Hasta que el Gran Pedo Nos Separe - Donald Rump - E-Book

Hasta que el Gran Pedo Nos Separe E-Book

Donald Rump

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Beschreibung

Los temores de Helen Hubbard finalmente se han confirmado. Una mañana, durante el almuerzo en su restaurante favorito, su esposo Gary le confiesa que la ha estado engañando, y está listo para abandonarla en un instante. Cuando ella hurga en el asunto, descubre más de lo que quería saber sobre Muffy, la misteriosa amante de él. "¿¿¿Entonces me estás dejando por un pedo???", exclamó Helen. Para un lectores maduros (y no tanto). Aproximadamente 2500 palabras.

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Hasta que el Gran Pedo Nos Separe

Donald Rump

Libros de Donald Rump

A Punto de Reventar

Buscando a Floofy

Cuatro Cuentos Apestosos (Volumen 1, 2)

El Aspirante a Pedonauta

El Crítico Enculado

El Matrimonio Apesta

Embotellando Pedos

Escapada de Fin de Semana

Hasta que el Gran Pedo Nos Separe

© 2015 Donald Rump. Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida por cualquier medio (electrónico, mecánico o cualquier otro) sin el expreso consentimiento escrito del autor.

Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y situaciones son o bien producto de la imaginación del autor o usados ficcionalmente. Cualquier semejanza con acontecimientos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es completamente casual.

Composición, formato y diseño del E-book por Donald Rump.

Imágenes bajo licencia de DepositPhotos.com y © Santalucia Art Inc. (#10024679). Dibujos de pedos por Mel Casipit.

Primera Edición (v1.0)

Publicado el 1 de abril de 2015

Última actualización el 7 de julio de 2018

Index

Página del Título

Libros de Donald Rump

Derechos de Autor

Dedicación

Hasta que el Gran Pedo Nos Separe

Sobre el Autor

Ad 1: El Matrimonio Apesta

Ad 2: A Punto de Reventar

Hasta que el Gran Pedo Nos Separe

—Conocí a alguien.

Gary Hubbard bajó los ojos y miró al piso.

—¿Y? —dijo su esposa Helen, untando queso crema sobre la rosquilla de pasas y canela.

—Y. . . lo siento. . . quería decírtelo antes. . .

Mantuvo los ojos clavados en el piso.

—¿Decirme qué?

—Es sólo que. . . lo siento, querida, pero ya no podemos estar juntos. ¡Encontré a mi único y verdadero amor! —confesó Gary.

Helen no se inmutó, ni le rompió un plato a Gary contra su grueso cráneo. Se sentó a la mesa, tranquila y serena, y tomó un sorbo de café.

—¿Hace cuánto que ocurre?

Volvió a dejar la taza en el platillo.

—¿Cuánto? —Gary recorrió el restaurante con la vista, con la frente perlada de sudor.

—¿Por cuánto tiempo te la has estado tirando? —Ella se inclinó hacia adelante, tomó a Gary por la corbata a rayas y lo miró directo a los ojos. Helen solía ser despiadada al expresar su disgusto, lo que más de una vez había derivado en que alguien llamara a la policía por violencia doméstica. Para consternación de los oficiales, se encontraban con que ella era la culpable, pero igual encerraban a Gary. Las conexiones del padre de ella con el departamento la ayudaban a salirse con la suya en todo, y Gary temía que esa ventaja un día resultara fatal.

Las esquinas de la boca de Helen se torcieron hacia dentro al tiempo que los ocupantes de una mesa cercana advertían la situación, pagaban la cuenta y se alejaban apresuradamente. Se gestaba una tormenta. Rápidamente.

—No, no se trata de eso —dijo Gary, agitando la mano.

—Entonces dime de qué se trata. —Helen lo soltó, se sacudió las migas del vestido y volvió a sentarse. Tomó otro sorbo de café, cansándose ya de la conversación. No podía esperar a tener la oportunidad de abofetearlo una vez que llegaran a casa. Quizás lo ataría a la pata de la cama esta vez, y le azotaría el pellejo peludo hasta hacerlo sangrar. No había hecho eso desde la muerte de su marido anterior, que la había hecho salir a la caza de su próxima víctima.

