Historia de amor en tiempos de coronavirus - Miguel Ángel Cuesta Valentín - E-Book

Historia de amor en tiempos de coronavirus E-Book

Miguel Ángel Cuesta Valentín

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Beschreibung

Felipe, profesor separado de 62 años, conoce a Encarna, experta en Derecho Civil, de 55 años. Ambos coinciden en la sala de espera que da a sus respectivos médicos. En el exterior, el coronavirus campa a sus anchas, España entera está confinada, y quizá, solo quizá, estas dos almas extraviadas puedan encontrar algo de consuelo la una en el otro. Un libro delicado y sensible para una época donde el contacto está proscrito. Impagable.

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Seitenzahl: 310

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Miguel Ángel Cuesta Valentín

Historia de amor en tiempos de coronavirus

 

Saga

Historia de amor en tiempos de coronavirus

 

Copyright © 2020, 2022 Miguel Ángel Cuesta Valentín and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728365540

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

A todos los que sufrieron y sufren todavía las consecuencias del coronavirus.

Mi agradecimiento a Ana Ibarreta Cuesta y a Leda Román.

Introducción

Esta es una crónica de un periodo de tiempo, de febrero hasta un mes lejano del 2020, que describe una época rara de la humanidad. La época de la pandemia ocasionada por el coronavirus.

El libro describe la realidad española de ese periodo, con la perspectiva de haberlo seguido desde otro país europeo, Holanda, que es mi país de residencia. Y como fuentes de información, los apuntes de periódicos, la televisión, las charlas muy frecuentes con familiares y amigos; y mucha ficción. Todo ello con la pena de no haber podido ir a Madrid, ciudad que visito en circunstancias normales cada 6 semanas.

Como médico que soy he seguido muy de cerca el desarrollo de las fases de la pandemia en España y a veces comparado con la manera de controlarla que se ha llevado aquí en Holanda, pero también en el resto de Europa.

En este libro se describen las fases de esta pandemia en España: 1— la fase en la que se sabe que puede llegar pero se ignora por aquellos que tenían la responsabilidad de preparar al país, pensando que no va a pasar nada como en la epidemia del SARS; 2— la fase de sorprenderse de lo que pasa sin haberse preparado y sin tener medios de contención, instaurando un régimen de alarma nacional y confinamiento de la población; 3— la fase de los contagios por todos los lados, los fallecimientos, los hospitales saturados, el IFEMA y el cierre de casi todos los medios de producción nacional; 4— la fase en el que se alcanza el pico y la fase final para pasar poco a poco a la realidad de una desescalada desigual por provincias y a veces por comarcas. Y todo ello aderezado, como siempre en España, por la política variopinta, al principio de solidaridad de todos los partidos, seguida después por un periodo de choques duros entre ellos casi al borde de lo inadmisible, perfumado continuamente por las apariciones teatrales en la televisión nacional de los políticos del gobierno y los miembros de la Comisión Nacional anti-Coronavirus con el Sr. F. Simón a la cabeza.

Esta crónica tiene como fin el describir de una manera real como lo experimentaron las gentes de a pie que lo sufrieron, sin ningún tipo de fin político excepto aquel que se deriva de que hay que aprender la lección y fuera de cualquier ideología preparar a un país ante una emergencia así, emergencias que seguro se van a repetir en el futuro.

Como esta crónica puede ser un poco pesada, pero muy real, he añadido una parte de ficción que a mí me interesa mucho, la vida real de una relación amorosa y unas conversaciones entre una profesora de Derecho y sus alumnos de doctorado sobre cómo aprovechar esta crisis para ahondar en los problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad: el cambio climático, el consumismo feroz, la democracia, la población de la tierra, etc.

Y entre todo ello, fluye una historia de amor, con las limitaciones del confinamiento, con sus dudas, con su necesidad de adaptación y de superarse para conseguir a la dama que se ama.

Se conocen

Se habían conocido en una sala de espera de un Hospital Clínico de una gran ciudad europea.

Ella tenía 55 años y él 62.

Él se llamaba Felipe. Ella, Encarna.

La sala estaba en el cuarto piso, sonaba de fondo una música suave. Felipe iba a la consulta de neumología. Encarna tenía cita con su ginecólogo. Las dos consultas acumulaban algo de retraso a esa hora, y ellos aguardaban sentados uno al lado del otro en aquellos fríos e incómodos bancos corridos. Ojeadas ya todas las revistas de actualidad y agotados los demás recursos para entretener el tiempo de espera, ambos empezaban a impacientarse.

