Herencia de mar y semillas - Elsa Norma Villa - E-Book

Herencia de mar y semillas E-Book

Elsa Norma Villa

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Beschreibung

Estas memorias relatan, con profundo amor y respeto hacia las personas fundantes, el recorrido de vida de un puñado de inmigrantes españoles, mis abuelos, que llegaron a la Argentina en las décadas de 1910 y 1920. Con sus elecciones y su trabajo, gestaron una familia que creció bajo las consignas de su modo de enfrentar el destino y las pruebas del camino. Un tiempo feliz de infancia, adolescencia y juventud escuchando sus relatos, aprendiendo de ellos, de mis padres y del campo, extenso horizonte donde fueron armándose mis días hasta llegar a mi presente. Entendí que lo que sé de mis antepasados se perdería. Entonces me dije que tal vez, si lo escribía en las páginas de un libro, podría conservarse para las siguientes generaciones. Y así lo hice. El campo, el río, las costumbres, las luchas, el pasado remoto, la ilusión y los desencantos, las tragedias y los buenos tiempos condimentan este relato en que hago memoria para no perder jamás de vista de dónde vengo y para que quienes nos continúan sepan hacia dónde vamos. Elsa Villa

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Villa, Elsa Norma

Herencia de mar y semillas / Elsa Norma Villa. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

128 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-866-0

1. Biografías. 2. Autobiografías. 3. Memorias. I. Título.

CDD 808.8035

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

Tinta Libre no se responsabiliza por la corrección textual de la obra ni por los errores ortotipográficos y gramaticales que pudieran leerse. El presente libro se publica fiel al manuscrito original entregado por el autor, bajo su pedido explícito de respetar la obra textualmente como fue escrita. El autor se responsabiliza por la corrección del texto de manera independiente y ajena a la editorial.

© 2024. Villa, Elsa Norma

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Dedicatoria

A mis abuelos, héroes en su empeño por forjar un destino…

A mis padres, referentes para luchar contra las adversidades; gracias por todo y por tanto…

A mis hijos y sus familias, orgullo y alegría del presente…

A Oscar, por su paciente compañía en este sueño de escritura….

A mi hermana Francisca, con quien compartí muchos de estos recuerdos...

A la memoria de mi hermano Ángel...

Prólogo

En tiempos en que el mundo camina acelerado y sin saber muy bien hacia dónde va, un remanso para descansar de nuestras atribulaciones se nos ofrece en estas páginas.

Elsa Villa, su autora, es una guardiana hermosa y fértil de la memoria familiar. Con amoroso caminar entre los recuerdos y sus prolijas investigaciones, ha tejido la trama de su historia personal, desde la sabiduría genuina de su percepción, llevándonos con gracia, claros sentimientos de amor y paciencia, a dar un colorido paseo por su pasado y también parte de su presente.

Sus ojos, ágiles en el detalle, nos traen pasajes y paisajes que construyeron su identidad, a la que respeta y honra con lo mejor de sí misma.

Es una mujer exquisita en sus gustos; impecable en sus modos; ávida de conocimientos nuevos; atrevida en sus búsquedas; coherente en su hacer; solidaria y amable con su entorno; buscadora de sentidos; firme en sus convicciones. Lleva en cada borde de su presencia una educación cuidada, la sutileza de los sabios, la sencillez del acierto, la belleza de una mirada que ha sabido vivir. Pareciera que en cada recodo del tiempo estuvo atenta, solícita con lo que vale la pena grabar en el alma para sentirse un ser humano agradecido.

Nos deleitaremos conociendo desde su voz, aquellos antepasados que tienen mucho que ver con su coraje y su inquebrantable capacidad de trabajo cotidiano. Laboriosa en muchos órdenes, es además una gran artista con pinceles, colores y lienzos que dan cuenta de su espíritu creativo, joven y abierto a la fluidez del tiempo.

