GuíaBurros: Los liberales en España - Eduardo Montagut - E-Book

GuíaBurros: Los liberales en España E-Book

Eduardo Montagut

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Beschreibung

El liberalismo se caracteriza por la defensa de la libertad individual dentro de unas estructuras políticas lo más neutrales posibles. Este nace de la unión de los principios ilustrados con los del derecho natural de influencia cristiana y en España aparece durante el tiempo de las Revoluciones liberal-burguesas. Una época de cambios sociales que transita desde las Cortes de Cádiz hasta la dictadura de Primo de Rivera, pasando por episodios como la derogación de la Ley Sálica o la llegada al trono de Amadeo de Saboya, y todo ello, en el marco de la pérdida por parte de España de su condición de potencia colonial. Con el estilo preciso y didáctico que caracteriza al autor, esta obra es fundamental para comprender el liberalismo y su influencia en la historia de España que llega hasta el presente.

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GUÍABURROS: LOS LIBERALES EN ESPAÑA

Desde las Cortes de Cádiz hasta la Dictadura de Primo de Rivera

Eduardo Montagut

https://www.liberales.guiaburros.es

© EDITATUM

© Eduardo Montagut

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Primera edición: marzo de 2024

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Sobre el autor

Eduardo Montagut nació en Madrid en 1965, licenciándose en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM en el año 1988, con premio extraordinario. En la misma Universidad alcanzaría el doctorado en 1996 con una tesis sobre “Los alguaciles de Casa y Corte en el Madrid del Antiguo Régimen, un estudio social del poder”. Por otro lado, el autor emprende estudios de la época ilustrada a través de la Real Sociedad Económica Matritense y la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País sobre cuestiones de enseñanza, agricultura, montes y plantíos. En 1996 comienza su carrera de docente en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

Con el nuevo siglo, Eduardo Montagut inicia una intensa actividad en medios digitales y escritos con publicaciones de divulgación e investigación históricas, política y de memoria histórica, siendo autor de libros como GuíaBurros: Del Abrazo de Vergara al bando de guerra de Franco; GuíaBurros: Episodios que cambiaron la Historia de España; GuíaBurros: La España del siglo XVIII; GuíaBurros: Historia del socialismo español; GuíaBurros: El tiempo de las revoluciones; GuíaBurros: El Antiguo Régimen, GuíaBurros:El Republicanismo en España, GuíaBurros: Europa en su cenit; Guíaburros: Diccionario de Historia Contemporánea; GuíaBurros: El libro de la Gran Guerra; GuíaBurros: Las Constituciones en España; GuíaBurros: Las relaciones Iglesia-Estado en España y GuíaBurros: La organización territorial de España. Asimismo, imparte conferencias y participa en diferentes charlas y debates.

Agradecimientos

A los autores de las declaraciones de derechos de las Constituciones españolas.

Introducción

Este manual pretende ser una síntesis de la Historia del liberalismo en España desde su inicio en la crisis del Antiguo Régimen, partiendo, previamente, de un análisis de lo que se entiende tanto por liberalismo político, como por liberalismo económico, hasta la Dictadura de Primo de Rivera cuando se dio por finiquitado el Estado liberal en España, inaugurándose un nuevo sistema político. Nos interesará saber quiénes fueron los liberales, que planteamientos tuvieron, como se organizaron, así como sus indiscutibles diferencias, sin olvidar sus realizaciones.

El estudio del liberalismo como ideología y del sistema político que creó es fundamental porque parte de sus fundamentos se incorporaron a nuestro sistema político actual, aunque en su versión más genuinamente democrática.

Por otro lado, parte de nuestro sistema económico sigue siendo liberal, aunque con muchas modificaciones, dada la importancia del Estado y de distintas administraciones públicas internas y de ámbito internacional en esta materia. En todo caso, esas primigenias ideas liberales informan, con sus adecuaciones temporales pertinentes, a parte de grupos políticos, sociales y económicos de nuestro presente. No olvidemos la existencia de principios neoliberales en España y en el mundo.

