Hacia una nueva autoridad - Haim Omer - E-Book

Hacia una nueva autoridad E-Book

Haim Omer

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Beschreibung

Hacia una nueva autoridad es un manual imprescindible para el éxito en las relaciones entre padres e hijos. Cuando los problemas amenazan con sobrepasar a la familia, es útil tener una guía con la que orientarse. ¿Qué necesitan los padres cuando reina el caos y los niños se comportan como pequeños tiranos? Esta obra plantea un enfoque tan sencillo como novedoso para estas situaciones: se tiene que combinar la autoridad paternal firme con el esmero en la protección y el cuidado de los hijos.

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HAIM OMER y PHILIP STREIT

Hacia una nueva autoridad

El secreto de los padres firmes

Traducción de Luisa Vea Soriano

Herder

Título original: Neue Autorität: Das Geheimnis starker Elterns

Traducción: Luisa Vea Soriano

Diseño de portada: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2016, Vandenhoeck & Ruprecht GmbH & Co. KG, Gotinga

© 2019, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN digital: 978-84-254-4177-6

1.ª edición digital, 2019

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

Introducción

1. El anclaje como principio fundamental de una educación exitosa

• El secreto de una educación exitosa

• Primera forma de anclaje: la estructura

• Segunda forma de anclaje: la presencia y la atención vigilante

• Tercera forma de anclaje: el autocontrol y la desescalada

• Cuarta forma de anclaje: el apoyo

• Sinopsis

2. La presencia o el arte de estar ahí

• Presencia interior y exterior

• ¿Cómo se puede construir y fomentar la presencia de los padres?

• Excurso: los «padres helicóptero» o cuando la educación viene determinada por el miedo de los padres

• Sinopsis

3. La atención vigilante o el arte de prevenir peligros

• La atención vigilante como proceso flexible

• Las trampas de la atención vigilante

• Cómo aplicar la atención vigilante en la vida cotidiana

• Sinopsis

4. La desescalada o el arte del autocontrol

• Salir de la espiral de escalada del conflicto

• El procesamiento del estrés: un poco de neurobiología

• Los caminos hacia la desescalada y el autocontrol

• ¿Se puede aprender el arte de la desescalada?

• Sinopsis

5. Educar juntos o el arte de apoyarse

• Conseguir una red de apoyo: evitar los obstáculos

• Reglas para la creación de una red de apoyo

• Ayudantes potenciales: ¿quién puede ayudar?

• Los roles de los ayudantes: ¿cómo pueden apoyarnos los otros?

• La función de los terapeutas en el proceso de apoyo

• Reuniones de los grupos de apoyo: una forma especial de colaboración

• Sinopsis

6. La resistencia o el arte de desarrollar alternativas al castigo

• Cómo alcanzar objetivos educativos: ¿premiar, castigar o discutir para llegar a acuerdos?

• La alternativa: la resistencia de los padres frente a los comportamientos destructivos y peligrosos

• Formas de resistencia

• Sinopsis

7. Todo irá bien o el arte de la reparación

• El significado de la reparación

• La reparación como un proceso que implica a padres e hijos

• El proceso de reparación

• Sinopsis

8. El secreto de los padres firmes: educar con éxito no es cuestión de magia

A modo de conclusión: la educación exitosa y el «no» de los padres

Agradecimientos

Para saber más

Introducción

Se ha escrito y discutido mucho acerca de la nueva autoridad. Se ha reflexionado y se ha investigado sobre este concepto desde diferentes puntos de vista, pero ¿por qué tiene éxito este enfoque tan simple como novedoso que combina la autoridad con el cuidado de las relaciones? Resulta sorprendente: cuando los padres y otras personas de referencia cambian y adoptan una actitud diferente, los niños y adolescentes también cambian. En lugar de castigar severamente a sus hijos para conservar el control, los padres resisten las provocaciones, fomentan la reparación y reclaman apoyo, dando lugar de este modo a múltiples posibilidades de desarrollo positivo de los conflictos.

