GuíaBurros: La España del siglo XVIII - Eduardo Montagut - E-Book

GuíaBurros: La España del siglo XVIII E-Book

Eduardo Montagut

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Beschreibung

Este libro pretende ofrecer un rápido acercamiento al siglo XVIII español, un período de cambios dentro de la época moderna, de intentos de reformas con la pretensión de situar a España en el camino del desarrollo económico y de los avances culturales y educativos de la Ilustración europea. Y todo eso se planteó desde una nueva dinastía: los Borbones. Pero también fue un siglo de fuertes resistencias a los cambios. El siglo XVIII español comenzó cuando, ante el cambio dinástico, se organizó una coalición internacional para impedirlo, junto con una parte de la Monarquía Hispánica, también reacia hacia los Borbones por su apuesta centralizadora. Era la Guerra de Sucesión Española cuyas consecuencias dejaron una profunda huella.

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La España del siglo XVIII

Eduardo Montagut

Sobre el autor

Eduardo Montagut nació en Madrid en 1965, licenciándose en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM en el año 1988, con premio extraordinario. En la misma Universidad alcanzaría el doctorado en 1996 con una tesis sobre “Los alguaciles de Casa y Corte en el Madrid del Antiguo Régimen, un estudio social del poder”. Por otro lado, el autor emprende estudios de la época ilustrada a través de la Real Sociedad Económica Matritense y la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País sobre cuestiones de enseñanza, agricultura, montes y plantíos. En 1996 comienza su carrera de docente en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

Con el nuevo siglo, Eduardo Montagut inicia una intensa actividad en medios digitales y escritos con publicaciones de divulgación e investigación históricas, política y de memoria histórica, siendo autor de libros como Guíaburros: Del abrazo de Vergara al bando de guerra de Franco y Guíaburros: Episodios que cambiaron la Historia de España, así como impartiendo conferencias, y participando en charlas y debates.

Agradecimientos

A la memoria de mi padre Eduardo

Introducción

Este libro pretende ofrecer un rápido acercamiento al siglo XVIII español, un período de cambios dentro de la época moderna, de intentos de reformas con la pretensión de superar la crisis y decadencia heredadas del siglo anterior, y con el fin de situar a España en el camino del desarrollo económico y de los avances culturales y educativos de la Ilustración europea. Y todo eso se planteó desde una nueva dinastía, y con otros personajes, que pusieron en marcha una forma distinta de gobernar, entre el centralismo y el absolutismo ilustrado. Pero también fue un siglo de fuertes resistencias a los cambios protagonizadas por los sectores sociales y políticos que consideraban amenazados, aunque fuera de forma algo epidérmica, sus tradicionales privilegios, sin olvidar las inercias y costumbres de un pueblo, siempre maltratado, y muy atrasado.

El siglo XVIII español comenzó cuando, ante el cambio dinástico, se organizó una coalición internacional para impedirlo, junto con una parte de la Monarquía Hispánica, también reacia hacia los Borbones por su apuesta centralizadora. Era la Guerra de Sucesión Española. Creemos que el siglo terminaría en España en el año 1808 cuando estalló otro conflicto, la Guerra de la Independencia, que supuso una etapa fundamental del proceso de descomposición del Antiguo Régimen, iniciado en el reinado de Carlos IV. También podríamos haber terminado el libro con la muerte de Carlos III, prototipo de déspota ilustrado, en 1788, pero hemos creído conveniente estudiar esta crisis final porque supone el fracaso de la vía reformista ilustrada , que abarca gran parte de nuestro estudio.

Hemos optado en este libro por realizar un estudio de estructuras políticas, económicas, sociales y culturales, más que por un modelo cronológico más clásico porque creemos que así se puede entender mejor lo que fue el siglo XVIII. Abarcamos cuatro reinados, el de Felipe V entre 1700 y 1746, y en el que hay que incluir el brevísimo reinado en 1724 del primogénito Luis I, malogrado por la viruela, el de Fernando VI (1746-1759), el de Carlos III (1759-1788), y, por fin, el de Carlos IV (1788-1808).

