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Contundente ópera prima que sitúa a su autor en la primera liga de los escritores de ficción especulativa española. En una sociedad futura controlada por las inteligencias artificiales y la colonización extraterrestre, el agente Gutterson busca a una joven procedente de una de las colonias exteriores. A medida que avanza su búsqueda, la inteligencia artificial que observa sus movimientos se vuelve más y más hostil. Pronto todo empezará a desmoronarse a su alrededor.
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Francisco Guerrero
Saga
Gutterson
Copyright © 2019, 2022 Francisco Guerrero and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726939842
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Novela ganadora del
Premio UPC 2018
Miquel Barceló
En 1991 se celebraba el 20.º aniversario de la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC) y se quiso aprovechar esa circunstancia para dar mayor alcance a algunas actividades ya habituales. El primerPremio UPC de Novela Corta de Ciencia Ficción fue convocado a finales de abril de 1991 y tuvo muy buena acogida. Se podía concurrir a él con obras escritas tanto en castellano como en catalán. El certamen se convocaba abierto para que pudieran participar todas aquellas personas que presentaran una narración ajustada a las bases, que establecían, simplemente, la extensión (entre 75 y 110 páginas estándar de unos 2.100 caracteres) y la temática: «narraciones inéditas encuadrables en el género de la ciencia ficción».
El premio reservaba también la posibilidad de un premio especial para las narraciones presentadas por los miembros de la UPC (estudiantes, profesores y personal de administración y servicios).
Tras el éxito de la primera convocatoria, al año siguiente se decidió dar un paso adelante y, convocado también por el Consell Social de la UPC, con el respaldo del rector de la universidad, el doctor Gabriel Ferraté i Pascual, el Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción adquirió en 1992 una nueva dimensión. A partir de ese año, el premio se hizo internacional, admitiendo también originales escritos en inglés y francés.
Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción de 2018
En 2010, las condiciones de la crisis y la situación económica general de las universidades aconsejó, para mantener la continuidad del Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción , un radical cambio en su organización y remuneración. Por primera vez no hubo remuneración económica para los ganadores y, desde entonces, el premio devino bienal.
En la edición de 2018 se presentaron al concurso un total de 50 novelas, aunque, afortunadamente, el Premio siguió manteniendo su carácter internacional con más de un 35% de novelas procedentes del extranjero (18 de 50) con orígenes diversos: 5 de Colombia, 4 de Argentina, 3 de México, 2 de Estados Unidos, y una de Chile, Cuba, Francia y Perú. Se presentaron obras en casi todas las lenguas admitidas en el certamen: catalán, español e inglés, aunque la mayoría, 46, fueron en castellano. Hubo un único participante de la UPC aunque, a juicio del jurado, hubo que dejar desierta la Mención UPC.
En 2018, por primera vez, el premio se hizo público en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges , el 6 de octubre de 2018, con la presencia del rector de la Universidad, Francesc Torres, acompañado del profesor (hoy ya jubilado) Miquel Barceló, impulsor del premio.
El jurado estuvo formado, como ya viene siendo habitual, por Lluís Anglada, Miquel Barceló, Josep Casanovas, Jordi José y Manuel Moreno. El contenido del acta con el fallo del jurado (traducida del original en catalán) dice así:
El jurado del Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción 2018, reunido en la sede del Consell Social el 18 de septiembre de 2018 para deliberar sobre la entrega de los premios, ha decidido otorgar:
También desea destacar el éxito de participación de esta 24.ª convocatoria internacional (50 obras recibidas) y mencionar las siguientes obras por orden de apreciación:
Como en la edición anterior de 2016, la novela ganadora será publicada por Apache Libros tras un acuerdo del que la universidad y su oficina de publicaciones, Iniciativa Digital Politècnica, se siente orgullosa y muy satisfecha.
Hay varios indicios que señalan que el Premio Internacional UPC de Ciencia Ficción intenta volver por sus fueros y retornar a los años gloriosos en los que la participación de originales superaba ampliamente el centenar y, afortunadamente, había incluso una alta remuneración económica para los ganadores.