Haim Omer ha escrito numerosos libros sobre el tema de la nueva autoridad, la mayoría de ellos dirigidos a profesionales. Aunque se trata de textos muy descriptivos y prácticos, hasta ahora el autor no había publicado una guía para padres, un manual accesible para el público general que explicara por qué el modelo de la nueva autoridad resulta tan útil y fortalece tanto a los padres como a los niños y a los adolescentes.

Se nos propuso entonces, al psicólogo y profesor Haim Omer y al psicólogo Philip Streit –que trabajan desde hace más de veinte años con padres, niños, jóvenes, familias y grandes grupos– escribir una guía para padres sobre el tema de la nueva autoridad.

Estamos orgullosos del resultado de este trabajo. Este libro revela el secreto de los padres firmes y muestra, paso a paso, cómo tener éxito en la convivencia paterno-filial.

La estructura del libro es tan inusual como el modo en que surgió. El libro puede comenzarse por el final, donde encontramos un capítulo sobre el elemento más importante para una educación exitosa: el no parental; pero también puede comenzarse por el principio. Todos ellos pueden leerse de manera independiente.

En el primer capítulo se explica la imagen que subyace a la nueva autoridad destinada a lograr una educación exitosa: los padres como un puerto seguro en el que anclar. Los padres deben ofrecer protección, asumir sus responsabilidades, estar alerta y, si es necesario, salvar al niño cuando este sea un barco en peligro de zozobrar.

El segundo capítulo se ocupa del principio fundamental de la fortaleza parental: la presencia. En él se muestra con ejemplos prácticos cómo los padres pueden mostrarse seguros y confiados y tener una postura clara en la educación, cómo mantener una buena relación en situaciones difíciles y cómo pedir a los hijos que asuman ciertos retos.

El tercer capítulo trata de qué hacer cuando las señales de alarma se multiplican y el barco infantil se encuentra en mar abierto y a la deriva. En estos casos es necesario ejercer una atención vigilante. Esta parte del libro habla del extraordinario poder de la actitud vigilante, de la fuerza de las medidas unilaterales y del hecho asombroso de que, precisamente en estas situaciones, muchas veces puedan encontrarse soluciones comunes.

El cuarto capítulo se ocupa del arte del autocontrol y la desescalada. En él se explican las técnicas que pueden utilizar los padres para mantener la calma y el control en las situaciones más difíciles y se presentan métodos sorprendentes para evitar emprender acciones precipitadas.

El quintocapítulo se adentra en el mundo del apoyo. Sin apoyo es infinitamente más complicado manejar la educación de los hijos, especialmente cuando aparecen las provocaciones y las dificultades. En situaciones de crisis es frecuente que los padres quieran permanecer solos y que, al hacerlo, entren en un remolino de impotencia y desesperación. Muchas veces no se dan cuenta de que la ayuda se encuentra muy cerca. En esta parte del libro aprenderá cómo conseguir ayuda.

El sexto capítulo está dedicado a la resistencia parental. La resistencia es una de las claves de la fortaleza y la autoridad de los padres y una alternativa muy eficaz al método del castigo en la educación. En él conocerá y aprenderá a utilizar las principales técnicas de resistencia.

El séptimocapítulo trata, de nuevo, de la relación y la reparación. Si la resistencia de los padres fortalece el desarrollo autónomo y la independencia del niño, la reparación del daño causado los fortalece todavía más.

Al final del libro volverá a encontrarse con el no parental, que probablemente ya habrá descubierto al principio.