Cada miembro de su extensa familia materna y paterna, con inmigrantes valientes en ambas fuentes de vida, cobra en estas memorias un valioso significado. En medio de la dura travesía entre barcos, despedidas y circunstancias que en ocasiones parecen de película, revivimos con ellos la gran osadía de haber creído en un futuro mejor, dejando atrás lugares y personas con el mayor de los dolores, pero dispuestos a dar batalla para ganarle a los obstáculos.

En algunos momentos de la lectura, quizás sintamos la necesidad de cerrar los ojos y transportarnos a los aromas, texturas, colores y sabores de la vida en el campo. La narración transcurre con locuaz precisión, acercándonos el detalle de los quehaceres domésticos, las rutinas de trabajo, las costumbres y la filosofía de los espacios de su niñez, su adolescencia y juventud.

Inmortalizar a nuestros seres queridos a través del recuerdo y dejarlo por escrito, sea quizás el mejor regalo que pueda dejarse a quienes nos continúan. Elsa, mi querida amiga Elsa, ha tomado en este libro esa premisa. Lo ha hecho con dignidad, orgullo, satisfacción y compromiso real con el objetivo. Lo ha hecho, con amor absoluto, desde su escritorio cálido, en el hogar presente que ha sabido construir con sus dones, en el que revisa el ayer y sigue, con juvenil encanto, soñando el futuro, rodeada de una gran familia, en medio de la ternura de sus nietos, amigos, parientes y personas que la estiman genuinamente.

Yo deseo que siga tirando el hilo de las palabras, porque aún tiene mucho que decir. Estoy segura de que sus abuelos, y todos quienes ya no están aquí en la tierra y son nombrados en su relato, estarán emocionados, agradecidos y orgullosos, aplaudiendo desde el cielo su decisión de dejar impreso el legado de una gran historia que los une.

Ahora sí, los invito a abrir la puerta e ingresar a gozar de este preciado regalo. Lo disfrutarán sin duda alguna.

Silvina Del Pino

Octubre de 2023

Herencia de mar y semillas

Haciendo memoria mientras llueve

Fue un día lluvioso y frío, otoño en Córdoba. Estaba en Pilar, en un pequeño departamento; esperaba que mi hija Verónica saliera del colegio Carlos Pellegrini, donde asistió para cursar sus estudios secundarios; luego regresábamos al campo, lugar donde vivíamos. Me encontraba sola y, por una de esas jugarretas que nos hace la memoria, vinieron a mí los recuerdos de la infancia. Así descubrí que lo que sé de mis antepasados se perdería, porque ya no se acostumbra a relatar a los hijos la historia de nuestras familias, como lo hacían mis abuelos con nosotros. Entonces me dije que tal vez, si lo escribía en las páginas de un libro, no se perdería.

Ya inmersa en el hacer, comencé por recopilar datos y acontecimientos ocurridos cuando mis padres todavía no habían nacido. Llegaron a mí a través de narraciones que nos hacían los abuelos y, más adelante, los padres.

El abuelo Martín. El bisabuelo Andrés Guillén. Andrés Campos, el mestizo. La fiesta de la carneada

Martín Nevado Carreras

En la casa de Martín Nevado Carreras, nombre completo de mi abuelo materno, ocurría la fiesta. Español oriundo de Santiago de Alcántara, provincia de Cáceres región de Extremadura, era un hombre inteligente, de carácter, estatura baja y contextura física mediana, piel blanca, cabellos castaños. Erguido, elegante al caminar, siempre bien informado, atento a todo lo que ocurría en su España natal o en Argentina, se preocupaba por las guerras que a menudo estallaban en el mundo; lo comentaba con nosotros, hacía sus apreciaciones. Tenía opinión propia sobre aquellos hechos; muy convencido de lo correcto de sus pensamientos.

Los meses de junio o julio de los años en que mis primos y yo éramos pequeños marcaban la época de carneada en el campo; invierno, por supuesto, días cortos y fríos con mucho viento, noches de heladas con temperaturas muy bajas, casi siempre bajo cero.

Afuera la fogata estaba encendida desde la madrugada, para calentar el agua con que pelar los cerdos después de faenarlos. Infaltable en esas ocasiones la botella de licor: la legendaria grapa Montefiore, la ginebra Llave o el anís Ocho Hermanos, porque para empezar la tarea hacía falta un trago fuerte para cortar el frío y dar ánimo a los “sacrificados” carneadores.

