He soñado contigo - Olga Salar - E-Book

He soñado contigo E-Book

Olga Salar

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Beschreibung

¿PODRÍAS AMAR A ALGUIEN SIN CONOCERLO? O para ser más exactos, ¿podrías amar a alguien a quien conoces pero, sin embargo, nunca has visto? Penélope y Evan llevan años jugando al ratón y el gato y cuando por fin coinciden en una entrega de premios, el encuentro no es, ni mucho menos, como ella había soñado. A partir de ese momento, sus vidas se ven ligadas irremediablemente por motivos profesionales, y cada paso que dan les ata más y más… Si además añadimos que el hermano de Evan es su mejor amigo, que tiene una abuela un poco ludópata, una madre histérica y un gato cuya mayor afición es destrozar su lencería más cara…. Ya puede empezar a dudar sobre si su vida es, de repente, un sueño o una pesadilla.

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He soñado contigo

OLGA SALAR

«El amor es una promesa, es un recuerdo. Una vez entregado, jamás lo olvides, no permitas que desaparezca».

John Lennon

A todos lo que creen en el primer amor,

a los que sueñan con un segundo,

y a los que encuentran un para siempre.

Capítulo 1

Tras casi una hora charlando y paseándose entre la gente más sexy y admirada del celuloide, Penélope llegó a la dolorosa conclusión de que no servía de nada llevar un vestido espectacular si la persona a la que se pretendía impresionar no se daba cuenta lo que llevabas puesto. De hecho ni siquiera se percataba de tu existencia. Haber domado sus rebeldes rizos oscuros tampoco había conseguido granjerarse la mirada de admiración que buscaba. Penélope sabía que no era una belleza exuberante: medía poco más de metro sesenta y era más bien delgada, con pechos en consonancia con su cuerpo, a pesar de que esa noche, gracias al sujetador y al vestido, disimulase esa realidad. No obstante, estaba decidida a que su «normalidad» no se notara, de ahí que se hubiera arreglado con tanto esmero.

Alargó el brazo hasta la bandeja que sostenía un solícito camarero para hacerse con una copa de champagne con la que ahogar sus penas. Era su primera gala de los BAFTA y se sentía intimidada entre tanta celebridad.

El móvil vibró dentro del diminuto bolso de fiesta que sostenía. Dejó la copa de champagne y lo sacó con curiosidad, ya que muy poca gente sabía que había regresado a la ciudad.

Sonrió al ver el nombre que aparecía en la pantalla:

—Hola, profe —saludó contenta de poder dejar de lado por un momento la tensión de decidir cuál iba a ser su siguiente movimiento.

—¿Qué ha pasado, Perséfone? ¿Ha llegado antes el invierno y yo no me he enterado? —preguntó a pesar de que estaban a finales de enero.

—No seas borde. Londres tampoco es el inframundo —bromeó, siguiéndole el juego—. He venido por la gala —se quejó—. Además solo me he adelantado unas semanas.

Como cada año, en febrero se trasladaba a Londres y se quedaba allí escribiendo hasta que llegaba el verano y regresaba al maravilloso clima español.

—No puedo creer que estés en Londres y que me haya tenido que enterar por la televisión —se quejó Camden de mal humor—. Te he visto haciendo zapping, estaban retransmitiendo la entrada al teatro en las noticias.

—Te prometo que pensaba llamarte mañana. Ha sido todo muy rápido, apenas he tenido tiempo de nada.

—¡No me digas!

—Te aseguro que es verdad. No seas gruñón; con lo contenta que estoy de hablar contigo.

—Sinceramente, no te creo. Además estoy profundamente ofendido por no haberme llamado en cuanto pusiste un pie en Londres, antes de salir de Madrid, incluso. ¿Te has instalado ya en tu piso o te quedas con tus abuelos mientras te trasladas? ¿Te quedas seis meses, Perséfone?

—En mi piso. Ya sabes que mi abuela le tiene alergia a Byron, y yo no voy a ninguna parte sin él. Y sí, me quedo hasta finales de junio —respondió sin molestarse por el tercer grado al que la estaba sometiendo su mejor amigo.

—Junio suena muy bien.

—Sabía que te gustaría —bromeó Penélope con una sonrisa que Camden no podía ver—. Byron y tú sois mis mayores fans.

—Hablando de Byron ¿has dejado al pobre gato solo en casa viéndote por la televisión, igual que yo? —preguntó fingiendo escandalizarse—. Tus seguidores nos merecemos más.

—¿Por quién me has tomado? Byron está al cuidado de su canguro adolescente. Solo te he abandonado a ti —bromeó. El gato era la posesión más valiosa de su dueña, y como tal, viajaba tanto como la propia Penélope, que vivía entre Madrid y Londres.

—De acuerdo, absuelta del maltrato animal, pero sigo enfadado porque no me hayas avisado de que venías —insistió Camden.

—Oh, vamos, estaba nominada a mejor guión original. ¡Me ha hecho mucha ilusión! Es el primero que escribo, además no te dije nada porque pensaba que lo sabías, y como tú no me llamaste, yo…

—¡Por Dios, Pen! no tenía ni idea, ya sabes lo poco que me apasionan las celebridades y sus cotilleos. Además estoy seguro de que mi madre tampoco lo sabe porque sino me lo hubiera dicho. ¿Has ganado?

—Sí, ahora soy la flamante poseedora de una máscara. La verdad es que no me lo esperaba, los demás nominados eran muy buenos.

—No seas modesta. Tú eres mejor —se quejó Camden, sabiendo que la reacción de su amiga no se debía a falsa modestia.

—No lo soy. Te aseguro que es la verdad.

—Me alegro mucho por ti. Lo celebraremos mañana —anunció sin darle opción a que se negara.

—Ahora me siento estúpida. De haber sabido que tu silencio era consecuencia de tu ignorancia te habría pedido que fueras mi acompañante. Me aburro como una ostra con tanta conversación intrascendente.

—¿Has ido sola? —inquirió con incredulidad.

Penélope era tan dulce y cálida que siempre estaba rodeada de amigos y de gente encantada de pasar una velada a su lado.

