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Este libro es una guía práctica que invita a las lectoras a repensar su relación con el tiempo y a transformar sus vidas a través de una mejor organización y una mayor conciencia. A partir de su experiencia personal, la autora presenta un método innovador basado en cuatro pilares fundamentales para alcanzar la productividad consciente desde una perspectiva esencialista. Con una combinación de anécdotas y herramientas efectivas, Gestión del tiempo se convierte en un aliado indispensable para quienes buscan lograr un equilibrio entre lo personal y lo profesional, reduciendo el estrés y aumentando su bienestar. Este libro te invita a descubrir cómo simplificar tu vida y enfocarte en lo realmente importante, para vivir con mayor propósito y serenidad.
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Seitenzahl: 211
Veröffentlichungsjahr: 2024
NATY CICO
Naty CicoGestión del tiempo : claves para una vida productiva y feliz / Naty Cico. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5548-9
1. Ensayo. I. Título.CDD 158.1
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Parte I - El poder de las creenciasy el valor de tu tiempo
Y la historia comienza
No tengo tiempo
La productividad inconsciente
Tu vida necesita un toque de tabasco
¿Qué estoy haciendo con mi viday por qué lo estoy haciendo?
Las creencias con las que vivimos
Creencia 1: Ser productiva es hacer muchas cosas
Creencia 2: Estar ocupada es cool
Creencia 3: La gente no cambia
A las creencias hay que bombardearlascon conocimiento
De víctima a ser responsable de tu vida
El valor del tiempo
Parte 2 - Los 4 pilares de laproductividad consciente
Introducción a los 4 pilares
Primer pilar: La observación consciente
Algunas sugerenciassobre la observación consciente
Es un hábito
Observar los pensamientos
Debe ser serena y constantemente realizada
Debe ser siempre constructiva e inspiradaen el anhelo de superación
La observación debe ser elevada
No se trata de juzgarnos
¿Qué deberíamos medir?
Time blocking
Time tracker
Clasificar tareas
Cuadrante ITareas urgentes e importantes
Cuadrante IITareas no urgentes, pero importantes
Cuadrante IIITareas no importantes, pero urgentes
Cuadrante IVTareas no urgentes ni importantes
Relación entre cuadrantes
Prioridades
Segundo pilar: Eliminar
Límites
Decir no
El no es relativo
Límites
Si no es un sí rotundo, que sea no
Aversión del vacío
Fear of missing out (FOMO)
La magia del orden
Menos cosas es más
Tercer pilar: Automatización
La automatización
Los atajos
Aprovechamiento inteligente de las energías.Los cronotipos
Las energías y el tiempo
La revancha del sueño
Rutinas
Diseñando tu rutina
Crear una rutina ganadora
Rutinas y hábitos
Hábitos
La clave de los hábitos
Luego de empezar, repetir
No romper la cadena
Darte recompensas
Formas de organización
Agenda/planner
Beneficios de tener una agenda
Tipos de agenda
Lista de tareas
Compartir agenda
Yo y mi otro yo
Tres tareas por día
Comerse el sapo
La regla de los dos minutos
Agrupar tareas similares
El experimento de las lapiceras desarmadas
Días temáticos
Lograr que las cosas se hagan
Delegar
El perfeccionismo es una trampa
Delegar la limpieza
División de tareas
Tener un enfoque más productivo en tus horas
Automatizar con tecnología
Cuarto pilar: Planificar
¿Qué significa planificar?
Pero ¿qué es planificar?
Planificación: el mapa de tus sueños
La acción como clave del éxito
La constancia
Métodos para planificar
Método SMART
Metodologías ágiles: OKR y Kanban
Objetivos versus metas
Animate a soñar en grande
Revisión anual antes de planificar
El costo de soñar
La unión de los tiempos
Notas
A mi familia, mis guías en cada paso de este viaje. A Nina y Sol, por ser luz de amor e inspiración.A Seba, el mejor compañero en esta aventura de la vida. A mis amigas hermanas, por ser faros inquebrantables en todos los momentos. Y a todas ellas... cuya esencia trasciende tiempo y espacio, dejando huellas imborrables.
Erase una vez el año 2019...