Como es habitual en nuestras guías hemos intentado abordar los puntos que creemos más importantes, aunque en una síntesis siempre se quedan cuestiones por tratar o por desarrollar de una forma más extensa, sin olvidar que se pueden dar otras interpretaciones.

El liberalismo

El liberalismo político

El liberalismo es una corriente de pensamiento caracterizada por la defensa de la libertad individual dentro de unas estructuras políticas -el Estado- lo más neutrales posibles. Se planteaba una postura tolerante después de haber derribado al Antiguo Régimen, en el período conocido como el de las Revoluciones liberal−burguesas, desde el último cuarto del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX. El liberalismo nació por la conjunción de los principios ilustrados con los del derecho natural con cierta influencia cristiana.

Hemos definido al liberalismo como una filosofía política basada en la salvaguardia de la libertad individual, que se convierte en la justificación última de la sociedad política, del Estado. La libertad individual no podía depender de la decisión del rey, como si fuera un privilegio que se otorga o se deroga. Así pues, el titular último del poder sería la nación, es decir, la soberanía pasaría de ser de origen divino depositada en Corona, a ser nacional. Implicaba, además, la limitación de las facultades de los monarcas, mediante las Constituciones. El nuevo sistema político liberal debía representar los intereses individuales, es decir, votado por los ciudadanos, ya fuera a través del sufragio censitario (propietarios), en la versión más moderada del liberalismo, ya a través del universal, defendido por los liberales más progresistas o avanzados, aunque ambos coincidían en no permitir la participación política de la mujer, hasta que triunfaron las tesis sufragistas, pero en un período muy posterior. El sistema político liberal debía, además, sustentarse en la división de poderes para evitar el absolutismo. Las Constituciones recogerían los derechos y libertades reconocidos y garantizados (la parte dogmática) y diseñarían la organización de los poderes y del Estado (la parte organizativa u orgánica). Estas Constituciones debían ser elaboradas y aprobadas por cámaras legislativas constituyentes, aunque, también existieron las Cartas otorgadas, concesiones graciosas de monarcas de la época de la Restauración, como un híbrido entre el Antiguo Régimen y el liberalismo más moderado.

El liberalismo también se sustentaría en el principio de la igualdad, pero solamente ante la ley, combatiendo el principio de la desigualdad jurídica de la sociedad estamental del Antiguo Régimen, pero siendo también contrario a cualquier iniciativa que intentara que la desigualdad real se aminorara, es decir, que se pudiera tender hacia la igualdad económica, aunque el liberalismo más avanzado sí terminó introduciendo en sus postulados algunos tipos de intervención pública para aminorar las brechas sociales.

Los nuevos ciudadanos (antes súbditos de los reyes) no formarían parte de un conjunto homogéneo, sino que terminaron agrupándose en partidos, cuyos principales componentes accedían al poder legislativo tras unas elecciones. Aunque existían “partidos” en el Antiguo Régimen, referidos a facciones clientelares en las cortes de las Monarquías absolutas, especialmente en el siglo XVII, que se vinculaban a privados, validos o ministros, en realidad, el origen de los partidos políticos estaría en los procesos revolucionarios liberales, iniciados en el último cuarto del siglo XVIII, con el precedente fundamental del parlamentarismo inglés. El derecho a participar en la política que trajo consigo el triunfo de la soberanía nacional generó la necesidad de articular las distintas posturas que aspiraban a estar representadas en los parlamentos en torno a organizaciones políticas con objetivos comunes. Así pues, los partidos terminaron por ser piezas básicas de la relación entre el Estado y la sociedad o, al menos, de la parte de la misma con derecho al sufragio. En el Parlamento inglés aparecieron los whigs y los tories, los primeros más partidarios del mismo, frente a los segundos más vinculados a la Corona. El siguiente paso se produjo en la Revolución Francesa, surgiendo grupos, destacando entre ellos, los monárquicos constitucionales, los girondinos y los jacobinos, entre otros.