—No exactamente, pero casi. Mi acompañante es Daniel Scott, el protagonista de la miniserie por la que he ganado. La gente de la productora pensó que sería buena idea que fuéramos juntos. Pero parece que ha decidido celebrar el premio sin mí, sobre todo cuando he tenido que pararle los pies para que dejara de meterme mano. Sinceramente, no sé dónde se ha dejado la tan mentada educación británica —se quejó al tiempo que caminaba unos pasos para hacerse con una nueva copa de champagne.

—Scott es escocés —gruñó Camden—. Por otro lado me sorprende que le hayas echado la bronca.

—En primer lugar, deja de ser tan tiquismiquis. Vives en una isla, todos estáis emparentados. Y en segundo lugar, no le he echado la bronca, le he informado de que no estoy interesada en sus avances.

Penélope sonrió para sí misma cuando volvió a escuchar el gruñido molesto de su amigo a través de la línea.

—Deberías haberle abofeteado. Eres demasiado blanda.

—No creo que la violencia resuelva nada —dijo con seguridad; lo que no confesó es que se había sentido tentada de usarla con Scott en más de una ocasión durante la cena.

—Evan también está ahí —contraatacó Camden sabiendo que en ese tema tenía las de ganar.

—Lo sé, está delante de mí en este preciso momento —comentó como si no le diera importancia al dato, a pesar de que llevaba varios minutos sin quitarle el ojo de encima.

Su mirada estaba clavada en el hombre alto y moreno que estaba apoyado en la barra hablando con otros invitados y disfrutando de la noche. Le extrañó no ver mujeres a su alrededor, pero prefirió no pensar mucho en ello para no estropear más la velada.

—Ve a hablar con él. Seguro que su conversación será menos intrascendente que la de Daniel Scott, y estoy casi convencido de que no intentará meterte mano —aguijoneó Camden.

Como siempre, Penélope respondió obviando la provocación. Era una persona que huía de la polémica.

—¿Y por qué iba a ir a hablar con él? ¡Tu hermano ni siquiera me conoce! Por no aludir a que seguro que ha venido acompañado.

—¡No seas absurda, Pen! —pidió molesto. La actitud de Penélope siempre que el nombre de Evan salía en la conversación rayaba lo ridículo—. Puede que haya ido acompañado, pero yo te he visto en televisión, ¿recuerdas? Estás preciosa, y solo es una conversación. Además, con lo inteligente que eres lo tendrás comiendo de tu mano en cuanto intercambies dos frases con él. Todo lo que tienes que hacer es guiñarle uno de esos exóticos ojos tuyos al señor estrella de cine y verás como todo va estupendamente.

Sonrió divertida por el comentario. Como casi todo el mundo Camden también creía que sus ojos rasgados eran uno de sus mayores atractivos. Y cuando su cabello negro y rizado tenía un buen día, también contribuía a que se la considerase una mujer llamativa.

—No conseguirás nada halagándome —bromeó, más relajada.

—Es la verdad. Algo que aunque todo el mundo puede ver, tú te empeñas en ignorar.

—Está bien. Me beberé la copa e iré a saludarle —concedió, fingiendo condescendencia, aunque por dentro estaba temblando ante la mera idea de acercarse a él—. Pero como salga mal me deberás una muy gorda.

—Prométeme que no vas a escabullirte en cuanto me cuelgues. —El tono de voz de Camden era tajante sin opción a negarse—. Prométeme que vas a ir a hablar con él.

—Te lo prometo: hablaré con él, le diré quién soy y nos tomaremos una copa juntos, ¿contento?

—Mucho. Ahora mismo llamo a mi madre para contárselo —dijo riéndose de ella—. Anda, cuelga ya y ve. Llámame mañana cuando te despiertes e iré a recogerte. Podemos comer en casa de mis padres, que estarán encantados de volver a verte, y después damos un paseo por el Soho.

—Suena perfecto. Buenas noches, Cam.

—Buenas noches, preciosa. Recuerda que estás maravillosa y sonríe.

Ella se rio con ganas, antes de ir a por la siguiente copa para que la animara a pasar el mal trago.

—Sonreír no me lo va a hacer más fácil —murmuró, al tiempo que guardaba de nuevo el móvil en el bolsito.

Penélope Martín Pryce apuró su quinta copa de champagne de la noche, y se acercó lentamente hasta la barra en la que seguía apoyado Evan Nash, uno de los actores más atractivos del panorama actual. Le había prometido a su mejor amigo que saludaría a su hermano, pero sentirse capaz de hacerlo le había costado más alcohol del que estaba acostumbrada a consumir, razón por la que se sentía más desinhibida que nunca y quizás un poquito achispada.

Por instinto, se llevó las manos al cabello para recolocar los mechones negros de su flequillo, y se alisó el vestido del mismo tono azul verdoso de sus ojos.

No podía ser tan difícil sonar casual, se animó. Por otro lado tampoco era que fueran completos desconocidos… Al menos no técnicamente.

Dándole vueltas a la mejor manera de entrarle terminó plantada tras él sin saber todavía cómo abordarle. Temblorosa e indecisa entre darle unas palmaditas para captar su atención o acercarse lo suficiente para hablarle al oído, se quedó allí parada, hasta que uno de los acompañantes del actor se giró y sonrió al verla con total naturalidad, como si estuviera acostumbrado a que las mujeres se quedaran sin palabras ante Evan.

Completamente desarmada, Penélope le devolvió la sonrisa al tiempo que se decidía a dar los escasos tres pasos que la separaban de su objetivo. Dispuesta a cumplir su promesa y conocerle de una vez por todas, alzó la mano y le dio dos suaves golpecitos en el hombro con su dedo índice. El contacto envió descargas eléctricas que subieron por sus dedos, su brazo y se instalaron en su pecho, acelerándole el pulso.

—Disculpa —pidió al ver que no se giraba.

Pasaron varios segundos tras los que Penélope tuvo que repetir sus palabras para que se oyeran sobre la suave música del local.

Sin embargo, no fue su llamada la que consiguió que se diera la vuelta sino la intervención del hombre que la había pillado observándoles, que le susurró algo al oído y le hizo girarse hacia ella.

Cuando Evan se dio la vuelta, Penélope tuvo que aguantar la respiración para no jadear por la impresión de tenerle tan cerca. Él clavó sus ojos grises en ella al tiempo que arqueaba una ceja, a la espera de que dijera algo. Por su expresión poco amigable, Penélope comprendió que no había elegido un buen momento para abordarle, en cualquier caso, ya no había vuelta atrás.