El siglo XVIII en Europa occidental fue intenso, y mucho más cuando los intentos de reformar el Antiguo Régimen terminaron por entrar en vía muerta, que solamente sería superada, eso sí, en un determinado sentido o dirección en los procesos de revoluciones liberal–burguesas, abriendo un ciclo de transformaciones que no se cerraría hasta mediados del siglo siguiente, o más tarde en algunos casos, y siempre con peculiaridades en cada país, como ocurrió en España.

En fin, estimado lector, estimada lectora, estamos ante un siglo optimista, dinámico, que planteó aspectos que hoy conforman partes fundamentales de nuestro mundo, pero también resistente al cambio. Lo conocemos como el siglo de las Luces, aunque se olvida que muchas de aquellas luces no pudieron o no quisieron iluminarlo todo, generando no pocas sombras.

Guerra de Sucesión y nueva dinastía

La nueva dinastía borbónica comenzaba a reinar en España en medio de una guerra mundial y también interna, que trastocaría aspectos importantes de los elementos del escenario internacional, y de la política exterior española posterior.

El problema sucesorio

En 1700 moría Carlos II sin descendencia. Los últimos años de su reinado vieron un intenso movimiento diplomático en relación con el futuro de la Monarquía Hispánica, y en el que el rey francés Luis XIV tuvo un evidente protagonismo con los Tratados de Partición que auspició con distintas potencias.

Los dos personajes que podían argumentar derechos sobre el trono eran el archiduque Carlos de Habsburgo, de la parte austriaca de la dinastía, y Felipe de Anjou, de la Casa de Borbón, nieto del rey Luis XIV y de María Teresa, tía de Carlos II. En este sentido, no contó la posible tercera baza, José Fernando de Baviera, que falleció en 1699. Contra lo que podríamos suponer, Carlos dejó como sucesor al nieto del rey Sol porque desde la Corte madrileña el sector dominante de la misma consideró que era la mejor opción para mantener intacto el imperio hispánico. Pero al ser designado el duque de Anjou como rey, que pasaría a nombrarse como Felipe V, las potencias se alarmaron ante un posible bloque franco–español. Además, Luis XIV comenzó a actuar casi como rey de España, y reconoció los derechos de su nieto al trono francés. Inglaterra, Holanda, Saboya y Portugal decidieron apoyar al candidato austriaco, desencadenándose un conflicto internacional.

La Guerra de Sucesión

La Guerra de Sucesión (1701-1714) fue, en principio, un conflicto europeo entre los Borbones hispano–franceses y la alianza de los Estados que hemos nombrado, pero que terminó dividiendo a la antigua Monarquía Hispánica, con una Castilla favorable al rey Borbón y con gran parte de la Corona de Aragón abrazando la causa austracista.

Los primeros enfrentamientos armados tuvieron lugar en Flandes. Después estaría la frustrada marcha francesa hacia Viena, y los ataques austriacos a las posesiones españolas en Italia. Los ingleses, por su parte, atacaron Galicia y Cádiz, tomando Gibraltar, un hecho de enorme trascendencia en la Historia de España. El archiduque desembarcó en Lisboa, y luego en Barcelona, donde encontró el apoyo de la mayoría de los componentes de la Corona de Aragón porque respetó sus fueros e instituciones.

La Guerra parecía favorable a la coalición de potencias europeas, pero Felipe reaccionó y obtuvo una decisiva victoria en Almansa en 1707, y después en Brihuega y Villaviciosa (1710). En todo caso, el desenlace de la Guerra no sólo tuvo que ver con estos indudables éxitos de los Borbones, sino también por los cambios que se produjeron en el ámbito internacional. En 1711 era elegido el archiduque Carlos como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por la muerte de su hermano José I. La elección de Carlos como emperador podía generar otra amenaza si un Habsburgo ceñía las dos Coronas, como interpretaron los ingleses y holandeses. También hay que tener en cuenta el cansancio de los contendientes. En consecuencia, Inglaterra presionó para que cesasen las hostilidades.