En 1832 se aprobó la Reform Act en Gran Bretaña, que fue la primera gran extensión del sufragio en dicho país, incorporando al sistema político a toda la burguesía. Este hecho generó que los viejos whigs tuvieran que organizarse de forma distinta, transformándose en el Partido Liberal, con algunas reglas de disciplina interna y cierta coherencia ideológica, para organizar las elecciones y generar adhesiones personales hacia los líderes. Ese fue el espíritu que terminó por triunfar en los partidos políticos en los Estados liberales europeos: organizaciones de cuadros, élites y comités, donde primaban las fidelidades personales. En realidad, solamente funcionaban en los períodos electorales y no estaban muy cohesionados.

El complejo proceso de transformación de los sistemas políticos liberales en democráticos a finales del siglo XIX y principios del XX, es decir, con el triunfo del sufragio universal, provocó un cambio radical en la estructura de los partidos porque el derecho a participar en política se estaba extiendo a más capas sociales, por lo que si las formaciones políticas querían acceder a cuotas de poder ya no podían organizarse como antaño, naciendo los partidos de masas, y generando una fuerte crisis del liberalismo político más clásico.

Las elecciones en el Estado liberal se organizarían a partir del derecho al voto, y el derecho a ser elegido. El liberalismo más conservador o doctrinario postulaba el sufragio censitario, como ya hemos apuntado. Solo podrían votar y ser elegidos los ciudadanos con un determinado nivel de renta y/o cultura, dependiendo estos niveles del momento histórico. Se consideraba que solo estos ciudadanos tenían tiempo y conocimientos para elaborar leyes y dedicarse a la política. La propiedad, símbolo del éxito social, permitiría tener el respaldo para poder dedicarse a gobernar y a elaborar leyes. El liberalismo democrático postularía el sufragio universal, al considerar que los asuntos públicos eran de todos y para todos. El sufragismo, que bebía de la versión más democrática del liberalismo, lucharía por el derecho al sufragio de las mujeres.

El liberalismo político fue una ideología revolucionaria frente al Antiguo Régimen y la Monarquía absoluta, pero, a medida que fue consiguiendo destruir el viejo orden en la primera mitad del siglo XIX se fue haciendo cada vez más moderada. Las experiencias de las revoluciones y el creciente descontento popular provocaron un intenso temor a las revueltas y a una posible pérdida de poder frente a los que nada poseían. Otro factor que explica esta moderación del liberalismo tiene que ver con la resistencia de los estamentos del pasado hacia los cambios y que obligó a los liberales a pactar para conseguir estabilizar los nuevos regímenes, a través de compromisos que integrasen a la aristocracia en el sistema, por lo que algunos autores han hablado de una larga pervivencia de elementos del Antiguo Régimen en Europa hasta la Primera Guerra Mundial. En España fue clara la alianza entre la aristocracia y la alta burguesía, conformando una oligarquía económica y política que dominó el siglo XIX, primero como una fórmula para poder combatir la fuerza del carlismo, y más tarde contra el naciente movimiento obrero y las fórmulas republicanas. En el nuevo siglo, el cuestionamiento al modelo liberal español fue evidente ante la pujanza de ese movimiento obrero, del republicanismo y también de los nacionalismos sin Estado.

El liberalismo más moderado es conocido como liberalismo doctrinario. Sus principales exponentes fueron Benjamin Constant en Francia y el primer Donoso Cortés en España, entre otros autores. Este liberalismo defendía el concepto de soberanía compartida entre el monarca y el Parlamento, por lo que los reyes debían tener el poder ejecutivo, nombrado los Gobiernos, e interviniendo en el legislativo, controlando sus medidas potencialmente radicales y designando a algunos de sus componentes. El legislativo debía ser bicameral, de modo que la cámara alta -cuyos miembros eran seleccionados por el rey y/o tenían un escaño por derecho propio- moderase a la cámara baja, cuyos miembros sí eran elegidos.

