Girón. La batalla inevitable - Juan Carlos Rodríguez Cruz - E-Book

Girón. La batalla inevitable E-Book

Juan Carlos Rodríguez Cruz

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Beschreibung

La derrota de Bahía de Cochinos causó una enorme conmoción en los círculos de poder de Estados Unidos. Por esta razón ha sido uno de los acontecimientos más publicitados en Norteamérica. Sobre él se han escrito cientos de análisis, artículos, libros e informes. Girón, la batalla inevitable, de tono novelado, sin caricaturas ni esquemas, emerge como una de las más completas narraciones sobre este apasionante episodio. No quedan dudas acerca de la cuidadosa investigación que hay detrás de estas páginas, por las que se extiende un relato ameno y didáctico que satisfacerá al más exigente de los lectores, y al que por simple curiosidad, se interese por esta historia.

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Seitenzahl: 600

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Título original:Girón. La batalla inevitable

Edición:Iraida Aguirrechu Núñez

Corrección:Martha Pon Rodríguez

Diseño:Eugenio Sagués Díaz

Realización computarizada:Beatriz Pérez Rodríguez

© Juan Carlos Rodríguez, 2013

© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2013

ISBN: 978-959-211-424-1

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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Dedicatoria

A Fidel, artífice de la victoria de Playa Girón, que

incrustó en la historia de América la Revolución

Cubana, y quien 45 años después continúa

siendo su principal salvaguarda.

A José Ramón Fernández,

Héroe de la República de Cuba,

quien alentó esta obra,

removió obstáculos y la sostuvo

hasta el final.

La capacidad para ser héroe se mide

por el respeto que se tributa

a los que lo han sido.

José Martí

1959 es una oportunidad nueva que les ofrece

la vida, es como si dejáramos una hoja en blanco

sobre la cual ustedes escribirán,

con su actuación, el curso de sus vidas.1

1 Horóscopo aparecido en la revista Bohemia,

Prólogo

Prólogo

La batalla inevitableconstituye un testimonio que se adentra en los orígenes, desarrollo y clímax de una etapa del proyecto nortea-mericano para liquidar la Revolución Cubana, cuyo desenlace final fue la derrota de la Brigada de Asalto 2506, en las arenas de Playa Girón.

La obra se sustenta en una acuciosa investigación, donde resalta lo inédito o poco conocido. Pero quizás, lo que más llama la atención y sorprende, es la magnitud del proyecto de la CIA, que no descuidó ningún detalle, tanto militar, económico como político; preparación y desencadenamiento de una guerra de insurgencia en zonas montañosas; verdadera desestabilización subversiva en el país y su forma más relevante, el terrorismo; el clima psicológico; los centros de reclutamiento y entrenamiento y la óptima preparación de estas fuerzas para un enfrentamiento convencional con alcance limitado y que incluyó en su aseguramiento detalles tan sofisticados como los sombreros-mosquiteros para protegerse el rostro de las molestas picadas de insectos; los medios técnicos de que dispusieron, la integración, estructura de las fuerzas y el trabajo ideológico con sus miembros; la función manipuladora y hegemónica de los jefes militares y políticos norteamericanos.

El desastroso fracaso en Playa Girón ha sido uno de los acon-tecimientos que más análisis, informes, artículos y libros han producido en Estados Unidos. La profunda amargura que provocó en los círculos políticos y agencias de la administración, obligaba a efectuar el recuento de qué había fallado en la casi siempre perfecta maquinaria bélica norteamericana. Y es difícil, excepto en muy contadas excepciones, encontrar hoy, en la literatura de ese país, una explicación a lo ocurrido en estas playas, que no esté lastrada por esquemas y presupuestos preconcebidos —ausencia deraidsaéreos, dificultades con los suministros, si la invasión debió haber sido por Trinidad, o por otro lado..., si esto o si lo otro. En la mayoría de los análisis norteamericanos no se menciona un factor tan evidente y que a la postre sería decisivo, con absoluta vigencia 45 años después, como es el hecho incuestionable de que la población cubana vivía en total clímax revolucionario, y mantenía una incuestionable cohesión de ideas políticas con Fidel y, al mismo tiempo, esperaba una invasión, incluso directa. Para los cubanos se trataba de enfrentar; rechazar y derrotar una invasión extranjera. Y existe una fuerza más poderosa que el vapor; la electricidad y la energía atómica: la voluntad de los hombres.

El autor trata con amplitud la labor de enfrentamiento que desplegó la Revolución con el objetivo de vencer los planes del enemigo. Se destacan las acciones contra el bandidismo, la penetración del Centro CIA en La Habana y sus organizaciones contrarrevolu-cionarias en Cuba y Estados Unidos; la lucha contra el sabotaje, que redujo a cenizas algunos de los más importantes centros comerciales y diversas industrias del país; la liquidación de los planes de atentados contra la vida del Comandante en Jefe, los que constituyen un récord en el período previo a Girón; la labor esclarecedora de Fidel frente a los planes de intimidación al pueblo, a través deoperaciones psicológicas, donde se evidenció todo el arsenal de medios, métodos y técnicas de la propaganda de guerra subversiva, con sus principales armas: Radio Swan, las bolas y los rumores, carentes de ética y de un cinismo inaudito, como aquellas que impulsaron la operación de la “patria potestad”, encaminada a violentar los más puros valores de la familia cubana.

Debemos decir que la concepción de la operación, desde el punto de vista estratégico y táctico, no fue un error; escogieron una porción de tierra donde podían desembarcar, donde había una pista de aviación, construcciones, y que estaba separada de la tierra firme por un pantano, a través del cual solo había tres accesos por carretera y sobre estos lanzaron a los paracaidistas; venían bien organizados, bien armados, con un buen apoyo, pero les faltó la razón, la justeza de la causa que defendían. Por ello no combatieron con el ardor, el valor, la firmeza, el denuedo y el espíritu de victoria con que lo hicieron las fuerzas revolucionarias.

De aquí lo extraordinario del alcance de la victoria del pueblo cubano, como seguramente sorprendió al gobierno de Estados Unidos, que esperaba otros resultados. Y eso solo se explica por el coraje de un pueblo que vio en el triunfo del 1ro de enero la posibilidad real de dirigir sus propios destinos, razón por la cual vistió con orgullo la camisa azul de mezclilla, la boina verde olivo y se dispuso a combatir con la certeza de queno pasarán.

El hombre que aclamó a Fidel Castro en su recorrido triunfal por casi toda la isla, durante los primeros días de enero de 1959, es el que ya convencido de la causa, fusil en mano, el 17 de abril de 1961, está decidido a resistir y vencer la agresión norteamericana. En ese corto período de tiempo, la obra revolucionaria y, en es-pecial la prédica de Fidel, calaron hondo en los sentimientos del cubano. La gente se identificó con los conceptos de soberanía nacional, justicia social, igualdad, dignidad. La Revolución había resuelto el problema de la tierra, daba pasos seguros y tangibles para liquidar la discriminación racial y de la mujer, aseguraba el acceso de las grandes masas al trabajo, a la educación, a la salud pública, al deporte, a la cultura; en la conciencia popular se enraizaba la erradicación de todo tipo de corrupción.

La narración que hace el autor alrededor de los cambios a partir de 1959 en la Ciénaga de Zapata, futuro teatro de operaciones —además de su valor estético-político—, constituye una demostración concreta de las realizaciones económicas y sociales alcanzadas en tan corto tiempo.