—Disculpa —repitió. ¿Dónde se había ido su don con las palabras? Se recriminó molesta—. ¿Eres Evan Nash? —inquirió, aunque era evidente que lo era y que él sabía que ella estaba al tanto, porque arqueó aún más la ceja y apretó los labios sin modificar un ápice su mirada de hastío.

No le permitió añadir nada más:

—Lo siento, pero no firmo autógrafos en fiestas —dijo antes de darse la vuelta y volver a su conversación anterior como si nadie la hubiera interrumpido.

Penélope tardó varios segundos en reaccionar. Se quedó allí plantada completamente alucinada e igualmente indignada por su reacción.

Había supuesto que alguien tan acostumbrado como él a los fans sería más humilde y cercano.

—¡Serás gilipollas! —dijo lo más alto que pudo antes de darse la vuelta para alejarse de él.

El sentido común regresó a Evan en cuanto escuchó la merecida reprimenda de la chica, por lo que se giró avergonzado para disculparse con ella, sabiendo que su reacción había estado fuera de lugar, sobre todo porque la pobre muchacha no tenía la culpa de su malestar; pero ella se alejaba de él sin mirar atrás.

Normalmente trataba bien a sus seguidores, de hecho si el tiempo se lo permitía le gustaba pararse y hablar con ellos, ya que sus comentarios sobre sus interpretaciones le ayudaban más que los de los propios críticos. No obstante, la noticia que acababa de darle su agente le había puesto de tan mal humor que había reaccionado como un cretino. Además la mujer que se le había acercado estaba en la fiesta tras la gala, vestida como una estrella de cine. Y aunque sus espectaculares ojos le miraban con timidez, quizás después de todo se trataba de alguna periodista internacional y su metedura de pata era más monumental de lo que había supuesto en un primer momento.

La buscó con la mirada, dispuesto a acercarse a ella para disculparse, pero no la vio, y se sentía demasiado consternado como para moverse y buscarla entre tanta gente.

—Eso ha estado fuera de lugar —le recriminó Paul, su agente—. No te conviene tener mala publicidad entre los fans.

—Lo sé, pero lo de Un viaje infinito me ha alterado. Creía que ya estaba cerrado que el papel era mío. Me dijiste…

—Yo también lo creía —le cortó—. Por desgracia la última palabra corresponde a la autora de la novela. Según me han explicado no solo es la guionista de la película sino que además hará una cameo, y tendrá la última palabra en la elección de los actores que interpretarán a sus personajes.

—¡Alucinante! Voy a pedirle que negocie mis contratos en lugar de que lo hagas tú —bromeó, admirado por todo lo que había conseguido P. M. Pryce.

—La productora no le ha puesto ningún impedimento. Cualquier cosa que vaya firmada con su nombre se convierte en best-seller. Lo mejor que puedes hacer es esforzarte en caerle bien cuando coincidas con ella. Lamentablemente no he sido invitado al acto de entrega de los premios de esta noche y no he podido conocerla, supongo que tú sí que te has acercado a saludarla.

—¿Está aquí?

—¿En la fiesta? No sé, pero estaba nominada al mejor guión y se ha llevado ella la máscara. —Ante la cara de estupefacción de su representado añadió—: No me digas que no la has saludado. ¿Qué narices has estado haciendo para no darte cuenta?

—¡Joder! Estaba distraído hablando con… ¡No importa con quién! Hubiese ido a felicitarla de saber que estaba en la gala. ¡Joder!

—No te preocupes. Pasado mañana vuelas a Edimburgo para participar en el casting junto a otros dos candidatos. Muéstrate encantador con ella y hazlo mejor que ellos.

—Quiero ese papel, Paul. Es perfecto para demostrar que además de un actor de acción puedo ser un actor dramático. ¿Quiénes son mis rivales?

—Prefiero que no lo sepas, te ayudará a no perder la fe en tus posibilidades —bromeó Paul.

La única respuesta de Evan fue asesinarle con la mirada.

Penélope salió del tocador decidida a pasarlo bien. Acababa de ganar su primera máscara BAFTA, y estaba rodeada de los actores más carismáticos y atractivos del panorama internacional. Se llevaba bien con todo el mundo y sabía sacarle provecho a cualquier situación. No necesitaba la compañía de Evan Nash para disfrutar de la fiesta, y bajo ningún concepto estaba molesta porque no la hubiera reconocido, no había ningún motivo por el que tuviera que hacerlo.

Compuso una sonrisa en su rostro y se acercó hasta la barra, el champagne estaba bien, pero sin duda la situación actual requería algo más fuerte y sin burbujas. Cerciorándose de situarse lo más lejos posible del actor, que en ese instante charlaba animadamente con una actriz rubia con un maravilloso vestido rojo, se apoyó en la fría piedra, e intentó reorganizar sus pensamientos. Lamentablemente, el alcohol consumido no ayudaba.

El camarero se acercó sonriente a ella, evaluando su escote, que quedaba resaltado por el corpiño del vestido.

—Un whisky con hielo —pidió con decisión. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, se dijo.

Una voz atractivamente masculina habló tras ella.

—¿No es un poco pronto para un whisky solo?

Cuando se dio la vuelta se topó con su veleidoso acompañante mirándola con fijeza.

—Entonces lo mejor será que lo tome acompañada. ¿Quieres uno?

Daniel Scott captó a la perfección el significado de sus palabras porque sonrió complacido y asintió con una sonrisa pícara en los labios.

Penélope se mordió el labio para no regañarse. ¿Por qué narices no pensaba las cosas antes de decirlas? Tenía que dejar de anteponer la educación por encima del sentido común. Ahora Scott pensaría que había cambiado de opinión y que ahora estaba dispuesta a soportar y alentar sus atenciones. Nada más lejos de la realidad.

Capítulo 2

Camden Nash era la única persona capaz de conseguir que Penélope se olvidara de todo lo que rondaba su hiperactiva mente y se dejara llevar por el momento presente.