Tengo una niña de cuatro años y otra de dos. Ser madre es una de las cosas más preciosas que me han pasado; sin embargo, los días parecen un laberinto sin salida. ¿De pronto soy una de esas personas que se quejan de todo y sienten lástima de sí mismas? No me gusta cómo me escucho, pero siento que necesito ayuda, y no la estoy obteniendo. Sé que debería estar feliz, pero me siento ansiosa y, por momentos, asfixiada por las tareas. Nada me angustia más que cuando mis hijas se enferman y tengo que faltar al trabajo, y entonces la culpa me consume. Pero también siento culpa si las dejo con alguien, así que muchas veces me quedo en casa, soñando con un poco más de libertad. De todos modos, la culpa siempre es mi fiel compañera, de manera que me acompaña por lo que no hago por mí y por lo que no hago por los demás.
Mis días de oficina se asemejan al caos de una hora pico en McDonald’s: el trabajo es infinito y nunca lográs ponerte al día. La parte más difícil se la lleva la atención al público: muchas veces, me toca tratar con personas agresivas, exigentes y sin empatía. Hay que resolver reclamos permanentemente y no vale poner como excusa la falta de tiempo. Se supone que debería ser capaz de lidiar con todo. Con mis compañeros de trabajo, vamos apagando incendios de las propias urgencias. Uno de ellos me dice: «Algún día va a explotar una bomba en alguna de nuestras manos». Lo tomamos a risa, pero en el fondo estamos asustados. Aunque carezco de conocimientos formales en gestión del tiempo, poseo una intuición natural para evitar que las urgencias me abrumen. A pesar de eso, la mayoría de las veces no logro ser tan eficiente como desearía.
Es tanta la exigencia y el estrés laboral que suelo tener migrañas al menos una vez a la semana. Me despierto a la noche preocupada por las tareas pendientes, que me persiguen como pesadillas. Intento pensar que tal vez debería ser menos responsable. Pero no me sale. Soy una empleada dedicada y a veces me preocupo más que mi propio jefe.
Vuelvo a casa temprano, pero el cansancio se apodera de mí. Me cuesta disfrutar o hacer algo al respecto. Lucho contra el sueño durante el día y empiezo a beber más alcohol durante las noches. Ahora los lunes merecen sí o sí una copa de vino para contrarrestar ese día furioso de trabajo sin fin. Me duermo y me despierto repitiendo mis días de forma cíclica. Todos los días se parecen.
Sé que el sistema está mal hecho, así como la distribución de empleados, de oficinas y de tareas. Quien está en la trinchera lo sabe. Pero, como simple empleada, no me toca cambiar el sistema, sino solo atender la lucha de cada día. Es tanto el trabajo que durante el día no me quedan energías para nada más. Soy un zombie. Sé que estoy dejándole mis mejores años al trabajo y que debería hacer algo al respecto. «Algo debe cambiar», pienso. Quisiera escuchar más música, ir al gimnasio, comer mejor... pero no puedo darme esos pequeños placeres de la vida, ahora solo reservados para las vacaciones.
En esos días termino en el cardiólogo. En la consulta, me pregunta cuáles son los síntomas. Le respondo: «Siento pinchazos en el corazón». Por supuesto que en realidad pienso que me estoy por morir de un paro cardíaco, aunque no se lo digo, me limito a los pinchazos. Me dice que estoy bien y que tengo palpitaciones debido al nivel de estrés. Me receta fármacos para dormir mejor, pero decido no tomarlos: me niego a ser una persona que no puede tratar sus emociones ni hacer cambios en su vida. Sé que algo debe cambiar. Y que depende de mí. Quisiera hacer muchas cosas y tener otra vida... pero solo puedo dormir.
Es el año 2020, y llega la pandemia. Nuestras vacaciones se suspenden unos días antes. Las noticias que vienen desde Europa nos aterran. Algunas noches, decido ir a buscar los fármacos contra la ansiedad que me recetó ese cardiólogo. Ahora agradezco tenerlos. No sé si se vendrá un apocalipsis o qué; no se parece a The Walking Dead, pero tengo miedo. Y no es una broma.