“El pueblo cubano vivía momentos cumbres de patriotismo y fervor revolucionario y el apoyo a la Revolución y a su líder Fidel Castro mostraba una espiga como nunca antes la había logrado ningún gobernante en el hemisferio” —señalaba el autor y ello será la causa fundamental de la derrota mercenaria. “¡Levántate, que llegó la invasión y los americanos están atacando! ¡En la Ciénaga están los americanos!” Eran las voces que corrían de casa en casa en el pueblo de Jagüey Grande, el más próximo al escenario del desembarco. Creían que se trataba de marines yanquis y se iban concentrando en el local de la milicia, el gobierno municipal y el cuartel del Ejército Rebelde, reclamando armas e instrucciones.

Los millones de cubanos que, como los pobladores de Jagüey, se dispusieron a resistir, o aquellos que enfrentaron la invasión directamente y dieron sus vidas o vencieron, o los que neutralizaron la contrarrevolución interna auténticamente anexionista, sabían por qué lo hacían. Pero, contrario a lo acontecido a otros pueblos, el nuestro no estaba desarmado ni desorganizado al producirse la agresión.

Mas, ni siquiera la necesidad de defender la Revolución ante tan descomunal peligro, llevó a Fidel a hacer concesiones. Ser miliciano no era fácil. Había que ganarse ese derecho.

Me encontraba en el campamento de la Escuela de Cadetes de Managua, ubicado en la desembocadura del río La Magdalena, en la vertiente sur de la Sierra Maestra. Desde allí subíamos al Pico Turquino. La orden era ascender veinte veces y cuando llevábamos cumplida la mitad de la misión, recibí la orden de presentarme ante el Comandante en Jefe, aquí en La Habana. Él me indicó buscar un lugar para instalar una escuela en la que daríamos cursos a un numeroso grupo de trabajadores, dirigentes sindicales y estudiantes seleccionados quienes después dirigirían, a su vez, los batallones de milicias. Debo decir que cuando tuve contacto con ese primer curso, ya, por indicación de Fidel, sus integrantes habían escalado cinco veces el Turquino.

Pocas semanas después de organizado este curso en la Escuela de Responsables de Milicias en Matanzas se comienzan a organizar los batallones de milicias. Fidel me manda a buscar para que me hiciera cargo de dirigir el entrenamiento de los batallones de la capital. Es cuando nos pregunta a qué prueba los vamos a someter para medir su voluntad, firmeza, y decisión de ser milicianos.

Recuerdo que Fidel propuso que fueran y regresaran en una jornada desde Managua hasta Santa Cruz del Norte. Buscamos el mapa, medimos la distancia. Había más de 100 kilómetros, ida y vuelta. Se requería un hombre de excepcionales condiciones físicas y bien entrenado para que lo hiciera en una jornada. Era casi imposible. Finalmente, se escogió la ruta por Managua, saliendo por la carretera que conduce a Batabanó, hasta San Antonio de las Vegas, de ahí a la Ruda, saliendo a la Carretera Central, San José, Cuatro Caminos y regresaban a Managua. Ese es el origen de la famosa prueba de los 62 kilómetros.

El primer batallón en pasar la prueba y la escuela fue el 111. Se le entregaba un pequeño impreso a cada miliciano para comprobar el recorrido y se acuñaba en distintos puntos. Esa noche cayó un tremendo aguacero. Fidel se incorporó, durante la marcha, a una parte del recorrido, bajo la lluvia. Al siguiente día, por la mañana, a la hora estimada, no regresaba nadie. Suponíamos que iban a comenzar a llegar poco después del amanecer del siguiente día, pero amaneció y nadie llegó. Como a las diez de la mañana llegaron los primeros; y así, a las once, a las doce, a la una, a chorritos, la gente llegaba agotada; y después, sobre cualquier vehículo, los que no vencieron la prueba.

Cerca de las cuatro de la tarde, reúno a los cuadros de mando y estoy analizando y criticando, allí en un aula, cuando se abre la puerta y entra Fidel, le explico. Entonces me ordena que mande a formar el batallón. Organizamos a aquel despojo. Unos con más ánimo. Fidel les habló a los milicianos. A los que no habían pasado la prueba les dijo que para formar parte del batallón era necesario vencer la prueba de los 62 kilómetros y el que no, que aquello era voluntario. A los que llegaron primero, los puso a un lado y les dijo que ellos constituían la “compañía ligera de combate”, que era una unidad con destino y armas diferentes, la tropa de choque. Al finalizar, expresó a los que no habían vencido que si querían, podían marcharse; los que decidieran quedarse, tendrían que repetir la caminata. Nadie se marchó. “¿Cuándo la hacemos?” —preguntó. Siempre hay exagerados y ahí los hubo. “¡Hoy mismo!”, contestaron muchos enardecidos. Se decidió hacerla dos días después. Y la vencieron todos.

Es importante decir que los milicianos, durante el tiempo que duraba el curso, no vivían ni dormían dentro de los edificios, era en la hamaca, debajo de los árboles; se cocinaba con leña, a la intemperie; letrinas rudimentarias en la tierra, sin agua corriente y por ello sin duchas; no había otra luz que la de la luna y las estrellas y cuando llovía, era la lluvia y el lodo; todo el día haciendo ejercicios militares, de noche las guardias. Aquello no era fácil. Y cada batallón tenía 995 efectivos.

Al finalizar el curso, que duraba dos semanas, se entregaba a cada miliciano la boina verde que se convirtió en un emblema. La entrega de la boina era un motivo de fiesta. Las milicias se convirtieron en una gigantesca escuela de revolucionarios. Del anonimato de sus filas surgieron los cuadros de mando; no vinieron de castas; obreros industriales, agrícolas, trabajadores intelectuales, estudiantes.

Los soldados y oficiales del Ejército Rebelde y de la Policía Nacional Revolucionaria eran sometidos a pruebas también muy duras. Conocedores de la guerra de guerrillas, apenas comenzaban a dominar el nuevo armamento y el arte de la guerra convencional, cuando se produjo el desembarco. Los tanquistas iban por el camino, hacia la zona del combate, aprendiendo cómo se cargaba el cañón. Los pocos pilotos que teníamos despegaban en aviones que ellos mismos calificaban de “Patria o Muerte”; no estaban ni de alta ni de baja, simplemente volaban por la inventiva de los mecánicos y el coraje de los aviadores. Los soldados de las columnas principales eran movilizados constantemente.

Todas esas pruebas, esa concepción de Fidel, que no era nueva, era de la Sierra, contribuyó mucho a la alta moral de las milicias y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias; sobre todo en aquellos hombres de la ciudad que nunca habían tenido una vida tan rústica, día y noche; tan difícil, a la intemperie, bajo la lluvia, el sereno; factores decisivos en la derrota de las bandas armadas, de los mercenarios de Girón y factor importante durante la Crisis de Octubre. Una disposición que se ha repetido muchas veces y que ya es tradición de nuestro pueblo.

No puede dejar de mencionarse que en ese mismo espíritu, en esa pasión revolucionaria que impregnó Fidel en la Sierra, en aquellos tiempos iniciales de la lucha, han continuado educándose nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias, bajo la dirección de Raúl, y que son ejemplo de austeridad, honradez, abnegación y patriotismo.

Una pasión como la que se ha demostrado en los últimos tiempos, como esas que se ven, sobre todo, ante un peligro real, inminente; como fue Girón, cuya victoria asombró al mundo y preservó la Revolución, porque Fidel había desatado la fuerza del pueblo. Solo así se explica cómo se logró vencer un proyecto tan descomunal y agresivo como el que se describe en esta obra.

José Ramón Fernández

La Hora H

La Hora H

La balsa de goma se separó de la embarcación rápida y sus ocupantes, cinco hombres ranas y el oficial al mando Grayston Linch,(Gray),silenciosos, la dirigieron hacia la costa. Sus rostros, al igual que las ropas que usaban, trusas, camisetas y patas de rana, estaban teñidas de negro.