Poco a poco se van dando pasos en este sentido. En 2016 fue la edición de la novela ganadora por Apache Libros que mantiene su continuidad, y este año ha sido la entrega del premio en el marco del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges , en el intento de dar más alcance y difusión al Premio (aunque la coincidencia con la llegada al Festival del conocido actor Nicolas Cage diluyera un poco ese objetivo).
En el futuro, se va a intentar volver a instaurar una posible remuneración económica para el vencedor y, con toda seguridad, aprovechar el cincuentenario de la creación administrativa de la UPC para potenciar una actividad que tiene ya una apreciable tradición dentro y fuera de la universidad.
El ganador del Premio UPC en 2018, Francisco Guerrero, periodista y crítico musical barcelonés, inicia así su andadura por el mundo de las letras y muy particularmente en la publicación de obras de ciencia ficción. Gutterson es su primera novela y el jurado quiso destacar de ella su calidad narrativa, la originalidad de la ambientación y el interés de las situaciones que se desarrollan.
Gutterson es la narración, en primera persona, de la jornada laboral de un agente de policía, ambientada en una ciudad del futuro en estado de excepción. El autor la sintetiza como «una metrópolis lastrada por la obsolescencia tecnológica, el cambio climático y el recorte de las libertades» y la historia que desarrolla es, en esencia, la de «una crisis personal y profesional que, en buena parte, tiene su origen en la aplicación fallida de diversos algoritmos en el ámbito de los recursos humanos». Se sitúa en el contexto de un futuro distópico, marcado por la colonización de otros planetas y la generalización del uso de la inteligencia artificial y donde la corrupción es, también, una gran amenaza para la pervivencia del sistema.
Un interesantísimo debut que les invito a leer. El dinamismo de la novela y la habilidad de su autor hace que su lectura se haga en un agradable plis plas.
Miquel Barceló
Cuando se enciende el indicador amarillo, apago el motor y me pongo a pedalear. Dicen que la capitana Marley ha empezado a sancionar a quienes devuelvan la bicicleta con la batería descargada. Supongo que es verdad. Es raro que no se le haya ocurrido antes.
Me adentro en el sector B10, rodando entre socavones y adoquines levantados.
Doy una vuelta alrededor de la catedral, admirando las gárgolas caídas. Siempre aterrizan boca abajo, con los brazos extendidos, como si se hubieran tirado en plancha a una piscina sin agua. Y ahí se quedarán hasta que sean polvo y se las lleve el viento, porque me niego a perder más tiempo con los formularios de la Brigada de Limpieza.
¿Cuánto hace que no veo a nadie por la calle? Mi marcador diario de kudos sigue a cero. Los peores sectores, a las peores horas. El algoritmo de reparto me la tiene jurada, como todos los demás.
No soportan verme ganar.
Mi casco vibra y el visor se tiñe de azul. Desfila ante mis ojos una cuenta atrás de veinte minutos en números verdes. Es la hora del bocadillo.
Giro a la derecha y acelero. La rueda trasera gruñe y patina sobre la gravilla cuando dejo atrás esas apestosas callejas rotas, presuntamente medievales, para salir a una larga avenida donde el aire está igual de viciado gracias a los humeantes barracones que se apilan en ambas aceras. Lápidas de plástico, destilando aguas fecales.
Intento recordar lo que ha dicho el agente Cooper esta mañana, justo antes de saltar del helicóptero. Algo sobre un carrito de comida rápida y la mejor hamburguesa deluxe de MedCity. En el puerto, bajo la escultura de la gamba. ¿La escultura de la gamba? Sí, creo que ha dicho eso.
Guiño dos veces el ojo izquierdo para desplegar el mapa en el visor y confirmar por dónde se va al paseo marítimo. Me desoriento continuamente. Ya me dijo el doctor Smile que no debía patrullar sin la mascarilla puesta.
Esta avenida debió de ser una de las principales arterias de la antigua ciudad, antes de las anexiones. Pero rodar por ella ahora, dejándome llevar cuesta abajo, es como pasear la mirada por el cadáver de una inabarcable serpiente gris.
Una pálida cara infantil me observa desde el interior de un cubículo, entre dos cortinas. La gran serpiente aún desprende calor. Está bien. Solo está agonizando.
A pocos metros del puerto, en una rotonda, se alza un deforme tótem de colores. No sé lo que pretendía representar en sus días de gloria. La cabeza de un payaso, tal vez. El mar está un poco más allá, pero el olor no invita a acercarse. Los mástiles de los barcos abandonados forman cruces encima de la bruma.