—Apenas la conocí esta mañana —dijo Gary.

—¿Y eso fue suficiente para que decidieras desechar tu matrimonio de cinco años en medio del desayuno del domingo? —Ella arrojó hacia un costado el contenido de su taza de café, escaldando a un camarero que pasaba. En vez de disculparse y responsabilizar a su marido, como hacía siempre, su ánimo se ensombreció. — Esto se va a poner muy feo. ¿Estás seguro de que quieres jugar este juego?Adelante, divórciate de mí. Perderás todo —lo desafió.

—Sí. —él sacudió la cabeza con determinación. — Eso sería lo mejor para todos.

¡Vaya, había sido fácil! Helen se enderezó en la silla, descolocada por su conducta audaz.

—Espera un minuto. Dijiste que habías conocido a esta golfa esta mañana, ¿estoy en lo cierto?

—Mmmh mmh.

—Bueno, eso es imposible. Estabas conmigo esta mañana. ¿Estás seguro de que no fue uno de tus sueños húmedos? —Helen inclinó la cabeza.

—¡Ahí es donde la conocí! —insistió Gary.

—¿Dónde? ¿En nuestra cama?

—Sí.

—¿Conociste a esa sucia perra en nuestra cama? ¿Cómo es eso posible siquiera?

—No lo sé. Simplemente sucedió.

—Te movió el piso, ¿no?

Helen tomó un cigarrillo de su bolso y lo encendió. Un camarero se acercó a la mesa, limpiándose la mancha de café de la camisa blanca.

—Señora, no se puede fumar en el restaurante.

—Vete a la mierda, o lo apagaré en tu escroto—le dijo ella, lanzándole humo a la cara.

—Lo siento, señora, pero es por la alarma contra incendios —señaló él—. Si detecta humo, se encenderán los rociadores.

Helen lo miró con sus ojos verdes y furiosos, clavándole la vista y haciendo que se volviera y fuera a la cocina.

—Dime su nombre.

Le dio otra pitada a su cigarrillo.

—Muffy —dijo Gary.

—¿En serio? ¿Me dejas por una perra llamada Muffy? —dijo Helen.

—¿Por qué? ¿No te gusta el nombre? Bueno, supongo que podría cambiarlo a Fluffy. ¿Cuál prefieres, Muffy o Fluffy? —preguntó Gary.

—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Helen, apuntándole con el cigarrillo—. No me estás preguntando de verdad el nombre de tu novia, ¿verdad?

—En realidad no. Sólo me pregunto cuál suena mejor.

—¿Y qué tal "Jódete"? ¿Ese te parece bien?

—Nah, me gusta más Muffy.

—¿Qué bicho te ha picado, Gary? Primero me dices que me estás engañando, ahora me dices que ni siquiera sabes el nombre de tu nov. . .

—Hey, no dije que no sabía su nombre. Sólo necesito ponerle uno, eso es todo —la corrigió Gary.

—¿Por qué? ¿No venía con nombre ya? Bah, ni siquiera voy a preguntar. —Helen podía sentir la sangre hirviéndole hasta el cuello. Echó la ceniza del cigarrillo en el vaso de agua y siguió fumando. — Lo que quiero que me expliques es cómo ustedes dos se conocieron en nuestra cama.

—Bueno, ahí es donde la encontré.

—¿Qué significa eso?—preguntó Helen, agitando las manos en señal de frustración.

—Disculpe, señora. No se puede fumar en el restaurante. —Era el gerente, que se había acercado a la mesa acompañado por el cobarde camarero.

—Muy bien. —Helen apagó en cigarrillo en el dorso de la mano de su esposo.

Gary chilló y retiró la mano.

—¿Mejor? —Helen miró hacia arriba, desafiando al gerente a decir otra palabra.

—No, eso es todo —dijo el gerente, haciéndole un gesto al camarero para que trajera la cuenta.

—¿Entonces tuviste sexo con ella en nuestra cama? —Helen fijó la vista en su esposo herido.

—¿Qué? ¡No!

—¿Entonces cómo sabes que ella puede compararse conmigo? No cualquier chica se prestará alegremente a hacer todas las cosas que tú quieras.