Remaron hacia el extremo derecho, donde un alto malecón les ocultaría de cualquier mirada furtiva, aunque los informes de Inteligencia señalaban que la zona estaba prácticamente despoblada, y los pocos cubanos en tierra eran constructores que edificaban un centro turístico y que por ser domingo, se encontrarían en sus casas, en lugares distantes.

La información era exacta.

Un rato después, al comprobar que la profundidad era aproximadamente de dos brazas, los cinco nadadores se sumergieron. Grayston permaneció tendido sobre la balsa, con el cañón de su fusil automático apuntando sobre la proa.

Los hombres ranas se estacionaron a intervalos, y comenzaron a nadar hacia la playa observando el fondo del mar en busca de obstrucciones.

Los pasos entre los obstáculos que se alzaban en el fondo marino fueron señalados con boyas; y los puntos más convenientes para varar los lanchones LCU y LCVP que conducirían los equipos blindados, las armas pesadas y las tropas, marcados con luces de posición, visibles solo desde el mar, donde aguardaba la flota.

Era la Hora H del Día D. La Brigada de Asalto 2506 se aprestaba a realizar un desembarco anfibio y aéreo, con la misión de con-quistar una cabeza de playa en una franja de tierra firme, de naturaleza inhóspita y vegetación exuberante, aislada del resto de la isla de Cuba por una vasta ciénaga. Allí establecerían una base desde la cual realizarían operaciones terrestres y aéreas contra el gobierno de Fidel Castro, y entre los días D+3 y D+5, se constituirían en un gobierno provisional, y solicitarían a las naciones occidentales, en particular latinoamericanas, reconocimiento oficial y ayuda militar para su consolidación. A tales fines, un mes antes se había anunciado al mundo la formación del Consejo Revolucionario Cubano (CRC).

Un hombre no comprometido con los gobiernos anteriores, quien había ocupado el cargo de primer ministro en el gabinete revolucionario de enero de 1959, José Miró Cardona, emergió como presidente. Media docena de otras personalidades de la vida política cubana figuraban en el ejecutivo, que era considerado el núcleo del gobierno provisional.

Aunque toda la operación corría a cargo del gobierno estadounidense, se habían tomado las medidas para que apareciera ante el mundo como una acción de los exiliados cubanos contrarios a Fidel Castro. Esa era la condición básica.

Antes de aprobar el plan, el presidente John F. Kennedy había insistido en que no habría una abierta participación de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Su decisión estaba determinada por la correlación de fuerzas entre el este y el oeste en ese momento. El Presidente norteamericano sabía que si autorizaba la intervención de la marina o la aviación, no podría pensar en la derrota, y ello supondría un probable ataque masivo contra Cuba, lo que podría llevar a EE.UU. a una guerra con la URSS o la pérdida de Berlín, donde esta potencia podría tomar la iniciativa; sin anular su acción en cualquier otro lugar del planeta. Además, y no menos importante, un ataque contra Cuba supondría una resistencia enconada de los partidarios de la Revolución, que según algunos estimados de Inteligencia constituían una abrumadora mayoría.

Teniendo en cuenta la decisión del ejecutivo, la Operación Pluto había sido preparada y aprobada por sus gestores para ser ejecutada con éxito sin la ayuda masiva norteamericana. El desembarco estaba inspirado en la operación anfibia más compleja de toda la guerra del Pacífico: el asalto a Okinawa; y en la de Inchón, en Corea del Norte. Allí, los norteamericanos se habían tenido que enfrentar a costas sin puertos, donde los puntos de desembarco eran playas. No era casual entonces que al frente de la Brigada 2506 se encontrara el coronel del US Marine Corp. Jack Hawkins.

Pero a diferencia de las playas de Okinawa, infestadas de nidos de ametralladoras, las de Bahía de Cochinos se encontraban prácticamente desguarnecidas. Fidel Castro conocía de los preparativos de una invasión. No es posible ocultar del enemigo la preparación de un ataque convencional, frontal y masivo. La historia es testigo de ello. Pero la dirección del Gobierno Revolucionario desconocía dónde, cuándo y cómo sería la invasión. Debido a esto había tenido que diseminar sus fuerzas a lo largo de una isla con 5 746 kilómetros de costas. Otro golpe de suerte para la Brigada de Asalto se sumaba a lo anterior. El comandante Fidel Castro, varios días antes, había ordenado situar un batallón de las milicias en el lugar de desembarco, pero dificultades y carencias en la organización militar de aquellos días, impidieron ejecutar la orden, y en la madrugada del Día D, Playa Azul (Playa Girón), principal punto de la cabeza, estaba defendida solo por media docena de carboneros integrados en la milicia del lugar.

Las fuerzas militares de cierta consideración más cercanas al área de desembarco, se hallaban en el central Australia, a 30 kilómetros de Playa Roja (Playa Larga) y a 74 de Playa Azul.

La información sobre la ausencia de fuerzas enemigas de consideración en las costas se le había brindado al estado mayor de la Brigada durante elbriefingde despedida. Por eso ahora, sobre la cubierta de los barcos que los habían trasladado desde la costa del Atlántico en Nicaragua hasta la sur de Cuba, los jefes militares observaban con inusitada ansiedad las señales lumínicas que marcaban los pasos entre los obstáculos y los puntos de desembarco. Aparecían ante sus ojos en línea recta, paralelas a la costa, brillantes como las estrellas.

Los invasores se sentían confiados y seguros; no venían ni en frágiles embarcaciones ni mal armados. La flotilla que los había conducido estaba integrada por cinco buques mercantes que llevaban 36 lanchas de aluminio de 18 pies de eslora y motor fuera de borda, dos buques de desembarco de infantería (LCI) reacondicionados como escoltas, fuertemente artillados; tres barcazas de desembarco para múltiples usos LCU y cuatro para desembarco de personas y vehículos LCVP (llevaba entre otros equipos bélicos 5 tanques) que habían sido trasladados hasta cerca de las costas por el buque-dique de desembarco LSD San Marcos, de la marina de EE.UU. La maniobra realizada por este, dos horas antes, había sido excelente. “Era el buque de desembarco (LCD) San Marcos, moviéndose rápidamente junto a la columna de buques de la invasión, exactamente al mismo tiempo. En el momento en que los buques pararon, el LSD ya tenía el ‘lastre bajo’: su tripulación tuvo que bombear el agua que inundaba la cubierta donde tres embarcaciones de de-sembarco de servicio (LCU) y cuatro embarcaciones de desembarco de vehículos y personal (LCVP) con sus tanques, camiones y todo el equipamiento estaban esperando. Cuando el agua bajó hasta el nivel del mar, el LSD abrió sus puertas traseras y las siete em-barcaciones pequeñas salieron a toda máquina, tripuladas por instructores de la CIA que habían entrenado a las tripulaciones cubanas en la isla de Vieques, Puerto Rico.

”Una octava nave apareció en el radar de Gray, también de acuerdo al plan. Era una lancha de desembarco mecanizada (LCM) con una tripulación de la marina americana. Se dirigía hacia el Caribe, llevaba a Silvio Pérez y sus 43 hombres de la Brigada y se movió a lo largo de la cercana columna de LCU y LCVP. En cada lancha de desembarco, la tripulación de la CIA se bajó y la tripulación cubana y los choferes de los vehículos subieron.

”[…] Otra vez los cubanos quedaron impresionados por la precisión de la marina americana y por la visible demostración adicional y el estrecho apoyo de la marina al LSD. La mayoría de los hombres habían visto al San Marcos solo como una enorme sombra apagada, pero su tamaño y los sonidos distintivos les dijeron que era un buque madre americano. […] El capitán Tirado, del Río Escondido, que había estado en contacto por radio con el LSD, se sintió bien cuando una voz americana le deseó buena suerte”.1

1 Peter Wydem: Bay of Pigs. The Untold Story. A touchtone book. Published by Simon and Schuster, New York, 1979, p. 216 [Todas las notas son del Autor]

El comandante José Pérez San Román, de origen cubano, después de recibir la orden del oficial norteamericano Grayston Linch, que permanecía en la costa, instruyó a sus subalternos para saltar a las embarcaciones que los conducirían hacia Playa Girón. Estaba excitado y comentó: “Como en las películas de guerra”.