Se habían conocido casi por casualidad, cuando la madre de Penélope, londinense de nacimiento y de corazón, la había apuntado al programa de intercambio que cada año organizaban en su instituto en España. Aunque los abuelos Pryce residían en la capital británica, y desde los seis años Penélope pasaba cada verano con ellos, Jane, que se había esforzado porque su hija no se olvidara de sus raíces maternas, había considerado que tres meses al año no eran suficientes para que la joven se sintiera integrada ni para que desarrollara su independencia. Vivir en casa de sus abuelos solo resolvía la mitad del problema, ya que el carácter de Julia Pryce no era precisamente liberal, de modo que Jane solucionó el inconveniente a través del intercambio. Penélope desarrollaría su independencia y su carácter y al mismo tiempo seguiría fortaleciendo la parte británica de sus raíces.

Y gracias al afán materno Penélope había comenzado una amistad que duraba ya catorce años.

Tenía quince años cuando llegó abril y con ello el viaje que de algún modo cambiaría su vida. La casualidad quiso que el menor de los hermanos Nash también se hubiera apuntado al intercambio con el instituto madrileño en que Penélope cursaba sus estudios, y el destino hizo el resto.

Tras esa primera vez Penélope fue acogida por los Nash cada año, desde los quince hasta los dieciocho mientras que los Martín Pryce hacían lo propio con Evan Nash, un chico para el que Jane Pryce solo tenía buenas palabras, y tan pulcro que, al regresar a casa, Penélope dudaba de que hubiera estado usando su dormitorio.

De manera que ella vivía en su casa, dormía en su cama, y a pesar de ello, nunca le había conocido personalmente.

Durante los años posteriores todo siguió igual, Evan se apuntaba cada verano a clases de interpretación, que se impartían en campamentos o escuelas privadas, y Penélope siempre terminaba acompañada por Camden, el hermano once meses mayor que Evan, que se convirtió en su guía y compañero durante ese afortunado primer mes de abril.

Penélope nunca jamás había hablado con Evan, hasta el día anterior en que la había despachado con tan pocos miramientos. Ni siquiera parpadeó fingiendo reconocerla, a pesar de haber visto multitud de fotos suyas a lo largo de todos esos años en que habían compartido espacio, aunque nunca al mismo tiempo.

—¿Y tú, qué hiciste? —preguntó Camden con curiosidad, después que le contara la reacción de su hermano cuando se acercó a saludarle.

—Nada.

—No me lo creo. —Fingió no estar pendiente de su reacción dándole un sorbo a su café—. Estoy seguro de que te disculpaste por haberle molestado y saliste corriendo de allí totalmente arrepentida de haberle abordado sin una presentación formal previa —se burló, conociendo el carácter de su amiga.

—Pues esta vez te equivocas —comentó ella con los ojos brillantes por el recuerdo—. Incluso puede que hiciera algún comentario poco educado en voz alta.

—¿Qué tipo de comentario?

—Que era un gilipollas —confesó sin pestañear. A la espera de que Camden no la creyera y le diera un motivo para pelearse también con él.

Su amigo no solo la creyó sino que se mostró comprensivo.

—En ese punto no puedo rebatirte. Mi hermano es un gilipollas, era cuestión de tiempo que te enteraras —le dijo, guiñándole un ojo—. Lo que me sorprende es que se lo hayas dicho.

Penélope sonrió mucho más relajada, comprendiendo que lo único que pretendía Camden era quitarle importancia al desencuentro. Su mejor amigo era demasiado leal como para hablar mal de su hermano ante nadie, ni siquiera ante ella.

—Sí, yo también me sorprendí —aceptó recordando la descarga de adrenalina que la había empujado a ser tan directa con Evan. Había sido una reacción tan visceral que había salido huyendo de allí un instante después de insultarlo. Completamente descolocada consigo misma.

Tras el momento de mutua solidaridad no volvieron a hablar del tema. Dedicaron el resto de la tarde a visitar librerías antiguas a la caza de tesoros literarios, actividad que ambos disfrutaban y que, con el tiempo, se había convertido en una tradición.

Camden era profesor de historia en el King’s College London y, como Penélope, sentía debilidad por los libros antiguos que pasaban desapercibidos para la gran mayoría de lectores. Era lo opuesto a su hermano en muchos aspectos, físicamente destacaba el color caramelo de su cabello en contraposición al negro ébano de Evan; los ojos castaños verdosos contra los grises… Lo mismo sucedía desde una perspectiva intelectual, aunque compartían el gusto por el cine tampoco coincidían en sus géneros favoritos. Y a pesar de ello eran capaces de ponerse siempre de acuerdo, disfrutar de palomitas y pasar tiempo juntos.

El hecho de que se llevaran apenas once meses hacía su relación más fácil y estrecha. Los hermanos Nash compartían amigos y salidas en grupo, no obstante, jamás se interesaron por la misma mujer. Sus gustos eran tan opuestos en todos los aspectos que podrían haber puesto en peligro su relación.

Consciente de que al día siguiente tenía un vuelo hasta Edimburgo, Penélope regresó pronto a casa. La jornada no dio mucho de sí, había comido con los padres de Camden, para después disfrutar de una tarde tranquila junto a su mejor amigo. La persona que mejor la comprendía, y con quien siempre podía contar a pesar de la distancia, ya que él vivía en Londres mientras que ella lo hacía entre la ciudad de la niebla y Madrid.

Por primera vez había dejado a Byron al cuidado de Camden, ya que no quería cargar a Beth con tanta responsabilidad. Si el viaje se hubiera alargado lo habría llevado consigo, pero para tan poco tiempo no merecía la pena buscar un hotel en el que aceptasen animales. Además tenía la maleta a medio hacer, y Byron era demasiado aficionado a su ropa interior, sobre todo la que llevaba encaje, como para dejarlo suelto por casa, y arriesgarse a que le clavara sus zarpas.

Se descalzó en cuanto cerró la puerta, encendió el portátil, que había dejado sobre la mesa del salón, y se dispuso a retomar su nueva novela. Una historia que giraba alrededor de un amor que parecía imposible, y cuyo final Penélope aún no había decidido.

Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente estaba completamente descansada, a pesar de que se había acostado tarde escribiendo, absorbida por la historia que tejía. Sin embargo, su cuerpo había aprovechado bien las pocas horas de sueño de las que había disfrutado.

Por otro lado, la idea de torturar a Evan Nash la activaba poderosamente. Y gracias a su desplante del sábado, que le había impedido hacerle saber quién era, contaba con la ventaja de conocer mejor que él terreno que pisaba. Por primera vez en semanas no temía que llegara el día de los castings, más bien estaba impaciente.