—Bueno, supongo que tendré que arriesgarme y averiguarlo —dijo Gary, mirándola. Remojó la servilleta de tela blanca en su agua helada y se la pasó por la mano.

—Déjame entender esto. La conociste en nuestra cama, ¿pero no tuviste sexo con ella?

—Así es.

—¿Y dices que fue por la mañana?

—Sí, esta mañana.

—¡Mentiroso! ¿Cómo es eso posible siquiera?

—No lo sé, pero los milagros ocurren si abres tu corazón a ellos. Todo lo que necesitas es un poco de fe en que todo saldrá bien, y un día encontrarás a quien estabas buscando.

—OK. . . —Helen sacudió la cabeza, claramente no convencida. — —¿A qué hora la conociste entonces?

—Oh, no lo sé. Creo que cerca de las nueve —dijo Gary.

—¿9 AM?

—Sí.

—¿Esta mañana?

—Así es —asintió él.

Helen se inclinó y le abofeteó la cara.

—¡Eso es físicamente imposible! Yo aún estaba en la cama contigo. ¿Estás seguro de que estás pensando en el día correcto?

—Hey, no estoy loco. Sé la diferencia entre ayer y hoy —dijo Gary, frotándose la mejilla.

Los camareros dieron un respingo cuando la mano de Helen flotó sobre el cuchillo, pero todo lo que ella hizo fue reír.

—Entonces ¿qué clase de novia es, un fantasma? —Helen sacó otro cigarrillo.

—Algo así. Es un pedo —sonrió Gary.

—¿¡Qué!? —Ella casi se tragó el cigarrillo.

—Bueno, supongo que no es políticamente correcto llamarla así. Sólo llámala mi novia gaseosa.

Helen dejó caer la mandíbula, y poco después, el cigarrillo.

—Lo siento, corazón. Imaginé que sería mejor decírtelo cuando pudiera entender mis emociones. Deberías estar feliz por mí. Verdaderamente feliz. Y puedes quedarte con el dinero. Maldición, probablemente es por eso que te casaste conmigo en primer lugar.

—Entonces me estás dejando. . . ¿¿¿por un pedo??? —exclamó Helen.

—¿Podrías dejar de llamarla así? Ella es una entidad gaseosa autoconsciente. ¡Trátala con respeto! Después de todo, si tú fueras un pedo, ¿querrías que te llamen. . . hey, espera un minuto. . . —Gary se rascó la cabeza.

—Oh, el error es mío. —Helen fingió ignorancia. — ¿Entonces es eso lo que pasó? ¿Alguien se tiró un pedo y tú te enamoraste perdidamente? —Rompió en carcajadas.

—Hey, ¿de qué te estás riendo?

—¡De lo absurdo que es todo! ¿De quién era el pedo? ¿Tuyo o mío?

—Bueno. . . —Gary seguía rascándose la cabeza. — La verdad, no estoy seguro con exactitud.

—¡Oh, por favor! —Helen levantó su taza de café, se dio cuenta de que estaba vacía y la golpeó contra la mesa. — Salió de ti o de mí.

—Pero no lo hizo. Créeme, lo sabría si hubiera salido de uno de los dos.

—¿Entonces quién lo hizo? ¿Casper, el Fantasma Amigable?

—Sabes que no creo en fantasmas —dijo Gary, frunciendo el ceño.

—¿Entonces qué? ¿Ratas? ¿Cucarachas? ¿Has estado escondiendo a un esclavo sexual en el armario? ¡Espera, ya sé qué es! Es esa muñeca inflable que te regalaron como una broma hace años. Pensé que te habías deshecho de esa cosa.

—Pero sí me deshice de esa cosa —dijo Gary, encogiéndose de hombros—. Bueno, supongo que sólo hay una posibilidad.

—¿Cuál?

—¿Alguna vez te has tirado un pedo por la vagina?

Helen miró alrededor, con la esperanza de que nadie más lo hubiera oído.

—¡Sí, eso es! No me extraña que no hubiera podido identificar el olor. ¿Sabes qué? Tus pedos vaginales son más amables que tú.

—¡Gary!

