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En este libro de clara intención divulgativa, mediante el texto de Fernando Lillo Redonet y las ilustraciones a color de Sandra Delgado, conoceremos a los gladiadores antes y durante el espectáculo, así como el impacto de estos combates en el público de ayer y hoy. Antes del espectáculo nos remontaremos a los orígenes funerarios y rituales de este tipo de luchas, entraremos en una escuela de gladiadores para saber cómo eran reclutados, cómo entrenaban y de qué se alimentaban, cuáles eran las relaciones dentro de la familia gladiatoria y qué tipos de gladiadores había con sus principales características. También sabremos quién organizaba los juegos y cuánto podían costar, y muchas otras cosas. El lector acabará sorprendido al introducirse en un mundo que creía conocer a través de los mitos populares y que presenta una realidad que supera y enriquece la ficción. Olvídense de los pulgares arriba y abajo y de la famosa frase de saludo al emperador y pasen a conocer a los gladiadores como seres humanos con nombres propios, inmersos en un tiempo y en una época que les idolatraba y odiaba a partes iguales.
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Seitenzahl: 202
Veröffentlichungsjahr: 2014
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GLADIADORES
Mito y realidad
Fernando Lillo Redonet
INTRODUCCIÓN
Los gladiadores entran a la arena del anfiteatro mientras el público aplaude y jalea a sus ídolos. Se detienen frente al palco imperial y saludan al emperador presentándole sus armas: «Ave, César, los que van a morir te saludan». Una frase que presagia el derramamiento de sangre que regará la pista. Los combates se suceden de forma encarnizada entre diversas parejas y, al final de cada uno, el tiempo parece detenerse esperando el veredicto del emperador que consulta al pueblo el destino del vencido. Si el pulgar mira hacia arriba, el perdedor habrá salvado su vida por la clemencia del público y de su emperador, pero si mira hacia abajo, la espada del vencedor acabará con la vida del derrotado. El público aplaude la liberación de un gladiador que merece la vida gracias al buen combate exhibido o celebra la muerte merecida de quien no ha sabido ofrecerles un buen espectáculo.
Esta es la visión que el público general suele tener de los gladiadores; una imagen popularizada sobre todo a través del cine de romanos. «Sangre» y «arena» son precisamente las dos palabras que acompañan al título de la serie más reciente sobre Espartaco (Spartacus: Blood and Sand; Starz Media, 2010), sintetizando la fascinación que aún despiertan estos combatientes que se enfrentaban a la muerte para diversión del pueblo romano.
Sin embargo, detrás de los mitos consagrados por algunas novelas históricas y por la pantalla late una realidad bastante distinta. En este libro de clara intención divulgativa conoceremos a los gladiadores antes y durante el espectáculo, así como el impacto de estos combates en el público de ayer y hoy. Antes del espectáculo nos remontaremos a los orígenes funerarios y rituales de este tipo de luchas, entraremos en una escuela de gladiadores para saber cómo eran reclutados, cómo entrenaban y de qué se alimentaban, cuáles eran las relaciones dentro de la familia gladiatoria y qué tipos de gladiadores había con sus principales características. También sabremos quién organizaba los juegos y cuánto podían costar. El apartado dedicado al espectáculo en sí mismo nos abrirá las puertas del Coliseo y del programa diario del espectáculo: cacerías, ejecuciones públicas, combates de gladiadores y naumaquias. En los combates nos sorprenderá la existencia de árbitros y de las diversas técnicas de ataque y defensa, así como el proceso para decidir la suerte del vencido y los destinos de vencedor y perdedor hasta un posible retiro si le era concedida la libertad que indicaba una espada o vara de madera. En un tercer apartado descubriremos el mundo de los aficionados a los juegos de gladiadores y las intensas pasiones que estos despertaban en el público femenino y masculino e incluso entre los propios emperadores. Sabremos qué opinión tenían los intelectuales romanos sobre estos sangrientos espectáculos que parecen contradecir la idea que tenemos de una civilización romana de grandes ideales humanitarios. Veremos cuáles pudieron ser las causas de su desaparición progresiva y también de su pervivencia en la imaginación popular de los siglos XX y XXI a través del cine.
