joaquín García Monge en una carta de 1924, y ello se ve aún más claro a su juicio en la poca importancia que se da a los intelectuales en América Latina, sobre todo en comparación con lo que sucede en los Estados Unidos

“que nos absorberán sin remedio…”.

Mi amigo, ¡es una vergüenza mui grande!

Se salvará de ellos la Argentina, Chile empezó a entregárseles con Alessandri; el Brasil, por rico, acaso se imponga. Los demás países viven de sus préstamos…”114.

Hacia 1926, le comenta a Aguirre Cerda, quien ha dejado el Ministerio del Interior en septiembre de 1924, sobre el ambiente revolucionario y le comenta que

“Usted ha aludido a esta chacota de revoluciones sin ideología y sin ideales. Fue uno de mis asombros. Lucro, lucro, que antes se llamaba sanfuentismo, que después se llamó alessandrismo y más tarde, espíritu revolucionario”115.

Hacia 1929 Alessandri todavía le merece reparos. En efecto, parece coincidir con sus críticos en el sentido de que durante su gobierno las conductas personales y sociales habían cambiado significativamente, y para mal. En una carta a Alfonso Reyes y su esposa Manuela, le dice a esta última:

“Manuela no sabe que yo no puedo mirarla en mexicana: que la miro… en chilena, a causa de su cuerpo caupolicanesco como el mío, de su sequedad buena, de su franqueza honesta —que era de la chilena vieja— y de una salud grande, de una salud moral preciosa que fue la de nuestras mujeres antes del Chile de Alessandri, y que por ahí está todavía rezagado en la provincia”116.

El gobierno de Alessandri iniciado en 1920 terminó abruptamente por una serie de sucesos acaecidos entre 1923 y 1924, con la irrupción de los militares en el poder ejecutivo, que también tuvo características algo caóticas y terminó con un llamado, en marzo de 1925, para que Alessandri regresara al país, ya que había sido autorizado formalmente por el Congreso para ausentarse del territorio nacional.

Sin embargo, el regreso del Presidente a la política chilena y su contingencia no significó el final de los conflictos, los que se prolongaron hasta 1932117.

2. El segundo gobierno de Alessandri 1932-1938

La noticia de la reelección de Arturo Alessandri en 1932 le produjo a Gabriela Mistral sentimientos encontrados. Es posible advertir que siente algún alivio para el país y su futuro, pero no está del todo convencida de que la elección del nuevo gobierno le convenga a ella. Le comenta a Pedro Aguirre Cerda, a principios de noviembre de 1932, en lo relativo al país:

“Hoy, al fin, sé que hubo elecciones, que salió electo Alessandri y que hay muchas seguridades de que se vuelva a la normalidad. Dios lo quiera, mi amigo, aunque la era de las revoluciones en un país suela ser más larga. La noticia de la elección de Alessandri me ha alegrado por un grupo de amigos que podrán trabajar con él y por el hecho de que tengamos un gobierno civil”.

Pero, en lo personal, las aprensiones son grandes:

“Por mí misma, me inquieta: me tiene mala voluntad y sabe que yo he tenido poca fe en su mesianismo. Sin embargo, yo misma espero vagamente de él algunas cosas buenas: ha vivido varios años en Francia, ha debido observar y aprovechar mucho, ha sido prudente —enfant sâge— en este período de locura colectiva de Santiago, y está viejo, lo cual le sosegará los bríos excesivos”118.

No obstante lo anterior, la presencia de Alessandri en el gobierno le abre expectativas personales en su trabajo diplomático pues, estando próxima a dejar el Consulado en Génova, le solicita a Pedro Aguirre C.:

“… le decía que me hiciese usted la gracia de hablar sobre mí acerca de otro consulado con don Jorge Matte. Quise aprovechar la buena voluntad que este caballero me demostró hace años. Él fue quien me mandó, no por deseo mío, sino contra mi deseo, a Europa. Quise indicar a usted esta posibilidad… antes de que viniese la presidencia que yo veía llegar, de don Arturo… Días más tarde, mandé al señor Matte una carta por vía aérea”119.

Efectivamente, Jorge Matte, en su calidad de Ministro de Relaciones Exteriores de Alessandri, había facilitado su nombramiento para Génova.

Pero, conocida por sus ideas antifascistas, es muy probable que las autoridades italianas no miraran con buenos ojos su presencia en el Consulado. De ahí esta preocupación o necesidad por cambiar de lugar.

En un artículo publicado en El Mercurio, en 1932 sobre el presidente Balmaceda, Gabriela Mistral alude a Alessandri en términos bastante laudatorios. Lo presenta como sucesor de Balmaceda en sus propósitos políticos y dice:

“El sucesor, tardío pero directo de Balmaceda, o sea, el Presidente Alessandri, recogió el disgusto popular de unas presidencias anodinas y llegó a hacer, con más suerte que Balmaceda, la reforma del régimen. Hemos vuelto al ritmo ‘acelerado’ y al ‘vivaz’, y este es el segundo tiempo de la historia nuestra, a lo menos de la democracia chilena”120.

En la misma carta a Aguirre que acabamos de citar, muestra nuevamente su pesimismo a propósito de su futuro. Le dice:

“Si usted ve, don Pedro, que la nueva presidencia no deja posibilidad para mí de un cargo consular, le ruego me lo diga francamente escribiéndome a Puerto Rico, pues, en tal caso, deberé dejar por ella trabajo avanzado para cursos futuros, y seguiré viviendo la mitad de los meses en barco o en el tren”121.

Todavía en 1933 su posición respecto al gobierno y su opinión respecto a la figura del presidente Alessandri está plagada de ambigüedades. Así se desprende de lo que le manifiesta a Pedro Aguirre:

“Yo recibo de allá, tarde y mal, impresiones sobre la situación, que me informan poco. La clase media, la mía, ha perdido el juicio y no espera bienes sino por otros golpes militares y obreros. Me han escrito indignados (no especifica quién) de un juicio mío sobre Alessandri, por ejemplo, diciéndome que nadie que valga cree ya en él. Yo no he tenido nunca simpatía por este hombre, aun cuando en su honradez creí siempre, pero me he dado cuenta de que es la única carta que podemos jugar para una relativa unión de las clases, para unir aunque sea a medias a los opuestos, y para llenar, aunque también sea a medias el abismo que separa hoy a las gentes nuestras. Me parece el mal menor sin que me parezca ninguna maravilla; era sin duda, el candidato más razonable entre los que se presentaron a la lucha. Yo no puedo caer en ese nihilismo de nuestros izquierdistas de negar a todos y de volver la cara al… Juicio Final como la sola solución”122.

En la misma carta le da cuenta a Aguirre que un periodista norteamericano que estuvo en Puerto Rico:

“Me dijo que en el Ministerio se sabe que la aventura de Dávila se repetirá en breve y que Alessandri no logrará purificar el ejército con eliminaciones, porque lo teme…”123.

A poco más de un año de esa comunicación, vuelve a escribirle a Pedro Aguirre, esta vez sobre su situación personal que parece agobiarla, y le dice:

“Nadie desea con más fuerza que yo, un Chile sólido y cuerdo, un Chile de política inteligente y sobe todo, coherente, que amar y obedecer. Sería Ud. Don Pedro. Se me ocurre que ese nombramiento de Cónsul justifica mucho más la petición (En el mismo sentido escribí al Presidente). No se entiende que nieguen el pago de su sueldo en el exterior a un cónsul por más que sea ad honorem”124.

Tendría que pasar más de un año para que la situación administrativa y contractual de Gabriela Mistral se modificara significativamente.