Él decidió levantarse para sacar un vaso de chocolate con leche caliente de una máquina expendedora. Estiraría las piernas y se distraería un rato. Viendo que ella lo miraba le dijo:

—¿Quiere usted beber algo?

Ella, que efectivamente había levantado la vista hacia él al notar que se levantaba en el asiento contiguo le respondió:

—Si me trae un café solo, se lo agradezco.

El contacto estaba establecido. Pero en la ciudad se avecinaban tiempos inciertos.

El coronavirus había llegado a Europa procedente de China. La alarma crecía. Los científicos se afanaban en estudiar el virus para poder anticiparse a su difusión, mientras la sociedad y la política estaban en duda sobre cómo actuar. Los dirigentes políticos trabajaban en diferentes escenarios que permitieran plantar cara a lo que ya se dibujaba como una emergencia mundial: y mientras, la gente de la calle procuraba seguir con su vida, con un ojo puesto en las últimas noticias sobre los vecinos italianos que nos llevaban una triste ventaja en los afectados por el virus, y el otro a la espera de que se tomaran medidas que parecía que no acababan de llegar.

Felipe

Felipe hacía un par de años que estaba separado de Carmina. Los problemas de convivencia habían sido la tónica general en su relación. Aquellos contados y breves períodos de felicidad de que disfrutaron alguna vez no habían logrado imponerse y sacar a flote su matrimonio, de modo que decidieron, finalmente, separarse.

Tenían dos hijos, Marta, de 26, y Antonio, de 24 años.

Ambos habían terminado ya sus estudios universitarios. Marta era abogada y ejercía en un bufete; Antonio, ingeniero industrial, trabajaba en una empresa nacional de transporte y logística a nivel mundial.

Los últimos tres años de matrimonio, cuando los hijos ya no vivían en casa, los recordaba Felipe como un auténtico infierno. Infierno de disputas y discusiones unos días, pero de enormes silencios otros. Silencios que eran igualmente dolorosos, si no más, porque evidenciaban la inmensa distancia que con los años se había interpuesto entre los dos.

La decisión se imponía.

Carmina se quedó en el piso que compartieron y Felipe se buscó uno en el que empezar su nueva vida, lejos del barrio en el que criaron a sus hijos. Era un apartamento amplio y cómodo en un edificio rodeado de parques y zonas verdes.

Él continuó con su trabajo en la Universidad, como profesor asociado del Departamento de Física Nuclear, en la Unidad de Fisión de Átomos. Daba clases dos veces a la semana y trabajaba en el laboratorio nuclear el resto de los días. Había descubierto algunos aspectos novedosos de importantes leyes fundamentales de la Física Nuclear y se sentía muy orgulloso de ello.

Más allá de las relaciones que le exigía su faceta profesional, la vida que llevaba era la de un misántropo. Cumplida cada día su jornada en la Universidad, y después de hacer sus compras en un supermercado grande cerca de casa, cocinaba algo sencillo, y tras leer un poco y ver algo de televisión se acostaba. Los fines de semana acostumbraba a hacer breves escapadas, a veces eran rutas por la sierra con algún grupo de montañeros; otras, visitas turísticas a ciudades cercanas. Y a pesar de que estas salidas eran siempre en grupo, no había conocido a nadie en todo este tiempo que le atrajera en ningún sentido lo suficiente como para entablar una relación siquiera de amistad, como para quedar algún día en la ciudad, y salir a dar una vuelta, ir a un concierto o al cine. No sentía ningún tipo de atracción por las mujeres y esto tampoco le preocupaba. ¿Estarían desapareciendo sus reflejos sexuales?

Una tos muy molesta le había llevado, por consejo de su médico de cabecera, a pedir cita en el Servicio de Neumología de aquel hospital, que por su nuevo domicilio le correspondía. Esa tos, latosa pero soportable durante el día y que no venía acompañada de fiebre ni de ninguna otra molestia, pero que derivaba en una crisis que le robaba horas de sueño ya todas las noches, había dado con sus huesos en aquella impersonal sala de espera.

Felipe, entretanto, no paraba de repetirse a sí mismo que se encontraba perfectamente y lleno de energía, como una especie de mantra con el que trataba de restarle importancia a aquella tos.

Encarna

Encarna era profesora titular de Derecho Civil en la Facultad de Derecho, donde había hecho una carrera académica destacada. Desde pequeña había ansiado estudiar Derecho, preparar la oposición y convertirse en juez.

Nacida en el campo, en una familia de agricultores, solo ella y su hermano pequeño pudieron estudiar, mientras que los mayores se repartieron las fincas que la familia tenía relativamente cerca de la capital.