En realidad, la paz se selló con una serie de acuerdos bilaterales entre los contendientes. El principal de todos ellos fue el Tratado de Utrecht entre España e Inglaterra del año 1713. Inglaterra fue la gran vencedora del conflicto, comenzando a perfilarse como nueva potencia mundial. En lo militar consiguió la demolición de la base naval de Dunquerke.

En lo mercantil obtuvo el asiento de negros, es decir, el monopolio de introducir esclavos negros en América española durante treinta años y el navío de permiso, autorización para enviar a América un barco con quinientas toneladas de mercancías, dos puertas para romper el monopolio comercial hispano con América. En el plano territorial, Inglaterra conseguía Gibraltar y Menorca para controlar el Mediterráneo occidental, y Terranova, cedida por Francia, con una evidente importancia pesquera y que podía constituir una posición estratégica para dominar Canadá.

Felipe veía reconocido con el nuevo sistema internacional su derecho a ser rey, aunque tuvo que renunciar al trono francés, una decisión amarga para un personaje que siempre añoró serlo.

Y a cambio del reconocimiento como monarca español, Felipe V perdía los territorios europeos: Sicilia para Saboya; para Carlos de Austria Flandes, Milán, Nápoles y Cerdeña. Y por fin, Austria cedía Cerdeña a Saboya a cambio de Sicilia.

La Guerra no terminó realmente en la península Ibérica hasta las derrotas de Cataluña en 1714, y de Mallorca en 1715. Los catalanes resistieron porque temían las represalias de Felipe y, especialmente la centralización que ya se había establecido en Aragón y Valencia. El final llegó con la entrada de las tropas borbónicas en Barcelona el 11 de septiembre de aquel año.

Utrecht supuso un hito en la historia de las relaciones internacionales porque no sólo marcó el fin de la Guerra de Sucesión y de las posesiones europeas de la Monarquía Hispánica, quedando España como una potencia de segundo rango, sino porque también generó cambios profundos en el concierto europeo. Estableció el fin de la hegemonía francesa, sustituida por un nuevo equilibro entre las tres grandes potencias rivales. Francia conservaría la primacía cultural, pero iniciaba un nuevo siglo agotada. Los Habsburgo dominarían el territorio más extenso, pero padecían una profunda debilidad interna por la falta de unidad de su imperio. Por fin, Inglaterra adquiría la primacía marítima y comercial, de tantas consecuencias futuras.

En el nuevo sistema las potencias pasarían a agruparse según las circunstancias. Fue una época que se basó en la rivalidad latente entre los Estados que se aliaban en bloques en un equilibrio inestable. En este siglo habría menos guerras que en el pasado, y serían más profesionales. Se iniciaban si había posibilidades de victoria y se intentaba evitar la devastación cruel e innecesaria que se produjo en la Guerra de los Treinta Años.

La política internacional en el siglo XVIII

Desde el final de la Guerra de Sucesión hasta 1730 la política exterior de Felipe V se orientó hacia la recuperación de las posesiones españolas en Italia, es decir, se buscaba una revisión del sistema territorial de Utrecht. A esta política contribuyó Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, que aspiraba a que sus hijos ocupasen tronos italianos porque la herencia española correspondía a los hijos de la primera esposa. En este propósito contó con la ayuda de su privado, el cardenal Alberoni. Pero los intentos de dominar Sicilia y Cerdeña fracasaron.

Lo que no consiguió España de forma solitaria lo terminaría logrando incorporándose al sistema de alianzas europeos mediante los Pactos de Familia con Francia, denominados así por el parentesco entre ambas Casas Reales. Fueron tratados de ayuda y defensa mutua. Con Felipe V habría dos.

El Primer Pacto de Familia (1733) involucró a España en la Guerra de Sucesión polaca (1733-1738) al lado de Francia contra Austria. De este conflicto Felipe V obtuvo el Reino de Nápoles y Sicilia para su hijo Carlos, el primogénito de la reina Farnesio. El Segundo Pacto de Familia (1743) condujo a España a participar en la Guerra de Sucesión de Austria (1741-1748), proporcionando el ducado de Parma para el último hijo, Felipe.