Y todo ello gracias a las últimas investigaciones que tienen en cuenta las abundantísimas imágenes de gladiadores que hemos conservado en relieves, lucernas y otros soportes, los numerosísimos documentos epigráficos, que nos informan de los nombres y carrera de los héroes de la arena, y las citas de obras literarias griegas y latinas. A esto hay que añadir los variados grupos de reconstrucción histórica comoArs dimicandi[1]oActa[2]que practican una arqueología experimental para saber cómo se desarrollaban los combates reales.
No me cabe la menor duda de que el lector acabará sorprendido al introducirse en un mundo que creía conocer a través de los mitos populares y que presenta una realidad que supera y enriquece la ficción. Olvídense de los pulgares arriba y abajo y de la famosa frase de saludo al emperador y pasen a conocer a los gladiadores como seres humanos con nombres propios, inmersos en un tiempo y en una época que les idolatraba y odiaba a partes iguales.
[1].http://www.arsdimicandi.net/.
[2].http://www.acta-archeo.com/html/.
I.Antes del espectáculo
Orígenes de los juegos de gladiadores
El origen de las luchas de gladiadores hay que buscarlo probablemente en la costumbre del sacrificio humano, generalmente de prisioneros, que se hacía sobre la tumba de personajes importantes o grandes guerreros para aplacar con sangre a los espíritus de los muertos[1]. En este sentido, el que se realice un combate de gladiadores en honor de un difunto constituiría la sustitución del sacrificio humano por este espectáculo. Esta práctica se fundamentaba igualmente en que la sangre vertida era beneficiosa para las almas de los difuntos[2]. Otro posible origen estaría en los duelos rituales que se efectuaban con motivo de los funerales de algún personaje importante, atestiguados por las pinturas de las tumbas de Paestum en la Campania del siglo IV a. C. Parece ser que estos combates en un contexto funerario se introdujeron en Roma bien a través de los campanos o quizá de los etruscos.
El primer combate realizado en Roma tuvo lugar en el año 264 a. C. en los funerales de D. Junio Bruto Pera. Sus hijos Marco y Décimo ofrecieron tres parejas de gladiadores en el Foro Boario o plaza del ganado[3]. En los testamentos muchas personas importantes dejaban escrito que se realizaran duelos gladiatorios en sus propios funerales o en los aniversarios. Julio César en el 54 a. C. fue el primero que hizo combatir a gladiadores en el funeral de una mujer: su propia hija Julia.
Progresivamente se fue transformado su carácter ritual para convertirse en un espectáculo. El motivo funerario perdió peso, aunque se conservó, quizá como pretexto, y se transformó en un regalo a la comunidad de ciudadanos; un obsequio costoso pero que reportaba grandes beneficios al organizador en términos de prestigio y favor popular. Los romanos combinaron admirablemente ambos aspectos al referirse a los combates de gladiadores con la palabramunus, que significa por un lado «deber» y «obligación» de los descendientes para con un difunto de su familia, pero por otro también significa «regalo», y en esta acepción se considera un obsequio que el organizador paga de su bolsillo para disfrute del pueblo. Desde entonces empezaron a difundirse durante la República romana convirtiéndose en un instrumento muy útil en manos de los magistrados y políticos que los usaban para ganarse al pueblo y conseguir los votos de los ciudadanos.
De este modo a finales de la República romana los grandes personajes competían en mostrar el espectáculo más sorprendente y caro. Los gladiadores también se utilizaban como guardias personales para protegerse de los posibles ataques rivales hasta el punto de que se intentó limitar el número de parejas de combatientes. En el año 65 a. C. Julio César dio un espectáculo con bastantes menos parejas de las que había deseado, puesto que los ciudadanos tenían miedo de las numerosas cuadrillas (familiae gladiatoriae) que había reunido de todas partes. En consecuencia se fijó un número máximo de gladiadores que cualquier ciudadano podía tener en Roma[4]. No obstante, César hizo combatir a trescientas veinte parejas[5].
La época republicana supuso un tiempo de ensayo de las luchas de gladiadores en la que se desarrollaron en diversos lugares como el foro, el circo o en anfiteatros de madera. De modo paralelo se ofrecían lasvenationes(exhibición y cacerías de todo tipo de animales, incluidas bestias salvajes), que en época imperial terminarían por integrarse en un mismo espectáculo junto con los combates gladiatorios.