—Sólo digo que. . .

—Mira, Gary, me cansé de estos juegos. Si quieres realizar tus locas fantasías sexuales con Fluffy. . .

—¡Muffy!

—Como sea. Sólo di la palabra mágica y me iré de tu vida para siempre. —Helen se paró y tomó su bolso. — Pero la casa es mía. Y el Corvette. Y la cuenta que apartaste para los días difíciles.

—Muy bien, quédate con todo. —él tomó sus llaves, separó una y se la dio.

Helen tomó la llave. —¿Esto es todo, entonces?

—Sí, ¡adiós, perra! —respondió Gary, saludándola con la mano.

—¿En serio? —Ella dio un pisotón.

—¡En serio! —asintió él, cruzando los brazos.

—No puedo creer que estés más enamorado de mis pedos que de mí. —Las lágrimas empezaron a juntarse en los ojos de ella. — Aquí estoy, abandonada por un miserable pedo.

—No cualquier pedo. El pedo de mis sueños.

—¡Es que es incomprensible! No lo entiendo. —Las lágrimas le corrían por las mejillas. Aunque se le había corrido el maquillaje y su rostro se retorcía de asco, no había una sola línea o arruga en su rostro perfecto. — Ahora sé por qué me rogabas metérmela por el culo todos estos años. Estabas buscando a alguien. ¡La estabas buscando a ella!

—Sí, bueno, a veces un minero tiene que hurgar muy hondo para encontrar oro —dijo Gary.

—¿Estás seguro de que prefieres estar casado con un pedo que conmigo?

—Me temo que sí. —Todo él era una sonrisa.

—¿Pero no estás perdiendo la perspectiva? ¿Por qué no te quedas conmigo y hago más? ¡La próxima vez los haré más grandes y mejores! —El corazón se le aceleró por un momento.

Pero cambiar el parecer de Gary y volver a ganarse su afecto era imposible en este momento. Considerando que se había enamorado de un torpedo venenoso, probablemente tenía daño cerebral.

—Me temo que la respuesta es no. Es verdad, es un pedo, y salió de ti, pero es único y no puede ser replicado. Quizás tu agujero es un portal a una parte distante de la galaxia de la que vienen gases misteriosos. ¿Quién sabe? Todo lo que sé es que la amo, y debo estar con ella o me volveré completamente loco.

—Parece que ya lo estás, pero me temo que no te dejaré hacerlo —dijo Helen, sacando una pistola del bolso.

—Helen ¿qué estás haciendo? —dijo Gary, levantando las manos.

—¡Ningún hombre me deja, especialmente por un pedo sucio y podrido! —Ella notó un extraño olor en el aire. Olía a huevos podridos mezclados con animal muerto y rociados con queso enmohecido.

—Cariño, no tiene que ser así —dijo Gary, agitando las manos. — Llévate todo. Empezaré una nueva vida de cero. —Le arrojó las llaves y la billetera.

—Ya me has dado todo, todo lo que una mujer podría soñar, menos tu corazón. ¿Por qué? ¿Yo no era lo suficientemente buena para ti? —Helen se apuntó a sí misma con la pistola.

—¡No, no lo hagas! —gritó Gary.

—¡No te acerques una pulgada o apretaré el gatillo! —Ella retrocedió un paso.

Repentinamente llegó la policía y se desplegó alrededor de la pareja.

—Por favor, señora. Sólo baje la pistola —dijo un oficial.

—¡Sobre mi cadáver!—Helen apretó la pistola con más fuerza. — Retrocedan todos. —El olor fétido le llenó las fosas nasales. Bajó ligeramente la pistola y miró alrededor. — Ella está aquí, ¿verdad?

Gary bajó la cabeza, mientras el color se le iba del rostro. Asintió lentamente.

—Es extraño, ¿sabes? Compré esta pistola sólo en caso de que alguien quisiera violarme al volver del gimnasio. Nunca pensé que la usaría contra mí misma por un pedo —sonrió ella—. Tiene un olor familiar, sin embargo. —Helen olfateó otra vez. Instantáneamente la invadieron recuerdos de todas las veces que se había tirado al cartero. Quizás uno de los pedos de él se había quedado atrapado en el dormitorio y eventualmente se abrió paso por su tajo. Le daba un nuevo significado al eslogan del correo: "¿Qué puede hacer por usted el marrón?".