A mi derecha distingo la silueta de lo que parece ser un gigantesco y ennegrecido escorpión, apostado sobre una pérgola. La gamba a la que se refería Cooper, supongo. O puede que sea una cigala. Nunca tuve clara la diferencia. Y ahora ya no importa.
Me acerco con dos golpes de pedal. En su día debió de parecerles realmente ingenioso, eso de poner una gamba de cartón piedra ahí arriba.
Me quito el casco ante el anciano que regenta el carrito de comida rápida. Despliego el caballete y me bajo de la bicicleta.
—Una hamburguesa deluxe, por favor.
El tembloroso hombrecillo se queda inmóvil, mirando al suelo. No se atreve a llevarme la contraria.
Todo apunta a que Cooper me la ha jugado otra vez, pero no conozco otro sitio para comer en los alrededores.
—Póngame cualquier hamburguesa —digo—. No tiene que ser deluxe.
Aparto la mirada mientras el hombre enciende la plancha y se afana con los porcinos muñones que tiene por manos.
Cuando le hinco el diente a la hamburguesa, confirmo mis sospechas sobre el malnacido de Cooper. Textura grumosa, regusto metálico. Como enjuagarse la boca con sangre coagulada. Intento no pensar en las palomas que se tambalean por el paseo marítimo. Cierro los ojos y contengo las arcadas. El panecillo reseco tampoco me lo está poniendo fácil, así que pido un café con leche. Sabe a tabaco rancio, pero me lo bebo en dos tragos y consigo que la hamburguesa acabe de bajar. Me pongo el casco y pago los cinco cups con un parpadeo.
—Aquí unidad 128. 10-8. Agente Gutterson, activo —anuncio con voz ronca, mientras me alejo de esa gamba del infierno.
Estoy perdonando ocho de mis veinte minutos de descanso.
Vuelvo al núcleo del sector B10, ascendiendo por otra vieja avenida cuyos edificios de piedra apenas asoman tras las montañas de barracones que… emergen de alquitranadas encías… como los dientes torcidos y cariados de un cíclope caído.
Déjalo, Gutterson. La poesía no es lo tuyo.
Me pesan las piernas. El sabor a goma quemada se me agarra a la garganta y siento un persistente hormigueo en la lengua. Es la hora del bajón.
El silencio es casi tan insoportable como el calor. Incluso los peores carroñeros se encierran a estas horas en sus cubiles, despatarrados y con el antifaz puesto, para respirar aire filtrado. Desde que me destinaron al turno de día, mi balance de kudos ya no es lo que era. Está claro que esos algoritmos me la tienen jurada.
Doblo una esquina a la izquierda antes de llegar a la plaza de la estrella y maniobro al azar por más callejas sudorosas, siguiendo el mapa de reojo para no invadir las cuadrículas de ningún otro agente.
Me paro a leer una pintada con grandes letras rojas en el muro de una iglesia. No sé lo que pone. Ni siquiera sé en qué idioma está escrita.
Sigamos.
Esto es MedCity. La metrópolis que zurcieron con los restos de pequeñas ciudades muertas. La capital del aire presuntamente respirable. Hasta que se demuestre lo contrario. Inspira, cruza los dedos, espira.
Venid con nosotros, habitantes de los territorios inundados. Hay sitio de sobra en MedCity. La ciudad que nunca está del todo dormida ni del todo despierta.
Se me agarrotan los gemelos de ambas piernas. Por la deshidratación, supongo. Pero mantengo apagado el motorcillo eléctrico y sigo dándole a los pedales. No se lo pondré tan fácil a la capitana Marley.
A sufrir, agente Gutterson. Todo esfuerzo es poco para salir de este barrizal.
Despliego en el visor mi balance de kudos. Mediocre al cuadrado. Extrapolando mis resultados de los seis últimos meses, estoy a siete años y medio de obtener el traslado a Titania. Casi nada.
Cierro los ojos.
Visualizo el prometido cielo púrpura, surcado por vaporosas nubes amarillas. Refulgentes erupciones de volcanes artificiales.
Adelante, heroicos pioneros. Seguid bombeando lava. Quiero encontrarme el bungalow calentito cuando me una a vosotros.