Esperamos que la lectura le resulte amena y provechosa. Lo invitamos a compartir con nosotros sus comentarios e impresiones escribiendo a:

Haim Omer: [email protected] Streit: [email protected]

1. El anclaje como principio fundamental de una educación exitosa

Visitamos la casa de Andrea y Stefan una tarde de domingo bastante tranquila. Los cuatro hijos —Jakob, Manuel, Emilia y Valentina— están en casa. Stefan, que es médico, ha salido a atender una emergencia. Andrea, asistente médico profesional, nos recibe y nos invita a entrar a la casa. No se nota la presencia de los niños. Todos están ocupados en algo, desde Jakob, que tiene ocho años, hasta Valentina, la benjamina, de dos años. Jakob está leyendo un libro, su hermano Manuel está haciendo manualidades. Emilia, de cuatro años, experimenta con la pintura, y Valentina está jugando con sus peluches. La pequeña examina con interés a los visitantes, se acerca constantemente a su madre, pero luego vuelve a concentrarse en sus anima-les de peluche. Entonces a Manuel le sale algo mal. Como se siente frustrado, empieza a molestar a Jakob, que está leyendo, e intenta quitarle el libro. Andrea se mete entre ellos, aparta a Manuel y le dice: «Eso no está bien. Si no te sale algo, puedes pedirme ayuda, y cuando termine, vendré a ayudarte». Parece que Manuel va a llorar, pero sigue con las manualidades. Poco después, Jakob y Manuel le preguntan a su madre si pueden ver una película. Andrea les contesta con un tono tranquilo: «Podéis ver la película durante una hora y no más». Mientras tanto, Emilia ha terminado su obra de arte y nos la muestra orgullosa. En medio de todo esto, a Andrea le queda tiempo para servirnos un café y una tarta mientras mantenemos una agradable conversación. Lo que resulta sorprendente es que Andrea nos presta atención y al mismo tiempo está totalmente pendiente de sus hijos. Su serenidad y autoridad inundan cada rincón de la casa. «Estoy convencida de que se puede», contesta sonriendo y segura de sí misma cuando le preguntamos cómo puede gestionarlo todo y mantener la calma todo el tiempo. «A veces es duro», admite; «se me acaban las fuerzas. Pero en esos momentos cuento con la ayuda de Stefan o de los abuelos, tanto de mis padres como de los de Stefan». Cuando pasa algo, Andrea no habla mucho; espera y observa. Por lo general, esto es suficiente. Todo vuelve a su cauce por sí solo. Se nota que los niños se sienten a gusto en su casa.

Claudia también tiene cuatro hijos: Matteo, de catorce, Benedikt, de once, Leon de cinco y Leonora, de dos. Su espaciosa casa es un caos absoluto. En el centro del salón está encendida la televisión, una Samsung de gran tamaño. Matteo está tumbado en el sofá con su iPad. Benedikt fastidia a la pequeña Leonora o apremia a su madre con sus interminables deseos. Leon corre desenfrenado por la casa. A los niños les han realizado un examen psicológico y ninguno de ellos es hiperactivo ni tiene deficiencia alguna. Claudia está sentada en la mesa de la cocina e intenta poner orden. Cada vez eleva más la voz: «¡Benedikt, no hagas eso! Deja tranquila a la niña, por favor. Matteo, haz el favor de dormir un poco. Leon, tranquilízate de una vez, ¡esto no puede ser! ¡Leon, a tu habitación! ¡Benedikt, deja de pegar a la niña!». Así ocurre durante horas y horas cuando los cuatro niños están en casa. Robert, el padre, no está. Prefiere ocuparse fuera del hogar. Claudia está al borde de la desesperación: «Estoy desbordada, no podré soportar esto mucho tiempo más». Amenaza a los niños, casi a gritos, con que habrá consecuencias. Dice que les va a prohibir ver la televisión o usar el móvil o el ordenador, pero luego no lo hace. A veces toma medidas draconianas. Encierra a los niños hasta que se calman. Pero nunca les pega. «No consigo hacerlo de otra manera», dice Claudia suspirando, «y Robert no me ayuda. Sería genial que pudiera hacerse cargo de algo. Me da miedo quedarme sola en casa con los cuatro niños. No sé cómo actuar y solo me queda esperar que no hagan demasiadas travesuras».