—Por favor, cariño. Sólo suelta la pistola —rogó Gary.

—Bueno, al menos ella se queda con un hombre honesto y trabajador—sonrió Helen, bajando la pistola.

—¡Fiu! Eso estuvo cerca —dijo un oficial, secándose la frente.

Los otros policías se relajaron y bajaron sus armas.

—Sólo déjame darle una última olida y me iré. —Helen sostuvo la pistola hacia un lado, cerró los ojos e inspiró profundamente.

—Bueno, no puedes darle una sola olida —dijo Gary, respirando el horrendo pedo.

—¡Es verdad! —coincidieron los oficiales.

—Felicidades, Muffy, o Fluffy, o como sea tu nombre —dijo Helen, abriendo de repente los ojos—. AHORA ¡¡¡MUERE!!!

Disparó al aire, apuntándole al olor fétido. Se carcajeó con deleite cuando el espantoso espectro chilló de dolor.

—¡¡¡No!!!

Gary saltó enfrente de Helen, recibiendo varios disparos en el pecho.

La policía no tuvo más opción que abrir fuego, llenando de balas a la esposa despechada y arrojándola al suelo. El tiroteo cesó abruptamente, con los cuerpos de Gary y Helen inmóviles en el piso.

—Hey, es bueno que ninguno de ustedes le haya dado a alguno de esos tanques de propano ubicados gratuitamente ahí—dijo el gerente, señalando una esquina del salón.

Gary jadeó, tosiendo sangre.

—¿Qué pasó aquí exactamente? —preguntó el mozo, espiando desde detrás de una planta.

—El final clásico y trágico de una historia de amor prohibido —dijo el gerente.

—O el resultado predecible de presentarle tu novia gaseosa a tu esposa escupefuego —dijo un oficial. Se adelantó, se arrodilló y le dio una palmada en el hombro a Gary. — Aguanta, amigo.

—¿P. . . por qué no podíamos estar juntos los dos? —Era Helen, que se arrastraba hacia la pistola, con la otra mano en el bolso.

—¡Rápido, la pistola! —gritó un oficial, mientras otro la alejaba rápidamente con una patada.

—Olvidé decírtelo, cariño. ¡Fluffy tenía una hermana gemela!—sonrió Helen. Un viento magnífico le salió de entre las piernas, tan glorioso como el que le había arrojado a su marido esa mañana. Era tan malo que llenó instantáneamente el restaurante con su miserable olor, haciendo que todos vieran las estrellas.

—¡Es Muffy! —exclamó Gary, tragando sangre.

—¡Como sea! Ella sacó la mano del bolso y prendió el encendedor.

—¡¡¡No!!!

Todos los ocupantes del salón gritaron cuando el gas se prendió fuego. Todo el edificio estalló en una gran bola de fuego, incinerando todo y a todos a su paso.

FIN

Sobre el Autor

Cuando no está escribiendo sobre viejos pedorros, Donald Rump escribe sobre pedos de verdad: cuanto más apestosos, mejor. También es un defensor del programa Ni Un Pedo Atrás y del matrimonio igualitario para todas las entidades gaseosas, grandes y pequeñas. Al parecer, también da consejos sobre citas.

El Matrimonio Apesta

Mackelroy Puggsley creía haberlo oído todo, hasta que un extraño hombre llamado Bilby Bloob se aparece en su vestíbulo una mañana. Cuando Bilby le pide un permiso de matrimonio para su gaseosa esposa, el viejo pone el freno. Sí, una cosa es casarte con tu novia de la secundaria, pero ¿con un pedo? ¿A quién se le puede ocurrir casarse con un pedo?

—No me iré a ningún lado hasta que nos dé un permiso de matrimonio —insisitó Bilby.

A Punto de Reventar

Embotellando Pedos

¿Podría el poder más grande...

El camino a la riqueza, más allá de nuestra imaginación más salvaje...

La clave para alcanzar el más alto nivel de conciencia espiritual y la felicidad...