Torrentes de agua blanca fluyendo por cauces de plata. Pasarelas de acero avanzando por ese desierto de natillas…
Un estúpido bip bip bip interrumpe mis ensoñaciones coloniales.
¿La luz roja de la batería?
Pero, ¿qué broma es esta? He apagado el motor en cuanto he visto el indicador amarillo.
Alzo la vista hacia el cielo gris. Consulto la previsión eólica, confiando en un milagro. Nada. La boina de ceniza seguirá sobre nuestras cabezas un día más. Es inútil desplegar los alerones fotovoltaicos. Llegaré al final del turno con la batería seca. Y si los rumores son ciertos, la capitana Marley le dará un buen mordisco a mis kudos.
Echo pie a tierra, abro un formulario C4 y recito una incidencia.
—Agente Gutterson, placa 128. La batería de la unidad de desplazamiento con número de serie X26861 se descarga sola. Apenas he usado el motor en toda la jornada, pero el indicador ya ha bajado al rojo…
Error GT94. Bandeja de salida obsoleta. Reconfigure su perfil y vuelva a rellenar el formulario.
Encima eso. La intranet hace aguas por todas partes.
Los agoreros tenían razón. Un paso adelante para Titania, dos atrás para la Tierra. Ya no repondrán nada de lo que se caiga a pedazos.
Hay que largarse de aquí cuanto antes.
Sigo doblando esquinas al azar, como una rata de laboratorio, hasta que capto el inconfundible zumbido de otra bicicleta eléctrica. Un chaval encapuchado rueda hacia mí a toda velocidad. Al cruzar un bache, su guardabarros trasero se suelta y repiquetea por el asfalto. El niñato sigue escopetado, sin inmutarse. Cuando me dispongo a apartar esa chatarra de ahí en medio, el visor me advierte de la presencia de otras dos personas en un cercano callejón. Me acerco a echar un vistazo.
Un polvoriento individuo, encorvado y cubierto por un raído poncho, le susurra algo a una joven de cabello húmedo y ondulado. Ella se encoge de hombros y se muerde el labio inferior, dibujando una infantil sonrisa de negación. El hombre del poncho no insiste y se arrastra de vuelta a la alcantarilla de la que había salido. La chica sigue caminando y reconoce mi presencia con una mueca de desdén hacia la autoridad. Le veo el vientre. Está de cuatro o cinco meses, por lo menos.
—Disculpe, señorita —digo mientras ruedo hacia ella—. ¿Señorita? Necesito comprobar su certificado.
Con un suspiro de aburrimiento, la chica se sube la manga de la blusa. Le pongo el guante en el antebrazo derecho.
Probabilidad de alumbrar un ejemplar A: satisfactoria.
—Mi más sincera enhorabuena, señorita. Gracias por su colaboración.
Sin pronunciar palabra, se aleja contoneándose en sus ajustados pantalones y se escurre por una rendija entre dos cobertizos de chapa blanca.
Sigo pedaleando.
Qué suerte tienen algunos. Imagínate andar por ahí sabiendo que, pase lo que pase, al final de cada día te espera algo cálido bajo las sábanas. Y engendrar con ella uno de esos kids-A que vienen con un billete a Titania bajo el brazo…
Déjalo ya, Gutterson.
¿Qué cojones te pasa?
Pues que echo de menos a Caprice, eso es todo. Ya hace casi un año que desapareció del mapa.
Apenas recuerdo ya su rostro.
Quizá debería dejarme caer por el sector B08 esta noche y volver a preguntar por ella…
Mejor no.
Mucho cuidado, chaval. La capitana Marley se entera de todo.
Freno en seco al verme en un callejón sin salida, ante un bloque de cubículos que no consta en el mapa. No veo el sello oficial en ninguna parte. Parpadeo cuatro veces, hasta que el visor muestra la versión más reciente del formulario de construcciones ilegales de UrbanPax.
Error JJ674.
Extensión de archivo no válida.
Qué agonía. Cada día se inventan un error nuevo. ¿Vale la pena que siga dándome cabezazos contra esos pantallazos azules? ¿Para arañar uno o dos míseros kudos con una denuncia que nadie se molestará en tramitar?