La educación de los niños es una aventura, un riesgo, no solo si se tienen cuatro hijos, sino también si se tienen uno o dos. A veces todo marcha sobre ruedas; algunos padres no necesitan intervenir mucho para que la convivencia funcione sin grandes problemas. En otras familias, en cambio, reina el caos y los niños se comportan como pequeños tiranos con sus padres. ¿De qué depende que funcione la educación, que los padres sean firmes y tengan autoridad? ¿Qué condiciones y qué procesos hacen que los padres se sientan cada vez más débiles y desorientados? En definitiva, la pregunta que ocupa a tantos padres y educadores es: ¿Cuál es el secreto de una educación exitosa?

El secreto de una educación exitosa

Sabemos bastante bien qué es lo que no queremos: una educación autoritaria como la que solían practicar nuestras abuelas y abuelos. Ocuparse de las necesidades de los niños era algo que tenía más bien poca importancia. La instancia que tenía la autoridad exigía que se cumplieran las normas y no hacerlo se castigaba severamente. Los padres eran inaccesibles y decidían lo que estaba bien y lo que estaba mal. El sentimiento que imperaba en la educación autoritaria era, y sigue siendo, el miedo. Miedo a hacer algo mal, a fracasar, a no ser querido. La educación autoritaria se basaba en romper las relaciones y negar el amor como medios de control. A esto había que añadir, a menudo, el uso de la violencia, que hoy en día, por suerte, está castigada.

No se puede afirmar que la educación autoritaria no diera resultados, pero lo cierto es que, en muchos casos, los resultados eran más bien poco deseables. Dependiendo de cuál fuera su temperamento, un niño o un adolescente podía convertirse en una persona apocada, con una actitud pasiva, o en una persona rebelde que reaccionaba de manera violenta y luchando abiertamente por el poder.

Hacia finales de la década de los 70 del pasado siglo, entre otras cosas a causa de las horribles experiencias durante los años del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial, la educación autoritaria ya no se consideraba útil. Los conceptos del laissez-faire o de la educación cooperativa que siguieron a esta confiaban en el encuentro, la sinceridad, la libertad, el aliento y la confianza. Tan solo había que dejar que el niño hiciera lo que quisiera y él mismo desarrollaría su potencial. Estaba mal visto que los padres pusieran reglas o, en todo caso, todo tenía que discutirse hasta llegar a un acuerdo.

Los resultados de la educación cooperativa antiautoritaria son decepcionantes. Los estudios muestran que este tipo de educación no consigue el desarrollo y el florecimiento pretendidos. Como este modelo educativo nunca obligaba a los niños a conformarse, muchos de ellos muestran poca tolerancia a la frustración y una tendencia a sobrepasar los límites. Cuando se los educa según el modelo antiautoritario, en el que cada uno depende de sí mismo, los niños, que por naturaleza son «débiles», se hunden pronto y acaban sintiéndose asustados, deprimidos y faltos de autoestima en un mundo cada día más complejo. Los niños de temperamento más fuerte a los que se les permite hacer y dejar de hacer todo lo que quieran a menudo llegan a convertirse en auténticos tiranos para los que nada es sagrado y que hacen prevalecer sus propios intereses sin parar mientes en las pérdidas. Sin embargo, tampoco suelen tener una buena autoestima, pues nunca aprendieron a enfrentar las dificultades.

Hoy en día observamos con frecuencia las consecuencias de este tipo de educación. Los padres reniegan y se lamentan porque los acuerdos de cooperación a los que llegaron no se respetan y lo único que pueden hacer es esperar a que, a pesar de ello, todo vaya bien. A menudo caen en la pasividad o la resignación. Todo les da igual. Y cuando quieren demostrar su autoridad, e imponerse, se espantan ante su propia dureza.