Lejos estaba de imaginar que dos semanas más tarde, analizaría con Fidel Castro, sentados en el suelo de una celda, los pormenores tácticos de la batalla.

Los primeros hombres comenzaron a descender por las sogas. Detrás de ellos desembarcarían, en las próximas horas: 5 tanques Walter M-42; 11 camiones de 2,5 ton dotados de ametralladoras de 12,7 mm; 30 morteros de 81 y 106,7 mm, respectivamente; 18 cañones sin retroceso de 57 y 4 de 75 mm; 50 bazookas; 9 lanzallamas; 46 ametralladoras cal 50 y 30; 3 000 fusiles y subametralladoras M-1, Garand, fusiles automáticos Browning, carabinas M1 y M2 y subametralladoras M3; 8 toneladas de altos explosivos; equipos de comunicaciones, teléfonos y pizarras de campaña; 38 000 galones de combustible para los vehículos, 17 000 galones para aviones; 150 toneladas de municiones; 24 000 libras de alimentos y suficiente agua potable; 1,5 toneladas de fósforo blanco; 700 cohetes aire-tierra; 500 bombas de fragmentación; 300 galones de aceite para avión; 20 toneladas de municiones cal 50; 10 jeeps de ¼ ton; 1 camión cisterna de 5 ton; 1 tractor; 1 grúa tractor; y 13 remolques. Además, la carga de municiones que llevaba cada soldado les aseguraba parque para tres días de combate.

Por su parte, los paracaidistas transportaban un cargamento suplementario. “Los hombres llevaban un buen suministro”, diría más tarde el general Maxwell Taylor al analizar las causas de la derrota. Los organizadores del plan, a requerimientos del coronel Hawkins, habían previsto que los niveles mínimos de toda clase de abastecimiento en la cabeza de playa antes del comienzo de la descarga general, aseguraran los tres primeros días.

Dentro de seis horas, al amanecer del 17 de abril de 1961, el batallón de paracaidistas sería lanzado sobre los puntos al norte donde termina la ciénaga, y los terraplenes que la atraviesan serían cortados para impedir el paso de cualquier tropa. De inmediato, establecerían contacto con las tropas desembarcadas.

Cuatro días antes, el 13 de abril, cuando los hombres de la Brigada se hallaban en los barcos, listos para partir, el coronel Jack Hawkins se apresuró a escribir un memorándum dirigido al director de Planes de la CIA, Richard Bisell. En él apuntaba: “Mis observaciones en los últimos días han aumentado mi confianza en la capacidad de esta fuerza no solo para efectuar misiones de combate, sino también de lograr el objetivo final de derrocar a Castro. […] Estos oficiales son jóvenes, vigorosos, inteligentes y los mueve un ansia fanática por comenzar la lucha para la cual la mayoría se ha preparado en las severas condiciones de los campos de entrenamiento durante casi un año. […] La brigada está bien organizada, además, su armamento es más pesado y sus equipos superan en algunos aspectos a los de las unidades de infantería de Estados Unidos. Los hombres han recibido un entrenamiento intensivo en el uso de las armas, que abarca una experiencia en el tiro superior a la que normalmente adquieren las tropas estadounidenses. La brigada ahora cuenta con 1 400 hombres; una fuerza verdaderamente formidable. También he observado con detenimiento la Fuerza Aérea Cubana. […]2 me informó hoy que considera que el escuadrón de los B-26 iguala al mejor escuadrón de la Fuerza Aérea de EE.UU. […] Esta Fuerza Aérea Cubana está motivada, fuerte, bien entrenada, armada hasta los dientes y preparada”.3 Tal vez, el coronel Hawkins, al alzar el brazo en señal de despe-dida, allí en el espigón del muelle de Puerto Cabezas, y luego de desearles buena suerte, dibujó en su mente, nítidas, como en un film de guerra norteamericano de época, en los que siempre emergían victoriosos, el asalto a Okinawa. Y sonriendo satisfecho, imaginó el instante en que colocarían sobre sus hombros, en suelo cubano, la estrella de general.

2 Nombre no desclasificado pero infiero que se trata del general George Reid Doster.

3 Tomás Diez: La guerra encubierta. Documento No. 18. Cable de urgencia que envió el Jefe del Proyecto al [nombre no desclasificado] desde Puerto Cabezas el 13 de abril de 1961, desclasificado por el gobierno de EE.UU.

Dos días antes de la Hora H, según el plan de operaciones, el D-2, tres escuadrillas de bombarderos ligeros B-26, atacaron igual número de aeródromos cubanos con la finalidad de destruir la aviación en tierra. No obstante, a fin de evitar sorpresas, los barcos escoltas Blagar y Bárbara J., se encontraban fuertemente artillados con ametralladoras cal 50,5 cal 30 y 2 cañones de 75 mm sin retroceso. En todos los barcos de transporte se habían montado ametralladoras calibre 50 en proa, babor y estribor.

Entre las 15:00 y 17:00 horas de este primer día de desembarco, dos B-26 arribarían al aeropuerto ocupado para proporcionar apoyo aéreo. Teniendo en cuenta que operarían desde la cabeza de playa, no necesitarían tanques auxiliares para combustible adicional y contarían con artilleros de cola para el combate contra los cazas interceptores enemigos.

Comenzando el D+1, efectuarían diariamente vuelos de exploración a lo largo de la ruta de Cienfuegos, Aguada de Pasajeros y Jagüey Grande (las poblaciones más cercanas al área de desembarco), con la finalidad de acosar y destruir los objetivos militares.

Además, volarían con igual fin en la ruta La Habana-Jagüey; La Habana-Santa Clara-Cienfuegos; Cienfuegos-Manicaragua-Topes de Collantes; La Habana-Pinar del Río; Holguín-Cienfuegos. Estas misiones tendrían el objetivo de impedir el traslado de fuerzas militares a la zona de desembarco.

Para el desempeño de sus misiones, la Fuerza Aérea Táctica de la Brigada 2506 disponía de 16 bombarderos de ataque B-26, que además de adecuarse a la leyenda preparada de antemano (un esfuerzo de los exiliados con aportes económicos privados), también se utilizaban en Cuba. Dos hombres integraban sus dotaciones. El artillero en la cola había sido eliminado para dejar espacio al combustible extra, a fin de ampliar su radio de acción. Su base principal. Happy Valley, se encontraba en Puerto Cabezas, Nicaragua, a 580 millas de Girón y dos horas cincuenta minutos de vuelo.

Podrían permanecer sobre el territorio cubano entre una hora y una hora treinta minutos. Además, la fuerza aérea poseía seis C-46 e igual número de C-54 —versión militar del Douglas DC-4—, naves de transportes paramilitares, sin identificación, número de serie en los motores ni marcas del fabricante, equipadas con dispositivos altamente desarrollados para la época.

Estos transportes se encargarían de arrojar a las tropas paracaidistas. La Fuerza Aérea contaba con 61 pilotos de origen cubano, además de navegantes, operadores de radio y tropas de mantenimiento. Media docena de mecánicos se encontraban en las barcazas de desembarco; ellos atenderían a los aviones que aterrizarían en el aeropuerto de Playa Girón.

Seis asesores y otras dos docenas de técnicos norteamericanos habían permanecido con los pilotos durante los meses de adiestramiento, otros fueron rotados.

