Guía de la vecina insurreccional - Marcelo Mellado - E-Book

Guía de la vecina insurreccional E-Book

Marcelo Mellado

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Beschreibung

En la misma línea de el niño alcalde, el aclamado monólogo de un exdirigente sindical que predicaba por las calles de Valparaíso un corrosivo monólogo contra las élites, ahora Marcelo Mellado le entrega la voz a una mujer de algo más de 60 años, comprometida con el cambio social y el activismo de base -que va desde la junta de vecinos hasta la tomatera en el bar, pasando por la clase de yoga comunal-, pero en un punto hastiada con el curso que han tomado los acontecimientos. "¿Cómo habitamos la catástrofe que es Chile en este instante?", se pregunta ella desde su hogar en Placilla, de cara a construir una vida mínima, una vida orgánica, una eco-vida, en un punto escéptica respecto a la capacidad para reinventar lo popular y, a su vez, confiada en la fuerza de las jóvenes feministas. "Hay ciudades que tienen esa impronta de estar siempre en estado de catástrofe y nos tocó habitar una que tiene esa dinámica. A mi como jubilada ya no me da el cuero para vivirla y transitarla tal como es. Las cabras todavía se la pueden y tratan de llevarle el ritmo…"

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Guía de la vecina insurreccional (y sus botellitas incendiarias)

Marcelo Mellado

© Editorial Hueders

© Marcelo Mellado

Primera edición: junio de 2021

ISBN edición impresa 978-956-365-230-7

ISBN edición digital 978-956-365-266-6

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida

sin la autorización de los editores.

Diseño de portada: Constanza Diez

Diagramación digital: Luis Henríquez

www.hueders.cl|[email protected]

Santiago de Chile

Diagramación digital: ebooks [email protected]

1

Algo como esto debo escribir, me digo, mientras maldigo a mis colegas y a algunas de mis excompañeras de ruta que gatopardistamente se cuelan en la fila de los demandantes, cuando siempre estuvieron al lado o cerca de la institucionalidad que legitimó el orden establecido que todavía nos rige. Pero esto es muy obvio decirlo desde donde una se encuentra, jubilada, con un pequeño patrimonio y sin posibilidades de un trabajo extra (aunque a veces hago empanadas y mermeladas para vender en el barrio), y en un estado de resentimiento permanente. Por eso ahora solo quiero escribir que me tiene enchuchada la situación, ese es el acontecimiento más relevante al que puedo acceder por ahora, porque estas son las últimas palabras que puedo pronunciar en momentos en que los hediondos a bolas deben abandonar el protagonismo endémico al que estaban acostumbrados. Me pica el ano en sentido figurado, aunque no tanto, porque suelo somatizar con facilidad; tengo tanta rabia que quiero puro salir a matar. Ahora estoy hablando de corrido, pero luego se me va a trabar la lengua. Esto fue muy parecido a lo que pasó con el Sí y el No del 88, ganó el No y el grupito de huevones frescos, acabronados, que le habían dado el sello institucional a la lucha por la democracia, se tomó ese capital resistencial y nos dijo, literalmente, váyanse para la casa, de esto nos hacemos cargo nosotros; y vino esa mierda conocida por todas nosotras: nos mandaron a la chucha e instalaron el boliche que estamos tratando de desmontar en este preciso instante. Y en este preciso instante, me siguen las perras del barrio, las callejeras y las otras.

*

Igual tengo un jardincito donde cultivo mis plantas y mis yerbitas para pasar las penas. Un huerto pequeño y uno que otro arbolito, no falta el limón y el damasco, aunque los pájaros y las abejas me hacen cagar la producción de estos últimos y casi no alcanzo a hacer mermeladas. El damasco es una herencia de mi vieja, que decía que frente a toda casa debe haber uno, parece que es una costumbre árabe o andaluza, que es más o menos lo mismo. Mi vieja venía de esa rama genealógica y se le notaba por su obsesión por los jardines granadinos, en que era fundamental la poética del agua canalizada y racionalizada. Las albercas, las fuentes y los mosaicos la enloquecían de placer. La versión porteña de todo eso era bastante más reducida y fui una testigo privilegiada de ella en el cerro Bellavista, en una casa que tenía un jardín de inspiración granadina construido en la quebrada, que era parte de una casa que luego fue transformada en hotel boutique. Ese modelo quiero reproducirlo en mi nueva heredad. Ahí, además de un bello jardín, podré hacer informes del estado del malestar de la cultura, porque yo también le hago al arte de la palabra, chiquillas. Y escribo cositas como esta, que he llamado mis botellitas incendiarias:

Los deberes y las cosas

Estaba probando un retrete manual (y portátil) que diseñé para mi nueva casa de irremediable vocación rural, cuando se me incrustó un enunciado en la cabeza. Este decía más o menos así: “De lo que debiera escribir un escritor(a), luego del estallido social, según encargo de la tía Paty”. En el fondo era como una orden de partido que decía: “Pónganse a escribir chiquilles de lo que hay que escribir, yo los superviso”. Este acto de arrogancia crítica que proviene de la zona de confort del discurso académico clásico, conservador y heteronormado, es parte del proceso de apropiación que hace cierta institucionalidad política de una movilización que no le pertenece.