Si Alberoni había dominado la política exterior en la primera parte del reinado, en la segunda debemos destacar la figura de José Patiño, que estuvo en la gestión del Primer Pacto de Familia, sin olvidar el impulso que proporcionó a la reconstrucción de la Marina.

El reinado de Fernando VI se caracterizó, en contraposición al de su padre, por un menor protagonismo en los conflictos europeos y por una política de neutralidad. En principio, su matrimonio con Bárbara de Braganza buscaba mejorar las relaciones con Portugal.

En todo caso, en esta época se procuró no vincularse en exceso con Francia, siendo el hecho más destacado la firma del Concordato de 1753 entre el Papa y España, que estudiaremos en el apartado correspondiente. Las dos figuras prominentes del reinado fueron José de Carvajal y Lancaster y el marqués de la Ensenada.

Con Carlos III volvió a practicarse una política de intervención militar en conflictos europeos y coloniales, al lado de Francia. El sistema de alianzas había cambiado. Austria era ahora aliada de Francia y España. En esta época tuvieron una capital importancia las guerras coloniales, siendo Inglaterra el principal enemigo de las dos potencias borbónicas.

Carlos III firmó el Tercer Pacto de Familia en 1761. España terminó por verse envuelta en la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Por la Paz de París de 1763 tuvo que ceder La Florida a Inglaterra, pero en compensación recibió de Francia Louisiana. En 1779 se renovó el pacto, y España decidió apoyar, junto con Francia, a los insurrectos en la Guerra de Independencia norteamericana. Por la Paz de Versalles se recuperaba Menorca y La Florida. Pero esta guerra creó incertidumbre en España por el posible contagio emancipador a las colonias americanas.

El problema de Gibraltar

En la Guerra de Sucesión española la escuadra anglo−holandesa al mando del almirante sir George Rooke llegó a Gibraltar en 1704, sitiando la plaza por tierra y por mar. La guarnición era muy escasa y el día 4 de agosto de ese año se rindió. Felipe V se apresuró a intentar recuperar una plaza tan estratégica. El encargado de la tarea sería el marqués de Villadarias, pero la expedición no se coronó con el éxito, a pesar de contar con nueve mil soldados españoles más tres mil franceses, así como con el apoyo de la flota del conde de Tolosa. Los factores que explicarían este fracaso serían, por un lado, el dominio marítimo inglés pero, por otro, las lluvias y enfermedades que asolaron al ejército hispano–francés. Desde el primer momento, se puede comprobar que la clave militar que ha permitido siempre a Inglaterra mantener Gibraltar en su poder ha sido su dominio del mar, que facilitaría el abastecimiento de hombres, armas y víveres a la plaza. Villadarias fue relevado por el mariscal Tessé, que intentó un nuevo asalto por tierra, fracasando de nuevo.

El Tratado de Utrecht de 1713 ratificó el dominio perpetuo inglés sobre Gibraltar.

Los Borbones consideraron la recuperación de Gibraltar como una de sus máximas prioridades en el siglo XVIII, pero con nula fortuna, aunque no siempre el fracaso debe ser achacado al poderío británico, ya que otros intereses diplomáticos se interpusieron y fueron considerados más importantes en determinados momentos, especialmente los vinculados a Italia, en tiempos de Felipe V e Isabel de Farnesio.

Jorge I ofreció Gibraltar a Felipe V en el año 1718 si éste se incorporaba a la Cuádruple Alianza y abandonaba sus pretensiones de recuperar los territorios italianos perdidos al terminar la Guerra de Sucesión. Pero ese momento coincidió con varios triunfos militares españoles en Cerdeña y Sicilia y se declinó el ofrecimiento. Cuando la situación militar cambió y los ingleses ocuparon Vigo, se impuso una reflexión en la Corte madrileña. El monarca fue manipulado por la diplomacia británica con una táctica dilatoria, ya que el embajador Stanhope aseguraba que su rey deseaba un acuerdo, pero que la opinión pública y el Parlamento se lo impedían. Esta política permitió ganar tiempo a los ingleses, aunque terminó por cansar a las autoridades españolas, que comprobaron que era imposible obtener la plaza por medios diplomáticos.