Durante el Imperio los emperadores se proclamaron patrocinadores de todos los juegos de gladiadores que se realizaran en Roma tomando el control de su organización y asistiendo a ellos como lugar privilegiado para estar en contacto con el pueblo. En un tiempo en el que no existían los medios de comunicación de masas el anfiteatro se convirtió en un espacio de relación entre el emperador y sus súbditos.
Convirtiéndose en gladiador: el reclutamiento
Las fuentes para la obtención de gladiadores eran las siguientes: prisioneros de guerra, condenados a muerte cuya ejecución se conmutaba por el servicio en la arena, esclavos dedicados a este fin por sus amos, y hombres libres que se dedicaban de manera voluntaria a un oficio considerado por todos degradante.
Para los romanos los prisioneros de guerra eran hombres que se habían atrevido a desafiar el poder de Roma y que habían sido derrotados. Todo el que se rebelaba contra el orden romano merecía la muerte y los que no la encontraban en el campo de batalla se convertían en esclavos (servi). Esta nueva condición tenía que ver con el verbo latinoservare, «salvar», es decir que se les daba una nueva oportunidad para vivir, aunque lo que realmente merecían era la muerte. El destino de los rebeldes era la ejecución, una de cuyas modalidades era la muerte en la cruz como había sucedido con los seis mil compañeros de Espartaco una vez derrotados por Roma. Ahora bien, si a un prisionero de guerra se le daba la oportunidad de batirse como gladiador, tenía la posibilidad de una muerte honorable en la arena que podía redimirle de la vergüenza de haber sido derrotado y capturado en alguna batalla. Un buen combate por parte de los prisioneros de guerra podía causar la admiración de los espectadores romanos, que eran capaces de reconocer la bravura y el arrojo de los luchadores, lo que conllevaría el perdón de sus vidas o incluso la libertad. No obstante, en ocasiones, la propia vergüenza del prisionero derrotado podía llevarle a un suicidio que le evitara tener que luchar en la arena a la vista de todos[6].
Los prisioneros de guerra empleados como gladiadores fueron más abundantes en los comienzos de los juegos de gladiadores, cuando las grandes campañas militares de conquista del Mediterráneo hacían que afluyese una gran cantidad de ellos que había que emplear en alguna actividad. Sin embargo, también en época imperial hubo momentos en los que la abundancia de prisioneros de guerra provocó su uso gladiatorio como en la conquista de Britania por el emperador Claudio, la toma de Jerusalén por Tito o las guerras de Dacia, actual Rumanía.
La justicia romana podía condenar a los criminales a combatir en la arena. Losdamnati(condenados)ad ludumdebían ingresar en una escuela de gladiadores a la que se llamabaludus. Esta condena era considerada grave y equivalente a los trabajos forzados en las minas. Estas penas se aplicaban a sacrílegos, incendiarios y asesinos no ciudadanos, aunque también podían aplicarse a ciudadanos libres. Con todo, si los condenados sobrevivían, podían retirarse a los tres o cinco años. Aunque las posibilidades de supervivencia no eran muy grandes, las condenas a trabajos forzados en la construcción o en las minas no ofrecían una esperanza de vida mayor. Además, en el combate gladiatorio los condenados tenían la posibilidad de ser liberados si el pueblo juzgaba que habían luchado con un valor extraordinario.
Un amo descontento con su esclavo tenía la potestad de vender como castigo a su siervo para que se convirtiera en gladiador. El futuro emperador Vitelio vendió a un lanista ambulante a su joven amante llamado Asiático, cansado de su soberbia y sus robos, aunque volvió a recuperarlo luego[7]. También podía venderse un esclavo por la voluntad de su amo aunque no hubiera una causa precisa para ello. Adriano prohibió este tipo de venta sin causa justificada, pero parece que la restricción no tuvo éxito en la práctica. De este modo los lanistas, empresarios de gladiadores, compraban en los mercados de esclavos a los hombres que necesitaran para su negocio.
Los hombres libres también tenían la posibilidad de dedicarse a la gladiatura de modo voluntario, recibiendo el nombre deauctorati. En una lista de integrantes de unafamilia gladiatoriade Venusia al menos nueve de los veintiocho nombres conservados pertenecen a hombres libres[8]. Las razones para que un hombre libre se convirtiera en gladiador pasando a estar en los márgenes de la sociedad eran variadas: los gastos provocados por una vida de excesos, la pobreza, el deseo de lucha o la necesidad de adquirir una nueva identidad para escapar de alguna circunstancia adversa.