Lo primero que hizo Penélope cuando llegó a su asiento en el avión fue sacar del bolso su libreta de notas y el móvil. El vuelo era lo suficientemente largo como para que le diera tiempo a esquematizar varios capítulos, e incluso comenzar alguno. Gracias a la noche anterior tenía bastante claro el camino que iba a tomar la novela, las decisiones a las que iba a enfrentar a sus personajes, y estaba tan impaciente por hacerlo que un asiento en primera clase era una opción inmejorable para retomar el hilo de la trama.

Cinco minutos después, su compañero de vuelo se sentó junto a ella. Haciendo alarde de una educación que no había mostrado la última vez que se encontraron la saludó con un amable «buenos días».

Inmediatamente reconoció la voz. Juntó toda la dignidad que tenía para levantar la cabeza de la libreta, sin mostrar ningún interés, y mirarle. No se molestó en responderle. No obstante, se fijó en al detalle en su cabello revuelto, seguramente por llevar una gorra bajo la que ocultarse de la prensa, y en su expresión de absoluta sorpresa al encontrarla allí.

Interiormente agradeció a la secretaria de la productora, encargada de enviarles los billetes de avión, que los hubiera comprado contiguos. Sin ninguna duda el vuelo iba a ser interesante, al menos para ella. Notó como Evan se sentaba a su lado y el aroma de su after save estuvo a punto de hacerla flaquear y disculparse por la grosería de no haber correspondido a su saludo. Para no sucumbir a sus encantos se concentró en su libreta azul.

Sin volver a mirar de nuevo en la dirección de Evan sacó la bandeja dejó la libreta, el bolígrafo y el teléfono, y se acomodó, lo más lejos posible de él.

La azafata no tardó en acercarse hasta ellos y saludarles, al fin y al cabo eran los pasajeros más famosos del avión.

—Señorita Martín, señor Nash es un placer que vuelen con nosotros, el comandante me ha pedido que les salude de su parte. Me llamo Lauren, no duden en pedirme lo que necesiten —expuso con una sonrisa estudiada y cordial, para instantes después seguir su ronda con los demás pasajeros.

Tras la marcha de la azafata, Evan se quedó completamente desconcertado, finalmente su apreciación en la fiesta de los BAFTA era la acertada, y la mujer que tenía a su lado debía de ser alguna periodista o presentadora española, a pesar de que no había notado su acento cuando se dirigió a él el sábado, no había duda de que su apellido era español. No obstante, que fuera una periodista conocida era la única explicación que tenía al hecho de que su rostro le resultara tan familiar, puede que igual le hubiera entrevistado en alguna de las giras de promoción que hacía cada vez que estrenaba un film.

Tenía la intención de disculparse con ella cuando un hombre de unos cincuenta años se acercó hasta ellos, inclinándose sobre él para interpelarla.

—Por favor, señorita ¿podría firmármelo? Y si no es mucho pedir, ¿podría hacerme una fotografía con usted? —preguntó tendiéndole un libro, que pasó por delante de la cara de Evan—. Soy un gran admirador de su trabajo.

—Muchísimas gracias, me alegra mucho que le gusten mis novelas, ¿cómo se llama?

—James. Me llamo James.

El gesto del hombre fue tan rápido que Evan no tuvo tiempo para fijarse en la portada o en el nombre de la novela. No obstante, su corazón se aceleró cuando vio la firma que ella estampaba en la primera página. Se había tomado su tiempo para escribir la dedicatoria, lo que permitió que su compañero de asiento viera su nombre con claridad: P. M. Pryce.

Entretanto el tal James se retorcía las manos mientras alargaba el cuello para leer la dedicatoria, nervioso por haber tenido la suerte de coincidir con su autora favorita en un avión.

Ella, en cambio, parecía tan acostumbrada a tratar con sus lectores como el propio Evan con sus fans.

—Aquí tiene. —Le devolvió el libro con una sonrisa.

—¿Una fotografía? —le recordó James con timidez.

Ella sonrió con amabilidad.

—Por supuesto —aceptó levantándose y saliendo al pasillo para posar junto al caballero.

—Disculpe, ¿sería tan amable de hacernos una foto? —pidió a Evan, que prácticamente se había quedado mudo, casi sin fijarse en que le estaban tendiendo el teléfono, con la cámara preparada.

Todavía aturdido por el descubrimiento, se levantó y encuadró la fotografía. Se fijó en la expresión encantada del hombre, pero lo que le llamó la atención fue el brillo malicioso en los ojos de P.M. Pryce. Estaba disfrutando el momento, lo que le llevaba a pensar que estaba al tanto de lo mucho que deseaba el papel de Cruz Davis.

—Muchas gracias por su amabilidad. Estoy deseando leer su nuevo libro —le dijo a modo de despedida.

Penélope sonrió sabiendo que la libreta que tenía frente a ella era la matriz de su nueva obra.

—Muchas gracias a usted, James —respondió ella, antes de acomodarse de nuevo en la butaca. Al pasar por delante de Evan aguantó la respiración, pero no sirvió de nada. Tenía su aroma grabado en el cerebro.

La incomodidad de Evan no hacía sino crecer. Sintió que el suelo se abría y él caía dentro.

Durante años se había esforzado por evitar problemas con las damas, que pudieran frenar su carrera. Por ello se había prohibido enamorarse, sorteando a mujeres que fueran a interesarle más allá de la atracción física, y justo cuando tenía tan cerca conseguir su objetivo, había metido la pata con la mujer cuyo guión podría encumbrarle definitivamente como uno de los mejores actores de su generación.

—Disculpa… —comenzó Evan, girando por completo su cuerpo para hablar con ella. No pudo evitar sentirse de repente un idiota, ya que estaba repitiendo la escena de la fiesta de los BAFTA, pero al revés. De repente entendió que lo que ella buscaba de él esa noche no era un autógrafo sino hablar del personaje principal de Un viaje infinito. Quizás si la hubiera atendido en ese momento todo hubiera sido más fácil en su camino hacia el papel.

Penélope se volvió lentamente y clavó sus bonitos ojos en él antes de hablarle:

—¿Tú también quieres hacerte una foto conmigo? —inquirió en tono burlón.