De pronto abro los ojos: estoy en casa, con mis hijas, y me siento afortunada de poder compartir más tiempo con ellas. Recuerdo este refrán: «Ten cuidado con lo que deseas, que puede volverse realidad». ¿Cuántas veces deseé que esto pasara, que me dieran más tiempo de libertad para estar con ellas en casa? Aunque parece haber sido necesario que el mundo de afuera se transformara en un pequeño infierno. De algún modo, decido aprovechar esta desgracia mundial para pensar. Para pensar y leer. De paso, escapo un poco de mis miedos y mis pensamientos fatalistas leyendo realidades que no tienen nada que ver con la pandemia.
Entre los libros que llegan a mis ojos por estos días —no a mis manos, porque es virtual—, leo Padre rico, padre pobre, de Robert Kiyosaki y Sharon Lechter. Empiezo un diario, al que llamo Mi diario financiero. Pienso en hablar de dinero allí, ya que nunca he pensado tanto en eso, pero pronto me encuentro escribiendo sobre todo tipo de pensamientos y emociones. Siento que algo se enciende en mí. Empiezo a leer, a escribir, a pensar. Descubro que, para cambiar mi vida, necesito administrar mejor mi dinero, pero sobre todo saber cómo manejar mi tiempo. Y que las dos cosas van de la mano. El dinero y el tiempo están interconectados. Y serán la llave hacia una vida más libre.
Intuyo que esta pausa en el medio del ajetreo diario no será eterna, así que me propongo aprovechar este tiempo y recuperar el que he perdido. Trazo un plan: adquirir todo el conocimiento que pueda mientras no esté con mi familia. No empiezo de cero: vengo de una vida de conocimientos, de estudiar y leer. En verdad, se trata de un reencuentro con el conocimiento, un volver a empezar, pero esta vez con el pensamiento más fuerte. He descubierto una verdad, y no la volveré a tapar. Ya sé qué quiero y qué no quiero para mi vida. Pero no voy a tirarme a la parte honda de la pileta sin antes haber aprendido a nadar.
Unos días antes de la pandemia, había decidido comprarme un auto mucho más grande y elegante que el mío. Había hablado con el vendedor de una concesionaria que me había propuesto un plan de pagos y un precio que, con mis ingresos, podía pagar. Ya estaba decidido, de modo que me encontraba muy ansiosa por ese hermoso auto que pronto estaría luciendo y disfrutando.
Pero algo cambia. Todo. En eso, el vendedor del automóvil me llama. Este cambio tan significativo que estoy comenzando a transitar me lleva a decirle que no lo voy a comprar. Me retruca con una oferta increíble, pero igual la rechazo. Me sorprendo de mí misma. He cambiado mis pensamientos, y eso empieza a modificar mi vida y mis decisiones. ¿Qué cambió en mí que ya no me interesa un auto nuevo? Mi obsesión es ahora leer más, conocer más, escribir más, y no gastar en cosas materiales que no me hacen verdaderamente feliz. Decido utilizar ese dinero para invertir en un inmueble, pensando en qué algún día me traerá mayores beneficios.
De la mano con la administración de las finanzas, sé que necesito aprender a cómo ser más productiva y a gestionar mi tiempo de forma inteligente. He tomado muchas decisiones sin conocimientos. Ahora lo sé. Y mi nivel de saber repercute directamente en los resultados que pueda obtener luego de la vida.
Empiezo a aplicar los conocimientos que aprendo y, cual científica de mi propia vida, noto cómo todo va cambiando. Comienzo a sentirme más descansada y feliz. Decido estudiar temas relacionados con la gestión del tiempo, como si tuviera que prepararme para rendir un final en la universidad. Leer es ahora tan necesario como la comida o el agua. Entre las decisiones que veo que debo tomar, hay una que sobresale: salir de esa oficina estresante donde todo es urgente. Necesito recuperar mi energía para el resto del día. No me es fácil, porque ahí tengo mucha gente que quiero. Pero parte de mi proceso es empezar a tomar decisiones difíciles por un futuro mejor.
Cambio de trabajo, hago unos «no del todo fáciles movimientos» envío cartas a Recursos Humanos, hasta que finalmente me trasladan a una oficina no tan estresante. Tiene sus cosas, pero no salgo con tanto burnout. Empiezo a crear un mundo paralelo al derecho, que me apasiona. Observo cómo cambian mis prioridades y cuido mis energías de otro modo. Entiendo que debo administrar cómo las gasto, para que me quede «resto» al final del día.