El liberalismo económico

El liberalismo económico o clásico se configuró en Gran Bretaña gracias a Adam Smith, aunque algunos principios del mismo se pueden detectar en la fisiocracia, gracias al principio del laissez faire, laissez passer. La obra más importante de Adam Smith fue el Ensayo sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776). El propósito del autor, como el que había animado a mercantilistas y fisiócratas, era descubrir el procedimiento para enriquecer al Estado, como demuestra el título de su obra principal. Pero Smith consideraba que era condición previa para que se produjera este enriquecimiento de las naciones que se enriquecieran los individuos: “Cuando uno trabaja para sí mismo sirve a la sociedad con más eficacia que si trabaja para el interés social”. Este sería el meollo de su teoría: la armonía entre el interés particular y el general.

Adam Smith defendía la libertad económica. La intervención del Estado en la economía sería inútil y perjudicial en los términos que habían establecido los mercantilistas. El orden económico se generaría por sí mismo, por el libre juego de la oferta y de la demanda. El interés del que producía —oferta— terminaría satisfaciendo al que consume —demanda—, y este al que produce por el hecho de consumir. Cuando un producto o servicio era solicitado subía el precio y esto favorecía que se elaborase, por lo que todo ofertante sería retribuido según la importancia del bien que produce o del servicio que presta. Así pues, ni trabas al libre comercio (librecambio) ni al enriquecimiento industrial a costa del trabajo ajeno (capitalismo).

Otro de los puntos fundamentales de la teoría del Adam Smith fue el del valor y la riqueza. Si para los mercantilistas la riqueza procedía de la acumulación de metales preciosos y para los fisiócratas de la naturaleza o la tierra (agricultura), el liberalismo económico preconizaba que procedía del trabajo.

El liberalismo económico introdujo en la Historia el concepto de progreso económico, que Smith identificaba con la acumulación de fondos o riquezas. El ahorro se convertía en la base del crecimiento. Lo que se ahorraba no se consumía, se invertía.

El liberalismo económico formuló, por tanto, unas profundas críticas a la economía del Antiguo Régimen por la intervención del Estado en la misma, por las trabas al comercio (aduanas, aranceles), y en el ejercicio de la industria (gremios), así como por la falta de la libre disposición de la propiedad privada de la tierra (amortización). Pero, además, atacaba a la sociedad estamental al presentar a los estamentos privilegiados como parasitarios porque nada producían y porque impedían, con sus privilegios, la libertad y el desarrollo económico.

Posteriormente, David Ricardo escribió en 1817 la obra Principios de Economía Política donde estableció algunas cuestiones que matizaban las teorías de Adam Smith, dentro de la escuela del liberalismo económico. David Ricardo elaboró una teoría que tendría gran repercusión posterior. Nos referimos a su doctrina del salario. Para Ricardo el salario se mantendría siempre en un mínimo de subsistencia y si subía el salario nominal, no lo haría el real, por la elevación de los precios de los productos. El vaticinaba que con el tiempo los salarios bajarían, debido al aumento de la mano de obra.

Fuera del ámbito anglosajón destacó el francés Jean-Baptiste Say con su Tratado de Economía Política (1803).

La escuela clásica liberal comenzó a ser cuestionada por pensadores como Sismondi (Nuevos Principios de Economía Política, 1819). El autor defendía que podía ocurrir que no coincidieran la riqueza individual y la colectiva, que la riqueza estuviera mal distribuida. Sismondi pensaba que la libertad económica defendida por Adam Smith podía no existir en la realidad, ya que, cuando se concertaba un trabajo las dos partes no estaban en la misma posición.