Encarna siempre se destacó por su hablar correcto y reposado. Tenía en la cara cierto gesto de autoridad, que acentuaban unos ojos algo achinados de color marrón verdoso. Su nariz, pequeña, parecía sobrevolar unos labios que, a pesar de ser finos resultaban tremendamente expresivos. Estos rasgos hacían de ella una mujer hermosa y atractiva. No era muy alta, pero su cuerpo bien formado había ido ganando en belleza y madurez con el paso de los años. Andaba bien derecha y los gestos de sus manos, siempre armónicos y en sintonía con los de su rostro, podía decirse que constituían el mayor de sus atractivos.

A sus 55 años Encarna se había divorciado dos veces.

Se casó muy joven con un compañero de la Facultad con quien tuvo a su primera hija, Margarita. Inmediatamente después de licenciarse, preparó —con disciplina encomiable— y aprobó la oposición que, tras el correspondiente curso en la Escuela, le permitía cumplir su sueño de ingresar en la carrera judicial. Así, obtuvo su primer destino como jueza en una comarca de provincias, alejada de su vida de antes, donde aprendió no solo a ser independiente, sino que existían realidades vitales muy diferentes a las que ella había conocido hasta entonces. Y le caló tanto este descubrimiento que adaptó a él su manera de trabajar. Fue así como logró sentar un precedente de estilo a la hora de dictar sus sentencias, estableciendo nueva jurisprudencia, puesto que consiguió hacerlo de una manera mucho más adaptada a la realidad de aquellas gentes.

A Eusebio, su marido, lo veía los fines de semana, y no todos. Ella enseguida sospechó de su infidelidad. La confirmación que no tardó en llegar, lo hizo con otras de la mano, la de que eran incapaces de hablar tranquilamente los dos; que sus vidas discurrían desde hacía años por senderos divergentes; y la más cruel y despiadada de todas, la de que no se amaban en absoluto. Se divorciaron.

Encarna se llevó a su madre Isabel a la ciudad a vivir con ella y su hija Margarita, y las tres generaciones de mujeres hicieron su vida juntas en un entorno familiar feliz.

Ella consiguió enseguida el traslado definitivo a la ciudad, donde compró la que aún hoy era su casa, y empezó de nuevo a salir y alternar con un grupo reducido de buenas amigas. Su vida social era limitada, pero muy satisfactoria. Y como los cambios no vienen solos, aprovechó la ocasión para preparar la oposición necesaria para obtener la cátedra, que consiguió en la segunda convocatoria a la que se presentó. Unos años después conoció al que fue su segundo marido, René, también abogado, y titular, además, de un bufete de prestigio. Ella no estuvo en ningún momento convencida de la decisión, pero se dejó querer y, arrastrada por su insistencia, se casaron.

La vida fue tranquila al principio y el cariño de Encarna hacia René crecía con el roce diario. Sin embargo, el machismo de él comenzó enseguida a enturbiar tan apacible relación. Y fue en medio de este equilibrio tan inestable, cuando vino al mundo un hijo, Anselmo, el segundo de los hijos de Encarna.

Pocos años después la relación, que había ido empeorando silenciosa pero ininterrumpidamente, había alcanzado tal grado de deterioro que Encarna no pudo más y le planteó el divorcio, a lo que René se avino sin mayores reticencias, llegando ambos a un acuerdo en los mejores términos posibles.

Era su segunda ruptura, y a partir de ese momento sus diferentes grupos de amigas constituyeron sus únicos círculos sociales. Se consideraba una persona afortunada, ya que había sido capaz de cuidar y mantener a sus amigas a lo largo de los años y a pesar de los lugares diversos a los que la vida las había ido llevando a cada una de ellas. Conservaba grupos de amigas de diferentes entornos. Con cada uno compartía recuerdos y momentos, y cada uno le aportaba cosas diferentes, todas ellas enriquecedoras. Estaban las amigas de siempre, las de la escuela y la facultad, con las que se reunía y hacían excursiones una vez a la semana. Eran sus preferidas.

Por los avatares de la vida, también tenía unas amigas, extranjeras todas, a las que el trabajo en unos casos y el amor en otros había traído al país y habían terminado por quedarse. Estas, quizá por sus procedencias, eran más dispares, entre ellas y con respecto a Encarna y al que siempre había sido su entorno más cercano y traían con su amistad sus locuras e inquietudes, todas nuevas, todas distintas.