A finales de la República y primeros años del Imperio muchos miembros de los órdenes senatorial y ecuestre renunciaron a sus privilegios de clase para luchar en la arena. Desde el punto de vista legal este hecho constituye una degradación de sustatussocial y mientras ejercieran la profesión de gladiador carecían de los derechos propios de su orden: se les privaba de asientos de honor en los juegos, no podían ser nombradosdecuriones[9]en los municipios ni llevar consigo un defensor a un tribunal de justicia, ni ser enterrados con los honores comunes. Aunque no pierden su condición de hombres libres, durante la duración de su contrato gladiatorio se convierten en semejantes a los esclavos. Hablando de ellos Séneca dice: «mira aquellos jóvenes a los que el afán de lujo arrojó de las casas más nobles a la arena»[10]. Para el filósofo romano esto era un signo de una depravación moral que se generalizaba en su tiempo y que se evidenciaba en que hombres y mujeres de las altas clases sociales actuaran de modo indigno en el teatro y en los juegos gladiatorios. Hombres y mujeres se ponían la máscara de teatro y cuando se cansaban de ella pasaban al casco de gladiador[11]. Una cosa era que los jóvenes se ejercitaran con gladiadores profesionales con la condición de que no perdieran de vista el estudio de las artes propias de los hombres libres como la oratoria[12], y otra muy distinta convertirse en verdaderos gladiadores sufriendo el deshonor que implicaba esta profesión.
Cierto que algunos jóvenes romanos debían pagar las deudas contraídas por los gastos de sus vicios o ejercer de gladiadores por puro placer de trasgresión, pero también había casos en los que la razón era mucho más noble e incluso trágica. Un tal Sisines[13] bajó a combatir a la arena como gladiador en Amastris del Mar Negro por la cantidad de diez mil dracmas (cuarenta mil sestercios) para ayudar a un amigo que tenía dificultades económicas. También tenemos el caso de un joven aristócrata que se comprometió como gladiador para poder pagar el funeral de su padre[14]. Para los que habían sido nobles adinerados había pocas posibilidades de ganarse la vida en Roma, y una de ellas era dedicarse al oficio de gladiador.
Otros de los motivos de un hombre libre para comprometerse como gladiador eran el atractivo de la paga y la popularidad entre las mujeres, que atraerían a la profesión a gentes que no tuvieran nada que perder y sí deseos de ganar fama y dinero aunque fuera con riesgo de su vida. Por eso, a pesar de la dureza de la vida como gladiador, en la decisión pesaban las evidentes ventajas, como el hecho de que se podía recuperar el honor perdido y obtener rápidamente fama y dinero.
La situación de un hombre libre que se ofrecía como gladiador se equiparaba con la de los esclavos, perdiendo sus derechos, como hemos dicho más arriba, y ponía su vida y su destino en manos del lanista, estando dispuesto a «ser quemado, encadenado o muerto a espada» (uri, vinciri, ferroque necari)[15], tal como decía el juramento que realizaba al enrolarse. En el contrato podía fijarse la duración de ese período.
La epigrafía nos ha conservado un gran número de epitafios de gladiadoresauctorati. En Hispania tenemos por ejemplo la siguiente estela funeraria encontrada en Córdoba: «Lucius Annius Valens, gladiador de tipo mirmilón, de veinte años, luchó… (falta quizá el número de luchas.) A ti que pasas por delante te ruego que digas séate la tierra leve»[16]. Los tres nombres (tria nomina) del gladiador evidencian su condición de hombre libre, puesto que todo ciudadano teníapraenomen,nomenycognomen.
Ya fueran prisioneros de guerra, condenados, esclavos u hombres libres, todos los gladiadores deseaban ofrecer un buen espectáculo, bien por obligación, bien por esperar una recompensa. En la películaGladiator(R. Scott, 2000) el lanista Próximo pronuncia un pequeño discurso antes de la primera salida de los combatientes a la arena que refleja bien la psicología del gladiador y su función en la sociedad romana: «Podéis decidir cómo afrontar el fin para ser recordados como hombres». Ya en Roma se les dice antes de su primer combate en el Coliseo: «Salid y morid con honor».