Las operaciones de esta fuerza estaban a cargo del coronel de la Fuerza Aérea norteamericana, Stanley W. Beerli.

Un segundo ataque a aeródromos cubanos fijado para el amanecer de este día, había sido definitivamente suspendido en la tarde anterior por el presidente John F. Kennedy con la decidida intervención del secretario de Estado, Dean Rusk.

Las fotos de los aviones espías U-2 mostraron que solamente nueve aviones habían sido destruidos o dañados durante el ataque del sábado 15 (un T-33, dos B-26, un DC-3, un F-47, un C-47, un AT-6, un Catalina y un Beechcrof). Las Fuerzas Aéreas Revolucionarias mantenían aún cierta capacidad operacional.

Destruir en tierra los restantes aviones enemigos era el objetivo del segundo ataque aéreo, que ya no se produciría.

Realmente la misión se presentaba extremadamente difícil. Los jefes de la operación sabían que el primero de los ataques era el fundamental, y no había razón para creer que la aviación revolucionaria, reforzada la protección de los aeródromos, podría ser destruida durante el segundo. En el aeropuerto más importante, San Antonio, se habían instalado entre el sábado 15 y el domingo 16, dos nuevas baterías de ametralladoras antiaéreas, y una de cañones de 37 mm. Los aviones fueron camuflados y desconcentrados; sus pilotos se mantenían en estado de máxima alerta bajo sus alas.

Si el primer ataque, contando con el factor sorpresa, resultó poco eficaz, era excesivamente pretencioso suponer que el segundo fuera exitoso.

La Dirección de Planes de la Agencia Central de Inteligencia de Es-tados Unidos, había asegurado que entre 2 500 y 3 000 activistas en el interior de la isla se hallaban en actividad de resistencia en contra del gobierno. Con la finalidad de entrenarlos en el uso de las armas y de los explosivos más modernos, organizar la recepción aérea de equipamiento bélico y asesorar las acciones de sabotaje más importantes a ejecutar en apoyo a la invasión, habían sido infiltrados —entre la segunda quincena del mes de febrero y la primera de abril— 35 de los mejores agentes de origen cubano entrenados en las selvas de Panamá y Guatemala.

Las organizaciones del clandestinaje conocían que Estados Unidos preparaba una invasión a Cuba, y tenían en su poder los me-dios necesarios para su apoyo. Los bombardeos a los aeropuertos 48 horas antes, constituían, al igual que para la dirección de la Revolución, la señal inequívoca de su inminencia. Un mensaje se radiaría en breve, a través de la emisora ubicada en la isla Swan. Ello sería el aviso para la sublevación interna, tan largamente preparada. El mensaje diría:

¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! Miren bien el arcoiris. El primero saldrá muy pronto. Chico está en casa. Visítenlo. El cielo es azul. Coloquen aviso en el árbol. El árbol es verde y carmelita. Las cartas llegaron bien. Las cartas son blancas. El pez no demorará mucho en subir. El pez es rojo.

Otro se emitiría a las 03:44 a.m. con una exhortación a las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Tomar posiciones estratégicas que controlen las carreteras y las líneas de ferrocarril. Hacer prisioneros o disparar sobre aquellos que se nieguen a obedecer órdenes… Todos los aviones deben permanecer en tierra.

Ver que ningún avión fidelista despegue. Destruir sus radios. Destruir sus colas. Romper sus instrumentos. Perforar sus tanques de combustible.

Era el último esfuerzo para tratar de neutralizar al Ejército Rebelde.

Se estimaba que una fuerza de 300 alzados permanecía aún en las montañas del Escambray, aunque sus posibilidades eran limitadas dadas las recientes acciones ofensivas que el gobierno había desarrollado contra ellos y de las cuales no se habían repuesto. Otros grupos insurgentes se encontraban activos en espera de la invasión en Oriente, Camagüey, Matanzas y Pinar del Río. Según informes, en las inmediaciones de Jagüey Grande, localidad ubicada a 30 kilómetros de la zona de desembarco, operaban 80 hombres, y otros se hallaban en Cárdenas y Colón. Tanto en Cienfuegos como en Trinidad, ciudades costeras, se preveía la cooperación de fuerzas amigas con la Brigada tan pronto se presentara la oportunidad. Estaba previsto que aquellas destruirían los principales puentes de vías férreas y carreteras en áreas de La Habana, Matanzas, Jovellanos, Colón, Santa Clara y Cienfuegos, para aislar la zona de desembarco.

A fin de garantizar la colaboración de la población o lograr su distanciamiento de las ideas revolucionarias, se había desarrollado una campaña de guerra psicológica a través de emisoras preparadas a tales efectos. Una de ellas había salido al aire 11 meses atrás, nítida, potente y con tono triunfador: se trataba deRadio Swan —Radio Cuba Libre—; al frente del proyecto fue situado uno de los más notable expertos de la CIA en materia de propaganda: David Atlee Phillips.

La emisora venía radiando informes falsos acerca de legiones de guerrilleros que no existían y batallas que no tenían lugar, además, exhortaba a la realización de sabotajes y difundía rumores de la más diversa naturaleza.

No obstante el esfuerzo por restarle apoyo popular a la Revolución, los directivos de la CIA conocían del amplio respaldo de la población a Fidel Castro. El 10 de marzo, Sherman Kent, director de la Junta de Estimaciones Nacionales de la CIA, había enviado a su director Allen Dulles un memorándum secreto. En él, bajo el título “¿Es tiempo para nosotros en Cuba?”, afirmaba que “Castro parece hacerse más fuerte cada día, en vez de debilitarse”. Y volvía a poner en guardia contra el hecho de dar por segura la resistencia en el interior de Cuba.

Por esta razón, una de las mayores acciones subversivas a ejecutar en el interior de la isla, tenía como objetivo el asesinato de Fidel Castro. Desde el mes de marzo habían sido introducidas en Cuba, a través de contactos con la mafia, varias cápsulas con botulina sintética, un veneno eficaz que actuaba sobre cualquier alimento y tenía un efecto mortal después de las 12 horas de consumido. Para suministrárselas, deberían esperar la visita del líder de la Revolución Cubana a un restaurante de la capital que acostumbraba frecuentar. Las cápsulas se hallaban en manos de personas decididas y la orden de proceder se había impartido días antes. Según ellos pensaban, de hacer coincidir el desembarco con la muerte de Fidel, las posibilidades de respuesta del ejército y la milicia disminuirían notablemente por el shock ante la pérdida del carismático líder.

Una vez consolidada la cabeza de playa estaba previsto realizar un trabajo de limpieza en las poblaciones conquistadas. A esos fines, en el último barco del convoy, el Atlantic, una fuerza de 62 hombres esperaría el momento oportuno para desembarcar. Habían sido rigurosamente seleccionados, sobre todo, por su confiabilidad. Ellos integraban la Operación 40. Su misión: detener, interrogar y liquidar físicamente, a discreción, a los principales jefes militares y civiles del Gobierno Revolucionario; ocupar los archivos de los cuerpos de Inteligencia, los edificios públicos, bancos, centros de comunicación y las industrias. Estaban preparados, además, para la ejecución de misiones en la retaguardia enemiga. Para ello habían sido equipados con un armamento sofisticado: subametralladoras M-3 y pistolas con silenciador; cargas de fósforo vivo con sus detonadores; lanzallamas en miniatura que se ajustaban cómodamente en la mano y arrojaban una columna de fósforo blanco a una distancia de 50 pies; un arma altamente secreta. Los miembros de la Operación 40 situarían personal civil de confianza en los puestos claves de las ciudades para echarlas a andar. Tan pronto cesaran las hostilidades, los integrantes de la mencionada operación pasarían a formar parte de la Inteligencia civil que se crearía en Cuba.