Ni Encarna ni ninguna de sus amigas, unas viudas y otras separadas, confiaban en las virtudes masculinas. Sus respectivas experiencias personales no se lo permitían. Por ello, tampoco ninguna fantaseaba siquiera con la idea de en un futuro cercano poder encontrar un hombre digno de merecer su confianza.

Su vida, sin embargo, era una vida plena, y así la consideraba ella. Transcurría en buena parte en el ámbito universitario, con las clases que impartía tres veces por semana, los seminarios en los que participaba, la coordinación de los cursos de doctorado y las tesis doctorales que dirigía... La relación que mantenía con sus estudiantes y los diferentes grupos de trabajo de los que formaba parte de una u otra manera, le resultaba, además, enormemente satisfactoria.

Por otro lado, le llenaba gran parte de su tiempo su interés y preocupación por el rumbo que estaba tomando el planeta. Era un tema que nunca le había resultado indiferente, pero es verdad que el deterioro del clima y la naturaleza le parecía que se había acelerado gravemente en los últimos años y había que actuar. Era una convencida de que el mundo debía de cambiar lo antes posible, e insistía ante todo aquel que quisiera escucharla, que tal como estábamos no podríamos seguir mucho más tiempo.

Físicamente se encontraba muy bien, podría decirse que estaba perfectamente sana, y se mantenía además muy guapa y con un tipo estupendo. La razón de encontrarse a punto de entrar —ojalá fuera así, por fin— en la consulta del ginecólogo, era algún problema que parecía de tipo funcional y al que ella se empeñaba una y otra vez en restar importancia. No obstante, su sentido de la responsabilidad la tenía allí, esperando en aquella sala junto a Felipe.

En la sala de espera

Felipe sacó en un par de vasitos de papel el café solo para ella y el chocolate con leche para él y volviendo al banco en el que la había dejado esperando, se lo ofreció. Al acercarse a ella, pudo comprobar que su cara, de rasgos delicados, tenía un cutis fino y cuidado. Llevaba los labios suavemente pintados de rosa claro y resaltaban en el conjunto sus ojos y nariz agradablemente expresivos. Se dio cuenta enseguida de que sus pechos estaban en armonía con su cara y que sus manos eran exactamente como a él le gustaban: unas manos femeninas, pero poderosas y bien cuidadas, con dedos finos y uñas pintadas de rojo, no muy largas y terminadas en punta.

Al darle el café, ella le sonrió a modo de agradecimiento y él dijo no sin cierto tono de resignación:

—Hay que tener paciencia. Cuando vienes al médico ¡todo tarda el doble!

Ella volvió a mostrarse sonriente y le contestó:

—¡Sí! Siempre hay que esperar, pero al final todos los necesitamos, así que es un mal menor.

Y sin saber muy bien cómo y sin apenas darse cuenta, empezaron a contarse lo que les había llevado hasta el hospital. Fue algo espontáneo, una manera como cualquier otra de iniciar una conversación. Podrían haber hablado del tiempo para romper el hielo, o mejor aún, sobre todo lo que ya se escuchaba sobre el coronavirus...

—Vengo al neumólogo, toso un poco por las noches y me está cansando. Veremos lo que me dice el médico... Creo que no es nada especial pues me encuentro muy bien y no tengo fiebre —le contó Felipe, algo afónico. Ya veremos.

La música de fondo se había hecho más dulce y monótona y se oía el golpeteo típico de los pasos y tacones de las personas en las consultas, algún ruido de las puertas al abrir y cerrarse y los sonidos amortiguados de las motos al pasar por la calle. De vez en cuando una enfermera salía para llamar por su nombre a la gente que esperaba en la sala. De alguna manera el olor de la sala, una mezcla de asepsia y de limpieza ayudaba a relajar a las personas que allí se encontraban.

—Yo vengo al ginecólogo. Como usted sabe, este hospital y sus especialistas son muy buenos —respondió Encarna.

—A usted la conozco de algo — dijo él— o bien se parece a alguien que conocí en el trabajo, o quizás en alguna actividad cultural de hace años —se mostró dubitativo, pero le pareció una buena manera de saber algo más acerca de ella.

—¡No sé! Puede ser, pues vivo cerca de aquí y me gustan las actividades culturales. ¡La música me encanta! La ópera y la zarzuela... Encarna se mostraba sorprendida por el rumbo de la conversación, pero gratamente.

—Sí, ¡a mí también! Voy cada vez que puedo. Tengo un abono. ¿Vio usted la última del real, el Nabuco de Verdi? —preguntó Felipe, que se iba mostrando encantado con la respuesta de Encarna.