Recuerdo que Valente le dio la misma tarea a los literalitosos de los 80-90, a propósito del 73, y tuvo a toda una generación haciendo la novela de la dictadura, los muy sacos de huevas. Es como una tarea de historiadores oligarcas, hijos de la lumpenburguesía, que nunca han podido separar esa concepción de la historia como novela decimonónica. Siempre pendientes de protagonistas claves, negando al personaje colectivo. Esto me recuerda que Cristián (Warnken), quien planteó en una columna mercurial que necesitábamos un negro que viniera a resolver la crisis, apelando a Mandela como una figura modélica, alguien que debiera salvarnos de la maldad institucional. Este niño está equivocado, porque de esto no nos salva nadie.

Lo que pasa es que mientras hago tareas domésticas, en paralelo la cabeza me funciona para el lado de la producción ficcional y suelo imaginar acciones y situaciones en las que podría estar involucrada como agente provinciana de cultura, porque esto es un mandato que debe funcionar solo para Santiago, supongo, porque los comités centrales o los vaticanos culturales tienen sus sedes allá. He imaginado, incluso, que me entrevistan y el periodista de cultura y espectáculos de algún diario comunal o provincial me hace una pregunta como esa. Por ejemplo: ¿cómo responde una escritora a la demanda ciudadana? La respuesta, no sin pasar por la picazón del hoyo, debiera ser algo así como (a lo princesa de las letras): “La obra debe dar cuenta cabal de la demanda del pueblo o de la ciudadanía...”, es decir, respondería lo que diría una alcaldesa o una concejala.

El encargo de la tía Paty, si es que es verosímil, a pesar de ser harto pasadito a orto, por no decir que es hediondo a caca, corresponde a un cálculo de cierto grupo de interés, dentro del mercado académico, que pretende apropiarse de una escena política frente a la que se sabe refractario, para consolidar la manipulación de un campo editorial que define la productividad del campo escritural chilensis. Tesis total y absolutamente canónica y heteronormada, y referida a una escena más patriarcal que la chucha (quizás aquí no soy del todo certera, bueno, la lengua habla por sí misma).

El encargo de la tía Lela, perdón, de la tía Paty, también tiene algo de naif y es levemente siútico, es como una tesis de la Alberto Hurtado. De lo que no cabe duda es de que es el objetivo estratégico de las editoriales independientes (grupo de interés hegemónico político hoy en día), incluso creo que ya hay concursos y becas al respecto. Y en todas las picantes ferias comunales, los poetas y las poetas ya leen panegíricos insurreccionales que deben aludir al “estallido”.

Entonces, irse a la CTM, que es un lugar ideal del yo imaginario que nunca debimos abandonar, es la tarea cultural del momento.

Yo también me estoy yendo para otro lado, que es equivalente a irse a la CTM, siempre me voy para allá, ese es mi negocio, el desplazamiento del objeto, posibilitando la mutación del sujeto observador; de lo contrario tenemos puros lugares de confort que producen, irremediablemente, lugares comunes.

Yo estoy tratando de irme a vivir a Placilla, otro pueblo abandonado. Es una orden que me impuso el colectivo Pueblos Abandonados, un grupo de escritoras con vocación de terruño. Ahí me dedicaré a las plantas vernáculas y asistiré a una que otra asamblea comunitaria y trataré de colaborar con el museo local en algunos trabajos de afirmación territorial, por darle un nombre. Debo recordar que Placilla es un cementerio de soldados de la batalla del mismo nombre con la que termina la guerra civil del 91 y también una novela que escribió un amigo mío, el que también participó de la creación del colectivo Pueblos Abandonados, y lo lindo es que incluye a mujeres y hombres por igual. No ven que me desvío... Si con Placilla se anuncia el siglo XX, mi pregunta es: ¿cuál será la batalla con que comienza el siglo XXI, será acaso la que ocurrió en Plaza de la Dignidad? Tarea para la casa, igual que las de la tía Paty.

2

Yo no conocía bien mi vecindario, que en este caso coincidía con el cerro en que habitaba, Bellavista, un cerro emblemático y con una gran vocación comunitaria. Esto lo digo por el carácter de guía que tiene el texto, guía turística, porque siempre debemos estar conduciendo a viajeros perdidos por mapas mal diseñados de la ciudad, como parte de una tarea cívica. También se impone el relato, como una pauta conductual ciudadana en el proceso de toma de conciencia de nuestra comunidad sobre la necesidad de cambio institucional. Cualquier proyecto de desarrollo comunal pasa por los modos vecinales de construir mundo, no olvidar este precepto que nos da la experiencia política barrial. Porque acá en Valpo los cerros se constituyen en barrios, esto lo decimos para los que no son de acá, porque esta guía, no olvidar, tiene varias lecturas posibles que van, como anticipábamos, desde el turismo a secas, hasta la participación ciudadana, no sin antes pasar por el hueveo vecinal.