Según el plan de operaciones, en la noche anterior al Día D del desembarco, una fuerza integrada por 168 hombres desembarcaría por Baracoa, extremo oriental de Cuba. El objetivo era confundir a la dirección revolucionaria haciéndole creer que esta era la dirección principal de la invasión y obligarla a mover considerables fuerzas y medios para esa región. Esta fuerza invasora, una vez en tierra, se desplazaría en dirección a la Base Naval de EE.UU. en Guantánamo.

En espera de la constitución del gobierno provisional pronortea-mericano previsto en los planes, hacia el D+5 el Departamento de Estado había logrado el compromiso de al menos seis gobiernos latinoamericanos para su inmediato reconocimiento. La designación por el CRC, varios días antes, de un vocero de prensa había sido el acto final para encubrir la participación norteamericana en la invasión; aunque no serían sus líderes, concentrados y aislados en la base militar de Opalocka, en la Florida, los que mantendrían informada a la prensa sobre el curso de la batalla a punto de comenzar.

La CIA había contratado los servicios de la Lem Jones Asso-ciates, una firma publicitaria de New York que ya en la media-noche del 17 de abril, Hora H, se aprestaba a entregar el primer comunicado para ser difundido en las primeras horas del amanecer. Diría:

Consejo Revolucionario Cubano

Vía: Agencia de Lem Jones y Associates

Avenida Madison 280

Nueva York

Para publicación inmediata

Abril 17. 1961

Boletín número 1

La siguiente declaración fue hecha esta mañana por el Doctor José Miró Cardona, presidente del Consejo Revolucionario.

Antes del amanecer, los patriotas cubanos en las ciudades y en los montes comenzaron la batalla para liberar a nuestra patria del régimen de Fidel Castro y liberar a Cuba de la cruel opresión del comunismo internacional.

Para acudir en ayuda del gobierno provisional en cuanto fuera reconocido por el de Estados Unidos, una agrupación naval nortea-mericana se mantendría en las aguas de las Islas Caimán, al sur de la zona de desembarco. La integraban el portahelicópteros de asalto anfibio LPH-4 Boxer, desde donde sería transportado a la cabeza de playa, una vez reconocido el gobierno provisional y aprobada la ayuda, un batallón de la 2da División de Infantería de Marina; el portaviones CVS-0 Essex en el que se hallaban basificados 40 aviones de combate; los destructores DD-507 Conway, DD-756 Murray, el USS Wailer, el USS Cony; el DD-701 Eaton, que había encabezado la flotilla de la invasión desde Puerto Cabezas hasta Bahía de Cochinos; y el portaviones CVA Shangri La con capacidad para 70 aviones.

En los mares de la Florida, cerca de la isla Bimini, estaba fondeado el buque de mando GCI Northampton, a bordo del cual se hallaba el comando de la Segunda Flota del Atlántico. Desde él se había dirigido el empleo de los destructores y submarinos en misión de protección y escolta de la flota invasora desde Nicaragua hasta la zona de desembarco.

En un edificio del Pentágono, en Washington, algo inusual estaba ocurriendo en esta madrugada del 17 de abril. Las luces, casi todas encendidas, eran prueba de ello. Aquí radicaba el Cuartel General (Quarter Eyes) de la Operación Pluto. En el primer piso se hallaba la Sala de Guerra (War Room), un área restringida con su propio sistema de teletipos. Grandes mapas cubiertos de acetato sellaban las paredes. En casi todos aparecía la isla de Cuba y en no pocos un territorio particular: la Ciénaga de Zapata. Desde esta sala se había controlado el movimiento de los buques de la flota y se mantenía contacto con la fuerza aérea invasora. En este momento, la Sección de Operaciones Aéreas ultimaba los detalles para el lanzamiento del batallón de paracaidistas sobre los puntos avanzados de la cabeza de playa.

Durante los días que durase la batalla, desde el War Room se mantendría la comunicación permanentemente a través de Grayston Linch, quien retransmitiría desde el portahelicópteros Boxer.

En el segundo piso de Quarter Eyes funcionaba la Sección de Propaganda, con la misión de elaborar los mensajes a transmitir por Radio Swan y los comunicados de prensa, supuestamente confeccionados por el CRC. El oficial CIA encargado de hacerlos, David A. Phillips, tenía preparados los borradores de los momentos principales: inicio de la lucha de los patriotas; conquista y consolidación de la cabeza de playa; alzamiento de las ciudades; llegada del CRC a territorio cubano y desarrollo de los combates; constitución del “Gobierno Provisional”; primeros países en reconocer al nuevo gobierno; reconocimiento por Estados Unidos; aprobación de la ayuda solicitada por el Gobierno Provisional y envío de la primeras tropas norteamericanas a las zonas liberadas.

Poco después, los borradores terminarían en el cesto de la basura.

En Quarter Eyes ocupaban sus puestos de dirección: Richard Bissell, director de Planes Especiales de la CIA y cerebro de la operación; Tracy Barnes, adjunto de Bissell; el general Charles P. Cabell, subdirector de la CIA; Howard Hunt y Frank Droller, a cargo de los políticos cubanos y las operaciones pantallas; David A. Phillips, al frente de la propaganda; Jack Esterline, a cargo de la fuerza de tarea contra Cuba; y varias docenas más de oficiales de la CIA, el ejército, la marina y la fuerza aérea de Estados Unidos. Mantenían contacto permanente con los generales Shoup, Weeler y Gray, este último presidía el grupo de supervisión del Pentágono; con el almirante Arleigh Burke, comandante de la marina y el general Lyman Lemnitzer, jefe de la Junta de Jefes del Estado Mayor Conjunto.

Arthur Schlesinger, Jr., Asistente del presidente Kennedy, autor de biografías sobre John y Robert Kennedy, galardonadas con premios Pulitzer —quien no mostró mucho entusiasmo con el proyecto de invasión a Cuba—, diría años después: “Históricamente, hemos desempeñado un doble papel en América Latina. A veces somos el buen vecino, a veces el bravucón del hemisferio. Por tanto, los latinoamericanos tienen una relación mezcla de odio y amor con Estados Unidos. Responden cálidamente al Dr. Jekyll. Detestan y temen a Mr. Hyde. Lo mismo nos pasaría a nosotros si fuésemos latinoamericanos. El Dr. Jekyll promueve los intereses a largo plazo de Estados Unidos, Mr. Hyde deja amargos sentimientos antiyanquis donde quiera que va. Bahía de Cochinos fue obra de Mr. Hyde”.

A nuestro juicio, mucho más presente ha estado en nuestro continente Mr. Hyde que el Dr. Jekyll; pero en el caso cubano, parecería que siempre, aun antes de nuestras guerras de independencia, y muy marcadamente al final de la gestada por José Martí, cuando, con la intervención oportunista de Washington se frustraron los anhelos del pueblo cubano, imponiendo la Enmienda Platt, y durante todo el siglo pasado, con renovadas intromisiones, quien ha estado presente en Cuba —en la proa de una carbonera, desde la embajada, o en el puesto de mando en Quarter Eyes— ha sido Mr. Hyde”.

La Operación Pluto, el proyecto más poderoso jamás organizado por la Central de Inteligencia de Estados Unidos en estrecha colaboración y con la aprobación del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, estaba en marcha. Un ejército de exiliados con marina y fuerza aérea había sido reclutado, entrenado y equipado; un frente político organizado; y encontrada la justificación teórica para liquidar a la Revolución Cubana expuesta en el Libro Blanco; y sobre todo, la mano de Estados Unidos estaba oculta. Todo había sido previsto.

Desde que el presidente Ike Eisenhower firmara el memorándum donde ordenaba organizar una fuerza bélica de exiliados cubanos, habían transcurrido 13 meses. La batalla era inevitable. Formaba un todo con la política norteamericana ante semejante desafío.