—¡Sí!, ¡qué casualidad! —acertó a contestar ella.

—Extraordinario. ¡Qué arias! La verdad es que estas óperas de Verdi te transportan a otro mundo, casi mágico-le dijo él.

—¡Sí! Es verdad, a mí me encantan, yo también voy en cuanto tengo ocasión. Me suelo leer el argumento antes, lo estudio bien para enterarme mejor del tema. Nabuco, sobre el pueblo judío, durante el reinado de Nabucodonosor 1 . ¡Qué tiempos! A veces me recuerdan a los de ahora, con el revuelo tan grande que hay por la crisis que se avecina; con las noticias que no paran de llegar desde China, que si el nuevo virus... ¿Cómo se llama? —Encarna, sin darse cuenta, había vuelto al tema que había tratado de esquivar minutos antes.

—Coronavirus —contestó él, cada vez más satisfecho de cómo fluía la conversación entre ellos—, quieren hacernos creer que no va a llegar aquí o al menos no con los mismos efectos devastadores, puesto que estamos menos hacinados que los chinos 2 . Ya veremos... Nos dicen todos los días que nuestro sistema público de Salud es el mejor del mundo, como si eso fuera suficiente para parar al virus. Como si el virus lo comprendiera... ¡Si probablemente no estamos preparados!

—¿Va usted también a los conciertos? —preguntó Encarna tratando de interrumpir lo que parecía un discurso que empezaba a sonar pesimista.

—Sí, me gusta mucho la música clásica —dijo Felipe dejándose reconducir en la charla hacia los temas culturales que compartían— en especial Bruckner 3 . Además, en el Auditorio Nacional se muestran muchas variedades de la música nacional e internacional. ¡Da gusto! Sí, definitivamente me encanta la música clásica. ¿Y a usted?

—Mucho. Me gusta y voy a menudo allí —respondió escuetamente Encarna.

—¿Cómo se llama usted? —le preguntó Felipe interesado.

—Me llamo Encarna Méndez— ¿Y usted?

—Felipe Martínez Ruiz.

Se dieron la mano y el notó una mano caliente y fuerte que al apretarle no le soltaba su mano tan fácilmente.

En ese momento apareció una enfermera tras la puerta de uno de los consultorios y llamó a Felipe. Él se levantó y antes de dirigirse a la sala que aquélla le había indicado le dijo a Encarna:

—Páselo bien, espero que todo esté correcto. Por favor, ¿me da su número de teléfono por si algún día nos vemos para ir al Auditorio?

—624562078 —respondió ella.

—Muchas gracias, Encarna, ya le haré una llamada perdida para que tenga también el mío.

—Con mucho gusto, Felipe.

—Adiós —se dijeron. Y él se encaminó bien derecho y con pasos muy medidos, por si le estuviera mirando Encarna, a la sala donde le esperaba el neumólogo.

Una relación había comenzado.

Expectación social

El primer caso de coronavirus 4 en Europa se detectó en Francia a finales de enero. Un hombre de 80 años procedente de la provincia de Hubei en China, que falleció el 15 de febrero. Le siguieron otros contagiados en Alemania y otros países europeos, pero con un número relativamente bajo de casos.

El primer gran brote tuvo lugar en Italia. El epicentro se encontraba en la Lombardía, al norte del país. El partido de futbol de la Champions League que se disputó en la capital de esta región italiana, en el estadio San Siro de la ciudad de Milán, entre el Atlanta de Bérgamo y el Valencia F.C. el 19 de febrero fue posiblemente un acelerador de los casos de contagio. Unos 40.000 aficionados del conjunto italiano, lo que representa aproximadamente un tercio de la población de Bérgamo, se desplazaron a Milán para animar a su equipo. Algunos de los 2.500 valencianistas que acudieron al partido también pudieron contraer el virus y posiblemente contagiaron a los suyos, lo que supuso la entrada del virus en el Levante español.

En el resto de Europa había sentimientos encontrados: cierto temor a lo desconocido, provocado por la sensación de que aquello que había comenzado a tantos miles de kilómetros se expandiera rápidamente por todo el mundo; extrañamente mezclado dicho temor con la idea de que tal vez aquí no nos afectaría tanto, porque nosotros somos diferentes —mejores—, más desarrollados —mejores—, más preparados —mejores—...Ya veríamos.