A colaborar con la tarea, algunos llegaban en sulky; otros montados a caballo; siempre muy temprano, antes que apareciera el sol. Primero lo hacían los varones, ya que las mujeres por cuidar de los niños y mandarlos a la escuela tardaban un poco más.

Los carneadores se dirigían al corral, para enlazar, maniatar y sacrificar a los cerdos, en cuyo cuellos clavaban un cuchillo muy afilado y puntiagudo para que se desangraran; al mismo tiempo, recogíamos la sangre en un fuentón, revolviendo con la mano hasta que se enfriara, para evitar la coagulación; luego, la reservábamos en un lugar aparte, hasta que llegara el momento de utilizarla; después, con un recipiente pequeño, que podía ser una pava vieja, se vertía el agua caliente sobre el animal muerto para pelarlo con la ayuda de otro cuchillo.

Terminado esto, poníamos las patitas en agua hirviendo; con una tenaza se extraían las pezuñas, se colgaba el chancho de las patas traseras para que quedara en posición vertical; con un cuchillo muy bien afilado, se procedía a la apertura del animal, teniendo cuidado de no romper las tripas o intestinos, y se sacaba todo poniéndolo en una bolsa extendida sobre una carretilla. Allí se elegían y se limpiaban con agua caliente y se ponían con sal y limón.

Mientras tanto, la media res ya se había enfriado; había que trasladarla a un galpón o habitación debidamente acondicionada para la tarea. Se trabajaba la carne separando los distintos cortes: la grasa, por un lado, la carne por el otro; en un montón, los huesos. ¡Hasta los cueros se aprovechaban! La mejor carne era seleccionada para los salames, a la que se agregaba un trozo de carne de vaca. Todo esto se pasaba por la máquina moledora, impulsada por brazos y manos de hombre debido al exceso de peso. Una vez terminado esto, la carne se extendía sobre la mesa y se añadían los dados, tocino de mayor calidad y consistente, cortado a cuchillo en pequeños daditos esparcidos sobre la carne molida. Luego se condimentaba con sal, pimienta, clavo de olor y ajos hervidos con vino y pasados por un lienzo para colarlos. En realidad, cada familia conservaba su tradición con respecto a condimentar los distintos embutidos; algunos pesaban la carne y, para sazonar y condimentar, calculaban los porcentajes en cucharadas, gramos o kilogramos; otros lo hacían a ojo, lo que era más riesgoso porque si se equivocaban, no había remedio. Recuerdo en una oportunidad que a mis tías se les ocurrió hacerles una broma a los “expertos en cálculos”. Tomaron un poco de la mezcla con el pretexto de cocinarla para probar si estaba bien condimentada; pero una vez en la cocina le agregaron un puñado de sal y pimienta, la cocinaron y después la llevaron de regreso al galpón para que la probaran. El que condimentaba fue el primero y su cara se convirtió en un poema, no podía creer que su cálculo hubiera fallado. No sospechaban que se trataba de una broma y les aseguro que, por poco, le da un infarto. Cuando ya parecía no tener solución y su preocupación crecía, le dijeron la verdad; creo que fue una de las veces en que más agradeció haber sido engañado y hasta celebró las risas y las gastadas. Pero volvamos al punto en que estábamos. Después de condimentar la carne molida se amasaba con las manos hasta que la mezcla se uniera; luego, se llenaba la tripa sobre el embudo de la picadora armada con las piezas necesarias y haciendo girar el sinfín, los embutidos salían a la luz. Los chorizos colorados llevaban carne con más grasa, sin dados, con pimentón y el mismo procedimiento; las morcillas se elaboraban con carne y algo de grasa, la sangre que se había recogido, cebolla picada, comino, sal y pimienta, luego se embutían y se hervían en agua, con una temperatura adecuada para que no se rompieran. Para los quesos de cerdo, los cueros se cortaban en forma de bolsa cuadrada, se cosían los costados con la ayuda de una aguja e hilo grueso de madeja, dejando una pequeña abertura por donde se llenaban las bolsas con la mezcla preparada producto del hervor de los huesos, la cabeza, la carne. Una vez condimentada, se pasaba por la máquina de picar, se cerraban las bolsas, se envolvían en arpillera, se cocinaban a fuego lento, se dejaban enfriar y se prensaban.