A 34 kilómetros al oeste de Playa Girón, en otro punto de de-sembarco, Playa Larga, el oficial William Rip Robertson, al que los cubanos llamaban Cocodrilo por su piel encartonada, junto a un grupo de hombres ranas, acababa de señalizar los mejores pasos para las embarcaciones. Entonces colocó un indicador de color amarillo lumínico donde los invasores podrían leer:

BIENVENIDOS LIBERTADORES. CORTESÍA DEL BÁRBARA. J.

El eufemismo de aquella frase no era infundado. Tenía su razón en la exitosa preparación de la operación militar, la enorme cantidad de material bélico empeñado y el objetivo limitado de la misión. Vale la pena repetirlo. Todo lo que tenía que hacer la Brigada de Asalto 2506 era ocupar una cabeza de playa y sostenerla.

Un factor psicológico no menos importante se añadía a la moral de los combatientes que en esa madrugada se encontraba en un punto culminante; desde los primeros días del reclutamiento lo habían repetido una y otra vez: “¡Los americanos están con nosotros y los americanos no pueden perder!”

Un año tremendo

Un año tremendo

Mil novecientos sesenta fue un año tremendo en Cuba. En una muestra de soberanía e independencia, ante la respuesta solidaria brindada por la Unión Soviética para paliar los efectos de las agresiones económicas de EE.UU. contra la isla, el Gobierno Revolucionario recibía a uno de los más altos dirigentes de la URSS, Anastas Mikoyan. En el monumento a José Martí, en el Parque Central, colocó una ofrenda floral. Una pléyade de estudiantes católicos, exaltados, irrumpió portando otra corona de flores en señal de desagravio. Los revolucionarios participantes en el acto no se cruzaron de brazos y aquello terminó en trifulca callejera. Los carteles que portaban las dos docenas de estudiantes católicos, una buena parte de ellos de escuelas y universidades privadas, eran fiel reflejo del bregar político en esos turbulentos meses: “Mikoyan, ¿de Hungría, qué?” “¡Abajo el imperialismo ruso!” “¡Cubano, como las palmas!” “Fidel, di la última palabra”. Un mes después, a las 03:15 minutos del viernes 4 de marzo, un rayo seguido de un hongo rojo, con ribetes multicolores, se elevó desde uno de los muelles del lado oeste de la bahía habanera. Una fracción de segundo después una explosión estremecía la capital. El barco de bandera francesa La Coubre, con una carga en sus bodegas de miles de granadas y parque para fusiles belgas, adquiridos por la Revolución, había estallado. Treinta minutos más tarde, cuando cientos de bomberos, militares, milicianos y civiles, socorrían a las víctimas y trataban de sofocar el incendio, otra explosión más potente hizo volar por los aires el vapor. Las propelas fueron a dar contra el pavimento de la avenida que corre a lo largo de los muelles. Las explosiones causaron más de un centenar de muertos y duplicaron los heridos, muchos de ellos mutilados para siempre. Nunca antes los cubanos habían sido víctimas de tan devastador acto de terrorismo. Su origen continúa siendo un misterio, aunque el dedo acusador señala al norte. Tres meses antes, en enero, la CIA había creado una Fuerza de Tarea (task force) con el fin de desatar una guerra subversiva contra el Gobierno Revolucionario. Y aquel tremendo 4 de marzo, cuando La Coubre voló por los aires, Fidel Castro aún no había dicho la última palabra. Pero se acercaba la hora.

Derrocada la tiranía de Fulgencio Batista, el gobierno de Estados Unidos no reanudó el envío de armas ni de piezas de repuestos para los aviones, las unidades navales, los tanques, la artillería. De hecho, el bloqueo a Cuba comenzó con los suministros bélicos. El Gobierno Revolucionario se lanzó a adquirir armamento en los países del mundo occidental. Tenía una buena razón para ello: “Estábamos adquiriendo armas occidentales, no queríamos dirigirnos a un país socialista; recordando que un argumento muy esgrimido fue un barco con armas de Checoslovaquia que se encaminaba o llegó —no sé si llegó o no llegó— a Guatemala en la época de Arbenz”.1 

1 Fidel Castro: Conferencia Académica. Girón 40 años después. Versiones taquigráficas del Consejo de Estado.

Estados Unidos conoció de estas gestiones y de inmediato comenzó a obstaculizarlas. Allen Dulles, el director de la CIA, también tenía una buena razón para ello, aunque de ética cuestionable:

Cifrado.

Secreto Máximo.

Noviembre 24, 1959.

De Washington al Servicio Exterior inglés.

Lo siguiente es personal para el Secretario de Estado, del embajador:

Yo tuve que ver a Allen Dulles esta mañana sobre otro asunto, y aprovechó la oportunidad para discutir sobre Cuba, sobre una base estrictamente personal.

Desde su punto de vista personal, él esperaba grandemente que nosotros decidiéramos que no continuaremos con la negociación sobre los Hunter.2 Su razón fundamentalmente es que esto podría conducir a que los cubanos solicitaran armas a los soviéticos o al bloque soviético. Él no había despachado esto con el Departamento de Estado, pero era por supuesto, un hecho, que en el caso de Guatemala había sido el envío de armas soviéticas lo que había cohesionado a los grupos de oposición y creado la ocasión para lo que se hizo. Lo mismo podría ser en el caso de Cuba, y la presencia, por ejemplo, de MIGS tendría tremendo efecto, no solo en los Estados Unidos, sino también con otros países de América Latina”.3

2 Se refiere a las gestiones que realizaba Cuba para comprar aviones de combate en el Reino Unido.

3 Documento desclasificado por el gobierno inglés. Forma parte del legajo entregado a Cuba por la parte norteamericana para la Conferencia Académica Girón 40 años después.

Inglaterra no vendió los Hunter al Gobierno Revolucionario de la isla. Bélgica, después de dilatadas negociaciones, accedió a entregar a Cuba un lote de armas ligeras, fusiles Fal, granadas antitanques y antipersonales, y parque. Estas habían sido contratadas a una empresa belga por el gobierno de Batista en 1958 y ya había sido depositado una parte del pago. A pesar de las presiones de Washington, los empresarios belgas no se resignaron a perder un negocio tan jugoso. La Coubre llevaba el tercer embarque de estas compras a Cuba. Los anteriores no habían confrontado ningún problema. La firma belga Fielle, especializada en explosivos, había despachado la carga en Bruselas, en vagones de ferrocarril, bajo la vigilancia de la policía de aduana, la gendarmería y un inspector especial del gobierno. En el puerto de Amberes fue trasladada al barco. Justo seis horas antes de zarpar subió a bordo el fotógrafo norteamericano Donald Lee Chapman. En el puerto de La Habana, el primer turno de descarga transcurrió sin novedades. En la tarde, 10 minutos después del segundo relevo, cuando se trabajaba en el entresuelo cercano a la abertura de la bodega seis, se produjo la explosión. Durante el interrogatorio que el capitán de corbeta, Rolando Díaz Aztaraín, hizo a los tripulantes de La Coubre, se conoció que en los anteriores embarques toda la carga se había efectuado mediante patanas en la rada de Amberes, mientras que en esta ocasión la carga bélica se había estibado directamente en los muelles. Tres meses después de aquel tremendo 4 de marzo, el ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, comandante Raúl Castro, viajaba a Checoslovaquia y a la URSS en busca de armas.