Es esta una sensación muy humana. Creer que uno, o el grupo al que pertenece, es especial y por supuesto mejor que los demás. Pero tristemente, el virus que causa el COVID-19 5 se propagaba muy fácilmente y de manera continua entre las personas. Guiados por esta falacia, no por humana menos traicionera, los países europeos no se blindaron a tiempo, cuando se lo advirtió la Organización Mundial de la Salud (OMS) 6 y vieron que lo hacía Italia, sino que optaron por esperar a que apareciera el virus dentro de sus territorios. ¿Pensaron acaso que las fronteras, artificialmente creadas por el hombre, nos protegerían del avance del virus? No se le pueden poner puertas al campo...

Y así fue como, sin pausa, se fue extendiendo el corona-virus y fueron apareciendo los primeros casos en todos los países europeos. La situación era incierta y los dirigentes políticos no sabían qué hacer. ¿Tendrían acaso algún plan o estrategia previos para reaccionar ante una situación de esta envergadura? Además, daba la sensación de que la Unión Europea no tenía tampoco una política común, como si dejara todo al albedrío de los distintos gobiernos nacionales. Y mientras, era evidente que la situación lejos de mejorar o detenerse ante una frontera, iba a más y el número de casos no dejaba de aumentar cada día. La OMS advertía ya a finales de febrero de que el riesgo era muy alto a nivel mundial y había que tomar medidas. En España se formó una Comisión Ministerial para monitorizar la posible epidemia. Y a principios de marzo algunos gobiernos autonómicos llegaron a declarar políticas de estado de alarma en determinadas comunidades y cerraron los colegios y Universidades.

Se hacía necesaria una política coordinada a nivel nacional e internacional.

Sin embargo, a pesar de las advertencias de la OMS para evitar aglomeraciones, el día 8 de marzo, domingo, se celebraron acontecimientos deportivos y diversas manifestaciones en Madrid, con autorización de la Delegación de Gobierno 7 , con participación de muchos miles de personas.

La consulta hospitalaria

Ambas consultas fueron bien para los dos.

A Felipe el doctor Sabina le dijo, después de auscultarle, que sus pulmones estaban bien y que probablemente sus molestias estaban causadas por un reflujo gastroesofágico que le causaba una laringitis. Le puso un tratamiento, le recomendó que descansara semisentado y un spray para suavizar su garganta. Felipe, satisfecho y más tranquilo, se despidió del doctor Sabina y salió de su consulta. Con las recetas en la mano, antes de irse miró a ver si Encarna todavía estaba en la sala de espera, pero al no verla se marchó. Era evidente que ella había llamado fuertemente su atención.

A Encarna el ginecólogo la aconsejó diversas pruebas después de explorarla. Al salir de la consulta se fue al control para pedir las citas de los estudios y miró alrededor para ver si él se encontraba todavía en la sala. También Encarna se había dado cuenta de que había descubierto algo especial en Felipe. No sabía lo que era, pero probablemente su mirada o la necesidad de que la miraran, algo que había echado de menos los dos últimos años y que ahora parecía revivir fuertemente en ella. Se mostró con más energía de lo normal mientras se citaba. Y de nuevo al irse se acercó a la sala de espera por si lo veía, pero él —definitivamente— se había marchado. “Ya veremos” —pensó ella—, pero tenía otra tónica vital cuando fue al aparcamiento para recoger su coche. Parecía que sus pies no tocaran el suelo de lo ligera que se sentía, iba como volando, y tuvo incluso más cuidado al conducir. Veía la ciudad de otro color, con otra luz.

Quedan para salir

Felipe le envió un WhatsApp al llegar a su casa. Lo decidió rápido mientras volvía del hospital en autobús. Allí, el sol entraba por la ventana del balcón del cuarto de estar y el ambiente era muy acogedor. Se sentó a tomar un whisky y lo envió. Era una manera estupenda de comunicarse en ese momento con ella. No sólo le daba su número de teléfono, sino que además le decía que le había gustado mucho aquel encuentro suyo, casual. Nada más. Esperó mirando la pantalla del teléfono para ver si ella lo había recibido o leído.

Encarna le contestó al cabo de unos minutos, cuando llegaba a su casa. “¡Gracias! Fue casual, pero parece que tenemos gustos parecidos”. Nada más.

Su contestación fue suficiente, lo único que Felipe necesitaba para decirle que le gustaría tomar algo juntos cuando a ella le gustara o tuviera tiempo.

Su pregunta era clara, y quedaron en verse unos días después, a la salida del próximo concierto, para ir a tomar algo.