Uno de esos días, me junto a tomar un café con Coti, una amiga de toda la vida. Cuando le cuento mi nueva pasión, me alienta a que dicte mi primer curso sobre gestión del tiempo, así que decido abrir una página en Instagram llamada Equilibrio y Organización. En mi primera publicación, copio la imagen de una ruta: siento que es un viaje que recién comienza.
Con muy pocos conocimientos sobre marketing y «lanzamientos» o campañas en redes, decido dar un taller virtual de gestión del tiempo. Lo publicito con siete días de anticipación. Aunque solo asisten dos personas en vivo, queda grabado y luego vendo ese curso sucesivamente a decenas de personas. Recibo excelentes comentarios de mis alumnos.
Entonces, incluyo una mentoría gratis para cada persona que compre el curso y empiezo a tener mentorías todos los días y la agenda llena. Mi primera mentee me da nervios. Me doy cuenta de que gran parte del tiempo debo practicar la escucha activa: realmenteescuchar. Observo que tengo facilidad para aconsejar y recuerdo que cuando era adolescente mis amigas acudían a mí con frecuencia para que las aconsejara con sus tristezas amorosas. Y yo escarbaba hasta en el último recodo de mi cabeza para ayudarlas a sentirse mejor, a levantar la autoestima, dándoles poder, pero sobre todo ofreciéndoles una perspectiva diferente de su propia vida. Lo hacía sin muchos conocimientos, como si tuviera un don natural.
Ahora es diferente: tengo más años, más conciencia y muchísimos más conocimientos. De pronto, mi conocimiento se multiplica por mil. Cada mentoría es una historia, un ser y una problemática distinta para tratar. Me esfuerzo tanto por ayudar a cada una de esas personas que comparten sus vidas conmigo que ahora la capacitación tiene un nuevo enfoque: ayudar a los demás.
Me preparo conscientemente para hacerlo. Si me lo preguntaras, te respondería que no sé si volverme mentora de otras personas estaba entre mis planes, pero también que siento que realmente las estoy ayudando, y eso es maravilloso. ¿Cómo podría resumir esta primera etapa en pocas palabras? Puedo decirte que empecé tratando de salvarme a mí misma, pero lo cierto es que, cuando termino cada mentoría, siento que llego al Nirvana, y ahora sé que esta es mi misión.
El conocimiento sobre gestión del tiempo me ayuda a hacer muchas más cosas y a organizarme mejor. Es una ventaja trabajar en lo mismo que me ayuda a tener más tiempo. Entonces me profesionalizo: empiezo a estudiar y me certifico en inteligencia emocional y neurocoaching en la universidad para sumar nuevos conocimientos y herramientas al coaching y a las mentorías. Nunca dejo de leer ni de escribir, son dos actividades que se han vuelto parte de mi día a día, de mi identidad.
Luego empiezo a buscar la forma de ser más productiva, ya que he sumado nuevas actividades a una vida que ya venía bastante saturada de cosas. Eso me muestra que puedo estar más tiempo con mis hijas si lo administro mejor.
Mis días se vuelven más luminosos y, a pesar de que las tareas se me multiplican, estoy más tranquila y duermo mejor. Paso muchos más momentos de ocio y recreativos. Le sumo a mi vida un fuerte propósito de hacer el bien a los demás y de aprender. Me cuesta reconocer a la que he sido hasta hace tan poco. El cambio ha sido fuerte, poderoso, rápido. Ya no soy la misma persona que era, y un poco me sorprendo de mí misma ante toda la creatividad y los conocimientos que había en mí sin ser aprovechados, sin ser descubiertos. Estoy en viaje interior hacia mi propia esencia. Empiezo a sentirme mucho más feliz.
Nunca dejo de capacitarme. En cuatro años he logrado más certificaciones que en varios años de mi vida. No hay excusas para no leer o hacer cursos que me hagan crecer. El cambio en mí es disruptivo en relación con el conocimiento. Cada libro terminado es un escalón más en esta escalera de superación.