Sería un error atribuir a Estados Unidos el acercamiento de Cuba a la Unión Soviética, y mucho más simplista aún endosarle la proclamación del carácter socialista de la Revolución. Che Guevara, con su acostumbrada franqueza y lenguaje cáustico, explicó al periodista francés Jean Daniel las razones de tales decisiones. Lo hizo en julio de 1963, en un encuentro que ambos sostuvieron en Argel, durante una gira del comandante Guevara por África. Jean Daniel le preguntó:

¿Guevara, estima usted que Cuba podía hacer otra cosa que proclamar, en abril del 1961, la adhesión solemne y completa de esta república del Caribe al marxismo- leninismo?

Che respondió: “Si usted me hace la pregunta porque nos encontramos en Argelia, y porque usted quiere saber si una Revolución de un pueblo subdesarrollado puede hacerse, a pesar del imperialismo, sin unirse al campo de las naciones comunistas, en este caso le diré: Tal vez; no sé nada de eso; es posible. Lo dudo un poco, pero no soy juez.

”Pero si su pregunta es para hacerse una idea acerca de la experiencia cubana, entonces le contesto categóricamente: No, no podíamos hacerlo de otro modo y a partir de cierto momento no queríamos hacerlo de otro modo. Nuestro compromiso con el bloqueo del este es mitad el fruto del apremio y la otra mitad el resultado de una decisión. En la situación en que nos hemos encontrado y que nos permitió conocer mejor que nadie al imperialismo, hemos comprendido que era para nosotros la única manera de luchar con eficacia”.4

4 Ernesto Che Guevara: Obras (en preparación). Editora Política, La Habana, 2001, tomó VIII, p. 402.

Trece días después de aquella explosión, y un año antes de que Fidel dijera la última palabra, en la Casa Blanca tomó definitivamente cuerpo la decisión de derrocar al gobierno revolucionario.

“El 17 de marzo de 1960 —relata el expresidente norteamericano Dwight Eisenhower en sus memorias—, yo le ordené a la Agencia que comenzara a organizar el entrenamiento de los exiliados cubanos, principalmente en Guatemala, para un posible día futuro en que ellos pudieran regresar a su patria. Otra idea fue la de que comenzáramos a construir una fuerza anticastrista en la propia Cuba. Algunos pensaron que deberíamos poner la isla en cuarentena, argumentando que si la economía declinaba bruscamente, los propios cubanos derrotarían a Castro”.5

5 Dwight D, Eisenhower: Los años de la Casa Blanca. Doubleday and Co, N. York, 1966, p. 401.

El eufemismo de algunas voces en este fragmento no logra ocultar al lector su verdadera esencia. Aquí se habla de invasión (regreso a su patria); de subversión y desestabilización interna (construir una fuerza anticastrista en la propia Cuba) y de bloqueo total, naval y aéreo (poner a la isla en cuarentena).

Y este lenguaje se utilizó en la Casa Blanca a solamente 15 meses del triunfo de la Revolución Cubana, cuando aún estaban lejos los compromisos con la Unión Soviética y las leyes adoptadas por loslíderes cubanos le conferían al proceso político un carácter nacionalista, de profunda justicia social, con un amplio e indiscutible apoyo popular.

En ese corto plazo, Fidel Castro había llevado a cabo la intervención de la Empresa Eléctrica, además de rebajar las tarifas de este servicio y las telefónicas; rebajó los alquileres en un 50%, medidas de gran impacto social; creó el Instituto Nacional de Ahorros y Viviendas, y a través de este se comenzó un vasto programa de construcción de casas en todo el país; redujo a 1 200 000 pesos anuales el presupuesto para las atenciones al Palacio Presidencial, que hasta entonces era de casi 5 millones, propició la aprobación por parte del Consejo de Ministros de los créditos para la construcción inmediata de 5 mil aulas, principalmente rurales y de 200 escuelas; dispuso la rebaja entre un 25 y un 35 por ciento de los precios de los libros de texto para la enseñanza general; fundó la Ciudad Universitaria de Oriente; redujo los precios de las medicinas entre un 15 y un 20 por ciento; y creó el Departamento de Repoblación Forestal con la finalidad de conservar, proteger y fomentar la riqueza forestal de la nación.

Fidel Castro organizó el plan para la rehabilitación de menores y lanzó una campaña para la erradicación del vicio. La mafia nortea-mericana, que controlaba los casinos de juego y otros negocios sucios, fue expulsada de Cuba. “Un momento de decencia”, así calificó Ernest Hemingway a la Revolución por aquellos días. En la sesión correspondiente del 17 de julio, el Gobierno Revolucionario aprobó los créditos necesarios para desarrollar un programa de protección a la infancia. Decenas de miles de niños desamparados, limpiabotas, vendedores ambulantes, limosneros, comenzaron a abandonar las calle para incorporarse a las escuelas. La mendicidad, la prostitución, el juego, las drogas, flagelos de la sociedad, detuvieron bruscamente su espiral ascendente en aquel primer año de Revolución y quedó claro para los analistas que su erradicación total era cuestión de tiempo, muy corto, por cierto.

Fue el artífice principal de la implantación de la añorada y reivindicadora Ley de Reforma Agraria. Más de 100 mil títulos de propiedad de la tierra que llevan su firma se entregaron a los campesinos. Desaparecieron los arrendatarios, aparceros, precaristas y otras formas inhumanas de explotación de la tierra. A falta de efectivos para indemnizar a los propietarios, entre ellos grandes monopolios norteamericanos, se emitieron bonos que aseguraban la compensación de los afectados a mediano plazo.

En su continuo desplazamiento por todo el país, Fidel dispuso la construcción de caminos y carreteras de zonas aisladas, orientó los primeros pasos de lo que sería el servicio médico rural; promovió el turismo nacional; fundó la Imprenta Nacional, el Instituto Nacional de Reforma Agraria, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, el Instituto Nacional de la Industria Turística, y prohibió erigir monumentos, exponer retratos en oficinas públicas o colocar tarjas de figuras nacionales no fallecidas.

Meses antes de la orden del presidente Eisenhower, la revistaBohemia,la de mayor circulación en el país, había realizado una encuesta privada cuyos resultados no dejaron dudas sobre la popularidad del carismático líder. El 90,2 por ciento de la población cubana apoyaba la gestión del gobierno.

Aunque no fue el 17 de marzo cuando la CIA comenzó a actuar contra Cuba. El propio Eisenhower lo precisa: “En cuestión de semanas, después que Castro entrara en La Habana, nosotros, en el gobierno, comenzamos a examinar las medidas que podían ser efectivas para reprimir a Castro”.6

6 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., p. 404.

El 14 de enero de 1960, en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad se hizo un balance de la evolución de las relaciones Estados Unidos-Cuba desde enero de 1959. Roy Rubottom, secretario asistente para Asuntos Interamericanos, las resumió así: “El período de enero a marzo puede ser caracterizado como la luna de miel con el gobierno de Castro. En abril se hizo evidente un giro descendente en esas relaciones... En junio habíamos tomado la de-cisión de que no era posible alcanzar nuestros objetivos con Castro en el poder y acordamos acometer el programa referido por Mr. Marchant. En julio y agosto habíamos estado delineando un programa para reemplazar a Castro. No obstante, algunas compañías en Estados Unidos nos informaron durante ese tiempo que estaban alcanzando algunos progresos en las negociaciones, un factor que nos causó atraso en la implantación de nuestro programa. La esperanza expresada por estas compañías no se materializó. Octubre fue un período de clarificación...7 El 31 de octubre, de acuerdo con la CIA, el Departamento le sugirió al Presidente la aprobación de un programa en correspondencia con lo referido por Mr. Marchant. El programa aprobado nos autorizó a apoyar a los elementos que en Cuba se oponían al gobierno de Castro, mientras se hacía para que la caída de Castro fuese vista como el resultado de sus propios errores”.8

8 Piero Gleijeses: Buques en la noche: la CIA, la Casa Blanca y Bahía de Cochinos. Journal of Latin American Studies. Cambridge University Press. 1995, p. 1.