Su primera cita

El primer día de marzo habían quedado en la pausa del concierto en el Auditorio Nacional. Ambos estaban en la sala y después de una primera parte en la que interpretaron El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla 8 , salieron y se encontraron enseguida puesto que habían quedado cerca de donde se venden los CD´s. Ella llevaba un vestido negro con falda plisada que resaltaba su figura, y su cara, y sus aretes… Y él pensó para sí: “¡Vaya mujer!”. Era la primera vez que la veía de pie, entera, y pudo comprobar que era tal como él se la había imaginado. Tenía un talle bonito y juvenil, unos hombros redondeados, y en sus hombreras unos lacitos que resaltaban todavía más su figura. Felipe se había puesto un traje de color gris oscuro y corbata. Su atuendo contrastaba con el del resto del público masculino asistente al concierto aquella tarde, la mayoría con un aspecto más informal, con pantalones de pinzas y americana algunos, y otros simplemente con jersey o en mangas de camisa. Se saludaron y Felipe casi se cae al intentar besarla en las mejillas. Se rieron, y después de decirse las cosas de rigor, hablaron de la música que habían escuchado y de lo mucho que les había gustado, pues la Orquesta Nacional era muy buena. Hablaron sobre lo que el programa anunciaba para la segunda parte, y después de pasear y ver a la gente en la sala, se oyó el timbre y volvieron a sus asientos, no sin antes recordarse que se verían en el mismo sitio al terminar el concierto.

La segunda parte fue El concierto de Aranjuez, del maestro Joaquín Rodrigo 9 , que fue recibida con grandes aplausos. Al salir se encontraron de nuevo, se pusieron sus abrigos y se dirigieron a un restaurante cercano, en el que Felipe tenía reservada una mesa para los dos, y allí se sentaron. Él, por primera vez en mucho tiempo se sentía orgulloso y al mismo tiempo algo inseguro de acompañar a esta mujer que tanto le gustaba. El local estaba a rebosar, y los camareros se movían de una mesa a otra, cogiendo las comandas y llevando las bebidas y los platos que los clientes pedían. Había una actividad enorme, pero Felipe tenía solo ojos para Encarna que se había sentado enfrente de él después de haberse quitado el abrigo. Pidieron algo para comer y beber y hablaron de todo un poco al principio, incluso de la situación del virus, pero pronto se creó entre los dos el clima propicio para charlar sobre asuntos más personales. Se contaron los dos sobre sus vidas, y así sin darse cuenta se les fue pasando la noche. Encarna miró el reloj con gesto de sorpresa y dijo que era hora de recogerse. Felipe, solícito, la acompañó a su casa y la despidió con dos besos en las mejillas, uno con más presión y mantenido. Habían quedado en llamarse para ir otra vez a comer, si la situación de la pandemia lo permitía.

La atracción era mutua. Él se fue a su casa caminando, pero se sentía como transportado por una alfombra mágica. Como le pasara a Encarna el día que se conocieron, él también avanzaba con la sensación de no tocar el suelo. Lo que le estaba pasando, no recordaba haberlo sentido antes.

Ella, mientras, en el portal dudando si salir de nuevo a la calle y decirle que subiera a tomar algo a su apartamento. Pero algo la frenó y no lo hizo. Subió en el ascensor y entrando en su casa puso A la orilla de la chimenea, de Joaquín Sabina 10 , y se sirvió una copa de vino tinto. Estaba exultante. Se quitó primero los zapatos, luego se aflojó el vestido y una faja que se había puesto, y se desnudó. Contempló con calma su cuerpo en el espejo del armario y se dijo que todavía tenía un cuerpo joven y que no estaba dispuesta a desperdiciarlo. Se metió en la cama y el sueño la venció enseguida. Soñó aquella noche, y en su sueño, como siempre, algo angustioso. Un león se le aparecía, y la perseguía, y ella huía y huía, pero el león era más rápido, mucho más que ella, y estaba a punto de atraparla, la tenía acorralada… En ese momento se despertó, sobresaltada, y lo primero que advirtió cuando consiguió calmarse un poco fue que le apetecía seguir hablando con aquel señor que la trataba tan bien. ¡Qué distinto parecía a los otros que había conocido últimamente! ¡Qué amable, sencillo y qué bien se habla con él! “Espero poder seguir así”, suspiró Encarna antes de dormirse de nuevo, ahora con un sueño mucho más tranquilo.

En la radio seguían las noticias sobre el avance del coronavirus, el número en ascenso de los contagiados y los primeros fallecidos.