—No, yo quería…

—¿Una firma? Pues lo siento, porque no firmo autógrafos. —Se calló un instante cuando se dio cuenta de que acababa de hacerlo—. A gilipollas en los aviones —terminó, regresando a su cómoda posición, y esforzándose por ocultar la sonrisa satisfecha de su rostro.

La venganza era un plato que se servía frío, e incluso así, estaba delicioso.

Todavía no habían despegado y Evan ya estaba deseando bajarse del avión. De todas las personas a las que podía haber ofendido por culpa de un arranque de mal humor, había molestado precisamente a la que más interés tenía en agradar.

Se arrellanó en su asiento y deseó que el vuelo fuera rápido y sin contratiempos. De momento la suerte le había dado un respiro, P. M. Pryce se había levantado de su sitio, probablemente para huir de su compañía, con lo que le permitía pensar con claridad en cómo arreglar la situación sin la presión de tenerla cerca.

No había llegado a ninguna solución cuando el móvil, que ella había dejado sobre la mesita desplegable, comenzó a sonar y a vibrar. Incapaz de resistir la curiosidad de saber quién la llamaba estiró el cuello para ver el nombre que aparecía en la pantalla: Camden.

¡Qué casualidad! Su amigo se llamaba igual que su hermano, pensó con una sonrisa de medio lado.

Su perfume le llegó antes de que pudiera fingir que no estaba cotilleando.

Sin dignarse a mirar en su dirección Penélope pasó por delante de él y se sentó. Con una sonrisa de oreja a oreja, contestó la llamada.

—Hola, profe —saludó.

Se sintió estúpido, pero no por ello dejó de escuchar cada sílaba que ella pronunciaba.

—¿Cómo está Byron? ¿Se está portando bien?

—No seas estirado. También me preocupo por ti —dijo riendo, mucho más relajada de lo que la había visto nunca.

Seguramente su interlocutor estaba hablando porque ella permaneció atenta y en silencio más de un minuto.

—Sí, la conozco, hemos coincidido varias veces cuando me he acercado a visitarte a la universidad. Trabaja contigo en el departamento, ¿no? —respondió pensativa.

Evan lamentó no poder escuchar la otra parte de la conversación, aun así pudo seguirla bastante bien.

—Eso es maravilloso, es una chica muy guapa. Le habrás dicho que sí…

Esperó con el ceño fruncido a escuchar la respuesta. Evan dedujo que no la satisfizo por la expresión de su cara.

—Camden Nash, definitivamente no eres tan listo como pensaba. ¿Por qué no le das una oportunidad? Por lo poco que la conozco puedo decir que es una mujer estupenda. Además tenéis intereses comunes y por otro lado, tampoco es que ahora mismo estés saliendo con nadie, ¿no?

—Ni Penélope ni nada. Eso son excusas y lo sabes.

Evan se quedó lívido al instante y el estómago se le revolvió, cuando comprendió el porqué de la sensación de familiaridad, que se había apoderado de él al volver a verla. Esta vez sin tanto maquillaje ni ropa de fiesta.

Buscó sus ojos, esos ojos azul verdosos y rasgados que siempre había admirado desde las fotografías y que ahora, en persona, le parecían espectaculares.

Definitivamente no era la periodista que había imaginado.

La megafonía avisó de que tenían que desconectar los dispositivos electrónicos, lo que hizo que ella frunciera todavía más el ceño.

—Está bien, Camden. Hablaremos cuando vuelva, pero no busques absurdas excusas y lánzate. Sería lo más honesto, ya sabes, predicar con el ejemplo y esas cosas…

Rio ante la respuesta de su interlocutor, antes de despedirse.

—De acuerdo. ¡Cuida de Byron! Os quiero.

Evan estaba demasiado alucinado como para apartar la mirada y disimular su sorpresa. Por eso cuando ella se dio la vuelta hacia él, se topó con una imagen que jamás esperó encontrarse, la de Evan Nash completamente fascinado por su persona.

—Hola, Evan, ¿verdad que el mundo es un pañuelo? —preguntó con malicia. Se giró para mirar por la ventanilla antes de que fuera capaz de responderle.

Capítulo 3

No deberías sentirte tan bien, se recriminó Penélope, no era propio de ella regodearse en la desgracia ajena. Pero tampoco podía evitarlo.

Durante años se había imaginado de mil formas distintas cómo sería conocer a Evan por fin, tenerle cara a cara; y desde luego, en ninguna de sus fantasías acababa insultándole, ofendida por su desplante.

Tenía que reconocer que por mucho que se esforzara por disfrazarlo de otro modo su actitud hacia él no era más que el rencor acumulado durante años como consecuencia de su indiferencia.

Penélope no era una persona agresiva verbalmente. Siempre medía cada una de sus palabras para no ofender ni lastimar. Del mismo modo era capaz de encontrar una justificación a los comportamientos menos educados de los demás. De ahí que su modo de tratar al actor fuera tan sorprendente incluso para la propia implicada; que cada vez que lo tenía cerca sentía como si por la sangre le corriera una dosis extra de adrenalina.

Si Evan Nash hubiese tenido algún interés por acercarse a ella podría haber sido la persona que mejor la conociera. Había entrado en rincones a los que nadie había llegado, y aun así, no se había molestado en establecer contacto con ella, ni superficial ni profundo.

Durante un mes al año se habían intercambiado la vida, compartido a sus familias y amigos, vivido sus vidas y dormido en sus camas; y a pesar de todo jamás hasta la noche de los BAFTA habían intercambiado una sola palabra.

Por desgracia para Penélope ni siquiera el abierto desinterés de Evan había conseguido que, una soñadora empedernida como ella, dejara de imaginar cómo sería entablar una conversación con él, compartir algo más que notas esporádicas en un cuaderno secreto.

El afecto que Jane Pryce sentía por él unido al de sus amigos y compañeros de instituto, despertaba en ella el deseo de ser algo más que un mera espectadora, lejana y ajena a la historia que se desarrollaba en su entorno cuando ella no estaba presente. Por otro lado también estaba Camden, un amigo al que no cambiaría ni por mil conversaciones con Evan.

Salió de su ensimismamiento para darse cuenta de que todavía sostenía el bolígrafo y la libreta, aunque no había escrito ni una sola línea. Instintivamente se dio la vuelta en su asiento para mirar a su compañero de vuelo, quien parecía no haberse movido en mucho tiempo, ya que seguía con la mirada clavada en ella.