Es el año 2022, casi 2023, y luego de 4 años desde este nuevo despertar creo que es hora de hacer llegar estos conocimientos a más personas. Dejo al mínimo las mentorías porque entiendo que el tiempo de 1 a 1 ayuda a pocas personas, pero no del todo, porque tengo un amor especial por ellas y son un aporte inconmensurable de crecimiento personal. Además, extraño esa conexión, aunque no sea lo más redituable en términos netamente monetarios. Aprecio la experiencia desde otro punto de vista, pero lo necesario como para dejar tiempo para escribir este libro: mi paso para compartir estas verdades con personas que necesiten ampliar su vida.
Este es un libro para los demás, es el resumen de los conocimientos que he adquirido desde lo que leí, entendí, pensé, escuché y observé, pero sobre todo... viví. Además, comparto en él el método de mi curso prémium con el que tantas alumnas transformaron sus vidas: los 4 pilares de la productividad. Es el método que apliqué para mi propia vida y que además vi que aplicaron todas las alumnas que me acompañaron desde el inicio.
Esta es la historia de mi transformación, que también puede ser la tuya. Las palabras quieren salir de mí como un manantial de agua fresca. Sé que estos conocimientos pueden cambiar tu vida, porque cambiaron la mía y la de numerosas personas que trabajaron conmigo. Acompañame en este viaje, te esperan cosas maravillosas.
Una de las frases más recurrentes de nuestros tiempos es decirnos y decirles a los demás, una y otra vez, que no tenemos tiempo. ¿Pero qué queremos decir cuando mencionamos que no tenemos tiempo? Lo más obvio sería contestar que todos tenemos las mismas 24 horas, de modo tal que nadie puede tener más ni menos que eso. Pero la mayoría de las veces no estamos hablando de no tener tiempo en sentido literal. Por el contrario, queremos decirles a las personas que nuestro día está ocupado con numerosas tareas y, por eso, que no hay espacio para otra más.
Es cierto que estamos ocupadas en muchas tareas, pero no menos cierto es que pasamos horas escroleando en nuestro celular, viendo series de Netflix (o cualquier otra plataforma de streaming) y divagando entre noticias que nada suman. Todo tiene un porqué. Ya lo veremos.
Por otro lado, según estudios realizados por la socióloga Liana Sayer, directora del Laboratorio de Uso del Tiempo de la Universidad de Maryland, muchas personas sienten que hoy tienen menos tiempo que las personas en esas situaciones hace varias décadas. Las madres trabajadoras y los trabajadores por turnos se sienten particularmente presionados [01]. Ahora bien, más allá de si es una percepción o si es real, en un sentido literal, cuando una persona tiene muchas tareas y obligaciones, y no descansa lo suficiente o no tiene momentos de recreación u ocio, percibe que tiene poco tiempo. De ese modo, algunas personas sienten que no tienen control sobre las horas del día, y eso las lleva a percibir que no tienen tiempo (para ellas mismas). No sentirnos dueños de nuestro tiempo nos genera mucha ansiedad y frustración.
Existen numerosos estudios y artículos sobre esto, pero no es el objetivo del libro ahondar en las causas de la falta de tiempo, a pesar de que podría resultar muy interesante. El objetivo de este libro es brindarte herramientas para que, sea cual sea tu realidad actual, puedas volverte una persona más organizada y productiva. Pero eso no es todo, existe un objetivo aún mayor y más trascendente: que logres diseñar una vida que se acerque a tu ideal de superación.
Así, las causas pueden ser múltiples y, en el caso particular de las mujeres y madres trabajadoras, hay cuestiones históricas de desigualdad de género, por lo que nuestro desafío es aún mayor, ya que debemos sortear obstáculos más grandes e injustos. Habiendo reconocido esa realidad, me centraré en lo que sí está en nuestras manos hoy: en hacer que el mucho o poco tiempo que tengamos sea lo más productivo posible.
Podría tomar otro camino y luchar contra las desigualdades sociales que existen, y también estaría bien. Es una lucha que aplaudo, pero es otra lucha. La mía —la nuestra—, acá, es enseñarte a lidiar de la mejor manera posible con las circunstancias que te haya tocado vivir. No me es posible olvidar las palabras de Theodore Roosevelt: «Haz lo que puedas, con lo que tengas, donde te encuentres».
También puedo decirte que, además de cuestiones históricas y sociales relacionadas con el género, existe una realidad que nos atañe a todas: la tecnología. A pesar de que pueda haber llegado para brindarnos atajos y muchas soluciones, también nos acorrala y nos hace prisioneros.