¿Qué hacer, pues? ¿Qué camino elegir? Un modelo que, en gran medida, contribuye indiscutiblemente al éxito de la educación y al buen desarrollo de los niños es el modelo del apego seguro, que consiste sencillamente en transmitir a los hijos que siempre estamos ahí para ellos y, de este modo, fomentar su confianza básica. El psicoanalista y psiquiatra infantil John Bowlby y los psicólogos estadounidenses Mary Ainsworth, Richard Ryan y Edward Deci consideran que un apego seguro es requisito previo para el desarrollo de la autonomía y la confianza, que son lo que permite a los niños superar los desafíos de la vida. Para desarrollarse bien, los niños necesitan un refugio, necesitan tener en sus padres un puerto seguro en el que refugiarse. Este puerto debe ofrecer abrigo a los barcos y al mismo tiempo permitirles partir y vivir sus experiencias.

Los principios de un puerto así son: «siempre estaré ahí para ti». Siempre podrás regresar a mí para cargar energías, descansar o buscar consuelo. El puerto simboliza los brazos abiertos de los padres y su presencia incondicional, aunque el grado de atención varíe a lo largo de la vida. Cuando un niño o una niña empiezan a gatear, se golpean contra algo y empiezan a llorar, encuentran consuelo en los brazos de su madre o de su padre. Más adelante, cuando van a la guardería y se encuentran agotados al final de un largo día, sus padres son para ellos un refugio en el que sosegarse y descansar. Cuando los jóvenes salen a navegar a mar abierto pueden estar seguros de que a su vuelta podrán regresar a su puerto natal. Esta es una certeza que llevan dentro de sí como una brújula, una cer- teza que los guía y les muestra siempre el camino hacia tierra firme, incluso cuando ya han alcanzado la edad adulta. Este pedazo de hogar sobrevive a todas las crisis y ofrece seguridad y refugio. Cuando brilla el sol y el mar está en calma, los capitanes animan a sus marineros a salir al mundo y a vivir nuevas experiencias. Como un faro, los padres señalan que siempre estarán ahí y que siempre tendrán un lugar para los que regresan.

Pero, continuando con el símil del puerto, hay algo más que resulta necesario y urgente. Porque, ¿quién o qué impedirá que el barco se golpee en el puerto contra los muros del muelle cuando la mar esté agitada? ¿Quién lo mantendrá en el puerto o lo traerá de vuelta cuando se levante un vendaval o una tormenta? ¿Quién lo protegerá de todo tipo de tentaciones, peligros y derivas? ¿Quién estabilizará el barco cuando, sin nadie que lo guíe, corra el peligro de caer en adicciones o caprichos, en la de- sorientación, la agresividad o la depresión? ¿Quién pondrá límites claros cuando entre demasiada agua en la nave? Además de servir como un puerto seguro, la educación exitosa y segura de sí misma se distingue por cumplir con una función de anclaje, que proporciona reglas y estructuras y mantiene el buen rumbo del barco en caso de peligro inminente.

Por lo tanto, el principio fundamental de una educación sólida y exitosa, recordemos a Andrea, consiste en ser un ancla firme para los niños y los jóvenes. El ancla representa la función de protección y vigilancia de los padres. No cabe duda de que cumplir con esta función de anclaje exige mucho a los padres. Para eso, ellos también deben estar bien anclados y convencidos de su eficacia personal. Necesitan confiar y creer en que sus hijos los necesitan y los aman y necesitan desarrollar la capacidad de exigirles.

Entonces, ¿hay padres que tienen esta capacidad de servir de ancla y otros que no? Un buen anclaje se basa en cuatro principios fundamentales, los cuales pueden aprenderse y practicarse: el primero es la estructura; el segundo, la presencia y la atención vigilante; el tercero, el apoyo; y el cuarto, el autocontrol y la desescalada.