—¿Eres consciente de que en estos instantes me siento un gilipollas? —preguntó con una sonrisa que pretendía encandilarla.

—Cuento con ello.

—¿No te doy pena? ¿Ni siquiera un poquito? —inquirió con una mirada lastimera.

—La verdad es que no.

—Eres una chica dura.

—No tanto, es que estoy vacunada contra la estupidez —espetó volviendo a centrarse en la página vacía. A pesar de lo mucho que le costaba apartar sus ojos de él.

Evan abrió los suyos sorprendido y admirado a partes iguales. En cualquier caso no estaba dispuesto a rendirse. No era uno de los actores jóvenes mejor pagados por casualidad. Sabía que para conseguir metas había que luchar por ellas y estaba dispuesto a ello. La mujer sentada a su lado era la clave para seguir manteniendo su carrera al nivel al que le había llevado su esfuerzo y sus interpretaciones. Que Penélope no se pareciera en nada a la imagen que él tenía de ella, no tenía nada que ver, se dijo.

La Penélope de la que Camden y su madre siempre hablaban era una mujer dulce, y un tanto remilgada, mientras que la que estaba sentada a su lado era una bomba de relojería que le tenía completamente asombrado.

Tenía que descifrar cuál de las dos penélopes era la verdadera o no conseguiría quitársela de la mente, y eso era precisamente lo que había pretendido siempre.

Se mantuvo en silencio unos minutos, mientras intentaba recordar cualquier cosa que pudiera servir para ablandarla, para establecer una conexión que le permitiera vencer esa actitud a la defensiva que mostraba con él.

Se fijó en ella con más detenimiento, llevaba el cabello suelto y rizado, que le llegaba hasta mitad de la espalda. Sus bucles oscuros y rebeldes le daban un aspecto salvaje que contrastaba con la palidez de su camiseta de un tono rosado. Vestía con comodidad: vaqueros y zapatillas Converse del mismo color que el suéter, lo que indicaba que era una mujer práctica que anteponía la comodidad a la moda. Detalle que le gustó especialmente.

De curvas suaves y rasgos comunes no podía considerarse una gran belleza, aunque una vez te fijabas en ella era imposible no considerarla atractiva. Sus ojos, sin embargo, eran otra historia, rasgados y de un color entre azul y verde, con largas pestañas negras y enmarcados por cejas arqueadas del mismo color que el cabello, sin duda se clasificaban en la categoría de espectaculares.

Satisfecho con su escrutinio, se concentró en recordar los constantes comentarios que Camden hacía sobre Penélope; pero tras pensarlo detenidamente llegó a la conclusión de que su hermano no era una buena fuente de información, visto lo visto. De modo que se propuso recurrir a aquello que conocía de primera mano: el dormitorio que habían compartido, los objetos que lo adornaban, el meticuloso desorden que se encontraba cada año al entrar en su mundo, las paredes cubiertas de libros... La gata blanca que dormía a los pies de su cama. ¡La gata! Supo que había dado en el clavo al recordar a Lady Macbeth.

—¿Cómo está Lady Macbeth? —preguntó, orgulloso de encontrar el tema adecuado para romper el hielo.

Penélope se giró en su asiento para mirarle de frente, y le fulminó con sus ojos rasgados e hipnóticos.

Si no fuera porque era un actor consumado habría suspirado, admirado por la fuerza que se veía en ellos.

—¿Intentas hacerte el gracioso?

Evan levantó las manos como si con ello pudiera frenar su inesperado ataque.

—No entiendo por qué te… —Se calló de repente. Sintiéndose el gilipollas que ella le había acusado de ser.

Habían pasado catorce años desde que vio por última vez a Lady Macbeth. Era imposible que la gata siguiera con vida.

—Lo siento. No pensé… —se disculpó, sin saber qué mas decir.

Pero ella ya se había girado de nuevo y no reaccionó a sus palabras, o a la falta de ellas.

Penélope era consciente de que estaba comportándose como una grosera. No se reconocía a sí misma cuando estaba junto a Evan. De hecho nadie que la conociera entendería el cambio operado en su carácter, por norma general dulce y amable. Lo que incrementaba su frustración, y su malestar con Evan, por tener la facultad de alterarla hasta ese punto. Y es que su actitud iba más allá del incidente en la fiesta o de que jamás hubiera tenido interés en conocerla, huyendo cada verano.

Por alguna razón que no lograba entender su presencia activaba la parte oscura y peligrosa de su personalidad, consiguiendo que disfrutara de cada uno de los dardos envenenados que le lanzaba con certera precisión.

Por otro lado era consciente de las razones del repentino interés que mostraba en ella, que no eran otras que el ansia de conseguir el papel de Cruz Davis; lo que aumentaba su acritud hacia él.

Evan siguió hablando de todo lo que recordaba de sus visitas a España, de lo deliciosa que estaba la comida, de cómo le había sorprendido que la gente se saludara por la calle, y de lo positivo que había sido para el desarrollo de su técnica interpretativa convivir con gente tan abierta que mostraba con cada gesto y cada palabra lo que sentía.

Mientras tanto Penélope se esforzaba por aparentar indiferencia, mirando por la ventanilla, y enfadada consigo misma por sentirse tan interesada en lo que él decía. Absorbiendo la información que le brindaba, y comprendiendo que nunca había sabido tanto de él como en esos instantes.

Siguiendo su monólogo Evan hizo alusión a algo que inmediatamente atrajo su atención:

—Me encantaba leer tu cuaderno azul. Gracias a él aprendí más español que el que me enseñaban en clase. Pero lo que más disfrutaba era el reto de encontrarlo. Cada año al entrar en tu dormitorio tenía claras tres cosas: que seguirías escribiendo en un cuaderno, que estaba ahí, oculto en alguna parte, y que sus tapas serían azules.

—No habría estado escondido si no hubieras seguido fisgoneando en él —dijo Penélope, incapaz de seguir aparentando desinterés.

Evan sonrió sabiendo que había encontrado el único tema que lograría que mantuvieran una conversación.

—Metí la pata. Lo reconozco. No debí haber escrito nada en tu cuaderno, si no lo hubiera hecho, jamás habrías sabido que lo había leído, pero tenía que hacerlo.

—No tenías que hacerlo. Lo hiciste para que supiera que lo habías encontrado.