Mucho tengo para agradecer al lavarropas, al microondas y al lavavajillas; y también a los automóviles, a las computadoras y a cientos de programas y aplicaciones que vienen a darme una mano para hacer mi vida más fácil. Pero, por otro lado, la tecnología va reemplazando cada día más a personas que pueden ser muy efectivas, y ese es un debate que se encuentra en boga debido al auge de la inteligencia artificial. Lo podemos ver todo el tiempo: ahora, cuando voy al supermercado, debo pesar todas las verduras y las frutas; lo hago de un modo lento porque no es algo a lo que esté habituada, mientras que antes lo hacía un empleado con muchísima rapidez. O pensemos en el cajero: en lugar de tener un trato con un ser humano, actualmente nos encontramos con un sistema de autogestión. Claro, el supermercado se ahorró allí dos sueldos, pero en parte lo hizo a costa de mi tiempo. Y eso se observa de forma creciente en supermercados, casas de comida rápida, aeropuertos y centros de atención al cliente. ¿Acaso no hemos pasado horas tratando de sortear máquinas hasta llegar casi milagrosamente a un ser humano que comprenda nuestro problema y nos dé una solución? No lo juzgo, es lo que se viene. La burocracia ya de por sí siempre se robó nuestro tiempo, pero la burocracia digitalizada hace estragos con él. El costo de la autogestión es nuestro tiempo... unos minutos por aquí, otros minutos por allá. Es un tema complejo, porque entiendo que las personas deberíamos estar enfocadas en tareas más creativas. Sin embargo, como se observa en muchos casos, aún no han logrado igualar la eficiencia humana, y el precio lo terminan pagando los usuarios o clientes.
De todos modos, los mayores ladrones del tiempo hoy son nuestros teléfonos móviles. El celular ha sido denominado como la heroína tecnológica. Tenés una adicción, y no es tu culpa. El smartphone es casi un requisito sine qua non para vivir en sociedad, simplificar la vida y no aislarse. Por eso, aplaudo a quien pueda vivir sin uno, ya que es uno de los mejores y peores inventos de esta Tierra, pero no creas que eso sea factible: hasta mi obra social me pide un código automático que genera mi celular en simultáneo para acceder a sus servicios.
Por eso quiero contarte que hace un tiempo estuve de vacaciones en Cuba y allí, por primera vez, la mayor parte del día no tuve internet. Como todo adicto, experimenté algunas cosas desagradables, como la ansiedad. Pero en algún momento me di cuenta de que no extrañaba tanto las redes sociales, sino a «Dios», al todopoderoso Google. ¿Cómo no vamos a depender de algo tan espectacular, si le podemos hacer cualquier pregunta y nos la responde? Entonces fui consciente de que en mi día a día había una gran dependencia de Google: le pregunto sobre lugares, distancias, historias, comidas, noticias, medicamentos, dolencias, cosas más o menos profundas. Y Google no se achica. Allí está para responderme todo, servido en bandeja y de forma instantánea. Una dependencia más fuerte y poderosa empezamos a experimentar con la inteligencia artificial.
¿Pero tener todas las respuestas no nos quita un poco de creatividad, de aventura? Las redes sociales conocen muy bien de neurociencia y saben que nuestro cerebro identifica las recompensas transformándolas en dopamina, de la que tanto habla la psiquiatra y escritora Marian Rojas Destape. Un estudio reveló que los adolescentes pasan más tiempo en sus smartphones que viendo televisión.
Todas las redes sociales han creado un mundo paralelo de recompensas y estatus: quién tiene más o menos seguidores; qué publicación tiene más me gusta o visualizaciones... y así. El sistema es tan poderoso que hasta reemplaza el poder adquisitivo. En ese «pequeño» mundo, no importa quién sos ni qué hacés, sino cuán famoso te has vuelto. Se mide el éxito de una persona a través de su fama en las redes sociales. Diversos estudios asocian esta adicción a las redes sociales con el aumento de la depresión en adolescentes. Y, como ocurre con toda adicción, nunca es suficiente, la necesitamos a diario y, lo que es peor, validamos nuestra vida a través de las redes: ¿gustó o no gustó lo que publicamos? Eso es lo único que importa.