Doy media vuelta y sigo pedaleando.
Un paquete verde surca el cielo, aterriza ante mí con un triste ¡plof!, y desparrama un millar de guisantes congelados.
La tarde se anima.
—¡Chusma sobre ruedas! —grita una voz femenina desde uno de los cubículos más altos.
Supongo que eso va por mí.
Una melena dorada asoma fugazmente por una ventana. Algo plateado gira en el aire, hacia mi cabeza. Espero hasta el último instante para atraparlo al vuelo con la mano derecha. Un tenedor. Lo sostengo durante unos segundos entre el índice y el pulgar, antes de dejarlo caer en la papelera más cercana.
—Atención, SIR. Aquí agente 128, disponiéndome a atender un 10-103-M en la cuadrícula BF1039.
Encadeno la bicicleta a una farola y empiezo a subir por las escaleras metálicas, pero me invade la impresión de que el manillar ha quedado en un ángulo raro, como poco elegante, así que vuelvo sobre mis pasos, lo enderezo y entonces sí que subo por las escaleras y avanzo por la pasarela de acero, marcando el paso, hasta plantarme ante el cubículo del que parecía proceder el tenedor. Cuando me dispongo a llamar, la puerta corredera se abre. Una mujer rubia, de cuarenta y tantos, vestida con un camisón blanco. Atractiva, hasta cierto punto.
—Chusma uniformada —dice—. Eso es lo que sois. ¡Que se entere todo el mundo!
—Buenas tardes, señora. Acabo de presenciar el lanzamiento a la vía pública de alimentos y utensilios de cocina, de manera que me veo en la obligación de preguntarle si usted es la responsable.
—Corta el rollo, ¿quieres? —dice, dándome la espalda.
La sigo al interior del cubículo. Un cuchitril estándar. Tenue luz verdosa, paredes forradas de grafeno, cojines en el suelo y muebles de cartón.
—¿Por qué has tardado tanto?
Me encojo de hombros.
—Te recordaba más alto, la verdad. Y, desde luego, más guapo. Por cierto, te llamabas… —dice achinando los ojos para leer mi insignia.
—Gutterson.
—Bien por ti. El caso es que pasamos un buen rato, no me lo negarás.
—No sé a qué se refiere.
—¿Por qué no has venido antes?
—Señora, tranquilícese —digo mostrándole las palmas de las manos—. Creo que me confunde con otra persona.
—¡Eres demasiado bajito para ser agente, Gutterson! ¡Solo eres chusma sobre ruedas!
—Baje la voz, señora. Le concedo treinta segundos para serenarse y guardar silencio. Si no obedece, estaré habilitado para emprender medidas de coerción física.
—Sí, claro. Como si fueras a perder tu valioso tiempo en alguien como yo.
—Hablo muy en serio.
—No te atreverás a tocarme.
—Compórtese, por favor.
—¿Y qué pasa si no me comporto?
—Me vería obligado a quemarle su colección de libros.
—No tengo ningún libro.
—Eso está claro —digo—. Si leyera un poco más, habría pillado el chiste.
—Así que eres un graciosillo, ¿eh? Sí, salta a la vista que eres un chiste andante.
—Un respeto, por favor.
Se le escapa una sonrisa. Supongo que no está tan perturbada como quiere aparentar. Simplemente, se aburre.
—Pues ya que estás aquí, Gutterson —dice mientras desliza una mano por mi brazo derecho—, quiero que me aclares un par de dudas sobre esos nuevos visados para Titania.
—Mire, señora…
—¿Cómo que señora?
—¿Señorita?
—Desde luego. Señorita Berta Vikander.
—Señorita Vikander, toda la información sobre los visados está disponible en la web del Consorcio Segunda Génesis. Si lo prefiere, puede consultarlo directamente con el oráculo oficial del Conseg. Solo tiene que descargarse la app en…
—No me vengas con esas, Gutterson —me corta—. Sé perfectamente que los agentes de proximidad de UrbanPax también prestáis servicios de asesoramiento personal.
—Pero…
—Haz el favor de sentarte ahí.
—De acuerdo. —Me dejo caer sobre los cojines del suelo—. Le informo de que esta conversación será grabada para garantizarle el mejor servicio.
—¿Te importaría quitarte ese cubo de la cabeza?