La OMS. La pandemia

Y llegó el día 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. Era el tópico feminista y el día idóneo para hacer propaganda ideológica sobre los avances del feminismo y aplastar al centro derecha con el argumento de lo poco que, según ellos, hacían por las mujeres. Los partidos de izquierdas a una, avisados del peligro del virus y desoyendo las advertencias, alentaron las marchas que, se celebraron en los diferentes puntos del país. Marchas que atrajeron a miles de participantes, en su mayoría mujeres, que viéndolo objetivamente se encontraron indefensas, chillando y cantando todas juntas, enarbolando pancartas y expulsando con insultos a las mujeres y políticas más centristas, mientras exponían sus pulmones al ataque del coronavirus.

También fueron autorizados, por el delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, la Asamblea General Extraordinaria de VOX y el gran acto público posterior, ambos en el Palacio de Vista Alegre, los días 7 y 8 de marzo.

Fue una pena, con la perspectiva de ahora, por dos razones poderosas: por un lado, la gran cantidad de gente que congregaron ambos eventos, unas ciento veinticinco mil personas en el primero y unas nueve mil en el segundo; y, además, por el ataque político a las otras ideas y opiniones. Fue una pena, sí, y Encarna, una mujer hecha y derecha, feminista sana, lo aborreció como la otra mitad del país. ¿Cómo es posible que se hagan y se digan estas cosas en estos tiempos?

“¡No, bonita! ¡El feminismo nos lo hemos currado los socialistas!” —había declarado alguna destacada política 11 . Como si las demás nunca hubieran hecho nada por mejorar la vida de las mujeres. ¡Si también habían trabajado duro y habían tenido hijos! ¡Vergüenza!

Los mismos días se estaba celebrando la Semana de la Educación 2020 (del 4 al 8 de marzo) en IFEMA, acontecimiento que había congregado a miles de visitantes.

También se habían jugado, con espectadores, los partidos de Liga los días 7 y 8 de marzo en toda España. En Madrid concretamente se celebraron el día 7 el Atlético de Madrid contra el Sevilla y el Getafe contra el Celta. Al día siguiente, día 8, el Rayo Vallecano contra el Elche, y en la Segunda División el Alcorcón contra el Mirandés. Todos ellos con espectadores, y eso sin contar los partidos de categorías inferiores y otras actividades deportivas.

No se puede olvidar que ya el 31 de enero, pasadas las 22 horas, el Centro Nacional de Microbiología, dependiente del Instituto de Salud Carlos III, confirmaba el primer caso diagnosticado en España de COVID-19, la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus, en la isla de La Gomera. Ese mismo día volvieron los evacuados españoles desde Wuhan, todos asintomáticos y sometidos a medidas de cuarentena en el Hospital Gómez Ulla de Madrid. Ninguno de ellos enfermó. Lo que había tenido un importante impacto económico y de atención pública fue la suspensión el 12 de febrero del importante Mobile World Congress (MWC) 12 en Barcelona debido a la retirada de las más importantes empresas del ramo participantes en el evento. Importante difusión mediática tuvo el caso del turista italiano enfermo con el COVID-19 en un hotel de Tenerife el 24 de febrero, que obligó a estar en cuarentena a mil huéspedes en los hoteles de la zona, seguido dos días después de la confirmación por la Generalitat de Cataluña del primer caso de coronavirus en la península ibérica. Una mujer de 36 años de nacionalidad italiana que residía en Barcelona y que había estado de viaje en el norte de Italia (Milán y Bérgamo) del 12 al 22 de febrero. La paciente fue ingresada en el Hospital Clínic con sintomatología similar a la gripe, y su estado fue considerado de bajo riesgo por las autoridades sanitarias.

Las noticias en relación con el coronavirus se repetían prácticamente todos los días, y en aquella primera semana de marzo, fue destacada la noticia de sesenta contaminados por asistir a un funeral en Vitoria, y la confirmación de la primera muerte por el coronavirus en España, en Valencia, a mediados de febrero.

 

El jueves 5 de marzo se confirmó la primera muerte en Madrid de una persona con coronavirus. Se trataba de una mujer de 99 años con patologías previas ingresada en el Hospital Gregorio Marañón, que había fallecido el día 3.

Los datos en los días siguientes reflejaban claramente que Madrid estaba comenzando a estar muy afectada y fue entonces cuando se empezaron a tomar medidas de aislamiento social y de higiene en general. El Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) decidió ampliar la batería de medidas restrictivas para contener la propagación del coronavirus en la capital, incluyendo el cierre de colegios —de infantil a bachillerato— y universidades madrileñas, tanto públicas como privadas. Una medida de gran impacto social que afectó a algo más de un millón y medio de alumnos y que se mantendría inicialmente en vigor desde el miércoles 11 hasta el 26 de marzo.