Evan sonrió, aunque se cuidó mucho de que ella le viera.

—Si te soy sincero no recuerdo lo que te escribí… —comentó, con intención de provocarla.

—Que era asombroso.

—Y aun así al año siguiente lo escondiste de mí. —Fingió desconcierto—. Menos mal que te dije que me había gustado.

—Era personal. No tenías por qué leerlo. Nadie más lo había hecho antes ni lo hizo después.

—Y yo seguí invadiendo tu privacidad cada año, y dejándote mensajes en él para que supieras que por mucho que lo escondieras lo había vuelto a encontrar. —Se quedó pensativo un instante—. Lo que nunca entendí es porqué no te lo llevaste, esa hubiese sido la única forma de mantenerlo alejado de mí.

—Hacerlo habría sido rendirse, y no se me da muy bien abandonar.

—Ya tenemos algo en común —sentenció con la vista clavada en ella. Comprendiendo que esa mujer era mucho más interesante de lo que había supuesto—. De acuerdo, entiendo que me odies.

—No te odio —confesó, pero inmediatamente se dio la vuelta para seguir mirando por la ventana. No le odiaba por haberlo leído, ni siquiera lo hacía por haberla provocado con cada uno de los mensajes que le dejaba al final de la última página escrita: «it’s amazing», «this year is better», «great»… Su personalidad le impedía dar cabida a ese sentimiento en su vida. Aunque no la liberaba de guardarle rencor. Un rencor arraigado en ella con los años porque, a pesar de haber entrado en su alma, no se había molestado en conocer a la persona que se escondía tras esos pensamientos.

—No me odias, pero tampoco te caigo bien.

Puede que estuviera enfadada, pero Penélope no era ninguna mentirosa; así que no lo negó.

Capítulo 4

Durante el resto del vuelo Evan siguió con su conversación unidireccional. No se desanimó por la falta de respuesta de Penélope; tampoco lo hizo cuando al llegar a la terminal del aeropuerto de Edimburgo comprobó que el silencio iba a acompañarlo durante más tiempo ya que la productora había considerado oportuno que compartieran chófer y vehículo. Decidieron cambiar la llamativa limusina habitual para una estrella del celuloide por un todoterreno mucho más discreto y utilitario. Aun así, el conductor iba ataviado con el típico uniforme oscuro y les esperaba con el consabido cartel con sus nombres. Penélope se acercó a él con una sonrisa amable para darse a conocer, y Evan se preguntó si reservaba su carácter agrio solo para él. Con los lectores, los asistentes de vuelo, y el propio chófer, se había mostrado más que afable. Y contra todo pronóstico le intrigaban las dos penélopes por igual.

Por suerte para ambos no había prensa a la que evitar y pudieron abandonar la terminal sin presión añadida. Nadie esperaba que una estrella del celuloide y una escritora reconocida a nivel mundial fueran a visitar la ciudad precisamente ese día.

Sin cambiar la actitud que había mantenido durante todo el vuelo, Evan siguió hablando sin descanso. Tarea que resultó mucho más agradable puesto que, al contrario que Penélope, el chófer era una persona locuaz y dispuesta a responderle. Fue por él que se enteraron de que a la huelga de los trabajadores del transporte público se les habían unido los taxistas. De ahí la aglomeración de vehículos que les retenía y les impedía llegar al hotel.

Durante más de media hora permanecieron parados en el coche, sin ninguna posibilidad de avance, con el único entretenimiento que la conversación de Evan.

Llevaban varios minutos detenidos cuando en la radio comenzó a sonar una canción y, para sorpresa de todos, Evan se calló inmediatamente.

—¿Puede subier el volúmen, por favor?

—Claro, jefe —accedió el conductor.

El corazón de Penélope se aceleró cuando le escuchó tararear la canción de Duffy, una de sus favoritas:

I love you, [Te amo]

but i gotta stay true [pero tengo que permacer fiel]

my moral's got me on my knees [mi moral tiene de rodillas]

I’m begging please stop playing games [te lo estoy suplicando por

favor, deja de jugar.]

I don’t know what this is [No sé lo que es]

but you got me good [pero me tienes bien agarrada]

just like you knew you would [como si supieras lo que iba a hacer]

I don’t know what you do [No sé qué es lo que haces]

but you do it well [pero se te da bien]

I’m under your spell [Me tienes bajo tu hechizo]

Como buen actor de teatro, Evan era capaz de modular su voz logrando distintos registros. En ese instante sonaba grave, varonil y muy sexual, hasta el punto de que empezaba a sentir calor, sentada a su lado. Jamás hubiera imaginado que la voz de un hombre pudiera excitarla del modo en que lo había hecho la de Evan.

Las palabras del chófer, que había permanecido callado mientras duró la melodía, la sacaron de su ensimismamiento.

—No es usted como la mayoría de los actores a los que he recogido —comentó el hombre, cuando la canción dejó de sonar.

—¿Por qué lo dice? ¿Lleva usted a muchos famosos?

—A bastantes. Y la mayoría, aunque amables y educados, no dicen más que unas pocas palabras de cortesía. Usted en cambio es tan hablador como yo.

—Por desgracia —murmuró Penélope mientras miraba por la ventana.

Evan se aguantó las ganas de reír, y fingió que no había escuchado su comentario.

—Su esposa es todo lo contrario a usted, por lo que veo —siguió hablando el conductor, ajeno a las chispas que saltaban en la parte de atrás del vehículo.

Penélope se giró como un resorte hacia delante, de repente más interesada en lo que sucedía dentro del todoterreno que en mirar por la ventanilla.

—Ella no es mi esposa —aclaró Evan—. El día que me busque una será imprescindible que sea tan buena conversadora como yo —bromeó con malicia.

Su intención inicial no era molestarla, más bien todo lo contrario; quería establecer con ella cierta complicidad que le favoreciera a la hora de escogerle para el papel que tanto ansiaba interpretar, y de paso descubrir el porqué de su exagerada animadversión hacia él. Y para ello tenía que hacerla reaccionar fuese como fuese.

No servía a sus propósitos que siguiera con la fría distancia que había establecido entre ellos. Una distancia que no llegaba a comprender, ya que su actitud en la fiesta de los BAFTA aunque desconsiderada no la justificaba. Al menos no hasta ese punto. Comprendió que había más que un desplante en su abierta animosidad.