Hija ilustre - Bernardita Olmedo - E-Book

Hija ilustre E-Book

Bernardita Olmedo

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Beschreibung

Una zona legendaria por la resistencia mapuche ensalza a conquistadores y colonos, una familia se arma por el empuje de las abuelas, una amistad se bifurca en la adolescencia, mientras una diva del cine se convierte en un referente difícil de superar. Así, entre el campo, la cordillera de Nahuelbuta y las calles del pueblo, una voz enigmática y llena de humor negro divaga sobre el amor filial, el egoísmo, la identidad, el racismo y el sentido de pertenencia. Hija ilustre es un álbum de estampas tan brumosas como luminosas: un recorrido entre laberintos y fantasmas para entender cómo el paso del tiempo dibuja nuevas capas, colores y resonancias.
Surcos del territorio es una colección de obras de no ficción que narran la experiencia de crecer en algún pueblo o ciudad de la provincia. Cada libro es una exploración por los intersticios de la infancia y, al mismo tiempo, una radiografía sentimental, histórica y política lejana a los constructos turísticos o gubernamentales.
* * *
Bernardita Olmedo (Purén / 1989)
Guionista, realizadora audiovisual, dibujante y docente. Bajo la firma “Bruta”, ha publicado los libros de viñetas Señorita Buena Presencia (2019) y De preferencia, solterona (2021). Hija ilustre es su primer acercamiento a la literatura.
 

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Una zona legendaria por la resistencia mapuche ensalza a conquistadores y colonos, una familia se arma por el empuje de las abuelas, una amistad se bifurca en la adolescencia, mientras una diva del cine se convierte en un referente di�fícil de superar. Así, entre el campo, la cordillera de Nahuelbuta y las calles del pueblo, una voz enigmática y llena de humor negro divaga sobre el amor filial, el egoísmo, la identidad, el racismo y el sentido de pertenencia. Hija ilustre es un álbum de estampas tan brumosas como luminosas: un recorrido entre laberintos y fantasmas para entender cómo el paso del tiempo dibuja nuevas capas, colores y resonancias.

Surcos del territorio es una colección de obras de no ficción que narran la experiencia de crecer en algún pueblo o ciudad de la provincia. Cada libro es una exploración por los intersticios de la infancia y, al mismo tiempo, una radiografía sentimental, histórica y política lejana a los constructos turísticos o gubernamentales.

Bernardita Olmedo

Hija ilustre

La Pollera Ediciones

www.lapollera.cl

A las tías.

Quisiera decir que extraño cada rincón de este lugar. Que los rostros conocidos, las calles en que nadie se pierde, que esa historia épica me cruzan.

Quisiera presentarme como lo hacen mis amigos, hablar más de dónde vengo y menos de quién creo que soy.

Ser de provincia. Ser sureña. Ser de acá.

Pero siempre me quise ir.

Eleno y Luisa tuvieron doce hijos.

El mayor murió al poco tiempo de nacer y su nombre no está en nuestra memoria, pues Ramón llegó rápidamente a reemplazar esa figura.

Ramón es un recién nacido que un día llora con desesperación.

Vivir en los cerros dificulta llegar donde puedan atenderlo.

Para cuando Luisa exija trasladar a la familia a un lugar más cercano al pueblo, Ramón será un niño que casi no llora y que tampoco escucha.

La fila de hermanos que seguirá llegando, adoptará las señas que él inventa para darse a entender.

Ramón no deletreará su nombre, pero sí sabrá entenderse con los procesos de la tierra.

El campo le hará un hombre de manos ágiles y corazón de niño que cada verano colgará un columpio para que la fila de sobrinos juegue junto al río.

Ramón será el mayor y recibirá de sus hermanas el segundo plato en la mesa después de Eleno.

Ramón será la copia viva de su padre y, su sordera, la tristeza eterna de su madre.

De los años esplendorosos me enteré preguntando.

Aquí hubo cine, fábricas, llegada del tren, fiestas de la primavera, Colegio Alemán y hasta un diario propio, según dicen. Pero todo eso terminó mucho antes de que yo naciera.

El pueblo de mi adolescencia tenía un teatro convertido en bodega, un par de cibercafés y una rotonda dentro de la plaza que cada verano los jóvenes recorríamos en inexplicables vueltas.

Hace unos años la plaza fue remodelada y se terminaron las vueltas.

Su lugar hoy lo ocupa un gran kultrun de piedra del que brotan catorce chorros de agua que a pocos se les ha ocurrido cuestionar.

María de la Luz Gatica Boisier.

Si eres de acá dirás Boisier. Si estás allá dirás Boasié.

Acá se perdona lo bruto, lo práctico, lo rápido.

Si estás acá le dirás Zorro a los Acuña, Chorrillo a los Ríos, Burro a los Salazar.

Los Comegato, Potochoco, Patas cocías, Cogote Salado, Lagarto, Nalca, Tranco ‘e vaca, Ganzo y otros ingeniosos apelativos solo serán reconocibles aquí, donde Hausheer se pronuncia auser, Spichiger spiguer y Petit-Laurent petilorán.

Nada de siutiquerías.

Nada de reclamar diéresis ni letras que están de más.

Acá los Giacomozzi son tan comunes como los González; un Leonelli no ha leído más libros que un Ulloa; pero un Kausel sí tendrá más tierras que un Llao, simplificación de Yaugbu, que para la pronunciación winka resultó muy rebuscado respetar.

Se miran en la fila del supermercado. Una atiende, la otra compra.

Fueron mejores amigas desde quinto a octavo básico, cuando una se fue a estudiar a Angol y la otra continuó en el liceo municipal.

En los años sin internet la amistad se sustenta en sentarse juntas, pasear en bicicleta, celebrar cumpleaños.

A los 16 se encuentran en la plaza y es incómodo.

A los 20 coinciden en la fiesta de Año Nuevo en que todo el pueblo se reúne. Se abrazan y el alcohol disimula la distancia.

A los 30 una viaja de visita y la otra lleva a su hijo a la misma sala de clases en que esa amistad se quedó.

Por ser la única rubia del curso, la Yenny tuvo una infancia difícil.

Hija única y no reconocida de un italiano, creció como un pequeño trofeo de colores claros para una madre que, lejos de ocultar a su niña rechazada, se encargó de hacerla resaltar donde fuera.

Si alguna autoridad visitaba la escuela, la Yenny izaba la bandera.

Al terminar el campeonato de básquetbol, la Yenny entregaba las medallas.

Contra lo único que no pudo fue con ese afán de ser reina.

Candidata incansable, la Yenny y su madre enfrentaron la muralla que el resto de morenas fuimos en sus sueños de belleza: ella jamás sería nuestra representante.

La Yenny lo intentaba, pero con siete, diez o doce años, sus derrotas eran una forma de compensar los siglos de inferioridad mestiza que cruzan este lugar.

¿Éramos nosotras capaces de generar semejante conclusión en torno a la justicia?

Me gustaría decir que sí, pero éramos maldadosas, nada más.

Envidiábamos que se moviera en furgón, robábamos sus lápices marcados y esperábamos atentas cada 5 de junio en que solo diez compañeros recibían una invitación a su cumpleaños.