La insurrección popular, así me gusta llamarla a mí, se hizo presente en nuestra vida cotidiana y me permitió conocer bien a mis vecinos y vecinas y vecines, con ellas y ellos y elles tocamos cacerolas durante varias semanas, hicimos vigilias, asambleas y eventos. La pasamos harto bien, porque nos conocimos y compartimos. No era necesario hablar demasiado en serio, más aún, yo diría que primaba una gran voluntad de compartir coloquialmente, sin las profundidades solemnes a las que a veces nos somete el discurso político. Porque eso de que las revoluciones son serias no va con nosotras. Lo peor es hacer las cosas bien y en serio, eso es de viejo culiado heteronormado y abusador, esos que hablan desde un púlpito ideológico e híperinstitucional. En eso concordamos todas las cabras. Por eso aquí va una crónica que intenta hacer una genealogía de las asimetrías que instalaron nuestras élites:

Viva la barbarie

No sé si recuerdo mal, pero la literatura romántica latinoamericana exponía un tópico binario que definía un conflicto clave de nuestras sociedades, se trataba del concepto binario civilización-barbarie, que cuando se le agregaba el conector “y” (civilización y barbarie), surgía una pugna que, al decir de unos cuantos, aún nos constituye hasta el día de hoy. Disculpen, pero a veces me pongo seria. Hubo varias novelas que, incluso, nos hicieron leer en el colegio, recuerdo Doña Bárbara de Rómulo Gallegos y El matadero de Esteban Echeverría, y todas esas reflexiones sarmentianas sobre lo salvaje. Era el período posindependencia en que nuestros países trataban de arrimarse como sea a la modernidad, construyendo algo parecido a la república moderna. Conceptos viejos que vuelven a ocupar un lugar en nuestras imágenes de lo que acontece.

A partir de esta imagen –en que el enfrentamiento entre civilización y barbarie se recompone–, podemos decir que los putos de la política parlamentaria y palaciega, incluyendo los analistas cortesanos, leyeron mal lo que pasó el 18 de octubre. Esta es una especie de tesis. El huevonaje no tenía para qué haber firmado ese acuerdo raro que tiene que ver con una posible nueva Constitución, porque ese estallido o insurrección decía otra cosa. En realidad, afirmaba un llamado de la selva que no es contrarrestable con el modelo de control que tiene a la mano la oligarquía o la institucionalidad político administrativa.

Escuché a un analista de palacio, de esos que suelen citar a Shakespeare para darle peso a sus justificaciones sobre la necesidad del power fáctico, recurrir a la jerga del terror absoluto por lo socialmente otro, al peligro disolutivo que viene de los barrios que no son los míos, aludiendo a la figura mítica del Leviatán. A nivel doméstico es el horror a la poblada que sienten los del barrio alto, como en la época de la UP, aunque en términos más actuales y domésticos, es el miedo absoluto a la diferencia que vislumbra la vieja culiada o el viejo culiado de que le cambien el hábito chancletero de pensamiento urbanizado.

Porque los que quemaron el museo Violeta Parra probablemente no sabían quién era la Violeta, ni les interesaba. Simplemente eran íconos institucionales que había que destruir. Yo tengo la sensación de que volvió Michimalonco, por ahí creo que va la huevada si queremos pensarla bien, no al estilo del mariconerío político que nunca ha usado el metro y que se movía entre Borde Río y el barrio Italia o Lastarria, en la capital del reino, por cierto. Por eso, lo que más valida la barbarie política urbana es la crítica pelotuda que le hace la institucionalidad política instalada, de por sí bárbara. Por eso vamos contra el patrimonio y sus mármoles monumentales, y su “progreso”. Nada nos pertenece, no tenemos lugar en el país de ustedes, nosotros habitamos no-lugares que están fuera de los límites de pertenencia que ustedes trazaron.

A los repulsivos que se tomaron el supuesto deseo ciudadano de cambiar el orden establecido, creo que algunos lo llaman el partido del orden, hay que aplicarles violencia, funa incluida y otras yerbas, porque ellos la aplican permanentemente contra los otros, que somos nosotros, los que no hemos chupado verga para instalarnos, nos referimos a los que ocupan lugares de privilegio por derecho divino. La falta de democracia no es otra cosa que la injusticia distributiva de lugares de ocupación. Ojo, uno de los momentos clave de la barbarie institucional es que cree o puede llegar a creer que los representantes de la gran demanda son la oposición y/o la mesa social, o algunas organizaciones dispersas. Nada más lejos de lo que ocurre, aquí no hay un sujeto interlocutor con el que puedo negociar, sino ubicuidad terrorífica de la demanda y persistencia del deseo destructivo, como ejercicio simbólico material de un Frankenstein que exige su lugar, pero que deja un amplio terreno para la venganza pura y placentera.