Muchos combatientes renunciaban a su nombre real y adoptaban otro más «artístico» que incluso incluían en sus epitafios. Los había, por ejemplo, relacionados con la mitología como Hércules, Cástor, Héctor o Diomedes, con la suerte como Faustus (el de la buena suerte), con cualidades morales como Amabilis o Probus (el bueno), con cualidades físicas como Cursor (el corredor), Velox, Rapidus, Pugnax (el combativo), con la fiereza del mundo animal como Pardus (el leopardo) y Tigris (el tigre), con piedras preciosas como Ametystus, Beryllus, Margarites (perla) o Smaragidus (relacionado consmaragdus, «esmeralda»), y con la victoria como Invictus. También se utilizaban nombres de consagrados campeones que se perpetuaban así en el tiempo: por ejemplo, se repite el nombre Triumphus en tiempos del emperador Tito, quizá recordando a un famoso combatiente del mismo nombre de época de Tiberio.
Escuelas imperiales y escuelas privadas
Las escuelas de gladiadores podían ser privadas, municipales o imperiales. Dentro de las privadas una de las más famosas es la de Cneo Léntulo Batiato en Capua, de la que se escaparon Espartaco y sus compañeros iniciando una de las más peligrosas revueltas de esclavos de la época romana. Existían igualmente escuelas de propiedad municipal en la que se entrenarían y alojarían los gladiadores alquilados para la celebración de espectáculos.
Al frente de cada una de estas escuelas estaba un lanista, que se encargaba de supervisarlo todo, de comprar gladiadores en los mercados de esclavos y de venderlos o alquilarlos a los organizadores de los juegos. También era el encargado de preparar las giras de lafamilia gladiatoria.
En Pompeya la escuela de gladiadores, de titularidad de la ciudad, tenía un patio central de cincuenta y seis por cuarenta y cinco metros, donde se entrenarían los gladiadores, rodeado por las habitaciones destinadas a los combatientes de quince a veinte metros cuadrados y por otras dependencias auxiliares. Este espacio fue originalmente el pórtico del teatro, pero a partir del terremoto del 62 d. C. se habilitó como escuela de gladiadores. El patio central servía para los entrenamientos y desde la sombra de los pórticos era posible que algunos espectadores pudieran contemplarlos. En las partes norte y sur del patio estaban las habitaciones aludidas donde vivirían los gladiadores y sus familias. En ellas se descubrieron unos hermosos cascos y grebas en el siglo XVIII. En la parte oriental estaba la cocina y cercana a ella una estancia más grande destinada a comedor. También se ha encontrado una cárcel, quizá lugar de castigo para los que no se ajustaran a la disciplina gladiatoria o para los condenados a morir en la arena por motivos criminales. Es posible que hubiera un lugar destinado alarmamentarium, lugar de fabricación y depósito de armas, situado en el pórtico sur o que no existiera tal sala y que los gladiadores alojados aquí temporalmente por motivo de un espectáculo trajeran sus propias armas y las tuvieran con ellos en sus alojamientos. La capacidad de esteludusera de unos ciento cuarenta combatientes que serían suficientes para un gran espectáculo.
En el Imperio los combates de gladiadores quedaron bajo control estatal y, aunque siguieron existiendo las escuelas privadas y municipales, se hicieron otras patrocinadas por los emperadores a cargo de oficiales del rango ecuestre (procuratores).
En Roma existían cuatro escuelas. Domiciano había construido en la ciudad elludus Gallicus, elDacius, elMagnus—según otros, construido por Claudio— y elMatutinus, este último dedicado a la preparación de lasvenationeso cacerías que tenían lugar por la mañana, de ahí su nombre[17]. La más importante era elLudus Magnusvecino al Anfiteatro Flavio o Coliseo, cuyos restos todavía pueden verse en la actualidad (Fig. 1). La escuela estaba unida al anfiteatro mediante un túnel subterráneo. El edificio tenía la particularidad de contener en el centro del mismo un pequeño anfiteatro con capacidad para mil doscientos espectadores, lo que hace pensar que el entrenamiento, igual que sucede hoy en día con algunos equipos de fútbol importantes, era en sí mismo un espectáculo y que el público deseaba ver entrenar a sus ídolos e incluso podría pagar un precio por ello. El alojamiento de los gladiadores se hacía en tres niveles de setenta habitaciones cada uno, con lo que había doscientas diez estancias. Si consideramos que cada una podía albergar a tres gladiadores el número total de combatientes en esteludusascendería a seiscientos. Las demás escuelas de Roma eran más pequeñas, por lo que se estima que serían mil el total de gladiadores con permanencia en la ciudad. Era un número suficiente para atender a las necesidades de la Urbe y si en algunas ocasiones eran necesarios más, como en los juegos de Trajano para celebrar su triunfo sobre los partos que requirieron diez mil combatientes, habría que echar mano de otras escuelas de Italia.