Primera forma de anclaje: la estructura

En estos tiempos modernos y liberales casi está mal visto hablar de estructura, orden y reglas, pues se dice que estas impiden el buen desarrollo del niño. Muchos padres evitan establecer reglas claras porque temen poner en peligro la relación, el amor mutuo y la amistad con sus hijos. Sin embargo, todas nuestras experiencias de trabajo con niños en Alemania, Austria, Suiza e Israel, así como estudios realizados en todo el mundo, muestran que una educación en la que reina el caos en lugar del orden origina graves problemas. Los niños necesitan límites. Cuando se satisfacen todas sus necesidades según ellos mismos deciden, se sienten terriblemente desbordados. Todavía no saben lo que está bien y lo que está mal. Además, el caos crea padres indefensos, que lo aceptan todo de manera totalmente desestructurada. La falta de orden aumenta los temores infantiles y promueve y alimenta la violencia, la desorientación y la desesperanza. La existencia de estructuras fiables es la base de una educación exitosa a través del anclaje. El miedo de los niños disminuye cuando crecen con un conjunto de normas claro. Algunos estudios sobre la hiperactividad muestran que las reglas y las bases establecidas por los padres aportan gran estabilidad a los niños afectados. Así que la estructura tiene un efecto positivo en el bienestar y el desarrollo de los niños. Lo importante es que son los padres quienes establecen esta estructura; este no es un tema de debate. Para hacerlo pueden utilizar las siguientes palabras: «Estas son nuestras reglas y nuestras condiciones. Ponerlas es nuestro deber como padres». De este modo, los padres se fortalecen y refuerzan su función de anclaje.

Segunda forma de anclaje: la presencia y la atención vigilante

La presencia parental comprende todas las acciones y actitudes a través de las cuales los padres transmiten a sus hijos: «Aquí estoy y aquí seguiré estando, también en los malos momentos, cuando quizá quieras que me vaya y cuando tengas problemas o te encuentres ante un peligro».

La presencia es la capacidad y la habilidad de los padres para asumir la responsabilidad de la educación de sus hijos, manejar constructivamente los conflictos y servir siempre de ancla, aunque a veces sea difícil. La presencia es también la convicción de la eficacia personal y el convencimiento de que los hijos nos aprecian. La presencia es estar convencidos internamente de que podemos exigirles algo a nuestros hijos.

La parte práctica de la presencia es lo que llamamos atención vigilante, un elemento fundamental de la función de anclaje. La actitud característica de la atención vigilante es: «¡Todo lo que le pasa a mi hijo es importante para mí! ¡Quiero estar al corriente de la vida de mi hijo y compartirla con él!». La atención vigilante permite a los padres reconocer los peligros desde el principio y prestar atención a cuándo deben tensar más la cuerda del ancla y cuándo pueden aflojarla. La atención vigilante acompaña al barco cuando hay oleaje y lo mantiene navegando en un rumbo seguro, para que cuando regrese la calma vuelvan a soltarlo en alta mar.

Hay tres niveles de atención vigilante: la atención básica, relativa a todo tipo de problemas y necesidades (atención abierta); la atención focalizada, cuando los niños y jóvenes envían señales de socorro; y la atención unilateral, que son las medidas adoptadas unilateralmente para proteger el barco en situaciones de peligro. La experiencia demuestra que los jóvenes, en particular, protestan cuando el barco es conducido a puerto, pero que posteriormente, cuando se dan cuenta de lo fuerte que era la tormenta, están muy agradecidos. Así lo muestra el siguiente ejemplo:

Un chico de dieciséis años le dijo a su novia que su madre era genial, que le permitía hacerlo todo solo y que no lo controlaba en absoluto, que él era libre e independiente. Y la chica le contestó: «¿De verdad? ¿Entonces tu madre no se preocupa por ti?».

Tercera forma de anclaje: el autocontrol y la desescalada

Recordemos a Claudia. Su intento de controlar el comportamiento de sus hijos acabó siendo un caos por un motivo muy sencillo: por mucho que queramos no podemos controlar el comportamiento de los demás; tampoco el de nuestros hijos. Lo único que podemos controlar es nuestro propio comportamiento. La decisión está en nuestras manos. Podemos lamentarnos desesperadamente, criticar a nuestros hijos, ignorarlos o acercarnos a ellos con mensajes claros. Tenemos la oportunidad de contener nuestras emociones e impulsos de ira, rabia y falta de control en las situaciones difíciles. Para ello contamos con el instrumento de la desescalada, que fortalece nuestro autocontrol, abriendo así nuevas posibilidades en el proceso educativo.