Dejé para el último ¡los jamones!, los que a mí más me gustan. Se trata de conservar en la sal durante algunos meses la pierna completa del cerdo, luego se saca y se deja estacionar en la prensa durante algún tiempo para después saborear esa delicia. La tarea se desarrollaba durante el día; por cierto, las carneadas en esa época duraban dos o tres días porque se mataban tres o cuatro animales y a veces se agregaba un ternero también. Por las noches después de dejar el trabajo y cenar todos juntos, a los hombres les gustaba jugar a los naipes; generalmente en casa de mis abuelos se jugaba al truco. Mucha diversión con equipos que competían, perdedores que pedían revancha y prolongadas reuniones entre bromas y gritos de “¡¡envido o falta envido y truco”!!; al cantar los puntos se provocaban sonoras carcajadas de los ganadores y resignación de los perdedores, al comprobar que la mentira no había amilanado a los contrincantes y perdían la mano o el partido, porque de eso se trata este juego. Al atardecer ya se empezaba a sentir el frío; mi padre y mis tíos continuaban trabajando en el galpón hasta la hora de la cena; mi madre y mis tías se ocupaban de prepararla; nosotros, jugábamos a las escondidas, al Pisa Pisuela, las bolitas o algún otro juego que inventábamos con mis primos y hermanos hasta que el abuelo Martín nos llevaba a la cocina. Él se ubicaba en su silla baja con almohadón, cerca de la cocina a leña… ¡que hermoso era estar junto a él en ese calorcito!...

—Venid aquí conmigo— nos decía con su voz cálida y segura que siempre nos resultaba acogedora. ¡Y allá íbamos corriendo!, mis primos Martín José, y Andrés, mis hermanos Francisca y Ángel, que era muy pequeño; también estaban mis primos Martín Francisco, Francisco Martín y Eduardo, pero ellos eran mayores y ayudaban en el carneo. Nos sentábamos alrededor del brasero, al lado de mi abuelo; yo lo hacía cerquita, en mi banquito preferido, viejo y despintado, aunque se notaba su color amarillo, trofeo ganado a mis primos por ser, según mi secreto y mi punto de vista, la primera nieta mujer; eso, me otorgaba derechos. Eran noches hermosas de reunión y conversaciones. Recuerdo ésta:

“Abuelo, contame, ¿cómo fue que llegaste a la Argentina?”

Me miraba, y en sus ojos se podían ver la nostalgia, la añoranza; un dejo de tristeza se dibujaba en su rostro; sonreía y de su boca comenzaban a brotar las palabras, con ese acento español que nunca pudo cambiar, satisfecho con el interés que yo le demostraba. Así comenzaba el relato…

—Fue hace muchos años, cuando tu bisabuelo llamado Andrés Guillén, tomó la decisión de embarcarse con rumbo a estas tierras, agobiado por la mala situación que soportaba Europa en aquellos años.

Bisabuelos María Vital y Andrés Guillén

Por entonces, reinaba en EspañaMaríaCristina, viuda de Alfonso XII, que fue reina rogante hasta que su hijo Alfonso XIII alcanzara la mayoría de edad. Su regencia tuvo diferentes problemas, como la pérdida de los tres últimos bastiones de las colonias hispanoamericanas, Puerto Rico, Filipinas y Cuba, lo que se conoció como el desastre del 98, provocado por la intervención de EEUU en la guerra colonial; así España, se debatía entre el proceso de regeneración de la República y el problema social que aquejaba a las clases más humildes y a los campesinos en particular. Como en el caso de mi suegro Andrés. La crisis se desató en todo el país; abusos, impuestos, falta de trabajo, provocaron motines y agitación permanente.

Por entonces ya era Rey Alfonso XIII