En Italia hay constancia de escuelas imperiales en Rávena, Preneste y Capua. En esta última localidad existían dosludiimperiales: elludus Iulianusy elludus Neronianus. En Hispania se habla de unLudus Hispanianusque tendría su posible sede en Córdoba, ya que de ella procede la mayor parte de los epitafios de gladiadores de Hispania. Su existencia está corroborada por la epigrafía y conocemos, por ejemplo, al gladiador Aristobulus delludus Hispanianus, que era de nacionalidad griega y venció en veintidós combates, muriendo a la edad de veintiún años[18]. En las provincias orientales se documentan escuelas en Alejandría y Pérgamo.
Al frente de las escuelas imperiales estaban procuradores del orden ecuestre, siendo el más importante el delLudus Magnusy con menor categoría el delLudus Matutinus. A veces se organizaban procuratelas imperiales que estaban a cargo de varias provincias agrupadas como la que controlaba Galia, Hispania, Britania y Germania o la que se encargaba de diversas provincias de Asia Menor.
Se discute sobre la calidad de los alojamientos en estas escuelas. Por un lado se afirma que eran lugares sórdidos y con pocas comodidades y que las condiciones de vida no eran muy agradables, pero por otro lado los gladiadores costaban caros y tampoco convenía mantenerlos en condiciones deplorables. Es fácil también imaginar que no serían iguales los alojamientos de los recién llegados y los de las estrellas de la arena. Es natural también que losludidonde se mantuviera a prisioneros o condenados a luchar en la arena estuvieran vigilados y contaran con salas de castigo o reclusión, pero esto no parece apropiado para losludide gladiadores profesionales. Esta intensa vigilancia a veces no era suficiente y algunos prisioneros lograban suicidarse. Séneca cuenta el caso de un germano que iba a participar en una lucha matinal con fieras y que aprovechó el momento de ir al excusado para evacuar, único lugar al que se podía ir sin escolta, para acabar con su vida empleando el palo que adherido a una esponja se utilizaba para limpiarse, metiéndoselo en la boca y ahogándose[19]. Es más probable que elludusfuera un lugar más abierto al que podían acudir espectadores para los entrenamientos o nobles romanos para practicar con armas. También es posible que algunos gladiadores pudieran salir al exterior con relativa libertad. Incluso las familias de los combatientes, como esposas e hijos, podían convivir con ellos en elludus.
Además de los gladiadores, lafamilia gladiatoriade unludusestaba compuesta por entrenadores, médicos, cocineros, masajistas, encargados de las armas, secretarios y pregoneros. Conocemos la existencia de Dio, un liberto de los emperadores Marco Aurelio y Vero (161-169) que era archivero-contable de la escuela que acogía a los gladiadores reclutados en Galia e Hispania[20].
Lasfamiliae gladiatoriaepodían tener movilidad geográfica y organizar giras. Un grafito pompeyano nos dice de modo un poco exagerado que lafamilia gladiatoriade N. Festus Ampliatus era «famosa en el mundo entero»[21]. En otro grafito el gladiador Florus fue vencedor el 28 de julio en Nuceria y el 15 de agosto obtuvo también la victoria en Herculano[22]. Tal como aparece en la películaGladiator(R. Scott, 2000), las escuelas de las provincias veían como una oportunidad de promoción extraordinaria el poder participar en los espectáculos de la ciudad de Roma, lo que constituiría el culmen de la carrera de cualquier gladiador.
Entrenamiento y cuidados
En las escuelas había una estricta disciplina, un entrenamiento duro y continuado, favorecido por una buena dieta, y una atención médica lo más completa posible.
El entrenamiento se hacía por especialidades (armaturae), que requerían técnicas distintas, y estaba a cargo de entrenadores llamadosdoctores, que se ocupaban de cada una de ellas[23]. Al posibleludusexistente en Córdoba pertenecería un tal Cursor, entrenador de reciarios[24]